10 de mayo de 2012

Hëdlard - Parte 2 de 5


Poco a poco



–Somos solo una raza más, así como lo es un perro, como lo son los hombres, somos uno más – dijo a la mañana siguiente mientras empezábamos a caminar. Se me había ocurrido formular esta magnífica pregunta ‘¿De dónde venimos?’ y ahora él me respondía –. Nuestro origen es más antiguo incluso de nuestra misma presa. Pero como toda, nadie sabe quien fue el primero, inclusive si te pones a pensar, nosotros y el hombre no concordamos con el tipo de vida que hay en la tierra. Nosotros pensamos, razonamos, los demás animales no.
‘Puede que incluso hayamos sido traídos de otro lugar. El punto aquí es que, mientras no había hombre de lo que alimentarnos, nunca necesitamos sangre para vivir. Pero tan pronto aparecieron nuestra sed a instinto de darle muerte, engañarlos, jugar con ellos, despertó cual bestias y demonios dentro de nosotros.
‘Pero a pesar de ello, los queríamos. Sé que nunca has tenido contacto con ningún hombre vivo, describirte la necesidad y amor que despiertan esas creaturas sería obsoleto. Nadie puede, puesto que es un pecado mismo.
‘Por nuestra misma aparición entre ellos, se desarrollaron muchas historias, como las de las vírgenes que lloraban sangre. Dime, ¿Qué hace que un vampiro llore sangre?
–Que yo sepa la Teza de plata – contesté –.
–¿Sabes de que está hecha la Teza? – negué con la cabeza – Con plata precisamente, pero no es eso, la Teza también tiene cianuro. Lo que mataría al hombre en nueva segundo, a nosotros nos hace daño nada más y provoca el derramamiento de sangre, claro, por los ojos.
‘La pregunta ahora es, ¿cómo llegaban a confundirnos con santos? Bueno, pues es fácil, las escultoras de santos y vírgenes son parecidas a nosotros, blancas, tersas y hermosas. De vez en cuando, vampiros viejos se internaban en casa de Dios y permanecían ahí dormidos durante mucho tiempo, años, décadas, dependiendo. Con el cianuro no necesitaban beber nada y permanecían hermosos mucho tiempo.
–¿Y por qué dormirían ahí, en lugares santos?
–La eternidad es grande, los viejos vampiros viven mucho, sufren la pérdida de sus amados mortales y en vez de lanzarse a las llamas, se van a dormir, y no despiertan hasta que otro compañero pisa la Tierra. Con el paso del tiempo se supo que los vampiros empezaban a formar grupos religiosos, no lo que son los católicos o cristianos, no, los llamaban albigenses, seres superiores y de innumerable belleza según los hombres. Se refugiaban ahí como si ese fuera el método más seguro del perdón divino. Redención y todo aquello. En toda mi maldita eternidad no he visto rastro de nada así.
‘Al convivir con los humanos esos sacerdotes inmortales, fingían suicidarse, hacían ritos ocultos y por lo mismo se le acusó de muchas calañas. Inclusive en la historia está registrada la guerra catalana. Creo que al final simplemente desaparecieron ocultándose en el sur de Francia, tengo la esperanza de que sigan ahí. Sería de gran ayuda.
–Entonces hay vestigios de que pisamos la tierra alguna vez… – dije –
–Sí, y muchos. Miles más de estos. Son perceptibles al ojo de cualquiera, por no todos los mortales lo saben interpretar – el silencio que se hiso a partir de aquello parecía matarnos a los dos –.
Era incomodo a decir verdad, el único sonido provenía de los pies de los perros pisando el lodo y sus cuerpos abriéndose paso entre los arbustos.
Como él iba delante de mí le podía contemplar fijamente sin que se diera cuenta. Él más alto que yo,  pelo más claro que el mío pero conservando la denominación de café oscuro, no tan fornido como Ero ni grueso, pero mantenía aire de supremacía.
A cada segundo me sentía con más tentación de él, tenía el impulso de cogerle la mano y estrechársela, pero por miedo a su reacción no lo hice.
Pasó así casi veinte minutos, donde ninguno de los dos emitió sonido alguno. Cabo y Ehera se divertían cazando insectos que pasaban volando por ahí, iban corriendo debido a su pequeño tamaño – apenas me llegaban a media pantorrilla – y solo un par de veces pudieron cerrar sus diminutos dientitos en torno a un mosco o palomilla. En cuanto a las aves, bueno, eso sí que era entretenido, Cabo se escondía detrás de las hierbas más altas y esperaba a que el ave comenzara a picotear en la tierra para entonces lanzarse a correr e intentar atraparla, pero siempre se le escapaban. Ehera conservaba un poco más el sentido femenino; de vez en cuando, pasaba una mariposa volando y lo único que hacía era correr tras su sombra proyectada en la hierba, pero si se alejaba mucho regresaba corriendo junto a su hermano y esperaba a la próxima mariposa atentamente.
Mis botas ya estaban de nuevo cubiertas de lodo pera nada de la humedad podía traspasar hasta mis dedos y eso me parecía algo maravilloso, mis pantalones en cambio si estaña húmedos de las puntas pero nada más.
–Extraño Palacio – dije de la nada y sin saber porque, pero sinceramente –. Sé que ese no es mi hogar, pero es el único lugar en el que me siento segura, no tengo memoria de otro lugar en el que pueda ir a refugiarme.
–Te entiendo. No sé si ya te lo habían dicho, no se incluso si yo mismo te lo dije, tengo poca memoria a decir verdad – me dijo volviéndose y emparejándose a mi reduciendo el paso –. Pero lo más seguro es que Ero haya llamado a por ti por medio de su fuerza mental, te ha de haber dado las fuerzas necesarias para zafarte de tu vida mortal y traerte hasta Hëdlard, hasta él.
–¿Por qué a mí?
–No lo hiso a propósito, él no te conocía, solo buscó a alguien en especial, no se cual fueron sus deseos, pudo haber querido a alguien que fuese su amiga, o su amante, a alguien a quien proteger o a alguien a quien amar, no lo sé – pausó unos momentos mientras girábamos a la izquierda –. Debes preguntárselo a él. Pero es por eso que no recuerdas nada de tu vida pasada. La fuerza que utilizó Ero para eso seguramente fue demasiada y te desorientó. Yo no sé, ahí cosas tan locas en la fuerza de un Hijo de las Tinieblas que ni la misma Gabrielle entiende.
–Pero dime… ¿Es correcto sentirme tan apegada a Palacio?
–Depende, si lo dices por Palacio sería un poco raro, si lo dices por Ero y lo que implica su presencia yo diría que no – contestó burlonamente –. Al fin y al cabo él te ha mantenido a salvo todo este tiempo.
–Tú también lo has hecho, de no ser por ti, seguro hubiera estado muerta ya.
–Puede que necesites tanto a Ero por qué él te creó. Eres y serás su eterno pupilo, bebiste de su sangre y la traes dentro de ti – notaba un poco de melancolía en su voz, y quise saber por qué, puede que este tema fuese una llaga abierta y si la presionaba con más fuerza me diría lo que yo quería saber –.
–Tú sangre está en mis venas y en mi corazón – esa última frase le entró como flecha al centro del cuerpo, lo noté por que de inmediato la barrera que protegía su mente se desvaneció por completo y noté un excitante nerviosismo en su interior. Sonreí por dentro. – Dime algo… ¿crees que él me necesite a mí?
–Estoy seguro de que te quiere – tardó en decir aquello –. De lo contrario te habría dejado morir. Además, quien no aprendería a querer a alguien tan linda como tú. Supongo que él encontró a alguien perfecto para su persona, resultas ser fuerte pero sigues necesitando de alguien mejor que tú, tu simple cuerpo llama la atención, tus ojos, tus aires, todo lo ha de traer vuelto loco.
Me adelanté un paso a él y lo encaré. Quedó sorprendido y se detuvo al momento, pero estábamos muy cerca. Su rostro estaba duro como piedra, nervioso se notaba. Sus labios, lo único que vi durante un largo rato, formaban una línea recta muy tensa.
–Si es cierto lo que me estás diciendo – dije tan bajo que nadie más nos hubiese podido escuchar –, entonces debería yo sentir lo mismo por ti y tú por mí. A pesar de que tú no me creaste, de que tú no llamaste a  por mí, de ti he aprendido cosas, me has contado historias, me has desvelado lo que Ero no ha hecho y por lo que sé, eso que acabas de decir lo sacaste de tu propia cosecha. No es posible que sepas lo que Ganesh encontró en mí.
Permaneció callado, solo mirándome a los ojos, muy quieto y callado. Respiró profundamente un par de veces antes de quitarme la mirada de encima. Pretendió esquivarme pero le volví a cerrar el paso. Su mente seguí indefensa y seguía notando el nerviosismo en él, estaba tremendamente asustado, creo que nunca se había planteado la idea de sentir algo por mí y ahora que se lo hacía ver estaba asustado a la idea de que esto interfiriera en sus planes.
–Dime algo, Aki – Supliqué. Ese silencio de ultratumba suyo podría significar muchas cosas, pude que eso fuera un sí, o de lo contrario que no hablara para no hacerme sentí mal, aunque yo le apostaba a la primera. – No es posible que no digas nada a lo que creo. Dime si esto que siento por ti es lo mismo que sientes tú y que siente Ero por mí – volvió a permanecer en silencio, solo me miraba y respiraba cual roca sin sentido.
Clío se había quedado sentada aún lado de mi pierna vigilando a sus críos de cerca, olisqueando el aire si notaba algo raro y rascándose de vez en cuando detrás de las orejas.
Lentamente, acerqué mi mano al suya, al fin y al cabo no se daría cuenta hasta que se tocaran debido a que ambas colgaban cuan largos eran a nuestros costado, lejos de nuestra vista. En cuanto un dedo mío captó la suavidad de su piel toda la mano se aceleró para coger el resto de él. Sus dedos se entre lazaron con los míos y se estrecharon con fuerza.
–Dímelo por favor, enloqueceré si no lo haces – dije tan cerca de su cuello que mi propio aliento rebotó contra mis labios –.
Estaba a punto de darle un beso como solo los inmortales sabemos hacerlo, estaba a punto de que su sangre entrara por mi cuello y diera vida a todo mi cuerpo. Y por casi nada logro darle aquel beso, pero giró su cara e interceptó mis labios con los suyos.
Mis pulmones se llenaron de aquel fresco aire y mi espada se curveó un poco para entonces  pegarme a su cuerpo. Fue tan sencillo aquel beso, no duró mucho, solo lo necesario. Me fue bastante agradable.
–Sí, Antaris – dijo en cuanto nuestros labios se despegaron –. Es cierto lo que he dicho, me atraes, te admiro y te amo. Pero agregar un problema más entre mi hermano y yo no es prudente.
–¿Un problema  más? – me quejé, ¿qué acaso amar a alguien era imprudencia?
–¿Tú me crees amar más a mí que a Ganesh? – no respondí puesto que la respuesta sería que no, yo amaba a Ero de una forma absurda, tal que sin haberle conocido debidamente daría la vida por estar siempre con él – Es lo que digo, tú amas perdidamente a Ero. Podrás quererme pero a la hora de tener que decidir entre Ero y yo lo elijarás a él. ¿Sabes a caso cuanto dolerá eso para mí? Amarte de la manera en que tú amas a Ero me distraería completamente, al grado de luchar por ti y no por lo que tanto deseo. – hablaba con la sinceridad que jamás le había oído. Todas aquellas palabras mi hacían sentir miserable, era claro que en ese amor la única que no correspondería sería yo y que por mi culpa él sufriría lo que nadie desea sufrir – Perderte me haría luchar por tu amor y dejar atrás la promesa de venganza que le hice a mi hijo y a Anna, mi añoranza de ver a un pueblo libre, ¿crees justo eso para todos? – negué con la cabeza – No, por supuesto que no.
Sujetó mi cara entre sus manos, suavemente, como si temiera lastimarme. Apretó sutilmente sus labios a mi frente y pronunció mi nombre junto con más palabras que no entendí puesto que no eran mi idioma. Posteriormente rodeo mis hombros con sus brazos y me contrajo hacia su pecho con mucho amor. No puede evitar hacer lo mismo con él, solo que yo rodeé su cintura y respiré de él.
Era más que claro, su aroma no me gustaba tanto como el de Ero, era agradable, pero no se podía comparar en nada. A pesar de todo le seguía queriendo, no le deseaba ninguna mal, en realidad no deseaba mal a nadie, ni siquiera a las Lundras, a nadie.
–Te pido una disculpa entonces – dije en du hombre –. Siento haber causado conflicto en ti.
–No, tú no tienes las culpa – sonrió –, nadie la tiene. El amor es aún más incomprensible que el poder de un vampiro. Puede cruzar el mundo entero. Puede destruir naciones. Puede matar inocentes, lo puede todo. La historia no la podemos decidir, pero si podemos decidir cuándo y cómo queremos que esta termine.
–¿Estas enfadado conmigo? – pregunté lacerante
–¿Por qué debería? – se alejó de mi y soltó por compételo volviendo a tomar la posición en la que estábamos antes.
–Por besarte… creo que no debí.
–Ah. En dado caso fue culpa mía por haber aceptado, ¿no crees? – Miró unos instantes al suelo y después de un rato volvió su rostro al mío – Solo que… no lo vuelvas a hacer mientras no logres amarme como amas a Ero. – no pude prometerle nada. Aunque al parecer eso no le importó en lo más mínimo.
El resto del día seguimos caminando. No resultó tan incomodo como pensé sería, pero si tocábamos algún tema que  pudiera llevar a lo anterior cambiábamos de inmediato. Ya fuese guardando silencio y haciendo preguntas sin sentido.
Sin darnos cuenta dejamos atrás aquellos árboles que doblaban sus ramas bajo el viento y el sol. Las montañas ya empezaban a parecer lejanas y el campo se abría a sus anchas formando una llanura tremendamente grande.
La noche nos dio caza pronto, desplegó sus brazos negros sobre nuestras cabezas, pero nosotros continuamos caminando largo tiempo más.
En esta oscuridad, todo parecía masa negra. Teníamos a la hermosa luna como guía, pero al no haber qué iluminar servía muy poco. Al fin y al cabo el piso no era más que pasto oscuro y tierra húmeda.
Los hombros de Aki iban siempre delante de mí, absorbiendo gran parte de la luz palta de la luna. Cada uno llevaba a un cachorro cargando, ya dormidos los dos. Clío nos seguía muy de cerca.
Pronto las Levi no parecían más que un bulto enorme a nuestras espaldas y solo entonces decidimos descansar. Nos tendimos todos juntos y sin decir palabra nos quedamos dormidos muy pronto.
Yo con un brazo rodeaba el cuello de mi perro y con el otro acariciaba motonamente su lomo. Clío no dejaba de respirar lentamente y proporcionarme un claro divino para una noche como esas.
Mi sueño venció mi cuerpo demasiado rápido y no volví a despertar hasta horas más tarde. En otro día y con otro pensamiento.









 

A la orilla de una lago



No me veo en la obligación de relatar nuestro viaje hasta el lago Elämä, puesto que no pasó nada relevante. Lo que si me es importante decir, es que durante ese camino me fui enamorando poco a poco de Aki. Me gustaba mucho a decir verdad. Pero no sé si por su gran parecido a Ero o por su persona en sí.
Quizá al no tener a quien yo verdaderamente amaba cerca de mí buscaba refugio en Aki. Desconozco el por qué.
Más rápido de lo que yo había esperado llegamos a la cima de la enorme planicie nevada. En su cúspide me sorprendió una pequeña concentración de agua oscura y tranquila. Estaba formada por dos penínsulas y un gran canal que las unía.
Apresuramos el paso lo más que pudimos. Nuestras piernas se hundían en la nieva entorpeciéndonos un poco. El agua derretida se filtraba atreves de mis botas congelándome los dedos y haciendo aún peor todo.
Para los cachorros les era imposible caminar entre tanta nieve suela, le tuvimos que cargar, pero Clío se deslizaba incluso más rápido que Aki.
Donde nos detuvimos no  resultó ser la orilla del lago, sino que entramos en una de las penínsulas y contemplamos la inmensidad de las tierras desde ahí. El cielo tan infinito como el bosque, las montañas y la nieve. Ambos mundos estaban tan cerca del otro pero a la vez secamente divididos por el horizonte.
Estábamos a diez minutos aproximadamente de que el sol se ocultase, y los destellos naranjas que se desprendían en el cielo azul grisáceo eran reflejados bellamente en el lago.
–Aquí el agua es tan tranquila – dijo Aki en un largo suspiro –. Deberíamos dormir aquí, en la punta del mote, mientras más lejos del agua mejor. Vamos, deja ahí tus cosas.
Quité la vista de su cara, lo cual era un poco difícil para mí, y tiré al suelo la alforja de cuero de la Nanna. Dejamos a los cachorros sobre una blusa mía dormidos y a su madre rondando por ahí.
Aki bajó a la orilla del lago, pero yo permanecí quieta, sentada mirando la puesta del sol. Que lentamente moría tras una cortina de inmensas tierras vírgenes que tal vez nadie nunca pisaría. Detrás de mí, a la derecha sentí el movimiento de las hojas de los pinos llorones moverse y tirar la nieve que en ellos vivía. Algunos pájaros se removieron, otros retomaron vuelo y regresaron pero solo los polluelos permanecieron dentro del árbol.
Tanto silencio aquí era inconcebible. Nunca, ni siquiera en mi mente había percibido algo así. Las ganas de compañía mortal crecían a cada momento y la melancolía con ella.
Ni peces, ni aves cazadoras se acercaban al lago, nada. Parecía muerto.
–¡Antaris – gritó desde abajo Aki, no le podía ver por lo alto que me encontraba, pero le escuchaba perfectamente –, ven, baja!
Obedeciendo su orden me puse en pie. Paso a paso, evitando resbalar bajé por la ladera.
Aki me esperaba frente al lago, mirándolo y de espaldas a mí. Al escucharme más de cerca se quitó la payara dejándola caer lentamente a la nieve blanca.
Nunca lo pensé así. Su espalda completamente blanca, perfectamente moldeada a lo estético. Muy perecido a lo que en el renacimiento era bello. Sé que antes, mucho antes, a los muchachos jóvenes se les veía hermoso mientras más se parecieran a las mujeres, y no me refiero a los pechos o caderas amplias, a modales que solo una mujer tendría y que en un hombre se confundiría con deshonestidad. Me refiero con la delicadeza.
Tan solo imaginar aquellos tiempos, en que lo hombres eran tan bellos como las mujeres, de rostros blancos, labios pintados en rojos sangre, vestidos con mallas y zapatos incluso más hermosos y ostentosos que una mujer cualquiera pudiese usar jamás. Delgados, estilizados, dioses. Y eso era lo que encontraba en él.
En sus hombros y parte alta de la espalda se podían distinguir perfectamente los músculos de un hombre de fuerza, más abajo, en la cintura, su espalda se hacía angosta y justo en medio su espalda se hundía en una línea no muy profunda haciendo que esta luciera un mejor aspecto.
Y su piel, la mejor de todas, clara, rosada tal vez, sin una sola marca de heridas. Nada, tan perfecta como la superficie del agua que teníamos enfrente. Quise tocarla, pasarle los dedos por encima y besarla, quise muchas cosas, pero creo que Aki lo percibió primero en mi mente, antes incluso de poderme calmar.
–Es mera ilusión, corazón – dijo dando se la vuelta y sonriendo –. Ojalá y la tuviese como la vez. La Nanna hiso un conjuro hereje para mí y así poder ocultar los tatuajes de sangre real.
–¿Tú… también tienes eso? – di un paso hacia él alzando la mano para poder tocar esa ilusión tan divina.
–He dicho que toda sangre real la tiene – declaró –. Vamos, quítate cuanta ropa puedas. Entraremos al lago.
Por supuesto que no desconfiaba de él, el problema mí era la vergüenza, ningún hombre más que Ero me había visto desnuda, y él solo por que debía sanarme alguna herida. Pero no dije más, desabroché mi camisa y la tiré a la nieve, junto a la suya. Lo mismo hice con mi pantalón, me quedé solo en ropa interior.
No sentí la más mínima inconformidad por estas así, creo que incluso cuando Aki me miró por primera vez no me sentí mal. Era claro que al ser un hombre tenía esa necesidad de mirar mi cuerpo y admirarlo, pero siempre lo hiso sin ofenderme.
–Eres hermosa, Antaris – confesó a lo bajó, pero inmediatamente retiró su vista de mí –.
No tuve más que esbozar una tímida sonrisa. Creo que incluso me ruboricé un poco cuando lo dijo, pero no niego que tuviese razón. Aunque toda yo no fuese lo que se dice una modelo,  me sentía atractiva. Mis caderas no eran nada amplias, pero mi cintura estrecha era la que las hacía lucir un poco más, en cuento a mis pechos… bueno no me quejo, mis piernas no son delgadas y mi espalda se curvea perfectamente en la parte baja que junto con mi abdomen siempre plano creo me hace una mujer aceptablemente bonita.
Pero eso no era lo que mantenía mi cabeza tan ocupara, era él. Él y su hermano compartían el mismo aire de belleza en su cuerpo, simplemente hermoso.
Aki se adentró en el lago lo suficiente para ocultar su sexo. Al sumergirse en el agua la superficie se turbó produciendo ondas negras y moviendo toda el agua del lago. Me llamó a su lado y yo acudí.
El lago en sí desprendía un olor poco agradable para seres con un olfato tan fino. No pude identificar inmediatamente el aroma, pero por lo intenso que era me acostumbré con el tiempo.
Cuando los dedos de los pies probaron el agua descubrieron que no estaba nada fría, era muy caliente, y con este clima parecía hervir. Me introduje en el lago lentamente, fijándome en cada una de las sensaciones que aquí podía experimentar.
Cada que el agua abarcaba un poco más de mi piel se sentían como las caricias de Ganesh, cálidas hasta cierto punto y muy hermosas. Me sentía un poco hinchada debido a la temperatura, el poco estrés que se pudo acumular en mi cuerpo en los últimos meses se notó a flor de piel. Por fin hundí todo mi cuerpo en el agua, mi cara ardió especialmente.
 Descuidé lo que hacía o miraba Aki por unos momentos y me concentré en mi cuerpo. Todo esto era algo tan especial, me gustaba mucho nadar, pero la idea de hacerlo aquí era aún mejor. Haberlo hecho en el lago Tumma me hubiese causado un poco de temor, puesto que se asemejaría con mar abierto. Y las corrientes fuertes si me asuntaban.
La poca luz que la luna nos empezaba a compartir llegaba hasta lo más hondo del lago, dejando al desnudo las rocas redondas y lisas que en ella había. A ojos de cualquier ser viviente hubiese sido imposible mirar al fondo, pero a mis ojos todo parecía más lúcido.
No me detuve siquiera de esperar a Aki, decidí fundirme en el algo y recorrerlo yo misma. Hasta el momento no podía creer que fuese un lago natural, parecía hecho por manos inmortales. Por doquiera que se miraba estaba tapizado de rocas de superficie lisa y en diferentes tonos de gris. No había ningún pez ni ser vivo palpable. Estaba muerto.
Aki me explicó después que el lago estaba posado en lo más alto de un volcán muerto. Al estar tan cálido y debido a las sales y a la alta concentración de azufre no podía haber vida dentro del lago.
–Por ello huele tan mal el lago – dijo Aki –, es el azufre.
La media noche se abrió paso entre las horas. Luego de recorrer el lago ida y vuelta, me dediqué a tallar con una piedra toda la suciedad de mi cuerpo. Basto con hundir la mitad de mi cuerpo y tomar la primera roca que me encontré y realizar mi tarea a  la orilla del lago. Aki hiso lo mismo.
Teníamos costras de lodo en los tobillos y brazos, nuestro pelo desprendía polvo y por lo menos yo debía cuidarme las cicatrices de mi espalda y pierna. El hilo que me había puesto Ganesh había sido absorbido por mi cuerpo y ahora lo único que quedaba era una horrible cicatriz a lo largo de mi muslo – desde la base de mi espalda hasta mi rodilla –.
Retiré los restos de hilo, tallé con temor la cicatriz y repetí la labor con mi espalda.
Durante todo ese tiempo Aki permaneció en silencio observándome con cierta mueca de dolor y admiración.
–Es lamentable que esas heridas tan grandes surquen una piel tan hermosa y joven – comentó –. ¿Todas te las han hecho las Lundras, cierto? – asentí con pena.
–Las de la espalda fueron el primer día que pise tierras de Hëdlard – contesté –, la de mi pierna fue el segundo, me parece. Todas cuando aún era mortal.
–Entonces no será tan malo. Con el tiempo sanarán, tardarán más tiempo como cicatriz, pero cuando sanen no quedará huella de ello. Malo que te las hubiesen hecho ya siendo inmortal.
Al terminar de lavarme regresamos a la cima de la colina, donde Ehera y Cabo seguían dormidos y Clío nos esperaba muy alerta. En cuanto nos vio lanzó un aullido profundo hacia la luna. Ese perro mío tenía el espíritu completo de un lobo, y los cachorros también, pero su lealtad era idéntica a la de un perro.
Su aullido se propagó por toda Vaasa, juraría que rompió con el silencio de este mundo tan solitario. Despertó en mí las ganas de liberarme, de estallar por dentro. Y no me reprimí.  Tomando una bocanada de aire imité su aullido lo mejor que pude y tan fuerte como mi garganta soportó.
Dentro de nuestro aullido a la luna, el silencio de este desierto se fue perpetuando tanto como Clío y yo pudiéramos alcanzar a llenar. Por un instante sentí cómo las conciencias de los animales y seres vivientes dentro de Vaasa se removían inquietos por el llamado.
Muy cerca de donde nosotros estábamos más lobos aullaron con fuerza, no sé con qué intenciones lo hicieron, pero ahora ya no éramos las únicas cantando a la madre.
Clío tomó de nuevo aliento y aulló conmigo. Lo hicimos un par de veces más, todas dirigidas hacia nuestra madre Luna. Momento más hermoso no había tenido con Clío desde hacía ya mucho, amaba a mis perros como unos hijos, eran más que mis amigos.
Aki nos miraba sonriente a nuestro lado, escuché un par de risas de alegría pura y calló cuando ambas lo hicimos.
–Podrían despertar a toda Hëdlard con eso – bromeó –. Es la primera vez que escucho a una Diosa despertar a tantos seres a la vez desde la muerte de Sybelle. Es increíble la fuerza que has adquirido de mi sangre.
–Entonces no solo es mérito mío haberlo hecho, fue tu sangre – dijo como un cumplido –.
–La mía, si. Pero también fue importante la sangre de Ganesh, al fin y al cabo él es tú maestro.
Cómo odiaba que le mencionara, y no porque me doliera u otra cosa, si no porque en él sentía una cambio importante en su forma de hablar.
–¿Cuándo regresaremos a Hëdlard? – desconozco que tan al norte estábamos y quería hacerme un poco a la idea de cuánto nos quedaba juntos a mí y a Aki –.
–Hoy fue nuestro último día en dirección al norte, a partir de mañana iremos bajando por el lado oeste del lago Tumma.
Seguí caminando delante de él, buscando un lugar cómodo para dormir. Al final me decidí por la misma cúspide de la pequeña montaña. Extendí ahí toda la ropa de la alforja y me senté al centro, mirando a Aki, que permanecía de pie.
–Diablos, no me gusta cómo lo dices – dije preocupada –. Pensé que te daría gusto saber que pronto volverías a Hëdlard, el lugar en donde naciste. Y en contra de mi voluntad, recobrarías el trono que te pertenece.
–En parte tienes razón, debería estar rebozando de alegría – nunca faltaba esa sonrisa suya –. Tendría que hacer muchas cosas que no estoy haciendo, debería creer cosas que ahora no pretendo reales. Las personas cambian, aman y creen. Nunca pensé amarte, Antaris. – Esto último me tomó por sorpresa, creí que había dicho que no debería expresar sus sentimientos, que no debería confundir lo que siente por mí, y ahora mismo lo estaba haciendo – Es por eso que lo digo con cierta tristeza. El hecho de regresar a Hëdlard significaría romper cualquier lazo amistoso con el otro. Tú por simple amor a Ganesh me odiarás tanto como él lo hace y yo tendré que hacer lo mismo – ambos guardamos tanto silencio como nos fue posible, pues era cierto, nada sería igual –. Dudo mucho que nos podamos volver a ver como ahora.
–No tiene que ser así siempre – le sonreí de la misma manera en la que él hacía cada que mi estado de ánimo se encontraba por los suelos –. Si es cierto que el cariño no tiene límites, yo siempre podré conservarte como mi amigo.
–¿Es solo eso lo que sientes por mí, una simple amistad? – casi se me sale el corazón por la boca, estallé en latidos nerviosos, desvié la mirada de sus ojos y permanecí sin contestar – Vamos, ahora soy yo quien exige una respuesta. Si lo oigo de tus labios lo entenderé, pero si lo interpreto de tus acciones estaré eternamente confundido. Solo tienes que decir sí o no.
Algo que odio extenuantemente de nosotros los vampiros es que tenemos mucha paciencia si nos lo proponemos, al fin y al cabo, lo único que nos sobra es tiempo. Los minutos se extendieron mucho. No tenía la menor idea si era correcto contestar con la verdad. Puesto que esta sería un tanto complicada; amaba a Ganesh, pero no dejaba de quererlo a él.
Eran un tanto complicados mis sentimientos. Ni Ganesh ni Aki tenían más ‘puntos a favor’, los dos resultaban ser grandes personas – las únicas que conocía personalmente –, con las únicas con las que me había relacionado verdaderamente. Ambos habían demostrado amarme y a ninguna le deseaba la muerte.
Pero era por Ganesh por quien habría dado  la vida, por la que hubiese matado. Pero si pusiéramos una situación un tanto melancólica y masoquista, de que, por petición de Ganesh tuviese que matar a Aki, en definitiva me volvería loca. Puesto que por el amor lo mataría, pero por el cariño terminaría en el estado más desolado en el  que un vampiro pudiese terminar. Loca.
No quise que esos pensamientos de la muerte de Aki y yo siendo su acecina me invadieran llevando a la deriva mi mente. Me concentré en la pronta respuesta que debía darle a Aki y nada más.
Sus ojos color madera no se despegaban de mi cara, los noté muy cerca de mí, tanto que era capaz de distinguir mi rostro en ellos. Mi imagen era cristalina, muy brillosa. En todos los bordes de mi piel había cierto brillo, más del que jamás hubiese podido ver en los mismos ojos de Ganesh.
–Esos dos ojos tuyos – dije en un susurro –, que me miran impacientes de saber lo que siento por ti, me dicen a llanto tendido que me aman. – hice un silencio corto para pensar un poco lo que proseguía decir – Lo único que te puedo confesar es que no, no es solo el cariño que se le tiene a una migo lo que siento por ti. Pero tampoco es correcto que sienta más.
Lo único que recibí como respuesta fue su amplia sonrisa que mostraban un par de incisivos blancos como la nieve que nos rodeaba. A partir de ese momento  no pude separar mí vista de sus colmillos, a menos que estos salieran de la misma.
Aki besó sutilmente mis labios y yo correspondí. Más rápido de lo que jamás pude pensar me tomó entres sus brazos y  no paró de besarme el cuerpo por ningún motivo. Retiró suavemente las pocas ropas que aún conservaban nuestros cuerpos.
Yo parecía sumergida en una clase  de trance, tantas sensaciones juntas me llenaban tremendamente. El roce de nuestra piel, sus colmillos acariciándome en todo movimiento y sus dedos ciñendo mi espalda. Nada de aquello lo había sentido antes.
Con su mano acarició el interior de mis piernas, aquella sensación fue increíble. Incliné la cabeza sobre su hombro y le besé le cuello fuertemente. Pero creo que aquel gesto no tenía nada que ver con lo que él pretendía. Mi acción fue reprimida por lo suaves besos que me propició en las mejillas y en lo parpados. Acción seguida por recostarme sobre la fría nieve.
Nuestros cuerpos, tan claros como la luz de las estrellas sobre nosotros ganaban calor segundo a segundo. Sin saber cómo, nuestra temperatura se elevó más de la que un humano hubiese podido soportar, ardía al tacto con la nieve.
Logré tender a Aki a mi lado, ahora que sabía que el amor que me profesa no  era más débil que su pasión por mi cuerpo, le quise corresponder los amores que me daba. Quise besarle el cuello dulcemente, besarle el pelo y los brazos. Inclusive tal vez amarlo como desearía él ser amado. Pero me fue imposible.
–No – me dijo al oído –, deja que esta noche sea yo quien te ame a ti. Prometo no hacerte daño.
Dejé mi cuerpo dispuesto al suyo. Permití la deriva de sus manos por toda mi piel y el calor de su lengua por mi cuello. Incluso bebió de mí. Hirió con sus colmillos mi cuerpo y dejó derramar sangre por mis pechos para luego limpiarla con sus besos.
Lo único que me permitió hacer fue recuperar la sangre que me había quitado. Pero vaya, al hacerlo, la sensación de llenarse de vida de otro ser fue mi veces mejor, más intensa que cualquier otra, pero a la vez más aterradora. Mi vista se nubló totalmente de rojo y por mis venas corrió una inmensa cantidad de sangre puramente inmortal.
Cuando Aki por fin me penetró, lo hiso con movimientos enérgicos.  Mis sentidos estaban a punto de desbordar de mi cuerpo, mi alma a punto de alcanzar la misma luna, pero mi cuerpo permanecía junto a Aki, unido. Ya no eran respiraciones las que surgían de nuestra boca al aspirar el mismo aire, eran gemidos de placer. A tiempo aumentó el ritmo, ambos estábamos a nada de alcanzar el clímax del asunto.
Cuando de mi garganta nació el gemido final, todo terminó. Esos pocos segundos de excitación absoluta resultaron adueñarse de todo mi cuerpo. Mi espalda se arqueó de placer y un bajón de energía aspiró lo poco que quedaba de vida en mí.
No sé si a esto se le podría describir como una unión, si este vinculo tan íntimo que desde ahora estaría para siempre establecido en nuestras vidas resultaría agradable a la mañana siguiente. Temía que me apartara de él, que al amanecer todo esto no fuera más que un error fatídico en mi vida. En verdad que no lo sabía. Y poco a poco me iba quedando dormida.
Un último beso me dio Aki. Se acomodó detrás de mí, abrazándome con sus brazos y haciéndome encajar en su cuerpo perfectamente. Acarició mi espalda y encadenó con sus brazos mi cuerpo.
Como el sol que se oculta en el horizonte, mi conciencia se fue apagando como sus rayos y mi calor con el mismo.











Ya de vuelta



         Hacía ya casi dos horas que había amanecido. Los rayos del sol, que ahora bañaban con su exquisito calor a estos dos cuerpos aún desnudos tendidos sobre la nieve, me resultaban tan abrazadores y sofocantes como los besos que Aki me había propiciado la noche anterior.
Yo me estuve gran parte del tiempo con los ojos cerrados, gozando del co ntraste de la nieve y el sol. Durante esas dos horas me moví muy poco, Aki seguía dormido a mí lado y no pretendía molestarle si no era necesario.
Durante la noche me había girado, quedando de frente a él, y ahora respiraba de su pecho desnudo y de piel clara, el cual se contraía lentamente a cada respirar para después soltarse al ritmo de una hermosa música. Mi cabeza estaba bajo su mentón y mis brazos entre nuestros cuerpos, mientras que él me rodeaba la espalda con los suyos.
Pretendía disfrutar todos y cada uno se los instantes junto a él, darme el lujo de mirar de vez en cuando su piel, que con los rayos dorados del sol, se tornaba un poco más oscura y morena.
Como lo había previsto desde la noche anterior, me sentía incomoda a su lado, no sabía si él se sentiría culpable o no por haberme amado. ¿Qué tal que aquello no fue exactamente a voluntad propia? Pero en sí, mi temor más grande había pasado ya. Toda la noche había estado temiendo que a la mañana siguiente ya no estuviese a mi lado. Lo cual me hubiese herido profundamente. Aunque era obvio que estaba feliz de haberme equivocado.
Por largos ratos escuché el viento correr furioso entre los árboles que lejos se encontraban. Casi todos los seres vivos de la cercanía estaban ya despiertos, algunos buscando comido y otros simplemente limpiándose.
Podía escuchar las respiraciones de mis perros, los dos cachorros que habían ya crecido mucho, Ehera y Cabo. Dios, podía quedarme aquí eternamente.
De pronto, subiendo por la ladera de la colina escuché los pasos de Clío. Dentro de mi siguiente respiración capté su aroma, el de los cachorros, el de Aki y el de…
Aterrada agudicé más mis oídos, traté de escuchar el ritmo de los pasosos, y lo que descubrí me paralizó por completo.  No eran las cuatro patas de ninguno de mis perros, eran dos. El olor de aquel ser me acogía con todo odio y desprecio. Aunque hacía todo por desechar esa idea persistía inexplicablemente. Por más imposible que me pareciera aquello era real, lo veía, lo sentía y lo escuchaba.
 Lentamente, como corrían los segundos en aquellos instantes, se fue acercando a nosotros. Y justo cuando el crujir de la nieve bajo sus pisadas resultaba ensordecedor me incorporé de un salto despertando conmigo a Aki.
Era Ganesh.
Su rostro estaba crispado en una mueca de odio, mostraba todos sus dientes y arrugaba la nariz. El seño lo tenía fuertemente fruncido y la sangre predominaba alrededor de sus ojos, aprontándose contra ellos.
Ni Aki ni yo podíamos reaccionas. No sé si fue el pánico, pero mi cuerpo empezó a temblar incesantemente.
Me preguntaba cómo es que Ganesh nos había podido encontrar tan pronto. ¿Era tal vez, que al verme a la mitad de su camino y después desaparecer en una aparición que yo misma había presenciado le había producido alguna especie de inquietud o sospecha? Ojalá y no. Pero en el estado en que Aki y yo nos encontrábamos creo que era muy evidente lo que había pasado.
Muy rápido se lanzó contra Aki, propiciándole un golpe en la mandíbula y apretándole el cuello con fuerza.
Su hermano, que hacía todo por quitarse a Ganesh de encima golpeó cuantas veces pudo los costados de él, pero fue inútil.
         Yo lanzaba gritos desesperados,  cualquiera que le hiciera daño al otro sería hacérmelo a mí misma Por el mismo forcejeo, aquellas dos figuras de perfectas de proporcionales y habilidosos brazos, rodaron colina abajo. Golpeándose uno al otro.
         Mientras sucedía traté de vestirme lo más rápido que pude y en cuanto terminé me asomé a la orilla del lago. Pero ya era demasiado tarde.
         Ganesh estaba de pie, con las manos cubiertas de sangre y los labios hinchados, mirando hacia el suelo. Donde Aki yacía muerto. Su cadáver desnudo conservaba aún cierto tono rosado de vida, en sus ojos abiertos prevalecía el brillo de hacía pocas horas. Todo su cuerpo estaba intacto, producto de una muerte limpia como las que acostumbra Ganesh. Era solo en su cuello donde la carne se habría y la sangre brotaba lentamente.
         La nieve bajo de él era del mismo color que su sangre, pero aún así su ser estaba inmaculado.
         Ganesh permaneció unos minutos quieto, mirando a su hermano muerto, riendo de vez en cuando y lamiéndose la sangre de la boca.
         Bajé corriendo hasta Aki. En el último paso doblé las rodillas y me dejé caer a su lado hincada. Con un beso tierno le cerré los parpados y con un poco de nieve le lavé la sangre que alrededor de su cuello había.
         Mis lágrimas no dejaron de correr por mi rostro como lluvia. Vi manchas rojas nacer en la nieve bajo mi rostro al caer las lágrimas. Esto resultaba muy doloroso, una noche había amado a Aki y a la sígnate ya no estaba vivo. Y lo peor de todo es que lo había matado Ganesh.
De pronto, el gruñido felino de Ganesh se escuchó en el aire. Volteé a verlo aterrorizada. De nuevo, el sosiego que había mostrado al matar a su hermano había ahora reencarnado en nuevo odio.
–…Y la muerte se ha enamorado de ti… – dijo moviendo los labios tan suavemente como lo había hecho la primera vez que de sí salieron esas palabras, lo cual para mi resultaba casi imposible. Era su cara la que reflejaba tanto odio y salvajismo que tal voz parecía de otro cuerpo.
Al momento en el que Ganesh se lanzaba hacia mí, la voz de Aki resonó cerca de mis oídos: – ¡Ya! Despierta.
         El corazón me palpitaba en los oídos, y la sangre me hervía con furia. Los dedos no dejaban de sentirse adormecidos y el resto del cuerpo tenso.
         Esa sensación de pasar de un mundo a otro es tremenda. Era como haber transportado alma y cuerpo a un lugar imposible, y al querer regresar solo el alma pasa sin trabajo, pero el cuerpo se queda en el otro lado.
–¿Te encuentras bien?
–Si – contesté despertando de este maldito sueño –, bueno la verdad es que no.
Todos los colores que ahora miraba me resultaban deslumbrantes. Por unos instantes podía ver a Aki, su cara, pero por otros solo veía manchones blancos y azules alternándose. Aquello había sido tan real.
–¿Qué ha pasado? Llevas casi veinte minutos llorando y gritando.
–No lo sé… fue un sueño.
–Oh, ya veo. – Suspiró lánguidamente mientras se sobaba las sienes – Sí, tú como vampiro sueles tener sueños lúcidos. Creo que es lo único que podemos soñar, en todos los siglos de vida que llevo no he tenido más que sueños lucidos, ningún sueño sin sentido ni fácil de disolver.
Claro que los sueños muestran una mentira, pero aún así de eso, los sueños son recopilaciones de recuerdos que se unen en una historia misma. Mientas más agudos sean tus sentidos más lúcidos y reales serán los sueños. Pero dime, ¿qué fue lo que soñaste?
–Nada. La verdad no lo recuerdo – mentí –.
–No debes temer en decirme que no quieres compartirme tu sueño – aquella respuesta me resultó tan linda, algo que me daba a entender que respetaba mi forma de ser –. Además, siendo tú una diosa, ¿quién soy yo para obligarte a hacerlo?
–Aún no soy la reina. Pensamos que eso quiera hacer Ganesh conmigo, pero de su boca no lo hemos oído.
–Es verdad – rió –.
Nos quedamos sentados en la nieve un buen rato. Sin decir mucho. Clío y sus cachorros estaban en la orilla del lago, chapoteando y bebiendo. Poco a poco los cachorros se iban convirtiendo en perros grandes, sus movimientos ya no resultaban tan torpes como antes y su personalidad estaba a flor de piel más que nunca.
         Si esta tranquilidad la hubiese podido experimentar en el sueño más tiempo…
         Era todo perfecto. El cielo azul brillante, las nubes delgadas y rasgadas, que se repartían el cielo cubriéndolo casi todo pero dejando que el rey sol compartiese su luz al mundo.
–Vámonos ya, se hace tarde. –dijo mientras se ponía su ropa y yo la mía.
–¿Cuánto demoraremos de camino a Hëdlard?
–Cálculo que una semana más.
Asentí sonriente. La sensación que me había dejado el sueño aún la sentía muy en el centro de mi mente. El miedo que había sentido por ver a Ganesh venir hacia mí, caminando y fulminándome con la mirada no la podría olvidar. Pero aún así estaba feliz. No sé cómo explicarlo sin que suene pornográfico, pero haberme levantado de una noche tan maravillosa como la anterior a nadie le pasa de largo. Fue simplemente maravillosa.
Cabo y Ehera se levantaron al instante y juntos comenzamos el deceso de la pequeña montaña, rodeamos el lago en dirección sur y nos fuimos.
El rastro de nieve no desapareció sino hasta varios kilómetros después de que bajamos del volcán. Donde además dejó de hacer tanto maldito frio.
Los lugares por donde anduvimos no me fueron lo suficientemente interesantes o llenos de vida como para describirlos. Parecían simplemente planicies de infinito pasto hermoso y flores por muchas partes. De vez en cuando te encontrabas con una formación rocosa, pero no nada de gran relevancia.
Lo cierto era que nos encontrábamos en graves problemas. En todos estos campos nos sería imposible encontrar una fuente de alimento, o sangre, como gusten llamarle. Lo que más me preocupaban eran mis perros, una semana sin comida sería demasiado.
Cuando le comenté aquello a Aki, también se mostró conmocionado, dijo que nosotros podríamos aguantar más, pero que tal vez tuviéramos que hacer un esfuerzo mayo para alimentar a Clío y sus cachorros.
Como fuera, ya no había marcha atrás, íbamos de vuelta a mi hogar y solo eso me mantenía feliz. La idea de ver a Ganesh crecía incesantemente, pero a la vez el temor de lo que pasara con Aki me perturbaba poco a poco.
– ¿Qué harás llegando a Hëdlard? – pregunté, Aki me volteó a ver extrañado, no esperaba que le hiciera esa pregunta, o por lo menos no en esos momentos.
–No te lo puedo decir – mencionó incomodo –. Se que te hice una promesa, pero esto es por seguridad de ambos. En cuanto Ganesh beba de tu sangre sabrá lo que planeo si te lo digo.
–De igual manera revelaría que estás vivo. ¿No sería acaso lo mismo?
         –Ya sospecha que estoy vivo, solo que no tiene pruebas de ello, lo que es seguro que no sabe es qué pretendo. Y ese es mi fuerte. Además, verme en tus recuerdos lo aterrará más de lo que crees.
         El problema es que yo no quería atormentar a Ganesh…
Esa noche a ambos un sentimiento de melancolía no embarcó a ambos. Nos mirábamos uno al otro esperando que alguien dijese algo o hiciera algo, pero solo se quedó en eso. En parte yo me sentía preocupada. No podía superar el hecho de haberme dejado amar por él. ¿Fue en Aki en quien pensaba mientras estábamos cerca, o era en Ganesh?
         Lo que no me explico es cómo después de esto podría olvidar fácilmente a Aki. Sería imposible. Aunque era lo que más me convenía si era con Ganesh con quien decidía quedarme. Pero es cierto que Aki ya no me preocupaba como un simple hermano, sino como algo más importante.
         Y todo gracias al cruel amor. Sin él, hubiese sido todo tan simple como que este viaje se llevase a cabo sin un lazo más profundo que la amistad. Pero quien no se va a fijar en Aki, ese sujeto tan apuesto y lindo. Respetuoso con migo y feliz de lo que tenía. Esta alma despedía tanta paz, más que lo más aislado de mi mente.
         ¿A quién engaño? Amaba a Aki, y con razón. A Ganesh lo conocía, pero no había convivido tanto como con su hermano.  Ni siquiera había tenido la decencia de decirme para qué me quería y porque estaba ahí, toda la verdad. Pero al igual que Aki, el amor que sentía por él era inexplicable.
         Puede que la luna cambie cien veces, pero yo de esta jaula de amor no puedo salir, ni siquiera veo una puerta.
         Aki se recostó en el suelo horas después del anochecer, creo que todos estábamos exhaustos. Yo quise alejarme lo más que pude de él, pero la única manera sería estar a kilometro y medio, idea estúpida y absurda, así que tomé mi lecho junto a Clío.
         No podía pensar en gran cosa a decir verdad. Solo en que tal vez lo mejor sería olvidar lo que pudiera llegar a sentir por Aki de una vez por todas. Solo mantenerlo como un amigo, o menos que eso. Aunque sería imposible tratarle mal, siempre había un recuerdo extra en su rostro que me recordará lo que siente por mí, siempre.
         Pero hay cosas con las que uno tiene que aprender a vivir eternamente, en el sentido literal de la palabra.
         Entre mis brazos sujeté a Clío, que parecía entender cada uno de mis sentimientos y confusiones. Me impresionaba el lazo de amistad que había entre ella y yo, la amaba  y ella a mí, pero más que eso, nos teníamos una a la otra. Independientemente de quien nos  amara o a quien amaramos, erásemos la misma energía.
         Sobre nosotros, el típico cielo silvestre del norte. El aire se había calmado ya, y aunque el clima no era el mejor parecía dulce.
         Luciérnagas con colas amarillas pasaban volando ante mis ojos, zumbaban y daban de vueltas. Con ellas me entretuve un buen rato. Escogía una pareja de insectos, la seguía por varios minutos en su largo cortejo y en cuando desaparecían  volvía a escoger otra hasta que me quedé dormida.

         Al día siguiente, cuando la sed era casi insoportable, todos amanecimos de mal humor. Los cachorros no jugaron y su madre no lengüeteó sus narices como acostumbraba. Inclusive todos llevaban la cola colgando hacia abajo por el pésimo humor que traían encima.
         Durante la primera parte del viaje, cuando seguíamos en este terreno muerto de animales cubierto de plantas, los lobos anduvieron a prisa a la cabeza del grupo, pero Aki y yo ya no podíamos más.
La boca la tenía seca, sin el más mínimo indicio de saliva. Rápidamente mis venas se hincharon y por ellas corrió sangre a cantidad desesperada, las sentía todas, calientes y palpitantes. Cada musculo de mi cuerpo era independiente, picaban, y si intentaba correr se adormecían haciéndome caer al suelo.
Aki, como siempre, se preocupaba de mí, iba siguiéndome los pasos, alzándome cada que era necesario. Claro, en su cara no se notaba ni la más mínima alteración por la sangre, pero no por ello negaba que la necesitaba tanto como yo.
         –Tranquila – me decía a mi espalda –, estaremos llegando al atardecer.
         ¡Pero es que aún no pasábamos de medio día!
         Pasaron las horas, ya no faltaba mucho, me decía Aki. Pronto estaríamos entrando a unas minúsculas montañas inundadas por bajos árboles y ahí estaría nuestra comida. No faltaban ni cuatro horas para llegar. Era poco. Pronto esta sensación de pérdida quedaría en el olvido, solo faltaban cuatro horas.
         El único sentido que en realidad me preocupaba, era mi vista, me jugaba malas pasadas. Movía las imágenes de un lado a otro y no las procesaba tan bien como yo quería.
         Bastante tiempo ya hacía que no veíamos más que pastizales verdes. Y cuando divisamos las montañas y la arboleda apretamos el paso. Ya casi. De la emoción giré a ver a Aki para asegurarme de que no fuera una broma de mis ojos, pero era cierto, él también lo veía. Aki…
         No, no era él. Era de nuevo Ganesh.
         Tiré del brazo que se mantenía unido a mi hombro para guiarme y me lo aparté de él. Grité incluso. Creo que lo que más me asustó fue saber que no estaba soñando, que estaba despierta y le estaba mirando a la cara, lo había tocado y no me había dado cuenta siquiera de que Aki había desaparecido desde la última vez que le vi lo ojos.
         No fue mi intención correr, no podía. En cambio me tiré al piso, pensando en que su deseo sería matarme por algo. Y no me equivocaba, su cara estaba furiosa, con los músculos de la cara crispados y pupilas enormes.
         Alargó los brazos hacia mí para sujetarme y sacudirme después. Solo gruñidos salían de entre sus dientes, solo  eso. Pero de repente paró.
         Su garganta dejó de gruñir, no se movió.
         Cerré los ojos temiendo lo peor, aceptándolo con los brazos abiertos y el alma encogida. El peor de los miedos lo traía a flor de piel. Había soñado y antes a Ganesh, acechándome, queriendo darme muerte, y volvía a pasar. No era más que producto de la sed tenía, de las alucinaciones que me provocaba, pero por la misma deficiencia no aceptaba la realidad, no podía ver que detrás de la cara de Ganesh estaba Aki.
         Tras un mar de confusiones, de palabras cruzadas, caricias confundidas con rasguños y golpes, me dejé vencer. Lo peor de todo es que no podía terminar todo con un simple desmallo. Permanecí consiente todo el rato.
         Aki me cargó entre sus brazos al no poderme levantar. Yo gritaba y pataleaba pensándolo su hermano.
         Luchando con todas sus fuerzas contra el hambre, Clío se hiso presente a mis gritos. La perra enfureció ciñendo la piel bajo su nariz y gruñendo fuertemente a Aki, parecía que le amenazaba y le exigía que me bajara. Como podía le mordía los tobillos y calaba su ropa. Pero Aki no desistía, debía llevarme a un lugar donde pudiera beber, así estuviese al otro lado del mundo llegaría, por mí.
         Pasé cuatro horas luchando. Pero si persistía las últimas gotas útiles de sangre se consumirían como agua dentro de mí. Al final no me quedó más que dejarme caer en los brazos de Aki y no cerrar los ojos.
         –Falta poco – dijo una vez –.
         Pero mi esperanza se apagó a los pocos minutos. Cuando Aki se detuvo entre un montón de cenizas y árboles muertos. Olores a quemado, pelo y pieles muertos, nada de vida. El lugar en donde de estábamos parecía haber sido sitio de vida, pero ahora estaba totalmente  quemado y destruido. Aquí no encontraríamos anda.
         El silencio de Aki no era buena señal. Esta era nuestra única fuente de alimento antes de Hëdlard y estaba completamente arrasada.
         Me depositó en el suelo con un solo movimiento y me dijo volvería en unos minutos, iría a buscar más adentro por si el fuego no había llegado al corazón de la arboleda.
         Aquí, tendida en las cenizas, podía abrazar a la Tierra. Con las manos sus latidos llegaban a mi cabeza, y aunque muerta la zona, viva la tierra. Seguía experimentando cambios, seguía siendo distinta día con día, se seguía moviendo. Y yo, ten sensible como estaba en estos momentos la disfrute mucho. Nunca se me olvidó la sed que traía dentro, pero si calmo con el contacto de la Tierra.
         Encogí mis músculos, ignorando el cosquilleo que me provocaba hacerlo, y me giré para ponerle una mejilla a la Tierra y poderla escucharla.










Alka



         Me quedé dormida al poco tiempo. Supe que Aki regresó casi dos horas después, arrastrando los pies por la decepción de no haber encontrado nada a su paso.
         Debíamos seguir nuestro camino de inmediato si pretendíamos llegar a tiempo. Sugirió fuera el lago Tumma donde conseguiríamos alimento, costara lo que costara, no me dejaría morir de esa manera. Prometió.
         Seguimos caminando el resto de la noche, debíamos descansar si pretendíamos que mis perros mantuviesen la vida. Así que en contra de su voluntad, Aki me dejó en el suelo y se acostó a mis espaladas, abrazándome con fuerza, como si en verdad temiera por mi vida.
         Me besó cuidadosamente la mejilla y me dejó descansar hasta el siguiente día, cuando no me dio tiempo ni de abrir los ojos cuando ya me encontraba de nuevo cargada por él y de camino al sur.
         –¿Te puedo decir algo? – me preguntó mientras caminaba. Sin poder contestar prosiguió – Una vez, hace ya muchas décadas, maté a una niña. – la pena que cargaba en su voz era infinita, profunda e inundada en llanto – Yo… perdí el control, la amaba tanto que no veía lo que en realidad era. Es impresionante cómo un cuerpo tan perfecto pudo haberme vuelto tan loco.
         ‘Ella era tan bonita como lo fue Anna, no, era más aún, tenía apenas dieseis  años y su belleza era incomparable. Su pelo era rubio, casi blanco y sus ojos grises, que cuando cazaba se tornaban completamente negros, era bellísima.
         ‘Tenía una complexión menuda, no tenía pechos grandes ni caderas anchas, pero aún así calentaba la sangre de cualquier hombre. Su voz era lo más esclavizarte, no era de su edad, lo cual la hacía más extraña aún. Exótica, una delicadeza extrema en la sangre, mi perdición.
         ‘Ni mi padre ni mi hermano supieron nunca de Alka, pero ella de ellos sí. Decía que mi hermano era el diablo. Ella le tenía miedo, mucho. Pero Alka era menos mala aún que él. Inclusive mi hermano no era mala persona, ella sí.
‘Mataba vampiros para alimentarse, mataba dos o tres por noche. Era una amante de la sangre inmortal, cazaba hombre principalmente, a los cuales les hacía el amor a escondidas mías pensando en que yo no lo sabría. No duraban ni cuatro horas entre sus manos y las victimas ya estaban bien muertas. Eso sí, con sangre mortal, jamás se conformó, podría haberla encerrado en un cuarto con cientos y cientos de humanos y aún así jamás hubiese estado con el suficiente juicio como lo estaba con sangre inmortal.
‘Pensaba en ella más que en otra persona, más que en lo que me hacía. Todas las noches, me escapaba de Palacio a escondidas de todos y me encontraba con ella al sur de la ciudad. Con el dinero que mi padre me daba para complacer mis caprichos de príncipe le compré una casa, ropa, lujos, ella era mi capricho y la amaba.
‘Procuraba que nadie nos viera juntos, no por que fuese malo que el hijo del rey se enamorara de cualquier persona de la ciudad, sino porque ella era mucho más joven que yo. Mientras que mi cuerpo se había dejado de cambios y envejecimiento mortal a los veintiocho años, el suyo paró a los dieciséis. Doce años menos que yo, doce. 
‘Esa inocencia de su cuerpo era alucinante, Antaris, te lo juro. Esos pechos tan pequeños, su cabello blanco, igual al de su cara. Me tenía esclavizado.  Me hacía el amor cada noche, su… su corta edad, esa era la clave. Tenía que ser inocente, indefensa, tenía que necesitar a alguien más grande que ella, alguien que velara por Alka. Creía que era yo quien abusaba de ella, quien la obligaba a entregarse a mí. Pero eso era lo que Alka me hacía creer.
‘Una noche, la llevé a Palacio. Me había hecho tomar tanta sangre inmortal que perdía el control, era como haber tomado diez infusiones de heroína. Nos recostamos en mi lecho, nunca habíamos pasado la noche juntos dentro de mi habitación, ella nunca había entrado y consiente nunca lo hubiese hecho. Me hiso el amor como se lo hacía a sus presas, fuesen hombre o mujeres, y vaya que eran exquisitas. Su instinto criminal salió a flor de piel, cubriendo todo rastro de belleza en su cuerpo.
‘Rasgó mi piel con sus incisivos y bebió mientras que yo me llenaba de coraje al mirarla. Al final, no supe bien como terminó todo, pero su cuerpo yacía entre mis brazos. Yo lloraba, no sé si con más sentimiento que con la muerte de Anna y mi hijo, no lo sé, puesto que era mi primer asesinato. Al pararme, me miré en el espejo, me sorprendí, debajo de mis labios y hasta llegar a mi pecho, tenía la piel teñida en sangre, sangre espesa y brillosa, sangre de Alka. Grité como un loco, grité frente al espejo mirando mi cara deformarse por la desesperación.
         ‘Mi hermanos entró primero, me miró a mí y luego vio a Alka, del coraje golpeó la cama y también gritó. Cuando mi padre lo supo sobornó a un sirviente y desaparecieron el cuerpo, el ciervo nunca volvió a Palacio, también estaba muerto. ¿Ahora entiendes la gravedad del asunto? Si alguien se enteraba de que el futuro rey había matado a una niña, la corona y toda la línea de sangre colapsarían. Entre nosotros hay una estricta forma de ver la honradez de cada uno, si alguien comete un asesinato, nadie nunca puede volver a creer en él.
‘Matar a alguien a quien yo había amado y necesitado con tanto fervor me marcó por dentro. No amé a otra mujer en muchos años, las creía a todas iguales.
‘Alka, mataba a hijos de la noche sin piedad, les engañaba igual que lo hiso conmigo durante diez años, en el momento en el que se cansó de mí decidió terminar conmigo, corrompió mi alma y me transformó en la persona cruel que describe Ganesh. En esa persona que no se tentó el corazón para salvar a su padre, ese vampiro que creía perdido y asesino.
‘Alka fue tan mala que aún muerta, su sangre manchaba todo lo que hacía. Por su culpa murió mi padre, por su culpa amé a personas a las cuales no debí amar nunca. Por poco me convierto en ella. Pero siempre existen las almas buenas, las que me salvan del la perdición y me llevan a la redención del alma.
‘Además de haber amado a Anna de la manera en que la amé, le estoy eternamente agradecido por lo que hiso por mí. Me salvó de una muerte terrible, de un olvido en el que seguro hubiese terminado.
         ‘Mi pasado con Alka ahora es ajeno a mí. Ha pasado tanto tiempo que poco me acuerdo de ella. Y esta es la primara vez que hablo de ella a otra persona además de mi mismo. Y si, tal vez sea un poco cobarde contártelo cuando no estás consciente de lo que digo, pero de otra manera no te lo pude haber dicho nunca. Y te pido no lo repitas. Ningún daño me haría que alguien más lo supiera pero esto te lo confié a ti, y nada más.
         Si es cierto, lo que me dijo no era digno de contarse en Hëdlard, y después de pedirme discreción mi promesa no debía de romperse.
         Quise con todas mis fuerzas contestarle, pero es cansancio era muy intenso y no pude. Moví los labios un par de veces pero no salió ni un solo sonido de mi boca.
         Aki siguió caminando al mismo paso de siempre, con la vista al frente, muy rígido. Y créanme, no se puede hacer mucho cuando uno está en estado vegetal, después de haber perdido la razón alucinando personas.
         Y aún así, después de estar consciente del que me había contado aquella historia había sido Aki, en ocasiones miraba su cara o percibía su aroma y era igual al de Ganesh.
         Fue una noche más de descanso antes de llegar al lago. Ya todos estábamos muriendo y sin comida sería mucho más rápido.
         La tarde en la que llegamos por fin a la orillad el Tumma, las olas irrumpieron en el aire y el ambiente húmedo y frio, típico del mar, se hiso presente.
         Pronto anochecería y las estrellas brillarían más que aquellos momentos.
         Pero díganme, ¿qué puedo decir ahora? ¿Debo describir el cielo con su normal capa majestuosa color petróleo con la que siempre se viste para la noche, debo decir que el aire corría tan sutilmente que me arrullaba su canto a mis oídos, debo acaso decir que por primera vez en tres días el sueño de empezaba a apropiar de mi lentamente? No. Es obvio.
         En algunas ocasiones, cuando mi vista era clara y mis sentidos agudos, percibía los rezagos de Aki, miraba sus ojos y su boca entreabierta. Todo él, hasta su piel, mostraba que la necesidad de sangre era inminente.
No duraríamos así por siempre, pero tampoco podríamos morir jamás. Según mi teoría, por más sed que pasáramos, nuestras almas seguirían unidas a nuestros cuerpos sin descomposición alguna eternamente. Y claro, el sufrimiento sería perpetuo.
         Minutos más tarde la inclinación del suelo me fue obvia – Hemos llegado, lo logramos – dijo Aki en un suspiro –. Pronto beberemos algo, solo debemos tener paciencia.
         El hermano del que tanto amaba, se dirigió arrastrando los pies hasta la orilla del lago luego de dejarme recostada sobre una roca color cobre. Acostada como me encontraba podía mirar todos y cada uno de los movimientos, pero no por eso los entendía y asimilaba como eran debidos.
         A lo lejos solo parecía un bulto largo y negro andando entre las fuertes olas del lago. Se internaba poco a poco en él. Sin temerle aparentemente. Dejaba que el agua se lo tragase hasta extinguirlo por completo, y lo hiso.
         Pasaron muchos minutos, no sé si horas, pero en la superficie del agua nada se movió, ni siquiera en todo el paisaje. No veía a mis perros desde hace ya tiempo y tampoco los podía ver ahora.
         Tenía el presentimiento de algo malo estaba pasando con Aki, no era normal que tardase tanto. Si intentaba cazar alguna clase de pez, ya lo hubiese traído, a menos que la presa hubiese sido él.
         Pocas veces me había asustado tanto. ¿Qué había yo si Aki, así de débil como me encontraba? No tendría más que volver a usar las gotas de Teza de plata que aún conservaba en mi alforja.
         Si no salía en veinte minutos la usaría. A partir de este momento me sentí un poco más consiente. Descubrí entonces que bajo presión y peligro mi cuerpo se mantendría un poco más estable.
         Nada.
         Ni un solo movimiento además de las olas chocando contra las rocas redondeas de tonos grises que había en la playa. Diez minutos. Quince. Dieciocho. Los contaba, cada pobre respiración mía equivalía a un segundo y casi terminaba mi cuenta regresiva.
         Veinte.
         Mas de cuarenta minutos bajo el agua y aún no volvía. No me quedó opción. Alargué la mano hacia mis espaldas y tiré de la tapa de la alforja de piel café. La abrí pesadamente y busqué entre la ropa. Aún tenía un par de botas sin usar y casi toda la ropa limpia. Y entre uno de los pantalones estaba envuelta la botella del liquido rojo.
         Temblorosa giré la tapa de oro fundido y esperé solo un poco. Tenía miedo, además de paranoia, recordaba los síntomas exageradamente de la droga placentera una vez pasados los efectos de usarla. Y esos efectos era a los que tanto les temía.
         Perder más sangre, se por los ojos o por la boca sería peor, y siendo un poco más mortal que ahora no le podría ayudar a Aki. ¿Y si Aki ya estaba muerto? No, él nunca me hubiese dejado sola, jamás.
         Pero no salía, nada parecía vivo. Nada…
         Justo donde la luna proyectaba su reflejo, salió como bala un bulto enorme, tres o cuatro veces mi tamaño, liviano, pero no por eso más ágil. Aki estaba sobre aquella creatura bestial, tiraba de sus orejas, sostenía su hocico con mucha fuerza con los pies obligándola a mantenerse pegada al cuello. Pero el monstro chillaba tanto que lastimaba los oídos, aleteaba como fiera y no dejaba de retorcerse en el aire en un intento fallido de apartarse de Aki.
         Era claramente un Kelpie, esas creaturas de las que me había contado Aki en la cueva. Nunca las pensé tan grandes. Tenían el tamaño normal de un gran caballo y escamas tan brillantes como las estrellas, que se movían cual armaduras de hierro.
         Realmente bestial el semental.
         La membrana que recorría desde su nuca hasta lo que sería el maslo tenía una alzada de veinte centímetros y aparentaba ser difícil de atravesar. La aleta del fina, con la que se impulsaban como lo hacen las sirenas era aún más impresionante. Grande, gruesa, firme y de preciosos coloridos, medía de largo casi un metro.
         Cuando por fin se volvió a hundir en la capa plateada del lago, no tardó mucho para lanzar el chillido del que tanto había hablado Aki. Y en efecto, no había herrado mucho en la descripción. Era demasiado agudo y mis oídos muy perceptivos para eso. Cada onda de sonido que despedía el Kelpie hacía que mis oídos estallaran en incesantes zumbidos de dolor.
         El sonido era más fuerte fuera del agua que dentro, a pesar de ello no lo dejaba de oír.
         La pelea no era justa, el Kelpie era más grande y tenía ventaja en el agua, para eso había nacido, y Aki ya llevaba cuarenta minutos sin meter aire. De haber estado consciente de ello, me hubiese parado y acudido a un lado de Aki. Lo que menos quería era que se lastimara, pero simplemente no podía ni pensar.
         Noté entonces que poco a poco Aki iba arrastrando al Kelpie hacia la orilla. Primero nadaba con todas sus fuerzas, y solo diez metros antes de que el agua no fuese más que un hilo de tela plateada pudo tirar de él colocando los pies en la grava de piedras negras.
         El pobre animal ya estaba muy cansado, respiraba por sus fosas nasales agitadamente y en sus ojos, que se movían desesperadamente, un aro blanco se asomaba mostrando terror.
         Aki le hincó los incisivos en su largo cuello. La bestia ya no podía más, era incapaz de moverse, solo gimoteaba por el dolor que sentía en el corazón. Mientras moría, Aki recibía más y más vida, su piel tomaba un matiz rosado y sus labios se hinchaban hasta ponerse tan rojos como la sangre que bebía. Al poco rato, ya no necesitaba más sangre, si bebía era por mero gusto.
         Su garganta se contraía en pulsos rítmicos, succionaba la sangre con demasiada lentitud provocando que el Kelpie no perdiera la vida y la sangre no se volvieres ponzoñosa – cosa que debemos hacer con todo ser vivo, nunca beber de ellos una vez muertos –.
         Estaba en el mismo éxtasis.
         En cuanto él acabó con su parte, tiró del cuello de la bestia y me lo trajo a donde yo estaba. Por mero instinto y reflejó me abalancé contra este y también bebí. Absorbí tanta sangre pude de su cuerpo, sin permitir que muriese. Aunque no era necesario resistirme mucho, puesto que era su corazón el que luchaba por mantenerse vivo, latía con mucha fuerza, provocando eco en mis oídos y aterrándome cada vez más. Pero yo debía seguir bebiendo. Eso si quería vivir.
         El Kelpie por fin pereció con un suspiro rasposo y grave, para después pasar a mejor vida.
         Levanté lentamente la cabeza, agobiada por lo que veía, los colores con luz propia y los sonidos gritando. Aki, él, con su cremosa belleza a flor de piel, como la mía. Solos, éramos las únicas creaturas en estos terrenos con tal perfección, fuertes y muy gráciles, capaces de destruirnos uno al otro, solos, entre lo que hubiese podido ser una multitud, con las luces de las estrellas iluminándonos las caras, solos, con los sonidos ensordeciendo nuestras voces, sin permitir que hablásemos tendidamente, ebrios de sangre y totalmente enamorados. Eso éramos.
         Sin pedir permiso, ni siquiera advertirme, acercó su cara violentamente y besó mis labios. Con la lengua seguía saboreando el sabor de su sangre mezclada con la del Kelpie, que estaba tan presente como él mismo. Su beso no fue totalmente apasionado, como esperaba, más bien delicado, demasiado fino para lo que yo esperaba de un hombre así. No intentó nunca sacar provecho con ese beso, pero no se contuvo con las manos; tomó mi cintura y la pegó a su cuerpo, entonces yo tomé la parte posterior de su cabeza y la pegué un poco más a mí, desesperada por el calor que traía dentro después de beber tanto. Pero no cedió, ni un poco, continuó besando como al comienzo. Delicadamente.
         Posteriormente quedaron nuestras caderas de frente, una junto a otra, sintiendo la excitación de la que había sido víctima hace pocos segundos. El beso se pudo haber prolongado el día entero, puesto que no fue incomodo, pero no, despegué la cara y la refugié en su hombro. No quería salir de ahí nunca más.










Junto al Mar



         Esa mañana hiso especialmente mucho frío. El viento me soplaba de frente provocando que cerrara mis ojos un poco más de lo normal. Mi pelo trenzado desde el inicio hasta el fin, ropas limpias – las mismas con la que había salido de Hëdlard –, y calzado nuevo. Había aprovechado para lavarme en el lago antes de continuar, por lo que estaba completamente bien peinada y vestida.
         Se suponía que a media noche estaría llegando a Palacio. Con casi una semana de viaje desde que Aki cazó al Kelpie, la sangre no faltó de nuevo, mis perros por fin pudieron comer bien y descansar. Este era el último trecho de camino y por lo mismo a la mitad debía separarme de Aki.
         Me fue impresionante la rapidez con la que este momento se presentó. Cuando el sol aún daba bastante luz, Aki avisó su partida.
         –Hasta aquí – pronunciaron sus labios, antes sellados por un silencio interminable –. Debes seguir sola.
         –Vamos, un poco más – me atreví a tomarle de la mano, con pena y tristeza –. Aún falta mucho para llegar, podemos seguir.
         –No – soltó mi mano con suavidad, no con desprecio ni repudio –.  A las afueras de Hëdlard suelen vagar muchos vampiros curiosos. Si me ven, me confundirán con Ganesh y darán un aviso. – Tenía sentido, pero de igual manera no me agradó ni lo que dijo, ni el tono. – Si te miran a ti pensarán que te has extraviado o simplemente te ignorarán. Suponiendo que no encontremos ningún vampiro de camino a la ciudad, pasará lo mismo al entrar a ella.
         –Si es verdad lo que dices, dime cómo vas a entrar luego. Pase lo que pase, hagas lo que tengas que hacer, tienes que hacerlo en cualquier momento. – Dije mirándolo a los ojos. – ¿O acaso eso tampoco me lo puedes decir por miedo a que Ganesh lo sepa?
         –¿Miedo? – Sin importarle la provocación que le hice continuó hablando tan tranquilo como antes. – No Antaris, miedo es lo que menos tengo a mi hermano. Mientras menos sangre se derrame mejor. – A la siguiente vez que pronunció palabra era más bien para devolverme la provocación – Si lo que te preocupa es saber cuándo nos volveremos a ver, te puedo decir que pronto. No me busques, porque no me vas a encontrar nunca, una noche yo iré por ti. Al bosque, al lago, al río, a Palacio, al mismo fin del mundo iría, pero te prometo que no te dejaré sola. Bueno, si es lo que tú quieres.
         –Aki, si quiero, pero sabes que mi lugar es con Ganesh. Pase lo que pase, en cuanto me pida desposarme con él no podré serle infiel ni en pensamiento ni en acto. Pero no es porque no te ame, Aki, yo te quiero mucho, pero…
         –Ya. No hables – sujetó mi mano –. Creo que debería pedirte una disculpa por lo que pasó en el lago. Si lo entendiste alguna vez como una falta del respeto, en verdad lo siento. Lo cierto es que no me arrepiento de nada de lo que hice.
         –Injusto sería echarte toda la culpa a ti – dije ruborizada –, pero con buenas razones te pediré no lo vuelvas a hacer. Pero prométeme por favor que te volveré a ver.
         –Claro, sabrás de mí pronto.
         Hice que siguiera conmigo un par de kilómetros más. Pero estos se consumieron igual de rápido que el resto del viaje. Más que anocheciendo el sol siguió acompañándonos con sus últimas luces rojas. Al poniente el cielo tenía el mismo color que las plumas del incandescente Fénix, mientras que al lado opuesto, estas mismas plumas cambiaban en tonos de azules hasta volverse negras. De ese mismo lado las estrellas ya brillaban en el cielo y la luna estaba mirándonos, iluminando mi pelo negro.
Era lo hora de despedirse de Aki, aunque yo intenté evadir aquello, él me pidió que lo hiciera. Estoy segura que lo primero que pretendió era besarme, solo que se arrepintió, en cambio me abrazó fuertemente y me pidió me cuidara.
         –Recuerda lo que te enseñé, – dijo entonces – fue poco, aprenderás más conforme los años pasen, pero lo que te dije acerca de cómo ataca un vampiro es elemental y cierto. En los ojos del vampiro puedes verlo todo. Si pretende atacar lo verás, lo que sea lo puede ver, aunque nunca olvides el poder de tu mente. Infíltrate en ellos y adivina lo que quieren, cuida la tuya también.
         –Si, Aki. Lo haré.
         –Bien, vete. Corre rápido para que puedas llegaresta noche. 
         Exactamente el mismo dolor que sentí al abandonar Hëdlard hace ya cuatro meses lo sentí en ese entonces. Una sensación de no volverle a ver nunca más rigió unos minutos antes y después de despedirme de él. De no haber sido por que su hubiese dado cuenta, juro que pude haber llorado tendido hasta Palacio.
         –¡Antaris! – oí gritar a mis espaldas – Espera, se me ha olvidado decirte algo importante. – regresé con Aki, con un nudo enorme en la garganta debido al sentimiento – Antaris, se supone tú no has bebido ninguna otra sangre más que de animales, aún así eres más fuerte, mil veces más fuerte de lo que saliste de Hëdlard. Debes usar la Teza de plata. – hice mala cara – Se que no te agrada, pero si es de otra forma Ganesh lo notará de un inmediato. Por favor.
          
         –Esta bien. Pero en cuanto tenga oportunidad de beber sangre de Ganesh lo dejaré de hacer, así tendré pretexto.
         –Me parece excelente idea. Bueno, ya no te quito más tiempo, vete. Corre rápido Antaris y responde bien lo que sea que te pregunten.
         Besó mi frente y me fui.
         De nuevo, sola en lo que sería un viaje corto, pero sola, sin quien para hablar o discutir siquiera. Solo yo y mis perros, de vuelta a casa.
         Cabo y Ehera le llagaban a media espalda a Clío. Cabo, poco a poco, iba tornándose el más grande, al fin macho, sería fuerte y potente, seguramente como lo fue su padre. Los músculos de sus posteriores se marcaban atreves de su pelo y unos colmillos blancos sobresalían la mayoría del tiempo en su hocico. Ehera en cambio resultó ser más baja que su madre – siempre tuve la esperanza de que al menos fuera de su alzada –, con el lomo pelirrojo, un ojo azul de su madre y el otro café de su padre. Casi en seis meses dejarían de crecer. Lo amaba.
         Tarde, distinguí la figura de Palacio erguirse a mi izquierda como una gran masa uniforme de color negro. Las luces de la ciudad la pude distinguir desde micho antes en el reflejo de las nubes.
         Era hora. Contra mi voluntad, saqué la Teza de la alforja para después tirarla con la ropa que me había dado Gabrielle dentro. Al ir siguiendo la costa del Lago Tumma se me hiso fácil arrojarla a sus aguas. Despareció con el tiempo.
         Demoré veinte minutos con la Teza en las manos, pensando en si debía hacerlo o no. Aki me lo había pedido, pero si encontraba otra solución tomaría esa. No encontré ninguna.
         Decidía, aceleré el paso y corrí incluso más rápido de los que mis perros podían aguantar. Destapé el frasco rojo y vertí el líquido en mis ojos. Pasaron dos, tres, cuatro segundo, al quinto mis piernas me tiraron al suelo en un golpe sordo y doloroso. Ni siquiera logré poner las manos para no pegarme contra las rocas en la cara. De no ser por la sangre inmortal de Aki me hubiese desfigurado.
         Al comienzo fue solo el ardo caliente en mis ojos lo que sentí, una desorientación impresionante y el miedo de morir. Con el normal dolor de cuerpo que me poseía por esos instantes tan dolorosos sobrepasé todo. Los dedos de las manos se me crisparon y los labios se contrajeron haciéndome mostrar los incisivos. Grité con incontrolable furia si separar los diente, no creía poder soportarlo, en verdad que todo esto era una tortura. Por mis venas corría sangre a escalofriante velocidad y mi corazón daba brincos de dolor, el cianuro se estaba combinando con mi sangre cada que pasaba por el corazón y permanecería ahí hasta el día siguiente, consumiéndose lentamente. Haciéndome más mortal.
         Párate, – me dije – debemos seguir, ya casi llagas. En unas horas estaremos con Ganesh. Párate.
         Luché, luché con fuerzas. Ordené a mis piernas que me pusieran en pie, y hasta que no lo hicieron no dejé de repetirme lo mismo. Vamos.
         Clío llegó entonces, lamió mis manos, otra que me deba ánimos de seguir. Caminando al comienzo, y al final corriendo. Eran ahora mis perros los que corría más rápido que yo. Esta vez, mi fría piel no me aislaba del gélido aire de la noche, ahora mi carne tenía calor mortal y al acercarme más a los Bosque Fríos de Hëdlard, ahora a punto de ser cubiertos por una nueva capa de nieve, me estaba helando.
         Las mejillas no las sentía, los dedos de las manos, aún crispados, me ardían al igual que la nariz y la punta de la barbilla.
         Palacio, con su imponente figura de treinta pisos, negra fachada entre un valle de agua. El corazón lo tenía en la boca. Con tan poca percepción de sensaciones todo lo que veía lo veía cinco veces más lento que antes, los olores apenas los distinguía y los sonidos no me llegaban tan limpios.
         Entré decidida, nos sabía si los soldados me permitirían la entrada sin hacerme alguna pregunta, pero ni siquiera abrieron la boca. Reconocí a uno incluso, el mismo que se había burlado de mí hacía tiempo. Maldito.
         No le quité la mirada de encima hasta dejarlo a mis espaldas.
Lo más segura que pude irrumpí al centro de Palacio. A una sierva que pasaba por ahí le pregunté si acaso el rey se encontraba en el Palacio, respondió que sí, estaba en sus aposentos.
         –Último piso, ¿no es así? – pregunté antes de partir al ascensor.
         –No, esos no son – contestó la mujer –, son dos pisos antes. ¿La conoce? – asentí – ¿Sabe que viene? – volví a afirmar – Entonces puede pasar, toque la puerta antes de entra, por favor.
         –Gracias. – y me fui.
         Entré sin inconveniente con mis perros, nadie se fijó si quiera en ellos.
En el ascensor me miré en los vidrios espejados de las paredes mientras subía y arreglé lo más que pude mi cabello. Deshice el peinado y dejé mi pelo suelto. Me aseguré de que en mis ojos no quedara ni un rastro de sangre que había derramado con la Teza. Solo quedaba un poco al centro, alrededor de la parte negra.
         –Diablos. – maldije – Por favor, que no se dé cuenta.
         La alarma del elevador que indicaba la llegada al piso sonó a los pocos minutos. Piso veintiocho. Las puertas se abrieron convenientemente lento y tarde, como si supieran que me moría de nervios.
Obviamente no me iba a encontrar con la casa en seguida, pero me impresionó ver que no era la misma a la que yo había llegado los primeros y únicos días a Hëdlard. Esta puerta era de doble altura y más elaborada.
         Saliendo llamé un par de veces la puerta,  al ver que nadie respondía mi apoyé en el picaporte, que se deslizó con peculiar facilidad bajo mis manos. Empujé la pesada madera negra que formaba la puerta y miré hacia dentro.
         Definitivamente no era el mismo lugar. Al entrada lo único que se veía era una enorme sala rectangular de dos pisos, el segundo estaba enmarcado por un balcón, en donde en la base estaban pintadas distintos pasajes, pero no vi de qué exactamente.
         Los balcones, además de tener los cuadros, comunicaban a las habitaciones de la planta alta. Habitaciones que luego descubriría no servían para nada, bueno algunas de ellas.
         A ambos lados de la sala, justo a la mitad, dos puertas abrían la pared, el marco había sido delineado con tinta con suprema exactitud y precisión. No pude ver que había en cada una, estaba deslumbrada por la belleza y lujo del lugar. Cientos de candelabros de luz artificial estaban sostenidos a los lados, era tan buena la iluminación que no había sombras en ninguna parte de la sala.
         Caminé despacio, en silencio y mirando en donde pisaba. Como si también el piso pudiera ser tan frágil para romperlo – aunque eso no le quitaba lo bien trabajado que estaba –, a pesar de que era de mármol blanco.
         Al final, frente a una inmensa pared color blanco, un par de escaleras se abrían cual pétalos de flor hacía ambos extremos del lugar, saliendo de una base de granito blanco y uniéndose a los balcones de arriba. Por todas partes por donde un hombre pudiera pasar había tendida una alfombra color gris oscuro, casi negro, con bordados uniformes color plata.
         Nada de oro, todo era gris o plateado, hermoso.
         Vestido únicamente con una túnica negra larga atada a su cintura con una tira de la misma tela, descalzo, estaba Ganesh. El verde líquido de sus ojos relucía más que cualquier otra joya en toda la sala y el vago aroma que alcanzaba a percibir era lo único capaz de captar.
         De seguro había aparecido ahí hace pocos instantes, porque antes de aquello la sala estaba más sola que un féretro.
         La única reacción que hubo en mi cuerpo durante los siguientes segundos fue tremenda, no grité ni dije su nombre, nada. Solo empecé a caminar y caminar lentamente hacia él, acortando poco a poco la distancia hasta que quedamos uno frente al otro.
         Creo que nunca la alegría había envagrado más mi cuerpo, estaba temblando de la felicidad, tan alterada que ni un saludo pudo salir de mí. Solo lo abracé con fuerza por el cuello y dejé colgar mis pies en el aire. Sentí entonces cómo él me correspondía y ceñía mi cintura entre sus manos. Respirábamos del pelo del otro, mirábamos de nuestras pieles y vivíamos de lo que fuera que sintiéramos. Vivíamos y solo por eso estaba yo feliz.
         Puede que el mundo no sea el más completo, ni el más perfecto, pero después de conocer a la persona que en verdad cambiará tu vida, nunca, ni en la muerte, te olvidarás de él. Lo cierto es que, por más que lo ames, un día ese amor se esfumará tan pronoto como llegó, y entonces, ese recuerdo que se ató a ti te perseguirá sin descanso. Podrás querer a miles de personas, podrás vivir con ellas, podrás inclusive creer que jamás existió nada del pasado, poro el recuerdo siempre surge de las cenizas. Surge y embarga el alma hasta ahogarla, obligándote a llorar por ello y extrañar a esa persona que alguna vez tanto amaste.
         Si tan simple fuera olvidar a las personas que te aman y amas, nunca me hubiese tomado la molestia de relatar esto, de contar tal y como fue mi historia que, aunque para algunos puede no molestar ni afectar, es completamente verídica, todos y cada uno de los sentimientos que expreso son del corazón. Claro, probablemente nunca llegue nadie a creer en lo que digo, un ejemplo de ello es la madre Luna. ¿Cuántos mortales saben de nuestra religión, cuántos han visto alguna vez alguna manifestación de su poder? Para este entonces – los instantes que estoy relatando, mi llegada a Hëdlard –, yo tampoco creía, no creía en nada de hecho, ni en los mismos dioses mortales. Al fin y al cabo, ¿qué estúpido vampiro creería en un dios que murió y reencarnó en su hijo, para después reencarnar en el padre?
         Pero como iba diciendo antes, nunca jamás pude sacarme a Ganesh del corazón, de este corazón que vive de sangre robada, nunca.
         No sé, ni quiero recordar la manera en que llegamos a lo que luego me enteré eran sus verdaderos aposentos. Creo haber sido transportada en sus brazos, creo haber sido depositada en la cama y luego creo haber visto a Ganesh cerrar la puerta, dejando a mis perros fuera.
         Instantes después, escuché a Ganesh pronunciar hermosas palabras, alabanzas hacia mí, agradecimientos hacia La Madre por haberme devuelto a él con vida.
         –¿Pero ahora que hacemos tú y yo aquí? – pregunté refiriéndome al palacio – Recordaba era más humilde y pequeño.
         –En verdad creíste que vivía ahí – contestó sonriente –. No, este es el verdadero Palacio, hay miles de salas, comedores inservibles, dormitorios lujosos y cómodos baños de agua caliente, lo que tú desees lo tienes a tus pies.
         Tendidos en la cama, yo jugando con su pelo y él con acariciando la piel de mis mejillas, permanecimos mucho rato, no se cuanto, en su cama, que por cierto era deliciosa, sobre todo después de meses sin comodidades como estas.
         Estaba cansada y con mucho sueño, el efecto de la Teza seguía muy vivo, y por lo mismo el sueño me era indispensable, sobre todo ahora que la noche estaba en su mayor auge. Todo eso él lo comprendía. Se me antojó simplemente recostarme entre sus brazos y cerrar los ojos.
         Silencio. ¡Estaba harta de él!
         –¿Qué viste? – preguntó entonces oportunamente, rompiendo así mi desesperación.
         –Muchas cosas. Tantas que es difícil acordarse, las viví tan sola que me deslumbras con tu compañía. Pero aprendí. Y estoy bien. Feliz de haber vuelto.
         –Me alegro, Antaris. Pero dime algo… – entonces mi corazón palpitó más fuerte, estaba segura de que lo estaba escuchando – ¿Cómo fue que conseguiste a esos perros?
         Casi moría del susto y él preguntándome de los perros.
         –Le salvé la vida a la madre y les di comida, eso es todo, hemos pasado más de tres meses juntos y los amo.
         –Me pregunto en dónde van a vivir.
         –¡Con nosotros! – se soltó en risas ahogadas.
         –Ah… solo por que en verdad parecen ser muy educados se quedarán en Palacio, lo que me da risa es que nunca se ha visto a un vampiro con mascotas.
         –Clío no es una mascota.
         –¿Le has puesto nombres a los tres? – asentí – Son mascotas entonces.
         La euforia aún no me había dejado en paz, estaba yo en un estado demasiado complicado. Me sentí en un sueño por así decirlo, y por lo mismo me atrevía a hacer cosas que, consiente, lo hubiese dudado mil veces. Giré sobre mi cuerpo hasta poder mirarle la cara.
         Su aliento frio golpeó mis labios y sus ojos se cruzaron con los míos, estando estos tan cerca preferí cerrar los míos y dejar que mi cuerpo hablase. Frente a él me acobardé y temerosa de quedarme estática mucho tiempo besé como una adolecente su boca.
         No respondió a mi beso, pero yo continué, no hubo ninguna señal de rechazo, es más, me abrazó y pegó a él suavemente. Su piel se fue calentando levemente conforme pasaban los minutos y el beso se extendía. Metí mi mano por debajo de su túnica negra y ceñí con fuerza su espalda. Bastó con un sutil movimiento para que sus ropas cayeran al suelo dejándolo desnudo ante mi.
         –Tan delicados nuestros cuerpos, tan hermosas nuestras figuras – dije a su oído –, y juntos somos tan fuertes. Nadie en este mundo puede alcanzar tal perfección, nadie.










Gäge



         ¿De qué otra manera pude haberme despertado después de aquella nuestra primera noche juntos? Por supuesto que tenía una enorme sonrisa que me atravesaba toda la cara. Sonrisa que vi también en la suya. Por más cansada que haya estado la noche anterior, hicimos y deshicimos la cama hasta que el día nos alcanzó.
Dormimos más de nueve horas seguidas y, juntos, despertamos la noche siguiente casi  después de que el astro rey se ocultara.
         Un beso frio en la frente me despertó. Lo primero que vi fueron sus labios, aún rosados, y sus mejillas pálidas; luego vinieron sus ojos y al final su melena negra. Al separarse de mí se dirigió a las ventas y abrió las cortinas y vidrios permitiendo pasar la poca luz que del cielo bajaba.
         Justamente pareció que el aire que entró, nuevo, frío, nocturno, me dio vida. Puesto que ya eran pocas las gotas de Teza que había en mi sangre me fue fácil percibir todo lo que me rodeaba. Afuera, a los alrededores de Palacio, el lago parecía agitarse tranquilamente – cosa rara del Tumma –, el aire acariciante y la luna espléndidamente hermosa.
         Sonreí una vez más. Contraje todos los músculos de mi cuerpo y me removí en las sabanas de la cama, por mí, nunca me hubiese movido de ahí, nunca. Y no lo hice, ni siquiera cuando Ganesh terminó de vestirse. Me limité a permanecer sentada en la cama, con nada que cubriese mi desnudez, mirando a Ganesh.
         –Te extrañé – dijo frente a mí –. Juro que hubiese respondido, pero alguien llamó a la puerta antes de que pudiera siquiera pensarlo. Malhumorado, Ganesh fue a abrir la puerta. – ¿Si? – y aseguro que Ganesh contestaba muy mal a sus criados y ciervos.
         –Mi Señor – contestó con miedo una voz –, le buscan en la sala principal. Ha venido el jefe de guardias a verle.
         –Dígale que me espere ahí donde está, en unos minutos bajo con mi prometida. – ¿Qué?
         Cerró la puesta al instante y volvió hacia mí.
         –Vamos, Antaris, vístete. Debes bajar conmigo.
         –¿Prometida? – pregunté nerviosa.
         –Oh… siento no habértelo pedido antes.
         –No, no lo has hecho. – dije confundida, tal vez fingiendo un poco más de lo normal puesto que era algo que ya esperaba pero que se suponía no sabía – Ganesh, no me molesta, en verdad, inclusive estoy feliz porque me consideres… algo tan importante, pero nunc ame dijiste nada de esto, nunca me dijiste lo que sentías por mí, es decir no me lo esperaba, no tan pronto.
         –Tranquila, te prometo hablaremos de eso, esta noche sí tú quieres – estiró sus manos y las colocó en mis mejillas, acariciándolas –. Perdona esa falta de educación, no era mi intención.
         –Está bien, bajaré en seguida.
         Segundos después de que Ganesh cerrara la puerta a sus espaldas, Toran, el joven que ya me había servido antes, llamó a la puerta diciendo que traía las ropas que el rey me había conseguido. Le pedí que las dejara fuera de la habitación y se marchara – al fin desnuda no podía exhibirme frente a cualquiera –, él obedeció, cuando deje de sentir su mente tan cerca de la mía salí y recogí a la carrera las prendas.
         Eran oscuras todas, caras y muy elaboradas. Los pantalones estaban hechos de lona negra, con botones barrocos de plata que ataviaban los costados desde la cadera hasta los tobillos. La playera, de un vino muy oscuro, estaba hecha en dos piezas, la inferior era un corsé apretado con varillas tiesas, y la parte superior, que iba de la base de mi pecho a los hombros, era muy holgada; haciendo que mi busto resaltara y mi cintura se estrechara exageradamente. Pero admito que me encantaba eso.
         Tan pronto como terminé de peinarme salí de la enorme habitación hacia el pacillo. Me percaté de que Toran me esperaba a unos pasos de la puerta, con una mirada seria y labios tiesos, saludé pero no me devolvió el gesto. Debajo de nosotros, Ganesh, hablaba con alguien con enfática seriedad u preocupación. No puede escucharlo todo, llevaban hablando mucho, pero lo último que se dijeron fue lo siguiente:
         –No podemos traerle el cuerpo ahora, sus familiares están haciéndole los honores correspondientes. Pero necesitamos que venga a testificar el crimen.
         –Bien – ese fue Ganesh –, traigan e cuerpo al piso ocho en  nueve horas. Estaré esperando. Llegaré en veinte minutos a la casa del señor Gäge.
         Al no entender nada, me giré hacia Toran, que escuchaba tan atentamente como yo, y le pregunté:
         –¿Es algo importante, verdad?
         –El jefe de guardias nunca hubiese subido hasta Palacio de no haber sido algo urgente – afirmó –.
         –¿Qué ha pasado?
          Pero como es la costumbre de Toran, solo responde a lo que él quiere. En fin, es algo que me irrita, pero en esos momentos no tenía la suficiente autoridad para exigirle una respuesta. En cuanto a Ganesh y el jefe de guardias se despidieron y el jefe salió por la puerta para después desaparecer en el  ascensor.
         Si dirigirle una mirada más a Toran, bajé lo más rápido que pude las escaleras de mármol.
         –Ganesh – los tacones de mis botines sonaban por todo Palacio haciendo un tac tac tac que, a mi gusto, era agradable –, ¿qué ha pasado?
         ¡Amé la cara de adoración que puso Ganesh al verme! Me estudió de pies a cabeza, miró mi pelo, ahora espléndidamente sujeto de un solo lado y suelto del otro, por lo cual todos mis chinos se lucían al máximo – había encontrado un poco de cera en el baño de la recamara de Ganesh y me puse un poco, gracias a eso brillaba más de lo normal –. Su única y simple reacción fue una sonrisa que dejo expuestos sus dientes blancos.
         Antes de llagar a él, escuché el ladrido de mis perros, que ahora se acercaban meneando fuertemente la cola desde un extremo de la sala. Clío llegó primero, se arrojó contra mí colocando sus patas en mis hombros y besándome la cara; Ehera y Cabo esperaron  que su madre se diera la vuelta para saludarme ellos.
         Mientras tanto, Ganesh siguió esperando. Solo Clío se ocupo de él. Le olisqueó una pierna y luego se dejó acariciar por él en la cabeza.
         –Detesto pensar que mientras más me enamore de ellos – dijo burlándose de mí –, es mas seguro serán también mis mascotas – Cabo y Ehera seo giraron y también se dejaron tocar, pasamos un buen rato sentados en las escaleras acariciando a mis perros uno junto al otro. Llegó el momento en el que estábamos codo a codo, demasiado cerca y cuando nos quedamos en silencio no tuve más que dejarme llevar por mis impulsos. Me concentré profundamente en el contacto de nuestros brazos, tanto que inconscientemente cerré los ojos, descubriéndome al final cara a cara a él. Sujetó mi cara y me besó apasionadamente, arrancándome el poco aliento que aún tenía. – Te ves hermosa, Antaris.
          –Gracias, yo… temo que debo decir lo mismo de ti.
         –¿Sabes algo? – dirigí mis enormes ojos a los suyos, muy atenta a lo que me dijera a continuación – Creo que nunca, nunca, había conocido, es más, ni siquiera imaginado a alguien  tan hermosa como tú.
         Haberlo escuchado de sus labios no pudo más que ponerme nerviosa. No le pude sostener por mucho tiempo más la mirada a Ganesh, sonreí tímidamente y al instante me pude de pie frente a él. Le tendí la mano delicadamente, esperando a que la tomara, pero no lo hizo.
         –¿No tenemos asuntos que atender? – pregunté.
         –Diablos – sujetó mi mano y también se pudo de pié –, ya me había olvidado de todo. Antaris, necesito ir a reconocer un cuerpo y testificar un robo. ¿Vienes?
         –¿Quién ha muerto? – eso era un sí, aclaro.
         –Gäge. Era parte de la corte. Gente importante que me ayuda en Hëdlard. Él en lo personal se encargaba de los papeles importantes, registros de las prisiones, impuestos, mapas, facturas, todo.
         –¿Qué le ha pasado?
         –Es lo que vamos a ver.
         No sé si alguna vez lo dije, pero esta sería la primera vez que entraríamos a la ciudad. Lo cual obviamente me emocionaba, aunque a la vez resultaba extraño e incomodo.
¿Cómo me verían a mí? Nadie sabía que Ganesh pretendía hacerme reina, es más dudo que supieran de mi existencia siquiera. Y hablando de un rey, todo lo que se le relacionara sería importante para el pueblo.
         No tenía idea de cuál sería mi reacción si me rechazaban, si pensaban mal de mí. Por eso estaba yo tan atemorizada.
         Los encimosos de mis perros decidieron acompañarnos. Al bajar, ya nos esperaban un par de caballos de gran alzada, ensilladlos y listos. En lo personal nunca le tuve miedo a un caballo, a diferencia de otras personas que pensaban que al subirse el animal se les desbocaría y terminarían en el suelo, yo más bien los admiraba por su gran belleza, y en algunos casos por su valentía. Cabo, Ehera y Clío nos siguieron el paso detrás de los caballos, que no estando acostumbrados a los perros, se ponían muy nerviosos lanzando patadas si alguno de los perros se les acercaba.
         Por supuesto, no puede temer por mis perros, eran demasiado audaces para esquivar esas patadas, pero acepto que eran muy testarudos, puesto que no dejaban de insistir con ellos.
         Al principio solo cabalgamos sobre la calle principal de Hëdlard, la que se extendía frente a palacio muchos kilómetros al sur. A mi lado derecho enormes mansiones se abrían espacio, cada una con su propio encanto y riquezas. Muy bien se notaba que era uno de los barrios más ricos de la ciudad. En sus ventanas y puertas la plata resaltaba más que el cedro teñida de negro. Todos y cada uno de los picaportes tenían piedras que brillaban casi como la luna.
         Cuando no pensé ver más maravillas, dimos vuelta sobre una calle no muy ancha, y ¡oh sorpresa! No lo había visto todo. De este lado, las casas tenían jardines que más bien asemejaban bosques por la espesura de su fauna, el enrejado apostaría era el más caro y casi la mayoría tenía  caminos hechos en piedra negra que conducían desde la entrada del jardín hasta la puerta de la misma casa.
         A lo lejos, algo salía de lo hermoso del vecindario. Una patrulla de uniformados entraba y salía de una de las casas. Un carro tirado por caballos negros esperaba justo enfrente con las puertas de la parte posterior abiertas de par en par.
         Justo cuando íbamos desmontando vi como sacaban un cuerpo cubierto con sabanas blancas de la casa. Su mano colgaba a un costado y por sus dedos aún goteaba la sangre dejando un camino de sangre tras de sí. Fue crudo ver esto.
         –Coronel – llamó Ganesh, un inmortal de gran tamaño, pelo cano y piel morena se acercó de entre la patrulla e hiso una reverencia a mí y a Ganesh –. Dígame que ha pasado. ¿Por qué hay tanta gente aquí?
         –Señor, pensamos que había sido un simple asalto – odié la voz de ese tipo, era rasposa y muy grave –. Encontraron el cuerpo del Señor Gäge a la entrada, con heridas de gravedad en el cuello y espalda, la cerradura de la puerta tenía algunos rallones y aparentaba ninguna anomalía la casa. Pero mis hombres registraron su despacho; al parecer el Señor Gäge fue amenazado ahí mismo, donde se desató una pelea que perdió. Sospechamos que se robaron papeles importantes. Pero no podemos determinar cuáles, solo él y usted sabe que falta.
         –¿Encontraron más marcas de sangre en otro lugar de la casa?
         –No, solo a la entrada y en su oficina.
         –Bien, lléveme dentro y muéstreme.
         Si, me dedicaré a describir lo que vi en casa del Seños Gëage, puesto que posteriormente será algo importante.
         La sangre que el coronel nos había mencionado a la entrada de la casa estaba ahí. Como un charco de vino espeso.
         Al traspasar la primera puerta me encontré en una sala de mediano tamaño, que debido a la sobresaturación de adornos parecía ser más pequeña de lo que en realidad era. Muy similar a Palacio, al fondo, una enorme puerta de armazón metálico. Parecía más bien un esqueleto; los huesos de aquel esqueleto eran de fierro forjado color óxido que formaba figuras redondas y ornamentadas. Entre hueso y hueso, se podía ver hacia el patio atreves de los cristales que hacían al esqueleto una puerta de extraordinaria originalidad.
         Así mismo, la puerta estaba en el lado norte de un kiosco elevado por dos peldaños; ahí mismo, en el techo se alzaba una cúpula muy alta pintada con estrellas doradas – asemejando al cielo nocturno, claro –. El kiosco estaba sostenido y rodeado por columnas muy gruesas de piedra, que a su vez estaban acompañadas por estatuas de no más de un metro de alto. Las estatuas creo eran de granito, aunque no identifiqué ninguna, eran hombres y mujeres, nada más.
         ¿Ganesh? – pregunté.
         ¿Sí? – contestó de inmediato.
         ¿Quiénes son… ellos? – me refería a los hombres de granito.
         Hijos de la Madre Luna, Antaris. Dioses y diosas al igual que ella. Esa del fondo – que vestía una túnica sujeta a la cintura con un lazo, parecida a la que Ganesh había usado la noche anterior; era una estatua de una mujer bastante esbelta, con los ojos ligeramente rasgados y pelo largo cubriéndole los pechos desnudos–, Elba, la primera hija de la Luna, es protectora de las montañas y propietaria del viento; a ella se le piden fuerzas y valor para las batallas, como puedes ver a su espalda lleva atado un carcaj, cruzado en su pecho un arco y en la cintura un espada, Elba es la diosa de la guerra.
         ‘Junto a ella, su hermano mayor, Quinn, el más sabio y viejo de todos – efectivamente, su pecho estaba ataviado por una esparza barbaba y sus ojos rodeados de arrugas diminutas –, a él se le pide orientación en las decisiones importantes de la vida. En sus manos lleva un gran pergamino, que se supone son los mapas de la mente, o de la vida como lo quieras ver. Él protege lo más viejo del mundo, la tierra, a él le debemos la abundancia y riqueza.
         ‘Del otro lado, Lina, la última hija, su espíritu vive en el lago, calmada y sumisa a las ordenes de su madre, pero se azota contra la costa, la tierra. Lina está furiosa con su otro hermano Dehlé, centinela del  fuego.
         –¿Por qué se pelearían dos hermanos?
         –Podrá sonarte extraño – continuó –, Lina se enamoró de Dehlé, pero él no le correspondía a pesar de que también la amaba. Por despecho Lina aprendió a odiar a su hermano, y la forma más fácil de separarse de él sería refugiándose en los lagos, y eso hiso. Pero aún con ese mínimo recuerdo que tienen ambos del otro, Lina enfurece.
         ‘Pero esa es otra historia, que debo contare, pero no ahora, más tarde.
         ‘En cuanto a Dehlé, la última de las estatuas, bueno a él se resguarda el fuego. Es el tercer hijo de la luna.
En esas estatuas están representados en su forma inmortal, pero también los puedes encontrar representados como animales.
         No tuvimos la oportunidad de entrar al kiosco, el estudio, donde se había cometido el crimen, estaba antes, cruzando un grande y ancho comedor de veinte sillas. Y vaya que majestuoso era. Calculo que pesaba más de cien kilos todo aquello, más la vajilla y platones de frutas.
         El estudio, por otra parte, parecía ser la parte más fría de la casa. No solo por el asesinato cometido aquí, ni por qué la muerte se seguía oliendo en el ambiente; eran más bien la clase de cosas que había ahí. En las paredes había estantes repletos de libros. Libros de pastas gruesas y fuertes, supongo que también muy viejos.
         Se me erizó el pelo de la nuca al descubrir sus títulos. Todos trataban de brujería, sacrificios, leyendas de los dioses y diosas, estudios que inmortales habían hecho a los humanos – estudios que en realidad eran sanguinarios –. Había un libro, solo uno entre un mar de hojas sueltas en el escritorio, más bien digamos que estaba enterrado.
         Ganesh se apresuró a la mesa y retiró todo ese montón de papeles inservibles hasta que pudo ver el contenido del libro. Cerró la cubierta y lo comenzó a hojear, una por una, las revisó todas, de vez en cuando se detenía y pasaba el dedo por las costuras de las hojas, muchas estaban arrancadas; buscó entre los papeles si ahí estaban esas páginas pero no encontró nada. Simplemente alguien se las había llevado, pensó.
         ¿Y si las arrancó a propósito? – osé preguntarle.
         No, este no es un libro cualquiera, no pudo haberle arrancado las hojas. – contestó.
         –¿Se han robado algo, Señor? – preguntó el coronel, pero Ganesh negó con la cabeza, mentía.
         Miramos más allá del escritorio, hacia la parte posterior de la oficina, y descubrimos que todos los archiveros habían sido saqueados. No solo había papeles en el escritorio, los había por todas partes, en el suelo, en las sillas, en los libreros, hasta en las ventanas. Papeles que habías sido escritos a mano y con muy adornada letra, varios tenían bocetos de personas o animales, mapas o paisajes, no sé. Los cajones que habían contenido estas hojas ahora estaban volteados o rotos. Era una masacre aquí dentro.
         Solo cuando no pensaba encontrar más, delante de mí, en la última pared del estudio, una mancha de sangre había sido vertida sobre el lujoso tapiz. No tenía ninguna figura, solo era sangre.
         –Reconstruya los hechos, coronel – le ordenó.
         –El asaltante vino buscando algo, no sabemos qué, creemos que Gäge estaba trabajando aquí cuando llegó, lo amenazó, inclusivo pensamos que pudo haberlo torturado. Las heridas de su espalda no fueron causadas para matarlo, sino para causarle dolor. Al no ceder el Señor Gäge murió debido a la falta de sangre.
         –¿Cómo explica eso? – señaló a la gran mancha de sangre.
         –Ahí lo retuvo, la sangre de la espalda manchó la pared, señor.
         –De acuerdo. Puedes irte, pide a tus hombres que lleven el cuerpo a la familia, yo pagaré los gastos funerarios.
         –Si, señor.
         Se marchó.
         –Es peor de lo que imaginé. – dijo preocupado – Quien sea que haya sido encontró lo que quería, y se lo llevó. Faltan los planos de Palacio, registros de la prisión, impuestos cobrados, nombres y direcciones de personas, muchas cosas.
         –¿Los planos de Palacio, qué los hace tan importantes? – quise saber, pero para esos momentos ya me temblaban las piernas.
         –Accesos, puertas, salas, alarmas, códigos, todo estaba en esas hojas faltantes del libro. Sin ellas cualquiera tiene acceso a Palacio y la prisión.
         En los siguientes minutos, no habló más, siguió revisando papeles, sacando libros de los estantes y checándolos contra un índice de títulos que había por ahí. Al parecer no faltaba nada más que eso.
         Ni él, ni yo, ni nadie sabía quien había sido el responsable de tal acto tan cruel. Torturar a alguien hasta morirá… no, en verdad era terrible.
         El olor a sangre llegó a ser tan insoportable para mí, que le pedí nos fuéramos, ni un minuto más soportaría ahí dentro. También nosotros partimos de la casa de Gäge, solo se quedó la familia y algunos soldados para asegurar la casa. Esa misma noche sería el funeral, al cual por supuesto no asistiríamos.










¿Es necesario preguntar?



         De vuelta a donde todo había dado comienzo esa mañana, hacía más de una hora que habíamos regresado a Palacio; después de salir de la escena del crimen, Ganesh me había llevado comprar algunas cosas de vital importancia a las tiendas más caras y lujosas de Hëdlard.
         Muchas desprendían su propio aroma. Por ejemplo, Ganesh se había empeñado en que tuviese mi propio equipo de monta, e insistía en que fuese yo quien escogiese todo. Cuando nos dirigimos  a esa tienda, desde muchos metros atrás fue posible captar el olor a cuero fino, y al entrar fue mucho peor; fino y penetrante, pero agradable. En la pared del fondo, perfectamente alineado, limpios y clasificados por el color de piel, estaban los albardones, fueron a los primeros a los que me dirigí.
         –Son hermosos – exclamé tocando todos y cada uno de ellos, esa sensación de el cuero deslizándose bajo mis dedos era deliciosa –.
         –Elige el tuyo – dijo él dando un paso atrás –.
         Uno, el que estaba más cerca del techo, de color marrón claro y costuras claras, ese me había gustado mucho, me parecía liviano y bien hecho. Ya lo iba a pedir cuando me crucé con otro, una silla de montar de cuero negro.
         ¿Qué me podía interesar de ese? Si tan solo pudiese proyectar una imagen de aquella pieza de arte. Incrustadas, piezas de platino serpenteaban por todo el albardón; al principio pensé que estaba pintado sobre el cuero, pero al ver con más detenimiento y después de tocarlo comprobé la calidad de la artesanía. Era mera decoración, pero lucía precioso. El platino ilustraba las ramas de un árbol con sus hojas, no dejaba ni una porción de cuero sin decorar.
         La vendedora de la tienda nos explicó que aquella silla era una pieza única, que el platino además de hacer una decoración servía de esqueleto al albardón1 para brindar más seguridad a la bestia, decía que justo donde atravesaba el espinazo del caballo una segunda  columna de platino la reforzaba, así podría montar  al caballo sin temor a lastimarlo.
         Elegí todo el equipo, que por lo general era el más caro o más hermoso de todo, claro estaba que Ganesh estaba dispuesto a complacer todos mis caprichos, por más caros que fueran. Lo peor de caso es que no tenía verdaderos caprichos, no hacía que comprara cosas sin saber que las usaría, simplemente no me nacía hacerlo.
         Al igual fuimos a enormes tiendas de ropa. Todas igual de exclusivas, ningún modelo se repetía en más de dos o tres tallas, y los zapatos eran únicos, no había dos pares iguales. Me gustaban los pantalones de cuero o lona, las botas de piel o zapatos de tacón, sacos largos que me cubrían hasta los tobillos y adornos para el cabello. Todo lo que veía y me gustaba, Ganesh me lo compraba, hacíamos los pedidos y los mandaban a Palacio.
         En fin, regresando a donde en ese momento me encontraba, llevaba ya tiempo ayudando a Toran a desempacar todas las compras. La ropa fue organizada en un armario de increíbles dimensiones en la recamara donde dormiríamos Ganesh y yo, los accesorios en alhajeros o gavetas elegantes.
         Cuando todo fue organizado debidamente y Toran se fue, por fin pude permanecer sola un rato. Es verdad, en realidad no había pasado mucho tiempo sola mientras estuve fuera de Hëdlard, pero hoy había sido demasiada la gente con la que había convivido. A decir verdad me gustaba la soledad, estando así podía desahogar cualquier sentimiento oculto que tuviese por dentro sin que afectara a nadie; como por ejemplo sería el amor por Aki, si así se le puede llamar.
         Me recosté sobre la cama y me cubrí la cara con un almohadón. El frio de la misma me hiso relajar bastante y el silencio que había en todo Palacio aún más. Sin darme cuenta a los pocos minutos de haberme recostado me encontraba en un lugar totalmente diferente a este, la realidad, estaba en un lugar que, hasta cierto modo, me era familiar. No era la mente de Ganesh, ni sus recuerdos, era algo más allá de ello, diferente pero familiar y cercano.
         Conforme fue pasando el tiempo, lo que parecía un lugar oscuro y sin sentido, terminó siendo la cima de una montaña baja donde a mis espaldas el viento corría hacia el sur y el cálido sol apenas empezaba a ocultarse. Me giré instantáneamente al lugar de donde provenía el viento, que por cierto traía consigo un aroma tremendamente inolvidable.
         Y ahí estaba él.
         Cubriendo un lago sin movimiento y mirándome directamente a los ojos. Era Aki y estábamos frente al lago Elämä. Sus labios dibujaban una perfecta mueca de entrega, creí por un momento que si le hubiese pedido que se quitara la vida y me la diera a mí, lo hubiese hecho sin reprocharme ni una sola palabra, lo creí capaz de todo.
         Bajé entonces la mirada, su mano derecha estaba estirada hacia mí, aclamando por la mías, y no me negué, se las entregué tal y como creí él entregaría su vida, convencida y fácilmente. Las estrechó, las besó y las acarició. Fue entonces cuando…
         –Antaris – interrumpió Ganesh en la puerta, asustada levanté la cabeza y asentí en silencio –, es hora, tengo que reconocer el cuerpo de Gäge, me preguntaba si me querías acompañar.
         –Voy en seguida – contesté aún aturdida.
         Como pude me hice de fuerzas y me paré de la cama, me miré al espejo que había a un lado del armario y me quedé hipnotizada varios minutos. Miré mi rostro, me noté triste, no demacrada, pero si con cierta melancolía un tanto inusual para mí. No tenía las mejillas chapeadas, lo que me hacía ver más muerta delo normal y mis labios estaban secos.
         Ganesh seguía esperando en la entrada, viendo todo lo que hacía y cuando pude volver de nuevo a la realidad noté una mueca un tanto extraña en su cara. Le aseguré que todo estaba bien, que no había de que preocuparse, pero en realidad mentía como bien lo deben saber.
         ¿Pero qué me quedaba? ¿Decirle la verdad, que en realidad no me encontraba bien? No serviría de nada, de cualquier manera no podía saber que era por Aki por quien estaba sufriendo. No saber de él, si vivía i no, eso era lo que me mantenía tan inquietada. Pero prometió hacerme saber de él lo antes posible, y yo esperaría.
         –Vámonos – dije al fin, tomando un abrigo nuevo y cogiendo a Ganesh por el brazo –.
         Bajamos hasta el lugar acordado y a la hora determinada. La familia de Gäge, dos pequeños inmortales de corta edad corporal y una madre hermosa. Los dos pequeños ocultaban sus pálidos rostros entre los pechos de su madre, que también lloraba y posaba su mirada entre los dos cráneos de sus amados hijos.
         Al pasar, la viuda soltó a sus hijos, se puso de pie y al momento en que pasábamos hiso una reverencia y saludo con unas palabras que me fueron imposibles de comprender.
         Ganesh no contestó y por consiguiente yo tampoco, seguimos caminando, ignorando cualquier gesto de dolor o pérdida que la mujer pudiese estar padeciendo. No por eso quiero decir que me haya agradado tal cosa.
         Al fondo del pasillo donde la mujer se encontraba sentada con sus hijos, una puerta con una sola ventana al centro de la misma se imponía bloqueándonos el paso. El guardia que permanecía cual piedra junto a ella, tocó tres veces en el vidrio e instantáneamente se abrió la puerta.
         Lo normal, cuatro paredes blancas, ninguna ventana y un tremendo aroma a muerto por toda la sala. Era la morgue. Según me explicó Ganesh después, todo aquel que moría en un crimen era traído ahí para que él reconociera el crimen y además de los presentes en el crimen él testificara las condiciones del cuerpo.
         Tan prono como irrumpimos él y yo en la morgue, los forenses se apartaron del cuerpo y también nos reverenciaron.  Pero nuestra entrada había sido tan fuerte y estruendosa que más bien parecía que estaban ocultando algo y al entrar nosotros se entregaban, rindiéndose a las crueles manos de Ganesh. Y no me equivocaba mucho. La forma en que Ganesh miraba a todos sus sirvientes era tremenda, los miraba con desprecio, y aunque no los trataba mal ni abusaba de ellos, daba mucho miedo.
         Sobre una plancha de acero plateado estaba el cuerpo de Gäge. Los instrumentos usados para la autopsia, todos, estaban descansando sobre una mesilla de metal a un lado del cuerpo.
         A partir de ese momento, mi mente se desconectó completamente de la realidad, una vez más. Esa plancha de acero me recordaba una vez más a mi primer día en Hëdlard. No sé si había yo estado en la morgue cuando me trajeron, pero al escuchar cómo, al mover le cuerpo de Gäge, el metal sonaba, provocaba que me mente evocara imágenes de ese primer día.
         Empecé a darle tantas vueltas a ese asunto; a la primera vez en la que vi a Ganesh, con sus ojos verde liquido y su inconfundible aroma. Sus tatuajes, todo él me volvía loca.
         En fin, ese día además de ver el cuerpo molido e irreconocible de Gäge, no pasó nada, sino hasta la mañana, cuando decidí era hora de retirarme a mis aposentos para dormir. Ganesh todavía se quedó un rato más, pero eso me dio perfecto tiempo para desvestirme y bañarme en el inmenso baño de sus aposentos.
         Al salir del baño lo descubrí entrando por la puerta, con un gran ramo de rosas rojas entre las manos. Caminé hacia él y él hacia mí, al estar a un roce de distancia, me entregó el ramo de flores y me cargó hasta la cama mientras me besaba.
         Me colocó en el centro, con la más grande delicadeza posible y empezó a desabotonar mi camisa; uno a uno, los botones fueron cediendo.
         Cerré los ojos y dejé que las flores cayeran al suelo. A partir de ahí, no dejó de besar mis pechos, mi garganta y mis labios.
         –Antaris – dijo a mi oído –, ¿me harías el honor de ser mi esposa?
         ¿QUÉ?
         –¡Yo… no se qué diablos decirte! – dije sin aire.
         –Me temo que tendrás que decir que sí – sonrió –.
         –Me temo que sí.
         Volvió a besarme las mejillas, esos labios fríos, más que darme calor, me enfrió a tal grado que me las puso rojas de la irritación. La excitación no dejó de recorrerme el cuerpo, acariciaba uniformemente mi espalda, subía a mis labios y ceñía mis manos.
         A los pocos minutos ambos ya estábamos en cueros, sin ocultar nada; al fin y al cabo, no podíamos reprochar nada. De por sí nuestros cuerpos ya eran hermosos y siendo Hijos de las Tinieblas, esa poca belleza que el mortal más guapo y fino pudiese tener, en nuestra carne resaltaba aún más.
         Aún ahora, cuando viene a mí la imagen de mis dedos afilados recorriendo su espalda del color armiño, de mis piernas alrededor de sus caderas y mis labios bailando con los suyos, no puedo evitar que se me erice el pelo de la nuca. Fueron momentos tan gloriosos, sensaciones que nunca se olvidan.
         Durante todo ese tiempo, la tentación de romperle la piel y bebe un poco de él siempre estuvo presente. Paseaba mi boca por la base de su cuello y su cara, oliendo y disfrutando su aroma, saboreando su piel salada y tibia; recordando cuánto lo había extrañado. Muchas veces, cuando había estado fuera de Hëdlard, hubo momentos en los que, con el viento, su aroma me llegaba muy sutilmente…
         Juro que no le mordía solo por miedo a que se molestase, pero al momento en que me penetró no tuve más que desahogar estas ganas que me quemaba por dentro. Mis colmillos hicieron el trabajo, penetraron en la piel como él hiso en mi cuerpo, dejé que brotaran las primeras gotas de su sangre y luego los saqué. De ahí me dediqué a lamer la herida, hasta que llegó el clímax.
         Apreté mis dedos a su espalda, mis rodillas a su cadera y mis labios a la herida.
         Un leve suspiro alcanzó a salir de mi boca antes de que el sueño de adueñase de mí y me dejara dormir entre los brazos de Ganesh, esos brazos fuertes que extrañaría a cada momento a partir de aquel día.
         –Te amo… Aki.












Las historias del lago

 


        
         A estas horas de la noche la mayoría de los animales cazadores ya se habían puesto en pie. Firmemente sentía como las aves nocturnas sacudían sus plumas y cantaban al cielo, las presas corrían a encontrar refugio y los lobos, tanto los salvajes como los míos, se estiraban de cabeza a patas para preparase para la cacería.
         Y en realidad ese era el único pretexto, aparente, que teníamos Ganesh y yo para ir al bosque, hacía un par de días que mis perros no habían probado alimento y morían por una mordida de carne. Claro está, los cachorros no harían más que esperar a su madre junto a nosotros. Pero Clío, bueno, ella sí tendría que esforzarse.
         –Por cierto, cuatro meses sola te debieron haber enseñado perfectamente cómo cazar – ahora que lo pensaba no recordaba nada, me llegue a cuestionar incluso si me había alimentado bien antes del Kelpie que Aki cazó –. Acompañaremos a Clío, quiero ver cómo te mueves.
         Tardamos diez minutos aproximadamente en llegar a un lugar del bosque donde las luces de la ciudad y su ruido no nos molestaran. Una vez listos, esperamos la señal de Clío, que minutos antes no había dejado de oler los árboles y la tierra buscando algún indicio de una presa buena. En cuanto se frenó en seco y levantó las orejas, Ganesh y yo escuchamos atentamente.
         Si Ganesh estaría observando cada movimiento mío, haría lo mejor que tuviese en mis manos mara demostrarle lo buena que era, o al menos eso creía yo.
         Extendí los alcances de mi mente para palpar el terreno, detectar a cualquier ser dentro del bosque.
         –No, no quiero que uses tu mente, – declaró Ganesh – el día en que te droguen no tendrás ese don, y entonces sí estarás en problemas.
         –Bien.
         La fuerza que me había dado Aki con su sangre era incomparable, estoy casi segura de que antes de eso, no hubiese siquiera podido concentrar mi oído en una sola zona.
         Escuché a un reno raspar la madera de un árbol con su estrecha cornamenta. Kilómetros más allá, un oso comiendo de las copas bajas de otro árbol. En sí, los animales no escaseaban, era solo que a pocas las podía escuchar desde donde estaba yo.
         Le dije a Ganesh lo que había escuchado, y me dijo que no sería una mala idea ir por el reno, dijo que quería algo sencillo para mí esta noche.
         El pelo del reno despedía un olor muy fuerte cuando nos acercamos a él, resultó difícil perderle el rastro. Pero más que difícil resultaría estúpido, ese reno sí que apestaba.
Cuando estuvo en mi campo de vista, me agaché, puse las manos sobre el suelo y avancé antes que Clío. Pero claro, al fin can, no tardó en reclamar su lugar como hembra alfa; se aproximó a mí y antes de tomar ventaja se giró para mirarme con esos ojos azules agua.
         –Aprende, si ella reclama su lugar, no discutas con ella, no ahora, llegará el momento. – dijo.
         Continué detrás de ella, esperando.
En cuando el reno detectara nuestro olor nos lanzaríamos. Solo era cuestión de que el viento nos delatara, mientras, no dejamos de avanzar.
         Creí que el sonido de la tierra crujiendo bajo mis manos era demasiado escandalosa, pero creo que ni Clío se daba cuenta de eso, solo yo. Además de eso, mis oídos no pudieron concentrarse en otra cosa que no fueran los latidos del reno, su respiración y el crujir de la madera contra sus cuernos.
         Una leve ráfaga de aire acarició mi pelo y luego el de Clío, el reno se dio cuenta de su muerte próxima, la podía oler y prono vería solo una mancha negra que absorbería su sangre y con ella su vida.
         Creo que más que una suposición, eso fue lo que pasó, no me lo explico, pero de repente me estaba viendo atreves de los ojos de Ganesh; miré como llegué antes que Clío, cómo apretaba el cuello del reno contra el árbol mientas mi cara se hundía en su hediento pelaje.
         No me tomó más de un minuto en acabar con su vida, cuando su corazón estaba a punto de dar sus últimos latidos solo apreté de más su cráneo y el animal murió.
         –Ahí lo tienes, Clío – dije pasando la mano sobre las orejas de mi perra, que permanecía sentada a unos pocos metros de mí, mirando fijamente cómo terminaba con su cena –.
         Al ver que mi  perra ahora tenía que comer, me quedé más tranquila, ya escuchaba a los cachorros venir a lo lejos corriendo hacia nosotros, lamiéndose los labios, imaginándose el gran manjar que su madre había cazado para ellos.
         –¿Cómo lo hice? – pregunté entonces.
         –Eres torpe aún, muy torpe, peor eres buena. – dijo – aún recuerdo mi primera presa, era un alce blanco, uno muy pequeño, me costó tres intentos poder atraparlo. Tú a la primera, aunque bueno, en Vaasa supongo que cazaste muchas más veces – Si, claro –, así que en realidad no cuenta.
         El resto de esa noche la pasamos vagando por el bosque, en lo personal, yo no podía más con la melancolía, y el bosque no ayudaba en nada. En la penumbra, solo en ocasiones la pobre luz de la luna tocaba la reciente nieve del suelo, y la falta de verde en las copas y en los troncos empeoraba aún todo. Dentro y fuera de mí había melancolía, no tenía nada que ofrecer a nadie, mis pensamientos, mi alma y mi ser estaban en otro lado, atados a esos momentos en los que Aki me hiso el amor. No es que los extrañase, es más, no me interesaba si quiera esa sensación de deseo sexual que despertaba en mí, no, era el amor profundo que desde ese día se despertó por él en mi interior.
         No lo había visto en tres días, y eso lo considero mucho tiempo si pensamos en que viví junto a él cuatro meses. Una separación tan brusca de un adicto dependiente lo puede matar. Y a mí me mataba lo miserable que me sentía sin él.
         –Ganesh, dijiste que una de las hijas de la Luna había tenido amoríos con su hermano Dehlé. – dije – Cuéntame sobre ellos dos.
         –Para eso debería contarte toda la historia, la de los cuatro hermanos.
         –No, solo me interesa Lina y Dehlé. Prometo que cuando termines de contarme su historia escucharé la del resto de los hermanos.
         Suspiró largamente, rascó su cabeza con su dedos y comenzó:
         –Dehlé fue en tercero de cuatro hijos, todos de la Luna. Se dice que al principio de los tiempos, los cuatro andaban libres y en su cuerpo mortal por todo el mundo, haciendo y deshaciendo a su gusto, al fin, su madre Luna lo arreglaría todo al anochecer.
         ‘Lina comenzó a fijarse en Dehlé tan pronto como su cuerpo requirió una pareja, pero él nunca se dio cuenta de ello, hasta que fue demasiado tarde y ella estaba ya completamente enamorada de él.
         –¿Cómo era Dehlé? – interrumpí.
         –Era el más inteligente de todos, mientras que su hermano mayor era el más sabio, su hermana más grande tenía más valor y Lina la más apasionada, él destacaba por su inteligencia. No era tan alto como sus hermanos mayores, pero era fuerte, muy fuerte. Su pelo era del color de la tierra mojada, sus ojos pardos y su piel broceada.
‘En cambio Lina era más fina, con su piel rosada, su caballo rubio y muy largo, sus ojos azules y su tremenda fuerza para amar. Me parece que la mente de Lina estaba un tanto turbada, no me refiero a que estuviese loca, digo más bien que tenía un cierto control poco normal en un inmortal. Podía percibir muchas otras cosas que nosotros no, podía volar, podía abandonar su cuerpo y recorrer el mundo e incluso podía sumergirse en un trance que la mantenía viva pero sin conciencia durante muchas años.
         ‘Lina no pasaba mucho tiempo con sus otros dos hermanos, prefería permanecer detrás de Dehlé, callada, solo mirando lo que hacía y decía. Si Dehlé volvía lo ojos a un mortal o inmortal se enfurecía, pero cuando estaba con ella, se apaciguaba.
         ‘En realidad Lina nunca fue mala, de otra manera te aseguro que su madre les hubiese puesto en paz con sus ceberos castigos, ella nunca lastimo a ninguna doncella de la que Dehlé se enamoraba. Lina solo se encargaba de cuidar de su hermano y de profesarle su amor.
         ‘De cualquier manera todo tiene un límite. Su amor por Dehlé estalló cuando ella no lo pudo contener más, su corazón estaba cegado y su alma corrompida. Un día más y moriría de amor.
         Las estrellas no fueron visibles esa noche, había muchas nueves que las cubrían, solo la luz nublada de la luna nos bridaba luz. Me gustaba como Ganesh narraba las historias, ponía buena entonación en casa oración que salía de su boca; en ocasiones me miraba y decía cosas importantes.
         Una vez más, adentramos en el bosque, la nieve sonaba estruendosamente al romperse con nuestros pies y el de mis perros, que nos acompañaban muy de cerca, aullando a las demás manadas de lobos para avisar de su presencia. Cabo y Ehera ya tenían casi ocho meses, si no mal recuerdo, puesto que los conocí cuando tenían tres meses de nacidos; su pelaje ya había cambiado de tono, el de Ehera se volvió aún más rojo y el de Cabo más negro, como el de su madre.
         Cabo pronto sería más alto que su madre, más fuerte y rápido. Ehera por su parte no sería tan alta, a lo mucho de la altura de su madre, pero lo especial en ella era que uno de sus ojos era café y el otro azul. ¡Qué hermosos eran mis perros!
         –¿Antaris? – le miré – Ven, quiero seguir contándote esta historia, pero no aquí, vamos al borde de Hëdlard, a la punta sur. Sígueme.
         Anduvimos sin hablar por casi una hora. Las estrellas seguían sin aparecer y la luna sin dejar de brillas, mis perros  seguían nuestro paso y yo solo me concentraba en el sonido de la respiración de Ganesh.
         Creo que además de tener un cuerpo hermoso, su voz era perfecta. Ya he mencionado cuanto me gusta que narre historias, y creo que es por su voz, tan grave y acogedora, jamás conocí a alguien que me erizara la piel como él con su voz.
         Mientras más al sur llegábamos el viento se tornaba más violento y las rocas se hacían más abundantes y enormes. Todas eran de color negro y con tendencia a ser cuadradas o poseer ángulos rectos. Algunas rocas eran más altas que Ganesh pero eran escazas.
         Ya no podía oír más que el murmullo de la ciudad. Sentía el aire más abandonado que en Vaasa, todo era más frio aquí. Además, la noche no ayudaba mucho, todo tenía un tono azul melancolía; era hermoso, pero solo y escalofriante.
         De pronto, tras una barrera muy cerrada de árboles, el camino se terminaba. Frente a nosotros se alzaba un muro inmenso de roca negra. Medía demasiado como para poder ser calculado.
         –¿Qué es esto? – pregunté.
         Estiré un brazo hacia la pared de piedra, estaba fría, nada latía en ella, parecía muerta; nada como la cueva donde me refugie la primera noche que conocí a Aki.
         –Aquí termina Hëdlard – declaró –. Detrás de este paredón  se alzan las Korkea. Te aseguro que pocos vampiros pueden soportar el frió infernal y vientos que hay allá arriba.
         –Hace ya muchas décadas que nadie sale o entra de Hëdlard, excepto tú.
         –¿Cómo es que llegué hasta aquí?
         –Lejos, muy lejos, hay una entrada, un cañón donde ambos paredones se abren. Igualmente poca gente sabe de su ubicación y muchos dudan de su existencia. Lo más probable es que hayas venido caminando desde donde estuvieras hasta Hëdlard.
         –Dices que es muy difícil que un inmortal pase de un lado a otro, ¿cómo pude yo, siendo mortal, haber pasado?
         –Existen brujas aún, pocas, pero las hay, un hechizo suyo te mantuvo convida, te sumergió en un sueño y te trajo a mí.
         –No tiene sentido. ¿Por qué yo?
         –Yo no te elegí a ti.
         Lo único que quería era dejar de hacer preguntas, con lo que me había revelado me sentía más que agobiada y seguir con eso no resolvería nada. Ganesh se cogió de una abertura en la pared de roca, colocó un pie en otra y así empezó a escalar poco a poco el gran muro.
         Hice lo mismo. Al poco tiempo los árboles quedaron a la altura de nuestros talones, y aún así, no íbamos ni a la mitad. Sin fauna que nos protegiera del viento, este nos azotaba contra la pared, meneaba mi pelo haciendo nula mi vista, pero por más que lo intentara, nunca logró tumbarme. No niego que sentí vértigo a la altura, pero ni por un solo momento dudé en Ganesh, él sabría hasta donde era yo capaz de llegar y así lo haría.
         Al fin llegamos al borde del paredón. Ganesh desapareció de mí vista minutos antes de llegar a la cima, pero cuando apoyé un brazo sobre el filo del paredón lo tomó todo para jalarme hacia él.
         –Ten cuidado, ya no tienes una pared enfrente que no permita que el viento te tire – dijo –. Ven, siéntate conmigo. Terminaré con la historia y nos iremos de aquí.
         ‘La noche en que todo  se puedo feo fue cuando Lina, por medio de engaños, logró terminar entre los brazos de Dehlé. Al parecer estaba ebrio de sangre inmortal – un pecado y error por parte de Dehlé – y Lina pudo aprovecharse y convencerlo de que todo estaba bien. A la noche siguiente, cuando Dehlé se dio cuenta de lo que había hecho, cuando encontró a su hermana a su lado, desnuda y con el pelo en la cara, no lo soportó. No por el hecho de que su hermana le repugnara, él también la quería mucho, pero por ese mismo amor no podía aceptar lo que él le había hecho.
         ‘–He sido yo, madre – aclamó al cielo ahogado en ira y llanto –. Yo violé a mi hermana, perdónala a ella y castígame a mí. He roto todas las reglas del amor, perdóname.
         ‘Cuando Luna de giró a ver a Lina, no vio en su alma ningún signo de arrepentimiento, estaba ella muy triste por el dolor de su hermano, peor había logrado lo que ella quiera. Luna hiso lo contrario a lo que Dehlé le pidió, castigó a Lina y premió a su hijo.
         ‘Luna sentenció a Lina a separarse de su hermano por el resto de su vida y a Dehlé de permitió alejarse de su hermana para poder amar a quien él quisiera con una pasión que ninguno de los tres hermanos poseía.
         ‘Su castigo lo hiso verdad, cuando los habitantes de la Tierra necesitaron dioses y dioses en los cuales creer, ofreció a sus hijos. Luego de vagar por la Tierra durante siglos, sacrificaron ambos su forma inmortal y permanecieron entre los seres de la Tierra ocultos. Quinn podría viajar a cualquier lugar donde la tierra se hiciera presente; Elba suspiraría sus historias por el viento y estaría presente donde quiera; Dehlé daría calor a los mortales con la misma intensidad con la que él  amaba a sus mujeres, por medio del fuego él podría manifestarse; Lina, aún castigada, se haría presente en el agua, y casa que quisiera tocar a su hermano, él se extinguiría por completo, Lina tendría refugió en los ríos, lagos y mares, donde estaría sola. Lejos siempre de Dehlé.










Quiero hacerte feliz



        
         Ganesh me había dejado sola en la habitación. Descubrí que al final de la misma ahora había tres cojines de gran tamaño, muy cómodos y resistentes para mis perros. Los llamé y dejé pasar – puesto que los había dejado afuera de la habitación –, le enseñé los cojines y permití que se echaran en ellos.
         Pronto amanecería, ya  podía mirar la luz azulada del cielo emerger del horizonte.
         En mi mente aún tenía atorado a Aki, y esta noche Ganesh me había dicho cosas que me perturbaban aún más. Necesitaba relajarme, tomar un baño tal vez.
         Dejé mi ropa sobre la cama. Había dos puertas a la derecha del cuarto, tuve que abrir ambas para descifrar cual era el baño, la primer resultó ser una simple bodega, de la cual, al abrir, se vinieron abajo un montón de cosas inútiles, todas me cayeron a la cabeza.
         Sentía que la frustración y la rabia se me desbordaban de los oídos, quería patear todo, arrojarlo por la ventana y deshacerme de todos esos estorbos, pero me tuve que controlar. Respiré un par de veces y las metí como pude de nuevo. Creo incluso que algo se rompió.
         La segunda puerta si fue el baño. Mucho más especioso y frio que el del pequeño apartamento de arriba. Esta tina era de madera, junto con el resto de la decoración. La bañera era lo suficientemente amplia como para caber cómodamente dos personas en ella y lo bastante profunda como para arrodillarse y dejar que el agua cubriera los oídos.
         Tiré mis sucias prendas a un lado; tenía demasiada prisa por entrar a esa tentadora bañera de madera y nada me lo impediría.
         Abrí las llaves de agua, todas a la vez, el agua salía caliente y despedía uno de los más perfectos vapores que una bañera podía dar. Pronto el baño quedó cubierto con esa niebla caliente; ya no aguantaba más, me introduje a la tina. Primero solo fueron los pies, luego las cintura, luego mis hombros y luego mi pelo.
         ¡Bendita paz la que sentía!
         No me contuve, suspiré tres veces seguidas antes de comenzar a limpiarme. Tallé todo mi cuerpo, las costras de lodo que no había logrado quitar en el primer baño salieron en esta, mi pelo lo cubrí de jabones y lo tallé todo. Después de esto no podía haber estado más limpia.
         Me pareció que pasaron escasos minutos al despertar de un trance al que había entrado – y me refiero a haber estado reposando entre el agua con la mirada fija en un solo punto –, decidí salir del agua, ahora tibia, tomé toallas.
         Las ropas de noche que se supone debería usar yo, estaban dispuestas en un estante frente a mí. Tomé una y me la puse. La ropa de noche consistía solo en una ligera playera de tirantes de encaje negro y unos calzoncillos, todo hecho de encaje. Me pregunto si había sido idea de Ganesh eso.
         En fin, en realidad eso no importa, pronto salí del baño; ya sobre un muro se proyectaba la luz del sol, y vaya que molesta era. Corrí hacia la ventana y cerré las pesadas cortinas de lona y terciopelo que impedían que el sol pasara.
         Tomé una punta del pesado edredón que cubría la cama y la jalé junto con el resto de las sábanas; toda la ropa de cama era excesivamente pesada, creo que todo estaba relleno de plumas de ganso, y por lo mismo era delicioso dormir entre ellas.
         Un potente rayo de sol pegó en mis ojos cegándome por completo, alguien había abierto las cortinas dejando que penetrara la luz. Antes de cerrar los ojos solo pude ver la alta silueta de un hombre, pero no distinguí ni su aroma, ni su mente, ni su voz, hasta que dijo mi nombre.
         –Aki. – Había vuelto, tal y como había prometido, estaba vivo y junto a mí.
         Con mi brazo me cubrí del sol y abrí los ojos. Lo que descubrí entonces fue tremendo; la piel blanca y sin una sola imperfección de Aki parecía ahora más bien madera, un poco bronceadas y con diminutas grietas que parecían abrirse paso hasta sus entrañas.
         Hasta que Aki no cubrió de nuevo las ventanas no pude verle por completo, pero una vez a oscuras, mis ojos se acostumbraron de nuevo a la deliciosa oscuridad y pude desengañarme; la piel de Aki seguía tan hermosa y perfecta como siempre.
         –Has vuelto. – Desde mi interior un dolor se desató en felicidad y alergia de verlo ahí, de mis ojos escurrieron lágrimas de sangre dulce y no pude evitar lanzarme a sus brazos.
         Su mente y alma me aceptó calorosamente, me acogió entre sus brazos con fuerza y besó mi pelo. Fui consciente de cómo su nariz aspiraba cada partícula de olor de mí, lo disfrutaba tanto como yo.
         –¿Cómo estás? – preguntó entonces, separando mi cuerpo del suyo y echándole una mirada rápida.
         –Ahora bien, gracias. ¿Cómo llegaste hasta aquí?
         –No importa cómo, estoy aquí, estamos bien. Y quería decirte… – no dijo más, intenté ser paciente pero no dijo más.
         –¿Qué pasa?
         –Nada una locura, pensé que te iba a encontrar mal. – ¡Pero si estaba mal! Moría por verle y debido a eso me comía una tremenda tristeza por dentro. – Pero veo que él en verdad te ama.
         –Los lujos no son lo más importante para mí. – puse una mano sobre su mejilla rogando que me creyera.
         –No es solo eso; simplemente olvida lo que dije, es una locura.
         –Te pido me digas, si tan locura es no estaré de acuerdo, pero quiero saber.
         –Bien, de cualquier manera aunque aceptes te diré que no. – tomó mis manos entre las suyas, rogándome patéticamente que le dijera que sí – Quería que vivieras conmigo, que te escaparas de Palacio y fuéramos…
         –¿Felices? – asintió.
         Estoy casi segura de que esperaba  que yo le reprochara y dijera que eso no era posible, pero no le podía engañar, más bien quería llorar, echarme una vez más a sus brazos y aceptar su petición.
         –Sabes bien lo que siento en realidad por ti – dije sosteniendo y ocultando las ganas de llorar –. A Ganesh no lo conozco más que a ti, se distinguir entre uno y otro, inclusive los quiero, pero no me basta para saber a quién amo y a quien quiero. Además, si cometo la locura de escaparme contigo se encargará de buscarme hasta el último rincón y te encontrará.
         –¡En serio crees que me importa que me encuentre? – apoyó sus labios en la base de mi  cuello, ni yo sé cómo hiso eso – Inclusive si ahora mismo entrase por la puerta y me matara no me importaría, porque te conozco, porque dejaste que entrara en ti, porque te amo.
         ‘Antaris, no te voy a mentir diciéndote que no he amado a nadie como te amo a ti, pero estoy dispuesto a dar la vida por ti; estoy dispuesto a todo, incluso a renunciar a lo que me pertenece, a estas tierras, a esta gente que merece conocer una tierra mortal.
‘Si pudiera estar seguro de que estarías mejor a mi lado que al de Ganesh, te robaría, en contra de tu voluntad incluso, pero ni siquiera yo puedo darte tanta comodidad, lujo y seguridad como mi hermano.
         –No me importa la comodidad que me pueda dar. Él quiere casarse conmigo porque es la única manera de asegurar el trono, pero él no me ama, yo se que no me ama.
         –Si te ama; solo que su forma de demostrarlo siempre ha sido muy extraña. Llevo más de cien años vigilando cada movimiento que hace y nunca había visto algo como esto, alguien como tú. – No pude objetarle nada. – Y no es tanto por los lujos, es cierto, es por tu seguridad; si te llevo conmigo te buscará y encontrará inclusive si tiene que cruzar él mismo las Korkea para pisar esas tierras que tanto odia, y cuando sepa que estás conmigo te creerá traidora y te matará igual que… a ella. – dijo refiriéndose a Anna. – Y perderte nunca me lo perdonaría, jamás.
         –¿Pretendes seguir torturándote de esa manera?
         –Hasta que no se me ocurra nada mejor, sí. – permanecimos en silencio, mirándonos el uno al otro, no teníamos más que decir, no en ese momento, pero por lo menos yo no quería que se fuera.
         Era curioso, encontraba infinitamente atractivo a Ganesh, simplemente el hecho de mirarlo hacía que me pusiera nerviosa; cuando me hablaba con esa voz suya, tan grave y viril era casi imposible no hacer lo que él me pedía. Todo, todo él me gustaba, con demasía.
         Pero cuando veía a Aki, cuando lo miraba dentro de sus ojos cafés, sentía la profundidad de su alma, lo mucho que esta estaba lastimada, pero a la vez las ganas que tenía de amarme.
         Solo alguien que ha sentido amor por dos personas podría entenderme; puesto que sí, es posible. Se puede amar a dos o más personas puramente. Pero no le pasa a muchas personas. A las que no les pasa, dicen que el amor verdadero solo es a uno, cuando se ‘ama’ a dos no se le puede dar ese nombre, pero yo opino lo contrario.
         Con el simple hecho de no desearle la muerte, nunca, a una persona se le está amando. De ahí, si le sumamos el cariño que uno le ofrece, se vuelve un amor sincero. Y yo amaba a los dos.
         Como dije antes, a Ganesh no le conocía tanto como a Aki, y estaba más que claro que él era peor persona que su hermano. Si tan solo pudiese existir un ser habitado por los dos, harían una mezcla perfecta.
         –Debo irme, Ganesh no tarda en entrar, va entrando a Palacio. – dijo al separarse de mí.
         –¿Cómo lo sabes?
         –No vine solo. – se dirigió una vez más a la ventana, dispuesto a marcharse – Te veré pronto.
         Lo último que vi fue el rayo intenso de luz solar atravesando por la ventana y su sombre perderse entre ella. Una vez más, sola. Con nadie a mi lado y deseando que Ganesh fuera solo un amigo, para contarle esto que me torturaba tanto el alma, pero no, no había nadie, solo yo. Sin más que hacer decidí meterme a la cama e intentar dormir. Pero está claro que no pude.
         Su aroma, la sensación de mis dedos acariciado su pelo y su piel  simplemente no se iba.
         Hundida, entre miles de sabanas caras, ahogué mis penas. Las miasmas lágrimas que había derramado al salir de Hëdlard, al volver y ver a Ganesh, al abrazar a Aki, las derramaba sobre mi almohada empapándola en sangre, pero no me importó.
         Gemí y grité en silencio durante unos minutos. Llegó el punto que me dolía el abdomen de tanto apretarlo, me ardían los ojos y tenía seca la boca. Pero el placer de desahogarme sola se terminó, Ganesh se aproximaba a la puerta y debía callar. Otra vez.
         No supe – ni me molesté en hacerlo –, que hiso Ganesh los próximos veinte minutos que anduvo dando de vueltas por toda la habitación. Movía cosas y ponía otras, no sé. Fue hasta que él también se metió a la cama que sentí su contacto.
         Pasó su brazo debajo de mi cuello y el otro por mi cintura, se pegó a mi espalda acomodándose a mi cuerpo y hundió su cara en mi pelo. Ambos nos quedamos dormidos, sin decir nada, ni confesar algo.



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