10 de mayo de 2012

Hëdlard - Parte 4 de 5


Los dos tronos







         Llegamos a las puestas de Palacio tan pronto como anocheció. Desde antes yo había visto a  las guardias, pero ninguno de ellos se había movido aún.  Pero tan pronto nos aproximamos a la entrada, todos hicieron el mismo movimiento a la vez, nos apuntaron con sus puntas a la garganta.
         –¿Quién va? – preguntó uno.        
         –Venimos a habar con tu rey. – dije
         –Aún no es hora. Deberán esperas hasta mañana.
         –No podemos esperar hasta mañana, debe ser hoy, su rey nos ha buscado durante años y aquí estamos.
         –Quítense las capas, debo verlos. – Éramos tres los que nos presentamos, Fedric, Ero y yo, efectivamente, íbamos cubiertos por capas negras; pero al instante en que el guardia nos ordenó quitárnoslas lo hicimos. Me fascinó ver en sus rostros la expresión de admiración que sufrieron al vernos. – ¿Quién les ha enviado?
         –¡¿Qué quién nos envió?! Idiota, no nos envía nadie, soy tan príncipe como tu rey, así que déjame pasar.
         Pronto entramos, Toran apareció, él también traía una tremenda cara de asustado.
         –¿Qué hacen aquí? – le preguntó nervioso al odio de Fedric.
         –Llévanos con tu rey. – dije.
        
Al anochecer del tercer día del ataque de Aki, Ganesh y yo despertamos lentamente juntos en la cama, semidesnudos y abrazados. Habías despertado debido a Toran, que ahora estaba en la puerta esperando a que lo dejásemos entrar.
         –Señor,  –dijo con cierto tono nervioso – lo buscan. Quieren una audición de emergencia con usted. – El sirviente no me quitaba los ojos de encima, dese hacía tres noches que no le veía por aquí, y ahora parecía más asustado que nunca.
         –En seguida vamos. – contestó Ganesh.
         Toran abandonó la habitación y rápidamente nos vestimos. Ganesh preguntó si quería ir, y respondí que sí, estaba harta de esperarlo tanto tiempo encerrada en Palacio.
Bajamos hasta el segundo pis de Palacio, donde ya nos esperaban aquellas personas. Toran no dejaba de frotar sus dedos contra sus palmas, estaba alterado y nervioso, veía las gotas de sudor correr por su sien. ¿Qué diablo se le habrá aparecido a este para que estuviese así?
         Toran nos condujo hasta la puerta de entrada y la abrió de par en par.
         Tres hombres con capas que les cubría todo el cuerpo estaban mirando hacia la ventana sur del piso. Ambos hombres eran altos, pero no muy anchos de espalda. Ganesh y yo subimos a una tarima, en donde, al centro, había dos tronos de piedra.
         ¿Pero es que no había día en que la belleza de este lugar no me deslumbrase?
         La único piedra preciosa que en Hëdalard había era la del rio Ihme, negra y con venas color azul turquesa tan finas que a simple vista mortal no se notarían. Ninguno de los tronos era iguales, claro estaba uno era para el rey y el otro para la reina, el que Ganesh ocupó era más grande y pesado, con recargaderas gruesas que terminaban con dos cabezas de águila con el pico abierto y el ceño fruncido; luego noté que el resto del cuerpo de esa águila continuaba  en los costado del trono. En cuanto al mío, las recargaderas terminaban en las cabezas de un macho cabrio con cuernos muy grandes y enroscados.
         Nos sentamos, dispuestos a escuchar lo que aquellos hombres extraños querían.
        
Cada paso que di dentro de aquel palacio me fue ajena, la mayoría de mis la había vivido en el Recinto de Palta, este palacio lo había mandado a construir Ganesh y solo había estado en las escaleras de servicio, donde subía y bajaba sin que nadie me viera.
         Debo aceptar que los gustos de Ganesh no eran anda malos, pero se me hacía una estupidez la cantidad inmensa de pisos que hiso construir, digo, ¿para qué sol usaba todos? Palacio era simple e imponente por fuera, pero por dentro parecía más acogedor.
         Toran nos subió al segundo piso, y ahí nos hiso esperar en lo que iba a avisarle a Ganesh que estábamos ahí.
         –Me impresiona que no haya hecho nada por el funeral de Antaris aún. –dije a mis hombres.
         –Puede que aún tenga su cuerpo embalsamado en su cama.
         –No lo creo…
         Se abrieron las puertas. Escuché los pasos fuertes de alguien, seguramente de Ganesh, solo eso,  el corazón me latía fuertemente y no quería voltear para verlo. Hacía ya tanto que no nos veíamos a la cara y ahora más que nunca desconocía lo que era capaz de hacerme. Tal vez ninguno de mis hombre y yo saliéramos vivos de ahí.
         Tomé aire lo más hondo que pude y me giré sobre mis talones, caminé uno, dos, tres pasos hasta situarme a pocos metros de los tronos. Retiramos las capas de nuestros ojos y alzamos la vista a Ganesh.
        
         Era Aki.

         Era Antaris.
         Claramente oí como un rugido proveniente del pecho de Ganesh salía y se estrellaba contra su hermano mientras enterraba los talones al suelo para saltar hacia él. Mi única reacción fue alzarme primero y golpearlo en el pecho para que se volviese a sentar. Pero poco fue el tiempo en que Aki pudo estar a salvo. En cambio yo me le lancé, pero solo pude darle un minúsculo golpe en la cara antes de que sus dos acompañantes se me echaran encima.

         –No la toquen. – grité
         La cara de Antaris estaba inundada de rabia, cono los ojos inyectados de sangre y su pupila abracándole casi todo el ojo, como si fuese un demonio. Pero esto en vez de parecerme desagradable, me llenó el alma de tranquilidad.
         –Antaris… – suspiré alargando el brazo para toarla, la respuesta de ella me sorprendió, me escupió con asco a la cara logrando que no la tocara.
         –No me toques, tú tampoco, desgraciado. ¿A qué viniste? ¿A qué te mataran? – negué con la cabeza mientras me limpiaba la cara.
         –Pensé que habías muerto, venía por tu cuerpo.
         –¿Creías que te lo iba a dar? – escuché decir a Ganesh. – Su hubieses matado a Antaris tú ni siquiera estarías aquí.
         –Casi la mato y tampoco me pudiste encontrar.
         –Tarde o temprano ibas a venir, nunca hubiese desprotegido a Antaris por vengar lo que le hiciste. No soy tan estúpido.
         Por primera vez en muchos años tenía a mi hermano frente a mí, y volvía a imponerme miedo al mirarlo, se veía tan fuerte a impenetrable con la mente. Solo que mi miedo era lo que menos podía expresar en aquellos momentos.
         El ambiente estaba demasiado tenso, hasta mis hombres lo sentían.
         Vámonos de aquí, señor. – decían nerviosos
         –Alguien te ha estado abriendo las puertas de mi palacio para que entraras. Tienes a alguien aquí que me traiciona. – Ganesh miró ahora hacia la puerta y llamó a Toran.
         El siervo entró desconcertado, pero no se dio cuanta si quiera cuando Ganesh lo temó por el cuello y lo tiró al suelo.
         –La justicia se imparte de forma equitativa, no importa si eres siervo o rey. – hiso que Toran se hincara mirándome a los ojos – Y un traidor muere en las manos de su rey.
                  Fue terrible. No vi ninguna señal de esfuerzo en la cara de mi hermano, pero a los pocos instantes solo escuché gemir por lo bajo a Toran, luego callo su cuerpo inerte al suelo sin cabeza. Ganesh se la arrancó como si hubiese estado partiendo una zanahoria por la mitad torciéndola, sonó exactamente igual.
         –Vida por vida. – dijo – Tú mataste a Gäge, esa vida ya está pagada.
         –¡Nosotros aún no cobramos la de Anna! – gritó Ero
         –Y no quieren cobrar su vida, porque me cobraré esa muerte con su padre.

         Cada segundo que pasaban los dos en la misma habitación solo lograban que mi vientre se contrajera poco a poco. La presión que había en mi cabeza pronto se tornaría insoportable.
         –Vámonos, por favor, Ganesh. – le dije al oído cogiéndole por los hombros. – Me siento mal. Vámonos. – insistía.
         Me costó mucho trabajo, pero por fin salimos de ahí. Sentí en todo momento la mirada da Aki sobre mis espaldas apuñalándome. Aquellos breves minutos en los que los tres estuvimos juntos fue como una bomba de tiempo, en cualquier momento  estallaría y uno de los dos terminaría muerto.
         Una vez fuera de esa habitación no cruzamos palabra alguna hasta que llegamos a nuestros aposentos. Katelle entró en seguida, espantada por no haberme encontrado ahí.
         No preguntes nada, luego te cuento. – le dije  a través de mi mente, ella asintió y nos dejó a solas a Ganesh y a mí.
         –Hiciste bien.
         –Sí, lo sé. Tú y el bebé hubiesen corrido mucho peligro, pero… es que no entiendo cómo se atrevió a venir.
         –Te dijo porque. Al menos tiene valor y cierto amor por mi…
         –No lo menciones, por favor. No lo quiero oír, lo sé, pero no lo digas. No sabes el coraje que me dio cuando te encontré aquí, desangrándote…
         –Tranquilo, ya.
         Esta vez fui yo quien dio refugio a Ganesh, lo abracé con fuerza y acaricié su espalda esperando que se calmara más. Pero no estaba segura de lograrlo.

        









Cuestión de tiempo







         –¿Qué pasó? – me preguntó Katelle en cuanto Ganesh salió – Todo Palacio esta que se ahoga de estrés.
         –Aki vino a reclamar mi cuerpo.
         –¿¡Pero qué diablos!?
         –No, no ‘ese’ cuerpo. – reí un momento debido al doble sentido que había tomado lo que dije – Él creía que me había matado aquella noche.
         –¿Pero… entonces no pelearon?
         –No, nada de eso. Creo que Aki estaba muy confundido y Ganesh muy cabreado para pensar en pelear.
         –Ah, qué suerte tienen todos. – asentí.
         La presión seguía sintiéndola como cuando salí de la misma habitación donde estaba Aki, seguía en mi espalda, aplastándome las costillas. Ehera se había echado sobre la cama y yo la acariciaba con una mano mientras hablaba con Katelle. Dentro de la habitación de Ganesh y yo nadie más que mis dos perros, Katelle y yo estábamos.
         Ningún sirviente, nadie más estaba en Palacio. Y eso hacía sentir todo tan vacío, tenía deseos de salir, y olvidarme de todo eso, pero creo que era una idea loca. Me podrían matar, o peor aún, matar a mis perros.
         Cabo, que estaba dormitando frente a la puerta, custodiándola, me traía recuerdos constantes de su madre. Era igual de protector y leal. Sabía que no había poder que lo detuviese para defenderme, y me aterraba. Demasiado. Además de Ganesh, ellos eran lo único por los que arriesgaría cualquier cosa.
         –¿Por qué esa cara? – preguntó Katelle.
         –Me preocupan mis perros. No quiero que les ocurra nada por defenderme, son demasiado fieles a mí  y sé que darían la vida por defenderme
         –Sé a qué te refieres. ¿No has pensado en darles un poco de tu  sangre?
         –¿Qué los convierta en inmortales?
         –No, que locura. Me refiero en pocas cantidades.
         –¿De qué serviría eso?
         –Les das tu fuerza, tu dureza, velocidad, agudeza en los sentidos. Pero repito, en pocas cantidades.
         –¿Eso es posible?
         –Claro, así se cría a los caballos de la caballería. De otro modo esos animales serían obsoletos para nosotros.
         –¿Pero, qué pasaría si les doy más que una mínima cantidad?
         –Tu sangre tiene veneno, tan poderoso que ni el cianuro le hace daño, tan poderoso que una sola de tus mordidas mataría a un mortal. Es algo muy parecido al arsénico, pero mejor aún; una mínima dosis a tus perros solo les dará fuerza, en cantidades grandes los matarías.
         Unas gotas solamente. Seguirían siendo perros mortales, pero con más ventaja sobre los demás, con más posibilidades ante un inmortal.
         Desnudé mi muñeca retirando la manga de seda que me la cubría. Cuatro venas gruesas y muy visibles en mi piel casi blanca; las mordí y la sangre brotó al instante. Tres gotas cayeron en el hocico de Ehera y tres sobre el de Cabo; ni siquiera lo notaron.
         –Nada les pasará nada malo. – susurró Katelle al verme esperar cualquier reacción, pero tuvo razón.
         –¿Sabes algo? Si hay otra cosa que me preocupa.
         –¿Y qué es?
         –Bueno, es obvio, pero, temo que algo malo pueda pasarme al dar a luz; y no es que me preocupe morir, sino que mi hijo o hija quedarían si madre y desprotegidos. – agaché la mirada
         –Antaris, si eso llegara a pasar… el bebé tendrá un padre.
         –Seamos sinceras, a Ganesh no le emociona tanto la idea de que yo este embrazada.
         –Pero solo por tratarse de ti cuidaría a tu hijo como a ningún otro.
         –Sea como sea, sería otra debilidad para los dos.
         –Antaris, – dijo tomándome de las manos y besando una de ellas – a tu hijo no le faltará una madre, aquí estoy yo, y también lo protegeré con mi vida. Así lo estoy haciendo contigo, si algo te pasara… – se acercó a mí un poco más – si alguien te tocara, primero tendría que matarme. – No fue  el beso que me dio en los labios lo que me sacó de control, lo que desató un maremoto en mi mente y lo que encendió una hoguera en el centro de mi columna, sino la satisfacción de sentir sus cálidos labios presionarse con suavidad, con la delicadeza que solo una mujer puede tener con otra.
         Cerramos los ojos.
         Katelle me hundió en la cama, presionó su cuerpo contra el mío e intentó  sujetarme de la cintura. No sabía porque había dejado llegar las cosas tan lejos, no tenía ni la más mínima idea de cómo Katelle había logrado destituirme del control de mi cuerpo. Pero sabía la respuesta.
         Los encantos de esa maldita mujer eran insostenibles, tan banal en su inmortalidad, vacía de esa belleza tan ‘mundana’.
         –¿Qué has hecho? – dije al retirarme bruscamente de la cama y ponerme de pie, asustada de lo que había sentido. Pero Katelle no decía nada, no dejaba de contemplarme con una sonrisa casi invisible y su maldad en los ojos.
         Sentía que si decía una sola palabra más, ella sola, con su mirada me desarmaría. Corrí a la puerta, tropecé un par de veces, jaloneé el picaporte y por fin salí.
         ¿Qué diablos me había pasado?
         –Cabo, Ehera. – les llamé – Vámonos.
         Los dos perros me siguieron rápidamente hasta el estudio de Ganesh, uno de los pocos lugares donde Katelle pensaría dos veces entrar.
         Cabo se quedó al pie de la escalera, dormido, a la espera de que cualquier persona se acercara y quisiera entrar; en cuanto a Ehera, ella vino a echarse a mi lado.
         No le dejé la orden a nadie, de hecho nadie más que yo y Katelle estábamos en Palacio. Pero no tuve que abrir la boca para que Ganesh me encontrara. Casi dos horas antes del amanecer se apareció por el estudio.
         Cabo le gruñó al comienzo, pero le dejó pasar a mi orden. Ganesh caminó apresurado hacia mí, hincándose para preguntarme lo que ocurría, me dijo que había visto salir a Katelle pero que no le había dicho nada.
         –No sucedió nada, – le dije – es solo que no quería estar con nadie por lo que pasó esta noche. Yo… me siento mal, y quiero estar sola con mi hijo.
         –Antaris, – continuó – creo que ni siquiera basta con que Katelle esté aquí contigo. No puedo dejarte sola.
         –Créeme, quiero estar sola, entiendo que debas estar fuera de Palacio, al fin y al cabo has pasado ya mucho tiempo conmigo.
         –Sí, amor, – ¡Me dijo amor! – pero no llevabas cinco meses de embarazo para entonces. Si no permites que Katelle esté cerca de ti, a nadie más le puedo confiar tu vida.
         –Espera un poco más, aún no sabemos cuánto le falta al bebé por nacer. Todavía no crece lo suficiente, apenas y se nota su presencia en mí. – me puse de pié y me descubrí el vientre, donde un pequeño ser crecía más rápido que lento. El bebé apenas se hacía notar, quizás solo pesaba uno kilo o dos, no sabía.
         Ganesh suspiró profundamente y permaneció hincado, mirando mi vientre, acariciándolo y pegando su oído para captar cualquier movimiento del bebé. Pero él no se movió, ni un poco, perecía más bien asustado por el tacto de su padre.
         –Está asustado.
         –¿Qué dices?
         –Creo que te confunde con tu hermano, siente la misma energía, la misma fuerza. – pensé que se molestaría al haberle dicho eso, pero solo se limitó a sonreírnos.
         –Yo jamás sería capaz de lastimarlos. Comienzo a amarlos con algo más que mi alma. Vámonos ya. Tenemos que dormir lo más posible, que quien sabe cuánto nos dejen descansar.
        
         Luego de esa noche, el día en que mi bebé nació vino demasiado rápido. Para más novedad, los días eran algo peor que monótonos. Yo me la pasaba dando de vueltas por las salas de Palacio, acariciando mi vientre y evitando en la medida de lo posible a Katelle. Porque aunque no debo negar que la extrañaba no quería que mal interpretara mi cercanía con ella, con un beso me había sido suficiente.
         El bebé creció muy rápido, entre los cinco y los ocho meses, subí casi seis kilos más. Tenía mis labios más rojos e hinchados, mi carácter se había suavizado mucho, por primera vez en mucho tiempo me sentía un poco relajada. Preocupada por la seguridad de mi hijo, pero calmada, como si nada de eso nos pudiese afectar.
         Conforme pasaban los días, Ganesh pasaba más el tiempo conmigo, me atendía más y no permitía que me agotase demasiado. Creo que llegó el punto en que era más que obvio para Ganesh que yo no quería a Katelle cerca de mí, no preguntó porque, pero no me pidió más que estuviese con ella.
         La tranquilidad fue otra de las cosas buenas de mi embarazo; al fin y al cabo podrían ser mis últimos meses de vida, y no podía quejarme de nada, más que de mi encierro. Cuanto me sentía sofocada, solía mirar por los ventanales del lado sur de Palacio, ventanales que cubrían de piso a techo de un lado al otro, dejando ese lado del edificio sin una sola columna visible.
         No me cansaba de describirme a mí misma la ciudad, de contemplarla y de aprendérmela. Muy temprano por las noches, la gente salía de sus casas, limpiaba a sus caballos – si los tenían –, visitaban a sus seres queridos, oraban, cazaban, y luego se volvían a perder entre los enormes edificios antiguos.
         Pero era curioso, la zona que rodeaba la taberna donde los herejes se ocultaban, parecía más silenciosa y quieta de lo normal; a mi gusto era un tontería, puesto que aquellos se volvía en una zona un tanto sospechosa, pero absolutamente nadie decía nada, creo que ni lo notaban.    
         Otra cosa que también disfrutaba mucho era seguir con la mirada a Ganesh, observaba a donde iba, con quien, lo que hacía y en donde descansaba; donde compraba los regalos que cada anoche traía, todos un poco más elaborado o lujosos que el anterior.
         –¿Qué es lo que tanto miras? – preguntaba Ganesh – A media noche siempre te encuentro aquí sentada, contemplando, solo eso. – asentía sonriente – Cuando estoy fuera siento tu mirada en mis espaldas.
         –¿Te desagrada? – preguntaba –
         –En absoluto, claro que no. Me gusta voltear a mi hogar y verte aquí sentada, siento que estas segura, pero no me gusta cuando me descuido y vuelvo a mirar y ya no estas.
         ¿Para qué decirlo, si creo que es más que obvio? El amor entre Ganesh que sentía dentro de mí creció tanto como nuestro hijo, fuerte y grande, tan impenetrable como su mente. El nerviosismo que antes sentí cada vez que rozaba mi cuerpo con sus dedos, o besaba mi cuello, había cambiado mucho, me seguía causando emoción, pero la excitación había sido suplantada por un sentimiento más puro, el cariño.
         Una forma de quererlo diferente. Y ahora lo que era mejor para mí era oír su voz para no prestar más atención a la mía. El deseo de zafarme de mi cuerpo y estar en cualquier otro lado se convirtió en una de las cosas que más me mantenían ausente, con la vista perdida en el fin del horizonte, tal vez por eso me gustaba tanto mirar por los ventanales en las noches.
         Nada mejor que el sonido del viento correr y las nevadas cubrir los techos de la ciudad para salirme de mi cuerpo; de vez en vez me veía mí misa en las montañas Levi, en Vaasa, mirando entre la espesura de su fauna, ahora nevada y blanca. Era capaz de pasarme horas visualizando esos paisajes.
         Pero todo el encanto se terminaba si Katelle o Ganesh me interrumpían. Preguntaban por mí y yo debía contestarles para que me dejasen en paz, y creo que eso me hubiese irritado demasiado anteriormente, pero ahora, simplemente me compadecía de su preocupación.
         Y me compadecía de ellos porque sabía que jamás entenderían ni experimentarían esta clase de emociones. Algo me decía que sus cuerpos estaban más atados a su alma que otra cosa; solo yo era capaz de describir la inmensa gama de colores que se distinguían algunas noches detrás de las nubes de Hëdlard, solamente yo conocía su aire y su atmosfera lúgubre, nadie más que yo disfrutaba tanto aquellos momentos a través de los ventanales.
         Respiraba y exhalaba intensamente cada poco rato, acariciaba mi vientre y cerraba mis ojos; lo sentía, sentía a mi hijo dentro de mí, se movía poco durante la noche, pero se agitaba cuando yo me percataba de que Ganesh había llegado.
         Por fortuna poco a poco, mi hijo fue tranquilizándose al tacto de su padre, al pasar de los días dejaba de estremecerse cada que él acariciaba mi vientre, hasta que un día sentí calma dentro de mí.
         –Sabe que lo quieres. – dije ese día – Se ha dejado de mover como lo hacía antes. – Ganesh sonrió y me besó.
         Ninguno de nosotros comentábamos más acerca de los riesgos que habría en el parto, creo más bien que lo evitábamos, porque el momento se acercaba muy prontamente. Y para aquel día ninguno de los dos sabría qué hacer, a quien llamar, nada.
                           






Mi Plan







         Luego de haber ido a hablar con Ganesh y ver cómo mataba Toran,  Ero y a Fedric se habían empeñado en resaltar lo supuestamente peligroso que era mi hermano. Y no los podía sacar de esa idea; decían que el haber matado a Toran en frente de nosotros había sido más que un reto, más que un escarmiento.
         –Ni siquiera mató a un Hereje, – decían admirados – mató a un inmortal, a uno de los suyos.
         –No era de los suyos, era un traidor.
         –Nosotros no somos traidores.
         –Para él si lo somos.
         Las peleas acerca de eso se volvían cada vez más extensas y más estresantes, por más que Gabrielle intentaba ayudar, esos dos solo se negaban a escuchar. Hasta que un día me desesperé tanto solo decidí decirles mi plan, un plan que terminaría todo, mejoraría las cosas de un lado o del otro.
         Convoqué a los principales implicados en esto.
         Los familiares de Anna; Jarkko y su hermano Ero. A Fedric por sr uno de mis mejores estrategas y a Gabrielle, porque ella me obligó a que la incluyera.
         Nos sentamos todos en una de las mesas de madera pesada y gruesa de la taberna, donde nadie nos pudiese interrumpir.
         Dentro de la taberna, las voces de los demás vampiros eran inaudibles, yo ya no las escuchaba. Solo era capaz de captar el mal tiempo; escuchaba como el agua de la lluvia escurría sobre los tejados para después azotar el en suelo en un golpeteo monótono y fuerte, oía como el viento que corría se colaba entre los marcos de las puertas y ventanas pareciendo el lamento agudo de una mujer. Además de eso, solo el maldito calor de la taberna que me hacía sudar gotas de sangre era lo que era capaz de sentir.
         Noche con noche las cosas se iban poniendo más y más tensas, pronto se aproximaba el día en que Antaris daría a luz. Si teníamos la mala suerte de que ella muriera no habría más problema que la inmensa depresión en la que yo caería, pero si no moría, tendríamos que matar a su hijo y a Ganesh. O al menos ese era mi plan anterior, porque lo único que querían todos los Herejes era cobrarse la vida de Anna y mi hijo con la de Antaris y su bebé, no les importaba ni el trono y Ganesh.
         Otro obstáculo más. Los intereses de ambas partes eran distinto pero implicaban las mimas acciones, matar a cualquiera de los tres. Y si era posible a todos ellos.
         Lo que estaba  punto de proponerles, o más bien a punto de imponerles, era más sencillo, algo que me dejaría fuera de la jugada que me negaba a realizar. Un plan que les dejaría que les dejaría el camino libre a los Herejes para que vengaran la muerte de Anna y mi hijo sin que mataran a Antaris.
         No importaba en realidad si aceptaran mi plan, necesitaba de su ayuda, sí, pero también lo podía hacer por mi cuenta; solo era cuestión de decidir si terminábamos esto bien, o no.
         –¿Para qué nos has citado a todo aquí? – preguntó Jarkko desde el otro extremo de la mesa.
         A ese anciano yo le había tenido mucho respeto y cariño desde el primer día que lo conocí, y en parte me sentía muy a penado con él por lo que iba a decirles, pero era la única manera de no perder una vez más a las personas que amaba.       
         –He venido a terminar esto.
         –¿Terminar, a qué te refieres? – dijo Ero, que se encontraba sentado a un lado de su padre.
         –Verán, lo que sentí cuando creí que había matado a Antaris, fue casi tan duro como lo que sentí cuando mataron a Anna. Sentí la misma desesperación, sobre todo porque yo la había matado. Y desde hace más de un siglo he estado viendo por ustedes, los he protegido lo mejor que he podido; me recibieron y los traté como a mi propia familia. Arriesgaba mi vida por que la raza de mi querida Anna estuviese bien, segura y satisfecha, incluso prometí venganza.
         ‘Pero ya no puedo seguir. Amo a Antaris de la misma manera en la que amé a Anna, creí que la había matado y volví a sufrir de la misma manera. Con Antaris reviví todas esas emociones que con Anna habían muerto.
         La mala cara de todos fue estúpidamente notoria al instante, a odiaban más que cualquiera y la querían muerta, a ella y a su hijo.
         –¿Te estas echando para atrás en lo que nos prometiste? – dijo Ero.
         –No, jamás.  Yo no impediré que venguen ustedes la muerte de Anna y mi hijo, pero les rugeo que no me hagan permitir que maten a Antaris.
         –¿Cómo quieres que venguemos a mi hermana entonces? – continuó
         –Ustedes solo están interesados en hacerle daño a quien mató a Anna. Yo no impediré que maten a mi hermano y a su hijo.
         –¿Y si la madre muerte en el parto? – dijo Fedric.
         –No morirá.
         –¿Cómo estas tan seguro?
         –¡No morirá! – pegué un golpe sobre la mesa al instante en que me levanté, Gabrielle que estaba a mi lado me sujetó por los hombros y me obligó a sentarme de nuevo, estaba furioso, capaz de lanzarme contra cualquiera.
         –La niña estará bien atendida, yo me encargaré del parto. – dijo Gabrielle relajada, como era su costumbre.
         –¿Qué pasará cuando este a salvo y con su hijo en brazos? – alcancé a oír tenuemente a Fedric
         –No hemos aceptado aún. – interrumpió Ero – Sea lo que sea que nos quieres proponer, Aki, no veo en lo que nos beneficie a los dos. Además no hay garantía de que la mortal salga con vida del parto…
         –¡No le vuelvas a llamar así…! – quise alargar el brazo para tomarlo por el cuello, pero inmediatamente Gabrielle me lo impidió y me ordenó que lo escuchara.
         –… si muere solo quedaría matar a su hijo. – siguió diciendo el hermanos de Anna – De tal forma que no veo motivo para hacer este trato. Reitero, al morir la madre y al nosotros matar a su hijo, Ganesh solo dedicará su vida a buscarte hasta darte muerte. Hagas lo que hagas estas condenado a morir en manos de tu hermano. No veo motivos para arriesgarnos todos nosotros para que no te maten, si podemos matar a su hijo y salir bien librados de todo esto.
         –No estoy planeando  salvar mi vida, sino la de Antaris. – dije – No la maten a ella, sé que saldrá bien del parto, y por lo mismo sé que podemos no matarla.
         ‘Tú mismo lo has dicho. Haga lo que haga, estoy condenado. Pero no quiero que Antaris también lo este.
         –¿Qué planeas entonces? – dijo Fedric.
         –Secuestrar a Antaris, matar a su hijo y a Ganesh, todo en una misma noche, todo en un mismo movimiento, sin que la guardia intervenga y solo los verdaderos implicados en esto se arriesguen, no derramar sangre por unas cuantas vidas.
         –Te escuchamos. – dijo Gabrielle apoyándome.
         –Bien, esperaremos tres o cuatro días después del parto para que Antaris este lo suficientemente fuerte al menos para moverse por sí misma. Convenceremos a Ganesh para que Gabrielle pueda quedarse ahí todo ese tiempo, y cuando mi hermano salga de Palacio citaremos el edificio entero.
         –Dime algo, – habló Ero – ¿cómo pretendes convencer a Ganesh de que Gabrielle esté ahí dentro y cómo harás para que salga de Palacio y las deje solas?
         –Haremos lo mismo que hicimos con Gäge, matamos a alguien importante, lo hacemos parecer un sangriento crimen para que tenga que él ir para testificar y declarar. Tendrá que salir de inmediato y como Antaris está recién salvada de la muerte por la heroica Gabrielle las tendrá que dejar a las dos solas en Palacio. – nadie protestó – Una vez fuera, llegamos con tan solo diez hombres y asaltamos Palacio.    
         –¿Y los guardias? – preguntaba Fedric, mi excelente estratega, el que pensaba en todos los detalles y los perfeccionaba. Él no estaba en contra de lo que yo proponía, de hecho era el único que estaba poniendo de su parte. – Hay una hora, media hora antes del amanecer en que ellos suben a un octavo piso para beber del ganado que los sirvientes cazaron durante la noche. Llevan Elk macho y dos venados para que sacien su sed.
         No tenía tanto detalles de lo que los guardias hacían a esa hora, pero también había observado  que los soldados dejaban a esa hora sus puestos.
         –Ahí es cuando entramos nosotros. – continué – Tendremos que hacer notoria para ellas nuestra presencia. Gabrielle tiene que dar la alarma, como si nada de esto lo supiera, dan la alarma, pero ninguno de los soldados responderá, y Antaris queda atrapada en Palacio, con Ganesh muy lejos como para ayudarla.
         –¿Planeas entrar por la puerta principal? – negué con la cabeza a lo que Ero me preguntó.
         –Subiremos y bajaremos por las escaleras de servicio. – sin más dudas, me quedé callado, esperando su respuesta.
         –No veo motivos ni beneficios para nosotros.
         –Haremos que el secuestro parezca un asesinato, destrozado, Ganesh estará debilitado, más que nunca. Ahí es donde entra su plan, matan al bebé y cuando Ganesh llegue a escena lo matan.
         Volví a esperar respuesta.
         –¿Y a donde irás tú después de que tengas a tu mujer?
         –Lejos, muy lejos.
         Se miraban unos otros, Gabrielle tendría que ayudarme aunque no quisiera, Fedric parecía convencido, pero ninguna de sus opiniones contaría si Jarkko o Ero se oponían.
         –De acuerdo. – dijo Jarkko, su hijo iba a protestar, pero de inmediato lo calló – Has arriesgado mucho por esta raza, no es justo que nosotros matemos a la mujer que amas. Solo que si te digo, hijo, y te lo digo con el mayor cariño, no puedes obligar a que una mujer te ame. Te robarás a Antaris, pero eso no garantiza nada.
         –Yo lo sé. – pero es la única manera de mantenerla con vida.
         –Te apoyaremos como tú siempre nos apoyaste. Solo dinos cuando lo debemos hacer y ahí estaremos.
         –Gracias, señor.
         El ciego, su hijo y mi estratega se fueron rápidamente, creo que debían pensar las cosas y organizar gente. Le dejé encargado a Fedric que revisara bien el plan y cubriera cada detalle.
         Al final solo quedamos yo Y Gabrielle, sentados en silencio mirándonos uno al otro.
         –Ven, hijo. – me dijo Nanna – Vamos a caminar un poco, necesito hablarte.









Él vivirá




         Gabrielle se negó a caminar por el bosque, no me dijo por qué, pero al final me convenció de que camináramos en las calles de la ciudad. Debido a que estaba lloviendo tuvimos que usar las capas para protegernos del agua, con esas capas nadie nos reconocería además, con las capuchas nos cubríamos la cara y lo demás nos taparía hasta los tobillos. Eran capas que usaban los Herejes cuando salían de la taberna.
         –Me ha gustado mucho el plan que formulaste.  –dijo una vez que nos alejamos lo suficiente de la taberna y comenzábamos a caminar por las calles donde yo crecí – Pero hay algo que no concibo. Lo veo cruel. ¿En serio dejarás en manos de los Herejes al bebe?
         Suspiré profundamente.
         –¿Sabes, Nanna? He pensado en eso, es lo que más me atrasaba para decirles mi plan. Estuve pensando en lo que Ganesh le hiso a mi hijo, lo mató incluso antes de que él pudiese hacer algo malo. No tuvo piedad. Pero por lo mismo no quiero hacerle ningún daño al hijo de Antaris. Por eso te necesito ahí.
         –¿No les dijiste todo a ellos? – negué con la cabeza.
         –Sigue sin importarme lo que hagan con mi hermano, pero el hijo de Antaris también viene con nosotros.
         –¿Nosotros?
         –Nanna, si te dejo aquí te matarán en vez de al babé, se darán cuenta que todo esto fue una trampa. Vendrás con nosotros.
         –¿Cómo me las arreglaré yo para salvar al bebé y a Antaris?
         –A Antaris déjamela a mí, solo encárgate de que se separe del bebé. Cuando lo tengas quiero que corras lo más rápido que puedas. No sé cómo se vayan a poner las cosas. Ta vez si amanece antes sea mejor, pero no puedo asegurarte de que yo esté ahí para salvarte a ti y al bebé. Necesito poner a Antaris a salvo, ella es mi prioridad, pero quiero que tú y el bebé corran.
         –¿A dónde? – preguntó preocupada, yo simplemente señalé hacia el sur, hacia las enormes Korkea, montañas que ningún ser por que cual aún corriera sangre se atrevería a surcar.
         –Estás loco.
         –Tal vez, pero ahí están bien. El bebé sobrevivirá bien, y tú sabes cuidarte sola. – asintió moviendo la cabeza.
         –¿Tú a donde llevarás a Antaris?
         –Necesito pensarlo aún.  Me basta con alejarla de la ciudad. Gabrielle, ¿Cuánto calculas que falte para que nazca el bebé?
         –Pocos días. El invierno está por terminar, nacerá antes de que el lago se descongele por completo. Nacerá el segundo día después de la novena luna llena del año.
 Nanna lo sabía todo esto a la perfección por que durante estos meses había estado vigilando a Antaris, con sus brujerías – como yo les decía – había visto ya el día en que el bebé nacería. Pero sus predicciones no siempre eran exactas, cambiaban conforme a las decisiones que se tomaban.
         –Faltan dos días. Pero dime, ¿a quién pretendes matar para que Ganesh salga de Palacio?
         –A Fiura y a sus Lundras. – dije volteando hacia el edificio blanco donde ellas se guarecían, había llevado a Gabrielle hasta su refugio de locos sin que se diera cuenta. Ahora que estábamos enfrente, miramos la pequeña puerta de metal que se interponía en nuestro camino.
         –¿Qué haremos aquí? – preguntó.
         –Tu no, yo. Quiero ver, solo eso, entraré y veré que hay dentro, veré cómo podemos simular un robo, un asesinato sangriento. No vendré el mismo día a averiguar todo esto. Nadie me verá, no te preocupes.
         –Esperaré aquí entonces.
         Tan pronto se alejó de la puerta para que no la vieran, me dispuse a entrar. Sería algo rápido, solo registraría las salas y las posibles salidas, puesto que sería una operación diurna de lo único que nos debíamos preocupar era de que pareciera un verdadero asesinato.
        









Encuéntrala




La labor de parto comenzó un poco antes de lo que habíamos pensado. Mi hijo había crecido durante las nueve lunas del invierno y en el anochecer de un día de tormenta comenzó todo.
         Estábamos Ganesh y yo dormidos aún en la cama, uno junto al otro, y un dolor fuerte me despertó. Al principio no pude siquiera detectar de dónde provenía el dolor, pero con la segunda contracción de mi vientre lo descubrí todo.
         En seguida más y más dolores en mi cadera no dejaron de atacarme. Ganesh escuchó mis gritos y se levantó enseguida, tan preocupado como yo, ninguno de los dos habíamos siquiera hablado de este momento y lo único que vino a mi menta fue la imagen de Gabrielle, su cara firme con sus arrugas.
         –Llámala, búscala. – decía yo cada que los dolores me dejaban respirar.
         –¿A quién?
         –A Gabrielle, búscala. – el desconcierto en su rostro parecía no dejarle pensar con claridad, creo que ni siquiera podía recordar quien era Gabrielle. Mis gritos ya eran bastante altos y constantes al igual que el dolor. Necesité gritar su nombre un par de veces para que reaccionara, y cuando lo hiso solo lo vi salir de la habitación buscando a Katelle.
         Ella entró al poco tiempo aún con su ropa de dormir, su pelo suelto y las manos por delante, como un zombi. Trató de llegar tan rápido como pudo a mi lado.
         –Antaris, – decía – tranquila, Ganesh no ha de tardar.  Respira, estarás bien, nada te pasará.
         –No, – gemí – no importa… lo que… – imposible hablar el dolor me penetraba ya hasta la columna, en mi interior mi hijo se movía despacio para cambiar su posición – me pueda pasar… a mí. Quiero a mi… hijo vivo.
         –Ambos estarán bien.
         –¡No! – le grité a ella sujetándola de un brazo con todas mis fuerzas – Prométeme que no dejarás que nada le pase. Así tengan… que matarme a mí, él debe vivir.
         –Te lo prometo, no me separaré de ti.
         Parecía que me arrancaban la piel pedazo a pedazo, los alaridos que daba no permitían que ningún otro sonido, por más fuerte que fuera, penetrara alrededor nuestro. Solo yo.
Entonces, de detuvo todo.
         Mis oídos zumbaban y mi cabeza dolía mucho. Mi cuerpo entero estaba helado pero además de eso yo moría de frio. Imposible cubrirme con mantas. Katelle me ayudo a retirar todas las sabanas y colocarlas en forma de herradura en el lecho para que pudiera apoyarme sobre mi espalda.
         Pasaron unos minutos, tal vez siete, tal vez diez. Y de nuevo el dolor de mi cadera de hiso  presente. Volvió a gritar pero más bajo; entre mis piernas escurrió un líquido casi transparente, parecido al semen de la noche anterior. No sabía si esas contracciones eran del parto o eran normales.
         Ese líquido transparente siguió saliendo de entre mis piernas, no lo podía controlar. Y aunque eso fue un poco vergonzoso, sobre todo pro que me encontraba totalmente desnuda y Katelle estaba ahí, me tranquilizó, si era parto.
         –¿Puedes vestirme? – le pregunté – Solo necesito una de las camisas de Ganesh.
         Corriendo Katelle tomó la primera que encontró, no me quería dejar ni un momento sola. Me puso la camisa blanca de Ganesh, de las pocas claras que tenía, y aun vez así permaneció a mi lado, orando a la Luna, le pedía que me permitiera vivir, rogando por mí y por mi hijo.
         En el poco tiempo que había pasado en Hëdlard nunca había aprendido a orar. Sabía de la existencia de sus cinco dioses, pero nunca nadie me enseñó nada.
         Katelle primero comenzó invocando con un largo nombre a su diosa, la Luna, nombre que me parecía imposible memorizar. Luego dijo los nombres de sus padres, y sus abuelos, dijo mi nombre y el de Ganesh, oró por nosotros y por mi vida, para la final terminar con una docena de palabras que tampoco capté muy bien.
         Una vez más, el dolor del parto. Igual de intenso y agudo. Habían pasado más de media hora y Ganesh no llegaba con Gabrielle. ¿Y si ella se negaba a venir, qué pasaría si ella no estuviese aquí conmigo?
         –Aquí estoy mi niña. – dijo mi Nanna en el umbral  de la puerta – Ya, tranquila, estarás bien.
         Katelle se retiró de inmediato de la cama y pegó todo su cuerpo a la pared, parecía asustada, pero se negaba a irse. Gabrielle y Ganesh en cambio, se acercaron a mi sin ningún temor.
         –¿Cómo te sientes, mi niña?
         –Tengo miedo, Nanna. –  lloré – Quiero que nazca, no permitas que nada le pase.
         –Nada le pasará. ¿Dime, como son tus dolores?
         Le expliqué que los últimos habían tenido un intervalo de diez minutos entre sí, pero que al comienzo habían sido seguidos y muy intensos.
         –Ay mi niña, espera a que pasen estas contracciones interrumpidas, y una vez que el bebé este en posición te querrás morir. – su comentario lo hiso sin intensiones de molestarme, pero no por eso no dejó de preocuparme – Falta poco para que eso ocurra, así que necesitaré la ayuda de… – miró a Katelle preguntando su nombre con la mirada, cuando se lo dijo continuó – Katelle. Consigue Aamulla, todas las hojas que encuentres en Palacio, debe de haber aquí. Has que las hierban y tráeme el nectar que quede abajo. – Katelle salió de prisa.
         –¿Puedo ayudar en algo? – dijo Ganesh.
         –No te separes de ella, nunca. El error que cometió tu padre fue no haber acompañado a tu madre en su lecho de muerte.
         Pasó un ahora casi para que Katelle regresara con el néctar de la flor de Aamulla. Pero no solo subió ella, venía acompañada de dos sirvientes que también llevaban un poco del néctar. Claro está, Ganesh no los dejó pasar, hiso que los dejaran al pie de la puerta y una vez que se hubiesen retiraron él las metió a la habitación.
         Parecía dudar hasta de su sombra. Pero tenía razón. ¿Qué mejor momento para que cualquier cómplice de Aki entrara a Palacio? Al fin que yo estaba en las peores condiciones para defenderme, y Ganesh no se separaría de mi lado jamás.
         –Vamos hija, abre ya esas piernas y deja que comience a salir el bebé. – me ordenó Gabrielle, que ya se había posicionado al pie de la cama, de frente a mí.
         Yo no podía ver nada, solo me dolía. Pero por la cara que tenía Gabrielle me decía que algo no iba marchando bien. Esperamos tiempo, largos minutos de contracciones leves y dolores insoportables. Ya mi frente se comenzaba a empapar de gotas de sudor rojo, mis brazos me ardían por tratar de mantener mi pedo sobre mis codos. Terrible.
         –¿Qué pasa Nanna, por que no nace aún mi hijo?
         No recibí respuesta alguna, solo la mirada de Gabrielle que me inquietaba tanto, miraba a Ganesh y luego a mí, temerosa.
         –¡Nanna!
         Corrió entonces hacia el baño y abrió todas las llaves de la tina, el vapor llenó pronto el baño y estaba a punto de salirse a la habitación.
         –¡Nanna!
         –Ganesh, cárgala y llévala a la tina, rápido. Katelle ayúdame a pasar todo la Aamulla al baño. Cubre el suelo con toallas y asegúrate de que nada pueda dañar a Antaris.
         Cargándome en sus brazos me llevó hasta la tina y me hundió poco a poco en el agua, que al estar caliente, me hiso sentir mucho mejor. En tanto las dos mujeres cubrían el piso y todos los filos con toallas, me sentía más bien en un cuarto acolchonado para locos, como los que tenía Fiura en su guarida. ¿Y si me estaba volviendo loca, o algo así?
         –¿Gabrielle, que sucede? – le preguntó Ganesh
         –Ha pasado mucho tiempo y Antaris no comienza a sangrar, quiere decir que el bebé no ha roto la bolsa aún. El útero está suficientemente dilatado, pero ella está seca.
         –¿Qué tan malo es eso?
         –Depende, la hemos metido en agua caliente para que el bebé siga saliendo y a Antaris no le duela tanto, pero cuando salga el bebé la hemorragia será muy grande. Por eso las toallas, en el momento en  el que el niño salga necesito que tú la saques del a bañera y la pongas en el suelo. Pero encárgate de tu hijo, que yo curaré a tu mujer.
         Si eso era para que me doliera menos, no me imagino que sería de mí fuera del agua. Una vez más, los dolores se hicieron más intensos, casi iguales a los del comienzo. Se me acalambraron las manos y las piernas, pero ni siquiera ese dolor superaba al estallido de mi cadera.
         En el baño mis gritos se potencializaron, estoy segura que casi media ciudad los estaba escuchando.
         Con la explosión entre mis piernas y el gemido más fuerte de toda la noche sentí que algo se quebraba dentro de mí. El agua de la tina de volvió roja. Mi hijo estaba naciendo.
         Me sujeté aún más fuerte de las orillas de la tina, con el agua me cubría más arriba de la cintura y mi hijo no sufriría ninguna daño mientras me mantuviera así. Usé las pocas fuerzas que aún me quedaban en pujar, luché tanto como mi hijo por sacarlo de ahí, ya el dolor era inconsciente,  la preocupación acaparó toda mi mente.        
         –Vamos hija, respira, todo está bien. – Gabrielle controlaba mi respiración y Ganesh me abrazaba por la espalda para sostenerme mientras respiraba conmigo, al parecer le hacía tanta falta como a mí. – Falta poco.
         Pujé como nunca. Arriesgue todo porque en ese intento saliera mi hijo, y así fue. La presión en las paredes de mi útero y en mi cadera disminuyó casi por completo y sentí un pequeño ser resbalar entre mis piernas.
         Ganesh metió las manos al agua levantando la cabeza de mi hijo para que pudiera respirar. Yo, casi inconsciente solo alcanzaba a oír el llanto de mi hijo y las voces de los que me acompañaban.
         Gabrielle anudó y cortó el cordón.
         Me sacaron del agua.
         Sentí el frio en mis piernas, un dolor tenue entre mis piernas, calambres.
         Mucho sueño, frio, tranquilidad y desvanecimiento.
         Nadie podía negar que era hora oportuna para morir tranquila, sabiendo que mi hijo estaba vivo, llorando y respirando nueva vida entre los brazos de su padre, nada me impedía rendirme en esta lucha por dar vida; dar mi vida a esa pequeña creatura.
         Morir por ella.








 

Sybelle

 


         –¡Es niña, Antaris! – escuché gritar en  un eco muy confuso a Gabrielle – Es niña.
         Los primeros dos minutos desde que recobré conciencia todo hacia donde veía era blanco, algunas siluetas negras tal vez, pero por donde viera había luz.
         Poco a poco, conforme mis ojos se fueron acostumbrando, descubrí que esas siluetas negras eran Gabrielle y Katelle. ¿Pero, dónde está Ganesh? Le busqué rápidamente con la mirada, confundida aún.
         –Aquí estoy, linda. – me dijo sosteniéndome por la espalda para que pudiera enderezarme un poco – Mira.
         Gabrielle se aproximaba a mí con algo entre los brazos, lo miraba y le hablaba tiernamente, con la más grande sonrisa que jamás había visto.
         Cuando estuve frente a mí, se hincó y me entregó aquello que sostenía entre sus brazos. Estaba caliente, suave y olía muy bien, suave y delicado como ningún otro olor. Al acercarlo a mi cara vi entre los pliegues una diminuta carita, blanca y con las mejillas rosadas; en su cara tenía unos diminutos labios. No tenía abiertos sus ojitos, dormía.
         –Mírala, que bonita es. – dijo Ganesh detrás de mí.
         –Sí, lo es.
         La bebé estaba completamente limpia un poco hinchada, pero al verla fijamente me di cuenta de que todo eso se estaba desvaneciendo a una velocidad increíble. Cada inmortal tenía su propia belleza, ninguna humana, ni siquiera mortal; y un bebé inmortal creo que sobre pasaba del entendimiento.
         –Es una niña fuerte, grande, – decía Gabrielle – sus pulmones reciben bien el aire y sus ojos ven a la perfección. – permaneció callada unos instantes, pero luego miró a Ganesh directamente y le dijo: – No, hay duda, esa niña es tuya, sacó tus ojos.
         –Nunca dudé. – Mentiroso.
         –Vamos, Ganesh, llévate a tu hija y deja que nosotras nos encarguemos de limpiar a Antaris. – deje en los brazos de Ganesh a mi hija y ellos dos se salieron.
         Mis piernas aún estaban manchadas de sangre, sangre seca, y debajo de mí todas la toallas estaban intensamente teñidas de rojo. La hemorragia había sido más grande de lo que había esperado yo.
         Katelle que permanecía al fondo del baño, se acercó en seguida y me ayudó a pararme; la tina estaba vacía y ahora volvían  a abrir las llaves para lavarme.
         Removieron todas las gotas de sudor de mi rostro y las costras de sangre. En poco tiempo quede limpia al igual que mi hija.
         –¿Cómo fue? – pregunté – Perdí conciencia en cuanto oí a mi hija llorar.
         –Es normal, – contestó Nanna – luchaste mucho por resistir tanto tiempo. Todo se complicó demasiado, en serio, pensaba que te me morías, mi niña.
         –Estas blanca, blanca, segura que te encuentras mejor. – inquirió Katelle.
         –Estoy muy cansada, y tengo sueño. Pero me encuentro bastante bien.
         –¿Ya sabes cómo vas a llamar a tu hija?
         Me quedé callada, en realidad no lo había pensado hasta ahora; por más que trataba de recordar el nombre para una mujer no se me venía nada a la mente. Pensaba en todas las mujeres que me rodeaban, pero no. No recordaba ni siquiera el nombre de mi madre, ni el de mi abuela.
         Abuela…
         –Sí, si lo sé. – se me quedaron viendo fijamente  – Se llamará igual que abuela.
         –Sybelle. – dijo de inmediato Gabrielle – Sí, es un nombre muy hermoso y perfecto para ella, a Ganesh le dará mucho gusto que se llame como su madre.
         Al salir las tres del baño, todo el vapor que hicimos nos siguió hasta mi cama, donde me acosté y me tapé con las sabanas, ahora completamente limpias.
         –No quiero que nadie me moleste. – dije sin ordenar a nadie – si están aquí o no, en realidad no me molesta, pero déjenme dormir, estoy cansada y no creo despertar en un buen rato. Ganesh dame a mi hija. – él, que estaba abrazándola mirando perdidamente hacia la ventana, despertó y me la entregó suavemente para que no se despertarla.
         –Gabrielle, si gustas puedes quedarte unos días para asegurarte de que todo con Antaris y mi hija vaya a la perfección. – Nanna permaneció callada – Hay dos habitaciones enfrente, en la otra torre, si quieren las dos pueden quedarse cerca de Antaris por si necesita algo.
         Katelle sonrió y ambas salieron de la habitación de inmediato. Me dejaron sola con mi hija y Ganesh, que de inmediato también se fue a recostar conmigo.
         –Todo esto me agotó tanto como a ti.
         –Me imagino. – dije – ¿Te quedaras esta noche?
         –Sí, no quiero dejarlas solas, no durante unos días. – sonreímos – Debemos pensar en un nombre para ella.
         –Ya lo decidí. Sybelle, como tu madre.
         –¿Sybelle? – se quedó pensando un rato, hasta que esa línea recta en los labios se convirtió en una amplia sonrisa, de esas pocas en las que Ganesh muestra sus enormes colmillos. – Me gusta, gracias Antaris. – besó suavemente mi frente y me dejó dormir.
         No tardé casi nada en entrar en un sueño, como recuerdo, un sueño lúcido, más que el primero que tuve, el mismo sueño de la primera noche en Hëdlard. Solo que empezó distinto, comenzó antes.
         Estaba yo, aferrada de alguien, arrugando con todas mi fuerzas sus ropas, el sire me faltaba y la sensación de caída era más fuerte y real de lo que cría posible. Después de unos confusos e inmateriales segundos, mi cuerpo rompió contra duros cristales, y entré al agua.
         Mi cuerpo, cuan pesado en el agua era, de hundió rápidamente junto con la otra persona. Ganesh.
         Desperté al anochecer siguiente, con un dolor tremendo de cabeza y seca la garganta. Salté de la cama y me enderecé. ¡Mi hija! ¿Dónde está?
         –¡Ganesh! – grité al no verlo.
         –Aquí estoy. – mi hija, sonriente, tremendamente grande, estaba en sus brazos. Ya tenía abiertos los ojos, verdes, líquidos, tan grandes, redondos, tono olivo como los de su padre.
         Sybelle, su mirada, su sonrisa, su escaso pelito negro rizado, toda ella hiso que me relajara. Respiré con normalidad y también le sonreí. Sybelle soltó una aguda carcajada de bebé, uno de los más hermosos sonidos que mis oídos eran aún capaces de escuchar.
         Los siguientes dos días, fueron para mí de total descanso. Estaba relajada y feliz por mi hija. Ganesh pasaba tiempo con nosotras, tomaba a la niña entre los brazos y la besaba en las mejillas, la hacía dormir entre su pecho y la hacía mirar por los ventanales como él siempre hacía.
         Esa niña tenía toda la madera de su padre, no nada más esos esplendidos ojos; Sybelle tenía esa clama tan notoria en su padre, esa paciencia y talento de mirarlo todo. Sybelle observaba, miraba hasta debajo de las piedras.
         No digo que en esos dos días mi hija hubiese tenido el tamaño y la aparente edad de una niña de un año, ni mucho menos, pero precisamente para su segundo día ya podía siquiera mantener la vista en un solo punto. Podía estar despierta dos horas antes de volverse a dormir.
         Tres horas que valían oro para nosotros.
         Gabrielle, que nunca apartaba la vista de Sybelle, pasaba el tiempo suficiente conmigo, eso sé, no hablamos nunca de Aki, además de incomodo, sería un sacrilegio. Solo me felicitaba y ayudaba en todo lo que podía.
         En la tercera noche, Ganesh llegó tarde a Palacio. Tenía cara de serio, como siempre antes de su hija.
         –¿Qué es lo que ha sucedido?
         Sin responder se encerró en la habitación, tras unos pocos minutos salió rápidamente, creo que había entrado a buscar algo.
         –Mataron  alguien. – lo escuché decir.
         –¡A quién?
         Las prisas lo llevaron al estudio, buscó entres sus cajones mientras Sybelle y yo lo observábamos calladas. Pasaba de un lado a otro, nos rozaba las ropas pero jamás nos dijo un ‘quítense’.
         –¿A quién han matado? – inquirí de nuevo cuando subió una vez más al vestíbulo de Palacio.
         –Mataron a las Lundras y a Fiura.
         Enmudecí, en vez de alegrarme, al igual que con la muerte de Toran, sentí lastima por ellos. Las Lundas… no me importaban en realidad, pero Fiura, Ganesh le tenía cierto respeto por algo.
         ¿Cómo las habían logrado matar? Creía yo que incluso para los inmortales las Lundras eran algo más que complicado de destruir, no eran ni inmortales ni Herejes, eran una mezcolanza zombificadas de ambas.
         –¿Qué te han dicho?
         –No mucho, solo que un grupo de vampiros entró al edificio, primero mataron a las Lundras y luego a Fiura. – de giró sobre sus talones al ver que lo seguía hasta las puertas – Necesito ir a ver lo que sucedió. – Suspiró hondo, cansado, triste. – Quédense aquí, no dudo que la sangre es lo que más haya ahí, no quiero que vayan.
         –Si a ellas lograron matarlas, imagínate lo que pretenden hacer contigo.
         –A mí no me harán nada. – frunció el ceño desconcertado como si yo supiera algo más y no lo quisiera decir. – Por favor, cuídense. No tardaré, te quedas segura con Gabrielle y Katelle.
         Asentí triste y le dejé ir.








Caída libre






         –¿A dónde fue Ganesh? – preguntó Gabrielle en cuando me vio atravesar el pasillo del recividor de Palacio.
         –No se, dijo que alguien había muerto. – respondí sin emoción alguna en la voz – Ven Gabrielle, llevate a la   niña, necesito estar sola.
         –No, niña, no puede estar sola, menos ahora que Ganesh no esta con nosotras.
         –Nanna, no quiero hablar con nadie.
         –Llamaré a Katelle, deja que este fuer de la habitación al menos. – asentí y volví al estudio de Ganesh.
         Arrastrando los pies me volví a bajar hasta el estudio, tan solo, oscuro y frio como siempre que él no estaba. En esa habitación no había ventanas, pero la incesante lluvia no dejaba de penetrar por las paredes, y el viento no había callado.
         Poco a poco llegaba la primavera, y el hielo del lago se derretía con rapidez, de vez en cuando podía escuchar la ruptura de las capas que hacían del lago un mar completamente sordo y callado, muerto.
         Me sorprendí apretando mis dientes, por alguna razón estaba estresada, nerviosa y preocupada. De la nada me pareció mala idea estar lejos de mi hija.
         Katelle esperaba al inicio de la escalera, cruzada de brazos y sin expresión alguna en sus ojos. La miré rápidamente pero no me detuve siquiera.
         Subí al siguiente piso, don estaban las habitaciones, y en la mía, paradas frente a los ventanales, estaba Gabrielle, señalando con uno de sus dedos al horizonte. Sybelle sonreía y gritoneaba entre sus brazos, como si también en los de ella se sintiera segura.
         Permanecí callada, en el marco de la puerta observándolas. Gabrielle le decía algo a mi hija, algo tierno, pero no pude saber qué, estaba más distraída con su sonrisa que en lo que Nanna decía.
         En cuanto mi hija volteó hacia la puerta y me vio, lanzó una carcajada y me señaló. La Hereje se giró con brusquedad y tan bien sonrió.
         Suspiré tan hondo como mis pulmones aguantaron, le pedí que me diera mi hija, y al tenerla entre mis brazos no pude más que perderme en sus ojos verdes. Recordé a mis perros, en esos momentos mirándome desde mi cama, donde descansaban. Recordé, claro, a su madre.
         –¿Nanna, que pasará ahora? – pregunté – Es decir, Aki, no pudo quedarse callado, se que algo planea.
         Gabrielle no contestó. La miré directamente a los ojos, algo sabía. Tenía la misma cara que cuando descubrí que Aki deseaba solo matarme.
         –¿Nanna?
         –Hija, él nunca te lastimaría.
         –¿Y mi hija?
         –Tampoco, es buen hombre.
         Definitivamente no quede del todo satisfecha con su respuesta, no mentía, pero había algo más.
         Entonces, al ver por la ventana a las espaldas de Nanna, miré casi una docena de sombras pequeñas moverse ágilmente; se dirigían a Palacio, no había duda.
         –¿Qué diablos fue eso? – grite aaterrada, corrí hacia los ventanales y me asomé – ¡Katelle!
         Pasaron escasos segundos para que ella estuviese a mi lado preguntando qué sucedía.
         –He visto hombres vestidos de negro correr hacia Palacio, algo no está bien. No veo a los guaridas.
         Algo similar al sonido de un relámpago sonó desde el interior del edificio. No supe jamás lo que fue, pero eso detonó por completo mi pánico. Tenía a mi hija en los brazos y algo raro sucedía en Palacio.
         –Bajaré para ver que pasa.
         Gabrielle, Katelle y yo con mi hija, bajamos la enorme escalera de mármol blanco hasta el recibidor. Abrimos la puerta y pedimos el ascensor, oprimimos el botón una, dos, veces, y no sucedía nada.
         –Vamos por las escaleras. – propuso Katelle – si algo sucede, nadie nos encontrará ahí, vamos.
         –Deberíamos permanecer arriba. – dijo Gabrielle, es más seguro para la niña.
         –Tiene razón, – contestó Katelle – quédate tú, Antaris.
         –No hay manera, no esperaré arriba a que te maten.
         –No lo harán, vamos, quédate, no me pasará nada.
         –No, voy contigo. – me giré y le dejé a Gabrielle a mi hija, besé su frente y silbé con fuerza para que mi perros bajaran. – Listo, vamos.
         –Estas loca, Antaris.
         A un lado del ascensor, una puerta insignificante y casi del mismo color que la pared, ahí estaban las escaleras. Abrimos y nos metimos.
         Estaba más oscuro que la boca de un lobo. Ehera y Cabo iban delante de nosotros, olisqueando el aire y vigilando. Bajamos tan pronto como pudimos. Pasaban largos y monótonos minutos, las escaleras bajo mis pies me provocaron dolor de cabeza, ese golpeteo tan seco simplemente no me caía bien.
         Íbamos apenas en uno de los pisos de en medio. Los cuatro corríamos escalera abajo, hasta que Cabo se detuvo en seco.
         Sacó la lengua para probar el aire, olisqueó, paró más las orejas y asomó su cabeza el gran vacío que había entre las escaleras de caracol.
         Gruñó.
         Repetí lo que él había hecho, también olí y probé el aire, también escuché.
         Aki.
         Era ese demonio acompañado de un ser vivo, tal vez un Hereje.
         –Katelle, regresa. – dije en un susurro – Ahí vienen, estamos atrapadas, sube.
         No preguntó nada, simplemente se dio la media vuelta y corrimos costa arriba. Si el golpeteo de los escalone había perturbado mi cabeza, ahora, desesperada, no sabía si prestarle atención a eso o preocuparme por llegar al último piso.
         –No lo lograremos. – dije preocupada – Son más rápidos que nosotros y en cuanto detecten nuestro olor seremos mueres muertas.
         –Estoy de acuerdo. Entremos a uno de los pisos.
         En la primera puerta que encontramos nos metimos. No nos importó lo que fuese ahí dentro, ni siquiera nos fijamos; pero estaba totalmente oscuro.
         –¿Qué hacemos? – preguntó Katelle muy preocupada.
         –No sé, necesitamos a Ganesh.
         –¡Antaris, tú eres pupilo de Ganesh, llámalo!
         –¿Cómo?
         –Penetra en su mente mujer, hazlo.
         Utilicé todas las fuerzas que tenía yo, derribé cualquier muro en mi mente que obstruyera lo que tenía que hacer, pero simplemente no logré concentrarme. Mis perros lloraban y se movían muy nerviosos. Katelle respiraba con fuerza y los pies de Aki al subir por las escaleras robaba toda mi atención.
         –¡No puedo!
         –Claro que puedes. – insistió – Inténtalo.
         Use todo lo que tenía para concentrarme, mentalicé la cara de Ganesh, llamó por su nombre, muchas veces, desesperada, hasta que lo sentí. Noté lejos de que su energía y fuerza; Ganesh,  – le grité desesperada – han entrado. Aki vino a Palacio y viene por mí, ayúdanos.
         ¿Dónde están? – pregunto, respondí a su pregunta en cuanto su mente dejo de tratar de echarme de ahí – No te muevas, Antaris, no hablen. Llego en cinco minutos.
         Date prisa, Ganesh, por favor.
         Mientras tanto, Aki ya estaba casi en el mismo piso que nosotras. Caminaba lentamente, subía escalón por escalón, escuchando cada sonido y respirar. Afortunadamente yo los podía escuchar más que ellos a mí, el peligro más fuerte era que olieran a los perros, que escucharan sus corazones y que…
         –Ahí están, escucho los corazones de los perros, están en el piso de arriba, Ero. – anunció Aki – Corre.
         Mi respiración se agitó tanto que creí empezaría a gritar del terror. Ciertamente mis perros gruñeron y ladraron al oler a Aki y sus ganas de matar.
         Pronto alcanzaron el piso superior y abrieron la puerta de golpe. Me había escondido detrás{as de la puerta, junto a unas cajas pesadas y el acto de Aki había hecho que la perilla de la puerta, cuan pesada y diera era, me pegara en la cara y me abriera el labio. De inmediato, antes siquiera de que nos vieran, olió mi sangre.
         Aki, con reflejos impresionantes me tomó por la playera y me sacó de mi escondite. Con brusquedad me pegó a la pares y acercó su nariz a mis labios sangrantes. Olió profundamente la sangre.
         En la oscuridad, sus ojos parecían más grandes y más negros. La sangre que le había invadido ya tornó por completo sus ojos en espejos color vino intenso, tenebrosos, de un demonio. No era hombre, no era inmortal, era un cazador, la rasca de su asesina bebedora de sangre Alka.
         De su pecho salía un rugido casi igual de fuerte y profundo que el de un tigre hambriento, igual de felino; mostraba sus colmillos y sacaba la lengua amenazando con probar mi sangre.
         –Es tan… – gruñó – tuya. Hace mucho que no bebo de ti, querida, hace tanto que no bebo de tu sangre.
         Ero, su acompañante, se acercó por detrás, con tanta cautela como yo lo hubiese hecho, puso una mano sobre el hombro de Aki y le dijo al oído algo que lo hiso regresar. Sus ojos volvieron a ser cafés contorneados con su blanco intenso, dejó de amenazarme con sus colmillos y se alejó de mí.
         Sin importar la penumbra de la sala, mis ojos veían más que perfectamente; cada expresión, cada respiración que daba, todo. ¿Habrían notado ya que no estaba sola en la habitación?
         Mis perros estaban detrás de ellos, mirándolos atónitos y ladrando como locos, mientras que Katelle permanecía silenciosa, escuchando desde su escondite.
         –Acabemos con esto, Aki. – dijo Ero, Aki asintió y trató de tomarme por los hombros.
         –Ni siquiera me toques, Aki. – le ordené quedándose él congelado en el intento.
         –Pretendo sacarte de aquí, eso es todo. – negué con la cabeza.
         –A mí me tendrás que sacar de aquí muerta.
         Se enfureció.  Frunció el seño y dijo:
         –Ése es el plan. – tapándome la boca y haciendo que me pusiera frente a él, Aki me cogió por las muñecas e hiso que saliera en seguida de el cuarto.

         Los perros de Antaris se plantaron frente a nosotros, gruñeron cual bestias con rabia, el macho estaba listo para lanzarse y atacarnos.
         –Ero, – le llamé – si esos perros me tocan, los matas.
         No sé de dónde sacó las fuerzas y la maña Antaris, pero en menos de un parpadeo, se había logrado zafar de mis brazos e interponerse entre los perros y yo.
         Sus ojos se habían inundado de líquido acuoso y rojizo, de lágrimas de un vampiro; de entre sus labios, una fina línea blanca con dos colmillos pequeños de centinelas aguardaban al igual que sus perros para atacar.
         –Por tu culpa mataron a su madre, – dijo furiosa – te acercas un paso más, Hereje, a ellos y una daga te atravesará el corazón. – lanzó una mirada al fondo de la habitación, donde la oscuridad hubiese tragado a cualquiera.
         Riéndose de ella, Ero caminó quitado de la pena hacia los perros. No esperaba con que una sombra de cabello largo y casi tan morenos como su piel saliera de las sombras; no contaba con que esa sombra tuviese una de las escasas dagas que se forjan aquí en Hëdlard y antiguamente en Vaasa; Ero no contaba con que yo no haría nada por evitar su muerte a pesar de que pude haberlo hecho; el hereje no esperó su muerte, y la daga le atravesó el corazón. Dejando al hombre helado, mirando su herida petrificado, hasta que cayó al suelo y murió.
         –Se lo advertí. – declaró Antaris con la mirada en alto – Y te lo advierto a ti también, tendrás que sacarme muerta de este Palacio.
         –Ya lo veremos, camina.
         Ninguna de las dos se movió. Ambas damas permanecieron quitas, con mirada retente y mirada fija. Eran fuertes, firmes y definitivamente hermosas. Pero no tenían ni la mitad de mi edad, mi velocidad y mis reflejos siempre sería mejores que los suyos, no importaba cuánta sangre mí acorriera por las venas de Antaris.
         Bastó con dar un par de pasos a tal velocidad que nadie notó y arrebatarle la daga a la mujer de piel morena. Cuando regresé a mi lugar, ambas se asombraron y dejaron de retarme con la mirada, solo se mantuvieron firmes.
         –Caminen. – ordené y ambas salieron del piso cuidándose la espalda y ordenándole a los perros que se retiraran. – Suban hasta que yo les indique.
         Los perros por delante, Antaris detrás de ellos y la mujer morena justo delante de mí.
         A Aki no le dio tiepo siquiera de reaccionar. Ni yo lo noté, Ganesh llegó desde los pisos de abajo corriendo, subiendo de cinco escalones en cinco. Para cuando Aki vio a su hermano, ya lo tenía casi encima de él, cojiendolo de los hombros y jalandolo escaleras abajo.
         Vi que caían, golpeandose e intentando morderse uno al otro.
         Pero es que ambos eran igual de viejos, fuertes y mejstuosos. Tan frios en sus movimentos y tan debiles en un mismo punto, yo.
         –Por un carajo, – alcancé a escuchar a Ganehs gritarme – subete Antaris, corre.
         No quería separarme ni un solo momento de Ganesh. Si moría, quería estar ahí. Negué con la cabeza, no me movería de ahí sin él. Quería ayudarle, pero ni Katelle ni yo podíamos hacer nada.
         Los dos vampiros mostraban numerosas veces sus enormes colmillos blancos amenazándose con morder. Si uno de ellos perforaba la piel del otro y lo desangraba tan siquiera un poco, su fuerza se vendría abajo sin advertir. Y en esta pelea tan reñida eso en serio que contaba.
         Ganesh logró zafarse pronto de su hermano al darle un puñetazo en la cara; subió tan pronto como sus fuerzas y sus piernas le permitieron.
         Iba a tomarnos a mí y a Katelle por las manos y después subir, pero ella no se lo permitió.
         –Ganesh, – dijo seria – a mí no me quieres, es a  ustedes, corran y escóndanse, yo lo retrasaré.
         Sin protesta alguna, Ganesh y yo seguimos nuestro camino. No tenía idea de en que piso estábamos, las escaleras no se terminaba, y las puertas tampoco; no escuchaba ni a mi hija ni el latido del corazón de Gabrielle, estábamos perdidos.
         Pisos abajo, la pelea comenzó con Katelle; ella temblaba de miedo y el de ira. Katelle solo lograría detenerlo uno pocos segundos, pero no lo suficiente para que nosotros escapáramos.
         Un golpe en seco y luego las pisadas fuertes de Aki me indicaron que Katelle había caído ya, aun que no  precisamente muerta.
         Si nos deteníamos a abrir puerta por puerta, Aki nos alcanzaría antes de encontrar una salida siquiera.
         –¿Ganesh, – pregunté desesperada – qué hacemos?
         –Sube hasta el último piso. – Respondió agitado – No pares, Antaris, corre.
         Para cuando me dijo eso, solo faltaban escasos dos pisos para llegar a la última puerta. La abrí y la empujé con todas mis fuerzas, pero estaba cerrada. Empujé, forcejé desesperada el picaporte, pero ni con mi fuerza lo logré. Mientras Ganesh intentaba abrir, asomé la cabeza para ver dónde venía Aki; solo me puse más nerviosa, le faltaba un piso y llegaría nosotros.
         –¡Ábrela! – grité.
         La pobre puerta se hiso pedazos en cuanto Ganesh le puso una mano encimo; pareciera que bastó con que su mente penetrara en el centro de la placa de acero para que este cediera y cayera como cristales al piso.
         Una ráfaga enfurecida de viento helado nos azotó los cuerpos. Ahí afuera no había más que horizonte, aire y una enorme caída de más de ciento veinte metros de altura. Si una batalla se desarrollaba ahí, alguno de los dos, o ambos, terminaría cayendo.
Sin otro lugar a donde ir, continuamos corriendo por la azotea de Palacio, intentamos ocultarnos detrás de un muro alto de concreto que se alzaba convenientemente. Apoyamos la espalda y esperamos a ver qué pasaba.
Con tanto viento apenas podía escuchar los corazones de mi perros latir agitados, y la respiración de Aki. Los pasos del hombre se aproximaban desde el acceso y caminaban buscándonos. No había a donde ir; era obvio que ahí estaríamos.
–Ganesh, hermano. – llamó Aki – Escúchame. Entrégame a Antaris, hay diez Herejes esperando haya abajo, son los mejores y solo te quieren a ti. En cuanto descubran que Ero esta muerto vendrán por ti y no les preocupará Antaris. Entrégamela y la sacaré de Hëdlard antes de que a ti te pongan un solo dedo encima.
–No, – susurré al oído de Ganesh – si te matan, me muero contigo. No me entregues.
Él no respondió, solo contemplaba el horizonte, como si ahí, escondida entre las nubes estuviese la respuesta. Veíamos hacia la parte norte, la ciudad y las Korkea eran nuestro horizonte, nada además de eso era visible debido a la lluvia.
–Ganesh, – volvió a llamar Aki – no la lastimaré, solo quiero sacarla de aquí.
–Antaris, – me llamó Ganesh – en cuanto yo de la orden corres, no pares, no mires, solo corre. – asentí segura.
Aki se aproximaba, tal vez ya no había olido o escuchado.
Ganesh respiró tres veces profundamente, no le importó siquiera que su hermano lo escuchara, me tomó de la mano, me miró a los ojos y me dijo que corriera.
Pasamos justo ante los ojos de Aki, rosamos sus ropas, pero no nos detuvimos. Ni siquiera cuando el final de la azotea rebasó nuestros pies. Dimos un saltó enorme y luego nos dejamos caer directamente hacia las placas de hielo aún gruesas y sólidas del lago Tumma.
En esos pocos segundos de caída libre, sentí como todo el aire de mi iba a la boca del estómago y mi sangre desaparecía de mis mejillas. No podía siquiera sentir pánico, no me dio tiempo, solo sé que me sujeté con fuerza al cuerpo de Ganesh mientras él protegía mi cabeza con susbrazos. Esperando el impacto del frio hielo con su hombro.
El impacto contra el hielo no nos dolió un poco, el frio del agua impidió que cualquier clase de dolor llegara hasta la superficie de la piel.
Fragmentos de esa misma placa blanca se hundió con nosotros, metros y metros. En un lago tan oscuro como el Tumma, la luz apenas y alcanza los primeros diez metros, pero a partir de ahí, la superficie parece tan lejana como lo es el cielo en la Tierra.
Sin advertencia y esperando lo peor, Ganesh me cogió por el brazo, mientras nos seguíamos hundiendo, y pronunció un par de palabras que me dejaron morir en paz.
–Te amo.
Y sí, tal vez morir hubiese sido lo mejor. Pero mi conciencia no me dejó saber que fue de mí, ni de él. Solo se me apagaron las luces y perdí el conocimiento.





Fuera de Alcance (aki)






         Les vi correr justo frente a mí, a solo unos centímetros de mi cuerpo y o los detuve; corrieron los dos aferrados de la mano y no se detuvieron ni siquiera cuando la azotea se terminó a sus pies. Dieron un gran salto y luego vi sus cuerpos desaparecer en una caída inmensa que los llevaría inevitablemente al fondo del lago.
         En un reflejo estúpido de seguirlos también corrí hacia la orilla de la azotea, pero me detuve milímetros antes; para cuando pude verlos, el hielo del lago se rompía en miles de pedazos debido al impacto de los dos vampiros. El hombro de mi hermano recibió todo el golpe, no dudaba que se lo hubiese dislocado al menos; todo por preservar más tiempo con vida el cuerpo de su amada, aún sabiendo que las aguas del lago Tumma la matarían tarde o temprano si no lograban salir de ahí.
         Indescriptible era mi lo que experimentaba; tenía ganas de arrojarme tras ellos y rescatarlas. Pero no conseguiría más que matarme yo solo.
         Me había arriesgado junto con Ero y Fedrik al venir a Palacio a reclamar el supuesto cuerpo muerto de Antaris, y que ahora no me arriesgara a salvarla mientras conservaba vida me pareció lo más cobarde que hubiese hecho jamás.
         Así como subí, así comencé a bajar las escaleras. Mi nuca recibía el golpeteo monótono y molesto del acero chocando contra mis pies. Al poco rato sentí como mi cabeza explotaba y mis piernas se entumían debido al esfuerzo.
         En el camino me tropecé con la chica morena que anteriormente y había vencido; asustada se hiso a un lado para dejarme pasar. Pero terminó siguiéndome, era obvio que Antaris algo tenía que  ver con que yo  bajara tan aprisa y ella no se lo perdería.
         Pero ni siquiera su preocupación por su amiga se comparaba a la desesperación y urgencia de llegar a su lado. A como diera lugar, al precio que fuera yo debería sacarla de ahí.
         En cuanto puse un solo pie en la alfombra del primer piso del palacio, noté que ninguno de los hombres que junto a Ero habían venido estaban, la sala estaba completamente vacía y la entrada libre.
         Por un momento me inquieté por ellos; tal vez habían entrado a palacio para buscar al hijo de su líder, Ero. Pero no, al salir del edificio lo vi a todos reunidos frete al palacio, entre ellos estaba Fedrik.
         Lo llamé y le pedí con urgencia que todos se fueran de ahí, que se escondieran en la taberna y no salieran – debía darme tiempo antes de que descubrieran el cuerpo de Ero –. Pero se negaron, no se irían si él.
         No pude evitar que se quedaran y simplemente los ignoré; pero era más que sospechoso que no llevara a Antaris conmigo respecto al plan.
         –Dese prisa, Señor. –  me aconsejó Fedrik –  No somos tontos, y al menos yo ya sé que Ero esta muerto, pero en cuanto ellos lo comprueben no dudarán en culparlo a usted.
         –¿Estás conmigo? – pregunté.
         –Si, señor.
         –Entonces espérame aquí, pasó algo que no contemplaba y debo remediarlo pero no puedo solo.
         Al decir esto me di la media vuelta y caminé por uno de los costados de Palacio hacia donde el hielo se abría en un enorme ojo negro, ahí, donde Ganesh y Antaris habían caído. Sin dudarlo siquiera un poco me eché a correr y me arrojé a él.
         El agua, a nosotros los vampiros, no nos mantiene a flote, nos hundimos cual piedras así que no me costó mucho esfuerzo llegar varios metros abajo. Tampoco se me dificultó mirar dentro del lago, tal vez la oscuridad no ayudara mucho pero el liquido no molestaba mi ojos. Miré a un lado, miré al otro y ella no aparecía; más abajo, donde casi era imposible que un cuerpo mortal pudiese permanecer vivo debido a la presión tampoco.
         Por primera vez, la gélida temperatura del lugar afectó mi cuerpo, con el frio del agua, mis dedos de las manos se entorpecieron y mi cara se inmovilizó por completo, sentía como el agua se adueñaba de mi cuerpo e intentaba hacerse hielo en mis venas.
         Si no encontraba a Antaris en poco tiempo yo también me encontraría en serio problemas.
         Los minutos transcurrían rápidamente, calculaba que ellos llevaría casi diez minutos dentro del agua, tiempo que pudo haberle costado la vida a ambos. En todo el tiempo que estuve dentro del lago Tumma jamás me fue posible siquiera divisar el fondo o las plantas que se supondría deberían de crecer como en cualquier otro lago.
         Algo sujetó mi pie.
         Una mano.
         Bruscamente me giré asustado debido al contacto, y sujetando mi tobillo estaba Ganesh, con Antaris entre los brazos. Impresionante que mi hermano siguiera con conciencia, desafortunadamente Antaris no.
         Parecía que Ganesh no me soltaría y me haría ahogarme con ellos, pero luego de una mirada de ira, vino su mirada se súplica. Estaba tan débil que ya no lograría llegar a la superficie con Antaris entre los brazos; la soltó y la impulsó hacia mí.
         Antaris, floja y sube como una muñeca de trapo llegó hasta mis brazos. Una vez conmigo lo único que pensé fue en sacarla de ahí. Nadé con todas mis fuerzas hacia la superficie, y aunque tardamos varios minutos lo logramos.
         Fedrik esperó como le dije y así mismo me ayudó a sacarla del agua y posarla sobre el hielo, que seguramente era más cómodo e inclusive más cálido que el agua del lago. El Hereje se despojó de su capa negra y envolvió en ella a Antaris.
         –Aki, los demás ya están buscando a Ero, –dijo preocupado. No tardarán en dar con su cuerpo, debe irse ahora.
         Sin habla negué con la cabeza y volví a las profundidades del lago.
         En esos momentos, el hecho de que entre mi hermano y yo hubiesen rivalidades, mismas que nos habían llevado a donde estábamos, no tuve el corazón ni el coraje para dejarlo morir en el lago.
         Pero creo que más que nada fue por Antaris que lo hice, volví a sumergirme en el lago y recorrí la misma ruta hacia la oscuridad. El olor de Antaris seguí fresco en el agua así que lo seguí.
         Se me dificultó pocos encontrar a mi hermano, le tomé por un brazo y lo llevé a la superficie.
         Fedrik se retrocedió espantado en cuando puse el cuerpo de mi hermano junto al de Antaris, intentó preguntar por qué lo había hecho, pero se su boca no salieron más que sonidos indescifrables.
         Ignoré al Hereje y despojé de sus ropas a mi hermano y a Antaris. Su piel se confundió con el hielo, pero la humedad del agua ya no estaba cerca de sus cuerpos.
         De alguna manera la deuda con mi hermano estaba saldada; salvé su vida cuando no me correspondía hacerlo.
         Tomé el cuerpo desnudo de Antaris, lo volví a envolver en la capa de Fedrik y me lo llevé de ahí.
         –Regresa a la taberna ya. – Asintió el pobre aún sin poder hablar – Pero hazme un último favor. Mañana, en cuanto se ponga el sol, busca a Gabrielle, búscala en las Korkea, no debe estar muy lejos, pero si bien escondida. Dile que la espero en su casa, que se dé prisa.
         Fedrik asintió y se volvió para emprender el camino a la taberna.
         Ganesh se quedó junto a Palacio, inconsciente y desnudo. A partir de ese momento no me correspondería a mí su suerte. Viviera o no, mi alma estaría tranquila de no haberlo abandonado a sus suerte en esa oscuridad y presión el lago.
         Corrí con el sol pegándome en los ojos sin piedad, traía el cuerpo de Antaris entre mis brazos como hacía casi un año había llevado hasta la orilla del lago para que, moribunda, se alimentara de un Kelpie que yo había cazado para ella. Esos meses que con ella pasé, solo, se convirtieron por si solos en los más memorables para mí. Y si en ese entonces hubiese sabido que lo serían, los disfrutaría con todos y cada unos de los poros de mi piel, los respiraría con fuerza y nunca hubiese dormido.
         Y aunque es difícil admitirlo, estaba más que consiente que esto nunca jamás sería lo mismo, Antaris nunc ame amaría como yo deseaba y no me perdonaría jamás que la separara de Ganesh.
         Desconozco el motivo por el cual me la quise llevar a la fuerza; era una simple acción por impulso, algo que, estaba consciente, me costaría más de los que estaba dispuesto a pagar.
         Fue al anochecer del siguiente día, luego de pasar por todo el desierto del sureste de nuestra fortaleza inmortal, que llegamos al fin a una zona más verde; no íbamos acercando poco a poco a Vaasa, casi llegábamos a la casa de Gabrielle.
         En esa segunda noche fuera de Hëdlard paré a descansar un poco, desde que había salido de la ciudad no había parado ni un solo momento, y aunque a mis pies aún les faltaban varios kilómetros para que comenzaran a resentir el esfuerzo, quise detenerme esa noche para que el cuerpo de Antaris descansara de mis brazos.
         Deposité con cuidado el cuerpo inconsciente de Antaris. El pasto, que apenas comenzaba a tomar color, rodeó grácilmente el cuerpo de esta, tan hermosa, inmortal; logró un marco de un matiz verde oscuro entorno a sus cabellos y sus brazos.
         Yo nunca vi a Antaris en su forma mortal, cuando su corazón aún latía, pero sospecho que de igual manera me hubiese enamorado de ella. Si los recuerdos de Ganesh le hace justicia, lo único que cambió en Antaris fueron sus reflejos, su estatura – que incrementó – su cabella – que se hiso más espeso y abundante – y su voz, que de ser aguda, se tornó melódica y suave, seductora inclusive.
         En la quietud de la noche, a varios kilómetros al sur, escuché el constante a insistente olfateó de dos bestias, no muy grandes, pero si ágiles y rápidas. Nos venían siguiendo el rastro desde que salimos de la ciudad, pero no le había tomado importancia desde ese momento.
         Escuché con más atención, quería lograr escuchar sus corazones, pero las bestias seguían estando muy lejos. Bastó con media hora para que con el aire me llegara su aroma. Eran los perros de Antaris.
         Silbé los más agudo que pude.
         El olfateó paró por unos instantes; pero volvió a sonar después de unos segundos.
         Silbé más fuerte y más tiempo.
         Los perros, cuan inteligentes eran, quitaron las narices del suelo y comenzaron a correr hacia nosotros. Era cuestión de una hora para que nos dieran alcance. Y los esperé. Cada tanto volvía a silbar para que no perdieran el rastro, pero los perros no eran tontos. Primero vi al macho, casi siete centímetros más grande que la hembra – que no era nada pequeña –, con el pecho hinchado  y musculoso, el pelo radiante color negro en el lomo y ojos azules como su madre.
         El macho, tan pronto me vio no dejó de gruñirme y mostrarme sus fueres colmillos blancos; la hembra en cambio llegó a olisquear a Antaris.
         Cabo, estaba perfectamente consciente de quién era yo, de alguna manera sabía que no me debía atacar por que era la única esperanza para su ama; pero no por eso dejó de ladrarme y gruñirme. Yo en cambio mantuve la inmovilidad que solo un inmortal puede guardar, ni siquiera cuando los colmillos del perro se posaban a pocos centímetros de mi cara me movía.
         Al final los perros se cansaron y se echaron con la espalda pegada al cuerpo de Antaris, yo no, yo permanecí despierto, mirando en el horizonte, mirando hacia el lago – que se alborotaba junto a nosotros –, me le quedaba mirando a las estrellas y a la cara de Antaris. No perdía detalle de nada.
         Si advertir su respiración cambió, de ser profunda y tranquila, se tornó rápida; una respiración de nerviosismo y alteración. Lo que significaba que su mente poco a poco iba recobrando conciencia; y si no me daba prisa y llegaba antes a la casa de Gabrielle, estaría en grabes problemas.









Hoy yo ya no sé si me quiero algo

 

 

 



         A la muerte a la que entramos Ganesh y yo no pareció ser tan mala; ni siquiera ausente de tiempo o sentido, todo lo contrario, era cálida y gloriosa.
         Durante las primeras horas de mi muerte las imágenes de la caída no dejaron de repetirse una y otra vez. A pesar de todo, no me era incomodo verlas, no las sufría, porque muerta no había dolor ni preocupación.
         Igualmente, al principio el lugar era frio, congelaba mi piel y mis pensamientos, estaba todo muy húmedo; luego de un tiempo el lugar fue más cálido y más ruidoso.
         En mi nueva realidad, Ganesh me cargaba entre sus brazos y me llevaba lejos de ahí. Corriendo y respirando, su pecho –que estaba junto a mi hombro– retumbaba como pistola al ritmo de su corazón.
         Mi momento de lucidez llegó cuando se detuvo. La gravedad se hiso presente en mi cuerpo jalando toda mi conciencia y mi sangre al centro de la tierra –ahora a mis espaladas–. Fue tremendo recobrar el conocimiento, porque todo sucedía tan rápido que no me fue posible adaptarme de nuevo a la vida.
         El tiempo parecía obligarme a despertar y hacer preguntas, me decía que antes de que el sol se volviese a ocultar yo debería se estar en pie, aun que no quisiera, aunque quisiera dejarlo todo y olvidarme de lo que me atormentaba.
         Forzada, abrí los ojos.
         Volví a la realidad, y me pegó duro. No hacía frio ni viento, estaba en un lugar cerrado donde de algún lugar el calor de fuego me calentaba.
         Al tratar de moverme me ardió el hombro, se me desquebrajó la cabeza y mis piernas me reclamaron por moverlas. Lo único que no me dolían eran los ojos, así pues, desesperados, buscaron cualquier indicio de lo que fuera que mi mente loca buscaba.
         En la esquina más lejana de este lugar, sentado mirándome fijamente, estaba Aki. Pero no estaba ni Ganesh ni Sybelle. Eso era lo que mi mente buscaba desesperada.
         –¡¿Donde tienes a mi hija?! – grité mientras cruzaba la habitación en dos zancadas y lo tomaba por el cuello. Así de desorientada estaba que por poco soy yo la que se desploma.
         –Esta con Gabrielle. – no parecía alterado al hablar – Las dos vienen en camino, no tardarán más de dos días en llegar.
         En el reflejo de sus ojos vi lo míos, completamente negros. La sangre ya no dejaba ver lo blanco del ojo, parecía que mi pupila lo había abarcado todo, pero era solo la sangre inyectada por la ira.
         –¿Y Ganesh? – dije temiendo lo peor – ¿Él… está vivo? – negó lentamente con la cabeza.
         Mis ojos cedieron, mis fuerzas desaparecieron de mí y mis rodillas querían doblarse.
Una presión aguda en mi nariz y mis mejillas me obligó a llorar; solté a Aki y me tiré a sus pies para desahogar mi dolor. El golpe a la mitad de l estomago que me dobló no desapareció sino hasta varios segundos después.
Casi enseguida sentí venir a Cabo, pegó su nariz a mi cara y lamió las lágrimas de sangre que de mi brotaban. Juntos lloramos por casi media hora; cada gota que lloraba él la limpiaba con su lengua. En cambio Aki no se movía, permanecía sentado mirándome, probablemente sonriendo y disfrutando de mi dolor.
         –¿Cuánta decepción puedes crear, cuántas mentiras puedes pretender?  – dije sollozando – ¿Cuánto dolor quieres que siga soportando?
         Comencé a gritar del dolor, primero fueron gemidos, pero poco a poco fueron volviéndose más largos y fuertes. Golpeaba el piso con las manos y arañaba las paredes con las uñas;  y aún así el dolor no se iba.
         –Joder, joder. – gritaba. – ¿Por qué te vas hijoputa?
A cada segundo las ganas de vomitar se volvían más y más insoportables, hasta que no lo evité. Algo frio salió desde mi estómago y corrió por mi garganta hasta llegar a mi boca y salir. Vomité sangre y saliva, tantas veces que mi garganta ardió.
Deseé estar muerta también; quise por un momento haberlo estado desde mucho antes, tal vez así no hubiese estado sufriendo como en esos momentos.
         Ciega por las lágrimas, me alcé a tropezones y jalé con todas mi fuerzas del cuello de su capa. Estoy segura de que si hubiese querido se hubiese podido mantener en las misma posición en la que estaba, pero cedió y se dejó vencer y caímos juntos al piso.
         Tenía espasmos de tristeza en el estomago, de vez en vez me resistía y mis músculos del abdomen me obligaban a doblarme hacia delante y apretar mi vientre con todas mis fuerzas. Y estando junto a la persona que dejó morir a Ganesh, lo único que lograba hace era impedir que se alejara, maldecirlo y llorar más y más. Había veces en la que ni la voz me salía, en que mi alma resultaba tan destrozada que aceptaba los brazos de Aki; aunque casi siempre me zafaba de ellos por la ira.
         Por más que le ordené que no me tocara, Aki, me rodeaba con fuerza con los brazos y ocultaba mi rostro en su pecho y besaba mi cabello.
         Fue el calor de su corazón, su aroma –tan parecidamente ajeno al de Ganesh–, el sonido de su voz y los inmensos brazos que me tendía lo que me hiso perder voluntad.
         Cada que el aire de esa fría cabaña pasaba por mis pulmones traía consigo su aroma, y me recordaba al de Ganesh. Y al mezclarlos sentí un tremendo placer en lo más profundo; olí sus sangre, tremendamente dulce.
         Justo frente a mí sentí su corazón que palpitaba, era capaz de sentirlo a través de su pecho. Y su sangre…
         Su sangre… la olía.
         Deliraba que dejaba de retenerlo por la capa y lo soltaba sutilmente, callando por unos instantes y haciendo su cuerpo un poco hacia abajo al presionar sus hombros. Que él, seducido por la sorpresa, se rendía a mí con demasiada fragilidad. Como nunca.
         Y dentro de mi alucinación le contemplaba los ojos. Dentro de sus ojos los míos, y alrededor de ellos sus deseos. Tal vez también los míos.
         Pobre, confió mucho en mí.
         A aquella alucinación, en la que él era mi victima mientras bebía sangre sin su permiso hasta desangrarlo, era realidad. No deliré nada, toda esa sensación solo había sido una reacción de su sangre.
         Solo que el muy maldito pudo zafarse de mí antes de que lo pudiese matar. Parecía tan fuerte como antes, tan capaz de evocar sentimientos y recuerdos que para mí estaban muertos, peor que siempre habían dado forma a mi alma.
         Aki se zafó de mi beso mortal antes siquiera de que este pudiera afectarle significativamente; el vampiro era increíblemente fuerte y hábil. Cuando esperé de él  un contra ataque, no lo hiso, solo cerró los ojos y habló.
         –Veo que ya no somos los mismos. – el simple sonido de su voz me estremeció, era igual al de su hermano – Te sigo queriendo, pero no eres la mujer de la que me enamoré.
         –¿Qué dices?
         –Que ojalá y el amor que sientes por mi hermano nunca te hubiese cambiado, que ojalá y el amor por tu hija no fuera una trampa para que yo me vuelva a acercar a ti…
         –Tú nunca fuiste parte de mí.
         –¿No? Ahora fingirás nunca haber… – el hombre se quedó sin palabras, pareciera que no podía salir de su boca esas palabras.
         Pero eso no fue más que un error más para que mis ganas de matarlo se volvieran más fuertes.
         –¿¡Haber qué?! – sin respuesta de su parte, me puse de pie, pero le seguí mirando furiosa, con los puños listos para golpearlo en cualquier momento si se atrevía a decir esas palabras que en su mente ya resonaban con intensidad.
         Aki, listo como siempre, aprovechó sus años de inmortalidad, y en un movimiento, que resultó invisible a mis ojos, se puso en pie, me miró fijamente y lo gritó.
         –¡Haber hecho el amor conmigo!
         –Carajo.
         En cuanto lo dijo, me lancé hacia él. Sujeté el cuello se de camisa y tiré de él hasta que inevitablemente se rompió. El pecho de Aki se hinchaba cada vez que respiraba y detrás de él su fuerte corazón. Aún sin la sangre suficiente, su corazón seguía emitiendo el olor de su sangre, seguía tentándome a beber de él un poco más. Solo un poco.
         Sin quererlo, pegué mis pechos al suyo, rocé con mi nariz su cuello y respiré el aroma de su sangre innumerables veces. Lentamente me fue quitando la blusa y aflojando el cinturón que llevaba puesto.
         No me percaté de nada de eso por lo drogada que me tenía su sangre, hasta que me sorprendí tendida en la cama de paja, completamente desnuda y con su cuerpo sobre el mío.
         –¿Qué… haces? – logré decir, pero fue demasiado tarde, su sexo me penetró en un movimiento sutil, seguro y estúpidamente satisfactorio. Gemí por el placer que su miembro producía al mezclarse con el aroma de su sangre, era esa clase de éxtasis que pocas veces se sienten en la vida, sensación que solo había sentido en dos ocasiones anteriores; una cuando bebí de su sangre, y la otra cuando estuvimos en el lago e hicimos…
         –No te muevas. – suplicó cuando estaba punto de llegar al clímax. – No te muevas, por favor. – repetía eso una y  otra vez hasta que se tranquilizó.
         Cuando por fin me descubrí entre los brazo de la persona que tanto daño me había hecho, pero que a pesar de todo, lo amaba y lo deseaba, dejé de sentir cariño hacia mí. De repente, todo lo que había logrado construir alrededor de mi corazón se desmoronó como el sueño que alguna vez pude erguir en su nombre.
         Me decía, “¿Qué es lo que estás haciendo, Antaris?” “¿Por qué te le estas entregando a él?” y claro, la obvia alerta que me decía “Sal corriendo y desaparece de su vida para siempre”
         Nunca logré entender lo que me mantenía atada a él. Qué fue lo que me impidió salvarme, quererme, y respetarme. Por más que me jurara que él me quería, no sabía que tan ciertas eran sus palabras. Cada minuto que pasaba, era una cadena más entorno a mi corazón.
         Puedo describirme en un bosque de lágrimas, donde todo duele, pero nada importa; donde nada es claro y todo es incierto; donde si algo se toca se derrumba; donde la soledad y el dolor son lo único seguro. Un bosque construido de miedos, un bosque que fue construido fuerte y no se derrumbará jamás.
         No puedo decir que lo amaba. No hay sentimiento conocido por ningún inmortal que pueda definir mis sentimientos hacia esta creatura. Ni siquiera es una simple y mundana combinación entre odio y amor. Era un sentimiento sin escape, solo incontables errores que no dejarían ser el mismo a ninguno de los dos.
         Aki siguió con lo que estaba, siguió moviéndose sobre mí como si nada de esto que pensaba existiera. Me hiso suya, y yo lo disfrute como nunca lo había hecho. Solo al final, cuando su cuerpo había dado todo lo que tenía para mí, se desplomó a un lado de la cama y permaneció mirando al techo. No decía ni una palabra, no suspiró, no se quejó, nada.
         Al final resultó tan incomodo para él como para mí. Yo por mi parte, tenía una representación mental de nuestros cuerpos desnudos, y de nuestras caras evitando miradas. Esto me causó tanta lástima que… quería morirme. Estaba recién cogida, desnuda y junto al hermano del hombre que se supone había amado con toda mi alma.
         ¿Qué sería ahora de mí? Sin más que ofrecer, sin ser nada de él, no podía reclamar nada después. Aki me desarmó de la forma más vil y haciendo provecho del poco amor que en mi aún había. Amor que tal vez él mismo había matado con sus actos para siempre.




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