Lo último que verás de mí
–Me van a
matar ¡Estos malditos me quieren muerto y me van a matar! Pero no hables,
déjame decir estas últimas palabras con la tranquilidad de que las estarás
escuchando con toda conciencia:
‘Parece que
esta es la última vez que podremos cruzar palaba, inclusive la última ocasión
en la que mis ojos podrán ver dentro de los tuyos con tanto amor y devoción que
te profeso.
‘Miénteme si quieres, pero no
me dejes morir sin oír una vez más que me amas, ¡déjame ver salir de tus labios
esas dos únicas palabras que me mantiene vivo!
‘La parte
más difícil vendrá pronoto; y mientras no pueda liberarme de mi cuerpo seguiré
sintiendo este dolor que me atraviesa por el centro, seguiré pidiendo que yo
sea el único en morir. Tú no lo mereces, Anna.
‘Aunque
debo confesarte: no creo lograrlo. Su fuerza nos supera, son una ciudad entera
y nosotros apenas somos dos, pero si nos matan, nuestra muerte será injusta y
sé que tendremos un ejército luchando por vengarnos. No estamos solos.
‘No, no
llores, aún no es tiempo. Pronto pasará, son solo pocos minutos de dolor, pero
eso no se compara con el alivio que ambos tendremos cuando nuestras almas se
liberen del cuerpo. Encerrados solo podemos sentir placeres terrenales, libres
podremos amar como nadie, tememos porque no conocemos el dolor de la muerte,
pero ya pasará.
‘Si muero
yo primero, no quiero que cierres los ojos cuando muera, de otra manera perderé
refugio en ellos; mírame lanzar el últimos respiró en tu honor, no me dejes
solo y dime que me amas…
Fue
entonces que lo sujetaron y le separaron de ella, arrancándole así un pedazo
inmenso de su corazón. Bastó con un par de golpes en la espalda para tumbarlo
en el piso, herido y lastimado, pero lo suficientemente fuerte para mantenerse
consiente.
Anna
también fue obligada a moverse, lejos de él. La tomó un hombre y la apoyó
contra una de las cuatro paredes de la enorme habitación.
Palacio
solía tener habitaciones muy espaciosas y lujosas, pero esta aparentaba ser la
excepción. Aquí era el lugar donde daban muerte a los traidores y condenados,
donde no había mueble alguno, ni siquiera había ventanas o pintura en las
paredes. Todas las paredes eran blancas y manchadas de óxido. En definitiva un
lugar horrible. Digno solo de la muerte de traidores y asesinos, no de
inocentes.
Anna sujetó
la mano del hombre que la detenía en un intento de hacer que no la lastimara,
pero el hombre era más fuerte que ella y apretó su cuello aún más impidiéndole
respirar. Gimió, miró a los ojos de su acecino, miró a Aki; era el fin. Por más
que intentara alcanzar el piso con sus pies Anna ya estaba varios centímetros sobre
el mismo, su único apoyo era el brazo de su verdugo.
Con un
grito desgarrador le encajaron una navaja en el centro de su vientre hasta casi
hundir la empuñadura por completo. Una corriente de sangre caliente emergió del
centro y su aroma invadió toda la sala. Sangre que Aki nunca se atrevió a
probar, sangre que nadie en todo Hëdlard había olido con mucha frecuencia, sangre
viva.
La voz y alaridos de Anna
cesaron de improviso. La pobre solo mantuvo los labios entreabiertos y los ojos
como platos. Con esto ella sabía que no solamente la mataban a ella, sino también
a su hijo, el hijo de Aki. Su instinto de madre habló por ella, sacando fuerzas
de quien sabe dónde, Anna se soltó de aquel cruel hombre e intentó correr a un
lado de Aki.
Tropezó una
vez. Pero un simple golpe no la iba a detener en esos últimos instantes de
vida, siguió corriendo sobre el resbaloso piso blanco hasta que lo alcanzó.
Ambos tirados, desprotegidos y sin esperanza.
El lugar
comenzaba a convertirse en una carnicería, la sangre de Anna era ya abundante y
pronto también estaría esparcida la de Aki.
Con un
movimiento casi invisible el verdugo se apareció frente a ambos, dispuesto a
terminar lo suyo. En un fallido intento de defender a su herida mujer, Aki se
lanzó con furia hacia el hombre, pero este lo rechazó cogiéndolo del cuello y
azotándolo contra una de las paredes dándose así tiempo suficiente para clavar
un par de veces la navaja en Anna.
El dolor de
Anna son indescriptibles, simplemente saber que están matando a su hijo, no
solo a ella, si no que su primer y último hijo le están quitando la vida es demasiado para Anna. Un impacto tan fuerte
que más de una ocasión amenazó con perder la conciencia y rendirse, lo cual
hubiese sido mejor.
Mal herida
y sin agonizante, Anna fue depositada en el suelo frio de la habitación,
mientras que Aki, con palabras escalofriantes maldecía al verdugo, que pronto acabaría
con él.
– ¡Tú más
que nadie sabe lo que acabas de hacer! Lo he visto en tu mente, mal nacido. –
gritaba – ¡Mataste a mi hijo y mi mujer agoniza debido a tu crueldad! – Pero el
hombre no respondió nada, continuó caminando hacia él. – Vamos, mátame ahora a
mí, cálvame ese puñal que llevas en las manos, clávalo cuantas veces puedas,
clávalo hasta que muera perdiendo conciencia debido a mi falta de fuerzas. ¡Qué
esperas?
Aki solo
sintió el filo de la navaja deslizarse por todo su brazo, provocándole heridas
incurables, por las cuales se desangraría y moriría lentamente; luego, volvió a
sentir la fría hoja del puñal acariciarle el abdomen y al final clavarse debajo
de sus costillas.
El hombre
se separó de él con una risa de maldad, esperaba algo, nadie sabía que. Aki
quería respirar con tranquilidad para clamar su dolor, pero al momento algo lo
ahogó. Desde el interior de su cuerpo, su propia sangre inundó sus pulmones
impidiéndole respirar libremente y provocando que se ahogara. El verdugo le
había perforado un pulmón, lo que le aumentaría el sufrimiento y agonía.
La vista se
le fue nublando rápidamente, las fuerzas se le escaparon sin posibilidad alguna
de evitarlo, y la boca se le inundó de sangre. Pero con la poca vida que aún
tenía logró arrastrarse hasta Anna. Una vez junto a ella, juntos, entrelazaron
sus manos e intentaron despedirse. Pero el tiempo apremió demasiado rápido.
Anna murió.
Esta única
persona a la que había podido amar desde esa última vez, la razón que lo había
impulsado a revelarse y a mantener una resistencia por un gobierno inderogable,
se había extinguido por completo. Su cuerpo yacía ahora inerte con los ojos
fijos en él, mirándolo como él le había pedido, con una mano tocándole la mejilla
y con la otra sujetándole la suya. Ya de su vientre no salía más sangre, ni una
gota.
Sin más,
Aki se dejó vencer, al igual que Anna, él dejó de luchar cuando supo que su
razón de ser se extinguía en su interior.
Hëdlard
Corría, escuchaba el crujir de la tierra
tras el incesable golpeteo de mis pies. Una multitud me seguía, todos al ritmo
de una poderosa orquesta de jadeos y gritos, movimientos de ropa y voces
indescifrables.
Yo sabía que no debía parar, algo en mi
interior me gritaba que no era buena idea detenerse a preguntar qué sucedía. Lo
más preocupante de todo no era la gente que me perseguía, sino la sombra, ágil
y salvaje que me cazaba, cual depredador a su presa.
Tras lo que me pareció una eternidad, la
fatiga entorpeció mis pies y comencé a tropezarme. Cada vez que una raíz o
piedra se interponía en mi camino, yo me levantaba y continuaba corriendo, pero
la quinta vez que caí, cuan larga era, no fui capaz de levantarme. Además de
que la sombra ya estaba sobre mí, y me alcanzó. Yo escuché su jadeante
respiración y sentí el calor que su cuerpo emanaba. Sentí como sus patas se
posaban sobre mis hombros y de su garganta un gruñido feroz sonó, cual terrible condena.
Intentando escapar me giré y di la espalda
al animal, pero de nuevo se posó sobre mi espalda. El súbito dolor y
agotamiento me obligó a cerrar los ojos y resistir lo que fuera. No los volví a
abrir hasta tiempo después.
Hacía frío esa mañana, lo sentía
golpeteando en mis mejillas mientras era transportada a lo que pareció una
ciudad. Mi vista no era clara, sentía como si una gran nube se hubiese alojado
en mis pupilas. Solo fui consciente de que unos brazos duros me recostaron sobre
una plancha de metal frío, lo hicieron con tal delicadeza que si no hubiera
sido por el azote de mi cabeza y el frio embriagador sobre mi espalda, nunca me
habría dado cuenta de que él se había desprendió de mí.
De pronto se abrieron las puertas de la
estancia y el ruido ensordecedor de
muchas voces rompió el silencio, el terrible coro disipó la nube que no me
dejaba ver y logré percibir una sombra que se acercaba rápidamente a mí. Poco a
poco, hasta que fue tomando la forma definida de un hombre, su piel era clara cual
nieve, sus facciones más que perfectas. Me miró con sus ojos verdes, profundos,
en contraste con su cabello negro y rizado. Sus movimientos eran sutiles y
silenciosos, cual felinos. Sus ropajes eren sencillos, oscuros y lo único que
parecía desentonar con su vestimenta era una bufanda color vino que reposaba
sobre su cuello.
Desvié la mirada de aquel hombre y un dolor repentino me invadió. Solté un
grito ahogado, era como si miles de astillas de cristal estuvieran clavadas en
mi espalda.
El extraño se despojó de su bufanda, del
abrigo largo que le cubría y se desabrochó la camisa negra. Vi su pecho desnudo
y las extrañas figuras negras grabadas en su clara piel. Puede contar seis
tatuajes. Se acercó más y pude sentir su tacto frío cuando tomó mis manos entre
las suyas y las sujetó con fuerza. El dolor disminuyo considerablemente, como
si él me hubiese sedado y poco a poco en
mi piel aparecieron grabados las mismas
figuras que en el pecho de él. Él observó como aparecían las líneas negras
sobre mi piel, con una expresión extraña.
–Estarás bien. – dijo con voz dulce y
fría, que no reflejaba su expresión; me tomó y me dio vuelta, con lo que el
dolor de mi espala volvió a intensificarse y solté de nuevo otro gritó
horrible. Escuché el sonido de un líquido agitándose y el tacto frío de sus
manos en mis heridas. Volví a gritar ante el nuevo ardor.
–Estarás bien. – Repitió con voz aún más
dulce que antes.
Un zumbido resonó en mis oídos y entonces
todo se oscureció.
Durante esos tenues minutos, había
permanecido totalmente sedada, algo había inalado que me mantuvo tranquila,
pero eso no quería decir que el ardor de las heridas resultase menor; al
contrario, creo que era mil veces más consiente de este. Solamente recuerdo un
par de escenas después de que limpiasen mi espalda. Recuerdo haber estado sobre
una cama, cubierta con sabanas muy suaves y calientes y un rostro perfecto, anguloso.
Un ángel.
Esa noche tuve un sueño muy raro, estaba
en el agua, por cómo me movía era evidente que me estaba ahogando y por más que
trataba de salir a la superficie no lograba ni siquiera subir, solo bajaba más
y más. Y poco a poco desaparecía la pobre luz del sol.
Había caído a un mar muy oscuro, aunque su
sabor no era salado, se que provenía de gran altura y por eso me hundía tan
rápido. Pedazos de hielo enormes se hundían conmigo. Lentamente pasaba el
tiempo, todo como si fuera cámara lenta, de mi boca fueron saliendo miles de burbujas de air que explotaban cual
pompas de jabón en la superficie. Pronto llegaría el momento que me quedaría
sin aire. Cuando sentí que ya no aguantaba más, lo encontré a él – al mismo ángel
que me había prometido que todo estaría bien – a mi lado, pude ver sus ojos
verdes justo frente a mí y pronunció unas palabras que me fueron imposibles de
entender. Pero que a la vez me produjeron una tremada calma, tanta que ya no
temía a no volver a salir nunca de ahí.
AL momento de despertar no tenía ni la más
mínima idea si era de día o de noche, el cielo podía ser crepuscular como no.
Todo seguía en clama, hacía frio, ese delicioso frio que suelo disfrutar en
invierno, y la habitación estaba en absoluta penumbra. Solo perforaba en ella
la luz que se colaba por el filo de las cortinas.
Salí de la cama y me enderecé lentamente. Nada
parecía malo, respirar este aire me era placentero por ser fresco, la espalda
ya casi no me ardía y el dolor de cuerpo se había resumido en una mínima
pulsación de la misma.
Caminé pues a la puerta y salí
tímidamente, sin sabes a que enfrentarme. Después de la puerta surgía un largo
y angosto pasillo tapizado de un gris muy oscuro, con tonos azules y grabados
en plata, tan elegante. Todo era alfombrado, todo. A mi izquierda no había más
que el final del corredor, frente a mí, una gran puerta de madera un poco
adornada y a mi derecha se extendía una gran sala y comedor.
Donde las dos salas de dividían por la
puerta, en lo más lejano del pasillo, me esperaba él con los brazos cruzados. De inmediato fui
consciente de que era más alto que yo, aproximadamente 1.85 de altura, que
junto a mi 1.68, me hiso sentir pequeña. Hablando de su edad, bueno, no era
nada viejo, la verdad no podía tener más de cinco o seis años más que yo. De
seguro andaba por los veintiocho.
Empezó a caminar en dirección a la puerta
de salida. Lo seguí mientras cruzaba el lumbral de la puerta y abordaba el
ascensor hasta que llegamos a una sala enorme, de techos altos, estaba
alfombrada y paredes grises, de las cuales colgaban cuadros complicados y
raros. Era un lugar en el que, definitivamente no me gustaba estar.
Atravesamos la estancia y salimos del
edificio. Me sorprendió sobre que nos encontrábamos, era una isla, rodeada de
un inmenso mar, y frente a esta misma continuaba el resto del continente. Miré
entonces hacia arriba, acabábamos de salir de una torre enorme y negra
aproximadamente de treinta pisos. Imponente a primera vista. Sobre todo si uno
se encuentra a sus pies.
Ni una sola palabra habíamos cruzado, solo
un par de miradas. Salimos de la isla en una embarcación pequeña, no tardamos
mucho y una vez en tierra, ambos montamos unas enormes bestias de colores
oscuros, caballos, tremendos animales con la fuerza de mil hombres. Ambos
hermosos.
Nos dedicamos a andar por la ciudad. Yo
siempre detrás de él, mirando desde sus
espaldas a las personas y lugares que visitábamos. Había en esta ciudad
tanta diversidad de casas, unas más modernas que otras. Algunas podían
asemejarse a las del renacimiento y en contraste otras del mismo siglo
veintiuno.
–¿Después del mar que hay? – pregunté
cuando nos encontramos frente a él.
– Nada –, respondió – ya no hay nada. Lo
que antes había ahí fue destruido, los que vivían ahí fueron quemados y no hubo sobrevivientes. Murieron
igual que lo hacían las brujas en pueblos del sur.
Paseamos una buen rato frente al mar del
Tumma, un nombre bien conocido entre la ciudad, según me dijo. A la costa del
mar, se extendía una hilera muy grande de casas y comercios, centros de reunión
un par de parques. Esta ciudad era muy limpia, parecía de primer mundo, pues no
aparentaba faltarles nada.
Fue el lado sur el que más me gustó de
toda la ciudad. Ahí la mayoría de las casas tenían ese estilo ten precios de la
Europa antigua, ventanas con marco de madera, tejados en desnivel, techos rojos
y puertas de madera enormes. Todo esto revuelto con lo más elaborado y junto no
se veía viejo, al contrario, parecía acogedor, pero muy frágil.
–¿Me has dicho tu nombre? – dije que no – Dilo
entonces.
–Antaris – contesté – ¿Tú?
–Dime Ganesh – hiso una pausa para mirarme
directamente a la cara, dicho gesto me hiso ruborizar de vergüenza –. Bien,
vamos de regreso ya, pronto anochecerá.
Esto último que dijo me confundió mucho,
ahora el cielo estaba demasiado oscuro como para que se pusiese peor.
–¡Hablas de que estábamos a la mitad del
día?
–Así es, lo estábamos. – me echó una
mirada rápida y por la cara de asombro que puse se le escapó una risilla. –
Nunca has estado tan al norte, ¿cierto?
–Jamás.
–Ya veo. Bueno pues así es por aquí. Tumma
ayuda a que todo el día las nubes caigan en el cielo, y por nuestra ubicación
el sol es muy escaso. – Tomo con seguridad las riendas del caballo y lo espoleó
un par de veces. – Vámonos ya.
Y nos fuimos.
Mientras galopábamos de vuelta, me le
quedé mirando. Miré la gracia con la que se movía, admiré como conducía al
caballo sin la necesidad de usar mucho las manos, solo las piernas – señal de
que era todo un jinete experto –. Su pelo, negro azabache, golpeando su cara y
revoloteando al aire, vaya que bello era. Preciosos aquellos momentos en que le
pude ver detenidamente sin que él lo supiera.
Pasamos entre las casas, y en una de las
esquinas puede alcanzar a ver de reojo algo negro que nos seguía con la mirada.
No le hice mucho caso al principio, una vez que pasamos a su lado traté de
girar y verlo, pero ya era demasiado tarde cuando volteé.
Yo me empezaba a percatar de
que cada vez el aire de espesaba más, me impedía respirar con la misma facilidad
de antes. Le pedí a Ganesh que se detuviese.
Explicarlo no puedo, pero
sentía como si algo me estuviese persiguiendo desde atrás. La ligera desesperación
que había venido sintiendo se volvió de repente insoportable. Volteé para ver qué
era lo que me seguía tan de cerca. No
había nada, solo mi paranoia. Ignóralo.
Giré de nuevo, nada. Ignóralo. Esta
vez no dejé que mi miedo me hiciera voltear de nuevo, solo seguí. Fue
exactamente como la vez pasada, la vez en que aquella cosa me perseguía por el
bosque. Escuchaba como las garras de este pegaban en el suelo y luego se
impulsaban para alcanzarme. Creí escuchar su respiración, pero era muy débil.
Rugió, ladró. Ignóralo. Miré a Ganesh
para saber si él también lo había oído, pero seguía tan indiferente como antes.
Quedaba menos de la mitad del
camino, pero parecía inmensa aquella distancia. Los gruñidos y respiraciones
salvajes no habían parado, me seguían, cada vez más cerca. Cada vez parecían
más reales y a cada latir de mi corazón me sentía encerrada en un escenario del
cual no podía salir, nadie me hacía caso.
El choque
de los cascos de mi caballo se agudizaba más y molestaban más mis oídos, ya no
estaba pendiente del camino, el caballo se mandaba solo y no podía frenarle.
Lo que me
venía siguiendo de cerca ladró un par de veces, a la segunda, lo escuché justo
ante mi oído. Fue tan real aquello, me hiso perder el control sobre mi cuerpo,
caí al suelo. Estoy segura de que grité. Solté ambos estribos y sin quererlo
caí de bruces al suelo.
El golpe no fue lo que me
lastimó, fue lo que me estaba siguiendo. Se me echó encima, intentó morderme la
cara, pero yo trataba de impedirlo con mis brazos. Cansado de lidiar con ellos,
se separó de mi cara y bajó un poco más. Aquello me dio la oportunidad de
ponerme boca abajo y empezar a arrastrarme con los codos. No alcancé a salir de
su alcance. Claramente vi como levantaba una pata y rasgaba mi pantalón, y con
ello se llevaba un pedazo de muslo. Me cogió por la espalda y enterró hasta
desgarrar desde mi cadera para por fin llagar a mi rodilla. Me hizo una
tremenda herida que se resumía en ir de la
pierna a parte de mi espalda.
–¡Ganesh! –
grité casi rompiéndome la garganta. – Ganesh, ayúdame. – Aquel animal aún no se
me quitaba de encima, solo hasta que Ganesh llegó a mi lado este se fue
corriendo de ahí. ¡Pero es que Ganesh no pareció hacerle caso!
Me desgarré
la garganta gritando de dolor, vi como la sangre emanaba de mi cuerpo, de todas
partes, ¿la vería él también? Claro que le veía, la olía. Me miró asustado, no
sabía que decir, ni yo.
Casi
inconsciente me tomó entre sus brazos y me cargó, empezó a hablar, pero yo
estaba tan asustada que mi mente se bloqueó y no puede oírlo.
Una
vez más se me nubló la vista, dejé de
ver y perdí la conciencia.
Abrí los ojos, los párpados me pesaban. Él
me sostenía entre sus brazos y llevaba a un lugar más seguro. Estábamos por
entrar al enorme edificio que él mismo nombró como ‘Palacio’. Sentí el viento
helado entrar a mi cuerpo y luego salir, el tremendo dolor de mi pierna no dejó
nunca de estar presente, se sentían como pulsaciones calientes, que ardían.
Mi cabeza había estado
colgando hacia atrás, lo cual me provocó un tremendo dolor, la encogí y la puse
en el hombro de Ganesh. Respiré de él, me embriague de su aroma. Y como no,
luego de respirarlo un par de veces, se volvió una necesidad, algo que calmaba
el dolor. Una de mis manos se cerró entornó a su cuello, él pareció ignorar
todo lo que yo hacía. Pero es que yo era tan obvia.
Llegamos por fin a su
cuarto, donde el poco calor que había, se concentraba y hacía de este un lugar
deseable. Con suma delicadeza me colocó entre las colchas y recargó sobre sus almohadones de plumas.
Delicioso.
Yo, a estas alturas, ya
me encontraba un poco más consiente, pero igual de asustada. No sentí mis dedos
por el frio que hacía y mi nariz me ardía. Un par de veces, Ganesh, me quiso
tranquilizar diciéndome que todo estaría bien, que ya nada me podía hacer daño.
¿Pero es que a caso no lo entendía? Esa cosa ya me había lastimado dos veces
seguidas, y no le importaba con quien estuviera, me atacaba aunque hubiese un
millón de personas acompañándome.
– ¿Qué fue eso? – mi
pregunta sonó más bien esquizofrénica. Pero no obtuve respuesta, quizá fue
porque mi pregunta sonaba más a gritos de desesperación y dolor.
– ¡Deja de moverte! – es
fue mi respuesta. En seguida me tomó bruscamente e hiso que dejara de retorcerme
de dolor. – Si te sigues moviendo te va a doler más, quieta. – En verdad
intentaba mantenerme quita, pero el ardor de mi espalda y piernas era
insostenible. – ¡Tengo que cerrar las heridas, no te muevas!
Con suma delicadeza me
ayudó a quitarme el pantalón y la playera – ya no importaba mucho si me veía o
no desnuda, lo único que quería yo era que este maldito dolor se me quitara –.
Sentí el contacto de sus manos heladas con
mi piel viva.
Tanto él como yo, nos
dimos cuenta de que el dolor disminuía. Yo ya dejaba de estirarme y contraerme,
mis gritos eran más ahogados, más lentos. Ganesh tomó una aguja para cerrar mi herida.
Aquello me hiso reír tanto.
–¿Ahora hasta médico
eres? – Mi mismo dolor se mescló con risas. Él también rió.
Al instante en que la
aguja penetró en mi piel, el dolor se avivó más y la pierna se me acalambró.
¡Maldición! Aquel pedazo de carne que me había arrancado había sido grande,
profundo. Grité una vez más.
– ¿¡Qué fue eso, qué fue
lo que me atacó?!
–Seguramente fue algún hereje. No puedo
estar seguro de eso, yo no lo vi. ¿Qué apariencia tenía?
–Era grande, no es la
primera vez que lo veo, se parecía mucho a un lobo, tenía los ojos grandes, en
ocasiones brillan. Sé que es un lobo porque lo oí ladrar y gruñir como lo había
uno. ¿Qué quería?
–No lo sé, se han
aparecido pocas veces por aquí. Ya no hay herejes en estas tierras, todos se
fueron a las tierras mortales. Pero eso no importa.
–¿Hay alguna forma de
hacer que se vaya?
–Satisfacer lo que
demanda.
–¿Y cómo voy a saber lo
que esa cosa quiere?
–Es algo que yo no te
puedo decir. – Esta vez, su expresión cambio de nuevo. Ya me parecía muy
extraño que hubiese permanecido de tan buen humor tanto tiempo. Pero aunque
parezca más extraño aún, su buen humor parecía ser más y más normal y
frecuente. Sus risas y sonrisas le salían de forma más natural.
Pareciese que
parpadeé. Aparentemente no había transcurrido mucho tiempo. De cualquier forma
el cielo estaba totalmente oscuro, cubierto de nubes como es de costumbre y el
aire muy helado. Mis brazos, mis piernas, la gran mayoría de mi cuerpo se
estaba entumiendo por el frio. Logré enderezarme un poco y recoger las colchas,
también estaban frías. Por debajo ce las cobijas toqué la herida que había una
vez sangrado. Estaba hinchada, seguramente roja, saturada de puntos. En verdad
no creo que tuviese un aspecto muy agradable. Y no me atreví a mirar.
Creo que estuve envuelta
entre las colchas cerca de media hora. No tenía ni la más mínima intención de
levantarme, hasta que Ganesh entró. Como estaba girada hacia la puerta, pude
verlo primero. Como siempre vestía sus ropas elegantes, aparentemente cómodas y
todas oscuras. Aquello hacía que su blanco rostro brillara donde fuera.
Cerró tras él la puerta
y su aroma me llegó. Hasta el momento no me volteaba a ver. Se sentó al filo de
la cama, con aire paciente, y habló:
–¿Cómo te
encuentras? – Me limité a asentir, tenía un extraño sabor en la boca, y no me
atreví a hablar. – ¿Ya has visto cómo quedó? – también respondí sin hablar,
dije que no. Tomó con cuidado las colchas que me cubrían y las retiró de mis
piernas.
Pude entonces ver lo mal
que estas lucían. En eso de que estaba hinchado y muy rojo, tenía razón. Pero
además de todo eso al mal aspecto que
tenía, se le sumaba el tremendo moretón que tenía alrededor de ella y unas
marcas más pequeñas alrededor suyo. Tremendo. – Tienes todo el cuerpo muy mal herido.
Será mejor que no salgas de Palacio. Te quedarás aquí un buen rato. – Estuvo
unos instantes en silencio, mirándome. – ¡Ah, lo que no alcanzo a entender es
por qué a ti! Por qué conmigo.
Aquello me resultó tan
gracioso, escuchar a alguien quejarse por mí, por algo que posiblemente a él no
le afectaba me resultaba divertido. Como sea, no dije nada.
Él supo por qué me
sentía tan incomoda, me dijo que al final de la habitación se encontraba el
baño, que ahí podía asearme. Me puse en pie inmediatamente y me encerré en el
baño. Pareciese que me escondía de él.
Dios, el baño era igual
de lujoso que el resto del recinto. Todas las paredes blancas, con decoraciones
en oro, imágenes de bellas mujeres de
rasgos griegos y pelo amarillo, igualmente adornado con lámina de oro. Al final
del cuarto se alzaba la tina, toda hecha de mármol blanco, había cremas y
lociones totalmente nuevas, inclusive todo el baño parecía no haber sido usado
durante mucho tiempo. Pero la manera en que este era alumbrado por la luz artificial
se veía muy puro.
Me despojé de mis ropas
de la manera más loca, siempre traté de no tocar mi herida, y las arrojé al
suelo. Abrí las llaves de agua, tanto caliente como fría, nivelé la temperatura
y justo cuando el agua sacaba vapor me metí a la tina. Era mi ropa en el suelo
lo que se veía mal ahí, estaba muy sucia toda y en algunas partes manchada de
sangre. La que tenía pegada al cuerpo se fue con el agua caliente y la
hinchazón de mi pierna disminuyó notablemente.
Con los jabones que
había ahí, froté mi cuerpo, lavé mi cabeza y me lavé la cara. Este baño me
estaba cayendo tan bien. Ayudó a quitarme el malestar de encima, pero a la vez
me entristeció. Algo regresó a mi mente, un sentimiento indescriptible, un
recuerdo que no podía comprender. Pero sé que aquel sentimiento mal me dolió,
me hiso retraerme en lo más hondo de mi mente. Dejé de escuchar el agua caer al
suelo de mármol, dejé de sentir el dolor físico de mi espalda, de mi pierna.
Cerré los ojos y me senté en lo más hondo de la tina, deteniendo mis piernas
con mis brazos y poniendo mi barbilla ente ellas.
Pasó un tiempo, luego,
con la yema de mis dedos recorrí todas las cortadas de mi espalda, el tremendo
rasguño de mi pierna y demás heridas diminutas. Mi condición era tan mala que
me pensé merecedora de todo eso. Al igual, reconocí lo bueno que Ganesh había
sido por ayudarme.
Aún no sabía por qué él
me había acogido en su Palacio, en su casa, y aunque sonara vulgar: en su cama.
No tenía respuestas aún a ninguna de mis preguntas, por lo menos no que
calmaran mi sed de saber.
Pero yo confiaba en él, después de
salvarme un par de veces, me sentía segura con junto a él. Si lo había hecho
antes, estaba segura de que lo haría una y mil veces más. Mi pregunta era el
por qué de eso.
No sé cómo pasó, ni que hice para esto,
pero de un momento a otro me di cuenta de que ahora ya no estaba cayendo agua
de la regadera, y yo estaba recostada completamente en el suelo de la tina. El
vapor se había condensado ya, ahora eran gotas de agua pegadas a mi cuerpo,
escurriendo y enfriándose. Hacía frio de nuevo, pero me encontraba limpia,
cansada.
Ganesh ahora entraba por la puerta, muy
tranquilo como la mayoría de las veces. Creo que en todo momento había sabido
que estaba haciendo, tal vez fue él quien había cerrado las llaves del agua. Mi
mente había permanecido desconectada del resto de mi cuerpo y poco a poco se
conectó de nuevo y recuperé la fuerza para moverme. Ponte de pie. Lo intenté, con todas mis fuerzas, pero yo sola no
podía. La helada mano de Ganesh me tomó por el brazo y me ayudó a salir de la
tina.
Mientras que con un brazo me sostenía, con
el otro buscaba, en uno de los estantes, una toalla. Me cubrió con esta. Qué
curioso, no pareció haberse preocupado por mi desnudez, ni siquiera me miró. De
cualquier forma creo que fue lo mejor.
Levanté un pie y luego el otro, salí de la
tina y mis pies probaron el frio suelo. Tras de mí, en los charcos de agua que
había aún en la tina, se disolvía la sangre. Me había recostado sobre mi pierna
y esta, ahora sangraba, poco, pero lo hacía.
Ganesh me envolvió en la
toalla, yo me refugié en él, entre su pecho y su brazo. Me sacó de ahí, casi
sin que mis pies tocasen el suelo, volvió a ponerme sobre la cama, con su
característica dulzura y delicadeza.
–Tenemos que hablar –
dije, esperé pacientemente a que respondiera, pero no –. Si es tu silencio lo
único que consigo queriendo sabe la verdad, entonces vete. – Lo dije de la
forma más seria que podía. Él solo se me quedó mirando con la misma seriedad
con que se lo había dicho, prácticamente me fulminó con los ojos.
Sé que me respondería en
cualquier momento, este era solo una pausa para empezar. Pero qué larga se
volvió la espera. Se dispuso a atenderme. Me vistió, con un cepillo de marfil
blanco cepilló mi cabello y lo peinó. Me ofreció agua y pan, lo devoré todo, de
igual manera se lo agradecí.
La luz que entraba a
esta provenía solamente de la ventana situada frente a la cama. La luz entraba
de lleno, era blanca, y cada que Ganesh se paraba por ahí, su figura se
ennegrecía y su silueta se vislumbraba perfectamente. Su espalda ligeramente
más ancha que su abdomen – a pesar de que este era delgado –, la parte baja de
la espalda curveada. Si nos alejamos más y veíamos más arriba, en su cara: su
nariz formaba una perfecta curva hacia arriba y sus labios, que no eran muy grandes,
conservaban el aliento seductor que todo mundo desea.
De repente, se paró
frente a la cama, como si algo le hubiese detenido para hacer algo. Giró y me
miró. La pausa había terminado y estaba dispuesta a hablar. Lo sentí, me lo dijo sin palabras.
–¿Cómo llegué aquí? –
Fue la primera pregunta que le hice.
–Llegaste por los
bosques, mandé a que te encontraran. Sé donde te encontré, pero desconozco de
dónde vienes. – Esa declaración me decepcionó un poco puesto que no lo sabía
tampoco.
–¿Por qué mandaste a
encontrarme, sabías que estaba aquí, cómo? ¿Qué vas a hacer conmigo, qué es lo
que planeas?
Empecé a formular
interminables preguntas, muchas no las respondía, otras las respondía junto con
otras.
Lentamente la luz se fue
acomodando de tal manera que su rostro por fin fue iluminado. ¡Pero qué blanco
era! Carecía de vida, estoy segura. Sus
ojos brillaban más, el color de su pupila, verde, parecía más líquido que
cualquier otra cosa. Y su rostro, sin un solo poro, nada, totalmente liso.
–¿Qué eres? Puedes serlo
todo, menos humano. Dímelo. – Antes de
responder se sentó a mi lado en silencio.
–Mi nombre puede
depender de cómo prefieras llamarme. Algunas personas nos consideran Demonios o
Hijos del Diablo, Ladrones de Vida o Bebedores de Sangre. Bebedores de sangre
o…
–Vampiros – aquellas
afirmaciones resonaron en mis oídos varios minutos, era algo que no podía
creer, imposible –. Entonces tú…
Diablos, no me atreví a
terminar. Ese término resultaba sagrado para mí, según mis escasos recuerdos,
ya había estado obsesionada con ello.
–Soy inmortal.
Sión, qué mal sonaba en
su boca. Parecía ser algo sin importancia, común, pero es que no lo era, para
mí no. Para mí pudo alguna vez resultar mucho, y él lo decía con desdeño. ¡Como
si no importara! No era cierto.
Estaba en crisis, había
sido tanto lo que me había dicho. Vampiro, inmortal, todo aquello comprendían
una infinidad de poder, un nivel más alto de comprensión, perfección y belleza.
No tenía palabras, solamente no lo podía procesar como yo deseaba. Vampiro,
inmortal. No.
–Venimos siendo
distintos a ustedes en muchos aspectos – empezó a hablar, creo que trataba de
aclarar mi mente, responder las dudas que surgían en mi mente –. Además de lo
que ya sabes, eso de beber sangre y ser inmortales, hay más – le lancé una
mirada para apresurarle –. Por ejemplo, somos vulnerables a la luz del sol, la
luz de luna nos resulta algo fragante y a la vez vital; por nuestras venas
transita la sangre que robamos de los hombres, pero el corazón ya ha muerto.
Así mismo hay cosas que se deben desmentir: las corrientes de agua no nos
afectan en nada; no leemos los pensamientos de las personas literalmente,
solamente vemos lo que puede haber en ella; la fuerza la adquirimos al paso de
los años y esta jamás se destruye, ni aun cuando hemos abandonado el cuerpo.
Así siguió dándome
ejemplos, dándome detalles de lo que era, cosas que muchas veces ya sabía.
Justo lo que necesitaba y quería.
Mencionaba muchas cosas claves sobre la existencia de un vampiro, pero hubo
algo que en verdad me llamó la atención. Dijo que, llegada una cierta edad y
fuerza mental, un vampiro, podía cerrarse al dolor. Teniendo el suficiente
poder para hacerlo podía volverse inmune a cualquier ataque físico. Además de
que, dependiendo de creador era la fuerza del descendiente, tanto natural como
uno por contagio.
Al final haló de la
sangre, dijo que ya no solían beber sangre humana, por que Hëdlard estaba muy
lejos de cualquier población mortal y que era más fácil beber de los animales
que ya vivían aquí. Pero que cuando un mortal se acercaba a estas tierras era
ya muy difícil que sobrevivirá.
–Quieres decir que me
vas a matar – pregunté, Ganesh me miró,
lo vi respirar un par pero no se movió –.
–Creo que es más que
obvio que si esa fuera mi intención ya estarías muerta, pero no, no está en mis
planes matarte. – bajó la vista, me pareció que se había acordado de algo
gracioso, levantó una ceja y rió para sus adentros –. Pero es verdad que esa
sangre viva tuya es… vaya, muy tentadora. Bebería, pero no creo que sea algo de
tu agrado.
–¿Cómo puedes saber que
no te dejaría?
–¿Lo harías? – levantó
sus ojos a los míos, vaya belleza. Aquel verde líquido me perforó cruelmente,
pero qué crueldad más adictiva. Me heló por completo, yo no pude decir nada.
Apoyó su peso sobre la
mano que tenía frente a él, la otra la colocó primero en mi brazo y me acercó a
él, claro que yo no me resistí. No levantó la mirada, solo se fue acercando
poco a poco hasta que quedó a pocos suspiros de mi rostro. Se dejó de mover.
Sentí en mi piel su mano, ¡que fría era! Mis ojos no dejaron de recorrer su
cuello y su cara, su cuerpo era fuerte, su cuello precioso y su rostro como el
de un ángel.
Sujetó mi cuello con una
mano mientras lo acercaba a sus labios, aquel tacto fue lo que más me volvía
loca, más. El primer contacto que tuvo mi piel con sus labios fue aterrador.
Desató en mí interminables sensaciones. Me dejé llevar por cada impulso que me
venía a la mente, lo que fuera, yo me dejaba llevar por él. Hincó sus dientes
en mi cuello, cuando esta se desgarró me produjo un dolor muy fuerte, pero
extraño, porque era placentero. Solo me dolió una vez, y mientras sorbía lentamente
trago tras trago de sangre, mi cuerpo se fue sintiendo un poco más débil, más
frio, sin vida.
Es cierto que por unos
momentos temí que no parara y muriera, pero no le pedí que se detuviera.
Luego me descubrí
completamente entre sus brazos, Ganesh estaba de pie ahora y me sujetaba por la
cintura y el cuello mientras que yo ya no tocaba el suelo. Solo a él. Con las
míseras fuerzas que me quedaban me aferré a su espalda e involuntariamente dejé
cae mi cabeza hacia atrás, todo había acabado, ya dejaba de beber de mí.
Unas gotas de sangre aún
derramaban por mi cuello, y las mismas escurrieron lentamente por mi espalda.
Los brazos de Ganesh me pegaron más a él. Mi cabeza la apoyé en su hombro, mis
pechos se apretaron contra los suyos y su sexo lo sentí en las piernas. Dios,
esta cercanía de su cuerpo y el mío nos fascinaba de cierta manera, suavemente.
Yo ya me entornaba tan débil que no pude ni besarle, nada.
Me fui quedando dormida
en su hombro, era tan cómodo. Con mis manos sobre su espalda y mis piernas
junto a él, vaya que delicioso me quedé dormida. Me quedé en un sueño no muy
profundo, de hecho resultó molesto, puesto que no podía quedarme con los ojos cerrados
mucho tiempo. Mi respiración la acompañaba con la suya, trataba de respirar a
su ritmo, así podría sabe si él seguía ahí o no. Pero vaya tontería aquella,
menos pude dormir.
Ihme
Pasé tres días con sus noches acostada,
casi inconsciente. Sabía perfectamente que Ganesh venía a visitarme de tiempo
en tiempo, hablaba conmigo. Pero por lo débil que estaba solo le podía mirar con
los ojos entrecerrados. Sin poder moverme, sin poder hablar o reír, lo único
que me decía que seguía viva era su voz.
Por profundo que fuese mi sueño, sentía
claramente la desesperación de mí cuerpo por sobrevivir, y por mero instinto la
alerta de que Ganesh no era humano aumentó indescriptiblemente. Me fijaba más
en sus movimientos, en sus gestos y en lo perfecto que parecía ser. Y confirmé
lo que él mismo me dijo.
No recuerdo haber comido en todo ese
tiempo, no sé por qué a él jamás se le ocurrió aquello. Al cuarto día, cuando
desperté me había llevado comida, deliciosa. A esas alturas, que ya me
encontraba mejor puede comer, pero una vez terminado me sentí muy cansada.
Tanto que volví al estado vegetal en el que me encontraba.
–¿Crees que tengas fuerzas para salir hoy?
– preguntó – Esta noche no hay tormenta y el cielo estará despejado, puede que
no haya tanto frio. ¿Qué dices?
–¿Y si esa cosa vuelve a …? – unos
momentos de silencio abrumaron mi mente, lo sentí inseguro de él.
– No, yo voy a estar ahí. – contestó
sonriente. Dios, como confiaba en él. Acepté ir con él al fin. – ¿Pero a dónde
iremos?
–Quiero mostrarte el bosque, es hermoso en
estas épocas del año.
Tomándome por el brazo me puso de pie y me
ayudó a vestirme y calzarme. Mi pelo lo recogí sencillamente en una media coleta sujeta por un moño
oscuro.
Una vez abajo, antes de salir y exponerme
al inmenso cielo, me retraje contra Ganesh. Tenía miedo de salir. ¿Qué pasaría
si algo estuviese esperándome ahí afuera? Si solo yo le podía ver él no podía
defenderme, pero existía.
La impaciencia de Ganesh puedo más que mi
propio miedo, me empujó directamente hacia la salida y una vez ahí me cogió por
los hombros y me giró hacia la ciudad. Solo con los ojos puede advertir que
nada me acechaba. Accedí a caminar, pero muy despacio y siempre junto a Ganesh.
Cruzamos el mar y continuamos a pie.
En cuestión de minutos llegamos a las
faldas del bosque. Donde los pinos eran tan altos como casas, casi veinte
metros de altura, copas escasas y troncos delgados. Si uno caminaba por ahí
debajo, eran pocos los rayos de sol que alcanzaba a percibir. Por eso, me dijo Ganesh,
solían atravesar el bosque o cazar en él, subidos en las copas de los árboles.
Pero como ahora iba conmigo tendríamos que caminar dentro la nieve dispersa en
el suelo.
–Hay cierta aberración por parte de los
caballos al entrar aquí. – dijo – Suelen evitar el bosque, no les gusta. Además
de que en muchas partes no pueden pasar, los árboles son tan cerrados que se
atoran.
–Usan caballos. – dije sorprendida, ¿Cómo
era que una raza tan hábil y separada de lo humano usara tales bestias para
trasladarse?
–Claro. Ya sé, no lo hacemos porque haya
alguna ventaja en ellos, es solo elegancia y costumbre. Además de que en estas
tierras abundan muchos.
–Hay algo que no logro entender – dije –,
¿cómo es que pueden vivir de esta manera, sin contacto alguno con el exterior?
¿Cómo es que no sabemos de ustedes? – Se me quedó mirando unos momentos, sonrió
y antes de contestar me condujo hacia el interior del bosque, donde el aire
resultaba aún más fresco.
–Son las Korkea las que nos mantienen
lejos de cualquier contacto humano. Si miras al sur, encontrarás una columna
inmensa de montañas, esas son las Korkea. Tan altas como el cielo, y poco
exploradas. Las podrás encontrar hermosas pero es imposible que cualquier
humano pueda sobrevivir a ellas.
“Si hablas de tecnología y demás cosas, la
respuesta es simple. La robamos, sabemos por los pensamientos de los hombres lo
nuevo, no hacemos aquí y lo usamos. Recursos naturales, tenemos, vistas y
parajes que nunca encontraras en tus tierras, tenemos. No nos hace falta nada.
“En cuanto organización, Hëdlard es un
lugar muy organizado. Nuestra fuerza militar no es muy grande debido a que la
única otra ciudad vampírica cerca estaba en Vaasa, ahora convertida en nada. La
sangre real es lo único que conservamos desde que Hëdlard se fundó. Toda mi
familia, las siete generaciones, son estrictamente puras y todos fueron
gobernantes a su tiempo.
–Tú eres entonces el soberano de Hëdlard.
– asintió –. Vaya.
Seguimos caminado juntos, él me describía
todas y cada una de las plantas originarias de Hëdlard, ninguna era igual a las
que se conocía humanamente. Había una que me llamó la atención especialmente,
llamada Aamulla. Al estar muerto el cuerpo de un vampiro, si sangra, la sangre
no pará hasta que el bebedor de sangre esté casi al borde de la muerte. Esta
flor se usa para ello. Con el néctar que esta suelta crea una capa dura que no
permita que se derrame más sangre y la herida sana.
–Mira, acércate. – Dijo en voz baja al
llegar un lugar donde los árboles parecían organizarse todos en filas
uniformes, uno tras otro. – Descálzate y sígueme.
Arrojé mis zapatos a un lado del camino.
Los dedos de mis pies saborearon la tierra cual agua, esta fría, en tramos
cubiertos de nieve, en otros la tierra se lucía tan negra que juntas, hacían un
perfecto contraste.
Caminamos unos cuantos pasos, próximos a
donde estábamos empecé a oír el sonido del agua cuando corre. Pero no esa clase
de sonidos que se escuchan normalmente, de
agua chocando contra rocas para seguir su camino, ni de una cascada
pequeña cayendo, no.
Las hileras de árboles empezaban a hacerse
más estrechas hasta que por poco eran impenetrables. Me era difícil ver más
allá de cinco metros y debíamos pasar de lado entre ellos. Cuando parecía
haberse formado una pared de troncos, estos terminaron en seco, dándole una
apariencia de pared al bosque a nuestras espaldas.
Tras una cortina de árboles bajos,
encontré con un camino de piedra. Un camino que aparentaba venir desde las
altas montañas y desembocar en el mar. Todo ese camino estaba formado por una
solo pieza de piedra. Piedra tan lisa y tan negra. Por ella una manta de agua
corría rio abajo. No tenía ni cuatro centímetros de profundidad, no había ni
una sola piedra que interfiriese en su camino. Era agua cristalina.
Me quedé sin palabras. Esto resultaba tan
hermoso, fuera de la vida. Forma de un perfecto equilibrio entre lo vivo y lo
no vivo. Una línea intermedia por así decirlo.
Descubrí a Ganesh mirándome con una gran
sonrisa en el rosto, me tomó entonces de la mano y me condujo más cerca del
río.
–Una maravilla. Podrías considerar este el
mineral es el más escaso del mundo. – dijo al aire, a mí. – Ven.
Me tomó de la mano y me condujo al él. Con
nuestros pies violamos lo más sagrado del bosque. Juntos comenzamos a caminar
por encima del rio, probando el camino de piedra, era tal su perfección que ni
la misma agua la había hecho resbaladiza, no tenía moho, ni piedras, solo unas
cuantas venas de zafiro azul surcando su centro. Estas venas parecían alimentar
la tierra, parecía que dentro había algo más que solidez negra.
Si uno se quedaba viendo a este camino
azabache parecía que el tiempo transcurría sin límite, se sentí uno eterno.
Parecíamos creaturas salvajes y malignas
al estar violando el rio. Pero era él quien poseía aquello, eran sus mismos
ojos los que penetraban en los míos cada vez que volteaba. Bajo lo líquido de
sus pupilas, la sed inmortal crecía con fuerza, me apretaba más la mano y caminaba
más y más rápido.
De la nada se detuvo, aflojó mi mano y
giró sobre si para mirarme. No me gustó nada la expresión de sus ojos,
tremendos.
Tuve miedo.
Nos habíamos detenido en un lugar donde el
bosque se abría en un completo circulo dejando al desnudo, lo que en primavera,
debería haber pasto verde. Aquí, sin la protección de los árboles me sentía muy
vulnerable a él, no tenía en donde esconderme.
Lento, se acercó a mí, agachó el cuerpo
hacia mi cara, respiró de ella, saboreó mi cuello con el aliento y yo el suyo.
Tomé con brusquedad su cuello, que se tensó al momento, era tan fuerte, dudo
que se le pudiese perforar fácilmente. Agachado como estaba, tomó mi cadera y
la pegó a su cuerpo, quedé casi recostada sobre el aire, con mis pechos
probando los suyos y mi sexo junto al de él.
Besó mi cuello, besó mis ojos y solo al
final besó mis labios. Redé entonces su cintura con mis piernas y me pegué mas
a él, se sentía esto tan bien, no lo podía frenar ya. Estaba confundiendo el
cortejo de un predador a su presa con la pasión.
Salió del cauce del rio y se quedó
estático sobre la nieve. Solo me besaba. Llegó el momento en que la tentación
fue grande, ya no soportaba beber de mí, abstenerse a ello, lo peor era que
luchaba con todas sus fuerzas por mantenerme a salvo, y sufrí por ello.
–Todo lo que siempre quise, la manera en
que siempre lo deseé, posándose ante mis brazos, tierna, cálida humana. –
Pronunciaron sus labios, pegados a mi cuello. – Matando un último aliento con
el beso, ¿crees en la vida después del amor? Puede que después de esto tu
cuerpo yazca sobre un infierno, inerte.
“Con el
beso más frio se da una despedida y la muerte le arrastra, solo por ti
lo ha hecho. Has traído a la muerte al lugar más hermoso de todos, y la muerte
se ha enamorado de ti.
“Soy la muerte. Crueldad, dolor y sangre,
¿qué más puedo ofrecer? Tan frágil eres que tan solo apretando tu cuello
morirías, pero así no será tu muerte. Tu muerte tendrá que ser lenta, tu sangre
deberá pasar por mis venas antes de dejarte sin vida. La fuerza de tu alma y
cuerpo quedarán en mí para siempre y solo tu ser quedará libre al aire.
“Reencarnarás en ti.
“Muéstrame tu cuello. Mis colmillos
romperán la piel que impide que tu sangre sea para mí. Tu vida será eterna,
morirás esta mañana y renacerás al anochecer.
“Violaremos juntos tu inocencia, pecarás
día y noche. Más fuerte que cualquiera serás al recibir mi sangre. Morirás
humana, nacerás diosa. Hermosa, perfecta te convertiré.
“Oh, mi frágil diosa, no eres inmortal y
tu juventud se desvanece con tanta rapidez que me será imposible resistir a
dejar que pasen más los días.
“Tu hermosura y juventud son tu primer
pecado. Pregúntame mi edad, vamos, niega que este cuerpo puede tener doscientos
años moviéndose, cazándote. ¡Niégalo!
“Ven, entrégate a mí. Si no quieres que
este cortejo dure eternamente, entrégate a mí, deja ceder a tu cuerpo,
obedécelo, sedúceme.
De pronto, mis ojos se estrellaron contra
los suyos, descubrí en ellos al mismo diablo, no era él. Ahora, en la oscuridad
de la noche sus ojos irradiaban luz, era como ver la misma luna.
Inconscientemente aflojé el cuerpo, dejé
de alejarlo con mi mano y esta vez lo atraje hacia mí. Como fuego abriéndose
paso entre mi piel, sus colmillos penetraron en mi cuello como lo habían hecho
anteriormente. El veneno corrió por mis venas y llegó a mi corazón, que se
estremeció dolorosamente y se agitó con dolo tratando de liberarse.
Bebió lentamente de mi sangre, cada latido
dolía y cada respiración costaba.
–¡Detente! – susurré.
Bebió unos instantes más y luego se separó
con un rugido que me dejó inconsciente. Sobre la nieve y perdida.
Desperté, adolorida del cuello e incapaz
de moverme, sentía que si hacía un movimiento brusco Ganesh se me echaría
encima y volvería a atacarme, pero él no estaba ahí. Estaba sola.
Me incorporé despacio, esperando verlo
salir de algún lugar, pero no volvió. Seguía siendo de noche, así que no había
pasado mucho tiempo, la luna iluminaba como siempre y la nieve me sostenía a
varios centímetros del piso.
Al tacto, esa suave capa de agua helada se
sentía cálida, fría aún pero no áspera como es costumbre. Tal vez era porque la
luna se había intensificado más pero podía ver muy bien, podía ver entre las
sombras de los árboles, lo que se ocultaba en ellos, todo.
No pude disfrutar de estas nuevas
sensaciones mucho tiempo, pues a los pocos minutos algo dentro de mí se
removió. De nuevo mi corazón. Desde mi centro, empecé a escupir sangre, mucha
sangre. La escupía suelta, era terrible, estaba muy asustada por ello, no sabía
qué era lo que me pasaba y si estaría bien cuando eso parara, si es que lo
hacía.
En efecto, dejé de toser sangre, la
hemorragia paró y pude ponerme en pie, pero el sabor se mantuvo en mi boca. Me incorporé
con considerable elegancia, eché a andar aún mejor. Además de esa molestia que
había tenido, nada resultaba malo.
Seguí caminando por el bosque, separada
del rio, caminando sola buscando lo que fuese para salir de ahí. A medida de
que caminaba por entre los árboles dejé de sentirme sola, pero tampoco juro que
alguien me seguía, solo me sentía segura. Pero esa sensación cambió cuando las
ramas tronaron a mi espalada, al principio creí confundirlas con las que se
rompían a mis pies, pero mi oído fue tan fino que distinguía la diferencia.
Sabía que no solo eran dos patas, eran las cuatro. Era la misma bestia que me
había seguido antes.
Escuchaba su respiración, era tremenda,
ahora que la percibía con más detalle supe que era jadeante, como si le costara
respirar. Más bestial.
Sin pensarlo más, eché a correr. Me di
media vuelta y volví sobre mis pasos tratando de burlar a aquello que me
seguía, pero no lo logré.
Seguí corriendo, miré entonces a un lado,
de donde provenían las pisadas y descubrí dos enormes y brillantes puntos
amarillos junto a mí. La bestia era enorme, parada en cuatro patas como ya
sabía, pelaje negro y gris en el lomo, patas con afiladas garras grises y hocico
ancho y afilado como un lobo. Pero no era un perro, lo parecía, pero era
demasiado grande para serlo. Su enorme cabeza llegaba a la altura de mi hombro.
Aquella bestia aulló, su alarido resonó
por todo el bosque y penetró en mí como lo haría una mordida de esos sus
dientes tan afilados. Parecía el llamado al terror, gracias a ese, su sonido
tan tremendo, me embargué de miedo y desesperación. Ya no podía pensar tan bien
como lo había venido haciendo, quería morir.
Eché a correr más deprisa, sin importar ya
si me siguiera o no, si me pudiera tropezar con una raíz de árbol o no, solo
quería escapar de él de la seguridad del bosque o morir. Cuando ya no tenía más
esperanzas y estaba a punto de encarar a ese tremendo monstro caí de bruces.
Iba a tal velocidad que no solo me pegué contra el suelo, si no que me deslicé
unos cuantos metros sobre la nieve hasta que por fin puede salir del bosque.
Delante de mí se alzaba la imponente
muralla de árboles que dividían el bosque de la ciudad y tras ella los ojos de
la fiera brillaron hambrientos, pero no se acercó más a mí. Parecía que le
temía al campo abierto. En cambio dio varios pasos hacia atrás antes de desaparecer
en la oscuridad.
Me quedé quieta, sin saber qué hacer, dese
que había despertado las cosas había transcurrido tan rápido que no había
tenido tiempo de analizarlas como se debía. ¿Qué era ahora, en qué clase de
bestia me había convertido? ¿Dónde estaba Ganesh?
Miré entonces hacia el norte, donde
Palacio se resguardaba en el Tumma. Imponente, pero ahora que lo pensaba,
temeroso. En la punta más alta, donde se encontraban los aposentos de Ganesh,
las luces estaban encendidas en todo el piso, ahí debía estar. ¿Me estaría
mirando? No.
Pretendía ponerme de pie, pero como es de
costumbre ya, no puedo hacer nada por mi misma sin que algo lo interrumpa.
Desde las entrañas de la ciudad escuché
venir un grupo de personas, un grupo numeroso. Miré hacia ellos y descubrí que
eran hombres altos y uniformados, soldados de Palacio, los mismos que había
visto apostados en las entradas del enorme edificio. Como todo soldado, hacen
lo de siempre, y como ya sabía no impuse resistencia.
Uno me tiró al suelo – acusándome de embustera
–, otro me cogió de los brazos y los encadenó a mis espaladas, el resto solo
permanecieron estáticos alrededor mirando y apuntando con afiladas armas.
Cuando me pusieron de pie, jalaron de más de mis brazos, mi espalda se retorció
como respuesta al forcejeo, alguien me golpeó con un garrote en la frente
dejándome una herida considerable.
–¡Ah! No la toques – masculló uno –. El
rey siempre los quiere vivos.
Largo camino el que recorrí, el mismo que
al atardecer. Llegamos a Palacio y solo tres soldados me subieron a los
aposentos del rey – no merece ser llamado por su nombre si es de esta manera en
la que me trata –. Me metieron a la sala y tiraron a las suaves alfombras color
marfil. Mi frente manchó de sangre la tela.
–Lastima, estaba tan limpia… – ese
comentario burlón que dijo el soldado me estremeció en un odio interminable,
solo pude mirarle la cara y grabarla para siempre.
–¡Calla! – escuché la voz del rey del otro
lado de la habitación – Retírense. – pasaron pocos segundos y luego dijo: –
Soldado, encárgate de venir a limpiar tú
mismo las alfombras de Palacio mañana por la mañana.
El soldado se limitó a asentir y marcharse
de los aposentos, tras sí, cerró la puerta. Y entonces mi captor y yo quedamos solos, encerrados en lo más
alto de toda la ciudad, yo con mi odio y él con su inimaginable altanería.
–Veo que te has dejado capturar, de otra
manera esos estúpidos te hubiesen dejado toda la cara hecha pedazos. – dijo.
–No era necesaria tanta violencia, menos
si se trataba de los vasallos del diablo.
–¿Así es como me llamas? – calló unos
momentos – Diablo. Eso quiere decir algo malo. Yo no lo veo así, no he hecho
nada malo. De otra manera desmiénteme. ¿No te he dado la juventud eterna, el
poder sobre la vida? Vamos, eres una diosa, no hay creatura viva que pueda
superarte.
–Pero aún así soy vulnerable a los daños
carnales. – limpié con mi mano mi frente manchada en sangre.
–Nunca dije que no lo fueras. Eres
inmortal, pero tu cuerpo sigue siendo vulnerable, tienes control sobre tu
fuerza, eres más sensible a todo. – pasó detrás de mí y me desató las muñecas –
Eres más sensible al dolor.
Por fin puede verle a la cara, recuperarme
por un momento y sobar mis heridas, remover tan siquiera la sangre. Mis muñecas
presentaban ligeros cortes debido a las cadenas, pero no dolían tanto como mi
frente. ¿Con qué diablos me han golpeado
esos malditos? – me pregunté.
–Soy como tú ahora, poseo tu misma
apariencia; soy joven, perfecta de piel, esbelta, elegante, fina como esculpida
en piedra. – me puse de pie para verle más claramente – Soy fuerte, veo más de
lo que podía ver antes, huelo y percibo más sonidos que antes. Soy igual que
tú. ¿No es eso?
–No, igual que yo jamás. Recibes mi
sangre, recibes mi fuerza, paro aún así eres débil. Mañana no salgas de mi
habitación, al primer rayo de sol que perciban tus ojos quedarás ciega para
siempre, si miras la llama de una vela
tus ojos sangrarán hasta que no quede rastro de ellos. – sujetó mi brazo
con rudeza y me dijo – Eres joven y necesitas tiempo para que tu cuerpo finalmente
muera y se enfrié, mientras no salgas.
–He de aprender de ti, porque tú eres mi
maestro, de ti nací y de ti moriré. – esto último no sé por qué lo dije, solo
lo solté y lo creí.
–Muy bien, aprenderás mientras me siguas.
– Soltó mi brazo y dejó cae el suyo a un costado – Si te quedas atrás perecerás. – permaneció
unos momentos mirándome fijamente, y justo antes de que me decidiera a partir a
su habitación me detuvo – Recuerda no salir por el día, yo iré por ti cuando el
astro rey se haya ocultado.
–De acuerdo.
Lundras
A
partir de aquello me encerré en su habitación y no salí, ni siquiera él
entró hasta la noche siguiente. Lo curioso es que, cuando llegó la noche, la
sed me embargaba increíblemente, durante todo el día había estado presente pero
no con tanta insistencia como ahora, me estaba sofocando poco a poco.
Ganesh llegó dos horas después de que
oscureciera, abrió la puerta e inmediatamente la cerró a sus espaldas. Tenía en
su rostro una mueca de estrés, tenía toda la cara tensa y malhumorada. Pero al
hablar no parecía nada de lo anterior. En cambio, su voz era suave, con aires
de comprensión y mucha paciencia.
–Debes lavarte el cuerpo, mandaré a
alguien para que te ayude. – ¿Qué acaso
necesito ayuda? – Él mismo te dará lo ropa apropiada. ¿Podrías bajar en una
hora?
–Si – Me espanté al oír mi voz, ¡era
terrible! Era mil veces más ronca de lo que jamás había podido escuchar en un
ser viviente, no era grave ni más aguda, era mi tono, pero me costaba mucho
hablar. Ni siquiera yo me entendí.
–Oh, ya sé lo que es. – rió burlonamente,
y yo también – No hables hasta que bebas algo, y no bebas nada hasta que yo te
diga, ¿de acuerdo?
–Si – de nuevo mi espantoso intento de voz
ronca salió, al instante Ganesh y yo terminamos riéndonos de mí.
–Bien, ahora vendrá Toran. Recuerda, no
hables hasta que yo te diga. – y salió de la habitación, esta vez sin cerrar la
puerta.
Tras él, entró un muchacho, de pelo
blanco, aunque no pasaba de los veintidós años, y ojos pardos. Se presentó con
el nombre que me había dado Ero y me dijo que estaría a mis servicios si lo necesitaba. Ganesh lo había asignado solo
para mí. Vaya, qué detalle. Me dijo
que no era necesario utilizar la tina, solamente tallamos las costras de sangre
seca que había en m cabeza y en mis piernas – que por cierto no sabía de dónde
habían salido –.
Al momento de darme la ropa que había
pedido Ganesh, me entregó un vestido blanco y muy caro. Tenía piedras azul
oscuro que servían de ornato al frente del vestido, haciendo un perfecto
cinturón entorno a mí tórax. A decir verdad era muy cómodo y bonito. En la
falda de la prenda había salpicadas más gemas azules y debajo de la tela blanca
había otras que servían para darle volumen a la caída. El vestido llegaba
arriba de mis rodillas y mantenía su corte sin tener tirante alguno que lo
sostuviera a mi cuerpo.
Bajé justo a tiempo, una vez que me
encontré en la planta baja de Palacio vi a Ganesh esperándome a la entrada.
Salimos de la isla y llegamos a Hëdlard.
–Ven, antes de ir, debes beber algo. – Dijo.
–¿Ir, a donde? – pude decir.
–Hay gente que te quiere conocer. Vamos,
no hagas más preguntas, debemos llegar temprano.
Entramos una vez más al bosque, Ganesh me
pidió que esperara afuera en lo que él regresaba. Cuando lo hiso, llegó entre
su brazos con un ciervo te poco tamaño. Vi que no estaba totalmente muerto, aún
respiraba, pero tenía una enorme herida en un costado.
–Ven, toma a tu presa y vive. – dijo
entregándome al ciervo que no pesaba nada.
Al principio no entendí lo que quería
decir, pero recordé que él había bebido de mí un par de veces, y eso debía
hacer ahora yo. Tomé a mi presa, la liberé de la vida, le arrebaté su alma y
viví.
Por unos instantes, antes de matarla y
después de eso, sentí su pelaje grueso entre mis dedos, su calor. Pero mientras
bebía de su sangre lo único que parecía importar era el latir de su débil
corazón. En cuanto este se apagó, dejé el cuerpo en la nieve y nos fuimos.
Caminamos un rato por el límite de la
ciudad y el bosque, no mucha gente se percató de que estuviésemos cerca, y la
que veía a Ganesh simplemente le ofrecía una reverencia, mencionaba un par de
palabras y se iba rumorando. Con el respeto y miedo con el que trataban a Ero
me daba entender perfectamente que Hëdlard no estaba en sus mejores momentos.
–Tienes razón, Antaris – me miró –,
Hëdlard no se encuentra en un tiempo de dicha. Somos un pueblo decadente. – sentí pena por ello –
Pero no es reciente aquello, desde que tengo memoria no nos ha ido muy bien.
Son pocos los que aún recuerdan cómo era antes, pero somos inmortales y no
moriremos hasta que el último Hijo de las Tinieblas caiga.
–¿Qué tipo de problemas? – quise saber.
–Problemas no, no son problemas ni escases
de sangre, nada de eso. Es un impacto que sufrimos desde hace mucho tiempo.
–¿Qué tipo de impacto, qué pasó? – insistí
– Perecen que te tienen miedo.
–Así es, me temen. La pérdida de su reina
afectó mucho.
–Quieres decir que había también una
reina. Tú y ella…
–No, ella era mi madre, no una pareja.
–¿Cómo la perdieron?
No contestó, desvió la mirada y siguió
caminando más tenso. Me indico con señas que ya habíamos llegado. Pidió
silencio.
Al dar vuelta en una calle entramos a la
ciudad. Junto a mí se alzaba una pequeña casa de una sola planta, pintada de
blanco y con reducidas ventanas. Una puerta de hierro negro estaba abierta, y
en ella entramos. De por sí la noche era cerrada, la oscuridad del interior era
mil veces peor, no había ni una sola luz, nada. Era una vil masa oscura.
Al comienzo no me di cuenta, pero en
definitiva no eran mi s ojos lo que me conducían, eran los de el rey. Él me
había abierto su mente y me estaba permitiendo ver por medio de sus ojos. No
era exactamente como estar dentro de él, abandonar mi cuerpo y ocupar el suyo,
era solamente leer – o en este caso ver – lo que él vivía.
Seguí viendo en su mente, mis ojos eran
demasiado jóvenes aún par poder valerse por sí solo, pero si podía valerme de
la mente de los demás serían igual de útiles.
Esto
no lo he hecho adrede. – contesté
Claro
que no – dijo – por eso debes dominar
este arte. Mientras estemos aquí intenta infringir en mis pensamientos. Pero
ten cuidado, si pierdes el control e ingresas por accidente en la mente de los
demás podrían causarte daños.
Asentí en voz alta y continuamos,
claramente sentí que él era el que me aferraba a su mente, no yo. En ocasiones
me soltaba para que yo misma pudiera mantenerme en él, pero perdía el control a
los pocos segundos y volvía a ver nada.
Transitamos largo tiempo por el edificio,
veía que a los lados había muchas puertas de hierro reforzadas, pero en ninguna
entramos. Esto era un perfecto laberinto. Peor por fin abrió una puerta, casi
la última, y entramos en ella.
Ganesh me soltó al instante y yo volví a
mi visión normal, inútil. Escuché voces, pero no sentí nada. Intenté sentir con
la mente la de Ganesh, pero fue completamente inútil, en torno a ella se había alzado
una berrera inviolable. Gracias a esta reacción, me dediqué a inspeccionar la
habitación con la mente, sentí cinco
mentes inmunes a mí. Dos eran muy similares, casi me confundía entre una y
otra; la tercera tenía una aire amigable, era una mujer; la cuarta la sentí muy
fuerte, pesada, era de un hombre; y la última de nuevo una mujer, pero está en
verdad que era tramposa, al principio pensé que podía adentrarme más en ella,
pero en cuanto estuve cerca de darle la primera probada, las barreras que la
protegían se alzaron de inmediato lanzándome lejos de ella, pero mientras lo hacían algo en mi se removió causándome tremendo
dolor.
–Vaya, con que jugando con tu nuevo don. –
dijo una voz áspera de mujer anciana. Por el doble filo de ella supe que había
sido la misma mente que me había rechazado tan cruelmente.
¡Antaris,
no! – Exclamó Ganesh preocupado.
Lo
siento.
–Por lo menos Ganesh te ha dado uno de sus
mejores dones, – volvió a decir la anciana – deberíamos ver que más te ha dado…
–Antaris aún no está preparada para eso, Fiura.
– dijo Ganesh mientras buscaba mi mano en la oscuridad, cuando la encontró tiró
de mí y me protegió con su cuerpo – Es muy joven aún.
–¿Cuánto tiempo?
–Es su primera noche.
Escuché las risas de las cinco personas
que ahí estaban. Me incomodaba que se burlaran así de mí, pero Ero no hiso nada.
–Ahora veo por qué me pediste que no
hubiera fuego en la habitación. No puede ser, ¿tanto tiempo tardaste en decidirlo?
¡Vaya cobarde! – Sentí cómo la mano de Ganesh me apretaba de rabia – Pero
quiero verla claramente, así que será una lástima lo que sentirá. Lundras,
quiero una luz.
A continuación una llama cobró vida a la
mitad de la sala. Yo permanecía con los ojos muy abiertos, alerta a cualquier
movimiento que se pudiera presentar y al encenderse captó toda mi atención, y
aunque me negara, la miré. Un terrible ardor inundó mis ojos y los resecó al
máximo como si un torrente soplara ante ellos. Cerré los ojos con fuerza y me
tiré al suelo, donde la llama no me podía alcanzar.
Vamos,
levántate – insistió Ganesh.
Al sentir su mente tan cerca de la mía me
refugié en ella y tome posesión de sus ojos para ver a mi alrededor. Me vi a mi
misma poniéndome de pie poco a poco, y entonces Ganesh desvió la mirada hacia
el origen de la voz de la anciana.
Era una mujer encorvada, pero bonita, no
había arrugas en su rostro salvo las de la frente. Su pelo era negro como la
noche pero sus labios rojos.
Me miraba con ojos críticos, pero faltos
de expresión. En mi cuerpo, yo mantenía los ojos fuertemente cerrados. Y en
ocasiones, si sentía que la luz era demasiada, me cubría también con las manos.
–Es hermosa, Ganesh. – dijo una voz joven
de mujer.
Ganesh la miró y puede ver que era también
alta, de piel blanca y labios rosas, cabello largo y rizado, de color fuego,
sus ojos redondos y nariz elegante, no afilada. Me miraba con una sonrisa.
–Si, lo es – declaró Fiura – Pero me
agradaría que me permitieras hablar a mí, Leith.
–Si, maestro. – Leith agachó la cabeza,
pero no dejó de mirarme inquieta.
¿Maestro? – pregunté a Ero.
Así
se les llama a sus creadores. – contestó –
Pero tu no lo hagas, no me agrada.
Deacuerdo..
–Me parece muy joven, aunque para ti es
perfecta. Me parece muy débil, pero es muy fina. – dijo Fiura – Creo que no hay
mucha diferencia, se llevarán bien. Pero no creo que resuelva muchos problemas,
El pueblo siempre vio a su reina como un seméjate a su rey, y ella no es un
rival formidable para nadie.
“¿Qué dicen Lundras?
Los ojos de Ganesh captaron a dos figuras
similares, parecían mujeres, lo eran, pero no podían serlo del todo. Su pelo
era totalmente blanco – como el de Toran –, sus mejillas exageradamente
rosadas, labios pálidos. Pero eso no era todo, su cuerpo en general había sido
alterado. Entre sus dientes asomaban un par de colmillos arriba y abajo, todos
los demás Hijos de la Noche teníamos unos pero no tan curvos y poderosos como
los suyos, sus pupilas eran más grandes que las de cualquiera y todo su cuerpo
en general era demasiado delgado para seguir vivo. Sin importar todo esto
seguían conservando su belleza. Creaturas salvajes sin duda.
Las Lundras se miraron entre ellas, se
sujetaron la mano y avanzaron hacia nosotros. Al llegar, las Lundras lanzaron
un gruñido agudo a Ganesh para que se apartara, no lo hiso de inmediato pero
cuando se apartó les devolvió el rugido, solo que el suyo había sido más grave,
semejante al de un felino.
Me dejó sola, a expensas de las Lundras.
Creaturas que teniéndolas cerca me causaban mucho miedo, no sabía qué eran ni
qué me iban a hacer.
Ganesh no quitó la vista de mí para que yo
pudiera sentirme más tranquila.
Una de las Lundras se puso detrás de mí,
sin soltar a su compañera, me rodearon con los brazos y cerraron los ojos.
Dentro de mí, sentí una pérdida de pedo considerable, me había extraído algo.
Algo no materializado, pero que ellas podían dominar a su antojo. Eran mis
recuerdos, me percaté de aquello al querer relacionarlo con algo que me hubiese
hecho Ganesh, pero no podía ver nada, nada de nada.
Gemí de desesperación, violaban mi
intimidad de una manera cruel, y no tenía oportunidad de ocultar lo que no
quería que supieran. Como por ejemplo mi tremendo sentir especial a Ganesh,
porque aunque de seguro él ya lo había anotado, no quería que nadie más lo
supiera.
No pude saber en qué se concentraban, no
pude ver lo que yo no recordaba, nada.
Cuando por fin me devolvieron mis
recuerdos, el peso sobre mi cuerpo volvió a ser normal. Nada raro. Las Lundras
abrieron los ojos y sonrieron. Se dirigieron a Fiura y le susurraron al oído
todo lo que había encontrado en mí, cada detalle y emoción.
–¿Así que te atrae… – me dijo – Vaya,
¿Pero quién no le echaría un ojo al hijo del Águila de la Noche? Todo el mundo
sabe que Ganesh es hermoso por naturaleza, que no te de pena jovencita.
Al contrario, me quise morir al instante,
quise desaparecer y no volver a moverme. Cualquier cosa antes de seguir
soportando esa clase de comentarios.
–Vasta, Antaris no ha venido aquí para
escuchar esa clase de basura. – gracias – ¿Qué es lo que dices ahora?
–Digo que era mejor lo que yo te había
ofrecido. Pero al final es una decisión tuya. Mi oferta ha terminado, estoy de
acuerdo con lo que elijas, estoy satisfecha.
Escuché las risas de las Lundras, que
habían permanecido a espaldas de Fiura. Ese sonido era horrible, tremendamente
irritante.
Será
mejor que nos vayamos. – me dijo.
Me tomó por la mano una vez más y me
dirigió a la salida. Yo había pedido la vista una vez más y salía de ahí a
tientas. Volvimos al inmenso pacillo de las puertas y a los pocos metros de
salir escuché a los lejos el chillido de las Lundras. Escuché también pisadas,
eran tremendas y no había orden, parecías que venían en cuatro patas y que
corrían a una velocidad imposible. Al escucharlo me pegué violentamente a él,
quise que me abrazara, tenía mucho miedo de esas dos.
Corre,
Antaris levántate y corre. – dijo.
A mi mente vinieron los recuerdos de la
bestia que me atormentaba, escuché sus pisadas en el bosque, escuché su
respiración, había visto sus ojos y en tres ocasiones me habían intentado
matar.
Una vez más puse atención al sonido de las
Lundras, era lo mismo, su parloteo y sus chillidos se habían convertido en una
violenta respiración y en gruñidos. Y ahora las pisadas eran las de una animal
pesado.
–¡ Ganesh! – grité sujetando me a sus
piernas.
El sonido de las Lundras ya estaba
demasiado cerca como para que Ganesh pudiera reaccionar, o yo zafarme de sus
piernas. Las Lundras impactaron contra nosotros, separándonos varios metros. Mientras
que Ganesh se recuperaba de la inesperada caída, a mi las Lundras me acecharon. Era terrible tener
su fétido aliento en mi cara, quería vomitar por el olor.
Sabía que las Lundras ni eran ni humanas y
mucho menos podían poseer el Don Oscuro. Y más aún me confundía al saber que
ellas mismas eran la bestia que me había intentado matar tantas veces.
Mientras esperaba cualquier ataque de las
Lundras, busqué la mente de Ganesh, con la intención de zafarme de mi cuerpo y
evitar cualquier daño o dolor. Pero fue inútil, la mente de Ganesh estaba
totalmente bloqueada, no puede encontrar ni una sola quebradura por la cual
colarme. Desistí.
Cerré fuertemente lo ojos y acepté lo que
fuera a venir. La respiración de las
Lundras se detuvo un momento, oí que su gran cabeza se alejaba y con un rugido
bestial se dirigía de nuevo a mí con toda la fuerza y velocidad que les era
posible. Poco antes de que las Lundras pudieran tocarme, algo golpeó contra
ellas y las aturdió. Descubrí que había sido Ganesh.
–Antaris, levántate y corre. – lo intenté,
pero a las dos zancadas las Lundras me tomaron por los pies y me devolvieron al
suelo. – ¡Antaris!
Grité de desesperación, mi pie estaba
entre sus fauces y me arrastraban hacia las entrañas del edificio. Grité el
nombre de Ganesh, una, dos, tres veces, pero no oí respuesta. Hasta que sus
brazos tomaron los míos mientras me arrastraban.
Los tomaron con fuerza y me intentaron
zafar. Pero las Lundras me sacudieron para quitar lo de su camino. Esto me
causó una tremenda ondeada de dolor que subió hasta las cicatrices pasadas, las
de la espalda y las de la pierna. No lo podía soportar más, me arrancarían el
pie si esto seguía.
El peso del cuerpo de Ganesh se me echó
encima para evitar que pe hirieran el
resto del cuerpo, y con su pie pateó la enorme cabeza de las Lundras. Se
quejaron y chillaron. Volvieron a tomar mi pie, pero entonces Ganesh dio una
patada más fuerte y las Lundras se retiraron varios metros.
–¡Corre! – gritó.
Me levanté y como puede corrí hacia la
salida. En ningún momento me zafé de la mando de Ganesh, por más que me
arrastrara, por más que pudiera tropezar, él jamás me dejó.
Salimos de aquella cárcel lo más rápido
que pudimos y una vez afuera nos dejamos caer al suelo. Ambos estábamos
agitados y sin ganas de movernos, pero teníamos que. Nos levantamos y empezamos
a retirarnos.
– Ganesh, no puedo caminar, me han
destrozado el pie. – dije mirando hacia abajo. Descubrí entonces que mucha
sangre manaba de mi tobillo que mi zapatilla estaba hecha girones de tela y por
supuesto que no era capaz de apoyar el pie. Incluso verlo me dolía. – No puedo.
–No lo hagas, ven. – me sujetó entre sus
brazos y me cargó hasta que llegamos a una calle enorme, la calle centras de
Hëdlard. No tardamos más de un minutos solos, una docena de soldados se
acercaban a nosotros corriendo. – Llevarla a Palacio.
Cuatros soldados me cogieron y llevaron
hasta la parte más alta de Palacio, donde me recostaron en la cama de Ganesh.
Vaya,
de nuevo aquí. ¡Qué novedad! Y para colmo herida por la misma bestia.
–Retírense – ordenó –. ¿Estás bien?
–Sí, no me han hecho nada más que en el
pie.
–No es gran cosa, te pondrás bien pronto.
Asentí satisfecha por lo que me había
dicho, realmente no me molestaba mucho el tobillo, peor es claro que él dolor
lo sentía con tanta nitidez que hubiese vuelto loco a cualquiera, sentía cada
fibra de mi cuerpo arder y punzar, cada que me movía el piel lloraba y seguía
sangrando.
Toran no tardó en traer un poco de esa
planta Aamulla, cuando me la puse sobre el pie el líquido blanquizco se fue
endureciendo hasta formar una capa inquebrantable. Dejé de sangrar.
–¿Cómo es que podemos tener ese vínculo
metal, tú y yo? – pregunté. Ganesh permanecí hincado a un costado de la cama,
mirándome.
–Yo te creé, Antaris. – explicó – Toda mi
familia… , ellos también lo poseían. Con él puedes entrar a la mente de
cualquiera que te lo permita.
–¿Podré ver sus recuerdos?
–No, aquello que te hicieron las Lundras
es algo que solo los herejes pueden hacer y específicamente ellas. – calló un
largo tiempo, permaneció inmóvil, como si jamás pretendiera despertar.
–¿Te sientes culpable por lo que pasó,
crees que fue un error llevarme a ese lugar?
–No, no lo fue. Tenías que ir algún día,
tenía que suceder de alguna forma. Incluso en algún momento hubiese tenido que
enfrentarme a las Lundras. Ellas solo siguen órdenes de Fiura.
–Entonces ella fue la que ordenó el
ataque.
–Probablemente, pero no creo que ella se
arriesgara a enfrentarse a mí. Un conflicto entre ellos y nosotros a estas
alturas no les caería nada bien. – volvió a callar, luego dijo: – ¿Viste todas
esas puertas? – asentí – En cada cuarto hay encerrados los peores y más locos
seres de Hëdlard. Los peores terrores para mortales e inmortales están ahí.
–¿Bestias como las Lundras?
–Algunos, ellas no son así por naturaleza.
Son herejes, controlan hechizos y magias, entre otras cosas. Lo que hay ahí
guardado son tanto bebedores de sangre,
como demonios y herejes. Llevan mucho tiempo ahí. Fiura y su equipo han pasado
toda su vida casándolos y dándoles un lugar, alimentándolo con novicios bebedores.
–Por eso me querían. – reafirmó mi
respuesta – Gracias por salvarme, por todo. Hay muchas cosas que no tiene
sentido para mí, no entiendo muchas cosas que dijeron ahí dentro, pero ahora no
es el momento adecuado para discutirlo.
–¿Qué te hace pensar que te diré?
–Yo sé que lo harás. – y sonreí.
Lejos de ti
El sueño se fue adueñando de mí lentamente
de mí, pero sé que él permaneció a un lado un buen rato. Entre sueños, Ganesh
me permitió entrar una vez más en él. Me dejó ver muchas cosas. Me dejó mirar
lo que él había visto y estaba recreando para mí, las bestias que Fiura tenía
ahí guardadas. Muchas ya no parecían personas, ni bebedores, eran monstros.
Tenían una tremenda expresión y rugían cual lobos. Uno de ellos lo recuerdo
bien, pues era hermoso, tenía el aspecto de un niño pequeño, de no más de siete
años. Si se le miraba a los ojos ellos se adueñaban de ti y hacía que te
sofocaras ante sus deseos, que no necesariamente eran piadosos. Pero sé que tenía
un buen corazón dentro, solo que Ganesh me dio a entender que era lo aislados
que estaban lo que más les violentaba el alma.
No fue algo que me agradara ver, a decir
verdad era muy frecuente que yo me zafar de Ganesh pero debido al horror de sus
visiones, a lo real de la recreación. Pero él mismo me obligaba penetrar una vez más para seguir viendo.
Pero además de ese pequeño niño estaban
las dos Lundras, que no formaban parte exactamente de esas bestias, pero
también eran temibles. Efectivamente, estaban bajo el control de Fiura, pero
solo porque la consideraban como su madre. Las Lundras habían nacido gemelas y
herejes, pero justamente sus ganas de
poseer su magia, les violentó y las convirtió en lo que son.
Los demás miembros que había visto en aquella
sala también tenían su propia historia. Leith por ejemplo, había sido elegida
por Fiura para algo – ignoro qué – pero no fue aceptada para ello. Pero su
persona era algo especial, era muy noble, agradable y leal. En cuanto al otro
miembro, Ganesh no quiso que supiese mucho, dijo que él no importaba, lo único
era que debía tenerle cuidado a sus palabras, que solo me confiara de él si él
confiaba en mí.
Repentinamente, Ganesh cambió de
recreaciones, primero me transportó a un lugar infinito, vació, sin luz, pero a
la vez demasiado luminoso. Tenía vida propia. A los lados se me acercaban
listones delicados de colores, naranjas, rosas, azules, de todo.
Esta nueva sensación de paz me resultó
magnifica, como si por fin hubiese encontrado una refugio seguro para mi mente.
Me di cuenta de que ahora estaba en el
suelo, entre un grupo de árboles, no muy grandes ni gruesos como los de
Hëdlard, eran más jóvenes, y la tierra más árida, pero atreves de de sus
vulgares copas, pasaba la luz café, hermosa y perfecta.
El perfecto aroma de madera mojada, y las
hojas secas debajo de mis pies. De mi boca salió una sonrisa. Todo este lugar
era la mente de Ganesh, se sentía a él. Podía sentir que él también sonreía,
que con su propia mente me abrazaba para que siguiera disfrutando.
Y entonces, de la nada, un grupo enorme de
mariposas de colores vinieron hacia mí con el viento. Revolotearon, volaron,
bailaron y rodaron junto a mi solo un instante, parecían no tenerme miedo, pero
cuando alcé un dodo hacia una de ellas todas salieron volando hacia las copas
de los árboles. Poco a poco, cual pájaros al anochecer, las mariposas se
refugiaron en cada rama. La luz dejó de entrar con tanta intensidad y los
insectos se volvieron hojas. Hojas amarillas y naranjas.
Esta vez no solamente sonreí, reí, reí con
mucha fuerza y llena de gozo, y Ganesh también.
Entonces la voz de Ganesh resonó fuerte y
sin eco, recitó una primera parte de un poema el cual a él le gustaba mucho.
Con su voz tranquila pero fuerte dijo palabra por palabra, textualmente era y
con la perfecta entonación:
“He de nadar en el mar de tus brazos,
He de mirar atreves del cielo de tus ojos.
He de bailar eternamente en la dulzura de
tus labios, Fingiendo que la eternidad es poco tiempo para comprenderte:
fingiendo que te quiero lo suficiente.
He de estar loco si pretendo representarte
por medio de palabras, he de estar loco.
Eres algo más simple que un beso,
Eres una caricia de labio a labio,
Una mirada de amor.
Lo eres todo.”
Ni siquiera me cupo en la cabeza
tomarlo como mío, simplemente lo había recitado tan bien, eso era lo que me
había robado la atención. Mi sonrisa se dibujó mucho más y volví a reír,
aplaudí y grité de gozo.
Silencio prematuro, felicidad especial
y tranquilidad infinita. Hermoso y perfecto es esto, lo es.
Lentamente, por encima de mi cabeza, un
listón azul se convirtió en el cielo. Tomando texturas de nubes, de aves
volando y de estrellas invisibles, me hundí en él, miré abajo, no tocaba el
piso. Por más lejos que quisiera ver no miraba el suelo. Era simplemente la
nada.
Y ahora, aquí, en el cielo, un destello
pasa sobre mis ojos, y siento sus manos. Quiero adivinar quién es, pero en su
mente quien más puede ser. Expectativas son las que pasamos pero él en realidad
no está ahí. Fue cierto que sus manos me sujetaron, pero no lo veía. Era mi
cuerpo el que las tenía, no mi mente.
Darse cuenta de lo distantes que están la
mente del cuerpo una vez separados es tremendo, pero saber que lo sujetas en tu
cuerpo es lindo.
Seguí rondado por su mente, azul por todos lados. Me pregunto cómo es
que el amor puede volar, cómo es que el rio puede venir a mí sin que yo lo
llame. Y aún muerto, que el cuello pueda pedir una caricia, sentir un
beso y disfrutar de su bebida.
No, no podíamos esperar ni un
momento, era hora de que lo dejara, pero es cierto, yo no quería. Era música lo
que resultaba para mí. Tenue y tranquila, capaz de amar y destrozar al tiempo,
a su vez peligrosa. Como no admirar a una persona tan completa, a un dios.
Pensé que el sueño había sido
infinito, más bien, eso quería, pero desperté al final. Estaba sola en su
habitación, con las ventanas totalmente cerradas, ni un solo rayo de luz
penetraba en ella. Miré a mi alrededor, soledad completa. En otras ocasiones
esto me hubiese entristecido, pero recordado mi sueño todo parecía igual de
feliz que antes.
Me volví a tranquilizar y a
dormir entre las suaves sabanas de Palacio, sabía que estaba lejos de mi casa,
fuera de cualquier contacto con lo que antes era. Pero ahora, después de Ganesh,
todo parecía volver a alzarse. Me sentía bien.
Fundida en mis sueños, ahí me
quedé, quieta, esperando a que la noche se fundiera con el cielo para que por
fin pudiera salir de este encierro, vagar y ver todo lo que quería. Y así fue, me desperté una hora antes de que el sol se ocultara por
completo. Ganesh entró al poco tiempo para decirme que podía salir de Palacio
si quería. Evidentemente notó el miedo que me provocaba ir por ahí en las
calles si él, temía que las Lundras volviesen a cursarse por mi camino. Pero
dijo que después de lo de anoche, ese par me dejaría en paz un buen rato.
–¿No vendrás
conmigo, verdad? – pregunté antes de cruzar las puertas de Palacio. Era claro
que esta noche no volvería a dormir en su cama, con su presencia calmándome.
–No, esta vez no.
–¿Y qué de supone
que haré ahí sola?
–Hay muchas cosas,
cuando te des cuenta de lo hermoso que es este, nuestro mundo, pasarás mucho
tiempo con él, apreciaras lo que en verdad somos. Ve, corre en los bosques,
sube las montañas, caza a tu gusto y sacia tu sed. Y solo si te gusta, no
abandones el bosque hasta que logres entender todo. – calló un momento y
entonces me tomó por los hombros – Desde las llanuras del norte hasta las
Korkea en el sur puedes ir. Cruza unas cuantas montañas si tú quieres, pero no
abandones Hëdlard. Nada todo el lago, pero no llagues más allá de Vaasa.
Pasó
unos minutos mirándome, sujetándome y sonriendo en todo momento, mientras que
yo me sentía bacía. Creí que sin él, el mundo sería peligroso y muy aburrido, y
tal vez lo era. Pero lo que más me enfermo pensar que comenzaba a depender de
él.
–No
vuelvas hasta que el invierno regrese – dijo.
–¡Pero
eso será en cuatro meses, o más!
Mi
orgullo puedo más que mi pena, no me atreví a decirle que le extrañaría. Pero
él no se limitó, me acercó a él y me abrazó con fuerza. Parecía que mi cuerpo
encajase perfectamente en el suyo, me sentí muy bien junto a él. Y su aroma.
Ganesh.
Salí de palacio
caminando y sin mirar atrás, caminé durante un largo rato al único lugar en el
que, pensé, no me verían. Di vuelta a la izquierda y subí hasta la cima de las
primeras montañas aridas. Una vez ahí, en la Montaña del Sol, miré a Palacio,
la más hermosa construcción jamás vista por ojos mortales. Permanecí
contemplando Palacio mucho tiempo adormecida por la luz de luna que reflejaba.
En sus vidrios, como espejos negros, miraba la luna, se reflejaba con tanta
claridad que parecían dos.
En la misma
ciudad, la gente seguía siendo la misma; madres con sus hijos – escasos por
cierto –, padres trabajando. Hijos de la noche totalmente normales. Esta era
una ciudad tan normal, pero a la vez tan diferente. Puede que este sea mi nuevo hogar, pero aún lo siento como ajeno a mí.
Pensé. Pero me podía adaptar a esta gente, a esa forma de vida, a este mundo.
Mi alma se podría adatar a mi nuevo cuerpo, a estas sensaciones tan agresivas
que me atacaban gentilmente día a día. Si podía. Pero tal vez todo lo hacía por
una sola razón, amor.
Esta idea me
pareció repulsiva, incorrecta. No soporte estar mirando Palacio más tiempo,
puede que si lo hubiese hecho, estaría andando de nuevo hacía él.
Debo confesar que
un sentimiento de tristeza infinita me embargó. Inundó mis sentidos al máximo.
No solo me sentía triste de abandonar el único lugar al que podía llamas mi
casa, si no de dejar a un Hijo de las Tinieblas como Ganesh.
Aventurarme a lo
desconocido se me da bien, temo, pero lo hago al fin. Pero ¿cómo iba a ser que
pudiera regresar de nuevo a Hëdlard?
Ganesh… – Pensé tan fuerte como pude – ¿Cómo
haré para volver?
Seguirás tus pasos, tu instinto te guiará. – dijo – Ahora, vete. No vuelvas
a contactar conmigo, no lo lograrás, en cuanto salgas de mis dominios nos
separaremos violentamente. Y si lo intentas solo te harás daño. Vete.
Obedecí, Ganesh me pidió que me fuera y lo hice. Empecé a caminar
lentamente hacia la parte este de Hëdlard, con el mar Tumma a mi izquierda y
las nevadas Korkea a mi derecha. No sabía a dónde me estaban guiando mis pies,
simplemente seguí caminando. Estando aquí, sola en la inmensidad de la noche,
no se capta más que mi respiración. Es como caminar entre los muertos. Ponía mi
pie sobre el piso, y cuando mi peso iba, la tierra crujía debajo. Fue el único
sonido que me acompañó esa primera noche. Aquí afuera, todo me parecía vacío, y
deprimente. Al no haber ningún indicio de vida no podía alimentarme, pero la
sed todavía no se hacía presente.
A decir verdad nada se me presentaba ahora, solo el deseo de volver
sobre mis pasos. O tumbarme en la tierra y esperar a que algo pasara.
…Escribiendo…
(únicos tres personajes
anexados: Cabo, Ehera y Clío, los tres parros que se encontró Antaris)
Solamente
cuando dejamos la costa del Tumma en la línea del horizonte pude estar más
tranquila, nos detuvimos el resto de la noche a descansar y dormimos como
nunca.
Durante
todo el viaje no había encontrado a nadie con vida, más que animales y plantas,
y ahora que me encontraba tan al norte me llegó la sensación de que había
alguien más. Concluí que ya nos encontrábamos en Vaasa, las plantas aquí eran muy distintas a las de los bosques fríos
de Hëdlard, tenían más colores y su trasmañano superaba mi mano entera.
Mis perros
rondaban cerca, la loba caminaba en círculos alrededor de nosotros tres y
olfateaba cada poco.
A lo lejos,
miré una luz, una luz producida por fuego. Conforme fuimos avanzando, advertí
que salía atreves de la ventana de una choza muy pequeña. Tardamos el resto de
la tarde para poder vela más de cerca y como la loba no pareció inquietarse
seguí avanzando hacia ella.
Faltaba
poco para el amanecer, ya estábamos todos muy cansados para seguir caminando
pero tampoco podíamos tirarnos al suelo sin saber qué era lo que vivía dentro
de esa choza. Apresuré el paso pero mis perros ya no aguantaban más.
El sol nos
iba pisando los talones. Vamos, apresúrate.
– me dije. Giré la vista para mirar el cielo, el sol ya estaba lanzando sus
primeros rayos, me cegaron por un instante donde solo vi un destello blanco.
La loba
empezó a ladrarle al amanecer, se detenía cada poco y se giraba para gruñirle a
la nada. En vez de irritarme lo tomé como un gesto dulce, tratar de protegerme
del sol no lo hacía cualquier lobo.
Pasos, me
faltaban pasos para llegar a la puerta. En cuanto llegué, subí los dos escalones de madera para tocar la
puerta. Nadia abría, volví a tocar, más desesperada. El sol me comía ya. Tuve
que cerrar los ojos. Toqué una vez más. Eché una última mirada al sol, inquieta
de que ya estuviera completamente fuera, pues me empezaba a sentir débil, con
mucho sueño y a punto de desfallecer.
Completamente
blanco, dolor y ardor fundidos en una misma reacción. Oí cómo unos pasos
cortitos y muy pesados se acercaban a la puerta y la abrían, la loba seguía
ladrando y gruñendo con desesperación. Yo por mi parte, perdí el equilibrio y
caí en el suelo de la choza. Afortunadamente mi cabeza terminó en el interior
de la casa y dejó de darme el sol. Pero ya me encontraba exhausta, muerta,
debido al calor del sol ya no me podía
mover, ni hablar.
Fue
entonces cuando me quedé de nuevo dormida, con mis perros cuidando mi
cuerpo inerte en casa de un desconocido.
Solo por la loba me sentía tranquila, con ella a mi lado nada me haría daño
mientras mi sueño me obligó a perder conciencia.
Gabrielle
Abrí los
ojos, estaba ya dentro de la choza y el calor me sofocaba la piel, pero eso
creo era algo bueno. Tenía acalambrados los dedos de los pies por el frio y la
nariz me ardía. Miré que la loba estaba sentada junto a mí y que sus dos
cachorros dormían a mis pies, sobre una cama de paja que abarcaba casi toda una
pared de la casa.
–Pensé que
te habías quedado ciega para siempre – dijo la señora de la choza –. Me costó
media hora poder arrastrarte hasta mi cama, tus perros no me dejaban tocarte y
eres tan pesada como un plomo.
Miré a la
señora, era muy graciosa, vestía una falda colorida y una camisa de rayas
verdes, pero además toda su vestimenta iba adornada con andrajos, flores,
cascabeles, de todo. Era chaparra, no se alzaba más allá de mi hombro, pero
parecía fuerte, dura. Su piel era de las más oscuras que había visto en estas
tierras, pero a pesar de su vestimenta y piel era muy bonita, vieja pero bonita
La señora
tomó una tetera de un fogón que ardía junto a la puerta, de donde venía el
tremendo calor, sirvió un par de tazas de té. Una me la entregó a mí, la tomé
entre las manos y con su calor me calenté las mejillas. Quería explicarle que
no podía tomar nada que no fuera sangre, que mi cuerpo lo rechazaría cual
veneno, pero ella habló antes.
–Bébelo, no
te hará nada. – me miró fijamente – Anda, te calentará el cuerpo.
Solo por
educación tomé un poco. Me pasé el trago y esperé a que hiciera reacción, a que
me tirase al piso y me diera alguna clase de ataque. Pero no pasó nada.
–¿Vez? No
hiso efecto. – rió – ¿Cuál es tu nombre, hija?
–Antaris. –
dije.
–Ah… Me
gustaría escuchar tu historia mientras estamos aquí, falta mucho para que
vuelva a anochecer.
–¿Es de
día! – giré mi cabeza desesperada por no encontrar ninguna ventana que
permitiera la entrada de luz solar, no había ninguna, y la única, la que estaba
frente al fogón estaba tapada.
–Si, pero
tranquila, te hará lo mismo que ese té. Vamos, cuéntame qué haces tan al norte.
Seguía
inquita, y por lo mismo busqué el calor del cuerpo de mis perros, los cachorros
ya se estaban despertando y también buscaban a su madre.
La dueña de
la choza se movió de nuevo y del fogón tomó un cazo donde vertió crema con
leche, luego lo colocó a un lado de mi e inmediatamente los cachorros bebieron
desesperadamente de él.
–Tu perra
se está quedando sin leche, no ha comido bien y no ha descansado, te recomiendo
no corran tanto, o morirán. – acarició a los perros y se sentó frente a mí, con
su respectiva taza de té humeante entre las manos.
–¿Cuál es
su nombre? – pregunté antes de iniciar mi relato.
–Eso no
importa, te lo diré al final, mientras puedes decirme Nanna. Vamos hija,
empieza ya.
–¿Por qué
le interesa tanto mi historia?
–Hija, uno
nunca sabe que maravillas hay detrás de una carita tan bonita. Vamos, incluso
yo tengo una muy buena historia. – tosió fuertemente cerrando los ojos tanto
como pudo y volvió a incorporarse – Pero bueno, no es momento de contarte algo
que ya se de memoria. Empieza ya.
Me acomodé en la cama y crucé las
piernas frente a mí, le conté que había llegado a Hëdlard y que no tenía
memoria de antes de eso por lo cual me era imposible contarle de mi orígenes.
Hablé tendidamente durante un par de horas. Nunca le mencioné nada de Ganesh,
ocultaba lo mejor posible que era protegida del rey de Hëdlard puesto que no
sabía qué efecto podría causar en la Nanna. Pero sé que ella sabía de quien
hablaba.
Cuando
narraba la historia de cada una de mis heridas se las mostraba y en muchas ella
hacía una mueca de dolor. Nanna también me preguntó acerca de los tatuajes de
los brazos, dijo que eran iguales a los de Ganesh. ¡Lo ha llamado por su nombre! Me alerté, pues yo no sabía ni
siquiera por qué estaban ahí, pero la Nanna parecía conocerlos a fondo.
–Esos
tatuajes son solo de sangre noble, Antaris.– dijo – Me he dado cuenta de que
tratas de ocultarme que eres el pupilo de Ganesh, y te entiendo. No cualquier
loco se involucraría con él. Y han de tener sus razones. Si te he de decir
algo, si has de tener un lazo estrecho con tu maestro lo mejor es que te cuides
de mi hijo.
–¿Usted
tiene un hijo?
–No, así le
digo porque ha vivido conmigo toda la vida, yo lo cuidé. De parentesco solo
tenemos el nombre.
–¿Por qué he
de cuidarme de él, qué tiene que ver con todo esto?
–No he de
decirlo yo, si Ganesh no lo ha hecho es por tu seguridad, o ni siquiera por
eso, yo que sé. Ganesh es tan distinto a Aki pero a la vez son iguales.
Permanecí
en silencio, esperando a que agregase algo más a eso, pero no dijo nada, solo
se quedó mirando a su taza de té, y a mis perros. Solo después de terminarse el
último sorbo del té se puso de pie y del mismo fogón tomó un frasco pequeño y
de color rojo y en él vertió alguna clase de agua viscosa.
–Toma, esto
te servirá para viajar de día. – y me lo entregó, pesaba un poco, pero estaba
muy fresco. – Es Teza de plata, eres aún joven y te hace mucha falta.
–¿Cómo he
de ponérmelo?
–En los
ojos. No te asustes por la reacción, durará poco tiempo luego te sentirás más
viva, podrás caminar a la luz del día y comer más cosas, carne por ejemplo.
–Me volverá
más humana. – me quedé pensando en lo maravilloso que eso sería, mirar la luz
del sol con mis propios ojos, comer algo más sustancioso, volver a calentarme –
¿Si esto me vuelve más mortal, entonces llegará el momento en que el Don Oscuro
se revierta?
–No, – dijo
con pena – el Don Oscuro es imperdonable, ninguna droga la desvanecerá, esta
solo atenúa tus poderes. Eso es todo. Pero como cualquier droga te vuelve
adicta, pero no es nada que no se pueda remediar. Como sea, ¿eres inmortal no?
No hay nada que unos años no puedan curar.
“Creo que
deberías cambiarte esas ropas, están hechas girones.
Con más de
una semana viajando por la costa este del lago, era verdad que mi ropa era un
completo desastre. Mis pantalones de lona negra estaban muy desgastados de las
pantorrillas y rodillas, y mi playera manchada de sangre y lodo. En cuanto a
mis botas, creo que esas eran las peores, su suela era tan delgada como una
hoja de papel cebolla.
La Nanna me
invitó a que viera un poco de la ropa que ella había poseído de antaño, que me
la probara y que eligiera por lo menos tres mudas de ropa nueva y dos pares de
botas más.
En una
alforja de piel colocó toda la ropa y solo un par de botas, las otras me las
quedé yo y me vestí con ropa nueva. En la alforja también metió la Teza y hojas
secas de Aamulla, me indicó que las hirviera si me hacían falta y que solo me
untara la miel que se acumulaba al fondo.
Pasé la
noche en la casa de la Nanna, yo dormí con mis perros en el suelo y la Nanna en
su cama de paja. Me empezaba a sentir como antes, ligera y con sed de sangre.
Ah, de nuevo era yo. Lo único malo era que no podía dormir, daba y daba de
vueltas sobre mi lecho intentando acomodarme lo mejor que podía, pero todo era
en vano. Estaba más bien alerta a cualquier ruido que se produjera afuera, en
la inmensidad de la noche.
Escuché más
aullidos de lobo que lo normal. Iban de un lado a otro, con más fuerza y con
más agudeza, ortos eran lejanos y tenues. Cortos o largos. Debido a lo mismo la
loba permanecía alerta todo el tiempo, paraba las orejas aunque mantuviera los
ojos cerrados. Mi perra aullaba con más frecuencia de lo que había venido
haciendo durante todo el viaje. Y por pena de que se despertara la Nanna
intentaba callarla, pero era imposible.
Toda la
choza de estremecía por su aullido y mis oídos reventaban debido a los sensibles
que eran. Por más que quería calmar a la loba era imposible y por más que
quería taparme los oídos y dejar de escucharla solo era una tortura. Giraba y
giraba, pero nada me resultó.
–Es normal
que no puedas dormir, hija. – dijo desde su lecho la Nanna – Eres una creatura
de la noche, es tu naturaleza. – se incorporó y tomó asiento a la orilla de la cama. – Anda, salgan un
rato, si quieres miren la parcela que tengo detrás de la choza. Tomen aire y
cuando regresen habrá un poco de comida para todos.
Abandonamos
la choza, la loba caminaba inquita alrededor de mi y sus cachorros, olfateando
cada rincón y gruñendo al aire. Rodeamos la choza rápidamente, lo cual no me
tomó las de doce pasos. Justo detrás, se alzaba un montón de basura apoyada en
una pared de la choza. La loba trepó a ella hasta llegar al techo de la casa.
Separó las cuatro patas en línea recta, paró cola y orejas y aulló. Aulló con
tanta fuerza que aún lejos de mi me ensordeció.
Sus
cachorros aullaron también, pero con menos fuerza y echándose para atrás cada
que lo hacían, como si su ladrido fuera más fuerte que sus pequeñas patitas.
Los
aullidos de los demás lobos cesaron poco a poco y una vez más el lugar quedo
sumergido en un silencio total. Solo hasta que la loba volvió a bajar me pude
sentar en el pasto, tan verde y húmedo como un paraíso. Los tres perros se
sentaron a mi alrededor, miré atreves de la noche y no pude ver nada. Acaricié a
mis perros y por fin le dije:
–He de ponerles nombre o me volveré loca. –
los tres me miraron y la loba inclinó un poco la cabeza, como si me entendiera
– Empezaré con tu hijo, se llamará Cabo, y tu hermana… Ehera, mientras que tú…
Bueno Clío era una musa en las culturas del sur. Si, ese será tu nombre. Cabo,
Ehera y Clío, preciso y hermoso.
Al cabo de
un rato volvimos dentro y efectivamente, la comida estaba lista. Para los
cachorros, Nanna, preparó cereal con leche y crema caliente, para Clío un trozo
de carne fresca pero para mí nada.
–Tú has de
conseguir tu propio alimento. – dijo la Nanna.
–Esta bien,
lo haré más tarde. Pero ahora es tu turno de contarme tu historia, ya que yo te
he relatado la mía. – Nanna se sentó y se me quedó mirando fijamente mucho
tiempo.
–Ya te he
dicho que no puedo, que solamente le respecta a Ganesh decírtelo, él ha de
tener sus razonas para no haberlo hecho.
–Mencionaste
algo acerca de mis tatuajes, dijiste que solo eran para sangre noble, ¿qué más
sabes?
–Te he
dicho que no, hija. Yo no puedo contarte nada, todo tiene una relación y tú
misma la encontrarás al final de todo. – parecía molesta – Y ahora, si ya no
tienes nada más que decir y ya no necesitas nada más de mi te recomiendo se
marchen ya. Ganesh te ha encomendado la misión de ver y entender cada lugar de
sus tierras y debes cumplir cuanto antes.
En verdad
me sentí insultada, yo le había dado información, y ella nada, se había negado, y ahora me echa
de su casa. Furiosa me levanté y me até la alforja a la espalda. Salí
apresuradamente de la choza con mis perros por detrás. Al bajar los dos
escalones de la entrada Nanna le llamó por última vez:
–Antaris,
te he prometido revelarte mi nombre cuando te marcharas. – dio unos pasos hacia
mí, iba a decir algo pero se lo calló.
Desesperada
seguí avanzando en línea recta y sin
mirar atrás, llamando a Cabo y a Ehera para que no se atrasaran demasiado. No
habían dado más que un par de sorbos a su cereal y Clío ni un bocado se había
terminado. Pero ella fue un poco más inteligente y se fue con su trozo de carne
en la boca.
–¡Mi nombre
es Gabrielle!
La ignoré.
La Nanna
gritaba más cosas a mis espaldas, pero no quise escucharla. Mis perros me
seguían y no me importaba que tan rápido fuera, yo continué hasta que Gabrielle
no me puedo ver más.
De nuevo los cuatro solos en
la gran boca de la noche, con la luna como única luz. A lo lejos un destello
plateado nos llamaba, el lago Tumma se extendía a al suroeste, tomé esa
dirección.
No miré
atrás hasta que estuve en lo alto de una
colina baja. Ya muy lejos estaba la choza de Gabrielle, de su chimenea se
desprendía humo blando y de su ventana salí luz amarilla. Fue la última vez que vi esa casa.
Nos detuvimos un momento, Clío terminó
su pedazo de carne y dejó que sus críos comieran algo, yo espere pacientemente.
Levi
Por el
resto del viaje no exigí a mis perros que recorriéramos largas distancias, casi
nunca corríamos después que faltaran cuatro horas para el amanecer. Nunca nos
separamos del lago, no conocía el terreno y si mis perros se quedaban sin agua
me encontraría en grandes problemas.
Me tomó una
noche y media para poder distinguir en el horizonte un grupo de altas montañas.
Hasta ahora, solo era una cadena deforme al final del mundo pero justo antes
del amanecer podía captar que todas estaban cubiertas por bosques verdes,
vivos. Flores y árboles viviendo en silencio, sin que algo en el mundo las perturbase.
Sobre de ellas, el cielo naranjado del
amanecer, y el cielo morado al atardecer, ante ambos eran especiales por donde
se les viera. Y sus nubes, bajas hasta donde podía ver, largas y muy delgadas.
Vientos que meneaban el pasto desde aquí hasta los árboles de las puntas de las
montañas. Evidentemente eran muchas veces más bajas que las Korkea, pero más
altas que las montañas de Hëdlard.
A la
siguiente noche teníamos esas montañas – que luego de mi viaje supe que las
nombraron Levi – a menos de quince millas de distancia. Podríamos cubrir la
separación esa misma noche, pero decidí descansar antes, no separarme del río
hasta que las viéramos por completo.
Una vez
fuera de las aguas, caminamos en línea recta hasta las montañas. Desde hacía
tiempo que no estaban nevadas, pues todo estaba verde y muy frondoso, pero no
lo suficiente como para ser selva.
Es noche
dormimos a las faldas de la entrada de un valle. En el día el movimiento de los
animales aminoró considerablemente, dejando al bosque casi completamente
dormido. Solo de vez en cuando Clío gruñía a cualquier animal curioso que se
quisiera acercar a mí.
En una
ocasión, cuando el sol ya se había ocultado, abrí los ojos y miré que un alce
pastaba muy cerca de nosotros. Cuando tornó con una pata una rama seca, Clío
despertó y paró las orejas buscándolo.
–Tranquila,
es mía. – le dije, Clío bajó la cabeza y esperó pacientemente. – Perfecto,
paciencia de dragón, Clío.
Lentamente
me levanté, en completo silencio, y obviamente el alce no me escuchó. Desde mi
transformación estas creaturas se volvían diez veces más inferiores de lo que
eran antes. No tenía que usar flechas de madera para darle alcance, bastaba con
saltar a su lomo y romperle el cuello. Tal vez fue mi instinto macabro, pero
esta vez no maté a mi presa tan rápido como antes. No, jugué con ella.
Primero
simplemente me le planté en frente, cuando el alce me vio echó a correr a un
lado y entonces en un solo movimiento rápido – tanto que ningún mortal sería
capaz de verlo –, volví a embestirla. La encajoné durante unos minutos, y
cuando me decidí a darle fin a mi sed, abracé su largo cuello y tomé al macho
por las crestas. Pateó y cayó al suelo.
Disfruté
infinitamente cuando mis colmillos penetraron en su piel, en ese cuero café
oscuro. Lentamente le arranqué le vida, a cada minuto que pasaba su respiración
se agitaba más hasta que perdió conciencia, pero seguía viva. Las últimas gotas
de sangre son las mejores, pero mi loba tendría una simple presa seca, y no
quería eso para mis perros.
–Clío –
llamé, y la loba se acercó corriendo y con el rabo arriba –, vamos hermosa,
come.
Mientras Clío
desgarraba la comida con un hambre feroz noté que sus senos poco a poco dejaban
de estar tan hinchados como la vez en que la encontré. Los cachorros estaban
creciendo y dejaban de ser amamantados por Clío. Cabo se acercaba ahora,
curioso y oliendo el suelo. Al llegar al alce, lamió la nariz de su madre, que
se hiso a un lado dejándole un trozo del muslo desgarrado que ella había
preparado para sus hijos. Cabo le ladró a su hermana, y Ehera despertó,
desorientada y afligida por no ver ni a si hermano ni a su madre corrió hacia
nosotros. Ella también comió.
Mis perros
no lograron terminarse ni la mitad del ventado. Decidí entonces arrastrarla
hasta el interior del bosque, donde seguro en pocos minutos sería la cena de
alguien. Tal vez de más lobos.
Sentí
entonces una agitación en el bosque, el aire corrió desde el interior del valle
y trajo consigo un olor a lluvia. A humedad.
–Vámonos –
le dije –.
Caminamos,
al principio me sentí especialmente insegura. No conocía nada de estas
montañas, las Levi representaban le forma más salvaje de vivir tan al norte.
Creo que las mismas creaturas no le tiene respeto a un vampiro sediento, no
saben lo fuertes que somos, simplemente no nos tienen miedo.
Muchas
veces vi pasar frente a mí pequeños animales que olían el aire y luego se iban,
solo una vez Clío se alteró, se le erizó el pelo de la espalda, abrió las cuatro
patas como para mantener mejor el equilibrio y gruñó muy fuerte, olía el aire y
no dejaba de aullar.
Miré
entonces hacia donde ella miraba, vi en la oscuridad de los árboles a un lobo
de gran tamaño, era un macho negro como el cielo, con los ojos amarillos y los
colmillos tan grandes como los míos. La loba empezaba a avanzar decidida a
atacar, el lobo solo esperaba. Clío era hembra y era evidentemente más pequeña
que el macho alfa que la retaba. No tenía la más mínima posibilidad.
–Clío,
déjalo. – la loba pareció no oírme – ¡Vámonos!
Ya estando
cerca, el lobo gruñó e igualmente avanzó a ella. Estaban a dos de atacarse, me
enfurecí entonces, no iba a permitir que nada ni nadie lastimera a mis perros
tan fieles como eran. Así como ellos me puse en cuatro patas y salté hasta
jedar justo frente al macho alfa, le gruñí – curiosamente de mi garganta salía
un gruñido animal demasiado parecido al de un felino, demasiado potente y lo
suficiente para ponerle un alto al lobo –, se alejó un paso, y luego otro.
Hasta que desapareció en la espesura de los árboles.
–No me
vuelvas a hacer eso. – le pedí a Clío.
Nos fuimos
de ahí.
Paso a paso
el bosque se fue abriendo a nuestra vista, después de rodear la primera
montaña, descubrimos un rio. Gracias a eso pudimos estar más tranquilos, no nos
faltaría agua durante una buena parte del camino, sobre todo si lo seguíamos,
sería difícil que nos perdiéramos, fuese como fuese el río siempre desembocaría
en el lago Tumma.
Nos
mantuvimos caminando rio arriba, hacia el norte. Este río tenía una hermosa
caída. Aparentemente no estaba en su temporada más alta, pues la aparente cauce
del rio estaba formada por roca oscura, que de punta a punta medía casi cinco
metros. No era profundo pero ahora el agua solo corría por los surcos más hondos
y oscuros, haciendo que el sonido del agua aumentara y llenara el bosque con su
música.
Pude ver en
el agua el reflejo de las estrellas, y entonces miré al cielo. Todo él estaba
infestado por luceros, unas más grandes que otras, unas brillaban menos, pero
todas eran hermosas. Entre algunas había alguna especie de polvo blanco, como
si fiera plata, que también brillaba con intensidad, formando un camino de
polvo plateado que se perdía entre las copas de los árboles, o en el mismo
cielo tal vez. Era un cielo que jamás se había visto al sur, fijándose uno más,
se podían ver más colores que el simple color plateado del polvo y las estrellas,
se podía ver cualquier escala de colores dispersado en el espacio.
Quedé
aturdida por la belleza del cielo, me perdí bastante tiempo en él. Hasta
entonces no había llegado a la conclusión más obvia de todas, Ero me había mandado
a que aprendiera a amar sus tierras, a que amara cada respirar de sus bosques y
cada rugido de sus ríos.
Me senté a
un lado del río, y no dejé de mirar el cielo. Mis perros anduvieron cerca un
rato y al final también se echaron a un lado de mí. Clío aullaba con frecuencia
pero no muy fuerte, o por lo menos eso no me pareció a mí.
Muchos
animales se acercaron a beber del rio, otros solo a olernos, Clío no hiso nada
porque yo se lo indiqué, de lo contrario hubiese matado a cualquier creatura
que hubiese osado acercarse a mí o a sus cachorros. Noté que al otro lado del
río, al que me dirigiría para después seguir mi camino, había más hierba silvestre,
menos pasto. Las hierbas eran tan altas como Clío, debería tener cuidado con
Cabo y Ehera, no porque se volvieran presas fáciles, sino porque los podría perder.
–Si fueras
la muerte y siguieras vivo, si un solo suspiro tuyo me diera la vida y el mismo
latido ausente de tu corazón me la arrebatara, no me importaría. – dije sin
razón alguna, pero si para el hombre que más quería. – Quisiera estar contigo,
en este nuestro único lugar donde solo estaríamos tu y yo, nuestros seres
unidos. Tan cerca uno del otro que, con el contacto más ínfimo, se consumieran
los cuerpos, en las flamas más lastimosas, sin miedo a decir ‘Te amaré toda la
vida’ porque así será. Siempre te he querido, mi querer evoluciona día a día,
crece con el aire que respiras, se torna en algo mucho más bello y quizás más frágil,
poderoso, y muy nuestro.
“Infalibles,
imposible, no lo somos, somos tan perfectos tanto uno como el otro. Dejé los
errores humanos para enfrentarme a errores inmortales. Lo que es cierto es que
entre dioses existen las imperfecciones, pero para mis recuerdos humanos eres
el ser más perfecto de este mundo. Desando que en verdad, te tenga a mi lado
para toda la vida.
Terminé de
decir lo que necesitaba y no paré de pensar en Ero, decidí pararme del suelo,
estos pensamientos involucraron tanto mi cuerpo que temí no poder moverme más
tarde, quedarme tendida en el suelo pensando eternamente en lo que me había
dejado sentir.
Creí que
distraerme era lo más conveniente en ese momento, y debía hacerlo rápido, de lo
contrario perdería la noción de lo sucedido. Vamos piensa en otra cosa – me dije –, en lo que sea. Tan repentino como un beso robado. De la nada, en lo
más hondo de mi mente, resonaron dos palabras, que estoy segura procedían de su
boca, de sus labios: Te quiero…
Acepto que
me conmocioné, pensé que estaría ahí, en el bosque, pero giré de un lado a otro
y no lo encontraba, caminé a un lado y al otro del bosque, creyendo haber visto
su cara, pero eran puras ilusiones, deseos de que estuviera ahí. Su nítida
imagen apareció ante mi solo una vez, lo vi a él, de cuerpo completo con el
pelo rizado cubriendo un poco su cara y ropa más humilde de lo que él
acostumbraba pero era él.
–¿Es esto?
– grité desesperada – ¿Es esto lo que querías? Que me volviera loca pensando
que estabas aquí. Maravillosa idea, Ero, te empiezo a ver por todo el bosque,
¿Qué debo hacer, volver corriendo sin parar a Hëdlard? Maldita sea, si estás
aquí, muéstrate.
Nada en el
bosque se movió, pero sentía la mirada de miles a mis espaldas. Giraba una y otra
vez, buscando cualquier movimiento, pero no vi nada, ni siquiera Clío
ladró, nada. Debía parar, antes de
golpearme por lo giros que daba, debía parar y rápido.
Una vez más me fijé en el cielo, el viento había
arrastrado una masa de nubes inmensa, gruesa y negra. Se acercaba una tormenta
desde el sur.
Maldije,
ahora tendría que buscar refugio, y rápido. Una cortina de lluvia cayó sobre
nuestras espaldas en poco tiempo, el viento tiró de mi pelo hacia adelante
bloqueando mi campo de vista. Trié de él y lo puse a un lado. A lo lejos, en lo
alto de una montaña, una formación informe de rocas se alzaba. Corrimos hasta
ella y descubrimos una cueva totalmente seca y no muy grande, solo lo
suficiente para resguardarnos a mis perros y a mí.
Ahí, al
fondo de la cueva, en lo más oscuro, nos sentamos. A mi izquierda se echó Clío,
colocando su enorme cabeza en mi pierna y los cachorros se tendieron entre las
mismas. Al cabo de un rato, me cansé de esa posición, y sin despertar a Cobo ni
a Ehera, los coloqué a un lado y abracé a Clío.
Me
preguntó, cómo era posible que de la nada mis perros y yo hubiésemos terminado
juntos. L cierto era que ambos necesitábamos compañía, pero no dejaba de
intrigarme.
Afuera, la
lluvia seguía azotando sin piedad, escuché como el rio empezaba a correr con
fuerza, cómo arrastraba con su corriente la tierra suelta y cómo en las hojas
del os árboles se acumulaban hasta las gotas más gruesas de agua.
El sonido
de la respiración de mis perros se volvió casi al instante monótona y profunda.
No podía dormir, ni siquiera lo intenté, solo dormiría de día, pero mis perros
estaban exhaustos y no les molesté.
Entonces,
escuché las pisadas de alguien subir por la montaña. Los pasos salpicaban en
los charcos que se habían formado y se abría paso entre las hierba alta. Venía
hacia nosotros. Pensé en despertar a Clío, pero ella era más indefensa que yo,
no tendría caso. Fue entonces cuando me puse de pie sin mover a mis perros y me
planté frente a la entrada de la cueva. Esperándolo todo.
Pensé en la
Nanna, que seguro me había estado siguiendo pero no, sus pasos no hubiesen sido
tan energéticos.
Estiré el
cuello y me paré en las puntas de mis pies para poder verle lo más pronto
posible. Olí en el aire su esencia, dulce, peligrosamente frio y hermoso. A unos cincuenta metros empecé a ver como las
hojas bajas se empezaban a mover, inmediatamente surgió la cabeza de un hombre.
Mi primera impresión fue ver a Ero, pero al fijarme más en sus ojos rechacé esa
idea.
Al igual
que Ero tenía el pelo rizado y oscuro, pero el de este hombre era más café que
negro. En sus ojos una tremenda soledad embargaba el color miel, y en sus
labios la abundancia de sangre se notaba, los tenía hinchados y muy rojos.
Totalmente distinto al soberano de mi tierra.
Alzó la vista y la fijó en mí.
Me estremecí bajo el calor de esa mirada, él no pareció alertarse, solo continuó
caminando hacia la cueva con una disimulada sonrisa.
Una vez
frente a frente, sin decir palabra, penetró en mi mente y pidió permiso de
entrar. Pegué mi espalda a la pared interna de la cueva, asustada de su
increíble valor para irrumpir en lo que habría sido mi territorio de caza, de
irrumpir en mi guarida, en mí.
–Vas a paso
rápido, tus perros morirán si continuas así – dijo –, pero ya lo sabes.
–¿Cómo me
encontraste? – esa primera pregunta me dio el valor para sentarme frente a él.
–El olor de
una diosa es perceptible al otro lado de las Levi. Además, tus presas hablan
mucho de a dónde te diriges.
–¿Quién
eres y por qué me buscaste?
–Mi nombre
es Aki, vine a acompañarte. Vas al mismo lugar que yo. – sonrió lentamente.
–No sé a
dónde voy.
–Claro que
lo sabes, solo que en el camino has de tomar rutas largas y conocer Vaasa. –
aseguró – Tu destino final será Hëdlard, Palacio.
–¿Cómo lo
sabes?
–Eres una
reina, no puedes ir muy lejos tu sola. – bajó entonces la mirada y examinó las
figuras tatuadas en mis brazos. – Solo la realeza tiene de esos. Lo que no me
explico son las heridas de tu espalda, puedo oler la sangre seca que despides.
–Me… atacó
una bestia, una bestia formada por dos seres.
–¿Te
refieres a las Lundras? – asentí
–Desde que
llegué a Hëdlard, esas brujas me han querido matar. – dije enojada.
–No, si lo
quisieran ya no estarías respirando, solo siguen ordenes de Fiura, y su deseo
es matarte, si, pero no de una manera obvia. Ganesh te sacó de la ciudad a
petición de Fiura, si volvías con vida te coronaría, pero solo si regresabas.
Mi cara se
ensombreció, ahora que me ponía a pensarlo con más detalle, era esa la
verdadera razón. Ganesh no había tenido otra opción más que confiar en mí,
confiar y esperar a que volviera. ¿Pero cómo es que él sabía eso?
–¿Tú cómo
sabes tanto?
–Sé muchas
cosas, pero no he de compartirlas todas contigo hasta que no estés lista para
saberlo.
–¿Cómo
pretendes que te deje acompañarme si no quieres compartir tus secretos conmigo?
–Por que no
solo seré tu compañía, seré tu maestro, seré alguien con quien hables, alguien
del que beberás, alguien quien te dirá lo que en verdad está pasando en
Hëdlard.
–No puedo
confiar en ti de esa manera, acabas de llegar y pretendes pasar el día y la
noche aquí. Olvídalo.
–Conmigo,
nunca tendrías que volver a ocultarte de la luz que tanto amas. – Permanecí
callada – Bebiendo de la sangre de alguien más viejo que tú, tu fuerza
incrementará, lo cual hará que tus ojos maduren lo suficiente y puedas ver en
pleno día.
–¿Por qué
lo haría si tengo Teza de plata?
–Ah…
Gabrielle te la dio, ¿cierto? – asentí – Esa bruja – rió por un rato –, por
mucho tiempo viví con ella. La conozco desde que tengo memoria, y sí, solía
vender la Teza a todo vampiro joven, que se volvían adictos a ella. Era una verdadera tristeza
verles llorar sangre sin parar por las calles.
–Vienes de
Hëdlard, entonces.
–Si, pero
tu rey no lo supo hasta que las Lundras me dieron caza. – su semblante se
ensombreció y dijo con tristeza: – Mataron a mi esposa y a mi hijo engendrado.
Fue algo cruel, que perdoné al rey al pasar los años, pero que me sigue
doliendo en el corazón.
Se tomó las
manos y las frotó, se quedó pensando un buen rato. No me atreví a tan siquiera
moverme, era tan triste lo que me había contado que me resultaba irrespetuoso
seguir con mis preguntas. Aunque no sé si le creía.
–He tenido
que perdonar a muchas almas, vivas o muertas. – dijo alzando la cara, pero sin
verme – Si no perdonas, el coraje te come por dentro. Después de todo, todo
tiene un por qué, ellos nunca me hubieran herido de no ser porque yo los herí
primero.
–No sé si
debas quedarte…
–No lo
haré, hasta que tú no lo quieras puedo cuidar de ustedes hasta que decidas
dejarme entrar. Al fin y al cabo, no podremos irnos hasta dentro de un par de
días. La tormenta viene fuerte.
–Bien,
entonces vete. No tarda en amanecer, y quiero dormir. Mañana saldré de caza
para mis perros y yo. – asintió y salió de la cueva, quedándose sentado en
plana lluvia. Al fin que a nuestros cuerpos nunca nos atacaría ninguna
enfermedad mortal.
Dime más
Como él me
había dicho. Al amanecer la tormenta no había parado y el cielo seguía igual de
negro. Ahora los encharcamientos de agua eran más abundantes y el agua que
bajaba de la montaña más intensa.
Clío me
despertó lengüeteándome la cara, acto seguido le acaricié la cabeza y le pedí
me esperara dentro mientras iba en busca de comida. Ladró un par de veces y se
volvió a fundir en la cueva para aguardar con sus cachorros.
El ruido de la lluvia y agua
caer era tan fuerte que me fue imposible escuchar lo que Aki decía desde la entrada.
Tuve que acercarme más para entenderlo.
–Iré contigo – gritó en mi oído
–. Esta lluvia es muy fuerte y te costará trabajo encontrar comida.
Me sería inútil protestar, no
tenía las fuerzas de discutir con él, solamente caminé montaña abajo. Al poco
rato encontramos la madriguera de zorros bajo un árbol. En su interior dormían
tres zorros, los tomamos todos y les dimos muerte, ambos bebimos de los zorros
y la carne la devolvimos a la cueva para mis perros.
Descubrí que no estaban ahí,
pero le pude oler no muy lejos de la cueva, supuse habían salido a desechar
todo lo que habían bebido y comido.
Al llegar Ehera y Cabo me
lamieron la cara, pero Clío se quedó quieta observando fijamente a Aki. Les
arrojé los zorros a sus patas y los tres los devoraron pieza a pieza hasta solo
dejar inútiles restrojos de carne roja, de los que me deshice de ellos después.
–¿De dónde salieron esos
perros? – preguntó Aki.
–Le salvé la vida a los
cachorros. La madre se llama Clío, el macho cabo y su hermana Ehera. – dije.
–Parecen lobos.
–Lo son. – Aki tomó a Ehera por el pellejo del cuello y
la acercó a su cara. Le alzó los labios y miró sus míseros colmillos.
–No, son mitad lobo. Tienen
los colmillos blancos, mira. Los cachorros tiene cuatro meses de edad por lo
que me dicen sus dientes. Todos son muy bonitos. – volvió a dejar a Ehera en el
suelo. – Están muy bien alimentados.
–Gracias, compartimos comida,
lecho, todo. – reí.
Esa noche permanecimos dentro
de la cueva, Aki fue el que más habló. Yo permanecía sentada en el lado opuesto
de la cueva, escuchando con atención y con mis perros junto a mí.
–Has de contarme tu vida –
dije –, dime dónde naciste, cuéntame de Hëdlard hace tantos años. ¿Cómo era?
–Solo una, mi vida o Hëdlard –
bromeó.
–Hëdlard.
–Buena elección, pero para tu
desgracia tendrás que oír un poco de mi vida para que pueda llegar a describir Hëdlard.
Yo nací, aproximadamente en el año 1724, o cerca de ello. El punto es que obviamente Hëdlard
no contaba con luz eléctrica, ninguna comodidad, Palacio estaba alzado sobre
mármol blanco y columnas recubiertas de plata. Para nosotros la plata era el
metal más preciado y caro, puesto que carecíamos de él y que en su reflejo la
luna adquiría mejor brillo. Al norte como siempre ha permanecido Palacio, solo
se ha construido tres Palacios distintos, el actual, el de mármol y otro que
mentiría si dijera de qué materia era o cómo se miraba desde afuera.
‘Lo que sí, es que, durante
las breves ocasiones que estuve dentro
del Recinto de Plata nunca había contemplado tanta belleza. Todas y cada una de
las columnas eran de plata pulida con incrustaciones en diamante blanco. Las
puertas, todas, eran oscuras, color chocolate y en ellas estaba plasmada algún
paisaje de Vaasa, los zorros gigantes de las Korkea y el mismo rio Ihme.
‘En la entrada principal
estaba apostados siete soldados de la guardia montada, sus caballos bien alimentados,
alazanes crines lava, todos sementales. Los uniformes, como siempre imponentes,
no han cambiado mucho, eran negros, ajustados a su medida, tan perfectos que
parecían quedarles chicos. Sus protecciones hechas de la piedra que nace en el
Ihme, es un metal líquido que a bajas temperaturas se vuelve ligero y más
resistente que nuestros huesos, tan maleable como la pile de un mortal. Claro,
todo esto recubierto con piel de buey, pero solo para que luciera más elegante.
‘También los caballos tenían
armadura, le cubría el pecho y los costados, así como el cuello y la grupa,
dejando al descubierto solamente las partes más bajas. Daban un aspecto de ser
tan fieros como los hombres que los montaban; inclusive, para que diesen más miedo,
les ponían herraduras pesadas para que al cabalgar sonaran estruendosamente.
‘La primera planta, solamente
consistía en una enorme escalera que llevaba a ambas alas superiores del
Palacio, figuras en piedras distintas, en los que podría mencionar como más importantes
a los cuatro hijos de la Luna y obras de arte variadas. El arte humano de esas
épocas era el favorito del rey, en una ocasión hiso traer a un pintor de la
vieja Italia para que le dibujara el lago Tumma en la pared de sus aposentos
cual gran ventana y luego le mató.
‘Decía que
eran tan imperfectas que eran extrañas en sus tierras.
‘La reina, por otro lado, no
era tan caprichosa ni ambiciosa. Ambos habían contraído matrimonio pero no
están lo que se dice enamorados. Su matrimonia había sido arreglado por sus
padres y una fuerte suma de tierras más al norte, pero tuvieron la suerte de
aprender a quererse y con los años contar con el otro como pareja. No fue un
matrimonio triste, te lo aseguro.
‘El rey pasaba la vida
resolviendo problemas que se presentaban en la ciudad. Él era juez y rey por
igual, decidía entre los problemas, todas las mañanas tenía audiencias con el
pueblo y por las tardes atendía asuntos de comercio con Vaasa. Para él era muy
difícil resolver cuantos barcos de ganado debían mandarse al norte y cuantos
cazadores debía transportar por tierra. Había veces que eran tantas sus
ocupaciones que mandaba al ganado por tierra y a los cazadores por agua. Era
todo un lío.
‘Sybelle, reina y amiga del
rey, realmente no hacía mucho, se ocupaba
en su belleza y en la belleza de los lugares que concurría. Pero era
buena con la gente. Hacía ya tantos años, el tráfico de mortales no estaba penalizado,
al año entraban y morían casi siete hombres por vampiro vivo, y solo cien de
todos ellos se volvían bebidos de sangre. Era a ellos a los que Gabrielle les
vendía su Teza de Plata.
‘Por cierto, Gabrielle, era
una de las pocas amigas cercanas de Sybelle. Ella y Venilla acompañaban a la
reina a todas partes, primero comenzaron como damas de compañía, pero con el
tiempo se volvieron inseparables. Gabrielle era la única hereje, Venilla era
vampiro al igual que el resto de los que viven en Palacio. Todos con su propia
recamara y sirvientes, claro.
‘Pero bueno, en sí, Hëdlard ha
cambiado mucho. Un ejemplo de ello, es sus habitantes, antes las casas
abarcaban menos de la mitad del territorio, pero aún así era grande. La otra
parte eran comercios, y otros lugares, el rey y la reina debían mantener
ocupados a toda la bola de bebedores de sangre humana para que no bajaran a los
pueblos mortales. Fue en el reinado de la reina Sybelle y su eterno compañero,
donde se logró la completa abstención de la sangre humana.
‘Pero por lo mismo había
demasiada rebeldía por parte de aquellos que eran más sensibles a la sangre.
Gran mayoría se escondía en las Korkea y cazaba desde ahí atrayendo a los
hombres y mujeres con encantos propios de un inmortal de tierras altas.
Aki hiso una pausa, me miró
fijamente a los ojos y frotándose los brazos con las manos y sacudiéndose el
pelo del agua que nos había caído, dijo muy lentamente:
‘Ganesh es el mejor en su
clase, puede desear a cualquier ser desde su lecho y este mismo perderá razón
de sí e irá a sus pies como un amante.
‘Esos vampiros que huían a las
montañas del sur, eran perseguidos hasta la muerte, murieron muchos, si, pero
gracias a ello el hombre nunca tuvo conocimiento de nuestras tierras.
–Pero hay vampiros en tierras
mortales. – dije.
–Sí, los hay, muchos son la
descendencia de los que lograron escapar y decidieron vivir con su propia
comida. Son solo pocos los que perduran, y ninguno vive fuera de Hëdlard. Se
esfumaron de la noche a la mañana dejando solos a sus hijos es hijas.
–Dime cómo eran los bosques,
cómo eran y cómo son las montañas Korkea, dime tus leyendas. – en mi voz pude
captar un cierto tono de emoción y excitación que no pretendí refrenar. La
misma pasión que provocaba Hëdlard aún cuando estaba cerca de ella cobraba vida
ahora.
–Bien, pues, las Korkea siguen
siendo iguales. Altas, solas, muy solas, un terrible lugar en donde vivir. Es
el único lugar en donde en serio he sentido frio. Todas, de punta a punta son
heladas, todos los días del años, siempre. Lo único que les puedo encontrar de
hermosas son las vistas que te regalan a ambos mundos. En una de las puntas más
altas se puede contemplar la ciudad de la luna y la ciudad del sol.
‘Yo que puedo vivir de día y
de noche pasaba horas mirando a esas curiosas creaturas vivir su vida. Cubierto
con una gruesa piel de oso me sentaba en los riscos más altos de las últimas
montañas a contemplar su mundo. Es claro, la variedad de vida es notable, ahí,
por cada humano había una animal.
‘Felinos, los más elegantes;
caninos, los más fieles; peces, los más tranquilos; insectos, los que más se esforzaban
por vivir; y las aves, oh tremendas creaturas. Si tan solo yo pudiera volar con
su misma libertad por el mundo como lo hacen ellas. Si tan solo yo pudiera ser
libre. Surcar vientos, vivir cerca del sol, sentir como calentaba mis husos.
‘Las montañas nunca me han
gustado, pero tiene lo suyo, y hasta cierto punto las tolero. Otra cosa muy
diferente son los bosques. El Bosque Frio del oeste, antes no era tan cerrado,
antes si transitaban los caballos y los mercaderes, antes el rio era más
grande. La nieve solo caía por seis meses, dejando el resto del año para los
tres restantes estaciones del año. ¡Pero ahora no, nieva ocho meses al año!
‘Durante esos seis meses en
que no nievaba podías pasear por el bosque solo, tus pies podían acariciar el
pasto verde que crecía. Te podías recostar en lo helechos que crecían del piso,
trepar a los arboles y saltar de copa en copa como ahora se hace. Crecían rosas
a los límites de sus tierras y los tulipanes en su corazón.
‘Y la ciudad, vaya, esa es la
que más ha cambiado. ¿Puedes creerlo? Antes había un río que lo surcaba por la
mitad, precisamente se llama como se llama ahora la isla de Palacio, Jalo Veri.
Por el navegaban canoas, transportaban mercancía o personas, dependiendo. A las
orillas de Jalo Veri se extendían las tiendas más caras y lujosas, centros de
reunión y un par de tabernas para los herejes que cruzaban por la ciudad. Esa
calle era suntuosa, pomposa, llena de oro y plata, decorada de piedras
preciosas, y aderezada con lo mejor de la población. Nunca se veía vampiro
alguno que no luciera sus mejores trajes y vestidos. Era muy común ver parejas
jóvenes de bebedores paseando por ahí, cogidos de la mano o del brazo, y en muy
raras ocasiones orgullosos de traer a sus hijos agarrados del brazo. Lástima
que mi madre no tuvo la misma suerte.
‘El rio iba desde las faldas
de las Korkea hasta los pies de Palacio.
‘Y claro, que no se me olvide
el lado este. ¡El peor de todos! Al que nunca le he encontrado chiste ni sentido.
Las montañas no son más que un simple estorbo, son áridas y solas, son pleno
desierto y sin vida. De esas me niego a hablar, me entristecen y no me gustan.
–¿Y el lago Tumma? – pregunté
preocupa porque ahí terminase su relato – Cuéntame de él, ¿por qué es tan
grande, qué oculta en su interior?
–Bueno si, de él no me he de
olvidar, tranquila, no he olvidado detalle de nada. Pero antes quiero recordad
que hay leyendas de todo, o de casi todo, por ejemplo, las Korkea;
‘Se dice que mucho antes de
que los soles se alzaran al cielo y la luna alzara los mares, mucho antes de
que el hombre tuviese razón de su desnudez, nosotros, los hijos de la noche,
vivíamos con ellos. Más bien, los cazábamos. Nunca fuimos muchos, éramos tan
pocos que en los escritos de los mortales jamás quedamos plasmados, más que un
par de veces, donde nos dibujaban como dioses.
‘Al ver nuestro cuerpo
desnudo, con el pelo dorado y azabache, un cuerpo atlético e inmunes a las
extremas temperaturas, y sin dudarlo nuestra inmortal belleza, pensaban que
éramos dioses. Fue hasta que tuvieron razón que nos vieron como monstros.
‘Y bien, vivimos entre ellos
mucho tiempo, muchas eras, inclusive en el viejo Egipto hay vestigios de que
existíamos. Dos alcanzaron a ser faraones. Pero llegó el día en que el hombre
empezó a tener verdadera conciencia de lo sobrenatural, nos miraban a los ojos
y nos llamaban demonios, nso sentían las manos y nos decían muertos, pero
besaban nuestros labios y nos decían ángeles. ¿Quién los entendía? Tenían miedo
de nosotros pero nos amaban.
‘Muchos vampiros se fueron a
tierras más al norte para mimetizarse entre su gente. Pero la insistencia de lo
sobrenatural en los humanos crecía, y mucho. No recuerdo el año, pero los
creyentes iniciaron un persecución y matanza de muchos de nosotros. Claramente,
muchos grupos se unieron y huyeron aún
más al norte.
‘Siendo nosotros más rápidos
logramos llegar a lo que ahora es Hëdlard, y entonces, justo cuando vimos a los
mortales acercarse por el sur, la luna respondió a las plegarias del su pueblo
y entonces se dice que la cordillera más grande del mundo se hiso entre los
hombres y los dioses. Se alzaron las Korkea, arrastrando con ellas los cuerpos
ya muertos de toda persona que intentasen extinguir nuestra raza. Y entonces,
la luna, para ocultar la evidencia, cubrió eternamente las montañas con nieve,
dejándonos a nosotros libres de amenazada, y con un terreno prospero para
vivir.
‘Con el tiempo, los humanos se
olvidaron de nuestro asunto y ahora no somos más que una leyenda.
–¿Y es cierto eso? – pregunté,
al principio lo había relatado con lo que parecían hechos verídicos, pero el
final… no sé, no me convencía.
–¿Yo que sé? La historia es
más vieja que los reyes. Me la contó mi Nanna.
–¿Qué hay en el lago Tumma? –
reiteré.
–Oh, eso. Bueno, para empezar
se le dice Mar Tumma, puesto que en ningún lado puedes ver dónde termina el
otro, pero definitivamente es lago por el agua dulce. Tiene siete islas
principales, las que siempre se dibujan en los mapas. – suspiró y volvió a
acomodarse en su lugar para recargarse en la pared de la cueva – Pero en
realidad son veinte, de las cuales solo tres son permanentes, las otras diez
desaparecen en primavera y verano para luego volver a la superficie. Jalo Veri,
por ejemplo, esa es permanente, por lo alta que es, pero junto tiene dos islas,
una igualmente pequeña que la otra solo que la segunda desaparece en primavera;
la tierra se humedece lo suficiente para aguantar todo el invierno y es entonces
cuando se llenan ambas de vegetación.
‘Se tarda más o menos dos
meses en cruzar el Mar Tumma desde la punta de las Levi hasta Jalo Veri. Es
demasiado, al parece tú no te hiciste más de dos o tres semanas.
‘Los vientos que se generan en
el centro del lago crean tormentas en verano y primavera, ahí es cuando el mar
está más agitado, siempre hay olas hasta en el mismo centro del Tumma. Cuando
se calma es en invierno, pero aún así siempre está nublado por las nevadas
constantes y el lago se congela, bueno no siempre, solo en ocasiones cuando el
invierno viene fuerte. De hecho ahora están empezando la temporada de tormentas,
pero casi no nos percataremos de ellas al estar tan al note, a lo mejor llueva también,
quien sabe.
‘También para el Tumma hay
leyendas, se habla de caballos marinos. Pero no caballitos de mal, que son más
peces que caballos, no, son bestias del tamaño de un equino. Su cabeza y su
tronco es igual, sus crines si son como las aletas de los peces, y en sus patas,
en vez de tener pezuñas tienen aletas con membranas, tan residentes como los
huesos. Respiran aire, pero viven en el lago. Claro que sus colores los
distinguen mucho, no tienen pelo, son tersos y de color azul claro, otros verdes.
‘Muchos han hablado de
avistamientos al noroeste del lago, en la península más grande, donde acuden para
aparearse. Posteriormente las hembras permanecen en aguas poco profunda
esperando a sus críos, mientras que los machos bajan a lo más profundo del lago
para llevarles comida.
–¿Crees en ellos? – pregunté
interesada en todas la maravillas que me decía. – ¿Existen?
–Sí, los he visto. Por eso sé
lo que sé, en ninguna historia te relatan en donde viven y se aparean, en donde
nacen y en donde se educan, cómo viven esos meses de gestación las yeguas. Los
tienes que observar tu mismo. Son hermosos en verdad, imponentes y muy orgullosos,
peligrosos si los haces enojar, pero como a tus perros, si le salvas la vida a
uno te deben la vida eternamente. Aunque yo nunca le he podido salvar la vida a
uno. – soltó una ligera risa.
‘Y como siempre existe una
leyenda del cómo llegaron ahí.
‘Se dice que en la quemazón de
Vaasa, todas la creaturas que ahí vivían, huyeron al lago, el único lugar donde
podían estar a salvo de las llamas de ese infierno que se comía a Vaasa cual
monstro hambriento.
‘La quemazón duró semanas,
cada planta, cada ser, cada víctima fue quemada, desaparecieron todos menos los
caballos. Los únicos animales que tuvieron el coraje de lanzarse al lago. Tanto
sementales como yeguas y potros penetraron en el mar y se salvaron en sus olas.
Nuestra señora la Luna premió a los caballos por su valor, dándoles características
parecidas a la de sus hermanos los peces,
convirtiendo la mitad de su cuerpo en una gran cola, sus crines en aletas
doradas y sus patas delanteras les quitó las pezuñas y les envolvió los huesos
con membranas para que se asimilaran a la aleta que llevaban en la cola. Fueron
solamente sus espaladas y su cabeza las que les dejó conservar, todo para
recordarle a todo el mundo lo valientes que se habían vuelto los caballos,
ahora llamados Kelpies.
‘¿Sabes? Si alguna vez te
encuentras a un Kelpie, nunca le des la espalda. Primero que nada, si los vez,
has que te vean antes de que te des la vuelta y te marches, si te mira y tú te estás
marchando te atacará. Estés dentro o fuera del agua, los Kelpies saben cómo
atraerte. Muerden y te sumergen hasta lo más hondo del mar, son tan fuertes
como nosotros y son característicos de la muerte, muchas veces, verás representados
a los Kelpies como caballos endemoniados luciendo crines y cola de fuego, o
como animales casi muertos, en huesos y horribles.
‘Gracias a esas
representaciones, mucha gente, al ver a los Kelpies se encantan de ellos y
terminan muertos. Por lo mismo, te vea o no, asegúrate de hacer una reverencia
ante ellos y marcharte de inmediato.
–¿Cómo es que te agradecen si
le salvas la vida?
–Ah, para empezar, te dejarán
beber de ellos, su sangre es tan divina que te permitirá hacer cosas que como
un vampiro normal jamás hubieses podido hacer.
–¿Cómo qué?
–Más fuerza, más claridad en
las mentes del mundo, y claro sus dotes. El lago es negro, dentro no se ve
nada, pero con su sangre podrás ver hasta lo más hondo del lago, podrás nadar
tan cómodamente como ellos.
‘Y lo más importantes de sus
dones, el poder entrar entre sus manadas, montarlos, nadar con ellos. Créeme,
es demasiado lo que te dan por salvarles la vida, a ellos o a cualquier otro de
su especie.
–¿Cómo fue que ellos te
dejaron entonces estar tan cerca de ellos? – pregunté – Dices que no has
salvado a ninguno.
–No, pero vencí a si macho
alfa. – incorporándose tomó aliento y se sentó sobre sus piernas – Yo no sabía
lo que te dije, la primera vez que vi a un Kelpie no lo reverencié y era el
macho alfa, más brioso que cualquier otro, más fuerte y grande. Tenía la piel
blanca y su cola era gris, sus aletas eran enormes y su cuello fuerte. Al
parecer el Kelpie esperaba con fervor a que me inclinara, y me hubieses
ignorado si lo hubiese hecho, pero en vez de ellos me atrajo a él con sus
cánticos.
‘Primero se sumergió en el
agua, tras meter su cabeza, vi fundirse las membranas de sus crines blancas y
solo al final su cola. Desde el fondo del lago la bestia aulló, un alarido
agudo y lastimoso. Al principio solo era una nota aguda, pero conforme pasaba
el tiempo esa nota se iba haciendo más lastimosa, casi inaudible.
Mi mente se confundió
tremendamente, mi cuerpo caminó sin preguntarme hasta la orilla del lago y
justo ahí cuando el alarido llegó a lo más agudo me doblegué sobre mis
rodillas. El Kelpie salió de las profundidades le lago, creo que por un momento
le pude ver usar toda la fuerza de sus patas y cola para luego salir disparado
hacia el cielo y ahí mismo retorcerse espléndidamente.
Yo no tenía ni la menor idea
de lo que debía hacer, seguía luchando por ese control mental que el aullido
del animal había producido en mi cuerpo, ahora entumido. El Kelpie se acercó
tanto a mí que logró tomarme por la ropa y arrastrarme hasta el agua. Una vez
ahí perdí toda esperanza, el mar estaba negro y no penetraba nada de luz.
‘El Kelpie me sumergió tanto
que la presión del agua en mi s oídos era ya tan insoportable como su chillido.
Cuando ya no creía aguantar más logré zafar mi cuerpo del control del caballo,
con mis brazos me aferré a su cuello y lo apreté con fuerza. Una vez más subió
a la superficie y dio un gran salto en el aire, por poco me tira de su cuello.
Lo intentó una y otra vez, pero yo seguía aferrado a él. Entonces me zambulló
más profundo, la presión sobre mi cuero me mataba, tuve que cerrar los ojos
para no cegarme, llegó el momento en que sin más remedio lo solté.
‘De un golpe con su cola me
aturdió lo suficiente para que él pudiese salir a la superficie y tomar aire de
nuevo. Cuando volvió por mi enrolló su cola alrededor se mi cuerpo y me apretó
con fuerza.
‘Esa vez ya no tenía
escapatoria, había conseguido envolverme los brazos y era demasiado fuerte.
Mientras tanto seguía sumergiéndome.
‘Logré ver más de ellos
alrededor de nosotros, al parecer se congregaban para ver cómo su alfa destrozaba
a un vampiro. Pero fue un error, una parte de su cola quedó frente a mi boca, y
la pude morder. Su sangre llenó mi boca al instante y la comencé a tragar a
sorbos rápidos. Lentamente el oxigeno me fue inútil y la presión del agua dejó
de atrofiar mis sentidos. Fue tal la cantidad de sangre que bebí, que el Kelpie
casi yacía inerte a la mitad de una docena de los suyos. Las demás bestias parecieron
conmocionadas, coleaban muy a menudo y daban patadas en el agua furiosos.
‘Quise pues terminar rápido
con eso bajé un poco para retomar el cuerpo de mi enemigo y le apreté el cuello
hasta quebrárselo hasta que por fin murió. Solo al final vi su blanco cuerpo
perderse en la oscuridad del lago.
‘Salí de ahí muerto en miedo,
enfrentarse a lago desconocido y que te toma por sorpresa teniendo tanta fuerza
como tú es aterrador, pero aún más haber salido con vida. No regresé a casa esa
noche, me había impresionado tanto la existencia de los caballos que me quedé
dormido esa noche y al amanecer volví a entrar al mar.
‘Tenía suficiente sangre del
caballo que pude sumergirme sin la necesidad de aire constante, al final caí en
cuenta que me podía mantener casi treinta minutos sumergido. Al principio solo
bajé al lago, busqué rápidamente a la manada de Kelpies, pero no los vi, bajé
más, pero seguía sin ver el fondo del lago…
–¿Cuanto tiene de profundidad?
– interrumpí.
–No sé, –sonrió – cuando pude
ver el fondo ya no penetraba luz de la superficie, supongo que lo suficiente
para que las manadas de Kelpies y otros monstros se oculten perfectamente. El
punto es que no me encontraba ni a un cuarto de profundidad del lago, miraba de
un lado a otro, nadé mucho, arriba y debajo de un lado a otro, tuve que
respirar dos veces y a la tercera vez cuando estuve a punto de abandonar mi
búsqueda vi cómo desaparecía la cola de uno de ellos por mi lado izquierdo.
‘Nadé entonces lo más rápido
que pude, daba patadas fuertes y con las manos me abría paso, pero los Kelpies
son muy rápidos. Me vi obligado a salir a la superficie y volver una vez más.
Luego de cinco minutos nadando hacia donde lo había visto me di cuenta de que
me acercaba a la costa. Solo a veinte metros de tierra firme los vi, eran
muchos, casi veinte, distintas tonalidades de azul, verde y blanco o plateado.
Había machos y hembras, así como potros
que salían con frecuencia a la superficie y jugaban entre ellos.
‘Más profundo, dos machos
peleaban entre sí, se daban golpes con sus colas, patadas o mordidas, según
fuera el caso. Por sus movimientos me di cuenta lo ágiles y rápidos que
eran para nadar, detalle que se me había
escapado por estar peleando con el alfa. El diseño de su cuerpo era perfecto,
su gran cola los impulsaba, mientras que con las aletas de sus patas y sus
crines se daban dirección. Eran perfectos.
‘No me permitieron acercarme
mucho, huían o me envestían, pero si lo suficiente para observarlos. Estuve dentro del agua casi una hora, si
intentaba aproximarme a los potros ellos simplemente me ignoraban o me pegaban
con sus colas, a decir verdad son demasiado celosos con su belleza que se
niegan a compartirla. Pero son tranquilos, no atacan mientras no les des
motivo.
–¿Pero… qué es lo que hay en
el lago? – Ehera chilló y se fue meneando la cola hacia Aki, que la cogió entre sus brazos y le acarició el lomo –
Mencionaste que esa primera vez no habías llegado al fondo, pero cuando
llegaste, ¿qué había?
–Lo que más abundaba eran las
algas, pero era curioso, pues hasta abajo no había sol que le alimentaba, así
que supongo por eso eran tan grandes. Medían casi siete metros de alto y
estaban lo bastante separadas para que los Kelpies nadaran entre ellas. – Ehera
se estaba quedando dormida entre sus brazos – Además de eso, en algunos tramos
se pueden ver restos de barcos herejes. No es que encuentres tesoros piratas,
ni mucho menos, son solo restos de madera cubiertos por algas, son casi
indistinguibles. Pero supongo que si alguien que tuviese la visión de un monstro
marino entrara a explorar encontraría mil maravillas, yo no sé.
Afuera, la lluvia se había
calmado mucho, ya solo eran un chispeo, escuché que el rio mantenía su misma
fuerza, tan fuerte como hace unas horas pero constante. El aire que corría ya
no era tan fuerte, solo hacía que las gotas acumuladas en las hojas de los
árboles más altos cayeran.
Mis perros todos estaban
dormidos a mi lado, excepto Ehera, que había tomado cuna en los brazos de Aki.
Ambos nos quedamos viendo fijamente, sin decir palabra y sin movimiento. Creo
que él estaba sonriendo, pero yo no pude más que apartar la mirada.
–¿Me dejarás dormir esta noche
dentro, o me sacaras como ni a tus perros haces? – solo porque lo dijo en broma
respondí bien, de otra amanera creo que en serio lo hubiese echado de la cueva.
–Me has convencido, aunque no
se de tu vida, me has convencido hablándome con sinceridad de las cosas que
sabes me he sentido bien. Además, siempre tengo a Clío para protegerme de
cualquier cosa que pretendas hacerme. – asintió. – Entonces, creo que es hora
de volver a descansar, ¿mañana hemos de partir?
–Mañana antes del amanecer,
si.
–He dicho que no puedo viajar
a la luz del día.
–Lo sé, ya resolveremos eso
mañana. Ahora duerme, supongo que como siempre Clío mantendrá la guardia. –
asentí recostándome del lado opuesto de la cueva – Por culpa de tu perro no me
pude acercar antes, siempre estaba alerta y mi olor la hubiese alertado y despertado
a plena luz del día y una ceguera permanente te hubiese tomado.
–Vaya, hasta considerado y
cuidadoso eres. – reí
–Por los reyes siempre se da
la vida, Antaris.
La luz en mis ojos
–Ya, es hora. – dijo la fina
voz de Aki – He intentado no despertarte, pero si perdemos más tiempo no saldremos
este día.
Miré afuera, llovía igual de fuerte
que antes, el caer de la lluvia era apagado por la piedra pero seguro que era
ensordecedor al aire libre.
Con las puntas de los dedos me
acomodé el cabello y lo hice hacia atrás. Algunas veces creía que era terrible
tener tanto pelo en la cabeza, que era realmente tedioso pensar en arreglarlo,
pero en verdad me gustaba cuando lo traía suelto. Era largo, muy negro y tan
rizado que se dividía en perfectos chinos ondulados dándole un exquisito
volumen.
La ropa de la Nanna seguía
limpia, tal y como me la había dado, las votas eran las únicas sucias, llenas
de lodo y pasto seco. Mejor de lo que había pensado.
Me puse de pie al fin, no había advertido que
Aki se encontrase tan cerca de mí, mirándome. Solo de reojo lo podía ver, era
como un bulto contra la luz gris que entraba, pero de la nada se movió y se
despojó por unos instantes de la luz. Con una fuerza brutal e insuperable, me
tomó por la quijada y me abrazó con su brazo derecho. Intenté patearlo para quitármelo
de encima, pero antes de eso él logró morderme a un costado del cuello. Cierto,
el dolor fue más intenso de lo que recordaba, el sentimiento de satisfacción
casi era mínimo y la pérdida de fuerzas se incrementaba conforme la sangre
abandonaba mi cuerpo.
–Alto – supliqué aturdida Mientras
que con una mano le apretaba la parte posterior del cuello con todas mis
fuerzas, con la otra le separaba el cuerpo del mío –, te lo pido. Me estas
matando.
Pero continuó sorbiéndome la
vida. Llegó el punto en que mis pies despegaron del piso y mis ojos se cerraron,
estaba al borde de la muerte. Aki parecía no sostenerme en sus brazos, parecía
estar flotando entre su pecho y sus brazos. Pero era terrible, quería darle fin
a esto y creo que fue por eso que cedí. Aflojé mi cuerpo y solté mis brazos si
más fuerzas para sostenerme.
Muy suave fue ese roce. Antes
de la muerte mi mente se cruzó por la de Ero, a pesar de la distancia lo sentí
tan cerca como siempre, una caricia tras otra, suaves e impregnadas con su
aroma. Vi entonces atreves de sus ojos.
Estaba mirando por las amplias
ventanas de Palacio, nadie más que la luna lo podría estar mirando. Con sus
dedos recorría la superficie del vidrio y lo acariciaba al igual que a mí mente,
cerraba los ojos y pensaba en muchas cosas, decía nombres que no conocía. Recordó
a alguien, alguien a quien había querido mucho pero que él le había arrebatado
lo más preciado de su vida, lo había hecho vivir el mismo infierno. Sentí su
arrepentimiento en lo más hondo deseaba no haberlo hecho, deseaba volver a
tener la mimas estrecha relación con aquella persona; pero a la vez se sentía
satisfecho por lo que hiso.
Dentro de su mente no rondaba
la misma tranquilidad de antes, ahora estaba inundado por la melancolía, quería
soltar su cuerpo y ser libre. Creo que la tensión que lo amarraba a él era lo
que le tenía tan desesperado. Abrió los ojos una vez más, aspiró el aire frio
de la habitación y se retiró de la ventana. Las gotas de lluvia escurrían por
su ventana, se deslizaban elegantemente, tan envidiables eran para Ero, ojalá y
así pudieran correr sus lágrimas. Y al final, solo al final pensó en mí, pensó
en mi pelo, en mi cara, en lo frágil y hermosa que había sido cuando mortal.
Sentí su deseo hacia mí, no era una necesidad claramente pura, pero extrañaba
eso que aún no conocía bien, mi nueva inmortalidad. Tenía esa curiosidad
corrosiva de saber la nueva fuerza que me poseía. Me quería de vuelta, eso era
seguro. Antaris… – dijo –.
Este lazo entre mi mente y la
de él fue cortada bruscamente. Al comienzo solo había escuchado un eco, pero luego
la voz de hizo más seca y nítida.
–¡Despierta! – dijo Aki –
¡Bebe, anda, no caigas!
Frente a mí su mano se
extendía, blanca y reluciente, al no percibir con nitidez los colores todo lo
blanco brillaba como el fuego y lo demás era demasiado opaco. Tomé esa mano
entre las mías y mordí con fuerza pero fue mísera la cantidad de sangre que
saqué, el agujero que le procuré había sido como el de un alfiler. Pero me
ocupaba más la sangre que de la cantidad, y conforme fui recuperando fuerzas le
pude morder más profundamente.
Escuché a Aki quejándose
frecuentemente de dolor, pero no retiraba la mano. Seguí bebiendo con avidez.
Una vez más, mis fuerzas regresaban, aunque la sangre dentro del cuerpo de Aki
seguía abundado. El deseo y necesidad de darle muerte se produjo en mi mente y
se ejecutó en mi cuerpo, no pretendía detenerme, y no lo hubiese hecho de no
ser porque él lo demandó.
–Ya, suficiente.
Lo repitió varias veces, yo no
desistía de beber. Su corazón poco a poco se fue frenando, al comenzó latía
desesperadamente pero ahora parecía vencido. Su muerte se aproximaba
violentamente y yo no podía frenar. Fueron los últimos sorbos de sangre, su
verdadera consistencia la que me frenó, el sabor, la vida, el calor que había
en esas últimas gotas.
Fue el éxtasis de la sangre lo
prohibido. Con fuerzas, que Aki sacó de
no sé donde, logró beber una vez mas de mí, pero no al borde de la muerte, sino
hasta que ambas fuerzas quedaran equilibradas. Yo tenía los brazos entumidos y
el cuello tenso, los ojos bien abiertos y las pupilas enormes.
–Duerme – dijo –, bebiste de
más y es tu cuerpo ahora el que no es lo bastante viejo para cargar con mi
sangre. Duerme.
En el suelo me quedé tumbada,
incesante y débil.
Tuvo que pasar toda la noche,
tuvo incluso que amanecer, yo desperté entonces, cuando la luz ya debía estar
iluminando todo. Primero abrí los ojos, pensé que todo lo ocurrido había sido
solo un mal sueño, de hecho aún no era consciente de que era de día. Recordaba
y recordaba, pero nada me venía a la mente, lo único claro era la conexión con
la mente de Ero. La tenía clara y fresca en la mente, las sensaciones, su
aroma, todo. Pero lo demás resultaba peor que una pesadilla.
Respiré el nuevo aire. Tierra,
lluvia, maleza viva, el olor de mis perros, el de Aki, el mío, agua… La música
en envergó mis oídos se asemejaba a la orquesta más hermosa del mundo. Había ya
aves revoloteando, las gotas que caían de los árboles, el viento, que a veces
silbaba grave o más agudo, dependiendo. Y en mis ojos, no sé, aún no me atrevía
a ver hacia afuera, quería guardar la sorpresa para ese momento. Pero ahora
disfrutaba de la oscuridad en donde veía con suma claridad y detalle.
Las piedras vivas, el aire
bailando y el agua cantando. Este mundo era maravilloso, mejor que cualquiera.
Luego de unos momentos
descubrí a Aki detrás de mí, callado y mirándome.
–Toca – dijo tomándome la mano
y extendiéndola para alcanzar las paredes de la cueva –, ¿lo sientes?
¿De qué diablos me está hablando?
La piedra yacía caliente a mi
tacto gélido, pero había algo más. Latía, respiraba… estaba viva. Inclusive
podía sentir su mente, o eso creí. Impresionada pegue mi oído y mi cuerpo a la
pared, las palmas de mis manos las extendí y mi yemas sintieron, mi pecho tocó
la roca y esa cedió, mi odio escuchó y la tierra habló.
Atreves de ella la vida de
cientos de creaturas jamás mencionadas en ningún libro cobró forma. Era
explícitamente como si la conciencia y vida del mundo entero estuviese
conformada por las mentes de todo ser vivo que en ella habitaba. Que toda creatura
viva, muerta o carente de la misma
hiciera al mundo lo que es, y que ahora me estuviese hablando.
Flamas, árboles, agua,
animales, mentes, todo lo escuchaba atreves del interior de la Tierra.
–Está viva – dije –, tiene
vida.
–Sí, todo en el mundo está
vivo.
–¡Salgamos, lo quiero ver
todo! – mientras decía esto me apresuraba a salir, y por el ruido desperté a
mis perros, que también se pudieron de pie.
–¡No! – gritó Aki, que se
movió tan deprisa que solo logré ver un objeto borros deslizarse hasta quedar
frente a mí y me tomó por los brazos. – No puedes salir así, se que quieres
ver, sentir, pero su la luz pega en tus ojos aún será malo para ti, no te
producirá una ceguera permanente, pero es mejor que no lo intentes.
–Maldita sea, Aki. Suéltame.
¿Para qué demonios bebiste y me hiciste beber de ti si no podemos viajar de
día? – grité.
–Tienes Teza de Plata, úsala.
–Me has dicho que es una
droga, no la voy a usar. – intenté zafar los brazo e irme al interior de la
cueva, pero no me soltaba, con el forcejeo Clío se erizó del lomo y le empezó a
ladrar a Aki amenazándolo y lista para atacar – ¡Suéltame!
–No, usarás la Teza. ¡Me
importa poco si quieres o no, hemos de regresar cuanto antes a Hëdlard y me niego
a que sea solo de noche! – me soltó solo de un brazo y con el otro jaló la
alforja y de ahí sacó el frasco rojo – Toma, o te las pones tú, o te las pongo
yo – ni siquiera me moví –. Excelente, lo haré yo entonces.
Me tumbó al piso sin que yo
pudiera tan siquiera oponerme, abrió el frasco y lo puso de cabeza. Se puso
sobre mí, poniendo sus piernas junto a mi cadera, una de cada lado, con una
mano sostenía la Teza y con la otra mantenía mis muñecas pegadas al suelo sobre
mi cabeza. Forcejeaba, pataleaba, movía la cabeza de un lado a otro, pero lo
lograba hacer nada. Se dio cuenta de que necesitaba ambas manos para lograr
ponerme esa cosa y tuvo que soltar mis manos.
Me tomó la cara y la
inmovilizó, acercó rápidamente la Teza a mis ojos, pero antes de que lograse
ponérmela intenté apretarle el cuello, pero era inútil. Una gota calló sobre mi
ojo derecho y segundos después calló otra en el izquierdo.
–Listo – sonrió –. Prepárate
para lo peor.
La rabia se me subió al
rostro, que se sonrojó impresionantemente procurándome un ardor tremendo cerca
a los ojos. Los cerré y grité de coraje, lo maldije por lo que me había hecho,
a ciegas lo quise alcanzar pero era inútil. De pronto el ardor dejó de atacar
solo mi rostro y se trasladó al resto de mi cuerpo, este incapaz de soportarlo
se arqueó en un gesto de dolor separando mi espalda del suelo y apretándome la
cabeza con las manos.
La Teza acalambraba mis
piernas, a mis manos las hacía inútiles y volvía mi cuerpo más inmortal. El
corazón me empezó a latir con estruendosa fuerza en mis oídos y la sangre
caliente corrió por mis venas, calentó mi cuerpo, le dio vida.
Con voz ahogada suplicaba que
esto para, no creía soportarlo más, y es que era cierto, sentía como una vela
se acercara a mis ojos y los quisiera quemas, ardían.
Clío ladraba desesperada en la
entrada de la cueva, daba vueltas cerca de mí y chillaba con frecuencia, de
milagro no se le había lazado a Aki antes, pero estoy segura que era lo que más
deseaba.
El sufrimiento se prolongó
varios minutos y cuando acabó me descubrí llorando gotas gruesas y espesas de
sangre que escurrían por mis mejillas y empapaban el suelo, mi cuerpo entero
temblaba y moría de frío.
Limpié las lágrimas de sangre
que aún quedaban en mis mejillas y entonces me dirigí a Aki. Le miré, lo odié,
haberme obligado a pasar por esto me había más que humillado.
–¡Eres un desgraciado! – grité
y me le eché encima con intención de tirarlo, pero mi cuerpo no hiso más que
trepar a su cuello, no lo moví ni un solo centímetro.
–No puede hacerme nada. Eres
tan débil como cuando eras mortal. – no encontré burla en su voz, tampoco un
deseo de aprovecharse de lo que acaba de
decir, pero al igual me enfurecía.
Clío y sus cachorros volvieron
a mí y se pusieron a un lado, mirándome y lamiendo mis brazos. No los quité,
tenerlos cerca me hacía sentir protegida siendo ahora tan débil.
Maldije una vez más a Aki,
pero él no se inmutó.
–Vámonos – dijo –, hemos
perdido mucho con esto.
–No iré contigo – declaré –.
–Sí lo harás.
–¡No tengo por qué hacer lo
que tú mí dices! – con toda la fuerza de mis brazos golpeé su pecho con los
puños cerrados – No iré. Me niego a seguirte.
–Antaris, tienes dos opciones.
Seguir con este maldito viaje por tu voluntad, aprendiendo de mí, sabiendo lo
que necesitas y quieres saber, teniéndome a mi no solo como tu acompañante y
protector, sino como un amigo; o bien puedes seguir negándote e ir conmigo por
la fuerza.
–De las dos maneras me
estarías obligando.
–Una es menos dolorosa que la
otra. Tú eliges.
–¡No puedo confiar en ti! –
siendo él más alto que yo, le tenía que mirar hacia arriba, lo cual no ayudaba
mucho para darme ánimos – Nadie en este mundo me ha querido decir porque soy
tan importante. Me tratan como una reina, pero no soy nada, era antes una
simple humana sin conocimiento de su propio origen, tengo a un par de Lundras
acechándome y ahora tú que tampoco me explicas las cosas, pero que a la vez me
cuentas cosas que no creo posibles, pero que lo son. ¿A quién he de creerle, a
mi sentido común o a ustedes? – di un paso atrás intimidad por su mirada de
enfado – ¡Dime porque soy tan importante, dímelo por que de otra forma no
creeré ni una sola palabra de nadie más!
Descubrí que todo esto era
difícil para él de explicar, pero lo haría, solo que necesitaba encontrar las palabras
adecuadas. Pasaron los minutos, no hacía más que mirarme a los ojos y retarme.
Pero al final alguien siempre cede.
–Estas condenada a ser reina
de Hëdlard – enmudecí –. Sí, Ero fue el que te atrajo hasta este lado de las
Korkea para que fueras tú. ¿Viste a Leith? Fiura fue también quien la propuso a Ero, pero ella
es bebedora de sangre de nacimiento, no como tú, y Ero es lo que busca, alguien
mortal para convertirla entonces en lo que él llama un ‘diosa’. Eso eres para
él, una diosa.
‘Para que yo no tome el
poderío de todas las tierras debe haber una reina, y la reina tiene que estar
desposada con el rey. Es decir tú debes casarte con Ero para que yo no tome la
corona en Hëdlard.
‘No solo es cuestión de
orgullo, no son solo las tierras que hay, no es la gente o el pueblo, no es la
corona. Hay vampiros que piensan que Ero solo hace que el Hëdlard sobreviva,
pero creen que yo podría hacer mejores cosas, que yo podría devolver nuestra
civilización al mundo exterior. Y sé que puedo. Nosotros no estamos hechos para
vivir de animales, respeto la vida mortal, pero quiero volver al mundo, hay
maravillas que nadie se imagina. París, Nueva York, Londres, Alaska, Nueva
Zelanda, China, Berlín, Egipto. Hay millones de años de historia ahí afuera,
tanta belleza, el mundo está listo para nuestra inmortalidad, nuevas bellezas.
Queremos salir.
‘No me interesa el poder, si
por mi fuera me conformaría con guiar a Hëdlard a una vida. Pero Ero no
perdona, se aferra a que yo…
No dijo más.
El aire ahora era más espeso,
tensos los dos, ninguno nos movíamos. Por su cara, temía que rompiese a llorar,
tal vez haber insistido en esos momentos hubiese sido imprudente por lo cual
esperé callada.
Observé como su cuello se
destensaba, como sus manos volvían a una posición más normal y también cómo sus
pupilas volvían a su tamaño original. Respiraba más tranquilo incluso.
–Antaris, perdóname, yo… nunca
debí de haberte obligado a que usaras la Teza… no debo obligarte a que me
sigas, de hecho yo no de debería estar a tu lado sin tu permiso.
–Solo necesito que me digas
para que me quieren – dije –. Tampoco quiero que Hëdlard de caiga a pedazos
solo porque yo no he querido seguirte. Dime.
–Eres tan esencial para
Hëdlard porque solo será contigo con quien Ero se casará, eres tan importante
para mí porque contigo he de poder doblegar a Ero para que acceda a liberar al
imperio a las tierras bajas. – calló unos minutos y luego dijo más serio – Si fue a ti a quien te trajo hasta su Palacio,
te dio techo y seguridad, es solo por una razón, está dispuesto a dar la vida
por ti, te ama. Te ama y no va a dejarte ir, porque ya eres parte de él. Ya me
estoy imaginando cómo sufre en estos momentos por tu ausencia.
‘Te necesito.
Maldita sea, ahora lo
entendía, era obvio que solo sería conmigo que se decidiría el destino de
Hëdlard. Pero no sabía aún qué lado era el correcto, no sabía por qué Ero no
pensaba igual que Aki, por qué él se negaba a restablecerse en el sur, no lo
sabía. Estaba confundida, estaba enamorada también de Ero. ¿Pero sería suficiente
ese amor para no dejar que un reino entero volviera a mi mundo?
–Aki, yo… no sé qué decir.
Sabes bien que también quiero a Ero, pero tus razones son buenas. ¿Quién eres
tú, porque has de poder tomar poder de Hëdlard?
–Soy hermano de Ero.
Quedé atónita, ya me imagino
mi cara de idiota, no tenía palabras. Saltar de gusto, de miedo, de impresión,
que sentir… eso mucho menos lo sabía. Su hermano, si era posible, había
similitudes, pensándolo bien eran muy iguales. Pero… ¿por qué Ero jamás me
había dicho nada de un hermano?
–No somos gemelos, pero
nacimos el mismo día. Yo sería el mayor por así decirlo, por unos cuantos segundos.
– sonreía ahora, ya había empezado a extrañar su cara de felicidad, sus
sonrisa, que era muy característica de él y muy carente en Ero – Nacimos de los
mismos padres, así que no hay duda de que somos bien hermanos, aunque me niegue
de vez en cuando.
–Pero… ¿Te odia, no es así? –
dije.
–Sí, pero tiene sus razones,
no lo culpo.
Una nueva ola de silencio
enmangó la cueva. Clío permanecía junto
a mí, sentada y con las orejas paradas, muy atenta a cualquier peligro que me
amenazara. Cabo y Ehera jugaban a nuestras espaldas, se correteaban y salían de
vez en cuando de la cueva, pero no se alejaban mucho.
Nos miramos Aki y yo un rato, creo
que ambos pensábamos nuestros propios asuntos, pero por lo menos se que yo era
un verdadero lío.
La mano de Aki me sorprendió
cuando se aferró a la mía, con la fuerza que entre vampiros hubiese sido
totalmente normal, pero que conmigo era excedente, aunque no dije nada. Me miró
entonces a los ojos y se volvió a disculpar y me pidió que continuáramos, era y
casi medio día y teníamos muchas millas que recorrer, mucho que aprender y
conocer.
–Tú mismo me dijiste que
debíamos perdonar, y yo y te perdono, pero prométeme no mentirme de nuevo – lo juró
–. Sé que no me has dicho todo, hay muchas lagunas en esto, pero por ahora
necesito pensar bien lo que ahora se. Pero confío en que se resuelva todo esto
antes de que volvamos a Hëdlard.
–Lo entenderás. Te lo prometo.
–Bien.
Ambos caminamos lentamente
hacia la boca de la cueva. Yo temerosa de la luz, pero confiada en que Aki no
dejaría que me hiciera daño. Unos pasos antes me detuve y respiré hondo, estaba
lista, pero tenía miedo. Sentí la mano de Aki sujetar la mía, con fuerza su inmortal,
pero sé que para él era bastante suave, le miré, me miró, y entonces salimos.
Nunca tan lento como esta vez,
la luz fue llenando cada poro de mi piel hasta calentarle aún más. Amé la
mañana, me gustó escuchar y sentir la luz, vivirla. Apreté la mano de mi
acompañante con todas mis fuerzas y dejé que el sol deslumbrara mi mirada.
Entre las nubes había un hueco por donde pude ver el cielo azul que nos
aguardaba después de esta tormenta, y lo añoré.
El viento que sopló entonces
trajo consigo el fresco del mundo, tan hermoso, profundo. Seguimos caminando,
juntos y sujetos de la mano. Estaba yo tan maravillada, disfrutando cada
segundo de la luz. Sentía torpe mi vista y mis pasos, pero me conformaba con
poder estar a plena luz del día.
Alborotaba mi pelo, meneaba
mis prendas y refrescaba mi piel, así era el viento, mismo que pronto
despejaría el cielo.
Paso a paso penetramos más y
más en el día, hasta que dejamos atrás la cueva y nos dirigimos al norte de las
Levi.
No se si te amo
La noche nos abordó más pronto
de lo que había contemplado, tal vez bía sido
que disfruté más que nunca estos momentos que el tiempo se me pasó volando.
Para ese entonces las nubes ya había despejado casi por completo y las
estrellas brillaban con furor en este techo azul intenso. Durante el día no
cruzamos palabra y tampoco pretendía hacerlo durante la noche. No se cuento más
demoraríamos caminando sin que mis perros tuviesen que descansar, pero claro
que yo ya estaba a punto de reventar.
En cuanto volvimos a
encontrarnos con el río, mis perros bebieron agua como si en tres días no lo
hubiesen hecho. Tardaron casi tres minutos haciéndolo.
–Creo que debemos parar – dije
–. Continuaremos mañana.
–De acuerdo, duerman, yo
cuidaré.
–Tengo frío. Oh…
–Ven, duerme conmigo, sé que
no soy el que posé la mayor temperatura de aquí, pero servirá – Aki se sentó a
los pies de un árbol y se recargó, yo
tendí mi cuerpo en el suelo que coloqué mi cabeza en sus piernas. –
Bien, duerme. Para la media noche el efecto de la Teza se habrá pasado,
volverás a beber de mí.
Pretendí estar dormida, cerré
los ojos y me puse a pensar. En estos momentos en verdad que no sabía que
sentir. Sentía una atracción fuerte hacia Aki, pero era el hermano de Ero, a
quien yo creía amar. Por muchas razones Ero me había dado a entender que
también sentía algo por mí.
Viéndolo desde un punto de
vista, absolutamente ninguno me gustaba más que el otro, eran hermanos y al fin
de cuentas se parecían mucho. Por otro lado, la forma de ser de Ero solía ser
muy agresiva, pero en él se podía encontrar una flama de pasión por lo que
sentía que me atraía increíblemente; en cuanto a Aki, bueno, él tenía
sentimientos y carácter más sencillo, calmado, sentía su mente más clara que la
de su hermano y era mil veces más dulce.
Si todo lo que Aki me había
contado era cierto, estaba en cierta forma comprometida con Aki por haber
aceptado seguir con él hasta Hëdlard, lo cual me colocaba en el bando contrario
a Ero. Pero si él me había elegido como su reina, no solo fue por necesidad,
sino por lo que involucraban sus sentimientos, y romperlos no me agradaría.
En otros asuntos me inquietaba
saber el resto de la historia, debía saber a que me enfrentaba. Ero se negaba a
decirlo todo y Aki lo haría por pura promesa, si no hubiera presionado, viviría
en una mentira.
Perturbada de la mente me acomodé
en mi lecho, recostándome de lado y apoyando mi mejilla en la pierna de Aki.
Suspiré en varias ocasiones, quería quedarme dormida, pero me era imposible ya,
tantas cosas que preguntar y aclarar, este maldito sentimiento que pronto
estaría confundiendo con amor…
Abrí lentamente los ojos, lo
único que vi fue la playera oscura
holgada de Aki y su manos, suaves pero fuertes. Miré hacia su cara, y me
sorprendí al ver que me miraba fijamente, estudiaba mi cara y entonces miró en
mis ojos.
El corazón mortal que ahora
latía dentro de mi pecho se agitó explosivamente, tanto que inclusive lo pude
oír yo. Me sonrojé por lo mismo, él seguro le podía oír tan claramente como mi
voz. Una de sus manos se posó sobre mi pelo y lo acariciaron con delicadeza. No
tuve más que sonreír y apartar la mirada para simplemente cerrar los ojos de
nuevo y tragarme los nervios.
Aki no separó su mano de mi pelo por el resto de la noche,
hasta que, varias horas antes del amanecer, me despertó.
–Bien, aprovechando que hemos
de intercambias sangre de nuevo – dijo –, te he de enseñar a defenderte de un
Hijo de la Noche. Vamos, párate frente a mí.
Aki cruzó el rio de un salto y
se plantó a varios metros de mí.
–Lo primero que un vampiro va
a intentar hacer contigo es confundirte – continuó –. Usará su voz, dirá cosas
sin congruencia, hará que le veas por unos instantes y luego desaparecerá.
Tienes menos ventaja ahora que poco a poco vuelves a recuperar tus dones, tu
vista aún no es la mejor a pesar de que te he dado de mi sangre, y tu fuerza es
torpe.
Sin previo aviso, se borró de
mi vista. En mi oído lo escuché susurrar un par de palabras sin sentido, giré y
no había nada. Una ráfaga de aire casi sólido pasó cerca de mí moviendo mis
ropas, no había nada.
Cuando volví mi mirada se
apareció Aki, sonriendo y burlándose de mí.
–Ponerte nerviosa es una
desventaja enorme – desapareció una vez más –. ¿Qué pasa si quiero atacarte? Lo
podría hacer cuando quisiera.
Con su fuerza me cogió los
brazos y me arrastró con él hasta lo alto de un árbol. Ahí, lejos del suelo, me
pegó contra el troco mientras que el se sostenía con sus manos a las ramas de
las lados. Miré hacia abajo, un salto sería letal, casi diez metros.
–Muerta.
Le miré a los ojos. Tan cerca
estábamos y yo sin poder decir palabra. Lentamente se fue acercando a mí,
cerraba los ojos conforme avanzaba. Mi cuerpo no podía hacerse más para atrás y
los nervios me comían por dentro, ¿qué haría ahora? Por unos instantes pensé
que me besaría, pero en el último momento colocó sus labios en mi cuello y
bebió a muerte de mí.
El primer contacto de sus
labios en mi cuello provocó que un escalofrió recorriera mi cuerpo, pero al beber
mi excitación se fue al límite. Me contraje más al árbol y para no caerme me
sujeté se su cintura, pero creo que él lo tomó diferente y apretó más su boca
contra mí. Sentí su lengua limpiar la herida y una vez más beber, era un
círculo que no parecía tener fin.
Minutos antes de perder la
conciencia su cuerpo ya estaba apretado contra el mío, yo ya no me sostenía de
nada. Sin previo aviso sorbió de mí un trago enorme de sangre que me dejó sin
conocimiento y me volvió a hundir en un estado mental infinito.
La imagen de Ganesh que esta
vez vi esta vez fue más nítida. Le vi cabalgando en su semental negro. Frente a
sus ojos se meneaban las crines negras y junto a él corría el Lago. Negro y
temible, alborotado por el viento y rugiente como la boca de un león. Poco a
poco, el bosque se fue acercando a él, pero solo era una pequeña península de
árboles que salía de todo lo demás, pasó rápidamente junto a él y se fue
alejando hasta perderlo de vista.
Siguió cabalgando largo rato,
pude sentir la silla del caballo deslizándose suavemente bajo sus piernas y las
riendas del mismo apretadas en sus manos. Las patas del caballo sonaban
estruendosamente bajo el piso de tierra negra y su aliento escupía vapor de
tanto frío que hacía.
Ganesh no giró nunca hacia su
izquierda, solamente contemplaba el lago. Miraba como sus olas amenazaban con
tirar de las patas de su caballo y alejarse una vez más para regresar con más
fuerza.
En mi visión iba y venía entre
mi mundo y el de Ganesh, veía instantes de mi tiempo y el suyo. Me era muy
difícil mantenerme con él, pero lo intentaba con todas mis fuerzas. No sé
cuánto tiempo pasó, pero el sonido monótono de los cascos del semental golpeado
las piedras y tierra no dejaba mis oídos en paz.
Incapaz de moverme, sin poder
gritar su nombre para que me escuchara luché con todas mis fuerzas para
surcar más a fondo en su mente. Creo que
lo logré.
De pronto Ganesh me vio frente
a él, parada, con la mi melena negra ondeando en el viento como una hermoso
abanico rizado. Frenó inmediatamente a su caballo incoándole los talones y
sujetando las riendas, la bestia se encabritó por lo repentino de la orden y
por mi tremendo aparecimiento delante de ellos.
Verme me espantó incluso a mí
misma. Lucía la misma ropa que usaba en esos momentos, las misma botas de lona
color cobre con correas en los tobillos, todo, incluso mi misma sonrisa.
Cuando Ganesh estiró la mano
para ofrecérmela, mi imagen se desvaneció con el viento para no volver a
aparecer.
Sin poder hacer más, volví a
la vida. Me descubrí bebiendo de Aki. Ya estábamos ambos en el suelo, yo tirada
y el sentado junto a mí ofreciéndome de su sangre. Me indicó que solo tomara lo
que me fuera necesario, que no le vaciara por completo y así lo hice, aunque me
costó mucho no dejarme llevar por el sabor de su vida.
Deje de beber y me separé de
él, confundida, nueva en fuerzas pero perturbada de mente.
–¿Por qué lo he visto? – pregunté
– A Ganesh, ¿por qué lo veo cada que bebes de mí?
No me agradó el tono de su respuesta, parecía incomodo.
–Cada que los pupilos están a
punto de morir, sus creadores tienen esa conexión, no importa que tan lejos
puedan estar, el creados sentirá cada sensación de la muerte de sus pupilos. Es
por eso que hemos de darnos prisa. Si sabe que sigo vivo, es decir, si lo
confirma, mandará por ti y todo quedará pedido. – ambos nos pusimos de pie, él
me dio la manos para ayudarme – Y dime… ¿has recuperado fuerzas suficientes ya?
¿Crees poder viajar así, o necesitas de la Teza?
–Quiero arriesgarme, odio esa
maldita droga. – asintió.
–Entonces vámonos. Cuando
anochezca habremos llegado ya a las cascadas. Te van a gustar mucho, yo lo sé.
La primera parte del día, corrimos
atreves de los espacios que las montañas nos dejaban, pero una vez el sol pasó
de su punto más alto, empezamos a subir y subir. Clío nos seguía el paso muy de
cerca mientras que Aki cargaba a Ehera y yo a Cabo, eso nos permitía viajar más
de prisa.
Cuando pusimos un pie en lo
alto de la montaña, me detuve a ver el paisaje, era impresionante, tanto
bosque, tantos árboles, tanta vida. Aquí arriba el aire esta tan brusco que me
meneaba los cabellos, poco a poco las nubes se iban dispersando y el sol pudo
al fin acariciarme. Con sus rayos calentaba mi piel y eso se sentía tan bien.
Al ser la primera vez, los
tonos claros lastimaban mis ojos y resaltaban, pero no por eso me detendría. Me
di cuenta que con frecuencia Aki me miraba y sonreía, no decía palabra, pero me
ponía nerviosa.
Cerca del anochecer no había
ni una sola nube, casi llegábamos y el cielo pretendía lucirse hermoso.
–Falta poco – dijo –, podemos
ir caminando desde ahora, vamos bajemos a los cachorros, deben caminar un poco.
–Cuéntame cómo fue – supliqué
–.
–¿Cómo fue qué?
–¿Por qué Ganesh cree que tú
estás muerto, porque resulta odiarte?
–Oh, eso. – le costaba tanto
trabajo decirlo como a mi preguntarlo – Pues… bien, por nacer primero, yo provoqué la hemorragia de mi madre, dicen las
enfermeras que la atendieron, que tardé más de lo debido en salir y que mi
madre perdía sangre peligrosamente. De no haber sido por qué no era el único en
el vientre de mi madre nunca hubiera salido, fue por que Ganesh estaba después
de mí y también él estaba naciendo que logré salir. Pero fue demasiado tiempo
para mi madre y murió por la hemorragia.
‘No me explico por qué, pero
me culpa de ello y de la muerte de mi padre. Para él yo siempre fue el preferido
de papá, decía que a mí me daba lo mejor, y puede que haya sido cierto, siempre
salía de caza con él. Y en una ocasión un oso me atacó, en esos momentos no me
explico porque, pero no reaccioné, la bestia estaba por matarme y mi padre
intervino, murió por mí.
‘Cuando se enteró Ganesh
exigió darme muerte. Pero no se lo permitieron, de cualquier manera estaba
dispuesto a matarme y tuve que huir de Hëdlard con Gabrielle. Viví varios años
dentro de la ciudad, pero sin que él lo supiera. Tenía que esconderme en los
peores barrios de toda la ciudad, pasar por cosas que como príncipe jamás me
había imaginado. Padecí muchas cosas, otras más las aprendí pero al final uno
siempre sobrevive.
‘Conocí entonces en una
taberna hereje a Anna. Me enamoré como nuca lo había hecho de esa mujer. Era
parecida a ti, solo que más baja y siempre llevaba pintada alrededor de sus
ojos el semblante parecido de una mariposa color rosa pálido. Anna me amaba
tanto como yo a ella, éramos uno para el otro. Siete noches antes de que le
dieran muerte estuvimos juntos. Le engendré un hijo sin saberlo.
‘Cuando las Lundras nos
encontraron, nos llevaron ante Ganesh. Entonces miró mi rostro y enfureció, me dijo que como él me lo había
advertido antes, no había marcha atrás, me daría muerte sin piedad. Y que a mi
Anna la mataría por traición.
‘Lo que él no supo hasta
entonces fue que yo ya había estado reuniendo fuerzas para derrocarlo. En la
taberna del padre de Anna había estado juntando gente para un día someter a Ganesh
por sorpresa y liberar Hëdlard a un nuevo mundo. Eso enfureció al rey tremendamente
y juró hacerme pagar, a mí y a todos los que se habían involucrado.
‘Antes de vengarse, Ganesh
ordenó dejaran despedirme de Anna, le dije todo lo que pude. Ambos estábamos
encadenados así que solo podíamos acercarnos pero no tocarnos. Lloramos, nos dolió
y lo odiamos.
‘Por mi parte, me golpearon
hasta zafarme los ligamentos que unían mis muñecas a mis manos, hasta quebrarme
las rodillas y fracturar mis costillas y hacerme cuantas más heridas en la piel
fueran posibles, pero no me mataron. Me dejaron moribundo en el suelo, viendo
como Anna lloraba mi agonía. Por cada golpe que me dieron, Anna gimió, sentía
su deseo de morir conmigo, de compartir mi dolor, me amaba tanto.
‘Pero entonces tomaron a mi
rosa. Me la quitaron. La apuñalaron en el vientre miles de veces, la hicieron
sangrar con crueldad, violaron du cuerpo y su alma, y después la dejaron a un
lado mío. El odio que sentí por Ganesh se incrementó a punto de matarme. Tan
solo hubiese bastado con arrancarnos la cabeza, ¿pero había sido necesario matar
a una madre y a su hijo?
‘Supe de mi hijo solo cuando
el verdugo lo supo, lo pude ver en su mente, el desgraciado lo gritaba por dentro,
estaba orgulloso de matar a la madre y a su hijo. A oírlo, me deshice en
llanto, odie con todas mis fuerzas a Ganesh, hubiese muerto de no ser por la
sed de venganza. Me bloqué entonces, fingí estar muerto y se deshicieron de mí.
Me tiraron al lago pensándome muerto.
‘Estuve en las profundidades
casi dieciocho años, seco de sangre, con el peor aspecto y el dolor de la perdida
de Anna atravesado. Pero no moría. Gabrielle me encontró entonces y me llevó a
su choza, ella había logrado escapar de una muerte segura en Hëdlard y ahora me
cuidaba.
‘Los años transcurrieron, no
volví a Hëdlard en mucho tiempo, estaba asustado. No hablé casi por treinta
años, pero poco a poco me hacía más y más fuerte. Juré venganza, pero jamás
supe cómo. Me fue imposible pensar sin despejar mi mente. Lo tuve que perdonar.
‘No hay día en que no me
lamente la muerte de Anna y mi hijo, no hay día en que no lo odie a él por
hacer lo que me hiso. Pero debemos de aprender a vivir con nuestras penas.
–¿Cómo es que sabe que sigues
con vida? – pregunté.
–No está seguro de ello. En
una ocasión, me dejé ver frente a Palacio, hace no mucho, pero él se niega a
aceptarlo, pero tiene miedo. Sabe lo peligroso que podría ser yo. Y por eso le
urge desposarse contigo.
–Siento lo que pasó con Anna y
tu hijo, Aki. Ahora entiendo lo importante que es para ti esto, sobre todas las
cosas, eso de liberar a Hëdlard, quieres venganza.
–No puedo ir por el mundo
diciendo que lo que más me importa es hacer que pague, pero si. Pero eso no le
quieta que es mi hermano y que de cierta forma lo quiero. Sé que tú te lo
imaginarás, me rompe el corazón.
–Sí, eso que hiso… no sé, lo
creo muy cruel.
–Lo es. – Continuábamos
caminando, esta vez íbamos descendiendo – Ya hemos llegado. Mira.
Eché un vistazo hacia abajo y
descubrí que por la montaña bajaba con fuerza una enorme cascada que al llegar
al fondo de la cañada rompía en espuma espesa y continuaba en forma de rio. La
cascada tenía una altura aproximada de treinta metros, lo suficiente para romperse
algo. Pero era hermoso, el sonido resultaba tranquilizador y el aroma perfecto.
–Aquí es donde nace el río que
recorre todas las montañas y alimenta al bosque – dijo –. Toda el agua que
brota es limpia y fresca, como te habrás dado cuenta solo en época de lluvia el
rió incrementa su tamaño y caudal. – asentí, no tenía palabras, esto era muy
hermoso.
El agua, que parecía brotar de
la nada de la punta de la montaña, se deslizaba grácilmente por una pared de la
misma llenándola de plantas verdes y musgo. Conforme nos fuimos acercando el
salpicar del agua fue incrementando hasta empaparnos los pies y tobillos.
Juntos avanzamos hasta llegar
a la cascada, donde me invitó a mirar de nuevo hacia la cañada. Aki se adelantó
y se plantó a la mitad de la caída de agua, con los pies hundidos hasta media
pierna en el agua, parado sobre las rocas. Lo seguí con miedo, si el agua me
arrastraba lo más seguro es que pudiera tener una caída muy peligrosa. Estiré
la mano y me sujetó con fuerza justo antes de tener una caída, me acerqué más y
más hasta estar junto a él, mojándome los pies.
El aire que soplaba a nuestras
espaldas nos incitaba cual latir del corazón que diéramos un paso más, y lo
hicimos, ambos temerosos. Pude ver que al comienzo de la pared rocosa, el agua
iba pegada a la montaña, pero diez metros antes de llagar al río se formaba una
cortina en caída libre de agua.
Mire a Aki – que ya antes me
había estado contemplando –, sonrió mostrando un par de incisivos tremendamente
blancos y grandes. Sin decir palabra me apretó la mano y jaló de mí. Mi falso
corazón se lazó a latir con pavor, nos habíamos lanzado desde la punta de la
cascada y caíamos como rocas por el aire.
Yo lancé un grito de asombro y
pánico, mientras que él gritó de alegría. Caímos demasiado rápido al agua, se
me calentó la piel y ese líquido transparente inundó cada zona de mi cuerpo.
De por sí ya era poca la luz
que podía penetrar en el pequeño lago, y mientras más abajo íbamos más oscuro
se hacía. Mi cabello me cerró toda capacidad de ver a Aki, pero justo cuando
dejamos de hundirnos, el me sujetó y retiró todo el pelo de mi rostro. Ahí
abajo parecía el mismísimo dios, sus ojos cafés relucían cual faros y sus
pequeños labios rosas profesaban una sonrisa.
Salimos a la superficie luego
de unos minutos, empapados hasta los huesos y yo con ganas de matar a Aki por
esa sorpresa. Mientras que él salió muerto en risa yo lo hice muerta de miedo.
–¡Demonios, Aki! – le grité –
Pudimos habernos estrellado – no paraba de reír –. Nunca en tu vida se te
vuelva a ocurrir algo así. ¡Ya deja de reír, no hay motivo!
–Si lo hay – dijo –, debiste
ver tu cara. Además, conozco estas aguas, en dado caso solo te hubieses fracturado
un par de huesos, para la mañana estarías como nueve.
De inmediato me dirigí a la
orilla para salirme. Clío y sus cachorros apenas venían bajando por un costado
de la cascada, saltando troncos caídos, y la madre cargando de vez en vez a sus
cachorros por el cuello para que siguiesen adelante. Una vez los tres abajo,
Clío se lanzó sobre mis hombros sin siquiera moverme y me lengüeteó la cara.
–Ya, hermosa – le dije
acariciándole las orejas –. Estoy bien, solo que ‘un loco’ me lazó por la cascada.
–Debes admitir que te gustó –
esta vez no pude evitar reírme, a pesar de lo terrible que había resultado
aquello estar a salvo era genial –.
Ehera y Cabo se siguieron
hasta llegar a Aki e igualmente lamerle las manos. Mojamos a los perros por
estar tan mojados y los tres no evitaron sacudirse el agua del pelo, eran tan
lindos los tres.
–Vamos, hemos de secarnos y
cazar un poco, esta sed me está matando y tus perros no han comido nada en días
– comentó Aki mientras empezaba a adentrarse en el bosque –. Acompáñame, has de
aprender bien. Esta noche cazaremos algo grande.
Lo seguí atreves de los
árboles, corríamos a gran velocidad así que debía cuidarme mucho de las ramas y
raíces que ahí se alzaban, sobre todo porque muy frecuentemente Aki se detenía a
olfatear el aire.
Primero, localiza al ser que quieras darle caza. – dijo dentro de
mi mente – Huélelo, no lo busques con tu
mente.
Muy a lo lejos, y muy tenue su
olor, capté a un gran oso. Su pelambre espeso lo intensificaba más y su grasa
lo hacía más atractivo que cualquier otra creatura a varios kilómetros a la
redonda.
Lo tienes, ahora ve por él – salí corriendo de ahí, en dirección al
oso –. ¡No solo utilices el suelo, tienes
árboles para alcanzarlo! Sube a ellos.
De mis espaldas, aquí tomó
impulso y dando dos patadas en el tronco de un árbol subió a las copas de los
árboles. Intenté hacer lo mismo, pero me dio miedo y preferí dar un salto en
seco y tomar las ramas por las manos y luego trepar. El olor era cada vez más y
más intenso.
Aki se desprendía de las ramas
con suma facilidad, saltando de copa en copa, espantando a todas las aves que
ahí dormían haciendo que volaran. Yo no lograba superarle pero tampoco me
quedaba atrás. Fue sol cuando el olor de la sangre y el latir intenso del corazón
le la bestia era ensordecedor que Aki paró y se dejó caer al suelo en un
movimiento ágil y elegante.
El oso estaba alimentándose
igualmente, y no se esperaba que nosotros le estuviésemos haciendo desde las
espaldas. A la orden saltamos los dos y le derrumbamos, fui yo quien primero
mordió y sorbió gran parte de su líquido vital, Aki acabó con él.
El cuerpo fue sencillo de
transportar, no pesaba mucho, o por lo menos no para nosotros. Clío y los cachorros
se abrazaron de él demostrando el hambre que tenían.
No dormimos esa noche junto al
cadáver, nosotros los Hijos de la Noche no soportamos estar cerca de nuestra
presa una vez muerta, así que nos alejamos del lugar rápidamente para pasar la
noche rio abajo.
Esta vez, Aki no se molesto en
hacer guardia, dijo que tan al norte pocas veces habían llegado las Lundras o
cualquier otro ser que no conociera bien las Levi. Dormimos esta vez abrazados,
el detrás de mí, abrazándome y cogiéndome las manos entre las suyas. Siendo yo
más pequeña, mi cuerpo encajaba en el suyo perfectamente haciendo que respirara
de mi nuca y que sus piernas abrazaran igualmente las mías. Ambos cuerpos, con
sangre nueva, se quedaron quietos al cabo de unos minutos, seguíamos
despiertos, pero nadie hablaba.
Sobre nosotros se alzaban
grandes copas que nos cubrían de los ojos de las estrellas, tan numerosas en un
lugar así.
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