Después de sujetarle la mano y habérsela besado, me importó un carajo la presencia de Ganesh, incluso de la misma Luna sobre mi cabeza observándome.
Tomé su cara por última vez, me acerqué y me consumí. Solo un beso alcanzaría para que partiera feliz, era lo único que podía hacer. Al fin muerto, por fin estaría tranquilo.
No sé si logró sentirlo, porque tan solo tres respiraciones después, Aki murió.
-Ganesh… - berreé – no sé que me pasó. ¡Esta muerto! Lo maté yo… - mi voz sonaba más grave, profundamente herida y sosa – ¡Ganesh, está muerto!
Ganesh me tomó por los hombres y me separó del cuerpo de Aki. Refugió mi cabeza entre su pecho y sus manos y esperó que llorara todo lo que tenía que llorar. No sé si pasaron horas o minutos, daba igual.
-Tal vez, su destino no era seguir con vida. – dijo al final. – No te adjudiques toda la culpa, amor. Las cosas nunca pasan por nada. Además, se fue con el mejor recuerdo que le pudiste haber dado. – sonrió y basó mi frente.
Poca era ya la luz, por el oeste ya no se veía el sol, solo faltaban minutos para que todas las estrellas salieron por fin y vieran mi crimen.
-¿Qué pasará ahora?
-Debes irte.
Se me contrajo el estómago con fuerza, mis brazos se aferraron al cuerpo de Ganesh con tal fuerza que rasgué sus ropas.
-¿Qué?
-No puedes volver.
-¿Pero… Ganesh, no era la muerte de tu hermano lo que más querías?
-Eso no importa, está muerto. No puedes regresar a Hëdlard. – apartó mi rostro de su pecho y me miró a los ojos – Ninguno de los dos podemos regresar ahí. Para Hëdlard yo he muerto, y tú acabas de asesinar a un príncipe.
-Nuestro hogar es Hëdlard.
-No, no lo es. Es lo que no me he dado cuenta hasta hoy. Dime, ¿Qué es lo que tenemos ahí, Antaris? ¿Amigos, familia, fortuna, un palacio? No, todo lo perdimos, no tenemos nada que nos ate a esa ciudad.
-¿Qué haremos entonces? – pregunté
-Viajar al sur. – juntos miramos al sur, fijamos nuestra vista en lo último que nuestros ojos pudieron ver. – Iremos a las Korkea, y de ahí a las tierras cálidas de los mortales.
Casi parecía un sueño escuchar eso. Nunca pensé oírlo de Ganesh, menos ahora, no con lo que acababa de ocurrir.
-¿Has perdido la cabeza? – dije - ¿Qué hay de Sybelle?
-Será mejor llevárnosla a donde nadie le haga daño, donde nadie sepa de su existencia. Solo tú y yo.
Nuevamente giré mi vista hacia las montañas Korkea, hoy más que nunca me parecieron más altas y más frías. Desde abajo no se alcanzaban a ver las puntas de las montañas, todas se unían con las nubes y la nieve comenzaba apenas dos o tres kilómetros arriba del suelo. Mortales.
-¿Estás seguro de esto?
-Totalmente.
Sin hacer más ruido, fui hasta donde se encontraban mis perros y mi hija, la tomé entre mis brazos y comenzamos nuestro viaje.
El cuerpo de Aki se quedó atrás, cubriéndose poco a poco por la tierra del desierto. Pasarían varios años para que su cuerpo se descompusiera, y al menos cien años para que desapareciera. Por desgracia no le pudimos dar un funeral decente, debimos haberle quemado y esparcido sus cenizas, pero no había tiempo, no para los que aún caminábamos por la tierra.
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