10 de mayo de 2012

Hëdlard - Parte 3 de 5



En otra dimensión



        
         ¿Olor a rosas?
         Abrí los ojos. Al principio parecían manchones blancos nublando mi vista, pero conforme mis ojos enfocaron toda la habitación caí en la cuenta de que eran flores blancas. Todas dispuestas de una forma elegante y empalagosa. Venían en arreglos de veinte rosas, ninguna más hermosa que la otra o más grande, todas parecía haber nacido por voluntad propia.
         Mil rosas me sonreían esta nueva noche. Mil rosas esperando un ‘si’ como respuesta, pues no podía ser otra cosa que Ganesh pidiese en ese momento mi mano.
         Hablando de él, no lo vi en la recamara, pero eso no me impidió pararme de la cama y acercarme al arreglo más próximo para sujetar un pétalo y olerlo. ¡Que aroma más rico!
         –Con permiso, Señora – dijo Toran al entrar a la habitación –. Vengo a hacer el cuarto. – Tomó camino a la cama y retiró los edredones y las sábanas y solo al final las almohadas; miró que la mía estaba manchada de sangre, de lágrimas – ¿Ha estado llorando? – Le miré rencorosa. No podía saber nada de Aki, simplemente no podía.
–No preguntes. – ordené
– ¿Es por mi rey o por su hermano?
         –¡Es suficiente, Toran! – le grité dándole un manotazo al arreglo floral al que me había acercado para oler. Clío se despertó con un gruñido y los pelos de la espalda totalmente erizados, dispuesta a atacar a Toran. Las flores de despedazaron por completo, miles de sus pétalos azotaron en el piso, y los poco que quedaron se miraban demasiado patéticas.
         De un momento a otro había enfurecido de una manera bestial. Miré las rosas que Ganesh me había regalado, todas en el suelo, y quise ponerme a llorar. No sabía cómo era que Toran sabía lo de Aki, según que todos lo creían muerto.
         El siervo se hincó a mis pies y levantó uno a uno los pétalos. El coraje que tenía en esos momentos por ese inmortal me provocaba a lastimarlo, pero la razón tenía que ser más fuerte que eso. Calmé a Clío y le ordené que me siguiera.
Tomé lo primero que me encontré en el armario, me vestí y sin decir una palabra me retiré de la habitación.
         Carente de razón o propósito, ni siquiera con un fin consiente, salí de Palacio y comencé a andar por las calles de Hëdlard. No sabía que esperar de ella, no la conocía. Pero siempre se empieza con algo; dejando Palacio a mis espaldas me eché a andar con mis tres perros entre las calles.
         Al principio fue incomodo, yo miraba a todos y todos a mí. Supongo que entre vampiros tan viejos todos se conocían y ver a un inmortal nuevo no era algo que se viviese todos los días. Ellos estudiaban mis ropas caras y yo las suyas. No vestían elegantemente, pero se notaba cuanto procuraban su imagen, no me atrevo a describir sus atuendos, puesto que no lo creerían jamás – pero no por esa razón digo que vestían de manera extraña –, pero amaba su moda.
         Caminando, la ciudad se me hiso enorme, a pesar de que nunca me atreví a acércame mucho a los bordes de ella, llegó el momento que Palacio se perdía por instantes entre las casas y edificios. Noté incluso que, en cierta parte de la ciudad, la arquitectura era diferente, aparentemente la parte vieja de Hëdlard estaba más cerca de Palacio y la nueva pegado a las Korkea.
         Al norte no vi más que construcciones clásicas de una Europa Gótica, con techos de cobre verdes y paredes de roca gris. Casas donde las puertas de madera poco adornadas enmarcadas por arcos predominaban. No me molesté por entrar a laguna de ellas, las podía ver por dentro a través de las mentes y saboreaba su belleza, la frescura de sus paredes y las soledad de las habitaciones.
         La luz natural nunca era suficiente en Hëdlard, por lo que todas las calles eran parlantemente por luces artificiales provenientes de los numerosos faros.
         Hëdlard, parecía estar sobre un lienzo pintado con acuarelas, sus tonos iban del negro a todo tipo de azul, dichos colores le daban su característico aire frio, pero no por eso menos elegante.
         Cada muro, cada pilar, cada calle y avenida, todo estaba hecho y forjado con indescriptible perfección. Nunca vi casa alguna que tuviese defectos de construcción o alguna fisura en su estructura.
         –No deberías andar por las calles sin algún tipo de protección. – escuché decir a mis espaldas, pero no era la voz de Ganesh, ni de Aki – Si alguien te mira esos tatuajes creerá que traes algo caro encima, y aunque no te lastimen, te van a dar un buen susto.
         Era Gabrielle. Aquella viejecilla que me había abierto la puerta de su casa cuando el sol me alcanzó.
         –¡Gabrielle! – dije feliz de volver a verla, ella no lo esperaba, pero mi única reacción fue abrazarle efusivamente mientras que Cabo, Ehera y Clío la olfateaba, la parecer todo indicaba que si la recordaban.
         –Creí que te habías enfadado conmigo. – dijo extrañada.
         –Nanna, ¿cómo alguien se podría enojar contigo?
         –Si te dijera cuantas veces Aki se enojó conmigo, no me lo creerías nunca. – en un acto de ver que nadie nos mirase o siguiera, Gabrielle miró hacia un lado y hacia otro – Ven, vamos a un lugar seguro donde podamos hablar, ven, sígueme iremos a una muy buena taberna, te encantará.
         Con pasos lentos fuertes pero pesados, Gabrielle empezó a caminar frente a mí en dirección desconocida. Tras pocos minutos de camino me di cuenta de que nos encontrábamos en los extremos sur de la ciudad, en una parte donde ya pocas personas transitan a pie.
         Cuando llegamos al final de una calle angosta, iluminada solo por un farol, Gabrielle tocó en una puerta de madera, aparentemente muy pesada aunque pequeña.  Clío esperó detrás de mí.
         –Vamos niño, ábrenos la puerta que las Lundras nos vienen pisando los talones. – maldición, ni por un momento me había cruzado por la cabeza esas dos bestias.
         Una pequeña creatura, de no más de ocho años, con poca ropa, los pies vendados y piel morena y sucia, nos abrió de par en par la puerta sin preguntar nuestros nombres. Gabrielle se acercó a él y besándole la mejilla le dejó unas monedas en la mano. La diminuta creatura le sonrió mostrándole unos dientes putrefactos; casi me echo a llorar por las condiciones del pequeño.
         Pero no sabía que el interior estaría peor.
         Los perros entraron antes que yo.
         –Desgraciados. – les dije jugando.
         Cuando sacudieron su espeso pelaje de la nieve y frio empaparon las paredes de piedra de la taberna, pero no tardó mucho en comenzar a sacarse. Ese lugar era verdaderamente sofocante.
         Por todas partes había basura, de todo tipo. Las personas que en la taberna se sentaban, hablaban a gritos, otros cantaban y otros se insultaban. No creí poder concentrarme en la voz de Gabrielle si me hablaba en aquel lugar.
         Tuvimos que cruzar toda la taberna, pasamos junto a la barra; miré los enormes tarros de cerveza y las botellas de agua miel que ahí almacenaban. Al final, la taberna se dividía en tres naves. Dos laterales, que era más bien una continuación de la taberna, con mesas, sillas y mucha gente dentro; y la central, una angosta escalera que bajaba a un piso inferior.
         Usamos esa. Todo el ruido de la taberna disminuyó notablemente hasta que era difícil distinguir ya las pláticas. La atmosfera, de ser pesada y sofocante, paso a ser más fría y cómoda.
         Esta planta inferior parecía ser también parte de la taberna, pero con menos gente. Solo había mesas pegadas a la pared, dejando un ancho pasillo entre ellas, así, las meseras podían atender más cómodamente; inclusiva aquí abajo ellas parecían más relajadas.
         –¿Escuchaste eso? – me preguntó Gabrielle, pero yo negué con la cabeza, no había notado nada raro arriba – Están vivos.
         Bastó que me dijera para que mis oídos comprendieran que era ese palpitar constante de algo. Tenía razón, cada ser de la taberna tenía un corazón palpitante, vivo. Aunque no entendía por qué. Había confundido sus corazones con los de mis perros, pero no.
         –¿A caso son humanos? – dije a su oído y muy confundida, pero ella solo soltó una risotada que rompió la tranquilidad del piso.
         –No, mi niña, no. – Llegamos al final del gran pasillo donde nos sentamos frente a frente en una amplia mesa de madera vieja, Clío se hiso bolita a mis pies y sus críos se cobijaron junto el cuello de su madre. – Todos son Herejes. Paganos, magos, brujos y hechiceras que fueron perseguidos y destarados hasta la muerte del mundo mortal.
         –¿Estás hablando de magia?
         –No precisamente. Más bien del manejo de energías y espíritus. Nada es espontaneo, mi niña.
         Una amable mesera se nos acercó para preguntar qué íbamos a tomar, Gabrielle pidió dos cervezas.
         –¿Ganesh lo sabe?
         –No, y te pido seas discreta, mi niña. Llevamos muchos años aquí, y aún no es tiempo de que sepan cuántos somos o en donde estamos.
         –¿Pero qué es este lugar?
         –Nuestro refugio. Verás, cuando tu rey mató a Anna los vampiro rompieron su juramento de no lastimar a ninguno de nosotros. El precio sería matar a uno de los suyos, pero al estar Anna embarazada serían en realidad dos vidas por cobrar, y eso obviamente no le pareció a Ganesh; estaba dispuesto a dar la vida de un hombre, pero no de dos. De cualquier suerte cobramos la vida de Anna y de su hijo, y desde entonces nos persiguen.
         ‘Las ordenes de Ganesh fueron  matar a un solo hereje, pero a decir verdad, dudo que sus hombres respeten eso. Pocos son los que salimos del refugio, y los que lo hacen es solo para ir de caza.
         –Pero hay algo que no entiendo, Nanna. Aki me dijo que tú habías sido dama de compañía del su madre, Sybelle. ¿Eso no fue hace ya más de trescientos años, cómo es que sigues… viva?
         –No puedes llamarme vampiro por qué mi corazón aún late y no chupo sangre, – dijo riéndose – no moriré en muchos años, pero tampoco me puedes decir inmortal, porque mi muerte llega de forma natural. Es solo que mi tiempo de vida es mucho más largo que el de un humano. También el de todos en el refugio.
         La joven mesera volvió con un tarro de cerveza fría en cada mano. Mientras se acercaba, no pude evitar fijarme en su cuello y pechos desnudos, era capaz de ver como latía su corazón bombeando sangre a través de du piel.
         Tuve miedo de no poder controlarme, mi cuerpo estaba listo a dar un salto y alimentarme de ella, nada me detendría, yo era más fuerte que cualquiera en la taberna y si alguien se cruzaba en mi camino también le mataría.
         Me sujeté a la maesa con los dedos, quería controlar mi sed, no podía matarla, no podía. Conforme se fue acercando la joven fui enterrando más y más mis uñas en la madera. ¡No podía ser que sintiera esta sed apenas, si ya llevaba más de diez minutos aquí dentro!
         La amable mesera dejó ambos tarros de cerveza frente a Gabrielle y se retiró en seguirá. Nanna colocó un tarro frente a mí y me ordenó beberlo.
         –No puedo. – declaré incapaz de respirar.
         –¿Prefieres seguir martirizándote con la sangre de esa joven? – negué con la cabeza.
         –No pensé que lo hubieses notado, lo siento.
         –No te disculpes, mi niña, es normal. Vamos, te daré un poco de Teza, con eso te sentirás mejor.
         Nanna vació un diminuto recipiente de Teza entero en mi cerveza y me ordenó que me la tomase toda. Dijo que al terminarla nada me afectaría y podría comer como las personas ‘normales’.
         –No estoy muy segura de quienes son los normales… – comenté, no pudimos aguantarnos la risa ninguna de las dos puesto que era cierto, la normalidad era algo relativo para cada individuo – ¿Cómo murió Sybelle, no entiendo la razón de tanto odio entre Ganesh y Aki?
         –Yo estuve presente el día en que Sybelle murió. Llevaba diez meses de embarazo, demasiado para una inmortal, por lo mismo, las dos creaturas empezaban a ocasionarle problemas a su madre y a lastimarse ellos mismos. – le dio un trago a su cerveza y yo a la mía – Cuando escuchas como una madre se deshace en gritos de dolor eres capaz de lo que sea; Venilla y yo estábamos dispuestas a matar a los niños con tal de salvar la vida de Sybelle, pero su madre nos imploró por qué no lo hiciéramos, ella estaba dispuesta a dar la vida por sus hijos y nosotras debíamos respetar su decisión.
         ‘Pasó poco tiempo para que la labor de parto se hiciera inminente. Ocurrió en cuanto el sol se ocultó. Sybelle comenzó a dar gritos de dolor, no dejaba de implorar que salváramos a sus hijos, y no pudimos hacer más, era seguro que iba a morir. Una vez empezado el parto no hay manera de no arriesgar la vida de la madre.
         ‘Estuvimos cinco horas en los aposentos de Sybelle, a la quinta nació Aki. Yo lo vi primero y a mí me enamoró. Tal cual salió del vientre de su madre, Aki ya tenía los ojos abiertos y brillosos, su piel era extremadamente blanca, tanto que absorbía la luz de la habitación; nunca conocí creatura más hermosa que esa.
         ‘Me había perdido tanto en aquella creatura, que Venilla tuvo que encargarse de Ganesh, y cuando nació a ella le ocurrió lo mismo, ninguna pudimos separar los ojos de tremendas criaturitas. Aunque el gusto no nos duró tanto tiempo.
         ‘Su madre nos llamó a su lecho de muerte y le susurró a Venilla en nombre de ambos hijos. No pasaron ni dos minutos cuando su madre yacía muerta a la mitad de sabanas manchadas de sangre.
         ‘Venilla se encargó de lavar su cuerpo y prepararlo para la ceremonia funeraria, mientras que yo limpiaba, curaba a los bebés y los depositaba en un lecho cálido y seguro.
         ‘A su madre la quemaron en el bosque, su lugar favorito. Aun recuerdo los días en los que ella se escapaba y no la encontrábamos hasta dos o tres días después, cuando sus ropas no eran más que jirones y sus manos tenían costras de lodo pegadas.
         Gabrielle guardó silencio un tiempo, como si aún le doliera la pérdida de Sybelle, pero no tardó en volver a hablar, solo demoró un par de tragos de cerveza.
         –Aki y Ganesh se criaron juntos, – dijo – Venilla no tuvo mucha oportunidad de cuidarlos, por que murió a los pocos meses; pero yo sí. Eduque lo mejor que puede a los dos por igual, pasaba día y noche a su lado, sin una madre la única responsable de su educación era yo.
         ‘Fue hasta que cada uno pudo tomar sus propias decisiones que yo intervine. Cuando ambos dejaron de envejecer yo me retiré. Llevaba setenta años sirviendo a la familia y para un hereje si es algo que pesa. Además me era estrictamente necesario que lo hiciera.
         ‘A partir de eso, solo ellos dos saben lo que hicieron. Su padre no les ponía mucha atención, así que ahí pudieron desarrollarse muchos problemas entre los dos. Supe alguna vez que Aki se había metido en problemas con una joven vampira, paro nada confirmado.
         ‘Mientras tanto, yo pasaba mis días entre mi gente, viajaba de vez en vez a Vaasa. Trabajé mucho aquí en Hëdlard, cuidé ganado en Vaasa, todo para poder construirme una casa lejos de Aki.
         ‘Y un día, me dijeron que Aki se había enamorado y comprometido con una joven hereje. Anna. Sus padres son dueños de esta taberna y yo los conocía desde entonces así que conocía a la niña, no tenía más de cincuenta años de vida pero su cuerpo era de la misma edad que el de Aki.
         –¿Cómo era ella? – pregunté mientas me ocupaba de darle más sorbos a mi cerveza, que en verdad estaba fabulosa.
         –Se que Aki te ha hablado de ella, así que puedes saber que era buena niña. Joven, pero parecía muy sabia; Aki no estaba tan corrompido como lo está ahora, y por eso ella pudo ver en él algo bueno y decidió apoyarlo en todo.
         ‘Los padres de Anna siempre han querido a Aki, no lo culpan por su muerte ni cuestionan su huida, pero a ellos les pesa tanto como a Aki la perdida de semejante muchacha.
         ‘Al enterarme de su relación no pude mantenerme cerca de ellos, no por miedo a lastimar a Anna, no, era porque a mí no me gusta el masoquismo. Decidí ir a llorar mis penas a otro lado, a un lugar donde pudiese estar sola, pensar las cosas y cuidar de mí, lejos de todo ese lio.
         –Estabas enamorada de Aki. – era difícil creerlo, sobre todo ahora que ella podía ser su abuela, pero entonces me puse a observarla mejor, sus facciones correspondían a una mujer delgada, esbelta, exótica. Su piel oscura y sus labios oscurecidos, sus ojos negros y sus enormes pestañas.
         –Si, como te dije, desde el primer momento en que lo vi, no pude dejar de amarlo; y aún lo hago, pero de una manera más sabia y menos lacerante para ambos. – Lo que me había confesado no me molestó para nada, Gabrielle era ahora mayor y sabría respetar a alguien como Aki. Estoy segura que por su mente nunca pasó la idea de interponerse en mi camino. – Por eso mismo me separé de él. Aki no supo de mis sentimientos hasta que Anna murió, pero aún así nunca pretendí nada, no si él no quería.
         ‘Pero en fin. Como bien has de notar, a mí solo me importaba lo que hiciera Aki. Él y Anna estaban a punto de anunciar su compromiso cuando el rey murió, o al menos eso entendí. La muerte de Águila de la Noche – como todos le decían al rey – fue algo inesperado, algunos dicen que fue un día cuando fue de caza, otros que lo asesinaron, pero claro, Ganesh asegura que fue Aki quien lo hiso, no sé. Pero a partir de esa noche Aki tuvo que ocultarse y a su ausencia Ganesh tomó la corona.
         ‘No se auto nombró, como podría mal entenderse, pero era a Aki a quien le tocaba ese lugar.
         ‘Ganesh quería hacer justicia, empezando por su hermano, al que primero debía capturar y obligar a que confesara cómo murió su padre. Nunca supieron la verdad, Aki no se dejó atrapar y el día que lo hicieron, Ganesh no se tomó la molestia de escuchar, según él era más que claro que estaba ocultando algo, así que lo asesinó, a él y a Anna.
         ‘Los herejes se enteraron dos días después, cuando les entregaron el cuerpo de Anna. Su padre mató al guardia que había entregado el cuerpo y al mensajero, dos muertes. Ojo por ojo.
         ‘Supe de esto hasta que una noche, cuando sacaba a mi ganado a pastar, Aki llegó sin aviso. Venía sucio, muy sucio, sus ropas ensangrentadas, hecho huesos. Aki no habló durante una semana entera, su silencio me volvía loca pero su condición me mataba, parecía estar inconsciente todo el día mientras dormía. Pero solía despertarse gritando cada noche, como si la muerte de Anna se repitiera una y otra vez, no sé cuánto tiempo duró en esas condiciones antes en encontrarme.
         ‘Fue hasta el octavo día que habló. Primero se puso a llorar, desahogó toda su ira y su dolor en mí, relató todo lo que había pasado entre él y Anna, sus planes y sus sueños, todo. A tal punto llegó que no pude evitar pedirle que se detuviese, le dije que no quería oír más esa noche. Cada vez que pronunciaba su nombre lo hacía como si alabase a una diosa y no hay cosa que más lastime a una mujer enamorada que ver cómo él ama a otra más que nada en este mundo.
         ‘Yo hubiese podido morir en ese momento y él no me hubiese siquiera llorado como a ella. Sus razones tenía, pero me dolía.
         ‘Al fin y al cabo, Aki se quedó a vivir conmigo en la pequeña cabaña que tú  conoces más de cien años. Mientras yo envejecía, él curaba sus penas y rencores, alguna vez alcancé a pensar que había perdonado a su hermano, pero no estoy segura. Solía desaparecerse los meses de primavera para internarse en las Levi, y cuando regresaba me tria con sí dos o tres lobos frescos junto con un par de liebres o un oso entero.
         ‘Se que Aki me quería, pero como su madre, solo como eso. Podía mirar dentro de su alma y veía su devoción hacia mí, veía lo profundamente agradecido que estaba conmigo, pero nada más. Cuidaba si mí si enfermaba, me daba de su sangre si me veía estar al borde de la muerte.
‘En verdad Antaris, no le reprocho nada. Todo el amor que yo sentía hacia él, Aki me lo devolvía con su cariño de hijo. Y conforme fue pasando el tiempo aprendí a quererlo como madre que soy de él, y solo eso.








¿Quieres un ‘si’?



        
         –¿Pero cómo explicas entonces que Aki haya sobrevivido? – pregunté – Es decir, no creo que Ganesh no se hubiese asegurado de que su hermano estuviese bien muerto antes de…no se, quemar el cuerpo o algo.
         –¡Eso fue lo peor! – respondió Nanna – Según las tradiciones de Hëdlard, los cuerpos de los condenados no se queman ni se les da ceremonia, y Ganesh, ni por tratarse de su hermano o ser el antiguo príncipe se molestó en darle un funeral digno. ¡Ese fue su error! El verdugo que ‘mató’ a Aki pensó que había terminado su trabajo cuando Anna murió, pero se olvidó que no basta con desangrar a un vampiro para que muera. Y lo dejó vivo, débil y demacrado, pero vivo.
         El tiempo pasó y las historias de Gabrielle me habían tomado casi toda la noche, seguro ya me estarían buscando en Palacio.
         –Nanna, es mejor que me vaya. – me puse de pie. Mis perros se levantaron de un salto y empezaron a caminar junto a mí.
         –Si, mi niña, ya es tiempo. – se paró de su cilla y me acompañó hasta la puerta – Espero verte de nuevo antes de que cualquier cosa mal o buena, pero importante, pase.
         –Si, Nanna, gracias. – besé su mejilla para despedirme – Te veré luego.
         Tan pronto como salí me eché a andar. Y claro, no anduve ni tres calles cuando vi a Toran en la esquina esperándome con las riendas de un frisón en las manos. Una vez más, sin explicación mi sangre se encendió de coraje. ¿Qué traía contra ese maldito sirviente? No sé, pero había algo en él que no me agradaba precisamente.
         –¡Señora, espere! – dijo cuando pasé frente a él sin siquiera voltearlo a ver – He traído esta yegua para usted.
         –Gracias, Toran, pero créeme que así como llegué hasta aquí puedo regresar. – y continué caminando.
         –Son órdenes de mi rey, la espera ya en Palacio y quiere que se apresure.
         –Las órdenes de TU rey me van y me vienen de la misma manera que tus palabras,  gracias.
         –Señora – dijo atravesándose en mi camino –, no puedo dejarla andar hasta Palacio, usted será la reina en poco tiempo y debe darse su lugar como tal, por favor, acepte la yegua. – Bien, debo aceptar que la mirada que ahora traía Toran era sincera, y por lo mismo acepté.
         –Si tanto te importa que me de mi lugar como reina, te prohíbo te vuelvas a interponer en mi camino o me siguas a donde voy. ¿Entendido? – dije vengándome de él – Por qué no creas que no me di cuenta de que me venías siguiendo los pasos.
         –Tan no se dio cuenta, Señora, que pude ver a que taberna entraba y con quien. – ¡CUANTO LO ODIO!
         Toran cogió las riendas de la yegua y me las entregó. La bestia medía más de un metro con setenta del suelo a la cruz, sus crines eran negras, rizadas  tan lardas que casi le tocaban el encuentro del pecho, un animal de más de quinientos kilos de peso.
         Lo mejor era que ya venía engrasillada con la silla y riendas que o misma había escogido. Un regalo de Ganesh, según me dijo Toran.
         –¿Cuál es el nombre de la yegua? – pregunté
         –Bagria.
         Tan pronto como estuvo sobre las espaldas de la yegua le encajé los talones en las costillas y esta salió a galope tendido. Al parecer esta vez si les costó trabajo a mis perros seguirme el paso, pero nunca se separaron mucho de mí.
         Esta particular noche, el viento había soplado tanto que, sin notarlo, se había despejado un perfecto circulo de nubes sobre todo Hëdlard y parte del lago Tumma; y justo al centro y al frente del mismo estaba la luna, iluminando las diminutas olas que producía el lago.
         Pero lo esplendido de la noche no se reducía a eso, las crines y el pelo de la yegua – totalmente negros – también tenían destellos plateados debido a la luz de la luna. Sin perder detalle galopé el resto del camino hasta que llegué a la costa del lago.
         Tan cerca del mismo, donde las luces de la ciudad solo se veían si me giraba, el resto del panorama era un completo horizonte dividido en dos; el primero con la inmensa negrura de las aguas del Tumma, y el segundo con el cielo, que era un poco más claro gracias a la luna y las nubes. Por supuesto, no debo olvidar mencionar las estrellas. Dentro del mismo claro que las nubes habían formado, un espejo del lago se alzaba: millones de estrellas en un inmenso lienzo color azul petróleo donde solamente la mascada de luz blanca de la luna perturbaba el oleaje estelar.
         En esos instantes no me dieron más ganas que de estar sola en un punto alto de la ciudad. ¡Qué maravilloso es ser la futura dueña del único edificio y palacio más altos de todo Hëdlard!
         Y precisamente, con esas incontrolables ganas, no pude resistir a la idea de largarme a MI Palacio.
         Faltaban pocos metros para llegar a Palacio, la fila de guardias montados empezaba desde ese punto, tomé con fuerza las riendas de la yegua y las apreté junto con mis talones, poco a poco y con aires suntuosos y a decir verdad muy exagerados y gallardos, el frisón empezó a trotar.
         Ningún soldado se movió pero no por eso no noté las miradas de envidia que me lanzaron; no sé si por mí misma o por la yegua – quizás ambas –, de cualquier manera sentí una jugosa satisfacción. Me enorgullece decir que, al menos, las únicas veces que siento gozo de la envidia de otras personas es cuando estas son soberbias o se creen más que yo; cuando la envidia viene de alguien notablemente humilde o que yo estime simplemente me siento mal, porque sería ponerme en el  lugar de los primeros.
         Seguido de la línea de soldados la yegua continuó reduciendo la velocidad hasta que solo trotinaba a trancos cerrados. Apreté una vez más mis piernas y mis riendas y Bagria se detuvo sin mucho esfuerzo.
         –Señora. – dijo el siervo que me recibió.
         –Gracias. – dije y desmonté la yegua.
         Tuve que esperar unos cuantos minutos para que mis perros llegaran, los tres con las lenguas de fuera y muy sedientos. Una vez juntos me apresuré a subir. Una vez más, Palacio era otra cosa, muy distinta al resto de Hëdlard. El mundo podría estar derrumbándose y Palacio seguiría erguido a la mitad de la nada. O por lo menos esa impresión me daban sus columbras de mármol incrustadas de plata.
         En cuanto estuvimos dentro perdí la pista de mis perros, no se si se subieron a tomar agua o simplemente a dormir,  de cualquier manera no se perdieron.
         –¿Ganesh? – pregunté al no ver movimiento algún. Lo llamé  un par de veces y sin obtener respuesta me decidí a explorar el resto de las salas buscándolo.
         Y vaya sorpresa que me llevé. Palacio no solo estaba conformado por los dos pisos que creía; cuando entraba a las naves laterales, al fondo, había una escalera que llevaba a dos pisos inferiores.
         Antes de poner un solo pie en las escaleras llamé de nuevo por su nombre a Ganesh, pero tampoco contestó. Fue así que me dispuse a bajar; sin hacer ruido, escalón por escalón. Afortunadamente estas escaleras estaban cubiertas por alfombra lo bastante gruesa como para silenciar el golpeteo de mis botas contra el piso de mármol, el único problema fue que el barandal era de metal sólido y sonaba cada vez que desliaba mis manos sobre él. De cualquier forma no había nadie tampoco en  esa planta. Era solo el estudio de Ganesh.
         Un impresionante museo de cosas. Las escaleras seguían un piso más abajo, pero tenía que echarle un vistazo rápido al estudio antes de continuar. La alfombre de esta sala era color café y estaba iluminada escasamente por cinco lámparas de luz eléctrica en cada esquina y una al centro, como si necesitáramos luz para leer un pergamino – a los ojos de un inmortal es posible leer hasta con el reflejo de la luna en el lago –. Pero claro, no hay que olvidar que somos excesivamente despilfarradores y hasta el gasto más estúpido hacemos para sentirnos mejor; al fin y al cabo tenemos toda una eternidad por delante para seguir juntando dinero y gastarlo a nuestras anchas.
         El estudio hubiese podido ser un lugar muy iluminado, pero todas las ventanas estaban cerradas y oscurecidas por las pesadas cortinas de Palacio.
En las paredes solo colgaban dos cuadros. El primero estaba del lado sur, era un lienzo muy antiguo, la pintura estaba desgastada y los lugares en donde el lienzo no había sido pintado este estaba casi totalmente amarillo debido a los años. Al centro estaba retratado, entre un cielo negro, una edificación entera, calculo que no más de tres pisos de alto, pero no pisos normales, sino de doble altura, como se acostumbraba hace tantos años. El centro de la construcción estaba conformada por una amplia cúpula, que poco se veía, pero ahí estaba; a cada lado había una estatua de bronce representando a Quinn y Elba, los hijos mayores de la Luna.
         No pude creer la precisión de la pintura, podía ver los pliegues de la ropa de los dioses, podía también ver las expresiones de sus ojos, todo.  No se diga más del resto, cada piedra, cada ventana y puerta que en la pintura estaba representada estaba elaborada con una precisión sobrehumana increíble.
         Solo al final, cuando me fijé en una de las esquinas inferiores pude ver de qué se trataba la pintura, y precisamente era el antiguo palacio, el Recinto de Plata.
Databa del siglo XIX esa obra de arte, increíblemente vieja, pero hermosa.
         Del lado norte estaba el segundo cuadro, iba casi de piso a techo, como el otro, solo que este tenía un tema distinto. Era un mapa, el mapa de Hëdlard. La tela donde este había sido trazado sacaba a relucir todas las correcciones que había sufrido, borrones por aquí y por allá.
         El mapa no solo mostraba a Hëdlard, al centro estaba el lago Tumma, con sus islas, a la derecha estaban descritas las Korkea, grandes como bien decían, luego venía la ciudad, Jalo Veri, la isla de Palacio, y solo hasta el fondo, del lado izquierdo, Vaasa. Nunca hubiese imaginado la forma que tomaban las montañas Levi, ni la ubicación del lago que nunca se congela. ¡De mucha ayuda mu hubiese ayudado este maldito mapa cuando me fui de Hëdlard!
Como sea, este cuadro era igual de exacto y grande que el otro, pero por alguna razón no me creaba la misma sensación de realismo que el otro.
         Pasando a otras cosas, lo único que me faltaba ver era el escritorio de Ganesh. Era un tremendo contraste, más bien un desastre, papelas por todos lados sin ninguna orden aparente. Me sentía en el despacho del difunto Señor Gäge. Lo único bonito de ese enorme escritorio desastroso era la madera, donde al frente estaba la cabeza de un águila al vuelo tallada sobre relieve, de ahí en fuera.
         Sin más que ver, me dispuse a bajar al último piso de Palacio, a ver que otra maravilla desastrosa me encontraba.
         A diferencia del estudio, la biblioteca de Ganesh parecía más acogedora y tranquila, sin ese aire amenazante. Las alfombras y los muebles estaban hechos en tonos claros y con poco detalle. Como dije, un total y rotundo contraste a su estudio.
         En la biblioteca, todas y cada una de sus paredes estaban infestadas por estantes saturados de libros y pergaminos. La gran mayoría de los libros tenían lomos de piel grabados con calor, pero supongo que también podía encontrar extremas rarezas si quería.
         En ese preciso momento me adueñé de un estante y miré entre los libros para ver los autores. Todos mortales. Vaya, que gracioso.
         Desde escritores del siglo IV hasta contemporáneos, ingleses, portugueses, americanos, hindús, lo que yo quisiera había ahí dentro; y no dudo que todos esos libros ya había pasado por las manos de Ganesh.
         –Me buscabas. – dijo él desde el centro de la biblioteca. El muy rey estaba acostado leyendo sobre un lecho de almohadas y colchas a la mitad de la sala, sin preocupaciones o prejuicios.
         –Me pereció era al revés, mandaste a un sirviente a buscarme, a Toran.
         –De ninguna manera. Tú no estás bajo mis órdenes, Antaris – casi me desmallo al oír esas bellísimas palabras –, tú eres mi reina y yo tu rey, nadie tiene poder sobre el otro porque ambos somos iguales. Y de haber sido así nunca hubiese mandado a uno de tus sirvientes a buscarte, hubiese mandado a uno de los míos. – rió el soberano – No dejes que se rían de ti de esa manera, te recomiendo un buen castigo a tu sirviente en cuanto le veas.
         –Así no soluciono las cosas – dije –, aunque no debo negar que eso crearía en mi una tremenda satisfacción.
         –Me haces sentir un tirano cuando actúas de esa manera.
         –Es debido a tu misma tiranía que la gente te respeta, mira como me tratan a mí.
         –Tal vez tengas razón.
         El muy descortés ni siquiera se molestó en invitarme a sentarme a su lado, pero tampoco le pedí permiso, caminé hacia su lecho y junto a él me acosté. En un solo movimiento, Ganesh retiró su brazo y lo pasó por mis hombros mientras que yo me reclinaba sobre su cuerpo. Hundió su nariz en mi pelo y besó con suavidad mi cabeza, no me rechazó ni una sola vez, quizás no había sido descortés, sino descuidado, no sé.
         –¿Ahora si me contarás que viste en Vaasa? – dijo a mi oído – La primera vez que te pregunté te negaste a hacerlo.
         –No pasó mucho. – contesté – Además de encontrarme a mis perros creo que no.
         –¿Qué me dices del sol, alguna vez te alcanzó? – asentí.
         –Un par de veces me vi obligada a dormir a la mitad de la nada por el sol. – odiaba mentirle, pero al parecer en la mayoría de mi relato lo tendría que hacer. – Si hubiera seguido te por seguro que estaría ciega.
         –¿Y la sangre, te costó mucho trabajo cazar?
         –No en realidad. Las montañas Levi abundan en animales, pequeños peor muchos. Inclusive tuve la oportunidad de beber de un Kelpie.
         –¿Y cómo sucedió eso? Es decir, te creo, pero es muy difícil encontrarlos ya, desde hace más de cien años solo los he escuchado relinchar desde lo más alto de Palacio.
         –Pues, cuando salí de las montañas yo no encontré animales para alimentarme, no recuerdo bien pero creo que pasé un poco más de una semana sin beber ni una sola gota. – mitad mentira mitad verdad – Estoy segura de que estaba en las últimas cuando llegué a la orilla del Tumma. Ahí estaña las yeguas y sus críos; pero no me percaté de ellos ni ellos de mí, estaba muy débil. A tal grado que ni siquiera tenía control de mi conciencia o cuerpo y me arrojé al agua. No pasó mucho tiempo y un macho enorme legó para alejarme del territorio. Solo recuerdo haberlo sujetado del cuello y haber bebido hasta matarlo.
         –Me temo que los Kelpies no tendrán muy buenos recuerdos de ti, has vencido a un macho y no te atacarán, pero con su ayuda no cuentas. – dijo conteniendo una sonrisa – Eso explica tu fuerza.
         –¿A qué te refieres?
         –A que desde que volviste has madurado más de lo debido, precisamente como si hubieses bebido de alguien más, peor ya veo que fue de un Kelpie. – ¡bendita mentira! – Te esperaba encontrar con los mismos reflejos torpes o con el mismo pésimo oído con el que te fuiste, pero no. – Con su mano sujetó el contorno de mi rostro y me giró hacia él. – Inclusive tus ojos cambiaron.
         Pero aparentemente mis ojos estaban en mis labios, porque no dejaba de mirarla. Su reacción fue sutil y me cerró la boca – literal y metafóricamente – con un beso. Amaba como aquella línea rosada que tenía por labios hacían temblar mi cuerpo, cada beso resultaba ser distinto pero proveniente de la misma persona, de la misma alma.
         –No tengo miedo de admitir que te amo, no más de que antes tenía – decía sin dejar de rozar mis labios –. Tengo miedo a morir sin antes haberte entregado todo el amor que he reservado para ti durante toda mi vida. No te diré que te he esperado estos trescientos años; pero sí que eres la única mujer a la que le he entregado por completo mi amor, confianza y alma, Antaris.
         –Confundes mi corazón como nadie ha hecho nunca. – declaré, y era cierto, cuando empezaba a creer que Ganesh solo se quería casar conmigo por tener una reina a su lado, yo misma me tragaba mis palabras, por que poco a poco comprobaba que lo que decía sentir era cerdad.
         –Eso quiere decir que tú también me amas.
         –Así es. Y te amo tanto que temo no pode sacar de mí nunca. – giré mi cuerpo completamente hacia él, refugiándome entre su pecho y su cuello. Eran tan ciertas mis palabras que por poco se me salen las lágrimas, tenía  unas ganas incontrolables de llorar debido a la confusión y no quería que él lo notara.
         –Ni por un momento te he dado razones para hacerlo, te digo que te amo, y es completamente cierto... – se quedó callado, como si tuviese algo más que decir pero que no lo había dicho por miedo a un rechazo. En ese momento alcé la cara hacia la suya y lo miré fijamente.
         –Algo ibas a decirme.
         –Eres la única mujer con la que estoy dispuesto a casarme. – De no haber sido por las dudas que envergaban ese tema, estoy segura, me hubiese derrumbado de la emoción. – Dejando a un lado que Fiura quiere que este casado, si he de casarme algún día va a tener que ser contigo, de otra manera Hëdlard se va a tener que buscar otro rey, porque este no se casará nunca con nadie.
         –Solo te pido tiempo. Te amo, pero quiero aclarar mis dudas antes de tomar cualquier decisión, quiero estar completamente convencida de que esto es lo que quiero.
         –Esperaré. Y mientras tanto no dudes en que cada día trataré de enamorarte un poco más.
        








Su versión

 

 

        
         Sin nada más que hacer, ambos permanecimos quietos en su lecho. Noté que a sus espaldas había un montón de libros abiertos, ninguno parecía haberse leído por completo. Y es que esa era la costumbre de Ganesh, nunca leía un solo libro a la vez, decaí que se aburría, así que tomaba dos o tres más y alternaba de manera aleatoria su manera de leer. Eso sí, me aseguró que todos y cada uno de los libros que ahí tenía los había obtenido él mismo y los había leído ya. No imaginaba siquiera la posibilidad de leer tanto, de retener todo y ni confundirse.
         En poco tiempo amanecería, desde el lecho lo podía notar, mis ojos se empezaban a cerrar involuntariamente, y mi mente poco a poco me pesaba más. Ahí, junto a Ganesh, acurrucada entre su cuerpo y su corazón pude haberme quedado dormida, pero tenía preguntas que hacerle, preguntas importantes.
         Quería saber lo que él pensaba de Aki, la versión de lo sucedido. Ya sabía dos, la de Aki y la de Gabrielle, los presuntos héroes, ¿Qué diría entonces el villano?
          –Como rey has de llevar una vida muy solitaria. – dije –.
         –¿Te preocupa a caso eso? – respondí que no de inmediato – A mi tampoco. Es verdad, no tengo a alguien a quien llamar amigo o confidente, el único que tenía murió hace muchos años.
         –¿Quién era?
         –Mi hermano. Pero como he dicho murió hace ya tiempo.
         –¿Cómo pasó? – para mí las cosas cada vez se ponían más tensas, luego de que Ganesh me contase esto podría sacar conclusiones, lo cual me aterraba.
         Ganesh no pudo contestar al instante, se me quedó mirando fijamente mucho tiempo.  A pesar de que yo sabía la respuesta ansiaba volverla a oír.
         –Es una historia un tanto larga, que no quiero contarte ahora. Pero responderé a tú pregunta. Yo di la orden para que lo mataran.
         –¿Qué hiso para…?
         –Lo acusé de conspiración, insurrección y asesinato. Además de una traición moral hacia mí. – retiró su mirada de mí – Era mi mejor amigo, mi hermano, antes de que todo acabase para él supe todos los secretos que a mí y a mi padre nos había ocultado. Secretos por los cuales también se le incriminaban muchas más muertes. Muertes de mortales e inmortales.
         ‘Mi hermano pudo haber sido una buena persona, pero te aseguro que manejaba más de una vida; una que siempre nos mostraba a mí y a mi padre y otra que lo pervertía al grado de desconocer a su rey.
         –¿Te refieres a su padre? – asintió
         –Podría jurar que su perversión llegó a tal grado que con sus propias manos lo mató. – en serio que este tema lo ponía muy tenso, triste hasta cierto grado – Amaba a una Hereje y por la espalda la llevaba a las fauces de la muerte. – se refería a Anna – Pudo haberla salvado, tuvo la oportunidad de dar su vida por la de ella, ¡yo mismo se lo propuse! Y se negó. Si tan solo la hubiese dejado ir seguramente su hijo estaría vivo.
         –¿Te arrepientes de haberla matado?
         –¿Arrepentimiento? – me reclamó – ¡Es culpa lo que siento, Antaris! Mate inocentes, me volví quizá más malvado que él. Si solo me hubiese cobrado la vida de mi hermano las cosas no estarían como están. Tengo a todo un ejército de Herejes ocultos, en quien sabe que parte de la ciudad, esperando el momento para vengar la muerte de esas dos creaturas que injustamente ambos llevamos a la muerte.
         ‘Hay algo más fuerte que un rumor que afirma haber visto a mi hermano vivo. ¿Cómo creerlo si yo mismo lo vi muerte?
         ‘Tengo a Fiura  presionándome de día y de noche para que haga algo al respecto. Me ordena que me case, y te sonará muy dulce, pero no lo quería hacer hasta que no estuviese seguro de haber encontrado a la persona correcta.
         ‘Si es verdad que mi hermano está vivo… No sabría cómo reaccionar, lo odio con toda mi alma, pero no deja de ser mi hermano.
         Sin palabra alguna permanecí quieta. No podía pensar, lo que me había dicho había sido simplemente extraño, totalmente diferente a lo que yo me hubiese imaginado. Pensé que habría más odio, más deseos de matanza y venganza, pero no.
         Estaba empezando a considerar la posibilidad de que Ganesh se casara conmigo no solo por el hecho de tener una reina a su lado. Bueno, siempre y cuando todo lo anterior fuera cierto.
         Poco pude quedarme pensando, Ganesh deseaba irse ya a dormir.
Al momento de llegar a la habitación, no me percaté de que las cortinas estaban corridas, dejando que torrenciales de luz solar entraran por la recamara. En realidad no me había importado por que la luz de sol ya no me afectaba en lo más mínimo, pero según las mentiras que le había contado a Ganesh, yo seguía siendo igual de vulnerable e indefensa como antes.
         Entré, dejé sobre la cama algunos libros que Ganesh había decidido traer, busqué a mis perros y descubrí que Ehera y Cabo estaban debajo de la cama jugando con una pelota, también descubrí que mi perra estaba al fondo de la habitación mirándonos, en fin hice muchas cosas sin siquiera molestarme del sol. Ni siquiera noté que Ganesh no se había movido de la puerta, permanecía como estatua mirándome, hasta que dijo:
         –¿Antaris, que demonios te ha pasado? – lo primero que me vino a la mente era que traía alguna mancha de sangre en la ropa o marca de la que no me hubiese dado cuenta, inclusive me revisé raídamente la ropa y el cuerpo, pero no había nada extraño. – No es posible.
         –¿Qué cosa?
         –¡El sol, mujer! – parecía queme arrojaban a una alberca de agua helada, lo había olvidado por completo, por más sangre que hubiese bebido de algún animal o de un Kelpie, el tiempo transcurrido desde mi creación no era suficiente como para que yo fuera capaz de mirar a la luz del sol.
         Como no contesté, Ganesh, caminó con pasos firmes, y hasta cierto punto, pesados, para sujetarme con fuerza y mirar dentro de mis ojos. No estaba precisamente furioso, puesto que no sospechaba nada, pero estoy segura de que algo raro en mí había. Sin encontrar gran cosa, me soltó, sin pedir permiso o avisarme siquiera, abrió el armario y empezó a esculcar entre mis cosas. No sabía que esperar.
         –¡Quién te dio esto? – Sujetada con una mano traía el frasco de Teza de Palta y en su cara una mueca de ira – ¿Gabrielle, no es verdad? – solo distinguí como el frasco rojo se partía en mil pedazos sin que uno solo penetrara su piel mientras el liquido se escurría por todo su brazo y caía al piso creando un abundante charco sobre el piso de alfombra.
         –No… – dije nerviosa, sentía que en cualquier momento Ganesh podría perder el control y hacerme daño.
         –¡No hay otra persona en todo el mundo que pueda darte esto! Tuvo que ser ella, respóndeme. – nuevamente me tomó por los hombros impidiéndome que me alejara.
         –Si, fue ella.
         –¿Sabes quién es ella? – no quise siquiera responder, los dedos de Ganesh apretaban tanto mis brazos que temía pudiera encajarlos con la suficiente fuerza para sángralos.
         – Se perfectamente quien es, ella me salvó de quedarme ciega, sin su ayuda te aseguro nunca hubiese vuelto. No sé nada de su pasado, ni lo quiero saber, pero te aseguro que es la persona más buena que jamás halla conocido, nunca se negó a ayudarme. Si me dio la Teza no fue por que tuviese intensiones de hacerme daño, solo quería ayudarme.
         Un absoluto silencio inundó a Palacio entero. No sabía si lo que le había dicho a Ganesh había sido lo correcto a o no, pero no podía arriesgarme a que le hiciera laguna daño a Gabrielle.
         –Ahora, si no te es molestia, suéltame. – le dije – Nunca han sido mis intensiones mentirte, pero no todo se puede en esta vida.
         –¿Qué me quieres decir?
         –Descansas, Ganesh. – dije al meterme a la cama y dejarlo con las palabras en la boca.
         –Antaris. – iba a decirme algo, pero se limitó a guardar silencio y acostarse a un lado de mí.
         Ese preciso día me costó más de lo normal dormir, a pesar de que el sueño de un mortal se hace casi inevitable por los días, mis ojos tardaron tiempo en cerrarse. A pesar de todo, no tuve ningún sueño.
         Se que Ganesh tampoco pudo dormir muy pronto, esa noche no me tocó, su cuerpo permaneció del otro lado de la cama todo el día, como si algo de mí lo repeliera. Pienso que tal vez se sintió un poco culpable por lo que me había dicho y hecho, yo que sé.

        








Jarkko







Lo primero que escuché la noche siguiente fueron los truenos de la tormenta al despertarme, como era su costumbre, Ganesh no estaba en la cama.
         –¡Toran! – llamé, el sirviente entró por la puerta en seguida – ¿A dónde ha ido Ganesh?
         –Me parece que ha ido con Fiura. – con esa respuesta me hubiese bastado, pero Toran tuvo que abrir la boca – Seguramente fue a comentar lo de su discusión anoche.
         Seguramente si no hubiese despertado de mal humor esa noche no le hubiese dicho nada, pero la ira era más grande que mi cabeza. En serio, odiaba demasiado a Toran.
         –Nunca te pregunté ‘por qué’. Toran, te lo advierto, si insistes me encargaré de que termines muchos metros bajo tierra.
         –Hum… conveniente para ambos, ¿no le parece?
         –¡Ya lárgate!
         Apostaba que Ganesh no estaría en toda la noche, y tenía que preguntarle muchas cosas a Gabrielle. Rápidamente me vestí, tomé mis votas de piel, me puse la capa y me cubrí la cabeza con la capucha. Ordené que me trajeran a Bagria y pronto menté a ella.
         La tormenta que abrasaba todo Hëdlard ya había formado charcos inmensos en las calles, a pesar de eso la yegua no dio ni un solo paso en falso, pisaba los charcos como si no existieran y no dejaba de subir y bajar la cabeza en movimientos duros y repentinos.
         Crucé toda la ciudad a galope, inclusive di más vueltas de las debidas para asegurarme de que Toran no me seguía, aun que si lo hubiese querido él estaría ahí. No sabía aún exactamente cómo me iba a deshacer de él.
Cuando arribé a la taberna sujeté de un árbol a Bagria, dejando a la yegua segura, me decidí a tocar la puerta.
         –¿Quién? – preguntaron desde el interior – ¿Quién, he dicho? – los pesados pasos del hombre que exigía saber quien era, se acercaron a la puerta para escuchar mejor.
         –Si dijera mi nombre no sería de mucha utilidad, Señor. Vamos, apresúrese y abra la puerta. – ordené.
         Escuché como el seños murmuraba entre labios, quejándose de la manera en la que yo le había pedido que me abriera la puerta. No sé cómo le puedo abrir la pueda a una desconocida que me ordena que hacer en mi taberna. Vamos de mal en peor, amigo. Se decía.
         Un viejillo con canas y abundante pelo me abrió la puerta; su piel era moreno y sus ojos claros, obstruidos debido a las cataratas ya avanzadas. Un señor acabado y casi ciego.
         –¿Quién es? – preguntó cuando supongo miró mi silueta, extendió una mano a mi cara, yo la tomé con delicadeza y la coloqué sobre mi rostro.
         –Antaris, – claramente vi ceñirse su entre cejo, estaba confundido, pero no sabía porque – reina de Hëdlard.
         Esas palabras no hicieron que el anciano retrocediera o se enojase, al contario, noté más curiosidad en su forma de tocarme el rostro.
         –Sí… he oído de ti. Me han dicho que cargas una espesa cabellera negra de enormes rizos, que eres igual de hermosa que Sybelle, que en tu piel tienes marcados los mismos tatuajes que el rey y que posees una fuerza extraordinaria para tu corta y joven edad.
         –Yo nunca me hubiese atribuido tantas cosas, – dije sonrojada – pero si es de mí de quien hablan, no está usted equivocado.
         –¿Qué te trae a mi taberna?
         –Vengo a pedir el concejo de Nanna. ¿Es suya la taberna? – asintió – ¿Cuál es su nombre?
         –Jarkko.
         –¿Usted… tenía una hija? – retiró lentamente su mano y sus ojos se tornaron brillosos, inundados de lagrimas, a pesar de eso, él asintió – Anna.
         –Es una lástima que no le hayas conocido.
         –Lamento la pérdida de su hija.
         –No debes lamentar una muerte que no fue en vano.
         –¿A qué se refiere?
         –Con el respeto que mi señora se  merece, gracias a la muerte de mi hija y de mi nieto, el rey ha vivido las peores épocas de su vida, de su reinado, y estoy seguro que por dentro hay siempre remordimiento y arrepentimiento de haber matado a mi hija y a mi nieto.
         –Le aseguro que lo hay. – sujeté sus dos manos, que tenía juntas como si estuviese rezando. No le culpaba por nada, al fin y al cabo, si yo perdiera un hijo seguramente también estaría como él.
         –¡Antaris! – escuché gritar a Gabrielle desde las escaleras que bajan al sótano. – Vamos, hija, ven conmigo.
         –Con su permiso, señor Jarkko. – bese sus manos y las solté – Le agradezco que me haya dejado entrar y estar bajo su techo.
         El pobre anciano no contestó, solo se quedó llorando a pies de la puerta de madera de la taberna. No me gustó dejarlo así, pero no consideré prudente continuar con lo mismo.
         Nanna esperó por mí y me llevó a la planta de abajo. Ahí, en vez de seguir por el pasillo del resto de la taberna, donde habíamos bebido la noche anterior, nos dirigimos para la parte trasera de las escaleras. Al fondo había dos puertas, el derecho fue la de Gabrielle.
         Poco me importó la apariencia de su pequeña habitación, a decir verdad no difería mucho de su choza en Vaasa, seguía siendo diminuta, rustica y estruendosamente desordenada.
         –¿Cargas con todas tu cosas, no es cierto? – pregunté refiriéndome a lo que había ahí dentro, la mayoría de los objetos y amuletos que miraba ya lo había visto antes en su choza.
         –Solo con lo necesario,– contestó – y como uno nunca sabe que puede pasar, llevo todo. – asentí con la cabeza, como si en realidad la entendiera, se me hacía una completa tontería todo lo que cargaba. – Pero dime, hija, ¿a qué has venido? Te esperaba ver pronto, pero no tanto. ¿Todo bien?
         –No precisamente, Nanna. Ayer pasaron muchas cosas cuando regresé a Palacio. Mi sirviente me siguió hasta la taberna, Ganesh me contó su versión de la historia con respecto a Aki y Anna, y al final discutimos, encontró la Teza de Plata.
         –Bien pues… – permanecía pensativa mientras encontraba las palabras correctas – lo de tu sirviente si es un inconveniente. Estoy segura de que no le dirá a Ganesh ahora, pero lo usará para extorsionarte. No es tan relevante. – ¿No, entonces que era relevante? – Me preocupa lo que te dijo Ganesh, tanto de Aki, como de la Teza. Vamos cuéntame.
         Le dije palabra por palabra me había dicho Ganesh su punto de vista. Sin omitir detalle ni culpa. Mientras mis labios se movían, noté en la cara de Gabrielle una intensa curiosidad, tal y como yo había estado la noche anterior cuando Ganesh me había revelado eso.
         –Me preocupa mucho lo que dice, Nanna. – dije al terminar – Si es verdad que él nunca quiso matar a Anna, cambia todo. Ganesh no es tan culpable como se supone y Aki es más egoísta de lo que creía.
         –Mi niña, no estoy segura de nada, estoy tan confundida como tú. El único que nos puede dar una idea más clara es Aki, pero si yo hablo con él sabrá que tú me lo dijiste, por lo tanto que estuviste aquí.
         –¿Dónde está él?
         –Se refugia en el bosque, pero no se en donde. Bien de vez en cuando a visitar a todos los herejes, traernos alimentos y sobretodo hablar hora tras hora con los padres de Anna.
         –¿Qué tipo de relación lleva con ellos?
         –Un en la que queda claro que sigue ocupándose del apellido, honor y familia de su difunta mujer.
         –¿Aún la ama?
         –¿Cómo puedes amar a un muerto? No. – dijo meneando la cabeza. – Cela lo que es tuyo, Antaris, y tu corazón le pertenece a Ganesh, el de Aki a Anna, y siempre será así, viva o muerta es mujer no lo dejará nunca en paz.
         –Bueno… – sí, me enojaba eso, me purgaba. Eran celos, puros celos, pero no podía exteriorizarlos, no con Nanna ahí. – Iré a buscarlo. Pero antes, quiero pedirte un consejo más.
         –Si puedo ayudarte, lo haré.
         –¿Me debo casar?
         –La persona que tú amas no está refugiada en el bosque, la tienes esperándote pacientemente y sin dudar ni un solo poco de ti en Palacio. No le des motivos para cuestionarte.
         –No lo haré.
         –¿Qué te dijo Jarkko cuando llegaste, hubo algún problema?
         –No, ninguno. Supe que era papá de Anna, se me hiso buena persona.
         –Lo es, mi niña.
         –Tal vez él me pueda hablar más de Aki. – asintió – Seguramente él vio más que yo y más que tú, ha de saber cuáles son sus intensiones.
         –Es probable.
         –Debo hablar con él.
         –No sé si debas, Antaris. El señor es grande y es muy sensible, viste cómo se quedó cuando tú te fuiste.
         –Si, pero no me desprecia. – Gabrielle suspiró hondamente mientras meditaba las cosas, no parecía convencida, pero estaba segura de que ella me apoyaría en todo.
         –Promete que pararás si las cosas se ponen feas. – dijo.
         –Lo haré.
         –Entonces espera aquí, voy por él.
         Mi Nanna salió con pasos cortos pero muy apresurados de la habitación, escuché cómo subía las escaleras y se internaba entre la multitud. A los pocos minutos volvieron ella y Jarkko. Ella le iba explicando a grandes rasgos todo lo que había sucedido y el porqué necesitábamos su información.
         Jarkko no se negaba a nada, estaba dispuesto a cooperar con lo que él pudiese.
         Al entrar, Gabrielle lo condujo hasta la orilla de su cama, donde el anciano se sentó y escuchó. Al comienzo estaba muy derecho, no hacía nada, pero luego de un rato que no hablé, Jarkko comenzó a mover los ojos de un lado a otro en un intento inútil de localizarme a mí o a Gabrielle.
         –Señor, – dije, sus ojos me entroncaron fácilmente, y aunque no me pudiesen ver con claridad acertaron en el blanco – le suplico desmienta lo que me dijo Ganesh.
         –¿Qué es lo que dijo ese desgraciado?
         –Jarkko, por favor, ella es su esposa. – intervino Gabrielle, aunque mentía.
         –Perdona, Antaris. Pero es que el coraje y dolor por el asesinato de mi hija es incontrolable aún.
         –De eso quiero que me hable. ¿Ha hablado últimamente con Aki? – Jarkko asintió – ¿De qué han hablado?
         –De ti.
         –¿De mí? ¿Y por que de mí?
         –Dice que tiene miedo.
         –Vamos, señor Jarkko, ¿miedo de qué?
         –De que le suceda contigo lo que sucedió con mi hija. Me dijo que tú y él ya se habían acostado. – En ese momento no quise ni ver a Gabrielle, no sabía que reacción iba a tener ella y tenía miedo de haberla herido. – Dice él que tiene miedo de que tú estés embarazada.
         Un ataque de pánico me entró por el frente. Por una parte sentía vergüenza por que estaba ahí Gabrielle, pero por otro lado estaba muy asustada. En el remoto caso de que estuviese embarazada de Aki me encontraría en el peor problema de mi vida.
         –Eso no puede ser posible, no se preocupe.
         –Ni siquiera mi hija se dio cuenta de su embarazó hasta que tenía tres meses de embarazo.
         –Me hubiese dado cuenta de inmediato, no hay posibilidad.
         –Es el feto el que crece, no depende de la madre saber o no.
         –Jarkko, por favor. No quiero ni imaginarlo, le pido continúe. ¿Qué pasó antes de que supieran que Aki supiera que Ganesh lo mataría?
         –Todos nos preparábamos para una enorme boda. El padre de los dos hermanos seguía vivo, y la mano de mi hija ya había sido comprometida a Aki. Esa boda nos cambiaría la vida a todos, por primera y seguramente única vez en la historia de los inmortales una Hereje subiría al trono.
         ‘Cuando miraba a mi hija, lo único que veía era su enorme sonrisa, estaba feliz de casarse por amor y no por un arreglo entre familias.
         ‘Pero entonces murió el padre de Aki. Solo recuerdo que él llegó a la taberna, pero no era el mismo, parecía un cuerpo movido por alguna fuerza mala, no tenía alma, no tenía sentimientos, solo olvido e ira. Anna y él se encerraron por muchas horas en su habitación, hablaron y hablaron, pasó la hora de la cena, amaneció, volvió a anochecer. Nadie sabía que sucedía y la guardia ya lo buscaba.
         ‘Aki no asistió a al funeral de su padre, o al menos eso sé. Mi hija permaneció junto a él hasta que él se lo pidió. Y entonces una noche ya no estaban. Desaparecieron, y no habían dejado rastro. Por medio de un sirviente en Palacio supe que iban a asesinar a Aki y a todo aquel que le proporcionara ayuda. Lo habían dejado desprotegido, sin ayuda de su propio pueblo iba a ser casi imposible que saliera con vida, y mi hija nunca le dejaría solo.
         ‘Su madre y yo, oramos, los buscamos, pedimos ayuda, incluso pedimos hablar con el rey, pero nada funcionó. Anna estaba sola, junto a un fugitivo al que matarían tarde o temprano. Transcurrieron pocos días para que los capturaran.
         ‘Supimos que Anna había muerto cuando recibimos su cuerpo embalsamado. Su vientre estaba perforado y así supimos que había estado esperando un hijo.
         ‘Mi señora, no sabe la tristeza e ira que sentí en ese momento al ver profanada a mi hija. Yo maté al mensajero que envió el cuerpo hasta la taberna.
         ‘Después de ese día, tuvieron que pasar casi diez año para que Aki volviera con Gabrielle. El hombre siempre iba cubierto por una capa negra, nunca se le miraba la cara y su voz era más grave de lo normal. En ese primer encuentro después de una década nos explicó lo que había pasado. Juró venganza y se fue.’
        








El mejor día para morir







         –Tuvieron que pasar quince años para que lo volviera a ver y pudiera hablar con él. – Continuó Jarkko – Luego de eso, comenzó a juntar a todos los Herejes, nos ayudó a organizarnos y nos guarecimos aquí. Ya nadie quería convivir con inmortales, incluso nos costó trabajo aceptar a Aki. Al fin hermano de nuestro enemigo, no lo queríamos dentro, pero Gabrielle nos convenció a todos, Aki quería lo mismo que nosotros, venganza. Pero nos esconderíamos hasta que el momento llegara.
         –¿Qué momento? – pregunté, noté inmediatamente que Gabrielle se ponía tensa, comenzaba a mirar de un lado a otro nerviosa, no sabía cómo callar a Jarkko – ¿Gabrielle?
         –El momento en que tú llegaras. – continuó Jarkko con voz calmada, ni importar el nerviosismo de Nanna – Él juró venganza, ojo por ojo.
         La miseria de sangre que aún llevaba dentro se paralizó por completo a la mitad de mi corazón provocándome un dolor agudo y punzante a la mitad de  pecho, como si alguien me hubiese dado una apuñalada.
         Por dentro me sentí destrozada, traicionada por todos, tanto por Aki como por Nanna, las únicas personas en las que había confiado mi vida más de una vez.
         Recordaba las pocas pistas que jamás había visto, la manera en la que me habían tratado había sido tan sospechosa y yo no me di cuenta. ¿Y si en todo esto estaba también involucrada Fiura? ¿Qué tal si las Lundras solo eran un truco para distraerme?
         ¿Y Toran? No había explicación de muchas cosas en su comportamiento, cuando Aki me visitó por primera vez en Palacio, él lo supo; cuando vine a la taberna él sabía dónde estaba y hoy en la mañana también sabía a dónde iba yo.
         No podía pronunciar palabra alguna, sentía que si me movía me matarían, si me alteraba llamarían a todos los Herejes para que me apuñalaran el vientre como lo hicieron con Anna. Me matarían.
         –Jarkko, es suficiente. – dijo Gabrielle – Déjanos solas. – y pronunció unas palabras extrañas en un idioma que ya había oído antes en Hëdlard, pero que iguálenmela no reconocía ni entendía.
         Gabrielle ayudó al anciano a salir de la habitación, pero Jarkko conocía tan bien su taberna que no fue necesario conducirlo a algún lado, es más ni siquiera usaba bastón.
         Nadie habló en la habitación. Yo estaba asustada por lo que había oído y no sabía qué hacer. Pero a la vez sentía el mayor de los odios que jamás imaginé sentir por Gabrielle.
         Entonces, recobré mi orgullo. No había notado que por la presión y el miedo había jorobado mi espalda, así que tomé aire y la enderecé, tomé mi cabello y lo eché todo para atrás, confiando en que ninguno de mis movimientos me delatara.
         Sin nada más que decir y con cara de enojo, me dispuse a abandonar la habitación de Gabrielle, pero ella dijo antes de que tomara la perilla.
         –Él no te quiere matar, nadie lo quiere hacer.
         –¿Qué caso tiene ya? – No quise molestarme en voltear – Me metí a la boca del lobo, me enamoré de mi depredador, me hice amiga de una traidora, no puedo esperar más.
         Si no hubiese sido necesario ocultar mi prisa por salir de ahí, hubiese corrido tan rápido que el viento hubiese agitado las ropas de todos los presentes. Aunque quizás un movimiento brusco lo haría atacarme.
         Escuché el sonido de la puerta cerrarse detrás de mí en un ruido grave y crujiente, solo entonces me desplomé entre mis verdaderos miedos.
         Las escasas ventanas de la taberna parecían estar plagadas por rostros Herejes sedientos por venganza, sedientos por matarme. De hecho la calle entera parecía querer tragarme, y deseaba que lo hiciera, tal vez así me evitaría tantos problemas.
         Tambaleante me puse de pie y me dispuse a buscar a alguien.
         A mi izquierda, hecha un ovillo a las patas de Bagria, estaba Clío, con el pelo cubierto de copos  blancos de ligera nieve. La pobre perra temblaba de frio, logré acercarme a ella sique se diera cuenta, la nieve bajo mis pies casi no sonaba, y Clío solo me detectó por el olor. Se puso sobre sus cuatro patas y se sacudió el pelaje, movía la cola de felicidad y yo le acaricié la cabeza y entre las orejas.
         –¿Qué haces aquí, Clío? – le dije – Tú, en serio, siempre debes de estar conmigo en las ocasiones más peligrosas. Vamos entonces, necesitamos enfrentar a alguien, y no te va a gustar.
         Tanto la grupa como  la espalda negra de Bagria estaban igualmente cubiertas por nieve, pero a diferencia de Clío, yo tuve que quitársela con mis manos.
         Monté en Bagria y apreté mis talones a los costados para que le yegua saliera a galope en dirección oeste, al bosque.
         Era plana noche, mis pulmones respiraban ampliamente y mis ojos capturaban cada imagen, por más mínima que esta fuera. Cuando las pequeñas bolas de nieve caían ante mis ojos, como suaves hojas de otoño, las percibía con todo detalle. De las Korkea ya había descendido la niebla, y ahora cubría parte de la ciudad, al mirar hacia el lago Tumma también pude ver que la niebla había abarcado la orilla del lago.
         Tanto coraje en mis venas y en mi corazón rondaba la melancolía. Sin Gabrielle y sin Aki, ya no había más por lo que enfrentarme a Ganesh. Si ellos me habían traicionado haciéndome creer que yo en verdad importaba para ellos, que no me tenían rencores a pesar de que fuera la futura reina de Hëdlard y esposa de Ganesh, yo no tenía por qué serles leal.
         Me juraste amor, me mentiste. – dije gritándolo en mis pensamientos, no sé si para que él me escuchara o simplemente por puro desahogo – Entregué mi cuerpo cuando en realidad no era eso lo que te importaba, era la venganza. Y a mí el amor el que me tenía ciego.
         –¡Y ahora me las vas a pagar! – grité al viento.
         Espoleé con más fuerza a Bagria, quería llegar pronto al bosque y encontrarlo, quería mirarle la cara. Imaginaba ya la cara que pondría cundo le dijera lo que sabía. Volvía a perder la cabeza debido a la ira.
         Ni la yegua ni mi perra tenían calor ya. Habíamos galopado más de doce kilómetros cuando llegamos al bosque, las respiraciones de las tres estaban agitadas; Bagria exhalaba por los ollares furiosamente, Clío jadeaba con estruendo ruido y yo simplemente respiraba con poder y enojo.
         –¡Vamos bestia, tenemos que llegar a él! – la pobre yegua tuvo que frenarse un poco cuando arribamos al Bosque Frio. La nieva ahí se había acumulado más que en la ciudad, ahí dentro la nieve le llegaba debajo de las rodillas a la yegua a pesar de que esta era alta.
         Con los cascos de adelante rompía la nieve y con las patas traseras se impulsaba. La pobre de Clío tuvo que retrasarse un poco, iba siguiendo el camino que dejaba Bagria, porque a ella casi le llegaba al pecho la nieva.
         Frené cuando llegamos al rio Ihme.
         –¡Aki! Te ordeno que te dejes ver, desgraciado.
         El viento que cruzaba por el claro meneaba mis ropas, las hojas de los árboles. Algunos animales se habían acercado a beber agua río arriba, alterando su curso tranquilo; pero nada en el viento, ni un solo olor, ni un solo ruido.
         Volví a gritar su nombre, sabía que me escuchaba, lo sentía cerca. Con el tiempo fue posible sentirle con la mente, puesto que la suya no estaba oculta, no podía ver en su mente o sus recuerdos, pero la sentía.
         Bagria permanecía quieta, al igual que Clío, mirando en toda dirección, siento que ellas también lo sentía cerca, pero no sabían dónde.
         Entonces escuché mi nombre, como un suspiro, suave y tenue.
         –¡Aki! – estaba furiosa, apreté con más fuerza las riendas de la yegua y me apreté con mucha más fuera a la silla – No juegues conmigo, te siento, ven.
         Estoy consciente de que Aki sentía mi ira y probablemente por lo mismo no se quería dejar ver.
         Al principio no presté mucha atención, pero Bagria empezaba a ponerse nerviosa, daba pequeños pasos hacia atrás, en dirección al rio, como si algo dentro de la espesura del bosque la hubiese espantado. Cuando Clío gruñó con fervor presté atención. Un bulto casi sin forma no miraba fijo de entre las sombras, era grande.
         Las Lundras me habían seguido, pero no les temía, no con esta ira.
         Obligué a mi yegua a dar un paso adelante, por más que esa sombra la espantara tenía que demostrar que a mí no me imponía ningún respeto.
         –Vamos arpía, si me vas a matar mátame, tengo asuntos más importantes que atender para estar peleando con un perro como ustedes. – dije retándolas.
         Sin respuesta alguna tiré de las riendas de la yegua e hinqué con rudeza los talones en su vientre, la bestia pegó sus orejas a su nuca demostrando que estaba enojada, se paró sobre los posteriores y con los cascos delanteros golpeó en el aire encabritada.
         Sin pedir permiso a nadie, se lanzó hacia la sombra, esquivó los primero árboles y golpeó con su pecho la nieve que le impedía pasar.
         Sorpresa que me di.
         Aquella sobra no eran las Lundras, era Aki.
         El cobarde corrió delante de mí escapando, o más bien jugando conmigo, si hubiese querido huir para empezar hubiese dejado de correr por el suelo y en segunda correría a tal velocidad que hubiese sido difícil verle.
         Solté las riendas de la yegua, dejando a su criterio el camino que debía tomar – pero bien sabía lo que cazábamos –, solté los estribos y me paré sobre el albardón. Con la voz avivaba el galopa de Bagria mientras me concentraba en el momento oportuno para saltar.
         Mis pies dejaron de tocar la silla de la yegua, salté sobre su cabeza y su cuello y caí sobre Aki, abrazándole por los hombros y tirándolo al piso. Le fue imposible detenerse al yegua y al igual que yo no saltó, para después detenerse unos metros más adelante.
         –¡Eres un desgraciado! – dije al darle el primer puñetazo a la cara – Si pensabas que me ibas a engañar para siempre estás muy equivocado. ¿No entendiste cuando te dije que solo amaba a Ganesh?
         –No pensabas lo mismo cuando hacíamos el a…
         Le volví a golpear la cara – Ni se te ocurra decirlo e nuevo, porque lo que tu hiciste no fue por amor, fue por vengarte. ¡Nunca me quisiste!
         Tomó mis brazos y me inmovilizó, ni le importó que yo estuviera sobre él golpeándolo, se paró y me arrinconó contra un árbol.       
         –Eso si no, te amo, todo lo que dije es cierto.     
         –¿Qué me dices de lo que juraste ante los Herejes? Me lo dijo Jarkko, tú juraste vengarte, ojo por ojo. – la cara que puso fue la mismo que yo me había imaginado antes – Pero te juro que si le pasa algo a Ganesh te pesará hasta que te mate.
         –¿Me estas amenazando?
         –¡No, no, no es una amenaza, es una advertencia! Algo le pasa a Ganesh por esto, y te mato yo misma, así que te conviene matarme de una vez; porque si vivo tú te mueres.
         –Si yo te mato a ti, mataría a Ganesh, pero no sin dejarle saber cómo abusé de ti antes de tu muerte. – Su mano se posó sobre mi cuello, inclinó mi cabeza y descubrió mi hombro derecho.
Yo no era una defensora de las peleas cuerpo a cuerpo, y menos con alguien con el que seguro perdería, pero la furia que tenía dentro me hiso empujarle tan duro, que su cuerpo chocó contra el tronco que tenía yo enfrente. Tal fue el impacto que la nieve atorada entre las ramas y las hojas nos calló encima.–
–¿Cómo te atreves? Harás lo mismo que le hicieron a Anna, abusarás de mí y luego me apuñalarás el vientre para matar al hijo que llevo dentro. – Horrorizado Aki se echó para atrás mirando con asco y miedo mi vientre. – Debería matarte por tu vil traición, por tu cobardía. ¿Por qué dejar vivir a alguien que no tiene ni siquiera respeto por su hermano ni su hijo? Si pudiera te arrancaría la cabeza y te cortaría en partes para que nadie te encontrase jamás y desaparezcas de mi vida, para pensar que solo fuiste una pesadilla.
         Mi cuerpo temblaba de humillación y rabia. Cada que se daba la ocasión le gritaba y lo insultaba era inevitable.
         –Tú no puedes estar embarazada. – declaraba una y otra vez serio y asustado.
         –¡Si puedo y lo estoy!
         –¡No puedes saberlo! No mencionaste nada cuando te vi por última vez. – era cierto, ni yo estaba segura del embarazo, pero era una muy buena arma para impedir que me matara.
         –No te miento, de otra manera nunca hubiese ido a ver a Nanna. Otra traidora igual que tú.
         No le gustaba que le dijeran traidor, lo descubrí, no le gustaba que lo vieran como algo ajeno a Hëdlard, él quería sentirse perteneciente a l reino y a su gente, detestaba que lo negaran.
         El muy cobarde me trió una cachetada en  la mejilla izquierda, pero su fuerza nunca va a ser más grande que mi orgullo. Mi respuesta fue equivalente, le di un golpe más fuerte y con el puño cerrado en la cara, justo en el centro. Giró su cara hacia mí después del golpe y admiré mi obra maestra, le había roto el labio inferior.
         Me sorprendí con una sonrisa de satisfacción, un reflejo inconsciente pero acertado.
         –Púdrete Aki, tú y tu maldito hijo nunca debieron haber existido. ¡Ojalá y nunca hubiese venido yo aquí!
         Escupí a sus pies y me fui.
         No miré atrás, solo monté a Bagria, llamé Clío y me fui. Aki no me seguía, estoy segura de que no podría moverse ni siquiera un poco.
         –¡Alto ahí! – gritaron desde mi derecha muy a lo lejos, traté de ver quién era, no reconocía su voz, pero se me hacía familiar – Traemos ordenes de Palacio.
         De pronto se me vino a la mente de que habían atrapado a Aki, pero me equivocaba, era a mí por la que venían. Detuve a mi yegua por un momento y entonces reconocí al emisor de la voz. Era el mismo soldado que alguna vez me había humillado ya, el mismo que tuvo que levar la alfombra blanca de Palacio por haberla  manchado de sangre mía. Otro bastardo que se interponía en mi camino.
         Pero esta vez no estaba dispuesta que me capturaran, galope hacia Palacio lo más rápido que podía. Estaba a punto de lograrlo, fuera del bosque no me seguirían; pero entonces el chillido de dolor de Clío me heló la sangre. Habían atrapado a mi perra, uno de los soldados que venía tras de mí la tenía sujeta del cuello  y de las patas como si fuera trapo viejo.
         Con una mano le sujetó de la mandíbula y con la otra giró bruscamente su cuerpo rompiendo su cuello. Hasta donde yo estaba escuché el tronar de sus vertebras al quebrarse como cristales diminutos. La perra no puedo más que patalear desesperada.
         –¡NO! – gemí. Pero ya era demasiado tarde, Clío estaba muerta, yacía en la nieve, con la cabeza en una posición un tanto forzada y un poco de sangre emanando de su hocico.
         Me acerqué todo lo que pude al cuerpo de mi perra a caballo, pero en los últimos metros, sin ganas de continuar, mi cuerpo se calló del caballo y  se arrastró hacia Clío. Sentía que todas mis fuerzas se me iban al piso, que la luz del mundo entero se opacaba, el único ser fiel que aún me quedaba había sido asesinado por un soldado de Ganesh, no me lo podía perdonar, ni a mí ni a nadie.
         –¡No tenía por qué morir así! Tenía cachorros, era mi perra, mi Clío. – besaba su cabeza con ternura, aún estaba tibia, tan hermosa como siempre.
         Había cesado de nevar. El cielo se había despejado un poco, pero no se alcanzaban a ver estrellas, solo la Luna, que ahora se asomaba tímidamente  entre espesas nubes grises.
         Ya no había que hacer. Clío estaba muerta y yo a merced de los soldado que me apresaban por ordenes de Ganesh. A fin y al cabo resultó que si había ido a ver a Fiura y lo había mal aconsejado. En pocos minutos me apresarían.
         –Entréguenme a su rey, – me paré despacio y extendí las manos hacia ellos para que me esposaran con sus horrendas cadenas. El soldado responsable de la muerte de Cílo tomó las cadenas de su cintura y las comenzó a colocar alrededor de mis muñecas. – pero no sin antes cobrarme la vida de mi perra.
         Sin advertirlo arrebaté las cadenas del soldado y con ellas le pegué en la cara, una vez desorientado me abalancé contra su cuello y le mordí como si fuera una vil presa. Y precisamente eso hice, les di razones para apresarme, maté a un inmortal desangrándolo, bebí ávidamente de su sangre sucia hasta satisfacer mi sed, y al final lamí la herida, para cubrir la herida.
         –¡Lo ha matado! – gritó uno
         –Así es, he bebido de su sangre hasta matarlo, como él mató a mi perra. Háganme lo que quieran. Si su rey también me traiciona así ya no tengo nada por lo que luchar. ¿Escucharon? NADA.








Ceguera







         No estoy segura de cómo sentirme. Tenía rabia por lo ocurrido durante toda la noche, mi perra había muerto a manos de los soldados de Ganesh, y ahora, por mi estupidez de confiar en todos y ser leal a nadie me habían traicionado todos, dejándome sin apoyo ni amor. Nada.
         El trayecto a Palacio me recordó una vez más mi primer día en Hëdlard. Un cacería en la que yo había sido la presa y un montón de soldados hablando en un idioma indescifrable, parecido al mío, pero distinto.
         A diferencia de mi primer día, esta vez yo iba a pie, andando sobre mis propios medios, esposada con cadenas pesadas y víctima de las miradas de las personas.
         Pero como dije antes, mi orgullo iba sobre todas mis penas, jamás agaché la mirada a nadie. Caminé sola, rechazando la ayuda que un soldado – muy guapo y joven, por cierto – me había ofrecido.
         Detrás de mí venía atada Bagria, encabritada y nerviosa, no la culpo.
         Fueron casi cuarenta minutos de trayecto, pero al fin llegamos a las puertas de Palacio. Pensé que Ganesh estaría esperando por mí en sus aposentos, pero no; me esperaba con cara de odio y el pecho inflado a la entrada principal de Palacio.
         –Sus órdenes, señor. – dijo un soldado – La llevamos al piso trece. – vi claramente en los recuerdos del hombre las paredes blancas manchadas de sangre del piso trece, el mismo lugar donde habían matado a Anna.
         –No, llévenla a mi oficina.
         –Pero señor…
         –¡He dicho! A mi oficina. – el soldado asintió y desquito su ira jalando de las cadenas que me ataban, el muy imbécil jaló demasiado fuerte y caí al suelo. Pero esta vez Ganesh no dijo nada, había caído a sus pies, y solo vi sus aterradores ojos mirándome aunque no había inclinado la cabeza ni un poco.
        
         Me llevaron al estudio de Ganesh, el de la alfombra café y los cuadros del Recinto de Plata y el mapa de Hëdlard colgados en las paredes.   
Escuchaba su respiración, su corazón latiendo en rabia y sus dedos frotándose entre sí. Yo permanecía de pie, de espaldas a él sin mirarle la cara.
         –Pensé que había sido mera coincidencia o maldición cuando dijiste su nombre aquella noche. – dijo – Pensé que las imágenes que a veces dejabas ver en tu mente eran simples proyecciones mías; pensé que aquella aparición tuya a la orilla del lago Tumma había sido mera alucinación, cería que todos esos sueños habían sido solo eso. Quería creer que los rumores eran falsos. ¡Te quería solo para mí!
         Yo respondía. Ganesh puso sus manos sobre mis hombros y me giró hacia él bruscamente. Mi pelo le pegó en el rostro y él, con el puño cerrado, me golpeó en la cara, tal y como yo lo había hecho con Aki. Solo que su golpe me tiró al suelo.
         A pesar del dolor que me ocasionaron sus nudillos en mi sien no emití ningún sonido, ni me moví.
         –Es increíble que ni siquiera digas algo.
         –¿Qué quieres que te diga? ¿Quieres que niegue todo lo que hice? – contesté con el rostro oculto entre mi cabello y con la frente pegada a la alfombra – No, nada de lo que me acusas es mentira. Sí, lo conocí, pero fue por accidente, no porque yo lo haya buscado y no supe quien era hasta que ya me había involucrado con él.
         –Toran me dijo que te escuchó decir que estabas embarazada. ¿De quién es el hijo?
         –No sé si quiera si estoy embarazada, – alcé el rostro, pero me quedé en el suelo – y si lo estuviera no sabría de quien es el hijo.
         –¡Eres una…!
         –Eso sí, no. Yo no soy una cualquiera. Si lo hice fue por amor.
         –Si amor hubieses sentido no hubieses estado pensando en él cuando te acostaste conmigo.
–¡Si amor hubieses tenido tú, nunca me hubieses abandonado a mi suerte para que recorriera Vaasa yo sola! – no sé cómo, pero me logré poner de pie y gritarle a Ganesh a la cara – ¿No crees que si nunca hubiese ido nunca hubiese entroncado a Aki? Si amor es lo que sientes, es deplorarte tu amor.
         –¿A qué te refieres? – dijo volviéndose hacia mi confundido.
         –Lastima, duele. No te puedo dejar porque te amo, pero hieres. Si tan solo no te amara tanto tendría un poco de más voluntad para hacer lo correcto, pero me tienes prisionera.
         –Nadie es prisionero del amor si no lo desea.
         –Yo te deseo a ti, pero no me correspondes.
–A ti te elegí.  Te quería a ti, viniste a mí porque así estaba predestinado y te amo por lo que eres.
         –No es suficiente. Me odias.
–No es odio, eso jamás. Es amor.
–Jamás conocí un amor tan lacerante.
–¿Qué más querías, qué más quieres de mí? Lo tienes todo. Alguna vez me dijiste que conmigo te bastaba, que no necesitabas más. ¿Has de faltar ahora a tu palabra?
–Sí, falto a ella. Acepto que me equivoqué. Te amo, pero sobre ti aún se encuentra mi propio amor y orgullo.
–El amor por Aki.
–No, Ganesh, te equivocas. Lo que siento por él no es nada; más bien le odio, me traicionó como tu ahora lo haces. Estas cadenas no son más que la prueba de ello.
–Si te las quito huirás.
–Por supuesto que no. – no contestó en seguida, por supuesto que no podía dudar de mí.
–Eres lo más valioso que tengo. – confesó.
–Si tan importante soy, ¿por qué no dejas que ame a quiera yo quiera?
–Porque no es el hombre que dice ser, no es sincero. ¡Lo único que ese demonio quiere de ti es utilizarte para hacernos daño!
–Eso antes no lo sabía, te lo juro. Aki me juró amor, inclusive me pidió escapara con él. Pensaba en serio que me amaba.
–¿Qué se supone yo debería sentir por ti, la devoción que se sienta hacia una diosa?
–¡Eso me dijiste cuando me convertiste en una! ¿Tú también has de faltar a tu palaba, respetable rey?
–¡Bah! – se giró evitando mi mirada.
–¡Responde! ¿No es eso lo que juraste hacer? De lo contrario me estarías mintiendo en todo, en este amor.
–No te miento. Te amo, con la devoción que se le tiene a una diosa misma. Tanto que te celo, si es verdad, porque lo conozco y sé que es capaz de hacer. No te pretende ningún bien.
–¿¡Cómo iba yo a saber eso si ninguno de los dos me dijo la verdad?! Todo lo que se ahora es porque me lo han contado sin querer, pero nunca con el propósito de hacerme saber a lo que me enfrento.
‘Sin importar eso, sin importar que me hayas tratado de ocultar tus miedo y su rencores, yo te sigo amando ¿No es suficiente eso? Es lo mismo que tú sientes hacia mí.
–Amarte no es bastante, Antaris, lo que siento por ti es algo inexpresable. Si solo te amara, necesitaría de años para convencerme de que eres la correcta, no me estaría por casar. Esto es puro sentimiento del cielo. Es tu respiración y tú vida lo que me inunda la sangre.
“Ceguera sensitiva, hermosura inmaculada, pretensión inmortal. Te quiero más de lo que merezco quererte, sed del cuerpo, fuerza por la sangre. Coraje por ser el único al que ames, puesto que sé lo profundo e intenso que es tu calor y belleza.
“Amándote como te amo, ofreciendo la vida como lo hago, peleando por ti de esta manera tan ciega, defendiendo algo que me es más vital que mi cuerpo, no me pidas que no te cele. No me pidas que cierre los ojos al único peligro que existe entre tú y yo, entre nuestra eterna unión y la pérdida de ambos.
–Lo único que yo vine a hacer aquí fue se tu esposa. ¿Y para qué? Para que tú no perdieras un reino que no te corresponde. ¿A esa eterna unión te refieres?
–¡No! Es cierto, solo te querían para eso, solamente necesitaba a alguien a que fuera una compañera mía. A ellos no les importaba si te amaba o no, si estaba de acuerdo con lo que ellos mismos eligieran o no. El interés es suyo, no mío. Pero yo soy el único que puede gobernar, yo o Aki.
–¿Entonces por qué aceptaste, si eras tú el único que tienes el mando?
–No lo hice por interés ni avaricia, ni siquiera por venganza. Quiero casarme, quiero amar. Y si de paso puedo salvar a tanta gente de que una bola de idiotas que elija su destino, lo haré.
         Ganesh se acercó a mí, sacó unas pequeñas llaves de la bolsa de su pantalón y me quitó las cadenas que me ataban las manos tan cruelmente. Las cadenas cayeron haciendo mucho ruido, pero en cuanto tocaron la alfombra se silenciaron todas.
         Las cadenas poco me pudieron dejar marca en la piel, solo me habían irritado un poco, pero nada que no  desapareciera en pocos segundos. Con mis manos frotaba mis muñecas.
         –¿Cómo me descubriste? – pregunté.
         –Toran te siguió hasta el bosque, y ahí escuchó todo.
         –Pero no te dijo lo que fui a hacer ahí. ¿Cierto?
         –Te escucho.
         –Antes de haber ido al bosque a buscar a Aki había ido a… – por poco decía ‘la taberna’ – buscar a Gabrielle, durante nuestra conversación me dijo que Aki solo había venido a Hëdlard para vengarse de ti. Me dijo que se cobraría ojo por ojo.
         ‘Tenías razón. Lo único que quería de mí era venganza, pero no lo había visto hasta esos instantes. Salí y galopé hasta encontrara a Aki. Lo golpeé y le hice saber que conmigo no contara, que yo ya sabía cuáles eran sus planes, él me dijo que nada de eso era cierto, pero ya no sabía en qué creer.
         ‘Lo irrité tanto que por un momento pensé que me iba a matar, pero le inventé que estaba embarazada, ese es su miedo más grande, que yo esté esperando un hijo de él, por eso me dejó ir.
         ‘De poco me sirvió. No me había alejado ni un kilómetro de Aki cuando tus soldados llegaron por mí. Mataron a Clío…
         Mi voz se rompió como cristal en toda la habitación, derramé lágrimas de sangre bajo mis pies y empapé mis manos.
         No podía sacar la imagen de mi perra con la cabeza puesta en una posición forzada en el suelo y sangre brotándole del hocico.
         Ganesh rodeó mi espalda con sus brazos y me dio refugió en su pecho, mientras acariciaba mi pelo – extraña manía suya de hacer eso siempre que podía – lloré por varios minutos las muerte de Clío. Maldecía una y otra vez a los soldados, pero me satisfacía saber que había matado al culpable.
         –Te adoro, Antaris, ten presente eso. – dijo a mi oído.
         –Perdona por lo que hice, debí haberte dicho lo de Aki desde que volví a Hëdlard.
         –Yo nunca te debí haber dejado. Si Fuira quería una prueba de tu fortaleza, la hubiera conseguido de otra forma. Perdóname. – Separó mi cuerpo del suyo y tomó mi rostro delicadamente. – Yo te traje hasta aquí, y aquí te quedarás. Estés embarazada o no, ese hijo será mío, le guste a quien le guste.
         Por primera vez en mucho tiempo pude sentir la satisfacción de regalarle una sonrisa de plena alegría a Ganesh. Tomé su pelo entre mis manos así como él lo había hecho, rodé su cintura con mis piernas y le besé la frente.
         Sin advertencia calvó sus colmillos en la base de mi cuello, pero no bebí de inmediato, dejó que un poco de sangre se derramara y me dijo que no bebía de mí para saber lo que había visto y vivido, dijo que era solo un gesto gentil, el mismo que Aki había tenido innumerables veces anteriormente.
         Antes de beber si quiera una gota, se encargó de besar la herida que me había hecho con el golpe en la ceja, si saliva cerró la herida y dejé de sangrar.
         Luego de eso, caminó hasta las escaleras que conducían a la planta alta, dejamos atrás el estudio y atravesamos el enorme recibidor de Palacio hasta subir de nuevo hasta nuestra habitación.
La puerta estaba abierta y una vez dentro se dejó caer de espaldas en la cama, no paraba de beber de mí, pero no por eso me sentía más débil, al contario, cada tacto que mi cuerpo tenía contra el suyo parecía contrarrestar la pérdida de sangre.
         Nadie molestaría Palacio el resto del día, nadie tenía permitido entrar, solo estábamos él y yo. Besándonos a la mitad de la cama, perdonándonos nuestros errores y jurando no separarnos nuca.
         –¿Cuándo te quieres casar? – preguntó
         –No quiero. – dije – No ahora, no mientras tengamos a alguien que nos quiera separar, no soportaría perderte, y sé que tú tampoco. Me casaré el día que podamos despertar sin el temor de no saber si volveremos a dormir juntos o no.
         Le quité absolutamente toda la ropa que traía encima, era mi turno. En un solo movimiento perforé la piel de su pecho y comencé a llenar mi boca con su sangre. Había extrañado el sabor salado se du piel, el calor de la misma cada que estaba a mi lado.
         –Nadie te amara de la manera que yo te amo.
         No estoy segura de quien lo dijo, pero lo escuché.
         Ganesh no cerró ninguno de sus recuerdos a mí, a cada trago de sangre yo era capaz de averiguar lo que yo quisiera de su vida, pero no lo hice; así como él respetó mis recuerdos, yo no profanaría los suyos.
         No me quiero molestar dando más detalles, creo que bien se sabe que pasó después y cómo terminamos al final del día.
         –Te amo, Ganesh. – fue lo último que pude decir antes de quedarme profundamente dormida.









Qué bueno, qué bueno







         La noche anterior los cielos de Hëdlard habían desatado su furia sobre la ciudad, en cambio esta noche no escuche que el lago se agitara con tanta ira contra la costa de piedras de la ciudad.
         En mi pecho tenía el brazo de Ganesh, que me sujetaba aún el cuello, como si no quisiera que me fuera, pero su mano no me presionaba, solo estaba ahí, consolando su sueño.
         El resto de su cuerpo estaba tendido boca abajo a mi lado, sin sabana alguna que ocultara su desnudes. Puede que cuando te acostumbras a ver cierta belleza, con el tiempo, ya ni siquiera la notes, pero con él era distinto, era casi imposible no fijarse, era complicado comprender tal grado de simetría.
         Por unos instantes sentí como mis pensamientos se derretían en la cama, cómo se quedaban ahí, como si nunca lo pudiera volver a recuperar. Tenía la cabeza bacía, sin una palaba o nombre en ella; era feliz, tranquila. Como debí haber estado desde que llegué a Hëdlard. Pero para mí desgracias mi historia resulto no ser como la de Romeo y Julieta, si no como la de Jack y Rose, en Titanic; y no precisamente porque la catástrofe en la que termino la historia, si no porque en algo se asemejaban a la mía.
         Al igual que Jack se llevó a la cama – o mejor dicho, al coche – a Rose, yo me acosté con Aki a los pocos días de que pensé amarlo. Al comienzo lo negaba, e incluso le había pedido que dejara de insistir en algo que no podía ser, pero Rose y yo caímos en la misma trampa.
         No conocía historia, hasta ahora, de alguien que hubiese sido tan idiota como yo para caer en esas trampas. ¿Qué mujer en este mundo se deja seducir por una idea tan estúpida? Solo yo.
         Definitivamente, Romeo y Julieta no eran de este planeta.
         Con cuidado retiré el brazo de Ganesh y lo coloqué junto a su cuerpo sin que lo notara. Me paré de la cama y caminé a la ventana. La noche era bellísima.
         Fría y sola, pero con una cantidad masiva de estrellas mirándonos desde un cielo color petróleo. Y la Luna, cuidando de sus hijos desde las alturas.
         Pocas veces había visto el lago tan calmado, casi en el horizonte, donde el lago y el cielo se unían, las estrellas se reflejaban tan bien que parecía mezclarse con el agua.
         Amo la noche, amo escuchar su silencio; su gélido aire menear mis cabellos, todo. Y la luna, que parecía ser vital para mi fuerza y mis sentidos.
         Me miré al espejo. En mi rostro noté cambios, mínimos o casi invisibles al ojo mortal; mis labios y mis ojos, estaban más brillosos de lo normal. Cuando tocaba mi pelo, lo sentía ligeramente más suave, al igual que mis manos.
         Tomé un cepillo y peiné mi cabello. Al final solo lo acomodé hacia un solo lado y el resto lo dejé caer sobre mi hombro.
         Al girar para volver a la cama, Ganesh ya se había despertado, estaba apoyado sobre los codos y me miraba fijamente. Sus labios formaron poco a poco una sonrisa que levemente mostraba sus colmillos; esos ojos suyos brillaron más de lo normal, todo él me decía a gritos ‘Te amo’.
         Caminé hasta llegar a él, cogí su cabello y acerque su rostro al mío. Pronuncié las mismas últimas palabras que había dicho el día anterior.
         Nos quedamos juntos en la cama un largo rato, mirándonos uno al otro, sonriendo y sabiendo que no era necesario decir ni una sola palabra para sentirnos bien, con el hecho de tenernos cerca, en silencio, nos bastaba.
         –Quiero quedarme en casa, hoy. – dijo – Quiero que me acompañes a mi biblioteca y te quedes conmigo, no salgas hoy. Tengo cuanto texto puedas imaginar ahí abajo, seguro encontrarás algo de tu interés, o si no puedo contarte lo que desees saber.
         Yo solo me limité a sonreír.
         Al poco rato ambos nos habíamos vestido, yo con uno de mis vestidos largos de color crema que tanto me gustaban pero que poco usaba – con ellos no podía montar a mi yegua ni correr –.
         Antes de salir del cuarto me invadió un pensamiento, uno de los más tristes que había tenido.
         Clío ya no estaba.
         Invoqué su imagen en mi mente, la manera en que me seguía siempre, la forma en que a veces me intentaba proteger aunque su enemigo pudiera incluso destruidme a mí, que era más fuerte que ella.
         Pensé en sus cachorros, en cuanto sintieran la ausencia de su madre estaba segura de que se pondrían tristes. Una vez más odié al soldado que ahora estaba igual de muerto que mi perra.
         –Ayer mandé a quemar los restos de Clío. – dijo Ganesh – Tendrás sus cenizas a tu disposición por la mañana. Lo siento. – Cubrió mi espalda con sus brazos y de nuevo me concedió refugio en él.
         Pero no había nada que hacer ya.

         A partir de ese día, las semanas fueron transcurriendo. Casi no me percataba de lo mucho que extrañaba a Gabrielle, porque no lo aceptaba.
         Ni ella ni Aki se presentaron ante mí en mucho tiempo. Parecían no haber existido, y era lo mejor para mí.
         Empecé a frecuentar el centro de la ciudad, la calle enorme donde había tiendas de todo. Compraba cosas caras, vestía telas finísimas, inclusive Ganesh puso a mi disposición a uno de los capitanes de su guardia montada para que me enseñara un poco.
         Las noches se me iban rápido cuando el capitán Rashid se empañaba en enseñarme a montar como ellos. Aprendía rápido, sobre todo porque mi yegua estaba bien dotada y los movimientos le salían de manera natural.
         A las tres semanas los cambios en mí fueron siendo más evidentes. Mis mejillas comenzaron a tener más color y  los rasgos de mi cara se fueron agudizando. El tono de mi voz de hiso más suave y mi piel se aclaró. Desconocía a que se debía, simplemente cada día aparecía un nuevo cambio.
         Cuando nos quedábamos en casa, Ganesh y yo, solíamos leer durante horas, esa pasión por la lectura de ambos, solía ser enfermiza; no solo leíamos, sino que discutíamos, mientras que a mí me gustaba más la literatura moderna, Ganesh no se podía sacar de la cabeza las obras del siglo de oro europeo.
         Me dijo que todos esos libros lo había conseguido años antes – nunca me dijo como –, para cuando él apenas tenía cincuenta años de vida inmortal su biblioteca tenía más de doscientos ejemplares escritos en pergaminos. Y que con el tiempo había hecho que sus esclavos – ahora sirvientes – los copiaran todos a libros de pasta de piel.
         Si decidíamos salir de Palacio paseábamos por donde queríamos; dentro de la ciudad con tres escoltas siguiéndonos el paso; si salíamos íbamos solos y recorríamos la costa del lago a caballo.      
         Con el tiempo no solo fueron mis mejillas y mi piel, sino que también la forma de mi cuerpo cambió. Mis caderas se ensancharon y mis pechos se endurecieron.
         Seguía sin saber nada de Aki.
         Transcurrieron tres meses. Al invierno estaba peor que nunca, no había ya día o noche en el que las estrellas se pudieran ver. La mayoría del tiempo nevaba, o si no nevaba llovía. Al cabo de un mes me acostumbré a mojarme hasta los huesos.
         Mientras tanto, Ganesh se encargó de que mis relaciones con todos en Hëdlard fueran buenas. Anunció nuestro compromiso  cumplidos los tres meses de habernos conocido y por ello ofreció una clase de fiesta extraña donde solo asistían los más cercanos a la corona de todo Hëdlard. Un montón de ricachones que no sabían más que hablar de pura tontería.
         Las mujeres que asistieron, nunca me dejaron en paz. Preguntaban de dónde había venido, cómo había conocido a Ganesh y como era que yo, entre las más hermosas de Hëdlard, la elegida para ser la eterna compañera de su rey.
         En fin, a ninguna de las preguntas respondía con la verdad. Todas esas mujeres lo único que buscaban era información inútil para hablar de ella y generar chismes durante los siguientes meses.
         Las única vez que puede hablar con Ganesh le pregunté que cómo me deshacía de ellas, pero me dijo que era más sencillo deshacerme de las Lundras yo sola y con los ojos vendados, que de esas mujeres.
         Aquella ocasión de la fiesta, Palacio había sido ataviado de divanes y sillones. Tanto el recibidor como las dos naves de los lados de Palacio estaban repletas de inmortales. Tanto Ganesh como yo nos perdimos entre tanta gente. Fue solo cuando anunciamos el compromiso que pudimos estar juntos. Como lo hacían los mortales, Ganesh me obsequió un anillo, hermoso por cierto.
         La joya era extremadamente ligera, hecha de plata y sin diamantes – los odio –; la plata dibujaba dos sencillas grecas entrelazadas entre sí. Algo hermoso.
         Cuando Ganesh me colocó el anillo, claramente escuché el suspiro de todas las mujeres presentes aunque nada se comparó como cuando me vieron por primera vez entrar a Palacio.
Dos horas antes de la entrega del anillo; había pasado una hora arreglándome en mi habitación. Ganesh se había ocupado de regalarme el vestido más hermoso y caro que había encontrado, por supuesto que era único. Todo de color blanco, completamente hecho de encaje. Justo a la mitad se amarraba un grueso listón de lino que cubría desde  mi cintura hasta el comienzo de mis pechos, el resto de la falda simplemente caía con soberana gracia hasta mis rodillas.
         Esa hora que tardé en estar lista fue envidiada por todas las presentes y admirada por todos los demás. En cuanto puse un pie en la escalera que conducía al recibidor de Palacio, todos guardaron silencio. Estudiaban mis movimientos, mis gestos, mi imagen, pero más que nada los tatuajes que, al igual que yo Ganesh tenía, tanto en los brazos como en la nuca. Parecían una clase de jueces que aceptarían o no a esta nueva mujer entre su círculo de excéntricos y ricos vampiros de Hëdlard, una estupidez.
         Las damas no decían palabra alguna, ni siquiera entre sí, y los caballeros mi abrían paso para que me aproximara a Ganesh.
         No veíamos la ahora en la que saliera el sol para que todos los invitados se fueran. Pero al fin lo hicieron y Palacio volvió a quedar en silencio, como antes y como siempre había estado.
         –Odio que haya tanta gente en mi casa. – dijo sujetándose la cabeza – Hubiese preferido quedarme de nuevo en casa solo contigo, me divierto mucho más que con mis fiestas. Pero bueno, al pueblo lo que quiere.

         Cada noche dormíamos juntos. Él recostado detrás de mí, abrazándome por la espalda y sosteniendo mi cuello con una de sus manos, repito, jamás poso presión en su mano, solo estaba ahí.
         Mañana tras mañana nos quedábamos una o dos horas después del anochecer despiertos. Ganesh me contaba historias, suyas o de Hëdlard, respondía cada una de mis preguntas o lo intentaba.
         Cada cosa que me contaba, lo hacía con su cara hundida entre mi pelo, bañando mi cuello – debajo de mi oreja – con su frio aliento. Pero nunca podía terminar de oír lo que contaba, antes de que terminara me quedaba dormida, pero eso no le molestaba, al contrario, solo sentía como me besaba y me cubría bien con las colchas y me dejaba dormir.
         Eso sí, un par de veces le pregunté acerca de otras mujeres antes que yo. Cuando preguntaba eso, no hacía más que sonrojarse y pensar mucho. Él juraba que solo habían sido tres, aunque no sé si creerle, para ser un inmortal y solo haber tenido solo tres parejas me parecía una exageración.
         –Solo una de ellas fue en realidad importante, – decía – vivimos juntos casi diez años.
         –¿Por qué se separaron?
         –Te he dicho ya, Hëdlard necesitaba una reina, y simplemente yo no quería que fuera ella. No porque no  la quisiera, al contrario, la quería mucho, pero muchas veces un rey debe pensar más en el pueblo que en sí mismo, una presión tan grande para ella no era justa.
         ‘Ella pasaba casi todas las noches pintando, yo siempre le traía pinturas naturales y lienzos de seda o lino blanco para que pintara. Tengo aún todas las pinturas que me regaló en uno de los pisos del edificio; si un día quieres verlas, puedes hacerlo.
         –¿Cómo se llamaba? – pregunté.
         –Katelle. Alta, piel oscura, y ojos negros. Sigue viviendo aquí en Hëdlard, aún es buena amiga mía.
        
         Era perfecto. Los dos meses que pasamos sin saber nada de Aki, ni de Gabrielle, fueron los meses más tranquilos que tuvimos durante mucho tiempo.
         Lo único malo fue que yo nunca supe que serían dos meses, todo el tiempo estaba alerta. Lo sentía cerca de mí, de mis pensamientos. No pasaban dos horas y yo ya lo esperaba venir o aparecerse de la nada.
         Tenía miedo que algo malo pudiera pasar.
         Lo odiaba, si, pero no tenía el corazón para verlo muerto a causa de un enfrentamiento con Ganesh, o lo que fuera.
         Cuando estaba en Palacio algo me forzaba a mirar por las inmensas ventanas que daban al sur. No solo para matar el tiempo contemplando la hermosa ciudad, si no que por lo general clavaba la vista en el manto verde de los pinos del Bosque Frio.    
         No sé, esperaba ver movimiento entre las copas de los árboles, imaginar que Aki estuviese ahí. Me aterraba desconocer sus intensiones.
         Claro que Ganesh notaba esto, no le gustaba, pero no me decía nada al respecto; solo se acercaba y me abrazaba fuerte mientras me decía que él siempre estaría conmigo para protegerme.
         Antes, de cierto modo le rehuía a Ganesh, pero en esos meses, sentía una necesidad anormal de estar con él. Día tras día me salía más natural y del alma decirle que lo amaba, y nunca me cansaba. Era algo inexplicable.
        
        









¡Se llamará!






         Tenía algo semejante a un plan. Aunque no sabía cuán era, tenía la idea, pero no la forma de decirlo. Cada que intentaba decirlo él se volvía con expresión dura y me acobardaba.
         Más de una vez, cuando pasábamos las noches en su estudio o en su biblioteca había tocado el tema, yo al menos con demasiada obviedad, pero Ganesh no parecía darse cuenta de ello.
         Mi incremento de peso si lo notó, me decía que un inmortal no aumentaba de peso por que sí, que era muy extraño; pero pasaba por alto lo demás.
         Al inicio del tercer mes de invierno en Hëdlard, mi sed había reducido drásticamente, a pesar de que él era ya un vampiro viejo, se alimentaba más que yo. Cuando íbamos de caza al bosque yo solo soportaba un par de tragos, él devoraba una presa entera.
         Si bebía de más no demoraba más de media hora en vomitarlo, y eso no era nada bonito. No es normal ver a alguien vomitar sangre. Yo lo hacía a escondidas.
         Sin aviso salía corriendo de la sala donde estuviéramos y me ocultaba en algún baño, ahí escupía toda la sangre que tenía que escupir dentro de las bañeras; bastaba con echar un poco de agua para que la evidencia desapareciera.
         Las pruebas eran obvias para mí. Vómitos, incremento de peso, mis pechos más hinchados y la desaparición de mi cintura, todo. Hacía ya tres meses desde que Ganesh y yo habíamos hecho nada en la cama y desde entonces todos estos signos se habían presentado.
         Estaba embarazada.     
         Totalmente segura de que el hijo era de Ganesh.
         Y no sabía cómo decírselo.
         Lo bueno era que la noticia era más buena que mala, a decir verdad esperaba que le alegrara. Pero como siempre tenía una duda que me comía por dentro. Yo misma me daba vergüenza y me enojaba conmigo misma.
         A Ganesh no les gustaban las sorpresas del tipo de invitarlo a algún lado elegante y darle la noticia haciendo que encontrara un chupón por casualidad en su bolsillo; para empezar no había lugares adecuados ni lo sufrientemente especiales para el rey y su reina, luego, toda esa idea sería una estupidez. Ni a él ni a mí nos gustaban esa clase de tonterías.
         Tenía esa clase de plan en mi mente. Listo para sacarlo a la luz y que él supiera de mi embarazo.
         Justo antes de decírselo se me pasó por la mente la idea de que su madre había muerto par haber dado a luz, y que en parte ese era uno de los problemas más fuertes entre su hermano y él. ¿Cómo reaccionaría a la noticia?
         Terminé diciéndole las cosas al anochecer de la quinta nevada de mi tercer mes de embarazo. Debido al pésimo sueño que había tenido me pude despertar antes que él. Los nervios me comían el corazón, pero la alegría salía por todo mi cuerpo.
         Sin pensarlo un momento más, me giré sobre mi costado para mirarlo, seguía dormido, con su cabello cubriéndole la mejilla y parte de la frente. ¡Vamos, hazlo ya!
         Retiré su cabello de la cara con una caricia, lo besé para despertarle. Dije su nombre.
         Al abrir los ojos, el verde liquido penetró en mi mente cual cuchillo enemigo. Notó claramente que algo debía decirle, pero no le permití saber qué.
         –¿Pasa algo? – preguntó.
         –Sí. – contesté cortante – Dime algo, – tomé sus manos  y las puse sobre mi vientre – ¿sientes algo?
         Los ojos de Ganesh se calvaron en mí, esperó un rato para sentir, prestó atención pero… abrió los ojos de más, saltó de su lecho y se apoyó sobre un codo, me miraba atónito; pero no estoy segura si eso era bueno o malo. Oprimió más fuerte sus manos y volvió a mirar.
         La diminuta creatura que dentro de mi guarecía  se agitó un poco, algo que poco hubiesen podido notar, pero que yo y Ganesh sentimos cual golpe de boxeador. Habíamos permanecido tan quietos y silenciosos que ese movimiento del bebé nos sobresaltó a ambos.
         –Dime que no es verdad. – dijo, me aterró su respuesta, seguía sin mirarme y sin quitar las manos de ahí. Pero de la nada sonrió  como nunca había hecho, mostró sus poderosos colmillos y soltó una carcajada. – ¡Estas embarazada!
         –¡Sí! – grité igual con la misma felicidad con la que él había sonreído.
         –¿Cómo es que no me habías dicho? – tomó mis manos y me besó repetidas veces.
         –No estaba segura de que te causara alegría saber que espero un hijo tuyo.
         –¿Cómo no me iba a alegrar? – salió de la cama tan rápido como pudo y me cargó entre sus brazos para luego acercarme a la ventana sin que yo tacara el piso – Cualquier hombre en esta vida se siente feliz y orgulloso de tener un hijo, y más de la mujer más bella que ese hombre conoce. No solamente serás mi esposa, sino que serás la madre de… – su rostro se ensombreció de inmediato, sentí cómo el recuerdo de que su madre había muerto por causa del parto inundaba su mente.
         –Todo estará bien.
         –No te lo tomes a mal, pero no quieras que esté tranquilo si tener un hijo te cuesta la vida. – dijo con las lágrimas en los ojos – No permitiré que vuelva a sucede eso.
         No estoy segura, y si pasó sé que no quiso que lo viera, pero creí ver una lágrima de sangre correr por su mejilla, pero al instante me dio la espalda y salió a paso veloz de la habitación.
         Esa forma de huir me resultaba un tanto familiar, creo que yo también hubiese reaccionado de la misma manera. Lo hubiese seguido, pero a diferencia de él, yo no podía salir del cuarto en paños menores; desde que anochecía, Palacio nunca estaba solo, y no era correcto que me vieran perseguir a Ganesh semidesnuda por todo el recinto.
         –¡Ganesh! – grité desde el interior de la habitación, estoy segura de que me escuchó, pero no volvió.
         Con el colapso mental a todo lo que daba, oculté mi rostro entre mis manos y me eché a llorar. Frente a la ventana me sentía vigilada, pero solo pude llegar a la base de la cama, para después quedarme llorando con las rodillas en mí pecho, echa un ovillo.
         La misma rabieta que estaba haciendo – exagerada en cierto modo – me obligaba a gritar, pero ahogaba mis berridos con mis manos para que nadie se percatara. Le daba de codazos a la base de la cama y pegaba con el talón en la alfombra.
         De cierto modo me arrepentía de haberle dicho que estaba embarazada, no me gustaba que entristeciera,  pero sobre todo temía que pretendiera que no tuviera al bebé. Y si eso planeaba, lucharía contra él y contra quien fuera por tenerlo. Un hijo es lo único que no le pueden quitar a una madre.
         –No me explico tanta desesperación. – dijo una voz desde el otro lado de la habitación. – Era algo que cualquiera se esperaba, querida.
         Aterrada me asomé por el borde de la cama y descubrí quien era.
         Aki.
         Después de tanto tiempo, se había tomado el descaro de venir hasta Palacio.
         No niego que se me congeló la sangre cuando lo vi. Sobre todo porque, una vez más, me parecía extremadamente atractivo, su pelo castaño y sus ojos pardos, completamente idéntico a Ganesh, pero simplemente tan suyo. Un ser que de ser el hombre por el que hubiese dejado lo que ahora tenía, se había convertido en mi peor enemigo.
         Sin algo que decir me quede refugiada detrás de la cama, esperando a ver que hacía. Pero tardó unos minutos, inmensamente largos, para moverse. Y cuando lo hiso, corrió para rodear la cama e hincarse hasta que nuestros ojos se encontraron a pocos centímetros.
         Me tomó bruscamente por mi pelo y me obligó a hacer la cabeza hacia atrás, de manera que descubrió peligrosamente mi cuello.
         –¿No te dije que esto sería lo primero que buscaría un vampiro cuando te quisiera matar? – pronunciaron sus labios rozándome el cuello. Y no solo fue eso, sino que antes de alejarse respiró profundamente de mí. – Fuerte eres, tonta también.
         –Si me quisieras matar, ya lo hubieses hecho. – declaré entre dientes, con la voz encerrada en mi garganta, si intentaba hablar debidamente seguro que terminaría gritando, y eso no me convenía, por sentido común. – ¿Qué es lo que quieres?
         –Hacerte ver tus errores.
         –Mi único error fue haberte querido, haber creído en ti.
         –¡Tu error fue haberte dado cuenta de algo que no quería hacer! – oprimió sus dedos y tiró más de mi pelo, yo solo gemí por lo bajo – ¿Pero cómo te puedo amar? ¿Cómo puedo perdonarte ahora que estas embarazada de mi hermano?
         –Matar  a su esposa no es de hermanos.
         –Tú lo has dicho. No es de hermanos matar a la esposa e hijo. ¿Por qué debería yo respetarte a ti y a tu hijo si él mató a los míos?
         –Resulta que eres igual que él, entonces.
         –Tan iguales somos que nos enamoramos de la misma mujer.
         –¿Entonces por qué me quieres matar?
         Con una risa, que parecía más llanto, se alejó de mí soltándome el pelo y poniéndonos de pie.
         Aún así no mes soltaba, me aprisionó por los hombros y me dijo:
         –No has entendido. Yo no te quiero muerta. Pero te aseguro que ambos pagaran mi pena, quieran o no. Tu más que nadie sabe que estos meses no hubo día en que no te acordaras de mí, con o sin miedo, pero me esperabas de día y de noche.
         ‘Ese hijo que llevas dentro no será mío, pero eso me hiciste creer, y me hiciste sufrir por ello.
         –¿Entonces hubiese sido sufrimiento que tú hubieses tenido un hijo conmigo? ¿Es esa la clase e amor que me ofrecías? – negó con la cabeza.
         –Nunca temí tener un hijo contigo, siempre y cuando tú fueras completamente mía. No puedo compartir un amor y un hijo. Pero creo que esos eran tus planes.
         –Yo jamás hubiese tenido un hijo tuyo, no de alguien que solo ve por sus intereses y se deja guiar por su sed de venganza, una venganza que ni siquiera te corresponde.
         –¿Quién peleará la muerte de mi hijo y mi mujer?
         –Si me haces daño solo provocarás que te maten, y de paso que maten a todos esos Herejes que están ocultos en la taberna. Es más, agradece que no he revelado donde se esconden…
         –Arrepentida deberías de estar de no haberlo dicho. – me quedé callada, ¿arrepentida por no haberlos delatado? – No importa cuándo le digas a tu rey donde se esconden los Herejes, ellos ya están preparados para lo que sea. Serán mortales, pero saben cómo matar soldados.
         ‘Si se desata una guerra será tu culpa, Ganesh solo necesita saber el escondite de sus enemigo para matarlos y hacer que por lo ríos corra sangre inocente.
         –¿Es inocencia haberse ocultado para conspirar contra su rey?
         –¿Es inocencia lo que hiso TU rey? – me agitó violentamente por lo hombros – Te aseguro que ninguno de los Herejes ni yo somos leales al imperio.
         –Están peleando la muerte de dos almas. ¿En serio vale la pena derramar tanta crueldad?
         –¿Cuál es el precio que le pones a tu vida y a la de tu hijo? ¿Qué me darías tú para que no te prohibiéramos tener a tu hijo, para que los Herejes no se cobren con tu vida? – no respondía, simplemente lo miraba aterrada – ¡No hay precio! Ni perdón. Solo la muerte de tu rey o la tuya hará que Hëdlard vuelva vivir en paz.
         –¡Déjanos en paz! – le grité – Vete, no vuelvas, no quiero verte de nuevo. ¡Vete! – la desesperación invadió mi cuerpo y traté de zafarme de sus manos, pero era imposible, era infinitamente más fuerte que yo.
         Con el mismo odio con el que yo le había ido a buscar al bosque meses antes, me obligó a tenderme sobre la cama, y una vez ahí, me sometió son suma facilidad. Solo recuerdo ver sus colmillos, enormes y filosos, acercarse a una velocidad aterradora.
         Luego de eso, solo sentí cómo perforaban mi piel. Pero no lo hiso para beber de mí, Aki mordió mi cuello y arrancó un pedazo de mi piel; pedazo que luego escupió como si le repudiara el sabor.
         Abundante sangre era la que emanaba de mi cuerpo. En pocos segundos manché gran parte de la cama. Con todas mis fuerzas intentaba gritar, pedir ayuda, pero más pronto de lo que temí me desvanecí en una oscuridad muy espesa, de la que no desperté hasta tiempo después.
         En esta ocasión, cuando abrí los ojos, no me costó reconocer el lugar, aunque no tenía idea de donde estaba con exactitud. Solo que a diferencia de las otras veces, aquella vez no tuve dificultad para mirar la habitación en la que me encontraba.        
         Se trataba de la misma plancha de metal frío, de la misma luz artificial deslumbrando mis ojos, del mismo ángel que había salvado mi vida una y otra vez. Me encontraba en el mismo lugar en donde Ganesh me había atendido las heridas que las Lundras me hicieron el primer día.
         Y como aquel primer día, sus ojos no se me despegaban, sus movimientos los notaba sutiles y silenciosos, solo era notorio el roce de sus ropas.
         Una ondeada de rápidos recuerdos me azotó la mente, recordé lo que había pasado, recordé a Aki, su ataque. En un reflejo quise llevar mi mano hacia mi cuello, como para comprobar que siguiera ahí, pero Ganesh me detuvo en el acto.
         –No te toques. – dijo – Acabo de curarte. ¿Cómo te sientes?
         –Devastada. – contesté en un hijo de voz.
         –¿Te duele algo? – Negué con la cabeza. – Tuviste suerte, unos minutos más y hubiese sido casi imposible devolverte a la vida por mucho, mucho tiempo.
         –Tengo miedo. – confesé mientras le sujetaba la mano con fuerza para transmitirle mi preocupación – ¿Qué pasará si regresa?
         –¿¡Quién?!
         –¡Aki! Fue él quien me hiso esto. – de pronto la ira se apoderó de Ganesh, pensé que iba a perder el control, y es que no tenía razones para no hacerlo; yo también lo  quería muerto, a él y a la traidora de Gabrielle.
         Con movimientos fuertes y agresivos, se puso de pie, caminó hacia una de las ventanas abriendo las pesadas cortinas y de puro coraje dio un puñetazo al vidrio, el cual se rompió con suma facilidad ante su golpe. Los miles de pedazos se desplomaron hacia el exterior de Palacio, cayendo muchos pisos abajo. Pero no derramó ni una sola gota de sangre por su mano.
         –¡Te juro que ese maldito va a terminar muerto un día de estos! – me dijo – Si no lo encuentro yo, él vendrá a mí.
         Me incorporé sobre la plancha de metal, había cosas más importantes que mi maldita herida, como por ejemplo, mi hijo.
         –Ganesh, lo que quiere tu hermano es vengarse de nosotros. – Se giró para mirarme, el air que ahora entraba desde la ventana rota le revoloteaba el pelo y le ensombrecía la cara, lo cual lo hacía ver mucho más imponente que de costumbre – Si no te mata a ti, me matará a mí y a mi hijo.       No podemos darle ese gusto.
         –Ni poniéndote guardias toda la noche me sentiría feliz.
         –No, no es eso; en riesgo estamos todos de día y de noche. Me refiero a que el bebé debe de nacer, a como dé lugar, este yo viva o muerta.
         –Estas loca, no.
         –Si cualquiera de los dos muere él toma nuestro lugar, y no Aki. Teniendo un hijo, este se vuelve príncipe, y Aki no puede hacer nada contra eso.
         –Si morimos no habrá quién lo cuide, es un sacrificio inútil. – estaba completamente negado a que yo tuviese ese bebé, lo que no le quedaba claro era que yo tendría a ese bebe a como diera lugar.
         –¡Pero es lo que tú no entiendes! Yo voy a tener a este bebé así tenga que dar mi vida por ello.
         –Tú no te mueres, no sin mí.
         –Este bebé nace con o sin ti.
         –La que aún no entiende eres tú.
         Caminaba de un lado a otro, acercándose y alejándose de mí como león encerrado. Solo miraba al suelo y deformaba su postura debido a la presión y la incertidumbre que de él irradiaba.
         Mientras tanto yo permanecía sentada sobre la plancha de metal, tratando de convencerlo de que tener a nuestro hijo sería una de las mejores soluciones que jamás se nos ocurrieron.
         –Si yo te perdiera  ti, no había más razones por las que pelear, – dijo – y eso es lo que él quiere. Con uno de los tres que muera el otro se derrumba.
         –Entonces nadie morirá. Mi hijo nacerá y punto. – La habitación permaneció sepultada en el silencio.
         Como si su mente se lo hubiese tragado por completo, Ganesh dejó de moverse por unos instantes. Lo entendía de cierta manera. Sabía que para él, yo era lo más importante, y que ciegamente me ponía mí de razón para seguir luchando. Pero me preguntaba qué hubiese sido de él si yo nunca hubiese aparecido, ¿hubiese luchado sin esa venda en los ojos o simplemente hubiese fracasado?
         –No quiero que estés sola en Palacio, yo ya he descuidado mucho de mis deberes y debo recobrarlos. Solo hay una persona en todo Hëdlard a la que le confiaría tu vida. Hablo de Katelle, le pediré que venga.
         –¿De qué serviría?
         –Una, para que por lo menos haya alguien que me diga si alguien intenta matarte; dos, no quiero que estés tú sola, estas embarazada, en unos meses necesitarás de la ayuda de alguien; y tercera, Katelle es una de las mejores luchando cuerpo a cuerpo, yo mismo le enseñé, se que ella te protegerá mejor que nadie.
–¿No era artista ella?
–Yo soy rey y te curo cada vez que te abres algo. – no pude evitar reírme un poco – Estoy seguro de que contamos con su ayuda, mandaré  a que la busquen, de algo nos será útil tenerla aquí.
         Poca importancia le di al hecho de que Katelle viniera a revisarme, la manera en que Ganesh había dicho lo de la partera no me alertó en lo más mínimo. Además de que no quería estar sola en ningún momento, no ahora después de lo ocurrido con Aki.
         Ganesh le ordenó a uno de sus soldados que buscara hasta que encontrara, a la partera que dio luz a los dos niños, le dio su nombre y ordenó que se marchara; me aseguró que estaría en menos de una hora ante mí.
         Mientras tanto, me trasladó hasta nuestros aposentos. Me cargó entre sus brazos, sin lanzar alguna señal de que yo le resultara pesad ni mucho menos.
         Al arribar a la habitación, mis dos perros – bastante grandes ahora – nos recibieron con bríncatelos y menaos de cola. Cabo se había transformado en un enorme cachorro poderoso y veloz, me recordaba siempre a su madre Clío, Cabo parecía estar cuidando siempre de su hermana, nunca se separaba de ella; y Ehera, un poco más pequeña que Cabo, pero igual de hermosa  a imponente que él.
         Esperé recostada en mi cama mientras llegaba Katelle, que por cierto demoró más de una hora. En todo ese tiempo, mis perros, no se movieron de donde estaban, se echaron sobre la cama a mis pies, y de ahí no se quitaron. Se me había olvidad que tan fieles eran los perros, ye so me hacía marlos más.
         Por más que le decía a Ganesh que estaría bien sola, él tampoco se movió de la puerta. Esperó sin decir una sola palabra en la puerta, se recargó todo ese tiempo sobre el mismo hombro sobre el mismo lugar en el marco de la puerta.
         Las sabanas habían sido cambiadas por los sirvientes, ahora ya no quedaba ni un rastro de mi sangre en ellas. Y hasta ese momento noté que alguien me había vestido, de estar en paños menores ahora solo portaba la ya muy con cosida túnica blanca que jamás me quitaba a menos que saliera de Palacio. Si, tal vez parecía monje budista, pero era la manera más cómoda de sobrevivir en ese encierro de plata y oro.
         Minutos antes de que Katelle llegase a Palacio, me quede dormida, y solo hasta que escuché hablar a Ganesh con ella desde su lugar de custodia me desperté.
         –Hola, Ganesh, – dijo suavemente a al llegar a la puerta, luego de haber subido corriendo la escalera que conectaba el recibidor con las habitaciones – perdona la tardanza, lo que pasa es que a uno de tus soldados se le ocurrió revisarme, y me encontró las tres dagas que guardo. No sabes cuánto me costó para que me las devolvieran y me dejaran subir.
         –Saben que tú puedes entrar y salir libremente de Palacio a la hora que gustes, no sé que le pasó. – Ganesh se disculpaba.
         –He venido porque me dijeron que me solicitabas, dime, ¿pasa algo? ¿Antaris está bien?
         –Si, ella está estable, es otra cosa. Mi hermano volvió a Hëdlard. – claramente escuché como Katella se admiraba, maldijo, pero siguió escuchando – Ha vuelto y sé que no tiene intensiones buenas.
         –No entiendo, ¿yo de que voy a servir aquí?
         –Eres la única persona en todo el imperio, si no es que en todo el mundo, a la que le confiaría la vida de Antaris. Quiero que cuides de ella ahora que está embarazada, quiero que se distraigan juntas hasta que el bebé no la deje caminar más. No quiero que este sola.
         –Según me has dicho, a ella le gusta estar sola, no puedo impedirle eso a mi reina.
         –No lo harás. Mi Palacio es muy grande, hay espacio para ambas, eso si no se llevan bien, pero estoy segura de que se aprenderán a querer.
         –Estoy segura de que sí. ¿Puedo pasar ya?
         –Si, claro. Creo que está dormida. – Entró a la habitación y miró sobre la cama para ver si estaba o no despierta. – Ven, – le dijo a Katelle – esta despierta.
         Me sonrojé por lo que dijo, sentí que había sido un poco indiscreta al escucharlos hablar. ¿Y si pensaron que me habían dado celos por el hecho de que Katelle había sido su antigua prometida? No, no habían sido celos ni morbo, eso creo.
Al momento en el que entró Katelle me regaló una enorme sonrisa; ella definitivamente no parecía un ángel – como la gran mayoría de los inmortales que su hermosura solo dependía de sus movimientos gráciles, silenciosos –, no, era algo más terrenal. Tanto que la sentía ajena a mí; su piel era tan morena y el pardo de sus ojos tan brillantes, sus dedos y manos tan afiladas, sus ojos redondos y enormes, su pelo tan largo, tan negro, pero a la vez opaco. ¡Y su voz, tan cálida y acogedora!
         Los movimientos de esta mujer se escuchaban por toda la habitación, traía consigo una enorme bolsa de tela muy corriente, y en cuanto la puso al piso todo lo que tría dentro se alborotó estruendosamente, quien sabe que tanto traía ahí dentro.
         Ganesh se despido dándome un beso cariñoso en la frente, acarició la cabeza de ambos perros y me prometió volver al amanecer. Sentí un tremendo vacío por dentro cuando me dejó, quería llorar, no quería que Katelle estuviese ahí, pero a la vez se lo agradecía. En realidad no sabía qué era lo que en realidad quería.
         –Buenas noches, mi señora. – saludó reverenciándose ligeramente a los pies de la cama. – Disculpe mi silencio, es solo que lo que me dijo Ganesh me ha tragado casi por completo.
         Poco caso era el que le ponía a esa mujer, no quería ser grosera, pero por el momento no tenía ganas de hablar ni con ella ni con nadie.
         No sé si se ofendió o no, pero al cabo de un rato de pasearse por toda a habitación, decidió sentarse en el diván que había junto a la ventana, del lado contrario al espejo. Sacó un libro de su bolsa y comenzó a leerlo.
         –¿Qué es lo que lees? – pregunté un poco molesta de que no se haya ocupado de mi silencio.
         –Una novela, trata del colapso y una sociedad humana.
         –¿Humana has dicho? – asintió – ¿Qué es lo que te interesa de esa obra?
         –Los mortales. Hasta donde he leído no son tan distintos a nosotros.
         –No, no lo son. Ellos también experimentan el egoísmo del que somos víctimas, también aman y envidian.
         –Es lo que veo. – contestó fijando aún más la vista en su libro – O al menos así son los buenos de la novela, los malos son como yo pensaba a los demás.
         –¿Cómo?
         –Tristes creaturas manipuladas por los más fuertes, salvajes y torpes, una raza en decadencia.
         –Exageras. Nosotros no somos así, es decir, sí, somos decadentes, pero somos más parecidos a ustedes de lo que aprese.
         –¿Somos?
         –Fui humana un día. – cerró su libro inmediatamente para mirarme.
         –¿Mi señora? ¿Cuál es su historia?
         –Seguramente la tengo, Katelle, pero por más que trato de recordar no alcanzo a sujetar ni un hilo siquiera.
         –Que pena, lo más cercano a los humanos son los Herejes, pero bien sabe que esos cobardes están ocultos en algún lado, o muertos. No sé, peor de por sí ellos hablan pestes de los mortales.
         –Sí, es una pena.  Aunque estoy segura de que tú si tiene mucho que contarme.
         –¿Qué puedo decir yo?
         –¿Eres pintora, no es así?
         –Sí, lo soy; pero no relato, solo pinto.       
         –Entonces eso harás. Si lo que te gusta es pintar, vendrás a Palacio a pintar para mí. – Katelle sonrió; una vez más, esa sonrisa parecía más un regalo que una reacción, era simplemente reconfortante para mí.
        








Katelle







         Aquel primer amanecer desde que todo dejó de ser hermoso y tranquilo no dejé que Ganesh me abrazara por la espalda al dormir, ese amanecer quería verlo a la cara, contemplarle el sueño y acariciarle el rostro, cual perfecto era
A Katelle le había dado la casa del último piso, la primera en la que había estado yo antes de irme a Vaasa. Esa casa a la que extrañan tanto, de hecho me gustaba más que el palacio, me agradó que Katelle estuviese ahí, así tendría pretexto para subir, bueno, tal vez.
Katelle se despidió de mí en cuento el sol empezó a salir y Ganesh llegó. Ambos teníamos en la mirada una infinita tristeza y preocupación, saber que uno de los tres puede morir, no es algo que pueda tener a las personas muy tranquilas que digamos.
Frente a frente él se durmió conmigo. Su rostro lo tenía a pocos centímetros, y yo no podría dormir. Puse mis dedos en su piel y la recorrí toda. No quería despertarle, así que no dije nada, me bastaba con verlo y saberlo bien.
Creo que dormí poco ese día. Al anochecer mis ojos ardían y me negaba a levantarme de la cama.
Tan pronto se fue Ganesh y Katelle entró en Palacio, esa noche su vestimenta era un poco más sencilla, tría un vestido oscuro, igualmente entallado, y el maquillaje de sus ojos solo consistía en el grueso delineador de aceite, algo muy característico de ella.
–Mi señora, ya he llegado.
–Me da gusto Katelle. – dije poniéndome de pie y comenzándome a vestir – Lo siento, no dormí casi nada este día, no tenía sueño.
–Ah, pero le dará en la noche. Ya verá. ¿Quiere que vayamos a algún lado en especial?
–Aún no, Katelle, pero necesitaré que me cuentes algo.
–¿De qué se trata, mi señora? – contestó frunciendo el seño.
–Escuché que traías dagas escondidas, – asintió – dime, ¿eres buena en alguna clase de combate?
–Claro, y me lo enseñó el mejor. – dijo refiriéndose a Ganesh.
–Muéstrame.
–¿Pero aquí? Destrozaríamos todo Palacio.
–No me importa, vamos, muéstramelas.
De su pesado bolso de tela sacó un objeto largo y pesado envuelto en otra tela igual de corriente, suave y fresca. La colocó sobre sus piernas cuando se sentó en el diván y la desenvolvió lentamente. La daga era más grande de lo que me había imaginado, comparé mi brazo con el arma y me llegaba desde el codo hasta la muñeca.
En su empuñadura, adornado de plata, estaba fundida la forma de un zorro; el estuche que cubría la hoja de la daga estaba igualmente decorada con complicados paisajes de montañas nevadas.
–Son las Korkea, y este es un ejemplar de los zorros gigantes que en ella habitan. – dijo Katelle señalando el estuche y la empuñadura respectivamente. Tomé la daga entre mis manos, temerosa de quebrarla, – Vamos, es su turno, me hiso enseñársela, desenfúndela, tóquela, úsela, pésela.
La daga temblaba ligeramente entre mis manos, me daba miedo esa cosa, pero ni modo, yo había exigido aquello. Empuñé con fuerza el arma y intenté sacar, parecía tan sencillo, pero no, tuve que aplicar bastante fuerza para que le hoja de la daga fuese bañada por la luz artificial del cuarto.
Esta daga no hubiese sido desenfundada por ningún mortal o Hereje, inclusive a mí se me estaba complicando este asunto.
–Al solo nosotros poder desenfundar esa arma, es una de las pocas que nos pueden atravesar la piel. – dijo – Toda arma mortal cede ante nuestra piel, excepto esta, fue forjada por nosotros mismos, y es complicado hacer una de estas, son tan difíciles de destruir como nosotros. Y solo existen pocas en Hëdlard. Yo tengo tres.
–¿Qué hay que hacer para tener una?
Se rió de mí, pero no sabía por qué. Mostró sus dientes, que a diferencia de los de Ganesh, mostraban poco los colmillos, ella procuraba ocultarlos más que los demás.
–Tú solo tienes que dar la orden para que te traigan una, ¿Cómo crees que las conseguí yo?
–Bueno, no importa ya. – Trataba de hacer que dejara de reírse de mí, aunque acepto que esa manera y gesto de sonreír me cautivaba inmensamente. – Enséñame como se usa esto.
–Vamos abajo, al pie de las escaleras, ahí he de mostrarte. – no paraba de reír, peor se puso inmediatamente de pie, me quitó la daga de las manos y se apresuró a salir de mi habitación – Venga, con ese vestido de princesa no podrás mover ni un solo dedo. Cámbiate a algo más cómodo que ya ha pasado tu fiesta de compromiso.
–¿Estuviste ahí?
–¿Qué si estuve? Claro, si no me podía perder el compromiso de Ganesh. Solo que a diferencia de las demás mujeres, yo no tengo ni su clase, ni su dinero, ni su falta de respeto para acosarte con preguntas estúpidas.
–Gracias. – Inclinó solo un poco la cabeza para responderme.
No tenía ni la más mínima idea de qué debía ponerme, sí, tenía pantalones, pero dudaba que la lona pudiera resistir movimientos tan bruscos como los que yo creía.
Vaya, pero que estúpida soy, algo me ha de haber comprado Ganesh que pueda usar ahora. Mi ropero era más tan grande como el suyo.
Tardé un rato, pero al fin tomé unos pantalones de algodón – muy ligero y delgado –, y una blusa de manga larga, igualmente de algodón. Ningunos zapatos se me hicieron apropiados, qué más daba, bajé descalza.
–¡Mucho mejor! – grito ella en cuando salí por la enorme puerta de madera negra, me disponía ya a bajar las escaleras.
Ya abajo iba a tomar una de las dagas, pero Katelle me lo impidió. – Espera. – dijo – ¿Cómo has de usar una de esas si no te sabes mover?
–¿Mover?
–Si, vamos, ponte frente a mí, no más cerca, no te haré nada, bien ahí. Tengo yo la daga, te voy a dar un golpe de frente con ella, es decir, quiero encajártela a la mitad del cuerpo.
–¿Cómo sé que eso es lo que harás?
–Fácil, léeme la mente, siempre, milésimas de segundo antes de mis movimientos los voy a pensar. – cogió una daga, la que permanecía enfundada y así, posicionó el brazo libre frente a ella a la altura de su cintura y el brazo que tenía la daga lo puso detrás de su cuerpo – Voy a dar el golpe, lo primero que tienes que hacer es dar un paso de lado, preferentemente hacia el lado del brazo que tenga la daga. ¿Lista? – asentí, no hiso un movimiento lento y marcado como esperé, atacó fríamente y de no haber sido por mis reflejo seguramente esa daga me hubiese pegado muy fuerte en el abdomen. – Por poco. Ahora tú debes defenderte con tu mano, sujétame el brazo y con tu mano libre dobla mi muñeca para quitarme la daga. – Volvió a su posición original y repitió los pasos, golpeó, yo sujeté y tiré la daga. – No me sueltes el brazo, dóblalo, y cuando estés lo suficientemente cerca de mí golpea mi cara con el codo.
–No haré eso. – no le quería pegar a ella.
–Oh, sí lo harás. – repetimos, pero no fui capaz de golpearle; en respuesta ella tomó mi codo y me giró hasta posicionarlo justo detrás de mi espalda. El dolor que sentí me acalambró todo el cuerpo y mis piernas fallaron, haciéndome presa de Katelle. Pero me soltó luego de un rato de hacerme sufrir. – Te dije que lo harías. Venga, de nuevo.
Repetí los mismos pasos, exactamente como ella me los dijo. Pero no sé cómo, de la nada tenía la daga amenazando mi cuello y sus brazos abrasándome fuertemente.
–Presiona con tus manos mis brazos hacia abajo, si logras poner la daga a la altura de sus hombros estarás viva. – me costó trabajo, pero lo logré.
Katelle era muy fuerte, y sus movimientos demasiado masculinos para un cuerpo tan fino como el suyo. Su cabello se movía con ella cada que giraba, golpeaba mi cara embargándome de su aroma pero nunca dejaba de ser el mismo opaco y maltratado cabello que conservaba su belleza.
Ella solo me enseñó ese simple movimiento, cosa que consideraba yo muy útil; es decir, si alguien me atacaba con una de esas dagas lo más probable sería que lo hiciera con la intención, o de cortarme la garanta, o de encajarme la daga en el estomago o vientre.
Olvidé mencionar también, que Cabo y Ehera nos observaban desde el segundo piso; echados al inicio de las escaleras, uno junto a el otro. Cuando veían que yo me encontraba en aprietos con Katelle, Cabo gruñía y su hermana lloriqueaba, meneaban las colas cuando lograba zafarme – no imaginaba que harían si yo hubiese ganado, porque claro está, no superé a Katelle –.
Tampoco envite pensar en su madre. Clío. Y temía que ellos murieran de la misma manera, con el cuello destrozado.
–Al menos murió con honor. – dijo Katelle.
–¿Disculpa? – no le había dicho nada sobre mi perra, no se lo había dicho a nadie, solo lo sabíamos Ganesh y yo
–No ocultas bien tus pensamientos, se lo que le pasó a tu perra, piensas en ello todas la noches, ¿me equivoco? – negué con la cabeza – Murió con honor, defendiendo a la persona que más quería, solo te queda a ti cuidar de sus críos.
Al dar casi las tres de la mañana, Katelle y yo ya estábamos exhaustas. Ambas decidimos ir hasta la biblioteca de Ganesh a perder un poco el tiempo.
–Tú historia, Katelle. – dije al sentarme en el lecho de almohadas que había la centro.
–¿Qué puedo decirte de mí? – contestó, no estaba molesta pero noté un tono irónico en su voz.
–Todo, de donde eres, tus padres, cómo fue que te involucraste con Ganesh, cómo es que no le odias ahora y hasta estas dispuesta a cuidar a la que ahora ocupa tu puesto anterior de futura reina.
Solo vi que sonreía levemente, como si supiera algo que yo no, algo que precisamente yo trataba de averiguar.
–Me lo preguntas como si fuera yo una criminal. – declaró después de unas cuantas risas.
–Eso es lo que no sé, si no me mientes, no; pero si mientes no tengo razones para no dudar que algo tiene que ver con Aki. A mí también se me hubiese ocurrido usar a la persona más cercana a Ganesh para matar a su mujer.
–Tienes un punto. Pero no. Empezaré desde mis padres. – se sentó frente a mí, con la piernas cazadas y las manos libres, gesticulando con ellas – Mi padre no importa mucho en esta parte de la historia, pero mi madre, ella fue una de las esclavas que antes se trían desde tierras mortales para alimentar a Hëdlard. Ella era mora, de Marruecos por lo que me dicen los libros de su tierra, mora, esa era su raza.
“Mi padre la compró y la embarazó, mi pobre madre estaba a puto de morir por mi culpa, yo absorbía demasiada sangre de ella, y al final mi padre tuvo que convertirla. Fue alguna clase de error, pero con el tempo aprendieron a quererse.
–Un inmortal con un moro. Extraña mezcla; aunque eso explica el color de tu piel. – asintió – Continua.
–Ella fue de las pocas madres en poder criar a su hija. En muchos años fui la única bebe con madre en todo Hëdlard. Al cumplir veinte años nos mudamos a Vaasa, en esos tiempos aún existía ese lugar; un excelente paraje para el degustar la vista. La única ciudad de Vaasa estaba escondida entre las montañas, perfecto en verano.
–Una ciudad entre las montañas. – dije – nunca la vi cuando fui por ahí.
–Es obvio, además de que ahora son solo ruinas, esa ciudad solo se encontraba si eras invitado o sabías donde precisamente encontrarla. Por error, nadie.
“Fueron pocos los años que vivimos ahí, cuando ya tenía treintaicuatro años a ciudad se quemó. Pocos nos salvamos, mi madre no pudo, y ahí la perdí.
“Es ahí donde entra en escena Ganesh. Su padre no había dado asilo a todos los provenientes de Vaasa; familias de Hëdlard hospedaban familias de Vaasa, en su mayoría Herejes. Pero yo no. Con el conocimiento del rey pude quedarme en el Recinto de Plata.
“Mi cuerpo en sí apenas tenía veinte años, Ganesh ya tenía su edad presente, veintiocho y Aki veintinueve, aunque a él le veía poco.
“Debo confesarte que en esos días, Ganesh, era todo un Don Juan, cada día tría una chica nueva, se la metía en su habitación y no se sabía de él hasta la noche siguiente. Yo fui una de esas, pero aunque a mí no me conocía en sus fiestas, a me sedujo poco a poco. Yo trabajaba de dama de Gabrielle,cuando menos me lo esperaba, Ganesh aparecía respirando junto a mí.
“Pero de lo que si estoy segura es que yo le jugué chueco, y me refiero a que a mí no me tuvo en la cama tan pronto y fácil como a sus chicas. No, señor.
“Aquella mañana en la que iba yo a darle una probadita, le encontré llorando en su lecho. Su padre había muerto y Aki había escapado… No quiero contarte más de esa historia, no me corresponde a mí.
“En fin, debido a todo eso, dejé de trabajar en Palacio, y hice mi propia vida, alejada de él. Hasta que un día lo volví a ver. Creo que en esa ocasión ambos estábamos muy sensibles, no dijimos palabra alguna; él estaba caminando entre las calles y yo le vi. Y créeme, la cara de un moro no se le olvida a nadie – le creía –, y por supuesto que a mí tampoco la cara de un rey.
‘En resumidas cuentas solo me dio la mano y nos fuimos a Palacio. Pasamos el día juntos, y desde ese día no nos separamos por las siguientes dos décadas.
‘¡Imagina! Veinte años y aún no nos casábamos; tú tienes casi seis meses aquí y estas a uno de casarte.
–¿Un mes! – casi le grité la pregunta, Ganesh no me había dicho nada de la fecha aún. – ¿Hablas en serio?
–Claro, me lo dijo ayer.
–Bueno, no importa, lo discutiré con él hoy. Pero dime, ¿Por qué se separaron?
–Por que Fiura lo estaba presionando demasiado, y él no quería casarse conmigo. No sé porqué.
–Espera, pero dijiste que antes era un Don Juan, ¿Cuándo cambio eso? Porque ahora no lo es.
–Tanto Aki como Ganesh cambiaron mucho a partir de la muerte de su padre. Y no los culpo, antes no le preocupaba nada, ¿qué le puede preocupar a un príncipe? Pero todos maduran, con el tiempo o por la fuerza.
Fue hasta esos momentos en los que comprendí. Nada de lo que había pasado entre Ganesh y Katelle me molestaba, sabía que Katelle no era un ángel como me lo había parecido Gabrielle; en sus gestos, en su forma de verme y hablarme, había un tipo de maldad, de veneno, pero no hacia mí, si no hacia cualquiera que le quisiera hacer daño. Sus sonrisas eran malévolas, como si estuviese ocultando algo.
Pero todo aquello era lo que me tenía vuelta loca. A pesar de que en cierta forma ella era mi subordinada, la admiraba, me gustaba su forma de ser; en fin, después de mí, la mujer más bella que había visto.
Casi al llegar la mañana escuché llegar a Ganesh. Impulsivamente, como la gran mayoría de mis actos, lo abracé y lo besé rodeando su cuello con mis brazos. Daba gracia por haberlo dejado volver una vez más a casa, vivo. Durante toda esa noche, en mi mente, había estado rondando la posibilidad de que él ya no volviera, de que algo malo lo pasara.
Nos saludamos, cada uno relató lo que había hecho aquella noche. No supe si le molestaba o no que Katelle me estuviese enseñando a manejar las dagas, en su rostro no se movió ni una sola arruga. Y es que a veces era tan seco y frio, por lo general solo adivinaba sus reacciones, no podía leerlas muy bien en sus gestos, al contrario mío.
–Me ha dicho Katelle que la boda es en un mes. – Asintió. – No, espera, no puede ser tan pronto.
–¿Por qué no? No hay por qué esperar. – decía sonriente.
–Ganesh, yo no me puedo casar temiendo que a alguno de los tres nos maten en cualquier momento.
–Estamos a salvo.
–No es verdad. Aki nos vigila de día y de noche, no podemos casarnos si él se sigue interponiendo en nuestro camino, no quiero.
–Si nos casamos ya no tendrá motivos para recuperar el trono…
–¡Eso no es lo que él quiere! – di un paso atrás, por poco se me salían las lágrimas – Me quiere a mí, viva o muerta. Sabe que de las dos formas te hará daño.
La poca estabilidad que había en Ganesh se desvaneció al instante, de sus labios se borró la sonrisa y de sus ojos se fue el brillo. Por mi parte, nada más y nada menos, que el miedo me hiso su víctima. A mis espaldas, un puñal de energía me golpeaba varias veces, provocando que mi llanto se soltara tendidamente.
–Sé que nunca dejarías que me pasara algo malo, – continué – pero no me pidas que me case contigo si alguien me quiere matar, a ti, a mí y a nuestro hijo.
Sus fuertes brazos rodearon mis hombros y me atrajo hacia él.
–Nos casaremos el día que tú quieras.









Loco







         De las únicas cosas que me arrepiento en toda mi vida es haber matado a Alka, permitir que Anna me siguiera y haber  matado a Antaris.
         Esta última murió casi igual que Alka. Murió en mis manos y por mi ira; habíamos estado discutiendo y al final mi furia la mató. Todo se nublaba poco a poco en mi mente, era como si una chispa hiciera corto dentro de mi cerebro y mi visión fuese afectada por esta chispa. Había entrado en trance cuando mis labios probaron su sangre, el recuerdo de esas sensaciones después de lo ocurrido con Alka, me invadía de pies a cabeza.
         Desde que esa joven inmortal se atravesó en mi camino, no había podido recuperarme de esa adicción que tenía por la sangre inmortal. Así fuera cada cien años, si probaba la sangre de un vampiro perdía el control sobre todo hasta que le daba muerte.
         Y tal cual sucedió, bebí de Antaris hasta que ya no fue posible absorber ni una sola gota más. Todo mi cuerpo cosquilleaba de placer y en mi mente algo decía a gritos que le diera más. Fue solo cuando visualicé su rostro cuando me pude separar de ella.
         En su cuello, hinchada y sangrienta, un herida del tamaño de mi puño le quitaba la vida. De su boca solo salían gemidos, jadeos desesperados por tomar aire y vivir, pero la pobre se desvaneció por lo débil que estaba.
         Murió.
         Murió de la misma manera en que lo había hecho Anna, mi madre, mi padre y Alka.
         La había asesinado de la misma manera que a todos, la había amado e la misma manera que a todos. Tanto a Gäge, como a Alka, y mi padre, la maté en un arranque de ira que no pude controlar. Y me arrepentía infinitamente.
         En esos momentos me sentía capaz de entregarme por mi propia voluntad a Ganesh; de doblar la cabeza ante sus acusaciones y morir bajo su mando. En esos momentos me marcía todo menos vivir.
         Y si morir significaba estar junto a todas las personas que amaba tanto y que yo mismo había matado, estaba dispuesto.
         Pero no. De la nada el terror me hiso correr tan rápido como me fue posible. Escapé por las escaleras de servicio que había en el centro del edificio  y que comunicaban absolutamente todos los pisos y bajé tan pronto como me fue posible.
         Nadie me vio salir de Palacio, nadie notó mi presencia, nadie supo nunca que escapé al bosque.
         Corrí tan atemorizado que no me di cuenta por donde iba o  hacia donde, hasta que tropecé con el paredón de las Korkea. Había corrido toda esa distancia con los brazos cubriéndome los ojos, llorando tal vez, gritando y maldiciéndome sin parar como lo había hecho con Alka, mi padre, y Anna.
         Ahí, en medio de la noche, a los pie de las Korkea, sin consuelo y con una vida más que marcaba mis manos, lloré sin consuelo y en silencio. Limpiaba constantemente mis lágrimas o las dejaba caer sobre la espesa capa de nieve.
         Lo que más deseaba era no haberlo hecho nunca, prefería estar sufriendo por su decisión en el amor que esto. Definitivamente la prefería viva que muerta. Además de todo, lo que más me consolaba era saber que las noches pasarían, lentamente tal vez, pero se irían, y así tal vez, con los años mi alma sanaría una vez más.
         El aullido de los lobos brotó desde el corazón del  bosque, uno a uno, toda la manada dio su localización; un par de lobos pasó cerca de mí, olfateándome, pero al final se alejaban ignorándome. Nevó un rato, pero no demasiado, pronto paró y me pude quietar el abrigo de piel que llevaba encima.
         Habían sido innumerables las veces en las que, mientras Antaris dormía, me le quedaba mirando fijamente y le hablaba. Cuando habíamos estado en Vaasa le había confesado infinidad de cosas, de las que estoy seguro nunca supo. Además del secreto de Alka, además de lo mucho que la amaba, yo le había pedido que mantuviese su corazón roto, le dije que un día regresaría por ella y que nunca le dejaría sola; le confesé mis planes, que me alejaría de ella un tiempo, pero que no dejaba de amarla, que a veces me sentía muy confundido, pero que mi amor nunca cambiaría. Le confesé cómo murió mi padre y cómo me había escapado de Hëdlard, todo.
         ‘–Esta vida es muy corta, –le había dicho un día – aún para un inmortal no es suficiente tiempo para amar a alguien. No importa cuánto ames a la persona, siempre faltarán días para hacerlo.
         ‘–Si cuando regrese, tu corazón sigue abierto, – le dije –  me adentraré a él y de ahí nunca me podrán sacar. Solo prométeme mantener tu corazón roto.
         Nadie más que yo se podía sentir así de culpable, porque nadie me había obligado a hacerlo. Nadie.
         –¿Señor, – escuché decir desde un lado del bosque, me buscaba ya Toran, un espía que tenía en Palacio; su función más que nada era pasarme información de Ganesh, cada movimiento y pensamiento del pobre diablo, abrirme paso entre el recinto sin que nadie lo notara, cuidar a Antaris – ha matado ya a la mortal? – como a todos, Toran me resultaba extremadamente irritante, su aspecto y su manera de hacer las cosas, de dirigirse a Antaris.
         –En tu vida le vuelvas a decir así a Antaris. Si, está muerta, y debes guardarle respeto a su memoria. – dije – quiero que todos estén más atentos que nunca, cuando descubran el cuerpo empezarán a indagar como perros, y para cuando sepan quien fue, quiero que todos están bien armados y  listos para lo peor. – hice una pausa para erguirme – Se lo que es perder a alguien así y también se de lo que son capaces.
         El enclenque del sirviente echo a correr en dirección a la taberna dejándome solo; pero poco fue el tiempo que estuve así, a los pocos momentos olí el aroma de Gabrielle acercarse. Su corazón palpitaba salvajemente, angustiado y temeroso, leí en su mente lo que más me temía, venía a preguntarme por ella. ¿Qué le diría? ‘He matado a Antaris.’
         –He matado a Antaris. – joder, no sé porque dije eso.
         Nanna calló de rodillas ante mí, se cubría los ojos y lloraba sin consuelo.        
         –Prefería su rechazo, – gemía – prefería es condena que la perdida de esa vida. ¡Estás loco!
         Esas palabras, las mismas que me había dicho las cuatro veces anteriores. ‘Loco’ si hay un momento en el que mis pensamientos fallan es en ese punto, cuando Gabrielle comienza a llorar a mi s pies, arrepintiéndose de haberme dejado actuar solo, culpándose por lo sucedido, saturando mi mente de información difícil de asimilar.
         –Esta vez ya no tienes perdón. – dijo – Te has hundido en un precipicio terrible y nos estas arrastrando contigo. ¿A caso creías que no iban a descubrir nunca que fuiste tú? Van a coger al sirviente y lo torturarán hasta que hablen te lo podría jurar.
         –Toran ya fue a avisar lo que sucede…
         –¡Ya no importa, es hombre muerto!
         –Ya no es posible hacer algo para remediarlo.
         –¡Ve por su cuerpo! Robalo, has lo que quieras, pero lo quiero aquí, tú la has matado y tú le darás un sepulcro digno junto con tú hermano, así se tengan que ver a la cara.
         –No mataremos.
         –¡No lo harán! Si en verdad la querían harán una tregua y harán los honores necesarios al cuerpo de la que tanto amaron, LOS DOS.
         ‘Mañana mismo irás a Palacio, y así tengas a toda la guardia apuntándote con sus lanzas irás a proponerle lo que te dije a Ganesh. Le dirás que después de su funeral estarás tú, y tus Herejes a sus órdenes si lo que quiere es una guerra.
         Bien, acepto que los huesos se me desquebrajaron cuando escuche esas palabras salir de los labios de Gabrielle. Pero las había dicho con una sinceridad que pocas veces había salido de ella. Ni modo, debía acatar, por algo lo decía así, Gabrielle era demasiado vieja y sabía lo que hacía.
         Al anochecer del tercer día iría a hablar con Ganesh.


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