-Vamos, solo son unos cuantos kilómetros, tu puedes – no
era la primera vez que le rogaba a mi hermano que siguiera adelante, faltaba
poco, ya habíamos llegado al Desierto Este, era cuestión de una hora para que
Hëdlard apareciera en el horizonte. Pero Ganesh estaba muy débil, se había
caído un par de veces antes, de su frente escurría sangre, pero seguía
corriendo.
-Si no
llegar a tiempo, Antaris se muere, corre tú.
-No te voy
a dejar, Ganesh.
-¡Lárgate,
Aki! Si no salvas a Antaris te mataré yo mismo – lo dijo convencido, no mentía,
peor su reacción me dio más risa que temor, alguien en su estado no podría ni
matar un oso –.
Apuré mi
paso, tanto como puede, debía llegar a Hëdlard antes de que Katelle pudiera
hacer algo en contra de Antaris.
Corrí. Más
de lo que mis pulmones me permitían, corrí.
Ya no podía
despegar la vista de la tierra, el sol lastimaba mucho y su calor en la cara
era tremendo. Ninguna piel de los inmortales pude estar el sol sin sentir
quemaduras de su fuego, no morimos ni nos desvanecemos, pero es demasiado
molesto.
Así seguí
durante dos o tres kilómetros en línea recta, si separar la vista del suelo.
Por lo no lo advertí.
Algo se
lanzó contra mí desde enfrente, pero no vi qué era. Tenía la fuerza de diez
inmortales, o quizá fue la velocidad a la que iba yo, pero en cuanto ese algo
me sujetó por lo hombros para frenarme, ambos salimos disparados y nos
estrellamos contra el suelo, siendo mi espalda lo primero que recibió el
impacto.
Fue algo
más que suerte que mis vertebras no se quebraran con el golpe.
Lo que
había caído sobre mí había sido una mujer, la más hermosa de todas, a la que
más deseaba encontrar pero que jamás había imaginado ver ahí.
-¡Antaris!
– dije con alegría – Estas con vida.
-Por
desgracia.
No me dejó
decir más.
En el
centro de mi vientre se introdujo una daga fría que rompió todo a su paso.
Todavía logré sentir cómo cortaba mis músculos al entrar y cómo los volvía a
cortar al salir.
-…no… -
gimoteé en vano, Antaris estaba perdida y sus ojos bañados en sangre, no
entendía de razones, ni excusas, ella
estaba dispuesta a darme muerte.
Elevó la
daga sobre su cabeza mientras la sujetaba con las dos manos. Inmediatamente la
dejó caer con todas sus fuerzas sobre mi pecho.
…
Siento cómo
el corazón se contrae todo hacia el centro, donde la daga empotró después de
fracturarme el hueso. Es ahora cuando se detiene mí tiempo, para ella el tiempo
sigue corriendo, pero para mí se ha parado.
Solo la veo
a ella, con su majestuosa melena negra hondeando junto a su cara resaltando sus
ojos azules. Mi vista se vuelve confusa, solo puedo ver lo que enfoco, el resto
es borros y se mueve sin parar, por lo mismo me doy cuenta de que una silueta
se acerca desde las espaldas de Antaris. Es Ganesh, que al ver lo ocurrido se
queda igual de inmóvil que yo.
Mi hermosa
Antaris, al darse cuenta de lo que ha hecho, abre los ojos y la boca tanto, que
es necesario tapar esta última con las manos y ahogar un grito. De sus ojos
surgen pesadas lágrimas de sangre que se combinan con la que sale de mi pecho.
Con sus manos saca rápidamente la daga de mi pecho e intenta cubrir la herida,
como si se pudiera hacer algo, como si mi piel fueran pétalos y con acariciandolos se les pudiera devolver la vida.
Mi vista
enfoca ahora a mi hermano. Se inca a mi lado, justo a un lado de mi hombro
izquierdo. Acaricia mi cabello y llora con Antaris.
Me pregunto
qué sentirá ella en esos momentos. Me pregunto si llora por haberme herido a
muerte, de haber sido ella la asesina,
de cargar ahora con eso en su conciencia o por la pena que siente de haberlo
hecho en los ojos de Ganesh. No, no es eso, ella no sabe que Ganesh y yo
volvemos amarnos como antes, ella no sabe nuestros planes de volver a Hëdlard
en paz, ella no lo sabe.
Hermano… - oigo decir en mi mente a
Ganesh - … que la luz de nuestra madre
Luna te acompañe por tu camino. Deseo con mi alma que encuentres un lugar entre
las estrellas y descanses ahí por siempre.
Poco me
importa lo que sea de mi alma ahora, si mi cuerpo va a morir y dejar de estar
cerca de Antaris lo único que quiero es hacerla sufrir lo menos posible. Entonces
le digo a Ganesh:
Por favor, no le digas a Antaris que tú y
yo… - también mi mente estaba abandonando fuerzas, jamás me había sentido
tan mareado y débil como ahora me siento.
No lo haré, Aki, vete en paz. Ella creerá
siempre que ha matado a un traidor, aunque en mi corazón no lo seas. Siempre fuiste mi hermano, Aki. Y te
amo…
Ya no
entiendo que más me dice Ganesh, mis ojos tampoco distinguen mucho del mundo,
solo veo siluetas negras, una con ojos azules y otra con ojos verdes inundados
de lágrimas.
Cómo
hubiera deseado ver por vez última el rostro de Antaris. Y ahora me arrepentía
de no haberlo hecho. Pude haber contemplado sus labios, quizá haberlos besado,
sentirlos por última vez en contacto con los míos. Si tan solo no la hubiera
obligado a acostarse conmigo en la cabaña de Gabrielle la última vez que estuve
con ella, tal vez en mis últimos minutos de vida me hubiese besado.
Antaris
coge mi mano y la sujeta con fuerza. La lleva a sus labios y entonces, solo entonces,
lo poco que me queda de vida se concentra en el contacto de sus labios con mi
mano. Son tan suaves, tan cálidos ahora, hermosos como ella.
Es lo
último que siento de ella, es lo último que veo de su mundo. Ahora es cuando la
muerte verdadera me sobre viene. Mi cuerpo pierde peso y mi mente orientación,
es en los últimos tres respiros que veo todo.
Acercándose
desde muy lejos, veo a Anna. Va vestida con un vestido blanco opaco, sencillo,
como le gustaba vestir. Se aproxima con pasos lentos, toma mi cara entre sus
manos y entonces me besa hasta morir.
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