10 de mayo de 2012

Cuarentaiocho - Fin



Después de sujetarle la mano y habérsela besado, me importó un carajo la presencia de Ganesh, incluso de la misma Luna sobre mi cabeza observándome.
         Tomé su cara por última vez, me acerqué y me consumí. Solo un beso alcanzaría para que partiera feliz, era lo único que podía hacer. Al fin muerto, por fin estaría tranquilo.
         No sé si logró sentirlo, porque tan solo tres respiraciones después, Aki murió.
         -Ganesh… - berreé – no sé que me pasó. ¡Esta muerto! Lo maté yo… - mi voz sonaba más grave, profundamente herida y  sosa – ¡Ganesh, está muerto!
         Ganesh me tomó por los hombres y me separó del cuerpo de Aki. Refugió mi cabeza entre su pecho y sus manos y esperó que llorara todo lo que tenía que llorar. No sé si pasaron horas o minutos, daba igual.
         -Tal vez, su destino no era seguir con vida. – dijo al final. – No te adjudiques toda la culpa, amor. Las cosas nunca pasan por nada. Además, se fue con el mejor recuerdo que le pudiste haber dado. – sonrió y basó mi frente.
         Poca era ya la luz, por el oeste ya no se veía el sol, solo faltaban minutos para que todas las estrellas salieron por fin y vieran mi crimen.
         -¿Qué pasará ahora?
         -Debes irte.
         Se me contrajo el estómago con fuerza, mis brazos se aferraron al cuerpo de Ganesh con tal fuerza que rasgué sus ropas.
         -¿Qué?
         -No puedes volver.
         -¿Pero… Ganesh, no era la muerte de tu hermano lo que más querías?
         -Eso no importa, está muerto. No puedes regresar a Hëdlard. – apartó mi rostro de su pecho y me miró a los ojos – Ninguno de los dos podemos regresar ahí. Para Hëdlard yo he muerto,  y tú acabas de asesinar a un príncipe.
         -Nuestro hogar es Hëdlard.
         -No, no lo es. Es lo que no me he dado cuenta hasta hoy. Dime, ¿Qué es lo que tenemos ahí, Antaris? ¿Amigos, familia, fortuna, un palacio? No, todo lo perdimos, no  tenemos nada que nos ate a esa ciudad.
         -¿Qué haremos entonces? – pregunté
         -Viajar al sur. – juntos miramos al sur, fijamos nuestra vista en lo último que nuestros ojos pudieron ver. – Iremos a las Korkea, y de ahí a las tierras cálidas de los mortales.
         Casi parecía un sueño escuchar eso. Nunca pensé oírlo de Ganesh, menos ahora, no con lo que acababa de ocurrir.
         -¿Has perdido la cabeza? – dije - ¿Qué hay de Sybelle?
         -Será mejor llevárnosla a donde nadie le haga daño, donde nadie sepa de su existencia. Solo tú y yo.
         Nuevamente giré mi vista hacia las montañas Korkea, hoy más que nunca me parecieron más altas y más frías. Desde abajo no se alcanzaban a ver las puntas de las montañas, todas se unían con las nubes y la nieve comenzaba apenas dos o tres kilómetros arriba del suelo. Mortales.
         -¿Estás seguro de esto?
         -Totalmente.
         Sin hacer más ruido, fui hasta donde se encontraban mis perros y mi hija, la tomé entre mis brazos y comenzamos nuestro viaje.
         El cuerpo de Aki se quedó atrás, cubriéndose poco a poco por la tierra del desierto. Pasarían varios años para que su cuerpo se descompusiera, y al menos cien años para que desapareciera. Por desgracia no le pudimos dar un funeral decente, debimos haberle quemado y esparcido sus cenizas, pero no había tiempo, no para los que aún caminábamos por la tierra.
         


Cuarentaisiete - Como último aliento te quiero a ti.


-Vamos, solo son unos cuantos kilómetros, tu puedes – no era la primera vez que le rogaba a mi hermano que siguiera adelante, faltaba poco, ya habíamos llegado al Desierto Este, era cuestión de una hora para que Hëdlard apareciera en el horizonte. Pero Ganesh estaba muy débil, se había caído un par de veces antes, de su frente escurría sangre, pero seguía corriendo.
         -Si no llegar a tiempo, Antaris se muere, corre tú.
         -No te voy a dejar, Ganesh.
         -¡Lárgate, Aki! Si no salvas a Antaris te mataré yo mismo – lo dijo convencido, no mentía, peor su reacción me dio más risa que temor, alguien en su estado no podría ni matar un oso –.
         Apuré mi paso, tanto como puede, debía llegar a Hëdlard antes de que Katelle pudiera hacer algo en contra de Antaris.
         Corrí. Más de lo que mis pulmones me permitían, corrí.
         Ya no podía despegar la vista de la tierra, el sol lastimaba mucho y su calor en la cara era tremendo. Ninguna piel de los inmortales pude estar el sol sin sentir quemaduras de su fuego, no morimos ni nos desvanecemos, pero es demasiado molesto.
         Así seguí durante dos o tres kilómetros en línea recta, si separar la vista del suelo. Por lo no lo advertí.
         Algo se lanzó contra mí desde enfrente, pero no vi qué era. Tenía la fuerza de diez inmortales, o quizá fue la velocidad a la que iba yo, pero en cuanto ese algo me sujetó por lo hombros para frenarme, ambos salimos disparados y nos estrellamos contra el suelo, siendo mi espalda lo primero que recibió el impacto.
         Fue algo más que suerte que mis vertebras no se quebraran con el golpe.
         Lo que había caído sobre mí había sido una mujer, la más hermosa de todas, a la que más deseaba encontrar pero que jamás había imaginado ver ahí.
         -¡Antaris! – dije con alegría – Estas con vida.
         -Por desgracia.
         No me dejó decir más.
         En el centro de mi vientre se introdujo una daga fría que rompió todo a su paso. Todavía logré sentir cómo cortaba mis músculos al entrar y cómo los volvía a cortar al salir.
         -…no… - gimoteé en vano, Antaris estaba perdida y sus ojos bañados en sangre, no entendía de razones, ni  excusas, ella estaba dispuesta a darme muerte.
         Elevó la daga sobre su cabeza mientras la sujetaba con las dos manos. Inmediatamente la dejó caer con todas sus fuerzas sobre mi pecho.
         …
         Siento cómo el corazón se contrae todo hacia el centro, donde la daga empotró después de fracturarme el hueso. Es ahora cuando se detiene mí tiempo, para ella el tiempo sigue corriendo, pero para mí se ha parado.
         Solo la veo a ella, con su majestuosa melena negra hondeando junto a su cara resaltando sus ojos azules. Mi vista se vuelve confusa, solo puedo ver lo que enfoco, el resto es borros y se mueve sin parar, por lo mismo me doy cuenta de que una silueta se acerca desde las espaldas de Antaris. Es Ganesh, que al ver lo ocurrido se queda igual de inmóvil que yo.
         Mi hermosa Antaris, al darse cuenta de lo que ha hecho, abre los ojos y la boca tanto, que es necesario tapar esta última con las manos y ahogar un grito. De sus ojos surgen pesadas lágrimas de sangre que se combinan con la que sale de mi pecho. Con sus manos saca rápidamente la daga de mi pecho e intenta cubrir la herida, como si se pudiera hacer algo, como si mi piel fueran pétalos y con acariciandolos se les pudiera devolver la vida.
         Mi vista enfoca ahora a mi hermano. Se inca a mi lado, justo a un lado de mi hombro izquierdo. Acaricia mi cabello y llora con Antaris.
         Me pregunto qué sentirá ella en esos momentos. Me pregunto si llora por haberme herido a muerte, de haber sido ella la asesina,  de cargar ahora con eso en su conciencia o por la pena que siente de haberlo hecho en los ojos de Ganesh. No, no es eso, ella no sabe que Ganesh y yo volvemos amarnos como antes, ella no sabe nuestros planes de volver a Hëdlard en paz, ella no lo sabe.
         Hermano… - oigo decir en mi mente a Ganesh - … que la luz de nuestra madre Luna te acompañe por tu camino. Deseo con mi alma que encuentres un lugar entre las estrellas y descanses ahí por siempre.
         Poco me importa lo que sea de mi alma ahora, si mi cuerpo va a morir y dejar de estar cerca de Antaris lo único que quiero es hacerla sufrir lo menos posible. Entonces le digo a Ganesh:
         Por favor, no le digas a Antaris que tú y yo… - también mi mente estaba abandonando fuerzas, jamás me había sentido tan mareado y débil como ahora me siento.
         No lo haré, Aki, vete en paz. Ella creerá siempre que ha matado a un traidor, aunque en mi corazón no  lo seas. Siempre fuiste mi hermano, Aki. Y te amo…
         Ya no entiendo que más me dice Ganesh, mis ojos tampoco distinguen mucho del mundo, solo veo siluetas negras, una con ojos azules y otra con ojos verdes inundados de lágrimas.
         Cómo hubiera deseado ver por vez última el rostro de Antaris. Y ahora me arrepentía de no haberlo hecho. Pude haber contemplado sus labios, quizá haberlos besado, sentirlos por última vez en contacto con los míos. Si tan solo no la hubiera obligado a acostarse conmigo en la cabaña de Gabrielle la última vez que estuve con ella, tal vez en mis últimos minutos de vida me hubiese besado.
         Antaris coge mi mano y la sujeta con fuerza. La lleva a sus labios y entonces, solo entonces, lo poco que me queda de vida se concentra en el contacto de sus labios con mi mano. Son tan suaves, tan cálidos ahora, hermosos como ella.
         Es lo último que siento de ella, es lo último que veo de su mundo. Ahora es cuando la muerte verdadera me sobre viene. Mi cuerpo pierde peso y mi mente orientación, es en los últimos tres respiros que veo todo.
         Acercándose desde muy lejos, veo a Anna. Va vestida con un vestido blanco opaco, sencillo, como le gustaba vestir. Se aproxima con pasos lentos, toma mi cara entre sus manos y entonces me besa hasta morir.



Hëdlard - Parte 5 de 5



Seducción seducida






         El amor debilita, vuelva al alma vulnerable, pobre en valores y sentido, carente de realidad. El amor vuelve al alma y al corazón en una roca que solo responde al dueño del mismo.
Pero el amor que se siente por la persona indicada fortalece, da esperanza y cura heridas. Sana las gritas que, la confianza un amor pasado, abrió con su sequia. Abraza al cuerpo con calor para que este no muera, nutre el amor propio y alienta a seguir adelante, a volver a amar.
         Por un momento, mientras Aki y yo estábamos deshaciendo la cama, pensé amarlo. Creí haber sanado heridas y estar ciega al pasado. Pero no. A la mitad del acto, cuando me di cuenta de lo que en verdad sentía hacia ese repulsivo ser, el deseo de matarlo volvió a mí.
         –Haría lo que fuera – dijo Aki a la mañana siguiente – para demostrarte cuánto te adoro. Pero ya es muy tarde para salvar el amor… – algo más iba a decir, pero el sonido de las pisadas pesadas de Gabrielle a lo lejos lo interrumpieron.
         No pude más que quedarme unos instantes mirándolo directamente a los ojos y después salirme de la cama de paja y vestirme. Dios, que incomodo era estar buscando la ropa entre todo ese alboroto. Sentía su mirada posada en mi cuerpo desnudo. Yo solo  quería encontrar toda mi ropa y salir de esa puta choza.
         Al sentir el aire fresco golpeándome las mejillas en cuanto salí, tomé aire y me alejé lo antes posible de ahí. Si por mi hubiese sido, no hubiese dejado de caminar, pero mi hija aún no estaba conmigo.
         Gabrielle no tardó en llegar. Nanna iba montada en una enorme yegua, Bagria, la frisón negra que Ganesh me había regalado en Hëdlard. La yegua traía las rendas holgadas, Gabrielle no las sujetaba, ella andaba sola.
 Entre sus brazos, envuelta en un lienzo de seda blanca, mi hija. Sus ojos sobresalían de tanta blancura. Eran verdes, como los de su padre. Al instante en que nos miramos Sybelle y yo, todo pareció calmase a mi alrededor, el aire dejó de soplar aparentemente, y la tormenta lejana cesó. Solo existía ella, yo y este inmenso campo de vida.
         De alguna manera, e independientemente de que fuese mi propia hija, este bebé tenía algo, una belleza casi imposible sobre la nuestra. Su piel era blanca, pero uniforme, con unas cuantas pecas en las mejillas y en la nariz, labios carnosos y profundos ojos.
         Sybelle estaba tan cómoda en los brazos de Gabrielle, que según me dijo no había llorado en todo el camino. Nanna agachó su cuerpo y me entregó a mi hija.
Bagria miraba a Sybelle fijamente, con esos ojos enormemente negros. Resoplaba de vez en cuando, y acercaba su hocico a su carita para palparla. Mi hija no le tenía miedo a la yegua, solo soltaba carcajadas cada que los bigotes de Bagria le rozaban las mejillas.
         Detrás de mí, escuché que Aki abría la puerta de la casa, y antes que él, salían mis perros. Cabo olisqueó a la yagua y meneó la cola, se paró sobre sus posteriores y olisqueó a mi hija. Pero al ser Cabo, me arrodillé para que le pudiera oler más cómodo y mejor. Ehera descubrió que entre mi regazo estaba Sybelle y se echó a correr más deprisa, al llegar empujó a su hermano y lengüeteó a la bebé. Durante el poco tiempo que pudimos estar los cuatro juntos –Cabo, Ehera, mi hija y yo–, los perros habían formado un lazo fuerte con mi hija. Sabían y entendían que yo la amaba sobre cualquier cosa, y por lo mismo ellos darían la vida por ella también.
         Al escuchar las pisadas de Aki a pocos metros de mí, me alcé y miré con angustia a Gabrielle.
         Aki ayudó a Nanna a bajar de la yegua.
         ¿Y si esta era mi oportunidad?
         Tomar la yegua y escapar de ahí.
         Si.
         –¡Cabo!– grité y el perro se dio un salto hacia atrás mientras se retorcía para girarse y atacar a cualquiera que se me acercara. – Ya. – pegué a mi hija a mi pecho y, sujetándome de las largas crines de Bagria, salté a su lomo. Pegué los tobillos firmemente en su vientre y la yegua comenzó a galopar con fuerza, dejando poco a poco a Aki y a Gabrielle.
         Si Aki hubiese querido, hubiese bastado con un par de instantes para alcanzarme y derribar a mi yegua. Pero algo sucedió atrás, algo gritó Gabrielle que impidió que él se moviera de donde estaba.
         Ehera corría a mi lado derecho, Cabo detrás de nosotros. No nos detuvimos, galopamos, y galopamos hacia el sur, todo el día. Pero no lo podríamos seguir haciendo durante mucho tiempo.
         Cuando el día comenzaba a decaer, me detuve. La yegua ya sacaba espuma por la boca y mi pobre hija no dejaba de quejarse del viaje. Descansamos hasta que llegó la noche. Los perros tomaron toda el agua que pudieron del lago al igual que la yegua, mientras que mi hija y yo esperábamos.
         A veces me desesperaba tener que esperar a mis perros y a mi yegua, yo hubiese podido seguir el viaje a pie, corriendo; pero sabía que el amor por esas bestias podía contra todo.
         Así viera venir a Aki desde el norte, no abandonaría a mis bestias por ningún motivo, primero agoto toda posibilidad de salvarlas antes que dejarlas.
         Quise retomar el viaje, galopar otro par de horas, solo para asegurarme de estar lo suficientemente lejos de Aki. Pero Bagria no estaba en condiciones. La yegua ya había hecho el mismo viaje el día anterior, y un kilometro más y su corazón reventaría. Sus patas temblaban.
         –Descansen, – dije a las bestias sin esperanza de que entendieran – mañana continuaremos.
         Esa noche fue peor que la anterior. Deposité a mi hija entre la espesa hierba –quemada por la nieve–, cubriéndola bien en su regazo. Ehera se acercó a ella y se echó a su lado para darle calor, su hermano se echó junto a mí, atento siempre, con las orejas alzadas siempre para detectar cualquier señal de peligro.
         La yegua también se echó, a unos cuantos metros de nosotros, pero lo logró, se quedó dormida casi al instante.
         No pude dormir, no planeaba hacerlo. Velaba el sueño de los cuatro mientras miraba al inmenso cielo atascado de estrellas. Que más quería que Ganesh estuviera a mi lado, cuidando de todos. Pero sin él, yo debía hacerlo, dar mi vida por Sybelle si era necesario.
         Lento, igual que como había anochecido, la luz se hiso de nuevo en esta tierra de nadie. Me alcé, tomé a mi hija, que callada despertó, silbé y los perros se pusieron de pie. Dejé que la yegua se tomara un poco de tiempo para despertar, pero en cuanto la monté salimos galopando de ahí.
         A medio día divisé en el horizonte las líneas cafés del desierto. Pero no llegamos a él hasta pasadas casi cinco horas, las cuales decidí bajar el ritmo. Una vez estuviéramos en el desierto sería cuestión de horas para estar de vuelta en Hëdlard.
         El resto del día lo puedo resumir a soledad.
         Silencio y ansiedad.
         No sabía que esperar al regresar.
         No había rey, no había autoridad alguna. ¿Se habían dado cuenta ya? ¿Qué sería de la ciudad ahora sin las Lundras y su asquerosa ama?
         ¿Katelle? Rezaba por que estuviera aún con vida.
        
         Irrumpí en la ciudad a casi dos horas de que el sol cayera en el horizonte. Hëdlard estaba particularmente silenciada. La niebla que había bajado de las Korkea, envolvía toda la ciudad, cada calle, cada puerta, cada ventana, todo.
         Las primeras casas de la ciudad estaban bacías, de entre las puertas no salía gente. NO escuchaba sus voces ni sus respiraciones. Nada. Algo no estaba bien.
Fui primero al sur de la ciudad. El lado viejo. Donde apenas unos días seguía en pie la taberna. Me aterrorizó lo que descubrí, el edificio seguía ahí, igual de fuerte y solido. Pero de él no emanaba ningún tipo de sonido, no había calor ni vida dentro. Nada.
         Inquieta, seguí mi camino hacia Palacio por entre las calles de la ciudad. Los cascos de mi yegua era lo único que se oía. Ni un murmullo, ni un suspiro. Di vuelta hacia el norte al llegar a la calle principal.
         La niebla no me dejaba ver Palacio, era demasiado espesa, y la noche era demasiado oscura aún. Pero solo tuve que esperar para dar con la peor de las sorpresas.
         Las dos majestuosas torres de Palacio estaban en ruinas. Muchos vidrios que hacían su impenetrable cascaron estaban rotos, y los que quedaban habían sido chamuscados por el fuego que aún brotaba del interior.
         Palacio había sido víctima del mismo fuego. En el aire se podían oler sus alfombras y sus finas maderas quemadas. El viento rasgaba furiosamente las entrañas del edificio, arrancándole pedazos de telas, marcos de pinturas, hojas de libros, lo que pudiera.
         Imposible me es describir lo que esto me causó. Vi mi hogar desbastado. Lo único que me ataba a Ganesh consumido por las llamas, desaparecido.
         Además de que el escenario era terrible, en mi interior se desataron los más tremendos sentimientos. Quise arrojarme al piso y llorar, pero para ese instante ya me encontraba rodeada de más inmortales. Rostros que no conocía, pero que depositarían toda su esperanza en mí.
         Toda la ciudad estaba de pie, alrededor mío, viendo atónitos lo mismo que yo. Nuestro Palacio, nuestra casa.
         Las caras de las mujeres llenas de lágrimas de sangre, los hombres con rabia en sus cuellos apretados y los más jóvenes inquietos por no poder hacer nada. Y a todos los entendía, en mi cabían todos sus sentimientos y en mis brazos se desataban sus emociones.
         Definitivamente no me odiaban, sentía cómo me agradecían que no los hubiese dejado solos, verme resultaba un alivio para ellos, aunque no sabían que estaba igual o peor de aterrada que ellos. Lo que dio en el punto exacto para derrumbarme, fue las suplicas de las mujeres. Fueron sus rostros, sus manos sujetándome por las ropas, tirando de ellas para que las mirase. Pedían entre llantos que les dijera dónde estaba su rey, imploraban explicaciones. Y los hombres solo reclamaban el cuerpo del demonio que había ocasionado esto. De Aki.
         Oculté a mi hija entre mi regazo y tomé firmemente las riendas de la yegua, me enderecé y seguí avanzando entre los inmortales. Tardé varios minutos para poder llegar al borde de toda esa masa de gente, Bargia se empeñaba en abrirse paso, pero había veces que tenía que empujar a la muchedumbre con su pecho. Todo para que al final descubriera algo terrible.
         En la isla de Jalo Veri –donde se encontraba alzado Palacio–, apilados uno sobre otro, yacían los cuerpos de cientos de Herejes, mucho quemados y deformados por el fuego. Los cuerpos fueron puestos ahí después de muertos, no había otra explicación, y por supuesto que no habían sido ellos los que se habían dado muerte entre sí. Fueron los habitantes de la ciudad. Los inmortales que, al descubrir la muerte de su rey buscaron hasta debajo de las piedras hasta encontrar a los culpables, pero no a su rey.
         Crucé el pedazo de lago que separaba a Jalo Veri de tierra firme por el puente de hielo que aún seguía entre ambas masas. Rodeé la pila de cuerpos; no vi al padre de Anna, no vi a su hermano, no vi al pequeño niño de la puerta, no reconocí a nadie, y lo agradezco.
         Me limité a traspasar la decaída puerta de Palacio. Desmontar a mi yegua y la dejarla ahí.
         Si Katelle seguía aquí debería estar en…
         –Mi señora. – me interrumpió alguien de fina voz desde el fondo del piso – Me alegra y tranquiliza verla. – de la oscuridad emergió una figura delgada, propia de un joven inmortal de pocas décadas de edad. – Siento mucho la pérdida.
         Yo permanecía callada mientras él hablaba.
         –Hemos revisado ya el edificio, y aparenta ser solo el rey el que falta. Sirvientas y guardias están a salvo.
         –¿Muertos?
         –Veinte. Muchos por el fuego y otros por los Herejes.
         –Además de servidumbre, no encontraron a nadie más. – negó con la cabeza – ¿Ninguna mujer?
         –Si, majestad, – recordó de repente – una vieja inmortal morena.
         –¿Dónde…?
         –En el piso de arriba, el único que sigue en pie.
         –Retírate. – agradecí y se fue. Cuando desapareció detrás del montón de cuerpos apilados me dirigí a las escaleras –obviamente el elevador no serviría–. Subí lo más rápido que pude y una vez en el piso abrí temerosa la puerta.
         La pobre de Katelle yacía en una camilla; se veía bien, no perecía ni mucho menos. Estaba envuelta por una delgada sábana blanca que solo dejaba ver de sus hombros hacia arriba.
         Los ojos de Katelle estallaron de alegría cuando me vieron acercarme. Quiso incorporarse pero un dolor le impidió hacerlo.
         –No, – dije para impedir que lo volviera a intentar – aquí estoy, tranquila. ¿Cómo estás? – sonrió con lágrimas en los ojos – Perdóname por no haber llegado antes.
         –¿Sybelle? – desenvolví a mi hija de entre mi regazo y se la entregué en los brazos. Katelle besó sus labios y la pegó a su pecho. – ¿Dónde habían estado?
         –Larga historia, la sabrás mas tarde. Por ahora, creo que debería preocuparme más por la ciudad. Es un caos.
         –Me imagino. Poco después de que tú y Ganesh escaparon, Palacio ardió como infierno. No pude salvarme de las llamas, yo… – tremendamente asustada descubrí su cuerpo y miré petrificada.
         Su cuerpo seguía entero, todas sus partes unidas a él, pero la carne tenía más que un aspecto horrorizarte. El fuego literalmente la había mordisqueado dejándole hoyos del tamaño de mi puño color azabache. Aunque el aspecto empeoraba aún más en su vientre, donde la piel se le levantaba en surcos y grietas impresionantemente profundas, algo que pensaba imposible.
         –Katelle… – por poco me suelto a llorar.
         –Tranquila, todo lo curará el tiempo.
         –Pero es que mírate.
         –Tranquila, estas viva, ése era mi objetivo.
         –Katelle, debo encontrar el cuerpo de Ganesh.
         –¿¡Qué dices?! – asentí – Ganesh esta…
         –Muerto.
         –¿Cómo…
         –Aki solo me sacó del lago a mí.
         No dijimos más. Le dejé con mi hija y bajé hasta el lago. Niebla, niebla, solo niebla. Blanco y frio hielo. Rodeé el lado izquierdo del edificio y lo mismo.  Pero a lo lejos algo.
         Tendido, desnudo.
         Intenté decir su nombre, intenté gritarlo y correr. Pero no.
         Caminé lentamente, pues no lo creía. Me acerqué hasta que pude ver con claridad su cara. Sus ojos, cerrados, no se abrieron ni siquiera cuando le toqué el hombro con los míos. Cogí su cabeza entre mis brazos y lo cobijé con mis ropas.
         Seguía con vida.
         Sentía su respiración, pero no escuchaba su corazón. Besé sus ojos, sus mejillas, su boca. El pobre estaba tan frio que seguramente nunca lo sintió.
         –Ayuda… – sollocé– ayuda. – no podía ni gritar. Creo que ese momento mi cuerpo no pudo estar más débil. El estado en el que encontré a Ganesh fue terrible. Su fuerza y su ferocidad se reducían a piel blanca y fría. Al fin de cuentas, Aki no solo me había salvado a mí, también sacó a su hermano. Pero que estúpida había sido, que estúpida me sentía ahora. – ¡Ayuda! – grité a fin. – ¡Ayuda!
         Derramé pesadas lágrimas de sangre sobre su cabello, pero este apenas se movió.
         –¡Ayuda!
         Quise cargar su cuerpo, coloqué mis brazos bajo sus hombros y bajo sus rodillas.
         –¡AYUDA!
         Casi lo logré. Apenas separé su cuerpo del hielo, pero ya estaba muy cansada. Tan espantada. Nadie me escuchaba mis gritos, nadie me ayudaba.
         Corrí hacía la muchedumbre del otro lado del lago. Pedí ayuda y de inmediato asistieron un par de jóvenes inmortales.
         –¿Mi señora? – preguntó uno de ellos
         –Vengan, por aquí. – volví a correr – Vamos, muévanse.
         Ellos se impresionaron tanto como yo. Pero al menos ellos reaccionaron rápido. Tomaron el cuerpo y lo metieron rápidamente a Palacio. Subimos hasta donde estaba Katelle y le depositaron en el suelo al no haber más que una camilla –ocupada por Katelle–.
         En un rincón del miso cuarto había un montón de cobijas y sabanas. Envolvimos a Ganesh en ellas y esperamos. Esperamos en silencio. Esperamos pacientes.
         Pedí que se retiraran y nos dejaran solas a mí y Katelle. La respiración de Ganesh fue haciéndose más y más audible conforme pasaba el tiempo, pero no se movió. Parecía muerto, o tremendamente dormido, no sé. Era difícil decir lo que parecía, tal vez y o lo quería ver dormido, o temí que estuviese muerto.
         –¿Y ahora qué? – preguntó Katelle en un murmullo – ¿Qué pasará?
         –No lo sé.
         –¿Cómo fue que escapaste?
         –No sé si debamos llamarle así. Es decir, no me escapé literalmente, Aki no me impidió ir. Fue más bien que Gabrielle se lo pidió tal vez.
         –¿Cómo fue?
         –Gabrielle llegó al día siguiente con mi hija y mi yegua. Huí de ahí con ellas.
         –Si Aki no lo hubiese querido bien pudo haber matado a la yegua y forzarte a volver. – asentí – Algo le hiso cambiar de opinión.
         –Sí. – pensé en lo que había pasado la noche anterior a mi regreso, me acordé de lo que había hecho, y concluí tal vez que el haberme acostado con él otra vez solo lo había logrado lastimar tanto que en sus deseos ya no estaba retenerme. Se dio cuenta de lo mucho que le odiaba, de lo incomodo que resultaba ya para mí verlo, de que por más que en mi estuviera irme con él y escapar para siempre, mi corazón y mi amor ahora estaban con Ganesh.
         –¿Antaris, pasó algo? – meneé la cabeza sin levantar los ojos del suelo, temía que se diera cuenta, que en mis ojos se reflejara aquello.
         –Esta no es una guerra de ejércitos. Aki no tiene más que él mismo ahora, todos sus herejes fueron masacrados, por eso no hay que temer. Pero Ganesh… si se recupera va a estar furioso.
         –No esperabas manos, ¿o si?
         –No quiero que muera nadie más. – vi en el rostro de Katelle una expresión de extrañeza, casi negra por los efectos que el fuego habían causado en su piel – Ni una vida más, no por mí.
         –No lo entiendo. Lo querías muerto.
         –Si, pero, los herejes fueron masacrados y quemados a las puertas de Palacio. ¡Ellos no tenían  culpa! Defendían a su propia gente, niños y mujeres, las mismas caras que vi al volver de nuestras mujeres y niños. ¿No hubieses asesinado también si volvieras a Hëdlard y encontraras una pila de inmortales inocentes quemados? ¡Matamos niños, exterminamos a una raza entera! Desde hace siglos que los Herejes se escondían en nuestra ciudad y nosotros los matamos.
         –¿Cómo puedes decir eso? ¡Casi matan a Ganesh!
         –Nosotros matamos a una mujer inocente, una mujer embarazada.
         –¿Qué esperabas que naciera de eso? Un inmortal y un Hereje, ¿qué diablos sería eso?
         Enmudecí.
         –Fiura lo sabía, Ganesh también. Si dejaban a esa creatura nacer quien sabe con qué hubiera acabado. Las razas no se debían mezclar, y Aki lo hiso, él quería terminar con todo lo que su padre y su abuelo habían logrado –salvar a los inmortales de los mortales–. Si Aki llegaba al poder, dejaría que los inmortales bajaran a tierras más cálidas y se mezclaran con mortales, que nuestra sangre perdiera lo puro. Imagina, una bola de vulgares mortales con nuestra sangre vagando por el mundo, alardeando de nuestra velocidad, nuestra belleza y perfección.
         –¿Así es como me ves? – pregunté muy seria. – ¿Me ves como una sucia mortal que alardea de esta asquerosa inmortalidad? Deberías de envidiar nuestra fragilidad, lo sencillo que es para los mortales encontrar la muerte. Tú no sabes cuántas veces he deseado morir, pero me doy cuenta de que no puedo.
“Cuando te conocí parecías muy interesada en nosotros, ahora te expresas distinto. Te recuerdo que soy tu reina, y que yo fui mortal antes que esto.
         Los ojos pardos de Katelle se hundieron en los míos, su rostro se tensó y la incomodidad se hiso en el cuarto.
         –No son más que una raza decadente.
         –Decadente por culpa de algo que siempre estuvo fuera de nuestras manos. Formas de pensar como las tuyas, como las de Fiura; mentes que siempre vieron menos a los humanos, a los débiles, a los vulgares y testarudos mortales. Entre nosotros también hay elites, bellos mortales con poder que no quieren mezclar razas y cometen genocidios.
“Lastima deberías de darme. Pena. Pensé por un momento que esa clase de pensamientos nunca hubiese podido caber en ti, tal nivel de hipocresía era imposible.
“Curarás tus heridas, lejos de mí, recibirás atenciones y sangre fresca todos los días. Pero en cuanto seas capaz de caminar de nuevo abandonarás Palacio para siempre. Si tu inmortalidad te lo permite, no te acerques a mí, no me busques ni me hables, no te acerques ni a mí ni a mi hija. Nunca.
         Katelle guardó silencio, solo me miraba, indignada tal vez, pero sin nada que debatirle a su reina. Pronto ordené que desocuparan su camilla y le cambiaran de piso, no la quería cerca de mí. Ordené también que consiguieran una cama digna del rey y que ahí lo depositaran.
         Junto a él permanecí, quieta, dormida.
        







El final






         Aún después de tres lunas de haber encontrado a Ganesh, casi todo Hëdlard seguía en pie, nervioso. Esperaban en las puertas de Palacio cualquier clase de noticias. Noticias que de entrada me negué a darles. ¿Qué les diría, que su rey seguía inconsciente, casi muerto?
         Por esa razón no bajé hasta la tercera noche. Cuando Ganesh abrió los ojos al fin.
         Yo estaba junto a su lecho, envolviendo su cabeza con mis brazos. Se removió en su lugar, apretó los labios y abrió sus ojos una vez más. Dos pupilas verde líquido se hundieron en mí, impresionado tal vez de verme.
         Confieso que no estallé en júbilo como cualquiera hubiese esperado, no, solo pegué mis labios a su frente y agradecí por que siguiera con vida.
         –Hola, amor. – dije en un hilo de voz que solo él pudo escuchar – ¿Cómo te sientes?
         No contestaba.
         Alzó su mano izquierda y tomó la mía para apretarla contra su pecho; su corazón latía débilmente, casi con dolor. Con su otra mano sujetó mi playera y me jaló hacia él con una fuerza inesperada de alguien en su condición. Atrajo mi cuello hasta su boca y seguido de un rugido apretó sus colmillos contra mi piel.
         Bebió de mi un poco, casi nada. Quizás solo quisiera calmar la sed y el dolor de su corazón por falta de sangre. Cuando terminó solo humedeció sus labios con saliva y besó la herida, dejó de brotar sangre y me dejó ir.
         –Han sido los peores momentos de mi eternidad.
         –¿De qué hablas? – pregunté–
         –Estabas tan asustada, y yo tan… débil. No tuve oportunidad de salvarte, nadie escuchaba nuestra muerte, solo perecíamos y ya.
         –No fue así, tranquilo. – acariciaba su cabello, besaba sus labios, todo para hacerlo olvidar todo aquello.
         –Creo que lo único que me mantuvo con vida fuiste tú. – sentí entre los dedos un par de gotas, eran sus lágrimas – Tenía miedo de… de perderte. Fui un estúpido, Aki nunca debió haberte tocado siquiera, yo te fallé.
         –Mentira, no fuiste tú...
         –Te puse en tanto riesgo, a ti y a mi hija. Hubiese merecido la muerte, pero tenía que recuperarte, y míranos. El que necesitó rescate fui yo. Tú resultaste más fuerte, tú sola lidiaste con mi hermano y ahora estás conmigo.
         –Si, si, pero ya, eso no importa. No llores, estoy aquí.
         –Perdóname.
         –No, no…
         –Perdóname.
         No hubo cosa más dolorosa que haberlo visto implorando mi perdón, llorar entre mis brazos y refugiarse en mi pecho como niño sin madre ni padre. Creo que…
         No veía la forma de calmarlo, de convencerlo de que no había pasado nada malo, de que todo estaba bien. Todo hubiese sido una tremenda mentira.
         Su palacio quemado, su gente suplicando respuestas y ayuda, su hermano quien sabe donde ocultándose de nuevo de él, un centenar de cadáveres pudriéndose a las puertas de un edificio en ruinas. Todo junto, sin solución. Ambos necesitaríamos más que fuerza de voluntad para resolver esto.
         Peor aún para mí, no sabría cómo iría a reaccionar ahora Ganesh. Si optaba por buscar como perro a Aki y darle muerte no lo podría impedir, no quería. Aunque claro está, no estaba completamente segura de que eso fuera lo correcto. Si no lo hacíamos, si no lo encontrábamos y le dábamos un fin a esto… probablemente no descansaríamos nunca en paz.
         Separé mi pecho de su rostro, lo miré.
         Rostro más demacrado, solo el mío.
         Entorno a lo que alguna vez fueron unos bellos ojos verdes, la carne se había hinchado y puesto casi morada; sus labios ahora estaban secos y delgados, hedidos hacía el interior de su boca, no como antes, con un tono casi rojo, hinchados y carnosos; sus mejillas se penetraban al hueso. Poca vida seguía habiendo en él.
         –Lo sé. Estoy terrible. – dijo.
         –Así es. – sonreí un poco – Pareces… muerto.
         –Te amo – para mi oídos fue como un estallido de música, lo más bello que jamás me había dicho tan espontáneamente, en estos momentos solo esas palabras me podían mantener en pie, dispuesta a soportarlo todo. – Si mi hora llegase, si cuando todo esto termines yo muero, olvida y perdona todo lo que hice.
         –¿De qué hablas?
         –Perdona todo lo malo que hice, todos mis errores, todo lo que te hice sufrir sin necesidad. – alzó su mano, rechupada, blanca, casi transparente, los huesos detonaban su mal estado. La puso sobre mi mejilla. – Quiero que… antes de irme, borremos todo aquello por lo cual me puedas llegar a extrañar.
         –¿Cómo, planeas hacer eso? – era imposible – Es decir, no puedes hacerme olvidar que te amo, no te puedo olvidar a ti, tenemos una hija.
         –Una hija que no sabemos si es mía o no. – no lo dijo enojado, no había ni gota de resentimiento en sus palabras, solo sinceridad – Tal vez sería mejor que no lo fuera.
         –Demonios, Ganesh, ¿por qué carajos me estás diciendo esto? – mis manos temblaban al igual que todo mi cuerpo mientras hablaba – No me hagas esto.
         –Iré a buscarlo.
         –No, tú no.
         –Cuando lo encuentre, alguno de los dos va a regresar a Hëdlard.
         –No… no puedes.
         –Si regresa él… – negué con la cabeza intentando contener el mar de llanto que tenía – quiero que lo aceptes. Quiero que no pelees más con él; si ha de… quedarse con el poder él, que así sea.
         –¿Qué dices de mi, de nuestra hija, también ha de quedarse con nosotras?
         –Es la única persona que las cuidaría igual que yo.
         –Pero…
         –Se quedará con todo, todo lo que yo sostuve en pie todos estos años, lo sé. Pero no se quedará nunca con tu amor.
         Lloré unos minutos, me tragaba las lágrimas, pero el sentimiento fue inevitable de contenerlo. Apretaba la cara, el cuello y el abdomen intentando no soltar las lágrimas. Gemía por el dolor que en mi corazón atravesaba. No me detenía.
         –¡Pero es que… – intentaba decir – tú no puedes… mírate cómo estas! Hasta yo podría terminar contigo. Te matará. – cerró los ojos cuando escuchó esas palabras y asintió muy serio.
         –Es…
         –No me puedes dejar así, Sybelle necesita un padre.
         –Es…
         –Te amo, Ganesh, tú debes salvarnos a todos nosotros. Todo tu pueblo se pregunta cómo estas, las mujeres te lloran, los neófitos no hacen más que jurar venganza, hay un cerro de Herejes quemados abajo y yo…
         –¡Es la única manera de terminar con esto!
         Cierto.
         Me lo temía, y era cierto.
         Solo si uno de los dos sobrevive, el otro podría vivir en paz. ¿Pero, dónde quedaba yo? Qué a caso a Ganesh no le importaba yo, su hija. Si iba así, terminaría muerto, si iba en tres noches igual, estaba en total desventaja.
         Si se iba, lo tendría que dar por muerto, así de simple.
         –Diles a todos que he muerto. Diles que mi cuerpo no resistió el frio, que morí dormido. – apretaba sus manos contra mi cara mientras lo decía. – Parto mañana mismo. Ahora déjame solo con mi hija. Necesito… quiero… que nos perdone. Déjame solo.
         Desenvolví a Sybelle de su regazo y la coloqué entre los brazos de su padre. Tan pronto la cargó, abandoné el cuarto.
         Salí llorando de ese maldito lugar. Azoté la puerta y no pude llegar más lejos de ahí. Me derrumbé.
         Caí al suelo, una vez más, cuan larga era. Azoté los puños contra dejando bajo los mismos pedazos de mármol que estallaron al impacto. ¿Pero es que esto no podía acabar ya?
         El coraje producido en esos momentos no me llevaría a ninguna parte, lo sabía, pero qué mejor remedio que dejarlo fluir. Cabo y Ehera habían salido tras de mí, pero no dejé que se acercasen a mí, los ahuyentaba con gritos y amenazas, si alguna de aquellas dos bestias se me acervaba en aquellos momentos no dudaría en matarlo.
         –Váyanse. – les gritaba – No me toquen, fuera.
         Tenía todo el cuerpo entumecido, no era capaz de sentir algo que no fuera el frio del mármol bajo mis rodillas y manos, pegué la frente al piso y continué llorando.
         Me tomé tiempo para tranquilizarme, respirar un poco tal vez. Quería tomar un poco de conciencia de mi cuerpo ahora. Necesitaba despejar mi mente y eso hice. Hasta ese momento me di cuenta de lo ridícula e infantil que fui al reaccionar de esa manera. Pero no  pude haber encontrado otra.
         Solo quedaba cerrarme a todo esto. Fingir que lo entendía, creer que era lo mejor, que estaba de acuerdo. Permitir que Ganesh se fuera a la noche siguiente, verlo partir y no llorar. Así como alguna vez fue importante para mi estar cerca de él, ahora daría lo mismo. Reprimiría la idea de amarlo, no lo negaría, pero sería algo que no pasaría por mi cabeza nunca más.
         Tal vez incluso si alguien preguntase por él, yo solo diría que… sobre todas las cosas de su inmortalidad yo era la más importante e todas, y que por eso murió.
         ¿Esperanzas de que él volviera? No, ninguna.
         No veía razón por la cual hacerme una ilusión que al final terminaría con de mi vida.
         Lo daría  por muerto desde mañana por la noche cuando partiera. Era lo mejor. Como él me había dicho, en mí, no habría razones para extrañarlo.
         –Incluso es mejor darlo por muerto, que verlo morir. – susurré.
         Me puse en pie en cuanto pude y bajé a Hëdlard. Bagria esperaba en el recibidor de Palacio –lo que quedaba de él–, ahí a la yegua no le pegaba en gélido viento ni la lluvia. Monté en ella, aunque la bestia no tuviese puesta la silla ni las bridas, solo con los talones la conduje a tierra firme.
         Noche tras noche, la gente había esperado ahí, paciente.
         Tan pronto me vieron aparecer desde la oscura boca del edificio guardaron silencio y dirigieron todas sus miradas a mí. Permanecí quieta un minuto. Mi mirada merodeó a todos, miré sus rostros y comencé a pensar en lo que iba a decir. Fue sencillo mentirles.
         –El rey ha muerto. – no se lo esperaban, definitivamente esa noticia fue la peor que esos inmortales pudo recibir – Hace unas noches encontramos al rey aún con vida en el lago, al parecer… no pudo resistir el frio del agua, ni el tiempo en ella.
         –¿Cuándo murió? ¿Quién lo asesinó? – preguntaban muchos
         Unas cuantas lagrimas más salieron de mis ojos. Bagria se movía nerviosa frente a la masa de vampiros, pero yo procuraba mantenerla en su lugar el mayor tiempo posible.
         –Murió hace pocos minutos. Nunca recobró conciencia, no pudo decir palabra alguna antes de morir.
         –¿Quién le mató?
         –¡El asesino no tiene lugar en nuestra memoria, no merece siquiera que su nombre se sepa! – guardé silencio esperando cualquier tipo de reacción, pero no hubo tal – Ganesh no tuvo oportunidad de decidir si sería yo quien tomaría poder en Hëdlard, y en mis intensiones no está aquello. Pero estoy segura que ninguno de ustedes quisiera a su hermano cerca del poder. – negaban con la cabeza – El único descendiente directo de Ganesh es mi hija, Sybelle, pero ella aún no tiene la edad suficiente para tomar decisiones propias. Y quien hubiese podido ser su tutora esta igualmente muerta. – dije refiriéndome a Fiura – Siendo yo su madre, me ofrezco a cuidar de ella hasta que tenga edad suficiente para gobernar.
         “Claro está, esa decisión no puedo tomarla yo sola, si alguien se opone o tiene una idea mejor, está invitado a decirla. – nadie se movió, creo incluso que la masa aguantó la respiración, esperando a ese alguien que reclamase –. Bien. Pueden regresar pues a sus casas.
         Me volví a Palacio, pero antes de entrar en él, un grupo de soldados me interceptó. Siendo el cabecilla el que hablase por todos.
         –Mi señora, – dijo haciendo una reverencia corta a mí – soy el capitan Rashid – el mismo capitán que meses antes me había enseñado a montar –, siento mucho lo ocurrido con el rey. – agaché la cabeza en señal de agradecimiento – Lo único que mis hombres y yo podemos ofrecer a palacio es nuestra eterna lealtad y apoyo, en lo que sea. – volvió a hacer una reverencia.
         –Agradezco mucho su lealtad, capitán. Quisiera comenzar desde hoy mismo el restablecimiento de la ciudad.
         –Estamos a su disposición.
         –¿Cuántos hombres tiene bajo su mando?
         –Todo el ejercito de Palacio, alrededor de quinientos inmortales. Aunque, muchos de ellos están francos por lo ocurrido y dudo mucho que contemos con ellos. A lo más contamos con doscientos soldados en este momento.
         –Bien, encárguese de tres cosas, Rashid. – asintió listo para oírme – Quiero que haya un soldado en cada calle de esta ciudad si es necesario, no quiero disturbios en ella. Quisiera que la gente sintiera seguridad y orden, más ahora que no sabemos cuál va a ser su reacción.
         “Además quiero que algunos de sus hombres se encarguen de darle un funeral digno a cada uno de los cuerpo que se pudren bajo la entrada de Palacio. Quemen sus cuerpos con sal, y sus cenizas entiérrenlas a la orilla del lago Tumma.
         “Y por último, cuando hayan terminado de eso… limpien de escombros Palacio, todo vidrio roto o pared dañada derrúmbenla. Quemen todo de nuevo si es preciso, – decir esas palabras me habían costado mucho – no quiero que la gente sigua teniendo frente a ellos el recuerdo de su rey muerto. Es lo único que nos mantiene atados a él.
         –Como ordene. – el general se dio la media vuelta y comenzó a hablar con sus soldados en voz baja, vi que en pocos minutos ya se habían dividido en dos grupos. Uno muy grande y otro apenas de veinte soldados; grupo que se encargó de los cuerpos de los Herejes más tarde.
         A partir de ese día no supe más de mí. No quise imaginar el tiempo que llevaría derrumbar Palacio, el tiempo que debía trascurrir para que la ciudad retomara un ritmo normal. Tampoco me importaba mucho.
         No supe, ni vi, cómo Ganesh partió, supe que se fue cuando bajé a la habitación en la que estaba y solo encontré a mi hija envuelta en sabanas dormida, sin su padre.
         Caí en cuenta entonces que no le volvería ver jamás. Desde ese momento estuve sola, yo y mi hija, esperando que Aki volviera, pero sin saber lo que haría.








Todo lo que ella…

(Aki)

 






        

         –Fui un idiota, Nanna. – le dije mientras ella se preparaba una sopa caliente en el fogón de su humilde casa. El agua que ahí hervía llenaba todo el lugar del sonido, relajándome. – Nada de esto hubiera pasado si nunca hubiese escapado de aquí.
         –¿A qué te refieres, hijo? – Gabrielle no me miraba a los ojos en esos momentos, estaba ocupada con su comida –.
         –Cuando vi venir a Antaris debí haberla ignorado, sabía que era de mi hermano, no mía.
         –No puedes hacer nada ya.
         –Lo sé. – permanecí callado un rato, pensando, pero luego las ideas fueron difíciles de contener – Inclusive, si Antaris nunca se hubiese embarazado, mucho se hubiese podido evitar.
         –Nadie es responsable de eso, más que ella.
         –No digas eso. – le rogué.
         –Es verdad, solamente ella sabe con quién se acuesta y con quien no, y sabía que eran hermanos, si no lo hubiese querido no lo hubiese hecho.
         –No estaría tan segura de eso.
         –¿De qué hablas, Aki? – dejo lo que estaba haciendo y me volteó a ver, yo estaba acostado sobre la cama de paja, con los ojos clavados al techo.
         –Una noche antes de que te fueras ocurrió de nuevo.
         –¡Te pasa una vez y vuelves a caer de nuevo! Lo que hiso ella no fue honesto, tiene una hija y un rey en Hëdlard.
         –Rey que no sabemos si está vivo o muerto. – aclaré.
         –Como sea, tiene una hija.
         –Tampoco estamos seguros de quién es esa creatura.
         –Claro que lo sabemos, es de Ganesh, yo vi nacer a la Sybelle –hiso cierto énfasis en el nombre, creo que le molestaba q no le llamase por su nombre –, esa niña tiene los ojos de tu hermano. – al no recibir respuesta de mi parte siguió con sus labores. Gabrielle permanecía callada, como siempre había sido, solo en este último año se había inquietado tanto, por lo general, había sido callada, rebelde, pero sin hacer escándalos.
         –¿Qué pasará ahora?
         –No sé, Aki. No quiero imaginar lo que ocurrirá si tu hermano sigue vivo.
         –Si, está vivo, débil, pero vivo.
         –Después de arrojarse por Palacio hacía un bloque de hielo, no sé de que sea capaz ese hombre.
         Tenía razón, ni siquiera yo lo hubiese hecho.
         –Pero si he de recomendarte algo, Aki – volvió a quedarse callada, viendo si yo decía algo, luego continuó –, déjala ya. Si muere o no esa muchacha, déjala, vale más tu vida que la suya y la de esa bebé.
         –¿Qué dices? – enfurecí
         –Lo que has escuchado, déjala ya. Tendremos suerte si tu hermano sobrevive y se queda en Hëdlard con ella, si no, ya no es nuestro problema.
         _Gabrielle, hemos perdido ya demasiado por ella, cuando estamos a punto de terminar con esto, me dices que la olvide. ¿Cómo es eso posible?
         –Aprende a vivir con ello. Cerca o lejos de ella, con o sin ella, debes controlar lo que sientes y ver por ti mismo. De otra manera ese amor terminará consumiendo las últimas gotas de sangre en tu corazón.
         –Sabes que nunca voy a dejar de amar a esa creatura…
         –Si, lo sé. Yo no te he dejado de amar, y por lo mismo, no quiero que se sigas dañando.
         –Gabrielle, – me puse de pie y fui hasta aquella anciana que decía seguir enamorada de mí – han pasado años. Míranos ahora. Es decir, deja lo de Antaris en paz por un momento y concéntrate en nosotros. Al cabo de los años, dejaste de ser mi nana para convertirte en mi amiga, luego fuiste mi amante, me odiaste por no corresponderte y en el último siglo has sido mi madre. No te puedo ver de otra forma, y ahora que yo he encontrado las únicas dos razones para existir – Antaris y Sybelle – me pides que las olvide como tú lo hiciste conmigo.
         –Así es.
         –Pero, Gabrielle, – la sujeté por los hombros – es algo totalmente distinto. Tu vida es larga, más que la de cualquier humano en la Tierra, pero nunca tan eterna como la nuestra. Si yo hubiese correspondido  a ese amor… no hubiese soportado tu muerte, aún cuando esta sea aún lejana. Entiende que Antaris pudo haber sido y estado conmigo por siempre.
         –Pero esa mujer ya no te ama.
         –Ni yo a ti.
         –¡Ya no estoy peleando por tu amor, Aki!  – se soltó bruscamente de mis manos. – Lucho por tu bien, quiero que seas feliz; primero hice todo porque lo fueras con Antaris, pero ahora ruego por que sea lejos de ella.
         –No me pidas eso… –imploré–
         –No te lo pido yo, solo…
         –Gabrielle, no podré.
         –Si lo harás, la dejaste ir después de lo que pasó. Eso fue lo mejor que pudiste haber hecho. – asentí sin estar totalmente convencido – Ahora, déjala ir para siempre.
         –Gabrielle, sabes que si algún día salgo de esta cabaña iré sin parar a Hëdlard por ella.
         –No, – decía mientras negaba con la cabeza suavemente y con extrema paciencia – no lo harás. Sé que eres fuerte, y has superado cosas peores a estas, solo déjalo.
         “Ata tus pies a estas tierras, vuelve a lo que fuimos por casi cien años. Tranquiliza tu alma y ya después, luego de mucho tiempo de estar en paz, vuelve con ella. Mírala y calma tu sed de ella. Pero nunca más te le aproximes.
         –Creo que… – no puede decir más, sentí por un momento que la voz se me iba del cuerpo, que las ganas  de este se separaban de la tierra.
         Solo salí de ahí. Sin avisar, sin siquiera despedirme de Gabrielle. Quizás regresaría, quizás no.
Solo, yo y mis pasos, me fui hacía el norte. Lo más lejos, físicamente hablando, de Antaris; pero lo más cercano a ella de espíritu. Caminé toda la noche y parte del día siguiente hacía Levi. Tal vez ahí, perdido en los bosques y montañas podría estar en paz. Sin voz alguna que me atormentara, pero lleno de su recuerdo.
        
         Su cabello era largo, cuando la vi por primera vez; sus ojos extremadamente azules y sus labios carnosos. Creo que, después de Alka, su rostro había sido el más inocente y engañoso que había visto en mi vida; y después que Anna, el ser más perfecto que la vida me arrancó.
         Ella alguna vez vino a mí, y me dijo que era hermoso, dijo que lo había hecho bien y me besó hasta la mañana siguiente.
Se fue de mí.
No pudo siquiera desgastar en mi nombre sus ganas de amar –ganas que vi en sus ojos reflejados el primer día que le vi, aquel lluvioso día en el bosque de Levi. Eso sí, en ninguna mujer había sentido esa pasión, solo en ella –.
         Estaba enamorado de ella, estaba enamorado de ella. Rogué por qué no se marchara, porque no cerrara las puertas y me dejara fuera. Pero toda evidencia en contra mía se alzó y ella dejó de amarme.
         Triste… triste tal vez sea el final; pero feliz fue mi vida. Feliz fui los años en los que esas tres mujeres enamoraron mi alma, pero triste fueron todos lo finales. Y aunque esperanzas nunca me dejó ninguna, siempre había seguido adelante.
Tal vez lo lograría esta vez. No sé. Pero mientras, lo mejor sería separarme de todo. Esconderme, un rato, poco tiempo, escasos días, nada mas.








Las cosas que nunca dije.







        

         –¿Vas a decirme qué paso? – preguntó Anna con el tono de voz más suave que siempre – ¿Por qué huyes?
         –Mi padre… murió.
         –¿Qué has dicho? – gritó – ¿Quien ha sido, quien fue el desgraciado que se atrevió a matar a su rey?
         –Su propio hijo.
         Anna enmudeció. Sujetó mis manos con fuerza y como madre, cobijó mi cabeza entre su pecho y repitió mi nombre. Besaba mi frente e intentaba darme las fuerzas que en ese momento me faltaban tanto para decirle que…
         –¿Cómo pudo hacerle Ganesh eso a tu padre? ¿Es que nunca le dio todo lo que necesitaba? Tu padre amaba a Ganesh tanto como a ti. – dentro de mi garganta estalló un grito ahogado de dolor, sus palabras me habían matado, no había sido  mi hermano el que había matado a mi padre, y cuando supiera la verdad, me odiaría. – ¿Qué pasa?
         Yo negaba cono la cabeza. Intentaba decirle la verdad, pero el llanto podía más conmigo. Cogía su rostro entre mis mano y la besaba, pero las palabras no me fluían.
         –Ya, tranquilo, sé que te duele que Ganesh haya hecho eso, pero… – mis músculos se tensaron ante sus palabras, quería que se callara – no, no, no llores, tranquilizante.
         –¡NO! No fue mi hermano quien mató a mi padre, no fue él. – separé nuestros cuerpos para ver su rostro – Fui yo, Anna, fui yo…
         Sus ojos, abiertos, no me dejaron de ver. Entendía lo que le decía, pero… no quería creerlo. ¿Cómo yo, el hijo favorito del rey, lo había podido matar?
         –¿Cómo sucedió?
         –De la misma manera en que maté a Alka.
         –Oh, Aki.
         –Dijo cosas que… mis oídos nunca quisieron escuchar, y enfurecí. Tomé su cuello y mordí repetidas veces, pero al final fue por falta de sangre que él murió.
         “Ganesh me está buscando como loco por toda la ciudad y está dispuesto a matar a cualquiera que se interponga en su camino. Eso te incluye a ti y a toda tu familia.
          El silencio se hiso en la habitación. Ambos pensábamos. Pero ella nunc ame culpó. Hasta ese entonces no sabía por qué no se atrevía a hacerlo, tal vez era por respeto a mi padre, o por miedo a que también terminase con ella. De cualquier manera, los dos, permanecimos callados, sujetados de la mano frente a frente.
         Lo primero que se me vino a la mente, y se lo dije, fue entregarme; pero es obvio, ella se negó. Dijo que por más cobarde que pudiera ser, yo debía vivir. Dijo que si pensábamos todo fríamente sería posible llegar al otro lado de la ciudad y escapar al norte. Y ese fue el plan. Solo que al comienzo pensaba que solo iría yo.
         Discutimos el plan casi el resto de la noche. En la taberna no nos molestaron ni una sola vez.
         Robaría un caballo de las caballerizas de la taberna –donde había solo cinco caballos–, cargaría en las  dagas, que por fortuna conservaría el resto de mi vida y nada más.
         Luego de robar los caballos, al medio día saldría de la taberna hacia el norte por las calles más lejanas al palacio y de ahí, sin parar hasta Levi. Era perfecto. A esa hora del día, pocos vampiros se atrevían a salir, y la mayoría de los habitantes de Hëdlard no estarían más que durmiendo, indiferentes que el asesino de su rey escapaba.
         –Voy contigo. – dijo entonces rompiendo cualquier indicio de paz que en mi se hubiese podido crear.
         Me le quedé viendo fijamente, esperando a que todo fuese una mentira, pero sus ojos no lo hacían. ¿Cómo iba a yo a permitirle eso? ¿No estaría más segura con su familia, aquí, en Hëdlard? Tal vez, pero eso yo no lo sabía.
         –Está bien. – dije – Prepara tus cosas, yo iré por comida a la cocina para ti. Llevaremos dos caballos. – asintió.
         Cuando la noche se hiso mañana, cogimos las cosas, y sin que ojos nos viesen, fuimos corriendo a las caballerizas de la taberna. Saqué de sus caballerizas a dos palominos enteros de patas fuertes. Puse sobre sus grupas los albardones y en sus hocicos las bridas. Até con fuerza las alforjas y subí a Anna a la espalda del caballo más chico, Dartañan.
         Lo menos que quise era hacer un escándalo por toda la ciudad cono lso cascos de los animales; amarré a sus cascos trapos sucios asegurándome que el choque se sus herraduras contra la roca fuese casi desapercibido.
         Una vez listos, a mi orden salimos de ahí a todo galope. Cruzábamos la ciudad entera invisibles a los ojos de los demás, silenciosos.
         Fue cuando íbamos cruzando frente al palacio cuando escuché cómo un soldado estiraba la cuerda de su arco – solo lo escuché, no pude ver de dónde provenía –, instantes después lo soltaba, y en seguida mi caballo se derrumbó muerto. Pude sentir como esa flecha atravesaba por la carne del animal hasta llegar a su corazón y darle muerte. Salí volando metros adelante del cuerpo del caballo agonizante. La flecha no había querido matarme, solo quiso derrumbarme.
         Vi cómo poco a poco, Anna se alejaba de mí, y eso me resultó maravilloso. Una vez derrumbado del caballo no habría manera de que yo sobreviviera. Pero no, Anna volteó para asegurarse e que siguiera vivo. Y al no verme a su lado se detuvo a buscarme.
         –¡NO! – grité desgarrándome la garganta – Vete, vete. Déjame aquí, Anna, vete.
         –Ponte de pie, Aki, por favor.
         –¡Ya vete! – la desesperación e impotencia no me dejaban pensar, si se quedaba un minuto más la iban a capturar a ella también y yo no puede  hacer nada por evitarlo. Por más que grité, por más que supliqué, no se fue. Su caballo también fue derribado, pero a ella tampoco le dispararon. Ganesh nos quería vivos, a ambos.
         –Aki…– susurró al darse cuenta de lo que había hecho.
Creo que fueron turbios los minutos siguientes, pues recuerdo poco. Yo me aferré con fuerza a Anna, y ella, llorando, no dejaba de disculparse.
         Al cabo de pocos minutos, una docena y media de soldados armados nos apuntaban con sus feroces arcos –que en ese entonces aún se usaban–.
         Ganesh llegó detrás de ellos.
         Se abrió paso entre los soldados, ninguno lo tocó, solo era su mirada la que le abría paso entre esa densa masa de cuerpos oscuros. Se aproximó a mí, me miró con odio, asco, tristeza y decepción, pero no dijo nada. No tenía que decir. Lo único fue que a Anna le rompió un golpe en cada mejilla, eso si me enfureció, ella no tenía la culpa de nada.
         –Sepárenlos. – ordenó.
         Intentamos gritar, pero al instante nos sujetaron fuertemente de los brazos y nos alejaron uno del otro. Anna no era inmortal, las manos de los soldados no habían más que masacrarle los brazos, la pobre mujer gritaba de dolor, pero no estoy seguro si era por nosotros o por el olor físico.
         –Llévenlos al palacio. – ordenó de nuevo mi hermano. – Quiero a Aki conmigo, y a la Hereje encarcelada. Ahora.
         Probablemente fue el viaje a palacio que mas duró para mí. Íbamos a prisa, pero los pensamientos de lo que nos ocurriría no dejaban de invadir y nublar mi mente.
         Llegamos.
         Fríos muros, hermosos, pero terriblemente inquisidores ahora que me encontraba a su lado como un traidor. Mi propio palacio parecía quererme matar por lo que había hecho, y bien merecido me lo tenía.
         Ganesh permaneció callado, quito cual estatua, con lo ojos clavado en el techo, como queriendo contener un sentimiento desbastador que muy probablemente  hubiera hacho que me matara con sus propias manos en ese momento.
         –Al parecer no agradeciste nunca todo lo que nuestros padres te dieron. – dijo repentinamente y sin separar los ojos del alto techo – Mi madre murió al dar a luz, has querido revelarte más de una vez contra Hëdlard rompiendo tradiciones y leyes que establecieron los antiguos reyes, y ahora matas a tu propio padre. ¿Sabas algo? No me interesa saber por qué lo hiciste, ni el modo. Eso no te exime de ser un traidor, y peor aún, intentaste huir.
         –¿Qué va a pasar con Anna? – interrumpí, no me interesaba el fin de mi vida ya, sabía que iba a morir, lo único que no soportaría sería el sufrimiento de Anna.
         –¿Escapaba contigo, no es así? –asentí– Entonces también es traidora.
         –Ella no asesinó a nadie, no es culpa suya.
         –Lo sé. Es decisión tuya. ¿Qué quieres que sea de ella?
         Qué pregunta tan cruel. No sabía la respuesta. Tal vez lo más simple hubiera sido decir que la dejara ir, que ella no tenía la culpa de nada, pero no estaba completamente seguro de querer eso. ¿Qué hubiese querido ella? Morir conmigo como lo había jurado una y mil veces, o seguir viviendo. Sufrir una muerte junto a mí, o verme morir de lejos. Permanecer junto a mí hasta la muerte, o separarse. Cualquiera de las dos elecciones sería egoísta para el otro. ¿Pero, qué hubiese querido ella?
         –Deja que ella decida, hermano.
         –¡No me llames hermano! – su mano pasó rozando mi mejilla con sus uñas alcanzando a cortar finamente mi carne, no iba a morir de eso, pero el dolor si me logró recorrer toda la columna. – Deja a un lado tu muerte, decide cómo ha de sufrir; si quieres que sufra tu perdida toda su vida, déjala viva, si no, llévatela a la muerte contigo para que solo agonice físicamente. ¡Decide!
         Respiré profundamente lo más hondo que mis pulmones me permitieron. Y lo dije.
         –Deja que muera conmigo. – sonrió, estiró sus labios con la crueldad más pura que había visto en él – Solo prométeme una cosa, déjanos morir al mismo tiempo, juntos.
         El desgraciado rió por unos escasos instantes, supe que no lo iba a hacer.
         –Llévenselo. – ordenó. – No lo quiero junto a la Hereje hasta la ejecución. Vayan preparando todo, los quiero muertos en media hora.
        







 

Lamento quererte tanto hermano







        

Primero me llevaron a una de las habitaciones pequeñas que estaban al norte del palacio, donde lo único que había eran grilletes para encadenarme y unas minúsculas ventanas por donde el aire frio del exterior filtraba. No supe a dónde llevaron a Anna, en los primero minutos –mientras apenas me llevaban a esa habitación horrenda– escuché sus gritos. No parecían lastimarla, pero si estaba muy desesperada y asustada.
         Un par de soldados me encadenó las manos a la pared. Me pusieron de espaldas y atado a una altura donde no podía estar parado. Habían encadenado mis manos muy al centro de mi espalda y casi a la mitad de ella, definitivamente la posición más terrible del mundo. Al salir, golpearon mi estomago sacándome todo el aire y haciendo que callera de rodillas al piso, pero no lo alcanzaba con las rodillas, quedé colgado. Si el golpe me había dejado sin aire, la posición en la que había quedado no me permitía recuperar el aliento. Fue terrible.
         No fue media hora la que tuve que esperar, esperé casi cuatro horas ahí, colgado. Llegó el punto que mis pulmones se colapsaron, dejé de respirar debido al dolor, sentí el tórax más inflamado y mis fuerzas nulas. Tal vez moriría aquí – pensé –.
         Me quedé dormido, no sé cuando, ni por cuánto tiempo. Me di cuenta de eso cuando un golpe muy fuerte, proveniente de la puerta, me despertó.
         Era Ganesh.
         –Te lo voy a preguntar por última vez. – dijo al acercarse a mí – ¿Dejas que muera contigo, o la dejas ir?
         De mi boca no salió nada. Esperamos un tiempo y seguí sin hablar. Ganesh entristeció, sus ojos se calvaron en el piso y suspiró.
         –Espero que no te arrepientas de esto, hermano. – tomó mi cara entre sus manos, la ladeó y besó mi mejilla. – Perdóname.
         Se puedo en pie, dio la orden de que me llevasen a otra parte y se fue.
         Que lugar tan terrible.
         Al fondo de esa habitación a la que me llevaron, estaba Anna. Juro que lo que menos me importó fue la apariencia de la habitación, en fin, sería la última que vería en mi vida.
         Tanto a ella como a mí, nos sujetaban dos soldados por los brazos impidiendo que nos moviéramos. Ni ella ni yo nos sosteníamos en pie, teníamos un aspecto terrible, pero eso no importó. Esta sería la última vez que la vería.
Ganesh ordenó que nos dejasen hablar. Sin soltarnos, los soldados nos acercaron hasta que solo un suspiro nos separaba.
–Me van a matar ¡Estos malditos me quieren muerto y me van a matar! – dije –  Pero no hables, déjame decir estas últimas palabras con la tranquilidad de que las estarás escuchando con toda conciencia:
         ‘Parece que esta es la última vez que podremos cruzar palaba, inclusive la última ocasión en la que mis ojos podrán ver dentro de los tuyos con tanto amor y devoción que te profeso.
‘Miénteme si quieres, pero no me dejes morir sin oír una vez más que me amas, ¡déjame ver salir de tus labios esas dos únicas palabras que me mantiene vivo!
         ‘La parte más difícil vendrá pronoto; y mientras no pueda liberarme de mi cuerpo seguiré sintiendo este dolor que me atraviesa por el centro, seguiré pidiendo que yo sea el único en morir. Tú no lo mereces, Anna.
         ‘Aunque debo confesarte: no creo lograrlo. Su fuerza nos supera, son una ciudad entera y nosotros apenas somos dos, pero si nos matan, nuestra muerte será injusta y sé que tendremos un ejército luchando por vengarnos. No estamos solos.
         ‘No, no llores, aún no es tiempo. Pronto pasará, son solo pocos minutos de dolor, pero eso no se compara con el alivio que ambos tendremos cuando nuestras almas se liberen del cuerpo. Encerrados solo podemos sentir placeres terrenales, libres podremos amar como nadie, tememos porque no conocemos el dolor de la muerte, pero ya pasará.
         ‘Si muero yo primero, no quiero que cierres los ojos cuando muera, de otra manera perderé refugio en ellos; mírame lanzar el últimos respiró en tu honor, no me dejes solo y dime que me amas…
         Al terminar nos separaron de nuevo. Los soldados me golpearon una y otra vez en la espalda, dejándome inútil, no pude defenderme, nada.
         Recuerdo ver cómo a Anna la llevaron hasta el otro lado de la habitación, obligándola a replegarse a la pared. Temerosa, terriblemente asustada. En sus ojos vi su miedo, algo que jamás conocí en ella.
         El soldado le puso la mano en el cuello para estrangularla, la separó del suelo casi veinte centímetros y ahí la dejó. Anna gemía, pateaba y le golpeaba, pero nada de eso era siquiera útil. Ella no era inmortal y su fuerza era nada en comparación con la del soldado.
         El soldado sacó algo de entre sus ropas, no vi que.
         Pocos instantes después Anna dejó de moverse, sus ojos parecían platos, y su boca estaba torcida en una aguda mueca de dolor. De su nariz brotó sangre.
         Sangre.
         Viva sangre.
         Pero no era de ahí de donde brotaba ese delicioso aroma, no. Era de su vientre. Era sus sangre, la misma que jamás me atreví a probar. Sangre viva, casi humana.
         El soldado le había encajado una pequeña daga en el vientre. La sangre empezó a escurrir por sus piernas y gota a gota impregnó cada rincón de la habitación.  
Anna se zafó del soldado, a intentó venir a mí. Tropezó varias veces, pero nunca dejó de intentarlo. No hasta que llegó.
         No supe de donde salió el soldado, pero al instante que ella llegó a mí, él nos separó bruscamente. La fuerzas las saqué de no sé donde, me le lancé al solado tratando de morderle el cuello, pero era una bestia. Me tomó del cuello y azotó mi cabeza contra el mármol del piso.
         Giré mis ojos al no poder moverme. Anna me miraba, quieta, como si nada hubiese pasado. Su mente trataba de decirme algo. Algo más importante que su propia mente, algo que deseé nunca saber:
         “Estaba embarazada”
         Esas dos palabras nunca se me olvidaron, nunca. Fueron las que me dieron las fuerzas para todo, para absolutamente todo. En ese momento odié más a mi padre, más a mi hermano, más a mi vida.
         Si, si era posible que Anna estuviese embarazada, yo la había embarazado hacía casi un mes, pero nunca lo supe.
         – ¡Tú más que nadie sabe lo que acabas de hacer! Lo he visto en tu mente, mal nacido. – gritaba – ¡Mataste a mi hijo y mi mujer agoniza debido a tu crueldad! – Pero el hombre no respondió nada, continuó apuñalando a Anna – Vamos, mátame ahora a mí, cálvame ese puñal que llevas en las manos, clávalo cuantas veces puedas, clávalo hasta que muera perdiendo conciencia debido a mi falta de fuerzas. ¡Qué esperas?
         Fue simple su forma de matarme. Primero clavó su daga a la mitad de mi brazo para que prestase atención al dolor, y lo hice. Grité. Pero luego de esa herida, hiso otra peor, una que atravesó mi piel, desgarró mis músculos y penetró en mis pulmones. Al sacar la daga, sentí cómo un líquido frio entraba en mis pulmones haciendo que me ahogase con mi propia sangre.
         El soldado se separó de mí, me dejó tendido en el pis, viendo cómo agonizaba Anna hasta el último momento. ¡Cuánto deseé la muerte, cuánto oré para que yo muriese antes que ella! Pero nada funcionó.
         Anna murió.
        
         Esos habían sido mis pensamientos en los siguientes días. Creo que fueron dos o tres. Yo y mis recuerdos habíamos permanecidos ocultos en lo más espeso del bosque de Levi sin que ser o alma nos molestasen. Pero claro, todo lo bonito se termina un día. Y esta calma de recordar a la única persona a la que había amado y me había correspondido tal cual me lo merecía, me mantenía en la mayor paz posible. Inclusive más que cuando estaba con Antaris. Anna lo fue todo para mí.
         Tal vez por ella todo esto ocurría.
         Regresaba de mi trance cuando olí a mi hermano. Yo estaba confundido, desorbitado y sediento; mi hermano estaba débil y solo. Olí el olor de su sangre, no de su carne. Me estaba buscando, pero aún no había dado conmigo. ¿Qué hacía él tan al norte? ¿Era él, o seguía siendo mi imaginación loca que divagaba en la posibilidad de que mi hermano no hubiese muerto en el lago?
         Para mi fortuna no. Ganesh seguía vivo y venía por mí.
         Dejé que me viera, y cuando lo hiso dio un minúsculo salto para atrás, sorprendido tal vez.
         Vaya, mi hermano si que estaba acabado. Hubiese podido terminar con él en ese mismo instante y jamás se hubiese dado cuenta.
         El desgraciado, como siempre, llevaba puesto su ropa fina de color oscuro, zapatos cómodos y una buen abrigo, aunque en realidad no le hacía falta nada de eso. Todo en él estaba perfecto, excepto su rostro y sus manos – lo único que se podía ver –. Toda la piel le tenía pegada a los huesos, ni un poco de color había en sus mejillas, ni en sus labios. Estaba literalmente estaba muerto por fuera.
         Debo confesar que él no era el único en desventaja. Mi largo trance y mi falta de sangre desde hacía ya varias semanas me tenían peor que débil. Me sentía desorientado, con pocas ganas de hacer caso a cualquier tipo de amenaza –lo que incluía a mi hermano–. Así que en realidad poco me importó su aparición.
         Se aproximó a donde yo me encontraba. Se detuvo justo frente de mí. Con sus ojerosos ojos clavados en mí me dijo sin mover los labios:
         No he venido aquí a pelear. Asentí. Solo quiero platicar un poco con mi hermano…
         –Te escucho. – dije – Tenemos toda la eternidad para platicar una vez más. Ven, siéntate conmigo.
         Lo conduje montaña arriba –puesto que me encontraba ya en el corazón del bosque de Levi, entre numerosas montañas verdes –, y justo donde ya eran pocos los árboles que estovaban nuestra mirada, me senté con mi hermano.
         –Hace siglos que no venía por aquí. – dijo Ganesh – Desde que Levi se incendió. Nunca imaginé que un desierto arrasado por las llamas pudiese convertirse con el tiempo en este paraíso.
         –¿De qué otra forma crees que pude sobrevivir todos estos años solo? – rió entre dientes – No hay mejor sitio que este. Aquí ves el sol naces y morir tan de prisa que ni lo notas, la tranquilidad y silencio es tal que es fácil perderse en tus propios pensamientos.
         –Lo sé. Tardaste casi media hora en darte cuenta de que yo estaba frente a ti.
         –¿Tanto tiempo? – asintió – En mi trance pareció ser fracciones de segundos.
         Nos quedamos en silencio. Creo que ambos queríamos darnos un tiempo de asimilar las cosas, así como para ver el paisaje esplendido que teníamos a nuestros pies.
         Para mi todavía no era del todo real que estuviera sentado junto a mi hermano, intentado hablar, calmado sin el deseo de matarlo. Pero en fin, si era o no realidad, en ese momento poco me importó.
         Quizás si las circunstancias no hubiesen sido tal y como lo eran, en vez de hablar, ya nos hubiésemos destruido uno al otro. Pero ese no era el plan. Nadie quería más muertes.
         –Te tengo muy malas noticias. – dijo – Mis soldados se dieron cuenta de lo que ocurría en Palacio e intervinieron. Desgraciadamente también intervinieron todos los Herejes, todos están muertos.
         –Es una noticia triste, la muerte siempre ha sido algo que no he podido borrar de mi camino, me persigue a todas partes. Pero no era mi raza.
         –Pensé que los protegías.
         –Lo hacía. Pero ellos se interponían entre mi ser más querido y yo. Aún así, no festejo ni lloro su muerte.
         –Tal vez te interese saber entonces que Palacio está en ruinas, se quemó todo.
         –Eso si me entristece.
         –Igual a mí. Una vez más, tendremos que volver a construirlo.
         –Ve el lado bueno, le darás algo en que entretenerse a todos los inmortales. – reímos juntos – ¿Sabes? Es extraño esto. Nunca pensé volver  a hablar contigo después de todo lo ocurrido. Después de que Anna murió.
         –¿Ya no dices que yo la asesiné?– negué con la cabeza – ¿Por qué no?
         –Porque tú preguntaste antes de condenarla a ella también. Insististe mucho en que ella no muriera, pero yo no hice caso. – asintió –. Así que en realidad estas exento de culpa.
         –No sé que me da más coraje. – dije –  No sé si me enfurece más haberme peleado contigo todo este tiempo al grado de casi matarte o darme cuenta del todo lo que, por nuestra ira, hemos destruido.
         “Es decir, ¿no era a caso más fácil esto? ¿Qué nunca pudimos hablar tu y yo, darnos cuenta de que podemos permanecer juntos, como hermanos?
         –No creas que a mí me causa menos pena que a ti.
         Ahí se hiso un silencio, grande. Escuchamos durante varios minutos el aire correr entre el largo valle que las Levi formaba hacia el norte. Parecían arrugas de a tierra que bruscamente se había lanzado una contra la otra intentando matarse, pero ahora, tan cerca, se habían detenido solo para contemplarse.
         Al centro de mi cuerpo sentí mi alma, y junto a mí, sentí el alma de mi hermano. Era tan íntimo este momento. En verdad valoraba y agradecía a mi hermano que no hubiese venido para ocasionar más muertes, sabía el valor que eso requería para él, estaba consciente de todo el orgullo que tuvo que domar para estar frente a mí. Pero también conocía su motivo. Antaris.
–¿Cómo la recuerdas? – Pregunté  a mi hermano.
–¿A quién?
–A ella. – dije refiriéndome a Antaris. – En sus primeros meses de inmortalidad, cuando todavía era mujer.
–¿A qué te refieres al cuando era mujer?
–Me refiero a que esa bella inmortal cambió, mucho, y creo que fuimos tú y yo quienes hicimos que esa pura creatura se tornara en algo distinto, algo frio y a veces siniestro.
–Eso crees… – no reclamaba ni estaba molesto, solo pensaba. – Hasta el último día en que estuve con ella a mí me pareció la misma indefensa creatura que yo amé desde el comienzo. Cierto, algunas cosas la endurecieron, pero esa mujer siguió siendo ella hasta el último momento. Aún cuando le dije que vendría a verte, ella conservó  su majestuosidad hasta que se apartó de mi vista y salió del salón, entonces azotó sus puños contra el mármol del suelo y lo rompió. Esa creatura, era apasionada, fuerte, pero ahora se encuentra destrozada.
–¿Pero, cómo la recuerdas? – insistí – Dime, ¿Qué es lo qué te viene a la mente cuando dicen su nombre? – Ganesh casi no lo pensó, incluso por poco me interrumpe.
–Cuando hacíamos el amor. Esa suavidad inconfundible de su piel, mezclada con un aroma azul; sus manos tranquilas pero a veces tan apasionadas como lo eran sus candentes labios; sus largas y blancas piernas alrededor de mi cadera. En ocasiones apoyaba mi peso sobre una de sus rodillas flexionadas hacia su abdomen y hacía que su otra pierna la estirase sobre la cama solo para llegar un poco más profundo y provocar que sintiera un poco más.        
         “También recuerdo su cabello. Negro, rizado y muy bello. Sus dedos, largos palillos de madera tan delicados que me daba miedo quebrarlos cuando le daba la mano. Pero lo más especial, sus ojos, azules, entre turqueza y azul cielo, hermosos, más que ella inclusive.
Permanecimos un momento en silencio, razonábamos lo que había dicho y al menos yo trataba de revivir esos recuerdos para ver que lo que mi hermano había dicho le hiciera justicia.
         –¿Y tú? – inquirió
         –Yo… yo no recuerdo más que su mueca de desprecio al irse de mi lado. – pasó frente a mí el último instante en que la vi, cuando ella, su hija, sus perros y su yegua se fueron. No era el mejor recuerdo con el que me podía quedar de ella, pero si el único, ¿con qué más podría recordarla?
–Por lo que pude ver en la mente de Antaris cuando bebí de su sangre fue que estuvo contigo hace algunos días. En realidad pudiste haberla forzado a quedarse contigo, pero no lo hiciste, ¿por qué?
         –Por qué seguramente permanecería a mi lado, pero no sería lo mismo nunca. Su odio hacia mí sería demasiado como para conformarse, y sabes bien que ella jamás deja de luchar. Además, me puse a pensar, cómo sería todo, cobre todo con su hija, esa niña crecería odiándome, y yo amándola tanto como a su madre.
         –Te entiendo, hermano. – asentí.
         –Diem algo, ¿pensaste que… yo te mataría?
         –Así es. Dejé a Antaris con esa idea, pasara lo que pasara, pensé que eso sería lo mejor. Ilusionarla con una esperanza sería más cruel.
         –¿Y ahora qué vamos a hacer?
         Ganesh rió con melancolía.
         –Eso preguntaste cuando murió papá. – dijo, hiso una pausa muy larga recordando ese día que arruinó mi vida, y luego continuó. – No lo sé. Creo que volver.
         –¿Juntos? – asintió – No, no creo que sea buena idea. En cuanto te vean aparecer por ahí conmigo nos van a odiar. Si yo aparezco ahí, no he de decirte cómo me van a recibir. Si masacraron a caso doscientos Herejes, ¿qué crees que puedan hacer conmigo?
         –Tú nunca tuviste miedo. – se burló.
         –Toda creatura tiene instinto de supervivencia. Creo que inclusive mi problema no es tanto Hëdlard, es Antaris. Dime ¿qué crees que haga cuando nos vea a los dos llegar? – dejé que pensara un poco, era un buena pregunta. – ¿Pensará que esta alucinando, qué se ha vuelto loca, qué es tal su necesidad de los dos que nos ha devuelto la vida en su mente? Si se da cuenta de que ambos estamos vivos, somos reales y venimos como hermanos, ¿no crees a caso que seremos acreedores de su más profundo odio?
         –Creo que más bien, el cómo regresemos no debería depender de nadie, ni siquiera de Antaris. – giró su cara para verme a los ojos – Tengo una mujer, tengo una hija, tengo una ciudad entera, pero también tengo un hermano. Y creo que tu condena la has pagado ya. La muerte de mi padre la has pagado en vida, y eso es peor que dar tu vida a cambio.
         Hacía tanto tiempo que los ojos verdes de mi hermano no me habían hablado con tanta sinceridad. Ni yo mismo sabía de dónde venía mi  propia empatía con él, mi propio amor hacia Ganesh, era todo tan extraño, empalagoso… Si hubiese podido deshacerme de él lo hubiese hecho. La frustración que sentía era enorme, quería abrazarlo, quería seguirlo; pero a la vez me sentía absurdo, tonto y muy infantil por todo lo sucedido.
         ¿Pero qué podía hacer? Esa oportunidad no se me había presentado en cien años, y dejarla ir tal vez sería un error.
         ¿Qué prefieres Aki, tu felicidad, o tu honor?
         ¿Honor? ¿Había algo de honor en retirarse, en dejar las cosas como estaban y vivir una eternidad lejos de los seres que tanto amabas, de la tierra en donde había nacido? No.
         –No prometo mantenerte intacto en Hëdlard, pero si con vida, Aki.
         –¿En serio sabes lo que haces, Ganesh? ¿En serio estas dispuesto a alojarme bajo tu techo cerca de la mujer que amo y tú amas? Deja bajo  tu techo, en la misma ciudad, cerca de tu hija y de tu mujer. ¿En serio lo permitirás?
         –De otra manera tendría que matarte, y en estas condiciones el muerto sería yo. Y mi muerte o la tuya, no haría más que dejar a Antaris peor de lo que ya está. Lo hago por ti y por ella.
         Silencio…

        








Mientras el silencio calla (Antaris)






        

         No sabes lo difícil que es. Contando esta, ya son caso siete lunas en las que ya no estás. Apenas hace cinco te di por muerto, y desde entonces no he hecho más que arrepentirme de todo lo ocurrido. Fueron mis errores como los tuyos los que nos han separado.
         Tal vez si yo no hubiese sido tan testaruda, necia, aferrada, tú estarías aquí. Pero… la inmortalidad no me exenta de errores, solo me hace pagarlos eternamente. Y es el estar en este cuerpo mi condena. Hubiese sido difícil quitarme la vida, puesto que todas las maneras de matar a un inmortal resultan dolorosas u muy lentas, pero al menos así esta soledad y miedo se hubiesen ido junto con mi inmortalidad; pero dime, ¿qué ha de pasar entonces con nuestra hija? No puedo dejarla a ella a merced de tu hermano. Es Sybelle la única razón por la que aún me mantengo. Pero a decir verdad, no sé cuanto más pueda yo soportar.
         Cada minuto de sufrimiento deseo con todas mis fuerzas que algo pase que nos fulmine a mí y a mi hija, que algún desastre nos lleve a la muerte para así estar contigo. En serio, es difícil llevar esta carga.
         El peso de todo Hëdlard está sobre mis espaldas hasta que Sybelle crezca, yo he de tomar las decisiones que tú tomabas, y hasta ahora me doy cuenta de que son demasiadas. No solo debo de ver por la seguridad del pueblo, ni por la sangre que ellos ingieren, ni dirigir a los soldados –que por cierto quedan pocos desde tu muerte–, debo estar al pendiente de los escasos juicios que se hacen, de que lo viejos inmortales no abusen o maten a otros con su increíble fuerza, de que los jóvenes no pasen más allá de las Korkea, y todo junto es una gran carga. Entre los soldado incluso debo poner orden, muchos desertaron y muchos otros no me son leales, me desconocen. Para ellos una reina debería reinar a lado de su rey,  o ni siquiera eso, para ellos una reina no debe más que preocuparse por darle un heredero al rey y si tiene suerte sobrevivir.
         Entre los soldados soy menos que sus mujeres, no me miran a los ojos cuando le hablo, y no por miedo, si no por falta de respeto. Tengo que comunicarle todo al general para que los convenza a ellos por mí. Es como pedirle a una jauría de perros ladrones que obedezcan al zorro. En serio es frustrante.
         No tengo la más mínima experiencia. Es solo gracias a algunos inmortales que me asesoran que he podido, pero aún así no les tengo lo más mínimo de confianza. Todo ellos me ven como una hembra inferior fácil de manipular, y se impresionan cuando me cabreo y no dejo que me dominen.
         Es mucho el control sobre mis emociones el que debo de tener, si no, un día de estos voy a terminar matando a un soldado, o pero, a un inmortal.
         Pero debo aceptar que también tengo mis horas de felicidad, escasas, pero las tengo. Si no es resolviendo problemas o aprendiendo, paso las horas sentada en las hierva recién nacida del Bosque Frio con mis perros.
         Cabo esta enorme ya, su cruz me llega casi a media pierna, y su cabeza a mi cadera. Le gusta jugar conmigo, soy tan rápida como él y su hermana, los tres solemos cazar juntos en el bosque pequeñas presas que luego sentamos a comer. Ehera es una hembra hermosa, muy parecida a su madre, un poco más pequeña y delgada que Cabo, pero muy inteligente y amorosa con Sybelle. Creo que la protege como si fuera su cría.
         Ambas, mi hija y mi perra, duermen del lado izquierdo de la cama –donde antes tú dormías– y yo y Cabo del lado derechos, hechos in ovillo para que quepamos todos. El calor de esos animales me es placentero, es lindo tenerlos de apoyo.
         Por las noches pienso en ti, en serio que no dejo de acordarme. Y por las mañana, antes de dormir, lo primero que veo al otro lado de la cama, es el recuerdo de tu espalda lisa marmolada levantarse. No veo tu rostro, no veo tus ojos, solo tu cabello negro, tus brazos y tus hombros caídos. Cada mañana veo lo mismo, te veo a ti. Pero al estirar la mano me doy cuenta de que no eres real, que estás muerto y que nada podrá cambiar eso. Al final, la melancolía regresa y me quedo dormida, sola como siempre.
         Y es al anochecer, cuando mis ojos se abren a penas, es cuando el dolor más fuerte de todos me atraviesa. Es cuando despierto de mi letargo con una infinita esperanza y deseo de oír tu vos, de sentir tus labios, de hacerte mío una y mil veces hasta que ni sentarme pueda. Pero no. Estas perdido, muerto.
         Oh, Ganesh! Te odio, te odio por haberme dejado aquí, sin ti, sin una razón consistente por la cual seguir viviendo.







 

Era obvia la respuesta, parte I







        

         Llevé a mi hermano de regreso a mi casa, a la choza donde Gabrielle esperaría paciente por mí. Aquella pobre viejecilla era una cabrona; había vivido apenas treinta y tres años más que yo y aun no siendo inmortal aún conservaba toda la vitalidad de una viejecilla de sesenta y ocho años. Cien años de su vida había vivido a mi lado, cuidando de mí.
         Llegamos ahí casi a la mitad del segundo día de viaje. Nuestras sombras ya se comenzaban a proyectar a nuestras espaldas debido al sol naciente del este. Tan al norte, el invierno no había llegado con tanta intensidad como en el sur del lago Tumma, ahí el agua nunca se congelaba, así que a lo lejos podíamos oír el oleaje azotar contra las piedras de la orilla.
         No noté que la chimenea de Gabrielle estaba apagada hasta que estuvimos a medio kilómetro de ella, y me resultó raro. Gabrielle siempre tenía humo saliendo por su chimenea, si no era porque calentaba agua para sus infusiones, estaba tiñendo ropa o simplemente calentando carne o hirviendo la carne de un animal que yo sacaba por ella.
         Hice notar esa anomalía a Ganesh, pero solo respondía que tal vez había salido por alguna razón, pero que no me preocupara. Seguimos caminando.
         El sol naciente pintaba el cielo de un rojo extraño, color que nunca me había agradado. En mi corazón algo comenzaba a impedir el flujo de sangre robada, pero… no supe pronto por qué.
         Un viento proveniente del este arrastró consigo un desagradable olor, el mismo que despedían los animales al morir pero más fuerte y más putrefacto. Cubrí mi nariz en seguida con mucho asco, Ganesh no hiso lo mismo que yo, parecía estar más familiarizado con ese aroma, lo que me irritó un poco. Él se quedó helado, abrió los ojos y pegó sus brazos al cuerpo. Giramos a vernos y leí su mirada.
         Juntos corrimos a toda velocidad hasta casa de Gabrielle, tardamos segundos en cruzar esos quinientos metros. Abrió la puerta y pasamos.
         Nanna estaba frente a la única ventana que había en ese lugar, tenía una taza en la mano que se había caído junto con ella pero debido al tiempo el liquido ya se había secado casi por completo, solo quedaba un leve fantasma de humedad. De la boca de Gabrielle había escurrido un líquido amarillo y todo su cuerpo estaba hinchado como globo.
         No quise saber más de su aspecto, otros líquidos ya había emergido de su cuerpo, pero no quise fijarme de que lugares. Crucé la casa en dos zancadas y me arrodillé a su lado, cargué sus manos y me las pequé a las mejillas, estaba fría, totalmente fría, muerta.
         –Lo siento mucho, hermano. – Dijo Ganesh desde el marco de la puerta, de donde no se había atrevido a moverse.
         Clavé los ojos en él y noté su sincero dolor, pero a pesar de eso, no puede hablar. El arrepentimiento me entró, si no hubiese salido hacía casi una semana de su casa para refugiarme en mi mente, tal vez, ella no estaría muerta. Mi querida Gabrielle no se merecía esto. No de esta manera.
         Me pregunté una y mil veces que hubiera pasado si hubiese hecho lo que ella me aconsejó. Pero en esos momentos ya no importaba mucho, mi querida Nanna ya se había marchado. Y con ella lo único que me hubiese podido entrar en razón para no ir a Hëdlard.
         Había regresado a su casa para recibir sus concejos –los cuales seguramente desobedecería–, y recibir sus bendiciones. Pero la que sería ahora acreedora de oraciones sería ella.
         Después de llorar su muerte unos minutos, busqué alrededor de su cuerpo. Buscando cualquier indicio de lo que había provocado su muerte. Y la encontré. A poco menos de un metro de su cabeza yacía una daga. Una fina y hermosa daga, una muy familiar, la que en el mango llevaba un águila negra. La daga de Ganesh, la misma daga que mi padre nos había regalado a ambos.
         La furia que le tuve durante cien años volvió de su sueño. Entre mis venas renació y fluyó como agua, hidratando mi columna y mis brazos.
         En un solo movimiento tomé la daga y me lazó contra él.
         –¿¡Cómo te atreves a traicionarme de esa manera?! – grité – ¡Eres peor que yo!
         Un rugido felino salió de mi garganta y dirigí la daga contra su pecho. Pero mi hermano me detuvo en el camino, estaba más orientado y consiente que yo así que definitivamente tenía más ventaja, pero no más fuerza.
         Forcejeamos mucho. Yo empujaba la daga y el hacía todo pro que no la acercara más a su pecho. Destrozamos gran parte de la diminuta casa en la pelea. Yo no escuchaba su voz, estaba aturdido, pero eso con el tiempo se me quitó.
         –…esa daga yo se la reglé a Katelle… – decía – … te doy mi palabra que no he sido yo quien la trajo… – ¿Cómo creerle? – …prueba mi sangre y mira en mis recuerdo y verás que yo no he sido…
         –¡Qué maravillosa idea! – mi grito ensordeció todo. Al instante clavé mis colmillos en el reveso de la muñeca. De golpe me entró su sangre y con ella sus recuerdo. Era una bomba, era muy nítidos y reales. Definitivamente mi hermano era demasiado fuerte a pesar de su estado físico.
         Primero vi a Antaris. Ganesh la había visto desde un ángulo que sugería que él estaba acostado. En el rostro e Antaris se reflejaba la angustia y…
         Ganesh me volqueó el acceso a esos recuerdos, solo me dejó verlos de su viaje a Levi. En ningún momento se detuvo en la casa de Gabrielle, nunca.
         Dejé de bebes su sangre. No podía verlo a los ojos, no después de esto.
         –No he sido yo, hermano. – Tomó suavemente la daga de mi mano y me la quitó lentamente para después arrojarla al suelo lejos de nosotros. – No he sido yo.
         –Entonces…
         –Katelle, no hay duda. Ha de haberme seguido hasta aquí.
         –Ella no conocía a Gabrielle.
         –No, pero estoy seguro de que la mente de la Hereje la detectó y trató de detenerla. Es la única construcción de Hëdlard a Levi, tuvo que haberse detenido aquí.
         –¿Y ahora que planea?
         –No sé porque lo hiso… – mi hermano no pudo terminar la oración, oculta en el techo seguía esa asquerosa creatura a la que poco recordaba. La había visto, pero hacía ya mucho tiempo. Katelle se había ocultado recién habíamos llegado a la cabaña, el monstro se sostenía son las manos y con los pies del las vigas de madera de la cabaña. Cuando la descubrimos, Katelle lanzó un rugido demasiado felino para una inmortal, mostraba los colmillos y nos amenazaba con saltar desde el techo para hacernos frente.
         En la persecución de Palacio, cuando yo y Ero habíamos subido las escaleras a toda prisa para robarnos a Antaris, Katelle había luchado conmigo, era una mujer fuerte, rápida, pero fácil de derrotar.
         No noté hasta instantes después, que la creatura estaba desnuda. No llevaba prenda alguna, pero su cuerpo no tenía forma definida. Estaba quemada de todas partes, solo la cara mantenía un poco de características que determinaban su raza. Pero tanto las piernas, como el tórax y los brazos estaban totalmente carbonizados, negros y con trozos de piel levantados.
         Katelle se dejó caer. De un golpe sordo, sus pies tocaron el piso y acortó la distancia ente nosotros con unos simples pasos. Sus ojos eran lo único que el fuego no había tocado, seguían brillando, pero el resto, era carbón.
         –¡A ti te quería! – masculló su voz quemada – Nadie más que tú es responsable de esto.
         No respondí. Ni siquiera sabía qué era lo que me reclamaba.
         –Por tu culpa…
         –¡Por tu culpa Gabrielle está muerta! – grité al fin.
         –Esa estúpida anciana no merecía menos.
         –Katelle… – dijo Ganesh – basta, lo mejor será que te vayas.
         –¡No! – grité poniéndome entre ellos y la puerta – Ese demonio no se va de aquí vivo.
         –Aki…
         –Cállate Ganesh. ¡La deuda no es tuya! – sin decir más me lancé contra Katelle, tenía lo que los mortales llaman adrenalina hasta el tope, mis pupilas ya ocupaban todo mi ojo dejándolo completamente negro, cual demonio, haciendo que mi vista fuera aún mejor.
         Katelle mostraba los colmillos mientras se defendía, tenía la daga en la mano derecha y amenazaba constantemente con clavármela, pero no lo permitía. Era fuerte, mucho.
         Con forme pasaban los minutos la creatura gritaba más por el dolor que le producía que mi piel tocara la suya incinerada; al cabo de los primero cinco minutos, a nuestro alrededor el piso ya estaba bañado en pequeñas gotas de sangre, aunque no supe si mía o suya. Ganesh no dejaba de mirarnos, se preocupaba, pero no se por quien.
         Tomé su brazo antes de que clavara la daga en mi vientre y lo giré al grado de casi dislocarlo y zafarlo del cuerpo. Katelle se deshizo de la daga y me dio un fuerte puñetazo en la nariz, pero no se rompió el hueso, se rompió el dolor. Un dolor agudo de esos que te aturden más que lastimarte. Con ambas manos me sujeté la nariz y detener la hemorragia, fue un instante; instante que Katelle aprovechó para coger de nuevo la daga y dar su último golpe. Pero no fue a mí.
         Golpeó algo y la respiración de Ganesh paró de la nada, no pude ver que fue. Cual rayo se escapo por la ventana y comenzó a correr hacia el sur.
         –¡Corre, Ganesh, se escapa! – grité y me dispuse a seguirla mientras le lanzaba una mirada a mi hermano.
         Emergiendo de entre sus ropas como rosas negras, chorros espantosos de sangre comenzaban a escurrirle por todo el cuerpo. ¿De dónde venía tal cantidad de sangre?
         Mi hermano no pudo sostenerse en pie, se tambaleó de un lado a otro y luego cayó al suelo. Con sus manos se aferraba a su cuello como si se aferrara así a la vida.
         Katelle seguía desapareciendo en el horizonte, y mi hermano se estaba muriendo. ¿Qué hacía? No le debía ya nada a Ganesh, y si Katelle volvía a Hëdlard sería para matar a Antaris. Era obvia la respuesta.
        








Era obvia la respuesta, parte II

 






        

         No sabía qué diablos hacer primero. La daga con la que Katelle había cortado el cuello de Ganesh había sido antes bañada en la sangre de Kelpies –sangre que fuera de su cuerpo es veneno mortal–, y no sabía cuánto tiempo perduraba la sangre en el metal de la daga, puede que por el mismo tiempo se hubiese desvanecido o algo, el punto es que esas dagas estaban hachas para matar inmortales ya fuese desangrados o envenenados.
         En uno de las repisas de Gabrielle había néctar de Aamulla, pero tardé una eternidad en encontrarlo de entre todos esos diminutos contenedores.
         La respiración forzada de Ganesh aturdía más mi mente. Sentía una presión terrible por salvarlo, pero no podía dejar que ese mismo nerviosismo se apoderara de mi razón.
         -Aguanta, aguanta. – le decía.
         -No… vete… Antaris… - mi pobre hermano no balbuceaba siquiera, escupía sangre y se ahogaba.
         -¡Ella sigue viva y se puede defender! – Ya tenía lista la Aamulla y en instantes se la estaría vertiendo en la herida.
         El líquido blanquecino de consistencia viscosa cubrió a la perfección la tajada, bastó con una hebra del néctar para unir la piel.
         Poco a poco la respiración de Ganesh se calmó, dejó de jadear, y pareció volver a la vida. Pero no hablaba aún.
         -Estarás bien, hermano, lo prometo. – susurré.
         Lo puse en la cama de paja del fondo, ahí reposaría un tiempo en lo que pudiera recuperarse. Mientras tanto, me encargaría del cuerpo de Gabrielle.
         No use instrumento alguno, no lo necesitaba, usé mis propias manos para cavar una tumba de buen tamaño a pocos metros de la cabaña de Gabrielle. Era suficiente para que su cuerpo formara parte de la tierra de nuevo y devolviera su alama al tiempo.
         Como ella siempre lo quiso, de ella emergería vida. De otra de sus repisas tomé las semillas de un gran árbol y lo sembré a centímetros de su pecho, de ella se alimentaría y de ella nacería.
         Tardé tiempo en hacer todo esto, el sol salió y se ocultó de nuevo hasta que Gabrielle estuvo descansando ya entre la tierra.
         Me siento culpable por no haber llorado ahora su muerte, es duro enterrar a alguien, pero en ese instante no  me afectó tanto como cuando la había encontrado. Solo me despedí de ella y se acabó. Mi hermano seguía vivo, y mientras eso siguiera así, él requería más mi atención que mi querida Nanna.
         -¿Cómo te sientes? – pregunté pasadas unas cuantas horas, Ganesh gimoteó y frunció el seño, aún no podía hablar. – Te he fallado de nuevo, Ganesh. – la nostalgia que Gabrielle no había logrado destara en mí, la desató mi hermano, y no dudé en decir todo eso que sentía en mi – Creo que yo nunca encajé en el papel de príncipe que todo Hëdlard quería. Ellos necesitaban a un príncipe como tú, dedicado a su gente, fiel a su padre, con el temperamento controlado; no rebelde y sumamente volátil cómo yo.
         “Tú nunca supiste qué fue lo que pasó con mi padre esa noche en el Bosque Frio y creo que tienes derecho a saberlo:
         “Según los cálculos de Anna y míos debíamos casarnos en manos de un par de semanas después de esa fecha. Tanto sus padres como el mío ya estaban avisados de la boda, y claramente invitados. La ceremonia la oficiaría él mismo, en las puertas del Recinto de Plata.
         “Papá quiso hablar conmigo. Me invitó a cazar como siempre lo hacía, cazamos un par de ciervos machos y un lobo, una gran caza para esos días del comienzo del invierno. Él habló primero:
         “-Aki, hijo. – Tu sabes, su voz grave y extremadamente suave – Estas a punto de desposarte con Anna, una chica muy hermosa y de padres buenos. Y no sabes qué gusto me produce poder presenciar que un hijo mío se case, mi padre no tuvo esa suerte. Pero va a ser algo que no podré permitir.
         “Has de imagínate entonces, Ganesh, que todo mi mundo se vino abajo. No había razón, no había justificación. Pero me calmé un poco, era mi padre.
         “-Padre… - balbuceé - ¿Qué dices?
         “-Digo que no te casarás con ella.
         “-Padre…
         “-Tú no has visto lo que yo y Fiura hemos visto. En su mirada hemos visto verdad y piedad, pero detrás de su sonrisa no hemos visto más que tragedia. Hijo, lo Herejes fueron expulsados de las tierras mortales por todo el mal que ellos traían. Nosotros los hemos recibido en nuestras tierras por que a nosotros su maldad no nos hace más que pequeñas molestias. Pero una Hereje en el poder… no hijo. He soportado cosas tuyas, malas en serio, esas ganas tuyas de permitir el paso a los inmortales a tierras mortales es un acto de rebeldía que a cualquiera de les castiga, pero tú eres mi hijo y lo puedo ocultar. Pero es imperdonable  quieras casarte con ella.
         “-Calla, padre. – le ordené furioso.
         “-Había pensado en no dejarte a ti el poder y permitir que te casaras, pero… por derecho puedes reclamar el trono. Así que… no me quedará más que… matarla. 
         “-Tú te atreves a ponerle un colmillo encima a Anna, y yo mismo tomo venganza.
         “-No puedes hacer nada en contra mía, hijo.
         “Fue lo último que mi padre dijo. El resto ya lo sabes.
         “Hermano, la muerte de Alka y la de mi padre las ocasioné yo. Pero te juro que nunca las deseé y toda mi vida me he arrepentido de ellas. Fueron cosas que se me salieron de control, solo eso.
         Ganesh había estado todo el tiempo atento a lo que yo le decía, asintiendo de vez en vez para confirmar que me entendía, y solo al final cambio de gestos. Cerró los ojos y suspiró, no sé que me quiso decir con eso, pero me tranquilizó que en su rostro no hubiera enojo.
         Despertamos al mismo tiempo a la noche siguiente, yo seguía sentado en la silla y él recostado en la cama. Pregunté cómo se encontraba esta mañana y sin contestar se puso de pie.
         -¿Estás listo ya para matar a esa sabandija? – sonreí, tanto él como yo, salimos de la cabaña sin siquiera ponernos de acuerdo.
         Al comienzo no nos percatamos, fue hasta que habíamos recorrido lo primeros kilómetros que me di cuenta de lo rápido que íbamos y de lo mucho que podíamos aguantar el paso del otro. Ambos fuertes, ambos ágiles, ambos juntos solo para salvar a Antairs.
         Al paso que íbamos y a la velocidad, llegaríamos a medio día y con suerte justo a tiempo para evitar algo terrible.








 

Sombras que son idiotas







        

         Probablemente de no haber estado pensando en Ganesh me hubiera matado.
         Al amanecer me metí a la cama con mis perros. Mientras que Sybelle descansaba acurrucada en la panza de mi perra, Cabo soñaba algo relacionado con un conejo que se escapaba –según alcancé a ver en su mente sin despertarlo-. Yo no dejaba de dar de vueltas en la cama, de un lado al otro, hasta que decidí que quedarme quieta tal vez funcionaría.
         El Palacio provisional que habían instalado a la orilla de Jalo Veri definitivamente era más pequeño que el pis entero que en Palacio teníamos anteriormente, a pesar de eso, el lugar seguía siendo igual de frio y solo.
         Se suponía que a esas alturas de la mañana yo ya estaría totalmente dormida. Pero afortunadamente no fue así. Escuché la respiración arrastrada de otra persona en la habitación, claro está, se me heló la sangre. Mi cuello se tensó a punto de estallas en un gruñido. Pero decidí no moverme, podía no ser más que imaginación mía.
         Volvieron a respirar en la habitación.
         No, era real. Algo se movió. El sonido de la ropa rozando se hiso presente justo frente a mis espaldas, del otro lado de la cama, donde mi hija dormía.
         Juro que no me desesperaba tanto no ver a mi atacante como saber que mi hija estaba en peligro y no poder protegerla aún.
         Lo que sea que estuviera en la habitación se alejó de ese lado de la cama y se acercó a mi lado. Cabo no notó la presencia de ese inmortal, se movía tan silenciosamente que ni los agudos sentidos de mis perros lo captaron, solo yo.
         Abrí los ojos. ¿Qué era?
         Katelle.
         Hacía apenas unas cuantas semanas la había alejado de mi vida, según yo. Peor creo que era de esperarse que esa mujer se vengara. Le perdí la pista cinco días atrás, pero no consideré que fuera algo de importancia, es decir, inmortales desaparecen días o semanas cuando van de caza, a mí y a Ganesh nos tomaba horas por que nosotros somos los únicos que podemos cazar presas del Bosque Frio, mientras que el resto de Hëdlard debe ir a las afueras de la cuidad, subir las Korkea en busca de un zorro o ir al desierto por un caballo.
         La piel de Katelle no ha mejorado en mucho, sigue quemada y sumamente negra, solo que ahora el proceso de curación ha hecho que algunas llagas brillen con la luz. En la cadera se le asoma el hueso, una cosa asquerosa redondeada con un brillo blanquecino que hace que se me revuelva el estómago. Siento ganas de tocar esa cosa, pero al instante me imagino el dolor que podría sentir.
         Dolor…
         Sin pensarlo ni un segundo más y ni siquiera preguntar, saqué mi brazo de entre las sábanas y golpeé con extrema fuerza ese hueso asqueroso de la cadera rompiéndolo por completo.
         El alarido de dolor que escuché fue peor de lo que imaginé. Cabo dio un brinco y se puso en cuatro patas, tardó una fracción de segundo en despejar su mente y en cuanto vio a la intrusa se le lanzó al cuello.
         Katelle no paraba de llorar, gritaba y gruñía. El perro apoyaba sus cuatro patas en el cuerpo, dos en los hombros y dos en lo que quedaba de cardera. No pudo siquiera imaginar que doloroso sería eso.
         Ehera también se despertó, pero ellas tenía otra tarea, cuidar de mi hija.
         En otra circunstancia, guardias hubieran entrado por la puerta y matado a Katelle. Pero siendo yo nada más que la madre de una pequeña niña que dice ser hija del difunto rey, no pasa nada, estoy sola. Y eso no me asusta.
         El dolor que Katelle experimenta es tanto que me implora que la mate. Lo dice dos veces, tres ya le es imposible, solo me mira fijamente. Ya no grita, Cabo le ha destrozado la garanta y parte de la cara. De una de sus manos cuelgan pedazos de carne, el resto es hueso.
         -Gracias por darme la idea de convertir a mis perros en máquinas asesino. – le digo recordándole cuando me dijo que les diera un poco de mi sangre – Lástima que no te acordaste que nunc ame dejan sola.
         Si, tal vez ese comentario fuera un poco cruel para el momento, pero era cierto. Aún así, mi lado piadoso ganó. Busqué la daga que Ganesh me había regalado, no la tenía. Sacudí la cama por si la había perdido ahí pero nada, no había otro lugar en donde…
         Volteé a ver a Katelle, entre los girones de ropa algo negro brillaba. ¡Mi daga! Se la quité e inmediatamente se la clavé en el centro de la frente.
         Katelle para de retorcerse al mismo tiempo que abre los ojos tanto que Cabo deja de morderla.
         -Cabo, - le dijo al perro y este alza las orejas y me mira – súbete a la cama, no quiero que toque eso. – el perro se lamió la nariz y dio un brinco a la cama, donde se echó y esperó como si no hubiera pasado nada.
         Llamé desde la puerta de la habitación a algún soldado, pero no apareció nadie.
         Desesperada, saqué yo misma el cuerpo.
         -¿No quieren venir por él? Bien, ahí se los dejo. – dije enojada – Ahora entiendo por qué Ganesh los trataba con tanta indiferencia.
         Desde el momento en que había anunciado que yo iba a tomar el poder hasta que mi hija creciera lo suficiente, todo Hëdlard decidió no hacerme caso hipócritamente. Le daba órdenes a los soldados y muy pocas veces las acataban al instante o de la manera en que yo se las pedía, era desesperante. Los que fuero sirvientes de Palacio renunciaron a sus puestos y muchos inmortales no mostraban el mismo respeto hacia mí que hacía Ganesh; con él, agachaban la mirada, se hacían a un lado para que pasara y lo saludaban casi tirándose al piso, en cambio yo no era más que otra inmortal más.
         No culpo a nadie por eso, pero… me quitaban las ganas de seguir a la cabeza de un reinado de inmortales.
         Afuera, el sol estaba a punto de llegar a lo más al punto más alto, a pesar de ello, las sombras en la ciudad eran alargadas y poco calor se producía. Por lo mismo resultaba ser un día bastante agradable, sin muchos inmortales en la calle y muy silencioso, inclusive alcanzaba a oír las olas del lago romper contra la costa de rocas.
         Entré por mi hija y la saqué de la habitación en brazos, estaba tan dormida que ni se dio cuenta cuando la separé de Ehera.
         -Cabo, Ehera, vengan, rápido. – ambos perros se levantaron de la cama y corrieron conmigo hasta la puerta mientras meneaban la cola. Se lamían los hocicos y bajaban las orejas, tal y como hacían cada vez que íbamos de caza. – No, pequeños, esta vez no iremos al bosque, iremos del otro lado, vamos al desierto. Con suerte y logremos cazar un caballo de buen tamaño para los cuatro. – hacía menos de cinco días, Sybelle ya se había podido alimentar sola, solo habría un poco los labios y los pegaba contra cualquier cosa que tuviera sangre caliente.
         Mi hija no era un monstruito ciego con diminutos colmillos que chupaba sangre como sanguijuela, no. Sus facciones habían sufrido un cambio tremendo en sus semanas de vida. Los ojos los mantenía abiertos casi todo el tiempo,  ocupados en investigar todo los que se le cruzaba. Con las manos no dejaba de acariciar con movimientos torpes el pelo de Ehera y de vez en cuando jalaba sus orejas – cosa que irritaba a la perra y hacía que mordiera a Sybelle, pero su piel era tan dura como la mía, y mi hija solo botaba carcajadas –. Aún no podía caminar, pero no le faltaba, recurrentemente se quedaba de pie sobre la cama apoyada con una mano en el lomo de Ehera.
         Y no hablemos de su voz, era divina. Aguda pero muy linda, solo soltaba unos grititos y risas, no  balbuceaba aún, pero con eso bastaba para encantarse con su voz.
         La única diferencia entre mi hija y un crío mortal, era la velocidad en que crecía. Definitivamente Sybelle maduraba tres veces más a prisa que los mortales, y todo por una razón. Mientras son bebes no beben nada de la madre –puesto que es imposible darles pecho-, tienen que esperar hasta que los colmillos dejen de ser cartílago para absorber unas pocas gotas de  sangre de lo que sea. En serio resulta maravilloso para mí, que conozco el desarrollo natural de un crío mortal, ver el desarrollo de mi nueva raza.
         Los cuatro salimos de la habitación improvisada y comenzamos a caminar hacia el este. No me extrañó saber que uno de los sirvientes que, se suponía, cuidaban de mí por los días, me seguía de lejos. Lo malo es que solo me hiso enojar eso, cuándo lo había llamado minutos antes, no había acudido.
         -Ni te molestes en seguirme – Le dije –. No iré lejos y además tienes una tarea que hacer en mi habitación.
         -Pero señora…
         -¡He dicho que no me siguas! – Ah, se sentía tan mal hablarle así a un sirviente, pero no había de otras – Ocúpate del cuerpo que dejaron en mi puerta, ahora.
         -Si, señora. – El sirviente se asustó por mi reacción, lo que me hiso sentir peor.
         Seguí mi camino sola con mi hija y mi perros.
         No me molestaré mucho en decir cómo iban mis perros, le encantaba salir de día y andar sueltos por donde se le antojara.
         Llegamos a las afueras de la ciudad a los pocos minutos, y de ahí seguimos hasta dejar Hëdlard varios kilómetros atrás y encontrarnos en el desierto del este.
         La arena café claro que había alguna vez odiado ahora me resultaba hermosa.
         Esta parte de Hëdlard era denominada como desierto por la cantidad de arena seca que había, no por la escases de fauna. En realidad no tenía mucho de desierto, no hacía tanto calor y había bastante humedad. Crecían algunas plantas bajas y ahí habitaban principalmente reptiles y dos que tres manadas de caballos. De hecho encontrar un caballo era raro, sabían que les dábamos caza y era difícil que se encontraran tan al norte y tan al oeste del desierto. Pero tal vez hoy tendríamos suerte.
         Tal vez ya había mencionado antes la apariencia de ese desierto, no era arenoso y lleno de cactus, era seco, sí, y sin vida, pero no plano. Era obvio que ahí hubo antes numerosas montañas que ahora no medían más de cinco metros cada una, eran muy bajas y muy redondeadas en las puntas, definitivamente un paisaje muy viejo; tanto que incluso en los libros que fueron rescatados de la biblioteca de Ganesh –uno de ellos escrito cuando el abuelo de Ganesh llegó a estas tierras-, decían que ese desierto era ya muy antiguo y con poca vida.
         Mi vista alcanzaba hasta el fin de la tierra, a mis espaldas estaba la ciudad, a mi izquierda el camino a Levi, a mi derecha las Korkea, y frente a mí, lugares que pocos inmortales habían ido y ninguno de ellos redactado en los libros.
         Pasaron las horas, mis perros, mi hija y yo seguíamos corriendo, ya no veía la ciudad a mis espaldas, ahora estaba a la mitad de la nada.
         Ocurrió que no esperaba encontrarme con nadie, a lo más un caballo, aunque después de la primera hora mis esperanzas se desvanecieron. Y ojalá me hubiese dado por vencida y regresado a la ciudad.
         Ya cuando el sol estaba haciendo su recorrido al horizonte oeste, vi a mi izquierda una sombra delgada y rápida. Me detuve en seco.
         -Cabo – dije, el perro seguía corriendo –.
         En cuanto Cabo y Ehera vieron la sombra que se aproximaba a mí, olisquearon y lamieron el aire para ver de qué se trataba. Se les erizó el pelo del lomo y de la grupa, calvaron sus garras al suelo y arrugaron la nariz.
         No distinguía a esa sombra, mi vista aún no era tan buena, solo sabía que era un hombre, solo eso…
         El viento sopló más fuerte y me trajo su aroma.
         -Aki –. Los perros se echaron acorrer hacia él, dispuestos a darle muerte, pero les ordené que se detuvieran. - ¡Quietos! – Ehera regresó inmediatamente a mi lado con la cabeza gacha, bajé a mi hija al suelo, inmediatamente Ehera se hiso un ovillo y dejó que Sybelle se recargara sobre ella. En cambio Cabo no dejaba de chillar, golpeaba el piso con las patas delanteras y gruñía, quería que lo dejara matar a Aki, lo imploraba, peor quería hacerlo yo misma. – No, Cabo, quieto.
         Paso a paso seguí avanzando acortando distancia.