10 de mayo de 2012

Hëdlard - Parte 1 de 5


Lo último que verás de mí


         –Me van a matar ¡Estos malditos me quieren muerto y me van a matar! Pero no hables, déjame decir estas últimas palabras con la tranquilidad de que las estarás escuchando con toda conciencia:
         ‘Parece que esta es la última vez que podremos cruzar palaba, inclusive la última ocasión en la que mis ojos podrán ver dentro de los tuyos con tanto amor y devoción que te profeso.
‘Miénteme si quieres, pero no me dejes morir sin oír una vez más que me amas, ¡déjame ver salir de tus labios esas dos únicas palabras que me mantiene vivo!
         ‘La parte más difícil vendrá pronoto; y mientras no pueda liberarme de mi cuerpo seguiré sintiendo este dolor que me atraviesa por el centro, seguiré pidiendo que yo sea el único en morir. Tú no lo mereces, Anna.
         ‘Aunque debo confesarte: no creo lograrlo. Su fuerza nos supera, son una ciudad entera y nosotros apenas somos dos, pero si nos matan, nuestra muerte será injusta y sé que tendremos un ejército luchando por vengarnos. No estamos solos.
         ‘No, no llores, aún no es tiempo. Pronto pasará, son solo pocos minutos de dolor, pero eso no se compara con el alivio que ambos tendremos cuando nuestras almas se liberen del cuerpo. Encerrados solo podemos sentir placeres terrenales, libres podremos amar como nadie, tememos porque no conocemos el dolor de la muerte, pero ya pasará.
         ‘Si muero yo primero, no quiero que cierres los ojos cuando muera, de otra manera perderé refugio en ellos; mírame lanzar el últimos respiró en tu honor, no me dejes solo y dime que me amas…
         Fue entonces que lo sujetaron y le separaron de ella, arrancándole así un pedazo inmenso de su corazón. Bastó con un par de golpes en la espalda para tumbarlo en el piso, herido y lastimado, pero lo suficientemente fuerte para mantenerse consiente.
         Anna también fue obligada a moverse, lejos de él. La tomó un hombre y la apoyó contra una de las cuatro paredes de la enorme habitación.
         Palacio solía tener habitaciones muy espaciosas y lujosas, pero esta aparentaba ser la excepción. Aquí era el lugar donde daban muerte a los traidores y condenados, donde no había mueble alguno, ni siquiera había ventanas o pintura en las paredes. Todas las paredes eran blancas y manchadas de óxido. En definitiva un lugar horrible. Digno solo de la muerte de traidores y asesinos, no de inocentes.
         Anna sujetó la mano del hombre que la detenía en un intento de hacer que no la lastimara, pero el hombre era más fuerte que ella y apretó su cuello aún más impidiéndole respirar. Gimió, miró a los ojos de su acecino, miró a Aki; era el fin. Por más que intentara alcanzar el piso con sus pies Anna ya estaba varios centímetros sobre el mismo, su único apoyo era el brazo de su verdugo.
         Con un grito desgarrador le encajaron una navaja en el centro de su vientre hasta casi hundir la empuñadura por completo. Una corriente de sangre caliente emergió del centro y su aroma invadió toda la sala. Sangre que Aki nunca se atrevió a probar, sangre que nadie en todo Hëdlard había olido con mucha frecuencia, sangre viva.
La voz y alaridos de Anna cesaron de improviso. La pobre solo mantuvo los labios entreabiertos y los ojos como platos. Con esto ella sabía que no solamente la mataban a ella, sino también a su hijo, el hijo de Aki. Su instinto de madre habló por ella, sacando fuerzas de quien sabe dónde, Anna se soltó de aquel cruel hombre e intentó correr a un lado de Aki.
         Tropezó una vez. Pero un simple golpe no la iba a detener en esos últimos instantes de vida, siguió corriendo sobre el resbaloso piso blanco hasta que lo alcanzó. Ambos tirados, desprotegidos y sin esperanza.
         El lugar comenzaba a convertirse en una carnicería, la sangre de Anna era ya abundante y pronto también estaría esparcida la de Aki.
         Con un movimiento casi invisible el verdugo se apareció frente a ambos, dispuesto a terminar lo suyo. En un fallido intento de defender a su herida mujer, Aki se lanzó con furia hacia el hombre, pero este lo rechazó cogiéndolo del cuello y azotándolo contra una de las paredes dándose así tiempo suficiente para clavar un par de veces la navaja en Anna.
         El dolor de Anna son indescriptibles, simplemente saber que están matando a su hijo, no solo a ella, si no que su primer y último hijo le están quitando la vida  es demasiado para Anna. Un impacto tan fuerte que más de una ocasión amenazó con perder la conciencia y rendirse, lo cual hubiese sido mejor.
         Mal herida y sin agonizante, Anna fue depositada en el suelo frio de la habitación, mientras que Aki, con palabras escalofriantes maldecía al verdugo, que pronto acabaría con él.
         – ¡Tú más que nadie sabe lo que acabas de hacer! Lo he visto en tu mente, mal nacido. – gritaba – ¡Mataste a mi hijo y mi mujer agoniza debido a tu crueldad! – Pero el hombre no respondió nada, continuó caminando hacia él. – Vamos, mátame ahora a mí, cálvame ese puñal que llevas en las manos, clávalo cuantas veces puedas, clávalo hasta que muera perdiendo conciencia debido a mi falta de fuerzas. ¡Qué esperas?
         Aki solo sintió el filo de la navaja deslizarse por todo su brazo, provocándole heridas incurables, por las cuales se desangraría y moriría lentamente; luego, volvió a sentir la fría hoja del puñal acariciarle el abdomen y al final clavarse debajo de sus costillas.
         El hombre se separó de él con una risa de maldad, esperaba algo, nadie sabía que. Aki quería respirar con tranquilidad para clamar su dolor, pero al momento algo lo ahogó. Desde el interior de su cuerpo, su propia sangre inundó sus pulmones impidiéndole respirar libremente y provocando que se ahogara. El verdugo le había perforado un pulmón, lo que le aumentaría el sufrimiento y agonía.
         La vista se le fue nublando rápidamente, las fuerzas se le escaparon sin posibilidad alguna de evitarlo, y la boca se le inundó de sangre. Pero con la poca vida que aún tenía logró arrastrarse hasta Anna. Una vez junto a ella, juntos, entrelazaron sus manos e intentaron despedirse. Pero el tiempo apremió demasiado rápido.
Anna murió.
         Esta única persona a la que había podido amar desde esa última vez, la razón que lo había impulsado a revelarse y a mantener una resistencia por un gobierno inderogable, se había extinguido por completo. Su cuerpo yacía ahora inerte con los ojos fijos en él, mirándolo como él le había pedido, con una mano tocándole la mejilla y con la otra sujetándole la suya. Ya de su vientre no salía más sangre, ni una gota.
         Sin más, Aki se dejó vencer, al igual que Anna, él dejó de luchar cuando supo que su razón de ser se extinguía en su interior. 

Hëdlard


Corría, escuchaba el crujir de la tierra tras el incesable golpeteo de mis pies. Una multitud me seguía, todos al ritmo de una poderosa orquesta de jadeos y gritos, movimientos de ropa y voces indescifrables.
Yo sabía que no debía parar, algo en mi interior me gritaba que no era buena idea detenerse a preguntar qué sucedía. Lo más preocupante de todo no era la gente que me perseguía, sino la sombra, ágil y salvaje que me cazaba, cual depredador a su presa.
Tras lo que me pareció una eternidad, la fatiga entorpeció mis pies y comencé a tropezarme. Cada vez que una raíz o piedra se interponía en mi camino, yo me levantaba y continuaba corriendo, pero la quinta vez que caí, cuan larga era, no fui capaz de levantarme. Además de que la sombra ya estaba sobre mí, y me alcanzó. Yo escuché su jadeante respiración y sentí el calor que su cuerpo emanaba. Sentí como sus patas se posaban sobre mis hombros y de su garganta un gruñido  feroz sonó, cual terrible condena.
Intentando escapar me giré y di la espalda al animal, pero de nuevo se posó sobre mi espalda. El súbito dolor y agotamiento me obligó a cerrar los ojos y resistir lo que fuera. No los volví a abrir hasta tiempo después.
Hacía frío esa mañana, lo sentía golpeteando en mis mejillas mientras era transportada a lo que pareció una ciudad. Mi vista no era clara, sentía como si una gran nube se hubiese alojado en mis pupilas. Solo fui consciente de que unos brazos duros me recostaron sobre una plancha de metal frío, lo hicieron con tal delicadeza que si no hubiera sido por el azote de mi cabeza y el frio embriagador sobre mi espalda, nunca me habría dado cuenta de que él se había desprendió de mí.
De pronto se abrieron las puertas de la estancia  y el ruido ensordecedor de muchas voces rompió el silencio, el terrible coro disipó la nube que no me dejaba ver y logré percibir una sombra que se acercaba rápidamente a mí. Poco a poco, hasta que fue tomando la forma definida de un hombre, su piel era clara cual nieve, sus facciones más que perfectas. Me miró con sus ojos verdes, profundos, en contraste con su cabello negro y rizado. Sus movimientos eran sutiles y silenciosos, cual felinos. Sus ropajes eren sencillos, oscuros y lo único que parecía desentonar con su vestimenta era una bufanda color vino que reposaba sobre su cuello.
Tacto frío, aliento caliente.
Desvié la mirada  de aquel hombre  y un dolor repentino me invadió. Solté un grito ahogado, era como si miles de astillas de cristal estuvieran clavadas en mi espalda.
El extraño se despojó de su bufanda, del abrigo largo que le cubría y se desabrochó la camisa negra. Vi su pecho desnudo y las extrañas figuras negras grabadas en su clara piel. Puede contar seis tatuajes. Se acercó más y pude sentir su tacto frío cuando tomó mis manos entre las suyas y las sujetó con fuerza. El dolor disminuyo considerablemente, como si él me  hubiese sedado y poco a poco en mi piel aparecieron grabados  las mismas figuras que en el pecho de él. Él observó como aparecían las líneas negras sobre mi piel, con una expresión extraña.
–Estarás bien. – dijo con voz dulce y fría, que no reflejaba su expresión; me tomó y me dio vuelta, con lo que el dolor de mi espala volvió a intensificarse y solté de nuevo otro gritó horrible. Escuché el sonido de un líquido agitándose y el tacto frío de sus manos en mis heridas. Volví a gritar ante el nuevo ardor.
–Estarás bien. – Repitió con voz aún más dulce que antes.
Un zumbido resonó en mis oídos y entonces todo se oscureció.
Durante esos tenues minutos, había permanecido totalmente sedada, algo había inalado que me mantuvo tranquila, pero eso no quería decir que el ardor de las heridas resultase menor; al contrario, creo que era mil veces más consiente de este. Solamente recuerdo un par de escenas después de que limpiasen mi espalda. Recuerdo haber estado sobre una cama, cubierta con sabanas muy suaves y calientes y un rostro perfecto, anguloso. Un ángel.
Esa noche tuve un sueño muy raro, estaba en el agua, por cómo me movía era evidente que me estaba ahogando y por más que trataba de salir a la superficie no lograba ni siquiera subir, solo bajaba más y más. Y poco a poco desaparecía la pobre luz del sol.
Había caído a un mar muy oscuro, aunque su sabor no era salado, se que provenía de gran altura y por eso me hundía tan rápido. Pedazos de hielo enormes se hundían conmigo. Lentamente pasaba el tiempo, todo como si fuera cámara lenta, de mi boca fueron saliendo  miles de burbujas de air que explotaban cual pompas de jabón en la superficie. Pronto llegaría el momento que me quedaría sin aire. Cuando sentí que ya no aguantaba más, lo encontré a él – al mismo ángel que me había prometido que todo estaría bien – a mi lado, pude ver sus ojos verdes justo frente a mí y pronunció unas palabras que me fueron imposibles de entender. Pero que a la vez me produjeron una tremada calma, tanta que ya no temía a no volver a salir nunca de ahí.
AL momento de despertar no tenía ni la más mínima idea si era de día o de noche, el cielo podía ser crepuscular como no. Todo seguía en clama, hacía frio, ese delicioso frio que suelo disfrutar en invierno, y la habitación estaba en absoluta penumbra. Solo perforaba en ella la luz que se colaba por el filo de las cortinas.
Salí de la cama y me enderecé lentamente. Nada parecía malo, respirar este aire me era placentero por ser fresco, la espalda ya casi no me ardía y el dolor de cuerpo se había resumido en una mínima pulsación de la misma.
Caminé pues a la puerta y salí tímidamente, sin sabes a que enfrentarme. Después de la puerta surgía un largo y angosto pasillo tapizado de un gris muy oscuro, con tonos azules y grabados en plata, tan elegante. Todo era alfombrado, todo. A mi izquierda no había más que el final del corredor, frente a mí, una gran puerta de madera un poco adornada y a mi derecha se extendía una gran sala y comedor.
Donde las dos salas de dividían por la puerta, en lo más lejano del pasillo, me esperaba él  con los brazos cruzados. De inmediato fui consciente de que era más alto que yo, aproximadamente 1.85 de altura, que junto a mi 1.68, me hiso sentir pequeña. Hablando de su edad, bueno, no era nada viejo, la verdad no podía tener más de cinco o seis años más que yo. De seguro andaba por los veintiocho.
Empezó a caminar en dirección a la puerta de salida. Lo seguí mientras cruzaba el lumbral de la puerta y abordaba el ascensor hasta que llegamos a una sala enorme, de techos altos, estaba alfombrada y paredes grises, de las cuales colgaban cuadros complicados y raros. Era un lugar en el que, definitivamente no me gustaba estar.
Atravesamos la estancia y salimos del edificio. Me sorprendió sobre que nos encontrábamos, era una isla, rodeada de un inmenso mar, y frente a esta misma continuaba el resto del continente. Miré entonces hacia arriba, acabábamos de salir de una torre enorme y negra aproximadamente de treinta pisos. Imponente a primera vista. Sobre todo si uno se encuentra a sus pies.
Ni una sola palabra habíamos cruzado, solo un par de miradas. Salimos de la isla en una embarcación pequeña, no tardamos mucho y una vez en tierra, ambos montamos unas enormes bestias de colores oscuros, caballos, tremendos animales con la fuerza de mil hombres. Ambos hermosos.
Nos dedicamos a andar por la ciudad. Yo siempre detrás de él, mirando desde sus  espaldas a las personas y lugares que visitábamos. Había en esta ciudad tanta diversidad de casas, unas más modernas que otras. Algunas podían asemejarse a las del renacimiento y en contraste otras del mismo siglo veintiuno.
–¿Después del mar que hay? – pregunté cuando nos encontramos frente a él.
– Nada –, respondió – ya no hay nada. Lo que antes había ahí fue destruido, los que vivían ahí fueron  quemados y no hubo sobrevivientes. Murieron igual que lo hacían las brujas en pueblos del sur.
Paseamos una buen rato frente al mar del Tumma, un nombre bien conocido entre la ciudad, según me dijo. A la costa del mar, se extendía una hilera muy grande de casas y comercios, centros de reunión un par de parques. Esta ciudad era muy limpia, parecía de primer mundo, pues no aparentaba faltarles nada.
Fue el lado sur el que más me gustó de toda la ciudad. Ahí la mayoría de las casas tenían ese estilo ten precios de la Europa antigua, ventanas con marco de madera, tejados en desnivel, techos rojos y puertas de madera enormes. Todo esto revuelto con lo más elaborado y junto no se veía viejo, al contrario, parecía acogedor, pero muy frágil.
–¿Me has dicho tu nombre? – dije que no – Dilo entonces.
–Antaris – contesté – ¿Tú?
–Dime Ganesh – hiso una pausa para mirarme directamente a la cara, dicho gesto me hiso ruborizar de vergüenza –. Bien, vamos de regreso ya, pronto anochecerá.
Esto último que dijo me confundió mucho, ahora el cielo estaba demasiado oscuro como para que se pusiese peor.
–¡Hablas de que estábamos a la mitad del día?
–Así es, lo estábamos. – me echó una mirada rápida y por la cara de asombro que puse se le escapó una risilla. – Nunca has estado tan al norte, ¿cierto?
–Jamás.
–Ya veo. Bueno pues así es por aquí. Tumma ayuda a que todo el día las nubes caigan en el cielo, y por nuestra ubicación el sol es muy escaso. – Tomo con seguridad las riendas del caballo y lo espoleó un par de veces. – Vámonos ya.
Y nos fuimos.
Mientras galopábamos de vuelta, me le quedé mirando. Miré la gracia con la que se movía, admiré como conducía al caballo sin la necesidad de usar mucho las manos, solo las piernas – señal de que era todo un jinete experto –. Su pelo, negro azabache, golpeando su cara y revoloteando al aire, vaya que bello era. Preciosos aquellos momentos en que le pude ver detenidamente sin que él lo supiera.
Pasamos entre las casas, y en una de las esquinas puede alcanzar a ver de reojo algo negro que nos seguía con la mirada. No le hice mucho caso al principio, una vez que pasamos a su lado traté de girar y verlo, pero ya era demasiado tarde cuando volteé.
Yo me empezaba a percatar de que cada vez el aire de espesaba más, me impedía respirar con la misma facilidad de antes. Le pedí a Ganesh que se detuviese.
Explicarlo no puedo, pero sentía como si algo me estuviese persiguiendo desde atrás. La ligera desesperación que había venido sintiendo se volvió de repente insoportable. Volteé para ver qué era lo  que me seguía tan de cerca. No había nada, solo mi paranoia. Ignóralo. Giré de nuevo, nada. Ignóralo. Esta vez no dejé que mi miedo me hiciera voltear de nuevo, solo seguí. Fue exactamente como la vez pasada, la vez en que aquella cosa me perseguía por el bosque. Escuchaba como las garras de este pegaban en el suelo y luego se impulsaban para alcanzarme. Creí escuchar su respiración, pero era muy débil. Rugió, ladró. Ignóralo. Miré a Ganesh para saber si él también lo había oído, pero seguía tan indiferente como antes.
Quedaba menos de la mitad del camino, pero parecía inmensa aquella distancia. Los gruñidos y respiraciones salvajes no habían parado, me seguían, cada vez más cerca. Cada vez parecían más reales y a cada latir de mi corazón me sentía encerrada en un escenario del cual no podía salir, nadie me hacía caso.
         El choque de los cascos de mi caballo se agudizaba más y molestaban más mis oídos, ya no estaba pendiente del camino, el caballo se mandaba solo y no podía frenarle.
         Lo que me venía siguiendo de cerca ladró un par de veces, a la segunda, lo escuché justo ante mi oído. Fue tan real aquello, me hiso perder el control sobre mi cuerpo, caí al suelo. Estoy segura de que grité. Solté ambos estribos y sin quererlo caí de bruces al suelo.
El golpe no fue lo que me lastimó, fue lo que me estaba siguiendo. Se me echó encima, intentó morderme la cara, pero yo trataba de impedirlo con mis brazos. Cansado de lidiar con ellos, se separó de mi cara y bajó un poco más. Aquello me dio la oportunidad de ponerme boca abajo y empezar a arrastrarme con los codos. No alcancé a salir de su alcance. Claramente vi como levantaba una pata y rasgaba mi pantalón, y con ello se llevaba un pedazo de muslo. Me cogió por la espalda y enterró hasta desgarrar desde mi cadera para por fin llagar a mi rodilla. Me hizo una tremenda herida  que se resumía en ir de la pierna a parte de mi espalda.
         –¡Ganesh! – grité casi rompiéndome la garganta. – Ganesh, ayúdame. – Aquel animal aún no se me quitaba de encima, solo hasta que Ganesh llegó a mi lado este se fue corriendo de ahí. ¡Pero es que Ganesh no pareció hacerle caso!
         Me desgarré la garganta gritando de dolor, vi como la sangre emanaba de mi cuerpo, de todas partes, ¿la vería él también? Claro que le veía, la olía. Me miró asustado, no sabía que decir, ni yo.
         Casi inconsciente me tomó entre sus brazos y me cargó, empezó a hablar, pero yo estaba tan asustada que mi mente se bloqueó y no puede oírlo.
         Una vez  más se me nubló la vista, dejé de ver y perdí la conciencia.
Abrí los ojos, los párpados me pesaban. Él me sostenía entre sus brazos y llevaba a un lugar más seguro. Estábamos por entrar al enorme edificio que él mismo nombró como ‘Palacio’. Sentí el viento helado entrar a mi cuerpo y luego salir, el tremendo dolor de mi pierna no dejó nunca de estar presente, se sentían como pulsaciones calientes, que ardían.
         Mi cabeza había estado colgando hacia atrás, lo cual me provocó un tremendo dolor, la encogí y la puse en el hombro de Ganesh. Respiré de él, me embriague de su aroma. Y como no, luego de respirarlo un par de veces, se volvió una necesidad, algo que calmaba el dolor. Una de mis manos se cerró entornó a su cuello, él pareció ignorar todo lo que yo hacía. Pero es que yo era tan obvia.
         Llegamos por fin a su cuarto, donde el poco calor que había, se concentraba y hacía de este un lugar deseable. Con suma delicadeza me colocó entre las colchas y  recargó sobre sus almohadones de plumas. Delicioso.
         Yo, a estas alturas, ya me encontraba un poco más consiente, pero igual de asustada. No sentí mis dedos por el frio que hacía y mi nariz me ardía. Un par de veces, Ganesh, me quiso tranquilizar diciéndome que todo estaría bien, que ya nada me podía hacer daño. ¿Pero es que a caso no lo entendía? Esa cosa ya me había lastimado dos veces seguidas, y no le importaba con quien estuviera, me atacaba aunque hubiese un millón de personas acompañándome.
         – ¿Qué fue eso? – mi pregunta sonó más bien esquizofrénica. Pero no obtuve respuesta, quizá fue porque mi pregunta sonaba más a gritos de desesperación y dolor.
         – ¡Deja de moverte! – es fue mi respuesta. En seguida me tomó bruscamente e hiso que dejara de retorcerme de dolor. – Si te sigues moviendo te va a doler más, quieta. – En verdad intentaba mantenerme quita, pero el ardor de mi espalda y piernas era insostenible. – ¡Tengo que cerrar las heridas, no te muevas!
         Con suma delicadeza me ayudó a quitarme el pantalón y la playera – ya no importaba mucho si me veía o no desnuda, lo único que quería yo era que este maldito dolor se me quitara –.
Sentí el contacto de sus manos heladas con mi piel viva.
         Tanto él como yo, nos dimos cuenta de que el dolor disminuía. Yo ya dejaba de estirarme y contraerme, mis gritos eran más ahogados, más lentos. Ganesh tomó una aguja para cerrar mi herida. Aquello me hiso reír tanto.
         –¿Ahora hasta médico eres? – Mi mismo dolor se mescló con risas. Él también rió.
         Al instante en que la aguja penetró en mi piel, el dolor se avivó más y la pierna se me acalambró. ¡Maldición! Aquel pedazo de carne que me había arrancado había sido grande, profundo. Grité una vez más.
         – ¿¡Qué fue eso, qué fue lo que me atacó?!
–Seguramente fue algún hereje. No puedo estar seguro de eso, yo no lo vi. ¿Qué apariencia tenía?
         –Era grande, no es la primera vez que lo veo, se parecía mucho a un lobo, tenía los ojos grandes, en ocasiones brillan. Sé que es un lobo porque lo oí ladrar y gruñir como lo había uno. ¿Qué quería?
         –No lo sé, se han aparecido pocas veces por aquí. Ya no hay herejes en estas tierras, todos se fueron a las tierras mortales. Pero eso no importa.
         –¿Hay alguna forma de hacer que se vaya?
         –Satisfacer lo que demanda.
         –¿Y cómo voy a saber lo que esa cosa quiere?
         –Es algo que yo no te puedo decir. – Esta vez, su expresión cambio de nuevo. Ya me parecía muy extraño que hubiese permanecido de tan buen humor tanto tiempo. Pero aunque parezca más extraño aún, su buen humor parecía ser más y más normal y frecuente. Sus risas y sonrisas le salían de forma más natural.
         Pareciese que parpadeé. Aparentemente no había transcurrido mucho tiempo. De cualquier forma el cielo estaba totalmente oscuro, cubierto de nubes como es de costumbre y el aire muy helado. Mis brazos, mis piernas, la gran mayoría de mi cuerpo se estaba entumiendo por el frio. Logré enderezarme un poco y recoger las colchas, también estaban frías. Por debajo ce las cobijas toqué la herida que había una vez sangrado. Estaba hinchada, seguramente roja, saturada de puntos. En verdad no creo que tuviese un aspecto muy agradable. Y no me atreví a mirar.
         Creo que estuve envuelta entre las colchas cerca de media hora. No tenía ni la más mínima intención de levantarme, hasta que Ganesh entró. Como estaba girada hacia la puerta, pude verlo primero. Como siempre vestía sus ropas elegantes, aparentemente cómodas y todas oscuras. Aquello hacía que su blanco rostro brillara donde fuera.
         Cerró tras él la puerta y su aroma me llegó. Hasta el momento no me volteaba a ver. Se sentó al filo de la cama, con aire paciente, y habló:
         –¿Cómo te encuentras? – Me limité a asentir, tenía un extraño sabor en la boca, y no me atreví a hablar. – ¿Ya has visto cómo quedó? – también respondí sin hablar, dije que no. Tomó con cuidado las colchas que me cubrían y las retiró de mis piernas.
         Pude entonces ver lo mal que estas lucían. En eso de que estaba hinchado y muy rojo, tenía razón. Pero además de todo eso al mal  aspecto que tenía, se le sumaba el tremendo moretón que tenía alrededor de ella y unas marcas más pequeñas alrededor suyo. Tremendo. – Tienes todo el cuerpo muy mal herido. Será mejor que no salgas de Palacio. Te quedarás aquí un buen rato. – Estuvo unos instantes en silencio, mirándome. – ¡Ah, lo que no alcanzo a entender es por qué a ti! Por qué conmigo.
         Aquello me resultó tan gracioso, escuchar a alguien quejarse por mí, por algo que posiblemente a él no le afectaba me resultaba divertido. Como sea, no dije nada.
         Él supo por qué me sentía tan incomoda, me dijo que al final de la habitación se encontraba el baño, que ahí podía asearme. Me puse en pie inmediatamente y me encerré en el baño. Pareciese que me escondía de él.
         Dios, el baño era igual de lujoso que el resto del recinto. Todas las paredes blancas, con decoraciones en oro, imágenes de  bellas mujeres de rasgos griegos y pelo amarillo, igualmente adornado con lámina de oro. Al final del cuarto se alzaba la tina, toda hecha de mármol blanco, había cremas y lociones totalmente nuevas, inclusive todo el baño parecía no haber sido usado durante mucho tiempo. Pero la manera en que este era alumbrado por la luz artificial se veía muy puro.
         Me despojé de mis ropas de la manera más loca, siempre traté de no tocar mi herida, y las arrojé al suelo. Abrí las llaves de agua, tanto caliente como fría, nivelé la temperatura y justo cuando el agua sacaba vapor me metí a la tina. Era mi ropa en el suelo lo que se veía mal ahí, estaba muy sucia toda y en algunas partes manchada de sangre. La que tenía pegada al cuerpo se fue con el agua caliente y la hinchazón de mi pierna disminuyó notablemente.
         Con los jabones que había ahí, froté mi cuerpo, lavé mi cabeza y me lavé la cara. Este baño me estaba cayendo tan bien. Ayudó a quitarme el malestar de encima, pero a la vez me entristeció. Algo regresó a mi mente, un sentimiento indescriptible, un recuerdo que no podía comprender. Pero sé que aquel sentimiento mal me dolió, me hiso retraerme en lo más hondo de mi mente. Dejé de escuchar el agua caer al suelo de mármol, dejé de sentir el dolor físico de mi espalda, de mi pierna. Cerré los ojos y me senté en lo más hondo de la tina, deteniendo mis piernas con mis brazos y poniendo mi barbilla ente ellas.
         Pasó un tiempo, luego, con la yema de mis dedos recorrí todas las cortadas de mi espalda, el tremendo rasguño de mi pierna y demás heridas diminutas. Mi condición era tan mala que me pensé merecedora de todo eso. Al igual, reconocí lo bueno que Ganesh había sido por ayudarme.
         Aún no sabía por qué él me había acogido en su Palacio, en su casa, y aunque sonara vulgar: en su cama. No tenía respuestas aún a ninguna de mis preguntas, por lo menos no que calmaran mi sed de saber.
Pero yo confiaba en él, después de salvarme un par de veces, me sentía segura con junto a él. Si lo había hecho antes, estaba segura de que lo haría una y mil veces más. Mi pregunta era el por qué de eso.

No sé cómo pasó, ni que hice para esto, pero de un momento a otro me di cuenta de que ahora ya no estaba cayendo agua de la regadera, y yo estaba recostada completamente en el suelo de la tina. El vapor se había condensado ya, ahora eran gotas de agua pegadas a mi cuerpo, escurriendo y enfriándose. Hacía frio de nuevo, pero me encontraba limpia, cansada.
Ganesh ahora entraba por la puerta, muy tranquilo como la mayoría de las veces. Creo que en todo momento había sabido que estaba haciendo, tal vez fue él quien había cerrado las llaves del agua. Mi mente había permanecido desconectada del resto de mi cuerpo y poco a poco se conectó de nuevo y recuperé la fuerza para moverme. Ponte de pie. Lo intenté, con todas mis fuerzas, pero yo sola no podía. La helada mano de Ganesh me tomó por el brazo y me ayudó a salir de la tina.
Mientras que con un brazo me sostenía, con el otro buscaba, en uno de los estantes, una toalla. Me cubrió con esta. Qué curioso, no pareció haberse preocupado por mi desnudez, ni siquiera me miró. De cualquier forma creo que fue lo mejor.
Levanté un pie y luego el otro, salí de la tina y mis pies probaron el frio suelo. Tras de mí, en los charcos de agua que había aún en la tina, se disolvía la sangre. Me había recostado sobre mi pierna y esta, ahora sangraba, poco, pero lo hacía.
         Ganesh me envolvió en la toalla, yo me refugié en él, entre su pecho y su brazo. Me sacó de ahí, casi sin que mis pies tocasen el suelo, volvió a ponerme sobre la cama, con su característica dulzura y delicadeza.
         –Tenemos que hablar – dije, esperé pacientemente a que respondiera, pero no –. Si es tu silencio lo único que consigo queriendo sabe la verdad, entonces vete. – Lo dije de la forma más seria que podía. Él solo se me quedó mirando con la misma seriedad con que se lo había dicho, prácticamente me fulminó con los ojos.
         Sé que me respondería en cualquier momento, este era solo una pausa para empezar. Pero qué larga se volvió la espera. Se dispuso a atenderme. Me vistió, con un cepillo de marfil blanco cepilló mi cabello y lo peinó. Me ofreció agua y pan, lo devoré todo, de igual manera se lo agradecí.
         La luz que entraba a esta provenía solamente de la ventana situada frente a la cama. La luz entraba de lleno, era blanca, y cada que Ganesh se paraba por ahí, su figura se ennegrecía y su silueta se vislumbraba perfectamente. Su espalda ligeramente más ancha que su abdomen – a pesar de que este era delgado –, la parte baja de la espalda curveada. Si nos alejamos más y veíamos más arriba, en su cara: su nariz formaba una perfecta curva hacia arriba y sus labios, que no eran muy grandes, conservaban el aliento seductor que todo mundo desea.
         De repente, se paró frente a la cama, como si algo le hubiese detenido para hacer algo. Giró y me miró. La pausa había terminado y estaba dispuesta a hablar. Lo sentí, me  lo dijo sin palabras.
         –¿Cómo llegué aquí? – Fue la primera pregunta que le hice.
         –Llegaste por los bosques, mandé a que te encontraran. Sé donde te encontré, pero desconozco de dónde vienes. – Esa declaración me decepcionó un poco puesto que no lo sabía tampoco.
         –¿Por qué mandaste a encontrarme, sabías que estaba aquí, cómo? ¿Qué vas a hacer conmigo, qué es lo que planeas?
         Empecé a formular interminables preguntas, muchas no las respondía, otras las respondía junto con otras.
         Lentamente la luz se fue acomodando de tal manera que su rostro por fin fue iluminado. ¡Pero qué blanco era! Carecía de vida, estoy  segura. Sus ojos brillaban más, el color de su pupila, verde, parecía más líquido que cualquier otra cosa. Y su rostro, sin un solo poro, nada, totalmente liso.
         –¿Qué eres? Puedes serlo todo, menos humano. Dímelo.  – Antes de responder se sentó a mi lado en silencio.
         –Mi nombre puede depender de cómo prefieras llamarme. Algunas personas nos consideran Demonios o Hijos del Diablo, Ladrones de Vida o Bebedores de Sangre. Bebedores de sangre o…
         –Vampiros – aquellas afirmaciones resonaron en mis oídos varios minutos, era algo que no podía creer, imposible –. Entonces tú…
         Diablos, no me atreví a terminar. Ese término resultaba sagrado para mí, según mis escasos recuerdos, ya había estado obsesionada con ello.
         –Soy inmortal.
         Sión, qué mal sonaba en su boca. Parecía ser algo sin importancia, común, pero es que no lo era, para mí no. Para mí pudo alguna vez resultar mucho, y él lo decía con desdeño. ¡Como si no importara! No era cierto.
         Estaba en crisis, había sido tanto lo que me había dicho. Vampiro, inmortal, todo aquello comprendían una infinidad de poder, un nivel más alto de comprensión, perfección y belleza. No tenía palabras, solamente no lo podía procesar como yo deseaba. Vampiro, inmortal. No.
         –Venimos siendo distintos a ustedes en muchos aspectos – empezó a hablar, creo que trataba de aclarar mi mente, responder las dudas que surgían en mi mente –. Además de lo que ya sabes, eso de beber sangre y ser inmortales, hay más – le lancé una mirada para apresurarle –. Por ejemplo, somos vulnerables a la luz del sol, la luz de luna nos resulta algo fragante y a la vez vital; por nuestras venas transita la sangre que robamos de los hombres, pero el corazón ya ha muerto. Así mismo hay cosas que se deben desmentir: las corrientes de agua no nos afectan en nada; no leemos los pensamientos de las personas literalmente, solamente vemos lo que puede haber en ella; la fuerza la adquirimos al paso de los años y esta jamás se destruye, ni aun cuando hemos abandonado el cuerpo.
         Así siguió dándome ejemplos, dándome detalles de lo que era, cosas que muchas veces ya sabía.
Justo lo que necesitaba y quería. Mencionaba muchas cosas claves sobre la existencia de un vampiro, pero hubo algo que en verdad me llamó la atención. Dijo que, llegada una cierta edad y fuerza mental, un vampiro, podía cerrarse al dolor. Teniendo el suficiente poder para hacerlo podía volverse inmune a cualquier ataque físico. Además de que, dependiendo de creador era la fuerza del descendiente, tanto natural como uno por contagio.
         Al final haló de la sangre, dijo que ya no solían beber sangre humana, por que Hëdlard estaba muy lejos de cualquier población mortal y que era más fácil beber de los animales que ya vivían aquí. Pero que cuando un mortal se acercaba a estas tierras era ya muy difícil que sobrevivirá.
         –Quieres decir que me vas a matar –  pregunté, Ganesh me miró, lo vi respirar un par pero no se movió –.
         –Creo que es más que obvio que si esa fuera mi intención ya estarías muerta, pero no, no está en mis planes matarte. – bajó la vista, me pareció que se había acordado de algo gracioso, levantó una ceja y rió para sus adentros –. Pero es verdad que esa sangre viva tuya es… vaya, muy tentadora. Bebería, pero no creo que sea algo de tu agrado.
         –¿Cómo puedes saber que no te dejaría?
         –¿Lo harías? – levantó sus ojos a los míos, vaya belleza. Aquel verde líquido me perforó cruelmente, pero qué crueldad más adictiva. Me heló por completo, yo no pude decir nada.
         Apoyó su peso sobre la mano que tenía frente a él, la otra la colocó primero en mi brazo y me acercó a él, claro que yo no me resistí. No levantó la mirada, solo se fue acercando poco a poco hasta que quedó a pocos suspiros de mi rostro. Se dejó de mover. Sentí en mi piel su mano, ¡que fría era! Mis ojos no dejaron de recorrer su cuello y su cara, su cuerpo era fuerte, su cuello precioso y su rostro como el de un ángel.
         Sujetó mi cuello con una mano mientras lo acercaba a sus labios, aquel tacto fue lo que más me volvía loca, más. El primer contacto que tuvo mi piel con sus labios fue aterrador. Desató en mí interminables sensaciones. Me dejé llevar por cada impulso que me venía a la mente, lo que fuera, yo me dejaba llevar por él. Hincó sus dientes en mi cuello, cuando esta se desgarró me produjo un dolor muy fuerte, pero extraño, porque era placentero. Solo me dolió una vez, y mientras sorbía lentamente trago tras trago de sangre, mi cuerpo se fue sintiendo un poco más débil, más frio, sin vida.
         Es cierto que por unos momentos temí que no parara y muriera, pero no le pedí que se detuviera.
         Luego me descubrí completamente entre sus brazos, Ganesh estaba de pie ahora y me sujetaba por la cintura y el cuello mientras que yo ya no tocaba el suelo. Solo a él. Con las míseras fuerzas que me quedaban me aferré a su espalda e involuntariamente dejé cae mi cabeza hacia atrás, todo había acabado, ya dejaba de beber de mí.
         Unas gotas de sangre aún derramaban por mi cuello, y las mismas escurrieron lentamente por mi espalda. Los brazos de Ganesh me pegaron más a él. Mi cabeza la apoyé en su hombro, mis pechos se apretaron contra los suyos y su sexo lo sentí en las piernas. Dios, esta cercanía de su cuerpo y el mío nos fascinaba de cierta manera, suavemente. Yo ya me entornaba tan débil que no pude ni besarle, nada.
         Me fui quedando dormida en su hombro, era tan cómodo. Con mis manos sobre su espalda y mis piernas junto a él, vaya que delicioso me quedé dormida. Me quedé en un sueño no muy profundo, de hecho resultó molesto, puesto que no podía quedarme con los ojos cerrados mucho tiempo. Mi respiración la acompañaba con la suya, trataba de respirar a su ritmo, así podría sabe si él seguía ahí o no. Pero vaya tontería aquella, menos pude dormir.
       

Ihme


Pasé tres días con sus noches acostada, casi inconsciente. Sabía perfectamente que Ganesh venía a visitarme de tiempo en tiempo, hablaba conmigo. Pero por lo débil que estaba solo le podía mirar con los ojos entrecerrados. Sin poder moverme, sin poder hablar o reír, lo único que me decía que seguía viva era su voz.
Por profundo que fuese mi sueño, sentía claramente la desesperación de mí cuerpo por sobrevivir, y por mero instinto la alerta de que Ganesh no era humano aumentó indescriptiblemente. Me fijaba más en sus movimientos, en sus gestos y en lo perfecto que parecía ser. Y confirmé lo que él mismo me dijo.
No recuerdo haber comido en todo ese tiempo, no sé por qué a él jamás se le ocurrió aquello. Al cuarto día, cuando desperté me había llevado comida, deliciosa. A esas alturas, que ya me encontraba mejor puede comer, pero una vez terminado me sentí muy cansada. Tanto que volví al estado vegetal en el que me encontraba.
–¿Crees que tengas fuerzas para salir hoy? – preguntó – Esta noche no hay tormenta y el cielo estará despejado, puede que no haya tanto frio. ¿Qué dices?
–¿Y si esa cosa vuelve a …? – unos momentos de silencio abrumaron mi mente, lo sentí inseguro de él.
– No, yo voy a estar ahí. – contestó sonriente. Dios, como confiaba en él. Acepté ir con él al fin. – ¿Pero a dónde iremos?
–Quiero mostrarte el bosque, es hermoso en estas épocas del año.
Tomándome por el brazo me puso de pie y me ayudó a vestirme y calzarme. Mi pelo lo recogí sencillamente  en una media coleta sujeta por un moño oscuro.
Una vez abajo, antes de salir y exponerme al inmenso cielo, me retraje contra Ganesh. Tenía miedo de salir. ¿Qué pasaría si algo estuviese esperándome ahí afuera? Si solo yo le podía ver él no podía defenderme, pero existía.
La impaciencia de Ganesh puedo más que mi propio miedo, me empujó directamente hacia la salida y una vez ahí me cogió por los hombros y me giró hacia la ciudad. Solo con los ojos puede advertir que nada me acechaba. Accedí a caminar, pero muy despacio y siempre junto a Ganesh. Cruzamos el mar y continuamos a pie.
En cuestión de minutos llegamos a las faldas del bosque. Donde los pinos eran tan altos como casas, casi veinte metros de altura, copas escasas y troncos delgados. Si uno caminaba por ahí debajo, eran pocos los rayos de sol que alcanzaba a percibir. Por eso, me dijo Ganesh, solían atravesar el bosque o cazar en él, subidos en las copas de los árboles. Pero como ahora iba conmigo tendríamos que caminar dentro la nieve dispersa en el suelo.
–Hay cierta aberración por parte de los caballos al entrar aquí. – dijo – Suelen evitar el bosque, no les gusta. Además de que en muchas partes no pueden pasar, los árboles son tan cerrados que se atoran.
–Usan caballos. – dije sorprendida, ¿Cómo era que una raza tan hábil y separada de lo humano usara tales bestias para trasladarse?
–Claro. Ya sé, no lo hacemos porque haya alguna ventaja en ellos, es solo elegancia y costumbre. Además de que en estas tierras abundan muchos.
–Hay algo que no logro entender – dije –, ¿cómo es que pueden vivir de esta manera, sin contacto alguno con el exterior? ¿Cómo es que no sabemos de ustedes? – Se me quedó mirando unos momentos, sonrió y antes de contestar me condujo hacia el interior del bosque, donde el aire resultaba aún más fresco.
–Son las Korkea las que nos mantienen lejos de cualquier contacto humano. Si miras al sur, encontrarás una columna inmensa de montañas, esas son las Korkea. Tan altas como el cielo, y poco exploradas. Las podrás encontrar hermosas pero es imposible que cualquier humano pueda sobrevivir a ellas.
“Si hablas de tecnología y demás cosas, la respuesta es simple. La robamos, sabemos por los pensamientos de los hombres lo nuevo, no hacemos aquí y lo usamos. Recursos naturales, tenemos, vistas y parajes que nunca encontraras en tus tierras, tenemos. No nos hace falta nada.
“En cuanto organización, Hëdlard es un lugar muy organizado. Nuestra fuerza militar no es muy grande debido a que la única otra ciudad vampírica cerca estaba en Vaasa, ahora convertida en nada. La sangre real es lo único que conservamos desde que Hëdlard se fundó. Toda mi familia, las siete generaciones, son estrictamente puras y todos fueron gobernantes a su tiempo.
–Tú eres entonces el soberano de Hëdlard. – asintió –. Vaya.
Seguimos caminado juntos, él me describía todas y cada una de las plantas originarias de Hëdlard, ninguna era igual a las que se conocía humanamente. Había una que me llamó la atención especialmente, llamada Aamulla. Al estar muerto el cuerpo de un vampiro, si sangra, la sangre no pará hasta que el bebedor de sangre esté casi al borde de la muerte. Esta flor se usa para ello. Con el néctar que esta suelta crea una capa dura que no permita que se derrame más sangre y la herida sana.
–Mira, acércate. – Dijo en voz baja al llegar un lugar donde los árboles parecían organizarse todos en filas uniformes, uno tras otro. – Descálzate y sígueme.
Arrojé mis zapatos a un lado del camino. Los dedos de mis pies saborearon la tierra cual agua, esta fría, en tramos cubiertos de nieve, en otros la tierra se lucía tan negra que juntas, hacían un perfecto contraste.
Caminamos unos cuantos pasos, próximos a donde estábamos empecé a oír el sonido del agua cuando corre. Pero no esa clase de sonidos que se escuchan normalmente, de  agua chocando contra rocas para seguir su camino, ni de una cascada pequeña cayendo, no.
Las hileras de árboles empezaban a hacerse más estrechas hasta que por poco eran impenetrables. Me era difícil ver más allá de cinco metros y debíamos pasar de lado entre ellos. Cuando parecía haberse formado una pared de troncos, estos terminaron en seco, dándole una apariencia de pared al bosque a nuestras espaldas.
Tras una cortina de árboles bajos, encontré con un camino de piedra. Un camino que aparentaba venir desde las altas montañas y desembocar en el mar. Todo ese camino estaba formado por una solo pieza de piedra. Piedra tan lisa y tan negra. Por ella una manta de agua corría rio abajo. No tenía ni cuatro centímetros de profundidad, no había ni una sola piedra que interfiriese en su camino. Era agua cristalina.
Me quedé sin palabras. Esto resultaba tan hermoso, fuera de la vida. Forma de un perfecto equilibrio entre lo vivo y lo no vivo. Una línea intermedia por así decirlo.
Descubrí a Ganesh mirándome con una gran sonrisa en el rosto, me tomó entonces de la mano y me condujo más cerca del río.
–Una maravilla. Podrías considerar este el mineral es el más escaso del mundo. – dijo al aire, a mí. – Ven.
Me tomó de la mano y me condujo al él. Con nuestros pies violamos lo más sagrado del bosque. Juntos comenzamos a caminar por encima del rio, probando el camino de piedra, era tal su perfección que ni la misma agua la había hecho resbaladiza, no tenía moho, ni piedras, solo unas cuantas venas de zafiro azul surcando su centro. Estas venas parecían alimentar la tierra, parecía que dentro había algo más que solidez negra.
Si uno se quedaba viendo a este camino azabache parecía que el tiempo transcurría sin límite, se sentí uno eterno.
Parecíamos creaturas salvajes y malignas al estar violando el rio. Pero era él quien poseía aquello, eran sus mismos ojos los que penetraban en los míos cada vez que volteaba. Bajo lo líquido de sus pupilas, la sed inmortal crecía con fuerza, me apretaba más la mano y caminaba más y más rápido.
De la nada se detuvo, aflojó mi mano y giró sobre si para mirarme. No me gustó nada la expresión de sus ojos, tremendos.
Tuve miedo.
Nos habíamos detenido en un lugar donde el bosque se abría en un completo circulo dejando al desnudo, lo que en primavera, debería haber pasto verde. Aquí, sin la protección de los árboles me sentía muy vulnerable a él, no tenía en donde esconderme.
Lento, se acercó a mí, agachó el cuerpo hacia mi cara, respiró de ella, saboreó mi cuello con el aliento y yo el suyo. Tomé con brusquedad su cuello, que se tensó al momento, era tan fuerte, dudo que se le pudiese perforar fácilmente. Agachado como estaba, tomó mi cadera y la pegó a su cuerpo, quedé casi recostada sobre el aire, con mis pechos probando los suyos y mi sexo junto al de él.
Besó mi cuello, besó mis ojos y solo al final besó mis labios. Redé entonces su cintura con mis piernas y me pegué mas a él, se sentía esto tan bien, no lo podía frenar ya. Estaba confundiendo el cortejo de un predador a su presa con la pasión.
Salió del cauce del rio y se quedó estático sobre la nieve. Solo me besaba. Llegó el momento en que la tentación fue grande, ya no soportaba beber de mí, abstenerse a ello, lo peor era que luchaba con todas sus fuerzas por mantenerme a salvo, y sufrí por ello.
–Todo lo que siempre quise, la manera en que siempre lo deseé, posándose ante mis brazos, tierna, cálida humana. – Pronunciaron sus labios, pegados a mi cuello. – Matando un último aliento con el beso, ¿crees en la vida después del amor? Puede que después de esto tu cuerpo yazca sobre un infierno, inerte.
“Con el  beso más frio se da una despedida y la muerte le arrastra, solo por ti lo ha hecho. Has traído a la muerte al lugar más hermoso de todos, y la muerte se ha enamorado de ti.
“Soy la muerte. Crueldad, dolor y sangre, ¿qué más puedo ofrecer? Tan frágil eres que tan solo apretando tu cuello morirías, pero así no será tu muerte. Tu muerte tendrá que ser lenta, tu sangre deberá pasar por mis venas antes de dejarte sin vida. La fuerza de tu alma y cuerpo quedarán en mí para siempre y solo tu ser quedará libre al aire.
“Reencarnarás en ti.
“Muéstrame tu cuello. Mis colmillos romperán la piel que impide que tu sangre sea para mí. Tu vida será eterna, morirás esta mañana y renacerás al anochecer.
“Violaremos juntos tu inocencia, pecarás día y noche. Más fuerte que cualquiera serás al recibir mi sangre. Morirás humana, nacerás diosa. Hermosa, perfecta te convertiré.
“Oh, mi frágil diosa, no eres inmortal y tu juventud se desvanece con tanta rapidez que me será imposible resistir a dejar que pasen más  los días.
“Tu hermosura y juventud son tu primer pecado. Pregúntame mi edad, vamos, niega que este cuerpo puede tener doscientos años moviéndose, cazándote. ¡Niégalo!
“Ven, entrégate a mí. Si no quieres que este cortejo dure eternamente, entrégate a mí, deja ceder a tu cuerpo, obedécelo, sedúceme.
De pronto, mis ojos se estrellaron contra los suyos, descubrí en ellos al mismo diablo, no era él. Ahora, en la oscuridad de la noche sus ojos irradiaban luz, era como ver la misma luna.
Inconscientemente aflojé el cuerpo, dejé de alejarlo con mi mano y esta vez lo atraje hacia mí. Como fuego abriéndose paso entre mi piel, sus colmillos penetraron en mi cuello como lo habían hecho anteriormente. El veneno corrió por mis venas y llegó a mi corazón, que se estremeció dolorosamente y se agitó con dolo tratando de liberarse.
Bebió lentamente de mi sangre, cada latido dolía y cada respiración costaba.
–¡Detente! – susurré.
Bebió unos instantes más y luego se separó con un rugido que me dejó inconsciente. Sobre la nieve y perdida.

Desperté, adolorida del cuello e incapaz de moverme, sentía que si hacía un movimiento brusco Ganesh se me echaría encima y volvería a atacarme, pero él no estaba ahí. Estaba sola.
Me incorporé despacio, esperando verlo salir de algún lugar, pero no volvió. Seguía siendo de noche, así que no había pasado mucho tiempo, la luna iluminaba como siempre y la nieve me sostenía a varios centímetros del piso.
Al tacto, esa suave capa de agua helada se sentía cálida, fría aún pero no áspera como es costumbre. Tal vez era porque la luna se había intensificado más pero podía ver muy bien, podía ver entre las sombras de los árboles, lo que se ocultaba en ellos, todo.
No pude disfrutar de estas nuevas sensaciones mucho tiempo, pues a los pocos minutos algo dentro de mí se removió. De nuevo mi corazón. Desde mi centro, empecé a escupir sangre, mucha sangre. La escupía suelta, era terrible, estaba muy asustada por ello, no sabía qué era lo que me pasaba y si estaría bien cuando eso parara, si es que lo hacía.
En efecto, dejé de toser sangre, la hemorragia paró y pude ponerme en pie, pero el sabor se mantuvo en mi boca. Me incorporé con considerable elegancia, eché a andar aún mejor. Además de esa molestia que había tenido, nada resultaba malo.
Seguí caminando por el bosque, separada del rio, caminando sola buscando lo que fuese para salir de ahí. A medida de que caminaba por entre los árboles dejé de sentirme sola, pero tampoco juro que alguien me seguía, solo me sentía segura. Pero esa sensación cambió cuando las ramas tronaron a mi espalada, al principio creí confundirlas con las que se rompían a mis pies, pero mi oído fue tan fino que distinguía la diferencia. Sabía que no solo eran dos patas, eran las cuatro. Era la misma bestia que me había seguido antes.
Escuchaba su respiración, era tremenda, ahora que la percibía con más detalle supe que era jadeante, como si le costara respirar. Más bestial.
Sin pensarlo más, eché a correr. Me di media vuelta y volví sobre mis pasos tratando de burlar a aquello que me seguía, pero no lo logré.
Seguí corriendo, miré entonces a un lado, de donde provenían las pisadas y descubrí dos enormes y brillantes puntos amarillos junto a mí. La bestia era enorme, parada en cuatro patas como ya sabía, pelaje negro y gris en el lomo, patas con afiladas garras grises y hocico ancho y afilado como un lobo. Pero no era un perro, lo parecía, pero era demasiado grande para serlo. Su enorme cabeza llegaba a la altura de mi hombro.
Aquella bestia aulló, su alarido resonó por todo el bosque y penetró en mí como lo haría una mordida de esos sus dientes tan afilados. Parecía el llamado al terror, gracias a ese, su sonido tan tremendo, me embargué de miedo y desesperación. Ya no podía pensar tan bien como lo había venido haciendo, quería morir.
Eché a correr más deprisa, sin importar ya si me siguiera o no, si me pudiera tropezar con una raíz de árbol o no, solo quería escapar de él de la seguridad del bosque o morir. Cuando ya no tenía más esperanzas y estaba a punto de encarar a ese tremendo monstro caí de bruces. Iba a tal velocidad que no solo me pegué contra el suelo, si no que me deslicé unos cuantos metros sobre la nieve hasta que por fin puede salir del bosque.
Delante de mí se alzaba la imponente muralla de árboles que dividían el bosque de la ciudad y tras ella los ojos de la fiera brillaron hambrientos, pero no se acercó más a mí. Parecía que le temía al campo abierto. En cambio dio varios pasos hacia atrás antes de desaparecer en la oscuridad.
Me quedé quieta, sin saber qué hacer, dese que había despertado las cosas había transcurrido tan rápido que no había tenido tiempo de analizarlas como se debía. ¿Qué era ahora, en qué clase de bestia me había convertido? ¿Dónde estaba Ganesh?
Miré entonces hacia el norte, donde Palacio se resguardaba en el Tumma. Imponente, pero ahora que lo pensaba, temeroso. En la punta más alta, donde se encontraban los aposentos de Ganesh, las luces estaban encendidas en todo el piso, ahí debía estar. ¿Me estaría mirando? No.
Pretendía ponerme de pie, pero como es de costumbre ya, no puedo hacer nada por mi misma sin que algo lo interrumpa.
Desde las entrañas de la ciudad escuché venir un grupo de personas, un grupo numeroso. Miré hacia ellos y descubrí que eran hombres altos y uniformados, soldados de Palacio, los mismos que había visto apostados en las entradas del enorme edificio. Como todo soldado, hacen lo de siempre, y como ya sabía no impuse resistencia.
Uno me tiró al suelo – acusándome de embustera –, otro me cogió de los brazos y los encadenó a mis espaladas, el resto solo permanecieron estáticos alrededor mirando y apuntando con afiladas armas. Cuando me pusieron de pie, jalaron de más de mis brazos, mi espalda se retorció como respuesta al forcejeo, alguien me golpeó con un garrote en la frente dejándome una herida considerable.
–¡Ah! No la toques – masculló uno –. El rey siempre los quiere vivos.
Largo camino el que recorrí, el mismo que al atardecer. Llegamos a Palacio y solo tres soldados me subieron a los aposentos del rey – no merece ser llamado por su nombre si es de esta manera en la que me trata –. Me metieron a la sala y tiraron a las suaves alfombras color marfil. Mi frente manchó de sangre la tela.
–Lastima, estaba tan limpia… – ese comentario burlón que dijo el soldado me estremeció en un odio interminable, solo pude mirarle la cara y grabarla para siempre.
–¡Calla! – escuché la voz del rey del otro lado de la habitación – Retírense. – pasaron pocos segundos y luego dijo: – Soldado, encárgate de venir a limpiar tú  mismo las alfombras de Palacio mañana por la mañana.
El soldado se limitó a asentir y marcharse de los aposentos, tras sí, cerró la puerta. Y entonces mi captor  y yo quedamos solos, encerrados en lo más alto de toda la ciudad, yo con mi odio y él con su inimaginable altanería.
–Veo que te has dejado capturar, de otra manera esos estúpidos te hubiesen dejado toda la cara hecha pedazos. – dijo.
–No era necesaria tanta violencia, menos si se trataba de los vasallos del diablo.
–¿Así es como me llamas? – calló unos momentos – Diablo. Eso quiere decir algo malo. Yo no lo veo así, no he hecho nada malo. De otra manera desmiénteme. ¿No te he dado la juventud eterna, el poder sobre la vida? Vamos, eres una diosa, no hay creatura viva que pueda superarte.
–Pero aún así soy vulnerable a los daños carnales. – limpié con mi mano mi frente manchada en sangre.
–Nunca dije que no lo fueras. Eres inmortal, pero tu cuerpo sigue siendo vulnerable, tienes control sobre tu fuerza, eres más sensible a todo. – pasó detrás de mí y me desató las muñecas – Eres más sensible al dolor.
Por fin puede verle a la cara, recuperarme por un momento y sobar mis heridas, remover tan siquiera la sangre. Mis muñecas presentaban ligeros cortes debido a las cadenas, pero no dolían tanto como mi frente. ¿Con qué diablos me han golpeado esos malditos? – me pregunté.
–Soy como tú ahora, poseo tu misma apariencia; soy joven, perfecta de piel, esbelta, elegante, fina como esculpida en piedra. – me puse de pie para verle más claramente – Soy fuerte, veo más de lo que podía ver antes, huelo y percibo más sonidos que antes. Soy igual que tú. ¿No es eso?
–No, igual que yo jamás. Recibes mi sangre, recibes mi fuerza, paro aún así eres débil. Mañana no salgas de mi habitación, al primer rayo de sol que perciban tus ojos quedarás ciega para siempre, si miras la llama de una vela  tus ojos sangrarán hasta que no quede rastro de ellos. – sujetó mi brazo con rudeza y me dijo – Eres joven y necesitas tiempo para que tu cuerpo finalmente muera y se enfrié, mientras no salgas.
–He de aprender de ti, porque tú eres mi maestro, de ti nací y de ti moriré. – esto último no sé por qué lo dije, solo lo solté y lo creí.
–Muy bien, aprenderás mientras me siguas. – Soltó mi brazo y dejó cae el suyo a un costado –  Si te quedas atrás perecerás. – permaneció unos momentos mirándome fijamente, y justo antes de que me decidiera a partir a su habitación me detuvo – Recuerda no salir por el día, yo iré por ti cuando el astro rey se haya ocultado.
–De acuerdo.

Lundras 


A  partir de aquello me encerré en su habitación y no salí, ni siquiera él entró hasta la noche siguiente. Lo curioso es que, cuando llegó la noche, la sed me embargaba increíblemente, durante todo el día había estado presente pero no con tanta insistencia como ahora, me estaba sofocando poco a poco.
Ganesh llegó dos horas después de que oscureciera, abrió la puerta e inmediatamente la cerró a sus espaldas. Tenía en su rostro una mueca de estrés, tenía toda la cara tensa y malhumorada. Pero al hablar no parecía nada de lo anterior. En cambio, su voz era suave, con aires de comprensión y mucha paciencia.
–Debes lavarte el cuerpo, mandaré a alguien para que te ayude. – ¿Qué acaso necesito ayuda? – Él mismo te dará lo ropa apropiada. ¿Podrías bajar en una hora?
–Si – Me espanté al oír mi voz, ¡era terrible! Era mil veces más ronca de lo que jamás había podido escuchar en un ser viviente, no era grave ni más aguda, era mi tono, pero me costaba mucho hablar. Ni siquiera yo me entendí.
–Oh, ya sé lo que es. – rió burlonamente, y yo también – No hables hasta que bebas algo, y no bebas nada hasta que yo te diga, ¿de acuerdo?
–Si – de nuevo mi espantoso intento de voz ronca salió, al instante Ganesh y yo terminamos riéndonos de mí.
–Bien, ahora vendrá Toran. Recuerda, no hables hasta que yo te diga. – y salió de la habitación, esta vez sin cerrar la puerta.
Tras él, entró un muchacho, de pelo blanco, aunque no pasaba de los veintidós años, y ojos pardos. Se presentó con el nombre que me había dado Ero y me dijo que estaría a mis servicios si  lo necesitaba. Ganesh lo había asignado solo para mí. Vaya, qué detalle. Me dijo que no era necesario utilizar la tina, solamente tallamos las costras de sangre seca que había en m cabeza y en mis piernas – que por cierto no sabía de dónde habían salido –.
Al momento de darme la ropa que había pedido Ganesh, me entregó un vestido blanco y muy caro. Tenía piedras azul oscuro que servían de ornato al frente del vestido, haciendo un perfecto cinturón entorno a mí tórax. A decir verdad era muy cómodo y bonito. En la falda de la prenda había salpicadas más gemas azules y debajo de la tela blanca había otras que servían para darle volumen a la caída. El vestido llegaba arriba de mis rodillas y mantenía su corte sin tener tirante alguno que lo sostuviera a mi cuerpo.
Bajé justo a tiempo, una vez que me encontré en la planta baja de Palacio vi a Ganesh esperándome a la entrada. Salimos de la isla y llegamos a Hëdlard.
–Ven, antes de ir, debes beber algo. – Dijo.
–¿Ir, a donde? – pude decir.
–Hay gente que te quiere conocer. Vamos, no hagas más preguntas, debemos llegar temprano.
Entramos una vez más al bosque, Ganesh me pidió que esperara afuera en lo que él regresaba. Cuando lo hiso, llegó entre su brazos con un ciervo te poco tamaño. Vi que no estaba totalmente muerto, aún respiraba, pero tenía una enorme herida en un costado.
–Ven, toma a tu presa y vive. – dijo entregándome al ciervo que no pesaba nada.
Al principio no entendí lo que quería decir, pero recordé que él había bebido de mí un par de veces, y eso debía hacer ahora yo. Tomé a mi presa, la liberé de la vida, le arrebaté su alma y viví.
Por unos instantes, antes de matarla y después de eso, sentí su pelaje grueso entre mis dedos, su calor. Pero mientras bebía de su sangre lo único que parecía importar era el latir de su débil corazón. En cuanto este se apagó, dejé el cuerpo en la nieve y nos fuimos.
Caminamos un rato por el límite de la ciudad y el bosque, no mucha gente se percató de que estuviésemos cerca, y la que veía a Ganesh simplemente le ofrecía una reverencia, mencionaba un par de palabras y se iba rumorando. Con el respeto y miedo con el que trataban a Ero me daba entender perfectamente que Hëdlard no estaba en sus mejores momentos.
–Tienes razón, Antaris – me miró –, Hëdlard no se encuentra en un tiempo de dicha. Somos un  pueblo decadente. – sentí pena por ello – Pero no es reciente aquello, desde que tengo memoria no nos ha ido muy bien. Son pocos los que aún recuerdan cómo era antes, pero somos inmortales y no moriremos hasta que el último Hijo de las Tinieblas caiga.
–¿Qué tipo de problemas? – quise saber.
–Problemas no, no son problemas ni escases de sangre, nada de eso. Es un impacto que sufrimos desde hace mucho tiempo.
–¿Qué tipo de impacto, qué pasó? – insistí – Perecen que te tienen miedo.
–Así es, me temen. La pérdida de su reina afectó mucho.
–Quieres decir que había también una reina. Tú y ella…
–No, ella era mi madre, no una pareja.
–¿Cómo la perdieron?
No contestó, desvió la mirada y siguió caminando más tenso. Me indico con señas que ya habíamos llegado. Pidió silencio.
Al dar vuelta en una calle entramos a la ciudad. Junto a mí se alzaba una pequeña casa de una sola planta, pintada de blanco y con reducidas ventanas. Una puerta de hierro negro estaba abierta, y en ella entramos. De por sí la noche era cerrada, la oscuridad del interior era mil veces peor, no había ni una sola luz, nada. Era una vil masa oscura.
Al comienzo no me di cuenta, pero en definitiva no eran mi s ojos lo que me conducían, eran los de el rey. Él me había abierto su mente y me estaba permitiendo ver por medio de sus ojos. No era exactamente como estar dentro de él, abandonar mi cuerpo y ocupar el suyo, era solamente leer – o en este caso ver – lo que él vivía.
Seguí viendo en su mente, mis ojos eran demasiado jóvenes aún par poder valerse por sí solo, pero si podía valerme de la mente de los demás serían igual de útiles.
Esto no lo he hecho adrede. – contesté
Claro que no – dijo – por eso debes dominar este arte. Mientras estemos aquí intenta infringir en mis pensamientos. Pero ten cuidado, si pierdes el control e ingresas por accidente en la mente de los demás podrían causarte daños.
Asentí en voz alta y continuamos, claramente sentí que él era el que me aferraba a su mente, no yo. En ocasiones me soltaba para que yo misma pudiera mantenerme en él, pero perdía el control a los pocos segundos y volvía a ver nada.
Transitamos largo tiempo por el edificio, veía que a los lados había muchas puertas de hierro reforzadas, pero en ninguna entramos. Esto era un perfecto laberinto. Peor por fin abrió una puerta, casi la última, y entramos en ella.
Ganesh me soltó al instante y yo volví a mi visión normal, inútil. Escuché voces, pero no sentí nada. Intenté sentir con la mente la de Ganesh, pero fue completamente inútil, en torno a ella se había alzado una berrera inviolable. Gracias a esta reacción, me dediqué a inspeccionar la habitación con la mente, sentí  cinco mentes inmunes a mí. Dos eran muy similares, casi me confundía entre una y otra; la tercera tenía una aire amigable, era una mujer; la cuarta la sentí muy fuerte, pesada, era de un hombre; y la última de nuevo una mujer, pero está en verdad que era tramposa, al principio pensé que podía adentrarme más en ella, pero en cuanto estuve cerca de darle la primera probada, las barreras que la protegían se alzaron de inmediato lanzándome lejos de ella, pero mientras lo hacían  algo en mi se removió causándome tremendo dolor.
–Vaya, con que jugando con tu nuevo don. – dijo una voz áspera de mujer anciana. Por el doble filo de ella supe que había sido la misma mente que me había rechazado tan cruelmente.
¡Antaris, no! – Exclamó Ganesh preocupado.
Lo siento.
–Por lo menos Ganesh te ha dado uno de sus mejores dones, – volvió a decir la anciana – deberíamos ver que más te ha dado…
–Antaris aún no está preparada para eso, Fiura. – dijo Ganesh mientras buscaba mi mano en la oscuridad, cuando la encontró tiró de mí y me protegió con su cuerpo – Es muy joven aún.
–¿Cuánto tiempo?
–Es su primera noche.
Escuché las risas de las cinco personas que ahí estaban. Me incomodaba que se burlaran así de mí,  pero Ero no hiso nada.
–Ahora veo por qué me pediste que no hubiera fuego en la habitación. No puede ser, ¿tanto tiempo tardaste en decidirlo? ¡Vaya cobarde! – Sentí cómo la mano de Ganesh me apretaba de rabia – Pero quiero verla claramente, así que será una lástima lo que sentirá. Lundras, quiero una luz.
A continuación una llama cobró vida a la mitad de la sala. Yo permanecía con los ojos muy abiertos, alerta a cualquier movimiento que se pudiera presentar y al encenderse captó toda mi atención, y aunque me negara, la miré. Un terrible ardor inundó mis ojos y los resecó al máximo como si un torrente soplara ante ellos. Cerré los ojos con fuerza y me tiré al suelo, donde la llama no me podía alcanzar.
Vamos, levántate – insistió Ganesh.
Al sentir su mente tan cerca de la mía me refugié en ella y tome posesión de sus ojos para ver a mi alrededor. Me vi a mi misma poniéndome de pie poco a poco, y entonces Ganesh desvió la mirada hacia el origen de la voz de la anciana.
Era una mujer encorvada, pero bonita, no había arrugas en su rostro salvo las de la frente. Su pelo era negro como la noche pero sus labios rojos.
Me miraba con ojos críticos, pero faltos de expresión. En mi cuerpo, yo mantenía los ojos fuertemente cerrados. Y en ocasiones, si sentía que la luz era demasiada, me cubría también con las manos.
–Es hermosa, Ganesh. – dijo una voz joven de mujer.
Ganesh la miró y puede ver que era también alta, de piel blanca y labios rosas, cabello largo y rizado, de color fuego, sus ojos redondos y nariz elegante, no afilada. Me miraba con una sonrisa.
–Si, lo es – declaró Fiura – Pero me agradaría que me permitieras hablar a mí, Leith.
–Si, maestro. – Leith agachó la cabeza, pero no dejó de mirarme inquieta.
¿Maestro? – pregunté a Ero.
Así se les llama a sus creadores. – contestó – Pero tu no lo hagas, no me agrada.
Deacuerdo..
–Me parece muy joven, aunque para ti es perfecta. Me parece muy débil, pero es muy fina. – dijo Fiura – Creo que no hay mucha diferencia, se llevarán bien. Pero no creo que resuelva muchos problemas, El pueblo siempre vio a su reina como un seméjate a su rey, y ella no es un rival formidable para nadie.
“¿Qué dicen Lundras?
Los ojos de Ganesh captaron a dos figuras similares, parecían mujeres, lo eran, pero no podían serlo del todo. Su pelo era totalmente blanco – como el de Toran –, sus mejillas exageradamente rosadas, labios pálidos. Pero eso no era todo, su cuerpo en general había sido alterado. Entre sus dientes asomaban un par de colmillos arriba y abajo, todos los demás Hijos de la Noche teníamos unos pero no tan curvos y poderosos como los suyos, sus pupilas eran más grandes que las de cualquiera y todo su cuerpo en general era demasiado delgado para seguir vivo. Sin importar todo esto seguían conservando su belleza. Creaturas salvajes sin duda.
Las Lundras se miraron entre ellas, se sujetaron la mano y avanzaron hacia nosotros. Al llegar, las Lundras lanzaron un gruñido agudo a Ganesh para que se apartara, no lo hiso de inmediato pero cuando se apartó les devolvió el rugido, solo que el suyo había sido más grave, semejante al de un felino.
Me dejó sola, a expensas de las Lundras. Creaturas que teniéndolas cerca me causaban mucho miedo, no sabía qué eran ni qué me iban a hacer.
Ganesh no quitó la vista de mí para que yo pudiera sentirme más tranquila.
Una de las Lundras se puso detrás de mí, sin soltar a su compañera, me rodearon con los brazos y cerraron los ojos. Dentro de mí, sentí una pérdida de pedo considerable, me había extraído algo. Algo no materializado, pero que ellas podían dominar a su antojo. Eran mis recuerdos, me percaté de aquello al querer relacionarlo con algo que me hubiese hecho Ganesh, pero no podía ver nada, nada de nada.
Gemí de desesperación, violaban mi intimidad de una manera cruel, y no tenía oportunidad de ocultar lo que no quería que supieran. Como por ejemplo mi tremendo sentir especial a Ganesh, porque aunque de seguro él ya lo había anotado, no quería que nadie más lo supiera.
No pude saber en qué se concentraban, no pude ver lo que yo no recordaba, nada.
Cuando por fin me devolvieron mis recuerdos, el peso sobre mi cuerpo volvió a ser normal. Nada raro. Las Lundras abrieron los ojos y sonrieron. Se dirigieron a Fiura y le susurraron al oído todo lo que había encontrado en mí, cada detalle y emoción.
–¿Así que te atrae… – me dijo – Vaya, ¿Pero quién no le echaría un ojo al hijo del Águila de la Noche? Todo el mundo sabe que Ganesh es hermoso por naturaleza, que no te de pena jovencita.
Al contrario, me quise morir al instante, quise desaparecer y no volver a moverme. Cualquier cosa antes de seguir soportando esa clase de comentarios.
–Vasta, Antaris no ha venido aquí para escuchar esa clase de basura. – gracias – ¿Qué es lo que dices ahora?
–Digo que era mejor lo que yo te había ofrecido. Pero al final es una decisión tuya. Mi oferta ha terminado, estoy de acuerdo con lo que elijas, estoy satisfecha.
Escuché las risas de las Lundras, que habían permanecido a espaldas de Fiura. Ese sonido era horrible, tremendamente irritante.
Será mejor que nos vayamos. – me dijo.
Me tomó por la mano una vez más y me dirigió a la salida. Yo había pedido la vista una vez más y salía de ahí a tientas. Volvimos al inmenso pacillo de las puertas y a los pocos metros de salir escuché a los lejos el chillido de las Lundras. Escuché también pisadas, eran tremendas y no había orden, parecías que venían en cuatro patas y que corrían a una velocidad imposible. Al escucharlo me pegué violentamente a él, quise que me abrazara, tenía mucho miedo de esas dos.
Corre, Antaris levántate y corre. – dijo.
A mi mente vinieron los recuerdos de la bestia que me atormentaba, escuché sus pisadas en el bosque, escuché su respiración, había visto sus ojos y en tres ocasiones me habían intentado matar.
Una vez más puse atención al sonido de las Lundras, era lo mismo, su parloteo y sus chillidos se habían convertido en una violenta respiración y en gruñidos. Y ahora las pisadas eran las de una animal pesado.
–¡ Ganesh! – grité sujetando me a sus piernas.
El sonido de las Lundras ya estaba demasiado cerca como para que Ganesh pudiera reaccionar, o yo zafarme de sus piernas. Las Lundras impactaron contra nosotros, separándonos varios metros. Mientras que Ganesh se recuperaba de la inesperada caída, a mi  las Lundras me acecharon. Era terrible tener su fétido aliento en mi cara, quería vomitar por el olor.
Sabía que las Lundras ni eran ni humanas y mucho menos podían poseer el Don Oscuro. Y más aún me confundía al saber que ellas mismas eran la bestia que me había intentado matar tantas veces.
Mientras esperaba cualquier ataque de las Lundras, busqué la mente de Ganesh, con la intención de zafarme de mi cuerpo y evitar cualquier daño o dolor. Pero fue inútil, la mente de Ganesh estaba totalmente bloqueada, no puede encontrar ni una sola quebradura por la cual colarme. Desistí.
Cerré fuertemente lo ojos y acepté lo que fuera a venir.  La respiración de las Lundras se detuvo un momento, oí que su gran cabeza se alejaba y con un rugido bestial se dirigía de nuevo a mí con toda la fuerza y velocidad que les era posible. Poco antes de que las Lundras pudieran tocarme, algo golpeó contra ellas y las aturdió. Descubrí que había sido Ganesh.
–Antaris, levántate y corre. – lo intenté, pero a las dos zancadas las Lundras me tomaron por los pies y me devolvieron al suelo. – ¡Antaris!
Grité de desesperación, mi pie estaba entre sus fauces y me arrastraban hacia las entrañas del edificio. Grité el nombre de Ganesh, una, dos, tres veces, pero no oí respuesta. Hasta que sus brazos tomaron los míos mientras me arrastraban.
Los tomaron con fuerza y me intentaron zafar. Pero las Lundras me sacudieron para quitar lo de su camino. Esto me causó una tremenda ondeada de dolor que subió hasta las cicatrices pasadas, las de la espalda y las de la pierna. No lo podía soportar más, me arrancarían el pie si esto seguía.
El peso del cuerpo de Ganesh se me echó encima  para evitar que pe hirieran el resto del cuerpo, y con su pie pateó la enorme cabeza de las Lundras. Se quejaron y chillaron. Volvieron a tomar mi pie, pero entonces Ganesh dio una patada más fuerte y las Lundras se retiraron varios metros.
–¡Corre! – gritó.
Me levanté y como puede corrí hacia la salida. En ningún momento me zafé de la mando de Ganesh, por más que me arrastrara, por más que pudiera tropezar, él jamás me dejó.
Salimos de aquella cárcel lo más rápido que pudimos y una vez afuera nos dejamos caer al suelo. Ambos estábamos agitados y sin ganas de movernos, pero teníamos que. Nos levantamos y empezamos a retirarnos.
– Ganesh, no puedo caminar, me han destrozado el pie. – dije mirando hacia abajo. Descubrí entonces que mucha sangre manaba de mi tobillo que mi zapatilla estaba hecha girones de tela y por supuesto que no era capaz de apoyar el pie. Incluso verlo me dolía. – No puedo.
–No lo hagas, ven. – me sujetó entre sus brazos y me cargó hasta que llegamos a una calle enorme, la calle centras de Hëdlard. No tardamos más de un minutos solos, una docena de soldados se acercaban a nosotros corriendo. – Llevarla a Palacio.
Cuatros soldados me cogieron y llevaron hasta la parte más alta de Palacio, donde me recostaron en la cama de Ganesh.
Vaya, de nuevo aquí. ¡Qué novedad! Y para colmo herida por la misma bestia.
–Retírense – ordenó –. ¿Estás bien?
–Sí, no me han hecho nada más que en el pie.
–No es gran cosa, te pondrás bien pronto.
Asentí satisfecha por lo que me había dicho, realmente no me molestaba mucho el tobillo, peor es claro que él dolor lo sentía con tanta nitidez que hubiese vuelto loco a cualquiera, sentía cada fibra de mi cuerpo arder y punzar, cada que me movía el piel lloraba y seguía sangrando.
Toran no tardó en traer un poco de esa planta Aamulla, cuando me la puse sobre el pie el líquido blanquizco se fue endureciendo hasta formar una capa inquebrantable. Dejé de sangrar.
–¿Cómo es que podemos tener ese vínculo metal, tú y yo? – pregunté. Ganesh permanecí hincado a un costado de la cama, mirándome.
–Yo te creé, Antaris. – explicó – Toda mi familia… , ellos también lo poseían. Con él puedes entrar a la mente de cualquiera que te lo permita.
–¿Podré ver sus recuerdos?
–No, aquello que te hicieron las Lundras es algo que solo los herejes pueden hacer y específicamente ellas. – calló un largo tiempo, permaneció inmóvil, como si jamás pretendiera despertar.
–¿Te sientes culpable por lo que pasó, crees que fue un error llevarme a ese lugar?
–No, no lo fue. Tenías que ir algún día, tenía que suceder de alguna forma. Incluso en algún momento hubiese tenido que enfrentarme a las Lundras. Ellas solo siguen órdenes de Fiura.
–Entonces ella fue la que ordenó el ataque.
–Probablemente, pero no creo que ella se arriesgara a enfrentarse a mí. Un conflicto entre ellos y nosotros a estas alturas no les caería nada bien. – volvió a callar, luego dijo: – ¿Viste todas esas puertas? – asentí – En cada cuarto hay encerrados los peores y más locos seres de Hëdlard. Los peores terrores para mortales e inmortales están ahí.
–¿Bestias como las Lundras?
–Algunos, ellas no son así por naturaleza. Son herejes, controlan hechizos y magias, entre otras cosas. Lo que hay ahí guardado son  tanto bebedores de sangre, como demonios y herejes. Llevan mucho tiempo ahí. Fiura y su equipo han pasado toda su vida casándolos y dándoles un lugar, alimentándolo con novicios bebedores.
–Por eso me querían. – reafirmó mi respuesta – Gracias por salvarme, por todo. Hay muchas cosas que no tiene sentido para mí, no entiendo muchas cosas que dijeron ahí dentro, pero ahora no es el momento adecuado para discutirlo.
–¿Qué te hace pensar que te diré?
–Yo sé que lo harás. – y sonreí.

Lejos de ti

El sueño se fue adueñando de mí lentamente de mí, pero sé que él permaneció a un lado un buen rato. Entre sueños, Ganesh me permitió entrar una vez más en él. Me dejó ver muchas cosas. Me dejó mirar lo que él había visto y estaba recreando para mí, las bestias que Fiura tenía ahí guardadas. Muchas ya no parecían personas, ni bebedores, eran monstros. Tenían una tremenda expresión y rugían cual lobos. Uno de ellos lo recuerdo bien, pues era hermoso, tenía el aspecto de un niño pequeño, de no más de siete años. Si se le miraba a los ojos ellos se adueñaban de ti y hacía que te sofocaras ante sus deseos, que no necesariamente eran piadosos. Pero sé que tenía un buen corazón dentro, solo que Ganesh me dio a entender que era lo aislados que estaban lo que más les violentaba el alma.
No fue algo que me agradara ver, a decir verdad era muy frecuente que yo me zafar de Ganesh pero debido al horror de sus visiones, a lo real de la recreación. Pero él mismo me obligaba  penetrar una vez más para seguir viendo.
Pero además de ese pequeño niño estaban las dos Lundras, que no formaban parte exactamente de esas bestias, pero también eran temibles. Efectivamente, estaban bajo el control de Fiura, pero solo porque la consideraban como su madre. Las Lundras habían nacido gemelas y herejes, pero justamente sus ganas de  poseer su magia, les violentó y las convirtió en lo que son.
Los demás miembros que había visto en aquella sala también tenían su propia historia. Leith por ejemplo, había sido elegida por Fiura para algo – ignoro qué – pero no fue aceptada para ello. Pero su persona era algo especial, era muy noble, agradable y leal. En cuanto al otro miembro, Ganesh no quiso que supiese mucho, dijo que él no importaba, lo único era que debía tenerle cuidado a sus palabras, que solo me confiara de él si él confiaba en mí.
Repentinamente, Ganesh cambió de recreaciones, primero me transportó a un lugar infinito, vació, sin luz, pero a la vez demasiado luminoso. Tenía vida propia. A los lados se me acercaban listones delicados de colores, naranjas, rosas, azules, de todo.
Esta nueva sensación de paz me resultó magnifica, como si por fin hubiese encontrado una refugio seguro para mi mente.
Me di cuenta de que ahora estaba en el suelo, entre un grupo de árboles, no muy grandes ni gruesos como los de Hëdlard, eran más jóvenes, y la tierra más árida, pero atreves de de sus vulgares copas, pasaba la luz café, hermosa y perfecta.
El perfecto aroma de madera mojada, y las hojas secas debajo de mis pies. De mi boca salió una sonrisa. Todo este lugar era la mente de Ganesh, se sentía a él. Podía sentir que él también sonreía, que con su propia mente me abrazaba para que siguiera disfrutando.
Y entonces, de la nada, un grupo enorme de mariposas de colores vinieron hacia mí con el viento. Revolotearon, volaron, bailaron y rodaron junto a mi solo un instante, parecían no tenerme miedo, pero cuando alcé un dodo hacia una de ellas todas salieron volando hacia las copas de los árboles. Poco a poco, cual pájaros al anochecer, las mariposas se refugiaron en cada rama. La luz dejó de entrar con tanta intensidad y los insectos se volvieron hojas. Hojas amarillas y naranjas.
Esta vez no solamente sonreí, reí, reí con mucha fuerza y llena de gozo, y Ganesh también.
Entonces la voz de Ganesh resonó fuerte y sin eco, recitó una primera parte de un poema el cual a él le gustaba mucho. Con su voz tranquila pero fuerte dijo palabra por palabra, textualmente era y con la perfecta entonación:

“He de nadar en el mar de tus brazos,
He de mirar atreves del cielo de tus ojos.
He de bailar eternamente en la dulzura de tus labios, Fingiendo que la eternidad es poco tiempo para comprenderte: fingiendo que te quiero lo suficiente.

He de estar loco si pretendo representarte por medio de palabras, he de estar loco.
Eres algo más simple que un beso,
Eres una caricia de labio a labio,
Una mirada de amor.
Lo eres todo.”

         Ni siquiera me cupo en la cabeza tomarlo como mío, simplemente lo había recitado tan bien, eso era lo que me había robado la atención. Mi sonrisa se dibujó mucho más y volví a reír, aplaudí y grité de gozo.
         Silencio prematuro, felicidad especial y tranquilidad infinita. Hermoso y perfecto es esto, lo es.
Lentamente, por encima de mi cabeza, un listón azul se convirtió en el cielo. Tomando texturas de nubes, de aves volando y de estrellas invisibles, me hundí en él, miré abajo, no tocaba el piso. Por más lejos que quisiera ver no miraba el suelo. Era simplemente la nada.
Y ahora, aquí, en el cielo, un destello pasa sobre mis ojos, y siento sus manos. Quiero adivinar quién es, pero en su mente quien más puede ser. Expectativas son las que pasamos pero él en realidad no está ahí. Fue cierto que sus manos me sujetaron, pero no lo veía. Era mi cuerpo el que las tenía, no mi mente.
Darse cuenta de lo distantes que están la mente del cuerpo una vez separados es tremendo, pero saber que lo sujetas en tu cuerpo es lindo.
Seguí rondado por su mente, azul por todos lados. Me pregunto cómo es que el amor puede volar, cómo es que el rio puede venir a mí sin que yo lo llame. Y aún muerto, que el cuello pueda pedir una caricia, sentir un beso y disfrutar de su bebida.
No, no podíamos esperar ni un momento, era hora de que lo dejara, pero es cierto, yo no quería. Era música lo que resultaba para mí. Tenue y tranquila, capaz de amar y destrozar al tiempo, a su vez peligrosa. Como no admirar a una persona tan completa, a un dios.
Pensé que el sueño había sido infinito, más bien, eso quería, pero desperté al final. Estaba sola en su habitación, con las ventanas totalmente cerradas, ni un solo rayo de luz penetraba en ella. Miré a mi alrededor, soledad completa. En otras ocasiones esto me hubiese entristecido, pero recordado mi sueño todo parecía igual de feliz que antes.
Me volví a tranquilizar y a dormir entre las suaves sabanas de Palacio, sabía que estaba lejos de mi casa, fuera de cualquier contacto con lo que antes era. Pero ahora, después de Ganesh, todo parecía volver a alzarse. Me sentía bien.
Fundida en mis sueños, ahí me quedé, quieta, esperando a que la noche se fundiera con el cielo para que por fin pudiera salir de este encierro, vagar y ver todo lo que quería. Y así fue, me desperté una hora antes de que el sol se ocultara por completo. Ganesh entró al poco tiempo para decirme que podía salir de Palacio si quería. Evidentemente notó el miedo que me provocaba ir por ahí en las calles si él, temía que las Lundras volviesen a cursarse por mi camino. Pero dijo que después de lo de anoche, ese par me dejaría en paz un buen rato.
–¿No vendrás conmigo, verdad? – pregunté antes de cruzar las puertas de Palacio. Era claro que esta noche no volvería a dormir en su cama, con su presencia calmándome.
–No, esta vez no.
–¿Y qué de supone que haré ahí sola?
–Hay muchas cosas, cuando te des cuenta de lo hermoso que es este, nuestro mundo, pasarás mucho tiempo con él, apreciaras lo que en verdad somos. Ve, corre en los bosques, sube las montañas, caza a tu gusto y sacia tu sed. Y solo si te gusta, no abandones el bosque hasta que logres entender todo. – calló un momento y entonces me tomó por los hombros – Desde las llanuras del norte hasta las Korkea en el sur puedes ir. Cruza unas cuantas montañas si tú quieres, pero no abandones Hëdlard. Nada todo el lago, pero no llagues más allá de Vaasa.
         Pasó unos minutos mirándome, sujetándome y sonriendo en todo momento, mientras que yo me sentía bacía. Creí que sin él, el mundo sería peligroso y muy aburrido, y tal vez lo era. Pero lo que más me enfermo pensar que comenzaba a depender de él.
         –No vuelvas hasta que el invierno regrese – dijo.
         –¡Pero eso será en cuatro meses, o más!
         Mi orgullo puedo más que mi pena, no me atreví a decirle que le extrañaría. Pero él no se limitó, me acercó a él y me abrazó con fuerza. Parecía que mi cuerpo encajase perfectamente en el suyo, me sentí muy bien junto a él. Y su aroma.
Ganesh.
Salí de palacio caminando y sin mirar atrás, caminé durante un largo rato al único lugar en el que, pensé, no me verían. Di vuelta a la izquierda y subí hasta la cima de las primeras montañas aridas. Una vez ahí, en la Montaña del Sol, miré a Palacio, la más hermosa construcción jamás vista por ojos mortales. Permanecí contemplando Palacio mucho tiempo adormecida por la luz de luna que reflejaba. En sus vidrios, como espejos negros, miraba la luna, se reflejaba con tanta claridad que parecían dos.
En la misma ciudad, la gente seguía siendo la misma; madres con sus hijos – escasos por cierto –, padres trabajando. Hijos de la noche totalmente normales. Esta era una ciudad tan normal, pero a la vez tan diferente. Puede que este sea mi nuevo hogar, pero aún lo siento como ajeno a mí. Pensé. Pero me podía adaptar a esta gente, a esa forma de vida, a este mundo. Mi alma se podría adatar a mi nuevo cuerpo, a estas sensaciones tan agresivas que me atacaban gentilmente día a día. Si podía. Pero tal vez todo lo hacía por una sola razón, amor.
Esta idea me pareció repulsiva, incorrecta. No soporte estar mirando Palacio más tiempo, puede que si lo hubiese hecho, estaría andando de nuevo hacía él.
Debo confesar que un sentimiento de tristeza infinita me embargó. Inundó mis sentidos al máximo. No solo me sentía triste de abandonar el único lugar al que podía llamas mi casa, si no de dejar a un Hijo de las Tinieblas como Ganesh.
Aventurarme a lo desconocido se me da bien, temo, pero lo hago al fin. Pero ¿cómo iba a ser que pudiera regresar de nuevo a Hëdlard?
Ganesh… – Pensé tan fuerte como pude – ¿Cómo haré para volver?
Seguirás tus pasos, tu instinto te guiará. – dijo – Ahora, vete. No vuelvas a contactar conmigo, no lo lograrás, en cuanto salgas de mis dominios nos separaremos violentamente. Y si lo intentas solo te harás daño. Vete.
Obedecí, Ganesh me pidió que me fuera y lo hice. Empecé a caminar lentamente hacia la parte este de Hëdlard, con el mar Tumma a mi izquierda y las nevadas Korkea a mi derecha. No sabía a dónde me estaban guiando mis pies, simplemente seguí caminando. Estando aquí, sola en la inmensidad de la noche, no se capta más que mi respiración. Es como caminar entre los muertos. Ponía mi pie sobre el piso, y cuando mi peso iba, la tierra crujía debajo. Fue el único sonido que me acompañó esa primera noche. Aquí afuera, todo me parecía vacío, y deprimente. Al no haber ningún indicio de vida no podía alimentarme, pero la sed todavía no se hacía presente.
A decir verdad nada se me presentaba ahora, solo el deseo de volver sobre mis pasos. O tumbarme en la tierra y esperar a que algo pasara.     

…Escribiendo…
(únicos tres personajes anexados: Cabo, Ehera y Clío, los tres parros que se encontró Antaris)
         Solamente cuando dejamos la costa del Tumma en la línea del horizonte pude estar más tranquila, nos detuvimos el resto de la noche a descansar y dormimos como nunca.
         Durante todo el viaje no había encontrado a nadie con vida, más que animales y plantas, y ahora que me encontraba tan al norte me llegó la sensación de que había alguien más. Concluí que ya nos encontrábamos en  Vaasa, las plantas aquí  eran muy distintas a las de los bosques fríos de Hëdlard, tenían más colores y su trasmañano superaba mi mano entera.
         Mis perros rondaban cerca, la loba caminaba en círculos alrededor de nosotros tres y olfateaba cada poco.
         A lo lejos, miré una luz, una luz producida por fuego. Conforme fuimos avanzando, advertí que salía atreves de la ventana de una choza muy pequeña. Tardamos el resto de la tarde para poder vela más de cerca y como la loba no pareció inquietarse seguí avanzando hacia ella.
         Faltaba poco para el amanecer, ya estábamos todos muy cansados para seguir caminando pero tampoco podíamos tirarnos al suelo sin saber qué era lo que vivía dentro de esa choza. Apresuré el paso pero mis perros ya no aguantaban más.
         El sol nos iba pisando los talones. Vamos, apresúrate. – me dije. Giré la vista para mirar el cielo, el sol ya estaba lanzando sus primeros rayos, me cegaron por un instante donde solo vi un destello blanco.
         La loba empezó a ladrarle al amanecer, se detenía cada poco y se giraba para gruñirle a la nada. En vez de irritarme lo tomé como un gesto dulce, tratar de protegerme del sol no lo hacía cualquier lobo.
         Pasos, me faltaban pasos para llegar a la puerta. En cuanto llegué, subí  los dos escalones de madera para tocar la puerta. Nadia abría, volví a tocar, más desesperada. El sol me comía ya. Tuve que cerrar los ojos. Toqué una vez más. Eché una última mirada al sol, inquieta de que ya estuviera completamente fuera, pues me empezaba a sentir débil, con mucho sueño y a punto de desfallecer.
         Completamente blanco, dolor y ardor fundidos en una misma reacción. Oí cómo unos pasos cortitos y muy pesados se acercaban a la puerta y la abrían, la loba seguía ladrando y gruñendo con desesperación. Yo por mi parte, perdí el equilibrio y caí en el suelo de la choza. Afortunadamente mi cabeza terminó en el interior de la casa y dejó de darme el sol. Pero ya me encontraba exhausta, muerta, debido al calor del sol ya no me podía  mover, ni hablar.
         Fue entonces cuando me quedé de nuevo dormida, con mis perros cuidando mi cuerpo  inerte en casa de un desconocido. Solo por la loba me sentía tranquila, con ella a mi lado nada me haría daño mientras mi sueño me obligó a perder conciencia.

        







Gabrielle



         Abrí los ojos, estaba ya dentro de la choza y el calor me sofocaba la piel, pero eso creo era algo bueno. Tenía acalambrados los dedos de los pies por el frio y la nariz me ardía. Miré que la loba estaba sentada junto a mí y que sus dos cachorros dormían a mis pies, sobre una cama de paja que abarcaba casi toda una pared de la casa.
         –Pensé que te habías quedado ciega para siempre – dijo la señora de la choza –. Me costó media hora poder arrastrarte hasta mi cama, tus perros no me dejaban tocarte y eres tan pesada como un plomo.
         Miré a la señora, era muy graciosa, vestía una falda colorida y una camisa de rayas verdes, pero además toda su vestimenta iba adornada con andrajos, flores, cascabeles, de todo. Era chaparra, no se alzaba más allá de mi hombro, pero parecía fuerte, dura. Su piel era de las más oscuras que había visto en estas tierras, pero a pesar de su vestimenta y piel era muy bonita, vieja pero bonita
         La señora tomó una tetera de un fogón que ardía junto a la puerta, de donde venía el tremendo calor, sirvió un par de tazas de té. Una me la entregó a mí, la tomé entre las manos y con su calor me calenté las mejillas. Quería explicarle que no podía tomar nada que no fuera sangre, que mi cuerpo lo rechazaría cual veneno, pero ella habló antes.
         –Bébelo, no te hará nada. – me miró fijamente – Anda, te calentará el cuerpo.
         Solo por educación tomé un poco. Me pasé el trago y esperé a que hiciera reacción, a que me tirase al piso y me diera alguna clase de ataque. Pero no pasó nada.
         –¿Vez? No hiso efecto. – rió – ¿Cuál es tu nombre, hija?
         –Antaris. – dije.
         –Ah… Me gustaría escuchar tu historia mientras estamos aquí, falta mucho para que vuelva a anochecer.
         –¿Es de día! – giré mi cabeza desesperada por no encontrar ninguna ventana que permitiera la entrada de luz solar, no había ninguna, y la única, la que estaba frente al fogón estaba tapada.
         –Si, pero tranquila, te hará lo mismo que ese té. Vamos, cuéntame qué haces tan al norte.
         Seguía inquita, y por lo mismo busqué el calor del cuerpo de mis perros, los cachorros ya se estaban despertando y también buscaban a su madre.
         La dueña de la choza se movió de nuevo y del fogón tomó un cazo donde vertió crema con leche, luego lo colocó a un lado de mi e inmediatamente los cachorros bebieron desesperadamente de él.
         –Tu perra se está quedando sin leche, no ha comido bien y no ha descansado, te recomiendo no corran tanto, o morirán. – acarició a los perros y se sentó frente a mí, con su respectiva taza de té humeante entre las manos.
         –¿Cuál es su nombre? – pregunté antes de iniciar mi relato.
         –Eso no importa, te lo diré al final, mientras puedes decirme Nanna. Vamos hija, empieza ya.
         –¿Por qué le interesa tanto mi historia?
         –Hija, uno nunca sabe que maravillas hay detrás de una carita tan bonita. Vamos, incluso yo tengo una muy buena historia. – tosió fuertemente cerrando los ojos tanto como pudo y volvió a incorporarse – Pero bueno, no es momento de contarte algo que ya se de memoria. Empieza ya.
Me acomodé en la cama y crucé las piernas frente a mí, le conté que había llegado a Hëdlard y que no tenía memoria de antes de eso por lo cual me era imposible contarle de mi orígenes. Hablé tendidamente durante un par de horas. Nunca le mencioné nada de Ganesh, ocultaba lo mejor posible que era protegida del rey de Hëdlard puesto que no sabía qué efecto podría causar en la Nanna. Pero sé que ella sabía de quien hablaba.
         Cuando narraba la historia de cada una de mis heridas se las mostraba y en muchas ella hacía una mueca de dolor. Nanna también me preguntó acerca de los tatuajes de los brazos, dijo que eran iguales a los de Ganesh. ¡Lo ha llamado por su nombre! Me alerté, pues yo no sabía ni siquiera por qué estaban ahí, pero la Nanna parecía conocerlos a fondo.
         –Esos tatuajes son solo de sangre noble, Antaris.– dijo – Me he dado cuenta de que tratas de ocultarme que eres el pupilo de Ganesh, y te entiendo. No cualquier loco se involucraría con él. Y han de tener sus razones. Si te he de decir algo, si has de tener un lazo estrecho con tu maestro lo mejor es que te cuides de mi hijo.
         –¿Usted tiene un hijo?
         –No, así le digo porque ha vivido conmigo toda la vida, yo lo cuidé. De parentesco solo tenemos el nombre.
         –¿Por qué he de cuidarme de él, qué tiene que ver con todo esto?
         –No he de decirlo yo, si Ganesh no lo ha hecho es por tu seguridad, o ni siquiera por eso, yo que sé. Ganesh es tan distinto a Aki pero a la vez son iguales.
         Permanecí en silencio, esperando a que agregase algo más a eso, pero no dijo nada, solo se quedó mirando a su taza de té, y a mis perros. Solo después de terminarse el último sorbo del té se puso de pie y del mismo fogón tomó un frasco pequeño y de color rojo y en él vertió alguna clase de agua viscosa.
         –Toma, esto te servirá para viajar de día. – y me lo entregó, pesaba un poco, pero estaba muy fresco. – Es Teza de plata, eres aún joven y te hace mucha falta.
         –¿Cómo he de ponérmelo?
         –En los ojos. No te asustes por la reacción, durará poco tiempo luego te sentirás más viva, podrás caminar a la luz del día y comer más cosas, carne por ejemplo.
         –Me volverá más humana. – me quedé pensando en lo maravilloso que eso sería, mirar la luz del sol con mis propios ojos, comer algo más sustancioso, volver a calentarme – ¿Si esto me vuelve más mortal, entonces llegará el momento en que el Don Oscuro se revierta?
         –No, – dijo con pena – el Don Oscuro es imperdonable, ninguna droga la desvanecerá, esta solo atenúa tus poderes. Eso es todo. Pero como cualquier droga te vuelve adicta, pero no es nada que no se pueda remediar. Como sea, ¿eres inmortal no? No hay nada que unos años no puedan curar.
         “Creo que deberías cambiarte esas ropas, están hechas girones.
         Con más de una semana viajando por la costa este del lago, era verdad que mi ropa era un completo desastre. Mis pantalones de lona negra estaban muy desgastados de las pantorrillas y rodillas, y mi playera manchada de sangre y lodo. En cuanto a mis botas, creo que esas eran las peores, su suela era tan delgada como una hoja de papel cebolla.
         La Nanna me invitó a que viera un poco de la ropa que ella había poseído de antaño, que me la probara y que eligiera por lo menos tres mudas de ropa nueva y dos pares de botas más.
         En una alforja de piel colocó toda la ropa y solo un par de botas, las otras me las quedé yo y me vestí con ropa nueva. En la alforja también metió la Teza y hojas secas de Aamulla, me indicó que las hirviera si me hacían falta y que solo me untara la miel que se acumulaba al fondo.
         Pasé la noche en la casa de la Nanna, yo dormí con mis perros en el suelo y la Nanna en su cama de paja. Me empezaba a sentir como antes, ligera y con sed de sangre. Ah, de nuevo era yo. Lo único malo era que no podía dormir, daba y daba de vueltas sobre mi lecho intentando acomodarme lo mejor que podía, pero todo era en vano. Estaba más bien alerta a cualquier ruido que se produjera afuera, en la inmensidad de la noche.
         Escuché más aullidos de lobo que lo normal. Iban de un lado a otro, con más fuerza y con más agudeza, ortos eran lejanos y tenues. Cortos o largos. Debido a lo mismo la loba permanecía alerta todo el tiempo, paraba las orejas aunque mantuviera los ojos cerrados. Mi perra aullaba con más frecuencia de lo que había venido haciendo durante todo el viaje. Y por pena de que se despertara la Nanna intentaba callarla, pero era imposible.
         Toda la choza de estremecía por su aullido y mis oídos reventaban debido a los sensibles que eran. Por más que quería calmar a la loba era imposible y por más que quería taparme los oídos y dejar de escucharla solo era una tortura. Giraba y giraba, pero nada me resultó.
         –Es normal que no puedas dormir, hija. – dijo desde su lecho la Nanna – Eres una creatura de la noche, es tu naturaleza. – se incorporó y tomó asiento  a la orilla de la cama. – Anda, salgan un rato, si quieres miren la parcela que tengo detrás de la choza. Tomen aire y cuando regresen habrá un poco de comida para todos.
         Abandonamos la choza, la loba caminaba inquita alrededor de mi y sus cachorros, olfateando cada rincón y gruñendo al aire. Rodeamos la choza rápidamente, lo cual no me tomó las de doce pasos. Justo detrás, se alzaba un montón de basura apoyada en una pared de la choza. La loba trepó a ella hasta llegar al techo de la casa. Separó las cuatro patas en línea recta, paró cola y orejas y aulló. Aulló con tanta fuerza que aún lejos de mi me ensordeció.
         Sus cachorros aullaron también, pero con menos fuerza y echándose para atrás cada que lo hacían, como si su ladrido fuera más fuerte que sus pequeñas patitas.
         Los aullidos de los demás lobos cesaron poco a poco y una vez más el lugar quedo sumergido en un silencio total. Solo hasta que la loba volvió a bajar me pude sentar en el pasto, tan verde y húmedo como un paraíso. Los tres perros se sentaron a mi alrededor, miré atreves de la noche y no pude ver nada. Acaricié a mis perros y por fin le dije:
          –He de ponerles nombre o me volveré loca. – los tres me miraron y la loba inclinó un poco la cabeza, como si me entendiera – Empezaré con tu hijo, se llamará Cabo, y tu hermana… Ehera, mientras que tú… Bueno Clío era una musa en las culturas del sur. Si, ese será tu nombre. Cabo, Ehera y Clío, preciso y hermoso.
         Al cabo de un rato volvimos dentro y efectivamente, la comida estaba lista. Para los cachorros, Nanna, preparó cereal con leche y crema caliente, para Clío un trozo de carne fresca pero para mí nada.
         –Tú has de conseguir tu propio alimento. – dijo la Nanna.
         –Esta bien, lo haré más tarde. Pero ahora es tu turno de contarme tu historia, ya que yo te he relatado la mía. – Nanna se sentó y se me quedó mirando fijamente mucho tiempo.
         –Ya te he dicho que no puedo, que solamente le respecta a Ganesh decírtelo, él ha de tener sus razonas para no haberlo hecho.
         –Mencionaste algo acerca de mis tatuajes, dijiste que solo eran para sangre noble, ¿qué más sabes?
         –Te he dicho que no, hija. Yo no puedo contarte nada, todo tiene una relación y tú misma la encontrarás al final de todo. – parecía molesta – Y ahora, si ya no tienes nada más que decir y ya no necesitas nada más de mi te recomiendo se marchen ya. Ganesh te ha encomendado la misión de ver y entender cada lugar de sus tierras y debes cumplir cuanto antes.
         En verdad me sentí insultada, yo le había dado información, y  ella nada, se había negado, y ahora me echa de su casa. Furiosa me levanté y me até la alforja a la espalda. Salí apresuradamente de la choza con mis perros por detrás. Al bajar los dos escalones de la entrada Nanna le llamó por última vez:
         –Antaris, te he prometido revelarte mi nombre cuando te marcharas. – dio unos pasos hacia mí, iba a decir algo pero se lo calló.
         Desesperada seguí avanzando  en línea recta y sin mirar atrás, llamando a Cabo y a Ehera para que no se atrasaran demasiado. No habían dado más que un par de sorbos a su cereal y Clío ni un bocado se había terminado. Pero ella fue un poco más inteligente y se fue con su trozo de carne en la boca.
         –¡Mi nombre es Gabrielle!
         La ignoré.
         La Nanna gritaba más cosas a mis espaldas, pero no quise escucharla. Mis perros me seguían y no me importaba que tan rápido fuera, yo continué hasta que Gabrielle no me puedo ver más.
De nuevo los cuatro solos en la gran boca de la noche, con la luna como única luz. A lo lejos un destello plateado nos llamaba, el lago Tumma se extendía a al suroeste, tomé esa dirección.
         No miré atrás hasta que estuve en lo alto de  una colina baja. Ya muy lejos estaba la choza de Gabrielle, de su chimenea se desprendía humo blando y de su ventana salí luz amarilla. Fue la última vez que vi esa casa.
         Nos detuvimos un momento, Clío terminó su pedazo de carne y dejó que sus críos comieran algo, yo espere pacientemente.








Levi



         Por el resto del viaje no exigí a mis perros que recorriéramos largas distancias, casi nunca corríamos después que faltaran cuatro horas para el amanecer. Nunca nos separamos del lago, no conocía el terreno y si mis perros se quedaban sin agua me encontraría en grandes problemas.
         Me tomó una noche y media para poder distinguir en el horizonte un grupo de altas montañas. Hasta ahora, solo era una cadena deforme al final del mundo pero justo antes del amanecer podía captar que todas estaban cubiertas por bosques verdes, vivos. Flores y árboles viviendo en silencio, sin que algo en el mundo las perturbase.
          Sobre de ellas, el cielo naranjado del amanecer, y el cielo morado al atardecer, ante ambos eran especiales por donde se les viera. Y sus nubes, bajas hasta donde podía ver, largas y muy delgadas. Vientos que meneaban el pasto desde aquí hasta los árboles de las puntas de las montañas. Evidentemente eran muchas veces más bajas que las Korkea, pero más altas que las montañas de Hëdlard.
         A la siguiente noche teníamos esas montañas – que luego de mi viaje supe que las nombraron Levi – a menos de quince millas de distancia. Podríamos cubrir la separación esa misma noche, pero decidí descansar antes, no separarme del río hasta que las viéramos por completo.
         Una vez fuera de las aguas, caminamos en línea recta hasta las montañas. Desde hacía tiempo que no estaban nevadas, pues todo estaba verde y muy frondoso, pero no lo suficiente como para ser selva.
         Es noche dormimos a las faldas de la entrada de un valle. En el día el movimiento de los animales aminoró considerablemente, dejando al bosque casi completamente dormido. Solo de vez en cuando Clío gruñía a cualquier animal curioso que se quisiera acercar a mí.
         En una ocasión, cuando el sol ya se había ocultado, abrí los ojos y miré que un alce pastaba muy cerca de nosotros. Cuando tornó con una pata una rama seca, Clío despertó y paró las orejas buscándolo.
         –Tranquila, es mía. – le dije, Clío bajó la cabeza y esperó pacientemente. – Perfecto, paciencia de dragón, Clío.
         Lentamente me levanté, en completo silencio, y obviamente el alce no me escuchó. Desde mi transformación estas creaturas se volvían diez veces más inferiores de lo que eran antes. No tenía que usar flechas de madera para darle alcance, bastaba con saltar a su lomo y romperle el cuello. Tal vez fue mi instinto macabro, pero esta vez no maté a mi presa tan rápido como antes. No, jugué con ella.
         Primero simplemente me le planté en frente, cuando el alce me vio echó a correr a un lado y entonces en un solo movimiento rápido – tanto que ningún mortal sería capaz de verlo –, volví a embestirla. La encajoné durante unos minutos, y cuando me decidí a darle fin a mi sed, abracé su largo cuello y tomé al macho por las crestas. Pateó y cayó al suelo.
         Disfruté infinitamente cuando mis colmillos penetraron en su piel, en ese cuero café oscuro. Lentamente le arranqué le vida, a cada minuto que pasaba su respiración se agitaba más hasta que perdió conciencia, pero seguía viva. Las últimas gotas de sangre son las mejores, pero mi loba tendría una simple presa seca, y no quería eso para mis perros.
         –Clío – llamé, y la loba se acercó corriendo y con el rabo arriba –, vamos hermosa, come.
         Mientras Clío desgarraba la comida con un hambre feroz noté que sus senos poco a poco dejaban de estar tan hinchados como la vez en que la encontré. Los cachorros estaban creciendo y dejaban de ser amamantados por Clío. Cabo se acercaba ahora, curioso y oliendo el suelo. Al llegar al alce, lamió la nariz de su madre, que se hiso a un lado dejándole un trozo del muslo desgarrado que ella había preparado para sus hijos. Cabo le ladró a su hermana, y Ehera despertó, desorientada y afligida por no ver ni a si hermano ni a su madre corrió hacia nosotros. Ella también comió.
         Mis perros no lograron terminarse ni la mitad del ventado. Decidí entonces arrastrarla hasta el interior del bosque, donde seguro en pocos minutos sería la cena de alguien. Tal vez de más lobos.
         Sentí entonces una agitación en el bosque, el aire corrió desde el interior del valle y trajo consigo un olor a lluvia. A humedad.
         –Vámonos – le dije –.
         Caminamos, al principio me sentí especialmente insegura. No conocía nada de estas montañas, las Levi representaban le forma más salvaje de vivir tan al norte. Creo que las mismas creaturas no le tiene respeto a un vampiro sediento, no saben lo fuertes que somos, simplemente no nos tienen miedo.
         Muchas veces vi pasar frente a mí pequeños animales que olían el aire y luego se iban, solo una vez Clío se alteró, se le erizó el pelo de la espalda, abrió las cuatro patas como para mantener mejor el equilibrio y gruñó muy fuerte, olía el aire y no dejaba de aullar.
         Miré entonces hacia donde ella miraba, vi en la oscuridad de los árboles a un lobo de gran tamaño, era un macho negro como el cielo, con los ojos amarillos y los colmillos tan grandes como los míos. La loba empezaba a avanzar decidida a atacar, el lobo solo esperaba. Clío era hembra y era evidentemente más pequeña que el macho alfa que la retaba. No tenía la más mínima posibilidad.
         –Clío, déjalo. – la loba pareció no oírme – ¡Vámonos!
         Ya estando cerca, el lobo gruñó e igualmente avanzó a ella. Estaban a dos de atacarse, me enfurecí entonces, no iba a permitir que nada ni nadie lastimera a mis perros tan fieles como eran. Así como ellos me puse en cuatro patas y salté hasta jedar justo frente al macho alfa, le gruñí – curiosamente de mi garganta salía un gruñido animal demasiado parecido al de un felino, demasiado potente y lo suficiente para ponerle un alto al lobo –, se alejó un paso, y luego otro. Hasta que desapareció en la espesura de los árboles.
         –No me vuelvas a hacer eso. – le pedí a Clío.
         Nos fuimos de ahí.
         Paso a paso el bosque se fue abriendo a nuestra vista, después de rodear la primera montaña, descubrimos un rio. Gracias a eso pudimos estar más tranquilos, no nos faltaría agua durante una buena parte del camino, sobre todo si lo seguíamos, sería difícil que nos perdiéramos, fuese como fuese el río siempre desembocaría en el lago Tumma.
         Nos mantuvimos caminando rio arriba, hacia el norte. Este río tenía una hermosa caída. Aparentemente no estaba en su temporada más alta, pues la aparente cauce del rio estaba formada por roca oscura, que de punta a punta medía casi cinco metros. No era profundo pero ahora el agua solo corría por los surcos más hondos y oscuros, haciendo que el sonido del agua aumentara y llenara el bosque con su música.
         Pude ver en el agua el reflejo de las estrellas, y entonces miré al cielo. Todo él estaba infestado por luceros, unas más grandes que otras, unas brillaban menos, pero todas eran hermosas. Entre algunas había alguna especie de polvo blanco, como si fiera plata, que también brillaba con intensidad, formando un camino de polvo plateado que se perdía entre las copas de los árboles, o en el mismo cielo tal vez. Era un cielo que jamás se había visto al sur, fijándose uno más, se podían ver más colores que el simple color plateado del polvo y las estrellas, se podía ver cualquier escala de colores dispersado en el espacio.
         Quedé aturdida por la belleza del cielo, me perdí bastante tiempo en él. Hasta entonces no había llegado a la conclusión más obvia de todas, Ero me había mandado a que aprendiera a amar sus tierras, a que amara cada respirar de sus bosques y cada rugido de sus ríos.
         Me senté a un lado del río, y no dejé de mirar el cielo. Mis perros anduvieron cerca un rato y al final también se echaron a un lado de mí. Clío aullaba con frecuencia pero no muy fuerte, o por lo menos eso no me pareció a mí.
         Muchos animales se acercaron a beber del rio, otros solo a olernos, Clío no hiso nada porque yo se lo indiqué, de lo contrario hubiese matado a cualquier creatura que hubiese osado acercarse a mí o a sus cachorros. Noté que al otro lado del río, al que me dirigiría para después seguir mi camino, había más hierba silvestre, menos pasto. Las hierbas eran tan altas como Clío, debería tener cuidado con Cabo y Ehera, no porque se volvieran presas fáciles, sino porque los podría perder.
         –Si fueras la muerte y siguieras vivo, si un solo suspiro tuyo me diera la vida y el mismo latido ausente de tu corazón me la arrebatara, no me importaría. – dije sin razón alguna, pero si para el hombre que más quería. – Quisiera estar contigo, en este nuestro único lugar donde solo estaríamos tu y yo, nuestros seres unidos. Tan cerca uno del otro que, con el contacto más ínfimo, se consumieran los cuerpos, en las flamas más lastimosas, sin miedo a decir ‘Te amaré toda la vida’ porque así será. Siempre te he querido, mi querer evoluciona día a día, crece con el aire que respiras, se torna en algo mucho más bello y quizás más frágil, poderoso, y muy nuestro.
         “Infalibles, imposible, no lo somos, somos tan perfectos tanto uno como el otro. Dejé los errores humanos para enfrentarme a errores inmortales. Lo que es cierto es que entre dioses existen las imperfecciones, pero para mis recuerdos humanos eres el ser más perfecto de este mundo. Desando que en verdad, te tenga a mi lado para toda la vida.
         Terminé de decir lo que necesitaba y no paré de pensar en Ero, decidí pararme del suelo, estos pensamientos involucraron tanto mi cuerpo que temí no poder moverme más tarde, quedarme tendida en el suelo pensando eternamente en lo que me había dejado sentir.
         Creí que distraerme era lo más conveniente en ese momento, y debía hacerlo rápido, de lo contrario perdería la noción de lo sucedido. Vamos piensa en otra cosa – me dije –, en lo que sea. Tan repentino como un beso robado. De la nada, en lo más hondo de mi mente, resonaron dos palabras, que estoy segura procedían de su boca, de sus labios: Te quiero…
         Acepto que me conmocioné, pensé que estaría ahí, en el bosque, pero giré de un lado a otro y no lo encontraba, caminé a un lado y al otro del bosque, creyendo haber visto su cara, pero eran puras ilusiones, deseos de que estuviera ahí. Su nítida imagen apareció ante mi solo una vez, lo vi a él, de cuerpo completo con el pelo rizado cubriendo un poco su cara y ropa más humilde de lo que él acostumbraba pero era él.
         –¿Es esto? – grité desesperada – ¿Es esto lo que querías? Que me volviera loca pensando que estabas aquí. Maravillosa idea, Ero, te empiezo a ver por todo el bosque, ¿Qué debo hacer, volver corriendo sin parar a Hëdlard? Maldita sea, si estás aquí, muéstrate.
         Nada en el bosque se movió, pero sentía la mirada de miles a mis espaldas. Giraba una y otra vez, buscando cualquier movimiento, pero no vi nada, ni siquiera Clío ladró,  nada. Debía parar, antes de golpearme por lo giros que daba, debía parar y rápido.
         Una  vez más me fijé en el cielo, el viento había arrastrado una masa de nubes inmensa, gruesa y negra. Se acercaba una tormenta desde el sur.
         Maldije, ahora tendría que buscar refugio, y rápido. Una cortina de lluvia cayó sobre nuestras espaldas en poco tiempo, el viento tiró de mi pelo hacia adelante bloqueando mi campo de vista. Trié de él y lo puse a un lado. A lo lejos, en lo alto de una montaña, una formación informe de rocas se alzaba. Corrimos hasta ella y descubrimos una cueva totalmente seca y no muy grande, solo lo suficiente para resguardarnos a mis perros y a mí.
         Ahí, al fondo de la cueva, en lo más oscuro, nos sentamos. A mi izquierda se echó Clío, colocando su enorme cabeza en mi pierna y los cachorros se tendieron entre las mismas. Al cabo de un rato, me cansé de esa posición, y sin despertar a Cobo ni a Ehera, los coloqué a un lado y abracé a Clío.
         Me preguntó, cómo era posible que de la nada mis perros y yo hubiésemos terminado juntos. L cierto era que ambos necesitábamos compañía, pero no dejaba de intrigarme.
         Afuera, la lluvia seguía azotando sin piedad, escuché como el rio empezaba a correr con fuerza, cómo arrastraba con su corriente la tierra suelta y cómo en las hojas del os árboles se acumulaban hasta las gotas más gruesas de agua.
         El sonido de la respiración de mis perros se volvió casi al instante monótona y profunda. No podía dormir, ni siquiera lo intenté, solo dormiría de día, pero mis perros estaban exhaustos y no les molesté.
         Entonces, escuché las pisadas de alguien subir por la montaña. Los pasos salpicaban en los charcos que se habían formado y se abría paso entre las hierba alta. Venía hacia nosotros. Pensé en despertar a Clío, pero ella era más indefensa que yo, no tendría caso. Fue entonces cuando me puse de pie sin mover a mis perros y me planté frente a la entrada de la cueva.  Esperándolo todo.
         Pensé en la Nanna, que seguro me había estado siguiendo pero no, sus pasos no hubiesen sido tan energéticos.
         Estiré el cuello y me paré en las puntas de mis pies para poder verle lo más pronto posible. Olí en el aire su esencia, dulce, peligrosamente frio y hermoso.  A unos cincuenta metros empecé a ver como las hojas bajas se empezaban a mover, inmediatamente surgió la cabeza de un hombre. Mi primera impresión fue ver a Ero, pero al fijarme más en sus ojos rechacé esa idea.
         Al igual que Ero tenía el pelo rizado y oscuro, pero el de este hombre era más café que negro. En sus ojos una tremenda soledad embargaba el color miel, y en sus labios la abundancia de sangre se notaba, los tenía hinchados y muy rojos. Totalmente distinto al soberano de mi tierra.
Alzó la vista y la fijó en mí. Me estremecí bajo el calor de esa mirada, él no pareció alertarse, solo continuó caminando hacia la cueva con una disimulada sonrisa.
         Una vez frente a frente, sin decir palabra, penetró en mi mente y pidió permiso de entrar. Pegué mi espalda a la pared interna de la cueva, asustada de su increíble valor para irrumpir en lo que habría sido mi territorio de caza, de irrumpir en mi guarida, en mí.
         –Vas a paso rápido, tus perros morirán si continuas así – dijo –, pero ya lo sabes.
         –¿Cómo me encontraste? – esa primera pregunta me dio el valor para sentarme frente a él.
         –El olor de una diosa es perceptible al otro lado de las Levi. Además, tus presas hablan mucho de a dónde te diriges.
         –¿Quién eres y por qué me buscaste?
         –Mi nombre es Aki, vine a acompañarte. Vas al mismo lugar que yo. – sonrió lentamente.
         –No sé a dónde voy.
         –Claro que lo sabes, solo que en el camino has de tomar rutas largas y conocer Vaasa. – aseguró – Tu destino final será Hëdlard, Palacio.
         –¿Cómo lo sabes?
         –Eres una reina, no puedes ir muy lejos tu sola. – bajó entonces la mirada y examinó las figuras tatuadas en mis brazos. – Solo la realeza tiene de esos. Lo que no me explico son las heridas de tu espalda, puedo oler la sangre seca que despides.
         –Me… atacó una bestia, una bestia formada por dos seres.
         –¿Te refieres a las Lundras? – asentí
         –Desde que llegué a Hëdlard, esas brujas me han querido matar. – dije enojada.
         –No, si lo quisieran ya no estarías respirando, solo siguen ordenes de Fiura, y su deseo es matarte, si, pero no de una manera obvia. Ganesh te sacó de la ciudad a petición de Fiura, si volvías con vida te coronaría, pero solo si regresabas.
         Mi cara se ensombreció, ahora que me ponía a pensarlo con más detalle, era esa la verdadera razón. Ganesh no había tenido otra opción más que confiar en mí, confiar y esperar a que volviera. ¿Pero cómo es que él sabía eso?
         –¿Tú cómo sabes tanto?
         –Sé muchas cosas, pero no he de compartirlas todas contigo hasta que no estés lista para saberlo.
         –¿Cómo pretendes que te deje acompañarme si no quieres compartir tus secretos conmigo?
         –Por que no solo seré tu compañía, seré tu maestro, seré alguien con quien hables, alguien del que beberás, alguien quien te dirá lo que en verdad está pasando en Hëdlard.
         –No puedo confiar en ti de esa manera, acabas de llegar y pretendes pasar el día y la noche aquí. Olvídalo.
         –Conmigo, nunca tendrías que volver a ocultarte de la luz que tanto amas. – Permanecí callada – Bebiendo de la sangre de alguien más viejo que tú, tu fuerza incrementará, lo cual hará que tus ojos maduren lo suficiente y puedas ver en pleno día.
         –¿Por qué lo haría si tengo Teza de plata?
         –Ah… Gabrielle te la dio, ¿cierto? – asentí – Esa bruja – rió por un rato –, por mucho tiempo viví con ella. La conozco desde que tengo memoria, y sí, solía vender la Teza a todo vampiro joven, que se volvían  adictos a ella. Era una verdadera tristeza verles llorar sangre sin parar por las calles.
         –Vienes de Hëdlard, entonces.
         –Si, pero tu rey no lo supo hasta que las Lundras me dieron caza. – su semblante se ensombreció y dijo con tristeza: – Mataron a mi esposa y a mi hijo engendrado. Fue algo cruel, que perdoné al rey al pasar los años, pero que me sigue doliendo en el corazón.
         Se tomó las manos y las frotó, se quedó pensando un buen rato. No me atreví a tan siquiera moverme, era tan triste lo que me había contado que me resultaba irrespetuoso seguir con mis preguntas. Aunque no sé si le creía.
         –He tenido que perdonar a muchas almas, vivas o muertas. – dijo alzando la cara, pero sin verme – Si no perdonas, el coraje te come por dentro. Después de todo, todo tiene un por qué, ellos nunca me hubieran herido de no ser porque yo los herí primero.
         –No sé si debas quedarte…
         –No lo haré, hasta que tú no lo quieras puedo cuidar de ustedes hasta que decidas dejarme entrar. Al fin y al cabo, no podremos irnos hasta dentro de un par de días. La tormenta viene fuerte.
         –Bien, entonces vete. No tarda en amanecer, y quiero dormir. Mañana saldré de caza para mis perros y yo. – asintió y salió de la cueva, quedándose sentado en plana lluvia. Al fin que a nuestros cuerpos nunca nos atacaría ninguna enfermedad mortal.







Dime más



         Como él me había dicho. Al amanecer la tormenta no había parado y el cielo seguía igual de negro. Ahora los encharcamientos de agua eran más abundantes y el agua que bajaba de la montaña más intensa.
         Clío me despertó lengüeteándome la cara, acto seguido le acaricié la cabeza y le pedí me esperara dentro mientras iba en busca de comida. Ladró un par de veces y se volvió a fundir en la cueva para aguardar con sus cachorros.
El ruido de la lluvia y agua caer era tan fuerte que me fue imposible escuchar lo que Aki decía desde la entrada. Tuve que acercarme más para entenderlo.
–Iré contigo – gritó en mi oído –. Esta lluvia es muy fuerte y te costará trabajo encontrar comida.
Me sería inútil protestar, no tenía las fuerzas de discutir con él, solamente caminé montaña abajo. Al poco rato encontramos la madriguera de zorros bajo un árbol. En su interior dormían tres zorros, los tomamos todos y les dimos muerte, ambos bebimos de los zorros y la carne la devolvimos a la cueva para mis perros.
Descubrí que no estaban ahí, pero le pude oler no muy lejos de la cueva, supuse habían salido a desechar todo lo que habían bebido y comido.
Al llegar Ehera y Cabo me lamieron la cara, pero Clío se quedó quieta observando fijamente a Aki. Les arrojé los zorros a sus patas y los tres los devoraron pieza a pieza hasta solo dejar inútiles restrojos de carne roja, de los que me deshice de ellos después.
–¿De dónde salieron esos perros? – preguntó Aki.
–Le salvé la vida a los cachorros. La madre se llama Clío, el macho cabo y su hermana Ehera. – dije.
–Parecen lobos.
–Lo son. –  Aki tomó a Ehera por el pellejo del cuello y la acercó a su cara. Le alzó los labios y miró sus míseros colmillos.
–No, son mitad lobo. Tienen los colmillos blancos, mira. Los cachorros tiene cuatro meses de edad por lo que me dicen sus dientes. Todos son muy bonitos. – volvió a dejar a Ehera en el suelo. – Están muy bien alimentados.
–Gracias, compartimos comida, lecho, todo. – reí.
Esa noche permanecimos dentro de la cueva, Aki fue el que más habló. Yo permanecía sentada en el lado opuesto de la cueva, escuchando con atención y con mis perros junto a mí.
–Has de contarme tu vida – dije –, dime dónde naciste, cuéntame de Hëdlard hace tantos años. ¿Cómo era?
–Solo una, mi vida o Hëdlard – bromeó.
–Hëdlard.
–Buena elección, pero para tu desgracia tendrás que oír un poco de mi vida para que pueda llegar a describir Hëdlard. Yo nací, aproximadamente en el año 1724, o cerca  de ello. El punto es que obviamente Hëdlard no contaba con luz eléctrica, ninguna comodidad, Palacio estaba alzado sobre mármol blanco y columnas recubiertas de plata. Para nosotros la plata era el metal más preciado y caro, puesto que carecíamos de él y que en su reflejo la luna adquiría mejor brillo. Al norte como siempre ha permanecido Palacio, solo se ha construido tres Palacios distintos, el actual, el de mármol y otro que mentiría si dijera de qué materia era o cómo se miraba desde afuera.
‘Lo que sí, es que, durante las breves ocasiones que estuve  dentro del Recinto de Plata nunca había contemplado tanta belleza. Todas y cada una de las columnas eran de plata pulida con incrustaciones en diamante blanco. Las puertas, todas, eran oscuras, color chocolate y en ellas estaba plasmada algún paisaje de Vaasa, los zorros gigantes de las Korkea y el mismo rio Ihme.
‘En la entrada principal estaba apostados siete soldados de la guardia montada, sus caballos bien alimentados, alazanes crines lava, todos sementales. Los uniformes, como siempre imponentes, no han cambiado mucho, eran negros, ajustados a su medida, tan perfectos que parecían quedarles chicos. Sus protecciones hechas de la piedra que nace en el Ihme, es un metal líquido que a bajas temperaturas se vuelve ligero y más resistente que nuestros huesos, tan maleable como la pile de un mortal. Claro, todo esto recubierto con piel de buey, pero solo para que luciera más elegante.
‘También los caballos tenían armadura, le cubría el pecho y los costados, así como el cuello y la grupa, dejando al descubierto solamente las partes más bajas. Daban un aspecto de ser tan fieros como los hombres que los montaban; inclusive, para que diesen más miedo, les ponían herraduras pesadas para que al cabalgar sonaran estruendosamente.
‘La primera planta, solamente consistía en una enorme escalera que llevaba a ambas alas superiores del Palacio, figuras en piedras distintas, en los que podría mencionar como más importantes a los cuatro hijos de la Luna y obras de arte variadas. El arte humano de esas épocas era el favorito del rey, en una ocasión hiso traer a un pintor de la vieja Italia para que le dibujara el lago Tumma en la pared de sus aposentos cual gran ventana y luego le mató.
         ‘Decía que eran tan imperfectas que eran extrañas en sus tierras.
‘La reina, por otro lado, no era tan caprichosa ni ambiciosa. Ambos habían contraído matrimonio pero no están lo que se dice enamorados. Su matrimonia había sido arreglado por sus padres y una fuerte suma de tierras más al norte, pero tuvieron la suerte de aprender a quererse y con los años contar con el otro como pareja. No fue un matrimonio triste, te lo aseguro.
‘El rey pasaba la vida resolviendo problemas que se presentaban en la ciudad. Él era juez y rey por igual, decidía entre los problemas, todas las mañanas tenía audiencias con el pueblo y por las tardes atendía asuntos de comercio con Vaasa. Para él era muy difícil resolver cuantos barcos de ganado debían mandarse al norte y cuantos cazadores debía transportar por tierra. Había veces que eran tantas sus ocupaciones que mandaba al ganado por tierra y a los cazadores por agua. Era todo un lío.
‘Sybelle, reina y amiga del rey, realmente no hacía mucho, se ocupaba  en su belleza y en la belleza de los lugares que concurría. Pero era buena con la gente. Hacía ya tantos años, el tráfico de mortales no estaba penalizado, al año entraban y morían casi siete hombres por vampiro vivo, y solo cien de todos ellos se volvían bebidos de sangre. Era a ellos a los que Gabrielle les vendía su Teza de Plata.
‘Por cierto, Gabrielle, era una de las pocas amigas cercanas de Sybelle. Ella y Venilla acompañaban a la reina a todas partes, primero comenzaron como damas de compañía, pero con el tiempo se volvieron inseparables. Gabrielle era la única hereje, Venilla era vampiro al igual que el resto de los que viven en Palacio. Todos con su propia recamara y sirvientes, claro.
‘Pero bueno, en sí, Hëdlard ha cambiado mucho. Un ejemplo de ello, es sus habitantes, antes las casas abarcaban menos de la mitad del territorio, pero aún así era grande. La otra parte eran comercios, y otros lugares, el rey y la reina debían mantener ocupados a toda la bola de bebedores de sangre humana para que no bajaran a los pueblos mortales. Fue en el reinado de la reina Sybelle y su eterno compañero, donde se logró la completa abstención de la sangre humana.
‘Pero por lo mismo había demasiada rebeldía por parte de aquellos que eran más sensibles a la sangre. Gran mayoría se escondía en las Korkea y cazaba desde ahí atrayendo a los hombres y mujeres con encantos propios de un inmortal de tierras altas.
Aki hiso una pausa, me miró fijamente a los ojos y frotándose los brazos con las manos y sacudiéndose el pelo del agua que nos había caído, dijo muy lentamente:
‘Ganesh es el mejor en su clase, puede desear a cualquier ser desde su lecho y este mismo perderá razón de sí e irá a sus pies como un amante.
‘Esos vampiros que huían a las montañas del sur, eran perseguidos hasta la muerte, murieron muchos, si, pero gracias a ello el hombre nunca tuvo conocimiento de nuestras tierras.
–Pero hay vampiros en tierras mortales. – dije.
–Sí, los hay, muchos son la descendencia de los que lograron escapar y decidieron vivir con su propia comida. Son solo pocos los que perduran, y ninguno vive fuera de Hëdlard. Se esfumaron de la noche a la mañana dejando solos a sus hijos es hijas.
–Dime cómo eran los bosques, cómo eran y cómo son las montañas Korkea, dime tus leyendas. – en mi voz pude captar un cierto tono de emoción y excitación que no pretendí refrenar. La misma pasión que provocaba Hëdlard aún cuando estaba cerca de ella cobraba vida ahora.
–Bien, pues, las Korkea siguen siendo iguales. Altas, solas, muy solas, un terrible lugar en donde vivir. Es el único lugar en donde en serio he sentido frio. Todas, de punta a punta son heladas, todos los días del años, siempre. Lo único que les puedo encontrar de hermosas son las vistas que te regalan a ambos mundos. En una de las puntas más altas se puede contemplar la ciudad de la luna y la ciudad del sol.
‘Yo que puedo vivir de día y de noche pasaba horas mirando a esas curiosas creaturas vivir su vida. Cubierto con una gruesa piel de oso me sentaba en los riscos más altos de las últimas montañas a contemplar su mundo. Es claro, la variedad de vida es notable, ahí, por cada humano había una animal.
‘Felinos, los más elegantes; caninos, los más fieles; peces, los más tranquilos; insectos, los que más se esforzaban por vivir; y las aves, oh tremendas creaturas. Si tan solo yo pudiera volar con su misma libertad por el mundo como lo hacen ellas. Si tan solo yo pudiera ser libre. Surcar vientos, vivir cerca del sol, sentir como calentaba mis husos.
‘Las montañas nunca me han gustado, pero tiene lo suyo, y hasta cierto punto las tolero. Otra cosa muy diferente son los bosques. El Bosque Frio del oeste, antes no era tan cerrado, antes si transitaban los caballos y los mercaderes, antes el rio era más grande. La nieve solo caía por seis meses, dejando el resto del año para los tres restantes estaciones del año. ¡Pero ahora no, nieva ocho meses al año!
‘Durante esos seis meses en que no nievaba podías pasear por el bosque solo, tus pies podían acariciar el pasto verde que crecía. Te podías recostar en lo helechos que crecían del piso, trepar a los arboles y saltar de copa en copa como ahora se hace. Crecían rosas a los límites de sus tierras y los tulipanes en su corazón.
‘Y la ciudad, vaya, esa es la que más ha cambiado. ¿Puedes creerlo? Antes había un río que lo surcaba por la mitad, precisamente se llama como se llama ahora la isla de Palacio, Jalo Veri. Por el navegaban canoas, transportaban mercancía o personas, dependiendo. A las orillas de Jalo Veri se extendían las tiendas más caras y lujosas, centros de reunión y un par de tabernas para los herejes que cruzaban por la ciudad. Esa calle era suntuosa, pomposa, llena de oro y plata, decorada de piedras preciosas, y aderezada con lo mejor de la población. Nunca se veía vampiro alguno que no luciera sus mejores trajes y vestidos. Era muy común ver parejas jóvenes de bebedores paseando por ahí, cogidos de la mano o del brazo, y en muy raras ocasiones orgullosos de traer a sus hijos agarrados del brazo. Lástima que mi madre no tuvo la misma suerte.
‘El rio iba desde las faldas de las Korkea hasta los pies de Palacio.
‘Y claro, que no se me olvide el lado este. ¡El peor de todos! Al que nunca le he encontrado chiste ni sentido. Las montañas no son más que un simple estorbo, son áridas y solas, son pleno desierto y sin vida. De esas me niego a hablar, me entristecen y no me gustan.
–¿Y el lago Tumma? – pregunté preocupa porque ahí terminase su relato – Cuéntame de él, ¿por qué es tan grande, qué oculta en su interior?
–Bueno si, de él no me he de olvidar, tranquila, no he olvidado detalle de nada. Pero antes quiero recordad que hay leyendas de todo, o de casi todo, por ejemplo, las Korkea;
‘Se dice que mucho antes de que los soles se alzaran al cielo y la luna alzara los mares, mucho antes de que el hombre tuviese razón de su desnudez, nosotros, los hijos de la noche, vivíamos con ellos. Más bien, los cazábamos. Nunca fuimos muchos, éramos tan pocos que en los escritos de los mortales jamás quedamos plasmados, más que un par de veces, donde nos dibujaban como dioses.
‘Al ver nuestro cuerpo desnudo, con el pelo dorado y azabache, un cuerpo atlético e inmunes a las extremas temperaturas, y sin dudarlo nuestra inmortal belleza, pensaban que éramos dioses. Fue hasta que tuvieron razón que nos vieron como monstros.
‘Y bien, vivimos entre ellos mucho tiempo, muchas eras, inclusive en el viejo Egipto hay vestigios de que existíamos. Dos alcanzaron a ser faraones. Pero llegó el día en que el hombre empezó a tener verdadera conciencia de lo sobrenatural, nos miraban a los ojos y nos llamaban demonios, nso sentían las manos y nos decían muertos, pero besaban nuestros labios y nos decían ángeles. ¿Quién los entendía? Tenían miedo de nosotros pero nos amaban.
‘Muchos vampiros se fueron a tierras más al norte para mimetizarse entre su gente. Pero la insistencia de lo sobrenatural en los humanos crecía, y mucho. No recuerdo el año, pero los creyentes iniciaron un persecución y matanza de muchos de nosotros. Claramente, muchos grupos se unieron y huyeron aún  más al norte. 
‘Siendo nosotros más rápidos logramos llegar a lo que ahora es Hëdlard, y entonces, justo cuando vimos a los mortales acercarse por el sur, la luna respondió a las plegarias del su pueblo y entonces se dice que la cordillera más grande del mundo se hiso entre los hombres y los dioses. Se alzaron las Korkea, arrastrando con ellas los cuerpos ya muertos de toda persona que intentasen extinguir nuestra raza. Y entonces, la luna, para ocultar la evidencia, cubrió eternamente las montañas con nieve, dejándonos a nosotros libres de amenazada, y con un terreno prospero para vivir.
‘Con el tiempo, los humanos se olvidaron de nuestro asunto y ahora no somos más que una leyenda.
–¿Y es cierto eso? – pregunté, al principio lo había relatado con lo que parecían hechos verídicos, pero el final… no sé, no me convencía.
–¿Yo que sé? La historia es más vieja que los reyes. Me la contó mi Nanna.
–¿Qué hay en el lago Tumma? – reiteré.
–Oh, eso. Bueno, para empezar se le dice Mar Tumma, puesto que en ningún lado puedes ver dónde termina el otro, pero definitivamente es lago por el agua dulce. Tiene siete islas principales, las que siempre se dibujan en los mapas. – suspiró y volvió a acomodarse en su lugar para recargarse en la pared de la cueva – Pero en realidad son veinte, de las cuales solo tres son permanentes, las otras diez desaparecen en primavera y verano para luego volver a la superficie. Jalo Veri, por ejemplo, esa es permanente, por lo alta que es, pero junto tiene dos islas, una igualmente pequeña que la otra solo que la segunda desaparece en primavera; la tierra se humedece lo suficiente para aguantar todo el invierno y es entonces cuando se llenan ambas de vegetación.
‘Se tarda más o menos dos meses en cruzar el Mar Tumma desde la punta de las Levi hasta Jalo Veri. Es demasiado, al parece tú no te hiciste más de dos o tres semanas.
‘Los vientos que se generan en el centro del lago crean tormentas en verano y primavera, ahí es cuando el mar está más agitado, siempre hay olas hasta en el mismo centro del Tumma. Cuando se calma es en invierno, pero aún así siempre está nublado por las nevadas constantes y el lago se congela, bueno no siempre, solo en ocasiones cuando el invierno viene fuerte. De hecho ahora están empezando la temporada de tormentas, pero casi no nos percataremos de ellas al estar tan al note, a lo mejor llueva también, quien sabe.
‘También para el Tumma hay leyendas, se habla de caballos marinos. Pero no caballitos de mal, que son más peces que caballos, no, son bestias del tamaño de un equino. Su cabeza y su tronco es igual, sus crines si son como las aletas de los peces, y en sus patas, en vez de tener pezuñas tienen aletas con membranas, tan residentes como los huesos. Respiran aire, pero viven en el lago. Claro que sus colores los distinguen mucho, no tienen pelo, son tersos y de color azul claro, otros verdes.
‘Muchos han hablado de avistamientos al noroeste del lago, en la península más grande, donde acuden para aparearse. Posteriormente las hembras permanecen en aguas poco profunda esperando a sus críos, mientras que los machos bajan a lo más profundo del lago para llevarles comida.
–¿Crees en ellos? – pregunté interesada en todas la maravillas que me decía. – ¿Existen?
–Sí, los he visto. Por eso sé lo que sé, en ninguna historia te relatan en donde viven y se aparean, en donde nacen y en donde se educan, cómo viven esos meses de gestación las yeguas. Los tienes que observar tu mismo. Son hermosos en verdad, imponentes y muy orgullosos, peligrosos si los haces enojar, pero como a tus perros, si le salvas la vida a uno te deben la vida eternamente. Aunque yo nunca le he podido salvar la vida a uno. – soltó una ligera risa.
‘Y como siempre existe una leyenda del cómo llegaron ahí.
‘Se dice que en la quemazón de Vaasa, todas la creaturas que ahí vivían, huyeron al lago, el único lugar donde podían estar a salvo de las llamas de ese infierno que se comía a Vaasa cual monstro hambriento.
‘La quemazón duró semanas, cada planta, cada ser, cada víctima fue quemada, desaparecieron todos menos los caballos. Los únicos animales que tuvieron el coraje de lanzarse al lago. Tanto sementales como yeguas y potros penetraron en el mar y se salvaron en sus olas. Nuestra señora la Luna premió a los caballos por su valor, dándoles características  parecidas a la de sus hermanos los peces, convirtiendo la mitad de su cuerpo en una gran cola, sus crines en aletas doradas y sus patas delanteras les quitó las pezuñas y les envolvió los huesos con membranas para que se asimilaran a la aleta que llevaban en la cola. Fueron solamente sus espaladas y su cabeza las que les dejó conservar, todo para recordarle a todo el mundo lo valientes que se habían vuelto los caballos, ahora llamados Kelpies.
‘¿Sabes? Si alguna vez te encuentras a un Kelpie, nunca le des la espalda. Primero que nada, si los vez, has que te vean antes de que te des la vuelta y te marches, si te mira y tú te estás marchando te atacará. Estés dentro o fuera del agua, los Kelpies saben cómo atraerte. Muerden y te sumergen hasta lo más hondo del mar, son tan fuertes como nosotros y son característicos de la muerte, muchas veces, verás representados a los Kelpies como caballos endemoniados luciendo crines y cola de fuego, o como animales casi muertos, en huesos y horribles.
‘Gracias a esas representaciones, mucha gente, al ver a los Kelpies se encantan de ellos y terminan muertos. Por lo mismo, te vea o no, asegúrate de hacer una reverencia ante ellos y marcharte de inmediato.
–¿Cómo es que te agradecen si le salvas la vida?
–Ah, para empezar, te dejarán beber de ellos, su sangre es tan divina que te permitirá hacer cosas que como un vampiro normal jamás hubieses podido hacer.
–¿Cómo qué?
–Más fuerza, más claridad en las mentes del mundo, y claro sus dotes. El lago es negro, dentro no se ve nada, pero con su sangre podrás ver hasta lo más hondo del lago, podrás nadar tan cómodamente como ellos.
‘Y lo más importantes de sus dones, el poder entrar entre sus manadas, montarlos, nadar con ellos. Créeme, es demasiado lo que te dan por salvarles la vida, a ellos o a cualquier otro de su especie.
–¿Cómo fue que ellos te dejaron entonces estar tan cerca de ellos? – pregunté – Dices que no has salvado a ninguno.
–No, pero vencí a si macho alfa. – incorporándose tomó aliento y se sentó sobre sus piernas – Yo no sabía lo que te dije, la primera vez que vi a un Kelpie no lo reverencié y era el macho alfa, más brioso que cualquier otro, más fuerte y grande. Tenía la piel blanca y su cola era gris, sus aletas eran enormes y su cuello fuerte. Al parecer el Kelpie esperaba con fervor a que me inclinara, y me hubieses ignorado si lo hubiese hecho, pero en vez de ellos me atrajo a él con sus cánticos.
‘Primero se sumergió en el agua, tras meter su cabeza, vi fundirse las membranas de sus crines blancas y solo al final su cola. Desde el fondo del lago la bestia aulló, un alarido agudo y lastimoso. Al principio solo era una nota aguda, pero conforme pasaba el tiempo esa nota se iba haciendo más lastimosa, casi inaudible.
Mi mente se confundió tremendamente, mi cuerpo caminó sin preguntarme hasta la orilla del lago y justo ahí cuando el alarido llegó a lo más agudo me doblegué sobre mis rodillas. El Kelpie salió de las profundidades le lago, creo que por un momento le pude ver usar toda la fuerza de sus patas y cola para luego salir disparado hacia el cielo y ahí mismo retorcerse espléndidamente.
Yo no tenía ni la menor idea de lo que debía hacer, seguía luchando por ese control mental que el aullido del animal había producido en mi cuerpo, ahora entumido. El Kelpie se acercó tanto a mí que logró tomarme por la ropa y arrastrarme hasta el agua. Una vez ahí perdí toda esperanza, el mar estaba negro y no penetraba nada de luz.
‘El Kelpie me sumergió tanto que la presión del agua en mi s oídos era ya tan insoportable como su chillido. Cuando ya no creía aguantar más logré zafar mi cuerpo del control del caballo, con mis brazos me aferré a su cuello y lo apreté con fuerza. Una vez más subió a la superficie y dio un gran salto en el aire, por poco me tira de su cuello. Lo intentó una y otra vez, pero yo seguía aferrado a él. Entonces me zambulló más profundo, la presión sobre mi cuero me mataba, tuve que cerrar los ojos para no cegarme, llegó el momento en que sin más remedio lo solté.
‘De un golpe con su cola me aturdió lo suficiente para que él pudiese salir a la superficie y tomar aire de nuevo. Cuando volvió por mi enrolló su cola alrededor se mi cuerpo y me apretó con fuerza.
‘Esa vez ya no tenía escapatoria, había conseguido envolverme los brazos y era demasiado fuerte. Mientras tanto seguía sumergiéndome.
‘Logré ver más de ellos alrededor de nosotros, al parecer se congregaban para ver cómo su alfa destrozaba a un vampiro. Pero fue un error, una parte de su cola quedó frente a mi boca, y la pude morder. Su sangre llenó mi boca al instante y la comencé a tragar a sorbos rápidos. Lentamente el oxigeno me fue inútil y la presión del agua dejó de atrofiar mis sentidos. Fue tal la cantidad de sangre que bebí, que el Kelpie casi yacía inerte a la mitad de una docena de los suyos. Las demás bestias parecieron conmocionadas, coleaban muy a menudo y daban patadas en el agua furiosos.
‘Quise pues terminar rápido con eso bajé un poco para retomar el cuerpo de mi enemigo y le apreté el cuello hasta quebrárselo hasta que por fin murió. Solo al final vi su blanco cuerpo perderse en la oscuridad del lago.
‘Salí de ahí muerto en miedo, enfrentarse a lago desconocido y que te toma por sorpresa teniendo tanta fuerza como tú es aterrador, pero aún más haber salido con vida. No regresé a casa esa noche, me había impresionado tanto la existencia de los caballos que me quedé dormido esa noche y al amanecer volví a entrar al mar.
‘Tenía suficiente sangre del caballo que pude sumergirme sin la necesidad de aire constante, al final caí en cuenta que me podía mantener casi treinta minutos sumergido. Al principio solo bajé al lago, busqué rápidamente a la manada de Kelpies, pero no los vi, bajé más, pero seguía sin ver el fondo del lago…
–¿Cuanto tiene de profundidad? – interrumpí.
–No sé, –sonrió – cuando pude ver el fondo ya no penetraba luz de la superficie, supongo que lo suficiente para que las manadas de Kelpies y otros monstros se oculten perfectamente. El punto es que no me encontraba ni a un cuarto de profundidad del lago, miraba de un lado a otro, nadé mucho, arriba y debajo de un lado a otro, tuve que respirar dos veces y a la tercera vez cuando estuve a punto de abandonar mi búsqueda vi cómo desaparecía la cola de uno de ellos por mi lado izquierdo.
‘Nadé entonces lo más rápido que pude, daba patadas fuertes y con las manos me abría paso, pero los Kelpies son muy rápidos. Me vi obligado a salir a la superficie y volver una vez más. Luego de cinco minutos nadando hacia donde lo había visto me di cuenta de que me acercaba a la costa. Solo a veinte metros de tierra firme los vi, eran muchos, casi veinte, distintas tonalidades de azul, verde y blanco o plateado. Había machos y  hembras, así como potros que salían con frecuencia a la superficie y jugaban entre ellos.
‘Más profundo, dos machos peleaban entre sí, se daban golpes con sus colas, patadas o mordidas, según fuera el caso. Por sus movimientos me di cuenta lo ágiles y rápidos que eran  para nadar, detalle que se me había escapado por estar peleando con el alfa. El diseño de su cuerpo era perfecto, su gran cola los impulsaba, mientras que con las aletas de sus patas y sus crines se daban dirección. Eran perfectos.
‘No me permitieron acercarme mucho, huían o me envestían, pero si lo suficiente para observarlos.  Estuve dentro del agua casi una hora, si intentaba aproximarme a los potros ellos simplemente me ignoraban o me pegaban con sus colas, a decir verdad son demasiado celosos con su belleza que se niegan a compartirla. Pero son tranquilos, no atacan mientras no les des motivo.
–¿Pero… qué es lo que hay en el lago? – Ehera chilló y se fue meneando la cola hacia Aki, que la cogió  entre sus brazos y le acarició el lomo – Mencionaste que esa primera vez no habías llegado al fondo, pero cuando llegaste, ¿qué había?
–Lo que más abundaba eran las algas, pero era curioso, pues hasta abajo no había sol que le alimentaba, así que supongo por eso eran tan grandes. Medían casi siete metros de alto y estaban lo bastante separadas para que los Kelpies nadaran entre ellas. – Ehera se estaba quedando dormida entre sus brazos – Además de eso, en algunos tramos se pueden ver restos de barcos herejes. No es que encuentres tesoros piratas, ni mucho menos, son solo restos de madera cubiertos por algas, son casi indistinguibles. Pero supongo que si alguien que tuviese la visión de un monstro marino entrara a explorar encontraría mil maravillas, yo no sé.
Afuera, la lluvia se había calmado mucho, ya solo eran un chispeo, escuché que el rio mantenía su misma fuerza, tan fuerte como hace unas horas pero constante. El aire que corría ya no era tan fuerte, solo hacía que las gotas acumuladas en las hojas de los árboles más altos cayeran.
Mis perros todos estaban dormidos a mi lado, excepto Ehera, que había tomado cuna en los brazos de Aki. Ambos nos quedamos viendo fijamente, sin decir palabra y sin movimiento. Creo que él estaba sonriendo, pero yo no pude más que apartar la mirada.
–¿Me dejarás dormir esta noche dentro, o me sacaras como ni a tus perros haces? – solo porque lo dijo en broma respondí bien, de otra amanera creo que en serio lo hubiese echado de la cueva.
–Me has convencido, aunque no se de tu vida, me has convencido hablándome con sinceridad de las cosas que sabes me he sentido bien. Además, siempre tengo a Clío para protegerme de cualquier cosa que pretendas hacerme. – asintió. – Entonces, creo que es hora de volver a descansar, ¿mañana hemos de partir?
–Mañana antes del amanecer, si.
–He dicho que no puedo viajar a la luz del día.
–Lo sé, ya resolveremos eso mañana. Ahora duerme, supongo que como siempre Clío mantendrá la guardia. – asentí recostándome del lado opuesto de la cueva – Por culpa de tu perro no me pude acercar antes, siempre estaba alerta y mi olor la hubiese alertado y despertado a plena luz del día y una ceguera permanente te hubiese tomado.
–Vaya, hasta considerado y cuidadoso eres. – reí
–Por los reyes siempre se da la vida, Antaris.







La luz en mis ojos



–Ya, es hora. – dijo la fina voz de Aki – He intentado no despertarte, pero si perdemos más tiempo no saldremos este día.
Miré afuera, llovía igual de fuerte que antes, el caer de la lluvia era apagado por la piedra pero seguro que era ensordecedor al aire libre.
Con las puntas de los dedos me acomodé el cabello y lo hice hacia atrás. Algunas veces creía que era terrible tener tanto pelo en la cabeza, que era realmente tedioso pensar en arreglarlo, pero en verdad me gustaba cuando lo traía suelto. Era largo, muy negro y tan rizado que se dividía en perfectos chinos ondulados dándole un exquisito volumen.
La ropa de la Nanna seguía limpia, tal y como me la había dado, las votas eran las únicas sucias, llenas de lodo y pasto seco. Mejor de lo que había pensado.
 Me puse de pie al fin, no había advertido que Aki se encontrase tan cerca de mí, mirándome. Solo de reojo lo podía ver, era como un bulto contra la luz gris que entraba, pero de la nada se movió y se despojó por unos instantes de la luz. Con una fuerza brutal e insuperable, me tomó por la quijada y me abrazó con su brazo derecho. Intenté patearlo para quitármelo de encima, pero antes de eso él logró morderme a un costado del cuello. Cierto, el dolor fue más intenso de lo que recordaba, el sentimiento de satisfacción casi era mínimo y la pérdida de fuerzas se incrementaba conforme la sangre abandonaba mi cuerpo.
–Alto – supliqué aturdida Mientras que con una mano le apretaba la parte posterior del cuello con todas mis fuerzas, con la otra le separaba el cuerpo del mío –, te lo pido. Me estas matando.
Pero continuó sorbiéndome la vida. Llegó el punto en que mis pies despegaron del piso y mis ojos se cerraron, estaba al borde de la muerte. Aki parecía no sostenerme en sus brazos, parecía estar flotando entre su pecho y sus brazos. Pero era terrible, quería darle fin a esto y creo que fue por eso que cedí. Aflojé mi cuerpo y solté mis brazos si más fuerzas para sostenerme.
Muy suave fue ese roce. Antes de la muerte mi mente se cruzó por la de Ero, a pesar de la distancia lo sentí tan cerca como siempre, una caricia tras otra, suaves e impregnadas con su aroma. Vi entonces atreves de sus ojos.
Estaba mirando por las amplias ventanas de Palacio, nadie más que la luna lo podría estar mirando. Con sus dedos recorría la superficie del vidrio y lo acariciaba al igual que a mí mente, cerraba los ojos y pensaba en muchas cosas, decía nombres que no conocía. Recordó a alguien, alguien a quien había querido mucho pero que él le había arrebatado lo más preciado de su vida, lo había hecho vivir el mismo infierno. Sentí su arrepentimiento en lo más hondo deseaba no haberlo hecho, deseaba volver a tener la mimas estrecha relación con aquella persona; pero a la vez se sentía satisfecho por lo que hiso.
Dentro de su mente no rondaba la misma tranquilidad de antes, ahora estaba inundado por la melancolía, quería soltar su cuerpo y ser libre. Creo que la tensión que lo amarraba a él era lo que le tenía tan desesperado. Abrió los ojos una vez más, aspiró el aire frio de la habitación y se retiró de la ventana. Las gotas de lluvia escurrían por su ventana, se deslizaban elegantemente, tan envidiables eran para Ero, ojalá y así pudieran correr sus lágrimas. Y al final, solo al final pensó en mí, pensó en mi pelo, en mi cara, en lo frágil y hermosa que había sido cuando mortal. Sentí su deseo hacia mí, no era una necesidad claramente pura, pero extrañaba eso que aún no conocía bien, mi nueva inmortalidad. Tenía esa curiosidad corrosiva de saber la nueva fuerza que me poseía. Me quería de vuelta, eso era seguro. Antaris… – dijo –.
Este lazo entre mi mente y la de él fue cortada bruscamente. Al comienzo solo había escuchado un eco, pero luego la voz de hizo más seca y nítida.
–¡Despierta! – dijo Aki – ¡Bebe, anda, no caigas!
Frente a mí su mano se extendía, blanca y reluciente, al no percibir con nitidez los colores todo lo blanco brillaba como el fuego y lo demás era demasiado opaco. Tomé esa mano entre las mías y mordí con fuerza pero fue mísera la cantidad de sangre que saqué, el agujero que le procuré había sido como el de un alfiler. Pero me ocupaba más la sangre que de la cantidad, y conforme fui recuperando fuerzas le pude morder más profundamente.
Escuché a Aki quejándose frecuentemente de dolor, pero no retiraba la mano. Seguí bebiendo con avidez. Una vez más, mis fuerzas regresaban, aunque la sangre dentro del cuerpo de Aki seguía abundado. El deseo y necesidad de darle muerte se produjo en mi mente y se ejecutó en mi cuerpo, no pretendía detenerme, y no lo hubiese hecho de no ser porque él lo demandó.
–Ya, suficiente.
Lo repitió varias veces, yo no desistía de beber. Su corazón poco a poco se fue frenando, al comenzó latía desesperadamente pero ahora parecía vencido. Su muerte se aproximaba violentamente y yo no podía frenar. Fueron los últimos sorbos de sangre, su verdadera consistencia la que me frenó, el sabor, la vida, el calor que había en esas últimas gotas.
Fue el éxtasis de la sangre lo prohibido. Con fuerzas, que Aki  sacó de no sé donde, logró beber una vez mas de mí, pero no al borde de la muerte, sino hasta que ambas fuerzas quedaran equilibradas. Yo tenía los brazos entumidos y el cuello tenso, los ojos bien abiertos y las pupilas enormes.
–Duerme – dijo –, bebiste de más y es tu cuerpo ahora el que no es lo bastante viejo para cargar con mi sangre. Duerme.
En el suelo me quedé tumbada, incesante y débil.
Tuvo que pasar toda la noche, tuvo incluso que amanecer, yo desperté entonces, cuando la luz ya debía estar iluminando todo. Primero abrí los ojos, pensé que todo lo ocurrido había sido solo un mal sueño, de hecho aún no era consciente de que era de día. Recordaba y recordaba, pero nada me venía a la mente, lo único claro era la conexión con la mente de Ero. La tenía clara y fresca en la mente, las sensaciones, su aroma, todo. Pero lo demás resultaba peor que una pesadilla.
Respiré el nuevo aire. Tierra, lluvia, maleza viva, el olor de mis perros, el de Aki, el mío, agua… La música en envergó mis oídos se asemejaba a la orquesta más hermosa del mundo. Había ya aves revoloteando, las gotas que caían de los árboles, el viento, que a veces silbaba grave o más agudo, dependiendo. Y en mis ojos, no sé, aún no me atrevía a ver hacia afuera, quería guardar la sorpresa para ese momento. Pero ahora disfrutaba de la oscuridad en donde veía con suma claridad y detalle.
Las piedras vivas, el aire bailando y el agua cantando. Este mundo era maravilloso, mejor que cualquiera.
Luego de unos momentos descubrí a Aki detrás de mí, callado y mirándome.
–Toca – dijo tomándome la mano y extendiéndola para alcanzar las paredes de la cueva –, ¿lo sientes?
¿De qué diablos me está hablando?
La piedra yacía caliente a mi tacto gélido, pero había algo más. Latía, respiraba… estaba viva. Inclusive podía sentir su mente, o eso creí. Impresionada pegue mi oído y mi cuerpo a la pared, las palmas de mis manos las extendí y mi yemas sintieron, mi pecho tocó la roca y esa cedió, mi odio escuchó y la tierra habló.
Atreves de ella la vida de cientos de creaturas jamás mencionadas en ningún libro cobró forma. Era explícitamente como si la conciencia y vida del mundo entero estuviese conformada por las mentes de todo ser vivo que en ella habitaba. Que toda creatura viva, muerta o carente de  la misma hiciera al mundo lo que es, y que ahora me estuviese hablando.
Flamas, árboles, agua, animales, mentes, todo lo escuchaba atreves del interior de la Tierra.
–Está viva – dije –, tiene vida.
–Sí, todo en el mundo está vivo.
–¡Salgamos, lo quiero ver todo! – mientras decía esto me apresuraba a salir, y por el ruido desperté a mis perros, que también se pudieron de pie.
–¡No! – gritó Aki, que se movió tan deprisa que solo logré ver un objeto borros deslizarse hasta quedar frente a mí y me tomó por los brazos. – No puedes salir así, se que quieres ver, sentir, pero su la luz pega en tus ojos aún será malo para ti, no te producirá una ceguera permanente, pero es mejor que no lo intentes.
–Maldita sea, Aki. Suéltame. ¿Para qué demonios bebiste y me hiciste beber de ti si no podemos viajar de día? – grité.
–Tienes Teza de Plata, úsala.
–Me has dicho que es una droga, no la voy a usar. – intenté zafar los brazo e irme al interior de la cueva, pero no me soltaba, con el forcejeo Clío se erizó del lomo y le empezó a ladrar a Aki amenazándolo y lista para atacar – ¡Suéltame!
–No, usarás la Teza. ¡Me importa poco si quieres o no, hemos de regresar cuanto antes a Hëdlard y me niego a que sea solo de noche! – me soltó solo de un brazo y con el otro jaló la alforja y de ahí sacó el frasco rojo – Toma, o te las pones tú, o te las pongo yo – ni siquiera me moví –. Excelente, lo haré yo entonces.
Me tumbó al piso sin que yo pudiera tan siquiera oponerme, abrió el frasco y lo puso de cabeza. Se puso sobre mí, poniendo sus piernas junto a mi cadera, una de cada lado, con una mano sostenía la Teza y con la otra mantenía mis muñecas pegadas al suelo sobre mi cabeza. Forcejeaba, pataleaba, movía la cabeza de un lado a otro, pero lo lograba hacer nada. Se dio cuenta de que necesitaba ambas manos para lograr ponerme esa cosa y tuvo que soltar mis manos.
Me tomó la cara y la inmovilizó, acercó rápidamente la Teza a mis ojos, pero antes de que lograse ponérmela intenté apretarle el cuello, pero era inútil. Una gota calló sobre mi ojo derecho y segundos después calló otra en el izquierdo.
–Listo – sonrió –. Prepárate para lo peor.
La rabia se me subió al rostro, que se sonrojó impresionantemente procurándome un ardor tremendo cerca a los ojos. Los cerré y grité de coraje, lo maldije por lo que me había hecho, a ciegas lo quise alcanzar pero era inútil. De pronto el ardor dejó de atacar solo mi rostro y se trasladó al resto de mi cuerpo, este incapaz de soportarlo se arqueó en un gesto de dolor separando mi espalda del suelo y apretándome la cabeza con las manos.
La Teza acalambraba mis piernas, a mis manos las hacía inútiles y volvía mi cuerpo más inmortal. El corazón me empezó a latir con estruendosa fuerza en mis oídos y la sangre caliente corrió por mis venas, calentó mi cuerpo, le dio vida.
Con voz ahogada suplicaba que esto para, no creía soportarlo más, y es que era cierto, sentía como una vela se acercara a mis ojos y los quisiera quemas, ardían.
Clío ladraba desesperada en la entrada de la cueva, daba vueltas cerca de mí y chillaba con frecuencia, de milagro no se le había lazado a Aki antes, pero estoy segura que era lo que más deseaba.
El sufrimiento se prolongó varios minutos y cuando acabó me descubrí llorando gotas gruesas y espesas de sangre que escurrían por mis mejillas y empapaban el suelo, mi cuerpo entero temblaba y moría de frío.
Limpié las lágrimas de sangre que aún quedaban en mis mejillas y entonces me dirigí a Aki. Le miré, lo odié, haberme obligado a pasar por esto me había más que humillado.
–¡Eres un desgraciado! – grité y me le eché encima con intención de tirarlo, pero mi cuerpo no hiso más que trepar a su cuello, no lo moví ni un solo centímetro.
–No puede hacerme nada. Eres tan débil como cuando eras mortal. – no encontré burla en su voz, tampoco un deseo de aprovecharse de  lo que acaba de decir, pero al igual me enfurecía.
Clío y sus cachorros volvieron a mí y se pusieron a un lado, mirándome y lamiendo mis brazos. No los quité, tenerlos cerca me hacía sentir protegida siendo ahora tan débil.
Maldije una vez más a Aki, pero él no se inmutó.
–Vámonos – dijo –, hemos perdido mucho con esto.
–No iré contigo – declaré –.
–Sí lo harás.
–¡No tengo por qué hacer lo que tú mí dices! – con toda la fuerza de mis brazos golpeé su pecho con los puños cerrados – No iré. Me niego a seguirte.
–Antaris, tienes dos opciones. Seguir con este maldito viaje por tu voluntad, aprendiendo de mí, sabiendo lo que necesitas y quieres saber, teniéndome a mi no solo como tu acompañante y protector, sino como un amigo; o bien puedes seguir negándote e ir conmigo por la fuerza.
–De las dos maneras me estarías obligando.
–Una es menos dolorosa que la otra. Tú eliges.
–¡No puedo confiar en ti! – siendo él más alto que yo, le tenía que mirar hacia arriba, lo cual no ayudaba mucho para darme ánimos – Nadie en este mundo me ha querido decir porque soy tan importante. Me tratan como una reina, pero no soy nada, era antes una simple humana sin conocimiento de su propio origen, tengo a un par de Lundras acechándome y ahora tú que tampoco me explicas las cosas, pero que a la vez me cuentas cosas que no creo posibles, pero que lo son. ¿A quién he de creerle, a mi sentido común o a ustedes? – di un paso atrás intimidad por su mirada de enfado – ¡Dime porque soy tan importante, dímelo por que de otra forma no creeré ni una sola palabra de nadie más!
Descubrí que todo esto era difícil para él de explicar, pero lo haría, solo que necesitaba encontrar las palabras adecuadas. Pasaron los minutos, no hacía más que mirarme a los ojos y retarme. Pero al final alguien siempre cede.
–Estas condenada a ser reina de Hëdlard – enmudecí –. Sí, Ero fue el que te atrajo hasta este lado de las Korkea para que fueras tú. ¿Viste a Leith? Fiura  fue también quien la propuso a Ero, pero ella es bebedora de sangre de nacimiento, no como tú, y Ero es lo que busca, alguien mortal para convertirla entonces en lo que él llama un ‘diosa’. Eso eres para él, una diosa.
‘Para que yo no tome el poderío de todas las tierras debe haber una reina, y la reina tiene que estar desposada con el rey. Es decir tú debes casarte con Ero para que yo no tome la corona en Hëdlard.
‘No solo es cuestión de orgullo, no son solo las tierras que hay, no es la gente o el pueblo, no es la corona. Hay vampiros que piensan que Ero solo hace que el Hëdlard sobreviva, pero creen que yo podría hacer mejores cosas, que yo podría devolver nuestra civilización al mundo exterior. Y sé que puedo. Nosotros no estamos hechos para vivir de animales, respeto la vida mortal, pero quiero volver al mundo, hay maravillas que nadie se imagina. París, Nueva York, Londres, Alaska, Nueva Zelanda, China, Berlín, Egipto. Hay millones de años de historia ahí afuera, tanta belleza, el mundo está listo para nuestra inmortalidad, nuevas bellezas. Queremos salir.
‘No me interesa el poder, si por mi fuera me conformaría con guiar a Hëdlard a una vida. Pero Ero no perdona, se aferra a que yo…
No dijo más.
El aire ahora era más espeso, tensos los dos, ninguno nos movíamos. Por su cara, temía que rompiese a llorar, tal vez haber insistido en esos momentos hubiese sido imprudente por lo cual esperé callada.
Observé como su cuello se destensaba, como sus manos volvían a una posición más normal y también cómo sus pupilas volvían a su tamaño original. Respiraba más tranquilo incluso.
–Antaris, perdóname, yo… nunca debí de haberte obligado a que usaras la Teza… no debo obligarte a que me sigas, de hecho yo no de debería estar a tu lado sin tu permiso.
–Solo necesito que me digas para que me quieren – dije –. Tampoco quiero que Hëdlard de caiga a pedazos solo porque yo no he querido seguirte. Dime.
–Eres tan esencial para Hëdlard porque solo será contigo con quien Ero se casará, eres tan importante para mí porque contigo he de poder doblegar a Ero para que acceda a liberar al imperio a las tierras bajas. – calló unos minutos y luego dijo más serio –  Si fue a ti a quien te trajo hasta su Palacio, te dio techo y seguridad, es solo por una razón, está dispuesto a dar la vida por ti, te ama. Te ama y no va a dejarte ir, porque ya eres parte de él. Ya me estoy imaginando cómo sufre en estos momentos por tu ausencia.
‘Te necesito.
Maldita sea, ahora lo entendía, era obvio que solo sería conmigo que se decidiría el destino de Hëdlard. Pero no sabía aún qué lado era el correcto, no sabía por qué Ero no pensaba igual que Aki, por qué él se negaba a restablecerse en el sur, no lo sabía. Estaba confundida, estaba enamorada también de Ero. ¿Pero sería suficiente ese amor para no dejar que un reino entero volviera a mi mundo?
–Aki, yo… no sé qué decir. Sabes bien que también quiero a Ero, pero tus razones son buenas. ¿Quién eres tú, porque has de poder tomar poder de Hëdlard?
–Soy hermano de Ero.
Quedé atónita, ya me imagino mi cara de idiota, no tenía palabras. Saltar de gusto, de miedo, de impresión, que sentir… eso mucho menos lo sabía. Su hermano, si era posible, había similitudes, pensándolo bien eran muy iguales. Pero… ¿por qué Ero jamás me había dicho nada de un hermano?
–No somos gemelos, pero nacimos el mismo día. Yo sería el mayor por así decirlo, por unos cuantos segundos. – sonreía ahora, ya había empezado a extrañar su cara de felicidad, sus sonrisa, que era muy característica de él y muy carente en Ero – Nacimos de los mismos padres, así que no hay duda de que somos bien hermanos, aunque me niegue de vez en cuando.
–Pero… ¿Te odia, no es así? – dije.
–Sí, pero tiene sus razones, no lo culpo.
Una nueva ola de silencio enmangó  la cueva. Clío permanecía junto a mí, sentada y con las orejas paradas, muy atenta a cualquier peligro que me amenazara. Cabo y Ehera jugaban a nuestras espaldas, se correteaban y salían de vez en cuando de la cueva, pero no se alejaban mucho.
Nos miramos Aki y yo un rato, creo que ambos pensábamos nuestros propios asuntos, pero por lo menos se que yo era un verdadero lío.
La mano de Aki me sorprendió cuando se aferró a la mía, con la fuerza que entre vampiros hubiese sido totalmente normal, pero que conmigo era excedente, aunque no dije nada. Me miró entonces a los ojos y se volvió a disculpar y me pidió que continuáramos, era y casi medio día y teníamos muchas millas que recorrer, mucho que aprender y conocer.
–Tú mismo me dijiste que debíamos perdonar, y yo y te perdono, pero prométeme no mentirme de nuevo – lo juró –. Sé que no me has dicho todo, hay muchas lagunas en esto, pero por ahora necesito pensar bien lo que ahora se. Pero confío en que se resuelva todo esto antes de que volvamos a Hëdlard.
–Lo entenderás. Te lo prometo.
–Bien.        
Ambos caminamos lentamente hacia la boca de la cueva. Yo temerosa de la luz, pero confiada en que Aki no dejaría que me hiciera daño. Unos pasos antes me detuve y respiré hondo, estaba lista, pero tenía miedo. Sentí la mano de Aki sujetar la mía, con fuerza su inmortal, pero sé que para él era bastante suave, le miré, me miró, y entonces salimos.
Nunca tan lento como esta vez, la luz fue llenando cada poro de mi piel hasta calentarle aún más. Amé la mañana, me gustó escuchar y sentir la luz, vivirla. Apreté la mano de mi acompañante con todas mis fuerzas y dejé que el sol deslumbrara mi mirada. Entre las nubes había un hueco por donde pude ver el cielo azul que nos aguardaba después de esta tormenta, y lo añoré.
El viento que sopló entonces trajo consigo el fresco del mundo, tan hermoso, profundo. Seguimos caminando, juntos y sujetos de la mano. Estaba yo tan maravillada, disfrutando cada segundo de la luz. Sentía torpe mi vista y mis pasos, pero me conformaba con poder estar a plena luz del día.
Alborotaba mi pelo, meneaba mis prendas y refrescaba mi piel, así era el viento, mismo que pronto despejaría el cielo.
Paso a paso penetramos más y más en el día, hasta que dejamos atrás la cueva y nos dirigimos al norte de las Levi.








No se si te amo



La noche nos abordó más pronto de lo que había contemplado, tal vez bía sido  que disfruté más que nunca estos momentos que el tiempo se me pasó volando. Para ese entonces las nubes ya había despejado casi por completo y las estrellas brillaban con furor en este techo azul intenso. Durante el día no cruzamos palabra y tampoco pretendía hacerlo durante la noche. No se cuento más demoraríamos caminando sin que mis perros tuviesen que descansar, pero claro que yo ya estaba a punto de reventar.
En cuanto volvimos a encontrarnos con el río, mis perros bebieron agua como si en tres días no lo hubiesen hecho. Tardaron casi tres minutos haciéndolo.
–Creo que debemos parar – dije –. Continuaremos mañana.
–De acuerdo, duerman, yo cuidaré.
–Tengo frío. Oh…
–Ven, duerme conmigo, sé que no soy el que posé la mayor temperatura de aquí, pero servirá – Aki se sentó a los pies de un árbol y se recargó, yo  tendí mi cuerpo en el suelo que coloqué mi cabeza en sus piernas. – Bien, duerme. Para la media noche el efecto de la Teza se habrá pasado, volverás a beber de mí.
Pretendí estar dormida, cerré los ojos y me puse a pensar. En estos momentos en verdad que no sabía que sentir. Sentía una atracción fuerte hacia Aki, pero era el hermano de Ero, a quien yo creía amar. Por muchas razones Ero me había dado a entender que también sentía algo por mí.
Viéndolo desde un punto de vista, absolutamente ninguno me gustaba más que el otro, eran hermanos y al fin de cuentas se parecían mucho. Por otro lado, la forma de ser de Ero solía ser muy agresiva, pero en él se podía encontrar una flama de pasión por lo que sentía que me atraía increíblemente; en cuanto a Aki, bueno, él tenía sentimientos y carácter más sencillo, calmado, sentía su mente más clara que la de su hermano y era mil veces más dulce.
Si todo lo que Aki me había contado era cierto, estaba en cierta forma comprometida con Aki por haber aceptado seguir con él hasta Hëdlard, lo cual me colocaba en el bando contrario a Ero. Pero si él me había elegido como su reina, no solo fue por necesidad, sino por lo que involucraban sus sentimientos, y romperlos no me agradaría.
En otros asuntos me inquietaba saber el resto de la historia, debía saber a que me enfrentaba. Ero se negaba a decirlo todo y Aki lo haría por pura promesa, si no hubiera presionado, viviría en una mentira.
Perturbada de la mente me acomodé en mi lecho, recostándome de lado y apoyando mi mejilla en la pierna de Aki. Suspiré en varias ocasiones, quería quedarme dormida, pero me era imposible ya, tantas cosas que preguntar y aclarar, este maldito sentimiento que pronto estaría confundiendo con amor…
Abrí lentamente los ojos, lo único que vi fue  la playera oscura holgada de Aki y su manos, suaves pero fuertes. Miré hacia su cara, y me sorprendí al ver que me miraba fijamente, estudiaba mi cara y entonces miró en mis ojos.
El corazón mortal que ahora latía dentro de mi pecho se agitó explosivamente, tanto que inclusive lo pude oír yo. Me sonrojé por lo mismo, él seguro le podía oír tan claramente como mi voz. Una de sus manos se posó sobre mi pelo y lo acariciaron con delicadeza. No tuve más que sonreír y apartar la mirada para simplemente cerrar los ojos de nuevo y tragarme los nervios.
Aki no separó su  mano de mi pelo por el resto de la noche, hasta que, varias horas antes del amanecer, me despertó.
–Bien, aprovechando que hemos de intercambias sangre de nuevo – dijo –, te he de enseñar a defenderte de un Hijo de la Noche. Vamos, párate frente a mí.
Aki cruzó el rio de un salto y se plantó a varios metros de mí.
–Lo primero que un vampiro va a intentar hacer contigo es confundirte – continuó –. Usará su voz, dirá cosas sin congruencia, hará que le veas por unos instantes y luego desaparecerá. Tienes menos ventaja ahora que poco a poco vuelves a recuperar tus dones, tu vista aún no es la mejor a pesar de que te he dado de mi sangre, y tu fuerza es torpe.
Sin previo aviso, se borró de mi vista. En mi oído lo escuché susurrar un par de palabras sin sentido, giré y no había nada. Una ráfaga de aire casi sólido pasó cerca de mí moviendo mis ropas, no había nada.
Cuando volví mi mirada se apareció Aki, sonriendo y burlándose de mí.
–Ponerte nerviosa es una desventaja enorme – desapareció una vez más –. ¿Qué pasa si quiero atacarte? Lo podría hacer cuando quisiera.
Con su fuerza me cogió los brazos y me arrastró con él hasta lo alto de un árbol. Ahí, lejos del suelo, me pegó contra el troco mientras que el se sostenía con sus manos a las ramas de las lados. Miré hacia abajo, un salto sería letal, casi diez metros.
–Muerta.
Le miré a los ojos. Tan cerca estábamos y yo sin poder decir palabra. Lentamente se fue acercando a mí, cerraba los ojos conforme avanzaba. Mi cuerpo no podía hacerse más para atrás y los nervios me comían por dentro, ¿qué haría ahora? Por unos instantes pensé que me besaría, pero en el último momento colocó sus labios en mi cuello y bebió a muerte de mí.
El primer contacto de sus labios en mi cuello provocó que un escalofrió recorriera mi cuerpo, pero al beber mi excitación se fue al límite. Me contraje más al árbol y para no caerme me sujeté se su cintura, pero creo que él lo tomó diferente y apretó más su boca contra mí. Sentí su lengua limpiar la herida y una vez más beber, era un círculo que no parecía tener fin.
Minutos antes de perder la conciencia su cuerpo ya estaba apretado contra el mío, yo ya no me sostenía de nada. Sin previo aviso sorbió de mí un trago enorme de sangre que me dejó sin conocimiento y me volvió a hundir en un estado mental infinito.
La imagen de Ganesh que esta vez vi esta vez fue más nítida. Le vi cabalgando en su semental negro. Frente a sus ojos se meneaban las crines negras y junto a él corría el Lago. Negro y temible, alborotado por el viento y rugiente como la boca de un león. Poco a poco, el bosque se fue acercando a él, pero solo era una pequeña península de árboles que salía de todo lo demás, pasó rápidamente junto a él y se fue alejando hasta perderlo de vista.
Siguió cabalgando largo rato, pude sentir la silla del caballo deslizándose suavemente bajo sus piernas y las riendas del mismo apretadas en sus manos. Las patas del caballo sonaban estruendosamente bajo el piso de tierra negra y su aliento escupía vapor de tanto frío que hacía.
Ganesh no giró nunca hacia su izquierda, solamente contemplaba el lago. Miraba como sus olas amenazaban con tirar de las patas de su caballo y alejarse una vez más para regresar con más fuerza.
En mi visión iba y venía entre mi mundo y el de Ganesh, veía instantes de mi tiempo y el suyo. Me era muy difícil mantenerme con él, pero lo intentaba con todas mis fuerzas. No sé cuánto tiempo pasó, pero el sonido monótono de los cascos del semental golpeado las piedras y tierra no dejaba mis oídos en paz.
Incapaz de moverme, sin poder gritar su nombre para que me escuchara luché con todas mis fuerzas para surcar  más a fondo en su mente. Creo que lo logré.
De pronto Ganesh me vio frente a él, parada, con la mi melena negra ondeando en el viento como una hermoso abanico rizado. Frenó inmediatamente a su caballo incoándole los talones y sujetando las riendas, la bestia se encabritó por lo repentino de la orden y por mi tremendo aparecimiento delante de ellos.
Verme me espantó incluso a mí misma. Lucía la misma ropa que usaba en esos momentos, las misma botas de lona color cobre con correas en los tobillos, todo, incluso mi misma sonrisa.
Cuando Ganesh estiró la mano para ofrecérmela, mi imagen se desvaneció con el viento para no volver a aparecer.
Sin poder hacer más, volví a la vida. Me descubrí bebiendo de Aki. Ya estábamos ambos en el suelo, yo tirada y el sentado junto a mí ofreciéndome de su sangre. Me indicó que solo tomara lo que me fuera necesario, que no le vaciara por completo y así lo hice, aunque me costó mucho no dejarme llevar por el sabor de su vida.
Deje de beber y me separé de él, confundida, nueva en fuerzas pero perturbada de mente.
–¿Por qué lo he visto? – pregunté – A Ganesh, ¿por qué lo veo cada que bebes de mí?
No me agradó el tono  de su respuesta, parecía incomodo.
–Cada que los pupilos están a punto de morir, sus creadores tienen esa conexión, no importa que tan lejos puedan estar, el creados sentirá cada sensación de la muerte de sus pupilos. Es por eso que hemos de darnos prisa. Si sabe que sigo vivo, es decir, si lo confirma, mandará por ti y todo quedará pedido. – ambos nos pusimos de pie, él me dio la manos para ayudarme – Y dime… ¿has recuperado fuerzas suficientes ya? ¿Crees poder viajar así, o necesitas de la Teza?
–Quiero arriesgarme, odio esa maldita droga. – asintió.
–Entonces vámonos. Cuando anochezca habremos llegado ya a las cascadas. Te van a gustar mucho, yo lo sé.
La primera parte del día, corrimos atreves de los espacios que las montañas nos dejaban, pero una vez el sol pasó de su punto más alto, empezamos a subir y subir. Clío nos seguía el paso muy de cerca mientras que Aki cargaba a Ehera y yo a Cabo, eso nos permitía viajar más de prisa.
Cuando pusimos un pie en lo alto de la montaña, me detuve a ver el paisaje, era impresionante, tanto bosque, tantos árboles, tanta vida. Aquí arriba el aire esta tan brusco que me meneaba los cabellos, poco a poco las nubes se iban dispersando y el sol pudo al fin acariciarme. Con sus rayos calentaba mi piel y eso se sentía tan bien.
Al ser la primera vez, los tonos claros lastimaban mis ojos y resaltaban, pero no por eso me detendría. Me di cuenta que con frecuencia Aki me miraba y sonreía, no decía palabra, pero me ponía nerviosa.
Cerca del anochecer no había ni una sola nube, casi llegábamos y el cielo pretendía lucirse hermoso.
–Falta poco – dijo –, podemos ir caminando desde ahora, vamos bajemos a los cachorros, deben caminar un poco.
–Cuéntame cómo fue – supliqué –.
–¿Cómo fue qué?
–¿Por qué Ganesh cree que tú estás muerto, porque resulta odiarte?
–Oh, eso. – le costaba tanto trabajo decirlo como a mi preguntarlo – Pues… bien, por nacer primero, yo  provoqué la hemorragia de mi madre, dicen las enfermeras que la atendieron, que tardé más de lo debido en salir y que mi madre perdía sangre peligrosamente. De no haber sido por qué no era el único en el vientre de mi madre nunca hubiera salido, fue por que Ganesh estaba después de mí y también él estaba naciendo que logré salir. Pero fue demasiado tiempo para mi madre y murió por la hemorragia.
‘No me explico por qué, pero me culpa de ello y de la muerte de mi padre. Para él yo siempre fue el preferido de papá, decía que a mí me daba lo mejor, y puede que haya sido cierto, siempre salía de caza con él. Y en una ocasión un oso me atacó, en esos momentos no me explico porque, pero no reaccioné, la bestia estaba por matarme y mi padre intervino, murió por mí.
‘Cuando se enteró Ganesh exigió darme muerte. Pero no se lo permitieron, de cualquier manera estaba dispuesto a matarme y tuve que huir de Hëdlard con Gabrielle. Viví varios años dentro de la ciudad, pero sin que él lo supiera. Tenía que esconderme en los peores barrios de toda la ciudad, pasar por cosas que como príncipe jamás me había imaginado. Padecí muchas cosas, otras más las aprendí pero al final uno siempre sobrevive.
‘Conocí entonces en una taberna hereje a Anna. Me enamoré como nuca lo había hecho de esa mujer. Era parecida a ti, solo que más baja y siempre llevaba pintada alrededor de sus ojos el semblante parecido de una mariposa color rosa pálido. Anna me amaba tanto como yo a ella, éramos uno para el otro. Siete noches antes de que le dieran muerte estuvimos juntos. Le engendré un hijo sin saberlo.
‘Cuando las Lundras nos encontraron, nos llevaron ante Ganesh. Entonces miró mi rostro  y enfureció, me dijo que como él me lo había advertido antes, no había marcha atrás, me daría muerte sin piedad. Y que a mi Anna la mataría por traición.
‘Lo que él no supo hasta entonces fue que yo ya había estado reuniendo fuerzas para derrocarlo. En la taberna del padre de Anna había estado juntando gente para un día someter a Ganesh por sorpresa y liberar Hëdlard a un nuevo mundo. Eso enfureció al rey tremendamente y juró hacerme pagar, a mí y a todos los que se habían involucrado.
‘Antes de vengarse, Ganesh ordenó dejaran despedirme de Anna, le dije todo lo que pude. Ambos estábamos encadenados así que solo podíamos acercarnos pero no tocarnos. Lloramos, nos dolió y lo odiamos.
‘Por mi parte, me golpearon hasta zafarme los ligamentos que unían mis muñecas a mis manos, hasta quebrarme las rodillas y fracturar mis costillas y hacerme cuantas más heridas en la piel fueran posibles, pero no me mataron. Me dejaron moribundo en el suelo, viendo como Anna lloraba mi agonía. Por cada golpe que me dieron, Anna gimió, sentía su deseo de morir conmigo, de compartir mi dolor, me amaba tanto.
‘Pero entonces tomaron a mi rosa. Me la quitaron. La apuñalaron en el vientre miles de veces, la hicieron sangrar con crueldad, violaron du cuerpo y su alma, y después la dejaron a un lado mío. El odio que sentí por Ganesh se incrementó a punto de matarme. Tan solo hubiese bastado con arrancarnos la cabeza, ¿pero había sido necesario matar a una madre y a su hijo?
‘Supe de mi hijo solo cuando el verdugo lo supo, lo pude ver en su mente, el desgraciado lo gritaba por dentro, estaba orgulloso de matar a la madre y a su hijo. A oírlo, me deshice en llanto, odie con todas mis fuerzas a Ganesh, hubiese muerto de no ser por la sed de venganza. Me bloqué entonces, fingí estar muerto y se deshicieron de mí. Me tiraron al lago pensándome muerto.
‘Estuve en las profundidades casi dieciocho años, seco de sangre, con el peor aspecto y el dolor de la perdida de Anna atravesado. Pero no moría. Gabrielle me encontró entonces y me llevó a su choza, ella había logrado escapar de una muerte segura en Hëdlard y ahora me cuidaba.
‘Los años transcurrieron, no volví a Hëdlard en mucho tiempo, estaba asustado. No hablé casi por treinta años, pero poco a poco me hacía más y más fuerte. Juré venganza, pero jamás supe cómo. Me fue imposible pensar sin despejar mi mente. Lo tuve que perdonar.
‘No hay día en que no me lamente la muerte de Anna y mi hijo, no hay día en que no lo odie a él por hacer lo que me hiso. Pero debemos de aprender a vivir con nuestras penas.
–¿Cómo es que sabe que sigues con vida? – pregunté.
–No está seguro de ello. En una ocasión, me dejé ver frente a Palacio, hace no mucho, pero él se niega a aceptarlo, pero tiene miedo. Sabe lo peligroso que podría ser yo. Y por eso le urge desposarse contigo.
–Siento lo que pasó con Anna y tu hijo, Aki. Ahora entiendo lo importante que es para ti esto, sobre todas las cosas, eso de liberar a Hëdlard, quieres venganza.
–No puedo ir por el mundo diciendo que lo que más me importa es hacer que pague, pero si. Pero eso no le quieta que es mi hermano y que de cierta forma lo quiero. Sé que tú te lo imaginarás, me rompe el corazón.
–Sí, eso que hiso… no sé, lo creo muy cruel.
–Lo es. – Continuábamos caminando, esta vez íbamos descendiendo – Ya hemos llegado. Mira.
Eché un vistazo hacia abajo y descubrí que por la montaña bajaba con fuerza una enorme cascada que al llegar al fondo de la cañada rompía en espuma espesa y continuaba en forma de rio. La cascada tenía una altura aproximada de treinta metros, lo suficiente para romperse algo. Pero era hermoso, el sonido resultaba tranquilizador y el aroma perfecto.
–Aquí es donde nace el río que recorre todas las montañas y alimenta al bosque – dijo –. Toda el agua que brota es limpia y fresca, como te habrás dado cuenta solo en época de lluvia el rió incrementa su tamaño y caudal. – asentí, no tenía palabras, esto era muy hermoso.
El agua, que parecía brotar de la nada de la punta de la montaña, se deslizaba grácilmente por una pared de la misma llenándola de plantas verdes y musgo. Conforme nos fuimos acercando el salpicar del agua fue incrementando hasta empaparnos los pies y tobillos.
Juntos avanzamos hasta llegar a la cascada, donde me invitó a mirar de nuevo hacia la cañada. Aki se adelantó y se plantó a la mitad de la caída de agua, con los pies hundidos hasta media pierna en el agua, parado sobre las rocas. Lo seguí con miedo, si el agua me arrastraba lo más seguro es que pudiera tener una caída muy peligrosa. Estiré la mano y me sujetó con fuerza justo antes de tener una caída, me acerqué más y más hasta estar junto a él, mojándome los pies.
El aire que soplaba a nuestras espaldas nos incitaba cual latir del corazón que diéramos un paso más, y lo hicimos, ambos temerosos. Pude ver que al comienzo de la pared rocosa, el agua iba pegada a la montaña, pero diez metros antes de llagar al río se formaba una cortina en caída libre de agua.
Mire a Aki – que ya antes me había estado contemplando –, sonrió mostrando un par de incisivos tremendamente blancos y grandes. Sin decir palabra me apretó la mano y jaló de mí. Mi falso corazón se lazó a latir con pavor, nos habíamos lanzado desde la punta de la cascada y caíamos como rocas por el aire.
Yo lancé un grito de asombro y pánico, mientras que él gritó de alegría. Caímos demasiado rápido al agua, se me calentó la piel y ese líquido transparente inundó cada zona de mi cuerpo.
De por sí ya era poca la luz que podía penetrar en el pequeño lago, y mientras más abajo íbamos más oscuro se hacía. Mi cabello me cerró toda capacidad de ver a Aki, pero justo cuando dejamos de hundirnos, el me sujetó y retiró todo el pelo de mi rostro. Ahí abajo parecía el mismísimo dios, sus ojos cafés relucían cual faros y sus pequeños labios rosas profesaban una sonrisa.
Salimos a la superficie luego de unos minutos, empapados hasta los huesos y yo con ganas de matar a Aki por esa sorpresa. Mientras que él salió muerto en risa yo lo hice muerta de miedo.
–¡Demonios, Aki! – le grité – Pudimos habernos estrellado – no paraba de reír –. Nunca en tu vida se te vuelva a ocurrir algo así. ¡Ya deja de reír, no hay motivo!
–Si lo hay – dijo –, debiste ver tu cara. Además, conozco estas aguas, en dado caso solo te hubieses fracturado un par de huesos, para la mañana estarías como nueve.
De inmediato me dirigí a la orilla para salirme. Clío y sus cachorros apenas venían bajando por un costado de la cascada, saltando troncos caídos, y la madre cargando de vez en vez a sus cachorros por el cuello para que siguiesen adelante. Una vez los tres abajo, Clío se lanzó sobre mis hombros sin siquiera moverme y me lengüeteó la cara.
–Ya, hermosa – le dije acariciándole las orejas –. Estoy bien, solo que ‘un loco’ me lazó por la cascada.
–Debes admitir que te gustó – esta vez no pude evitar reírme, a pesar de lo terrible que había resultado aquello estar a salvo era genial –.
Ehera y Cabo se siguieron hasta llegar a Aki e igualmente lamerle las manos. Mojamos a los perros por estar tan mojados y los tres no evitaron sacudirse el agua del pelo, eran tan lindos los tres.
–Vamos, hemos de secarnos y cazar un poco, esta sed me está matando y tus perros no han comido nada en días – comentó Aki mientras empezaba a adentrarse en el bosque –. Acompáñame, has de aprender bien. Esta noche cazaremos algo grande.
Lo seguí atreves de los árboles, corríamos a gran velocidad así que debía cuidarme mucho de las ramas y raíces que ahí se alzaban, sobre todo porque muy frecuentemente Aki se detenía a olfatear el aire.
Primero, localiza al ser que quieras darle caza. – dijo dentro de mi mente – Huélelo, no lo busques con tu mente.
Muy a lo lejos, y muy tenue su olor, capté a un gran oso. Su pelambre espeso lo intensificaba más y su grasa lo hacía más atractivo que cualquier otra creatura a varios kilómetros a la redonda.
Lo tienes, ahora ve por él – salí corriendo de ahí, en dirección al oso –. ¡No solo utilices el suelo, tienes árboles para alcanzarlo! Sube a ellos.
De mis espaldas, aquí tomó impulso y dando dos patadas en el tronco de un árbol subió a las copas de los árboles. Intenté hacer lo mismo, pero me dio miedo y preferí dar un salto en seco y tomar las ramas por las manos y luego trepar. El olor era cada vez más y más intenso.
Aki se desprendía de las ramas con suma facilidad, saltando de copa en copa, espantando a todas las aves que ahí dormían haciendo que volaran. Yo no lograba superarle pero tampoco me quedaba atrás. Fue sol cuando el olor de la sangre y el latir intenso del corazón le la bestia era ensordecedor que Aki paró y se dejó caer al suelo en un movimiento ágil y elegante.
El oso estaba alimentándose igualmente, y no se esperaba que nosotros le estuviésemos haciendo desde las espaldas. A la orden saltamos los dos y le derrumbamos, fui yo quien primero mordió y sorbió gran parte de su líquido vital, Aki acabó con él.
El cuerpo fue sencillo de transportar, no pesaba mucho, o por lo menos no para nosotros. Clío y los cachorros se abrazaron de él demostrando el hambre que tenían.
No dormimos esa noche junto al cadáver, nosotros los Hijos de la Noche no soportamos estar cerca de nuestra presa una vez muerta, así que nos alejamos del lugar rápidamente para pasar la noche rio abajo.
Esta vez, Aki no se molesto en hacer guardia, dijo que tan al norte pocas veces habían llegado las Lundras o cualquier otro ser que no conociera bien las Levi. Dormimos esta vez abrazados, el detrás de mí, abrazándome y cogiéndome las manos entre las suyas. Siendo yo más pequeña, mi cuerpo encajaba en el suyo perfectamente haciendo que respirara de mi nuca y que sus piernas abrazaran igualmente las mías. Ambos cuerpos, con sangre nueva, se quedaron quietos al cabo de unos minutos, seguíamos despiertos, pero nadie hablaba.
Sobre nosotros se alzaban grandes copas que nos cubrían de los ojos de las estrellas, tan numerosas en un lugar así.


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