Seducción seducida
El amor
debilita, vuelva al alma vulnerable, pobre en valores y sentido, carente de
realidad. El amor vuelve al alma y al corazón en una roca que solo responde al
dueño del mismo.
Pero el amor que se siente por
la persona indicada fortalece, da esperanza y cura heridas. Sana las gritas
que, la confianza un amor pasado, abrió con su sequia. Abraza al cuerpo con
calor para que este no muera, nutre el amor propio y alienta a seguir adelante,
a volver a amar.
Por un
momento, mientras Aki y yo estábamos deshaciendo la cama, pensé amarlo. Creí
haber sanado heridas y estar ciega al pasado. Pero no. A la mitad del acto,
cuando me di cuenta de lo que en verdad sentía hacia ese repulsivo ser, el
deseo de matarlo volvió a mí.
–Haría lo
que fuera – dijo Aki a la mañana siguiente – para demostrarte cuánto te adoro.
Pero ya es muy tarde para salvar el amor… – algo más iba a decir, pero el
sonido de las pisadas pesadas de Gabrielle a lo lejos lo interrumpieron.
No pude más
que quedarme unos instantes mirándolo directamente a los ojos y después salirme
de la cama de paja y vestirme. Dios, que incomodo era estar buscando la ropa
entre todo ese alboroto. Sentía su mirada posada en mi cuerpo desnudo. Yo
solo quería encontrar toda mi ropa y
salir de esa puta choza.
Al sentir
el aire fresco golpeándome las mejillas en cuanto salí, tomé aire y me alejé lo
antes posible de ahí. Si por mi hubiese sido, no hubiese dejado de caminar,
pero mi hija aún no estaba conmigo.
Gabrielle
no tardó en llegar. Nanna iba montada en una enorme yegua, Bagria, la frisón
negra que Ganesh me había regalado en Hëdlard. La yegua traía las rendas
holgadas, Gabrielle no las sujetaba, ella andaba sola.
Entre sus brazos, envuelta en un lienzo de
seda blanca, mi hija. Sus ojos sobresalían de tanta blancura. Eran verdes, como
los de su padre. Al instante en que nos miramos Sybelle y yo, todo pareció
calmase a mi alrededor, el aire dejó de soplar aparentemente, y la tormenta
lejana cesó. Solo existía ella, yo y este inmenso campo de vida.
De alguna
manera, e independientemente de que fuese mi propia hija, este bebé tenía algo,
una belleza casi imposible sobre la nuestra. Su piel era blanca, pero uniforme,
con unas cuantas pecas en las mejillas y en la nariz, labios carnosos y
profundos ojos.
Sybelle
estaba tan cómoda en los brazos de Gabrielle, que según me dijo no había
llorado en todo el camino. Nanna agachó su cuerpo y me entregó a mi hija.
Bagria miraba a Sybelle
fijamente, con esos ojos enormemente negros. Resoplaba de vez en cuando, y
acercaba su hocico a su carita para palparla. Mi hija no le tenía miedo a la
yegua, solo soltaba carcajadas cada que los bigotes de Bagria le rozaban las
mejillas.
Detrás de
mí, escuché que Aki abría la puerta de la casa, y antes que él, salían mis
perros. Cabo olisqueó a la yagua y meneó la cola, se paró sobre sus posteriores
y olisqueó a mi hija. Pero al ser Cabo, me arrodillé para que le pudiera oler
más cómodo y mejor. Ehera descubrió que entre mi regazo estaba Sybelle y se
echó a correr más deprisa, al llegar empujó a su hermano y lengüeteó a la bebé.
Durante el poco tiempo que pudimos estar los cuatro juntos –Cabo, Ehera, mi
hija y yo–, los perros habían formado un lazo fuerte con mi hija. Sabían y
entendían que yo la amaba sobre cualquier cosa, y por lo mismo ellos darían la
vida por ella también.
Al escuchar
las pisadas de Aki a pocos metros de mí, me alcé y miré con angustia a
Gabrielle.
Aki ayudó a
Nanna a bajar de la yegua.
¿Y si esta
era mi oportunidad?
Tomar la
yegua y escapar de ahí.
Si.
–¡Cabo!–
grité y el perro se dio un salto hacia atrás mientras se retorcía para girarse
y atacar a cualquiera que se me acercara. – Ya. – pegué a mi hija a mi pecho y,
sujetándome de las largas crines de Bagria, salté a su lomo. Pegué los tobillos
firmemente en su vientre y la yegua comenzó a galopar con fuerza, dejando poco
a poco a Aki y a Gabrielle.
Si Aki
hubiese querido, hubiese bastado con un par de instantes para alcanzarme y
derribar a mi yegua. Pero algo sucedió atrás, algo gritó Gabrielle que impidió
que él se moviera de donde estaba.
Ehera
corría a mi lado derecho, Cabo detrás de nosotros. No nos detuvimos, galopamos,
y galopamos hacia el sur, todo el día. Pero no lo podríamos seguir haciendo
durante mucho tiempo.
Cuando el
día comenzaba a decaer, me detuve. La yegua ya sacaba espuma por la boca y mi
pobre hija no dejaba de quejarse del viaje. Descansamos hasta que llegó la
noche. Los perros tomaron toda el agua que pudieron del lago al igual que la
yegua, mientras que mi hija y yo esperábamos.
A veces me
desesperaba tener que esperar a mis perros y a mi yegua, yo hubiese podido
seguir el viaje a pie, corriendo; pero sabía que el amor por esas bestias podía
contra todo.
Así viera
venir a Aki desde el norte, no abandonaría a mis bestias por ningún motivo,
primero agoto toda posibilidad de salvarlas antes que dejarlas.
Quise
retomar el viaje, galopar otro par de horas, solo para asegurarme de estar lo
suficientemente lejos de Aki. Pero Bagria no estaba en condiciones. La yegua ya
había hecho el mismo viaje el día anterior, y un kilometro más y su corazón
reventaría. Sus patas temblaban.
–Descansen,
– dije a las bestias sin esperanza de que entendieran – mañana continuaremos.
Esa noche
fue peor que la anterior. Deposité a mi hija entre la espesa hierba –quemada
por la nieve–, cubriéndola bien en su regazo. Ehera se acercó a ella y se echó
a su lado para darle calor, su hermano se echó junto a mí, atento siempre, con
las orejas alzadas siempre para detectar cualquier señal de peligro.
La yegua también
se echó, a unos cuantos metros de nosotros, pero lo logró, se quedó dormida
casi al instante.
No pude
dormir, no planeaba hacerlo. Velaba el sueño de los cuatro mientras miraba al
inmenso cielo atascado de estrellas. Que más quería que Ganesh estuviera a mi
lado, cuidando de todos. Pero sin él, yo debía hacerlo, dar mi vida por Sybelle
si era necesario.
Lento,
igual que como había anochecido, la luz se hiso de nuevo en esta tierra de
nadie. Me alcé, tomé a mi hija, que callada despertó, silbé y los perros se
pusieron de pie. Dejé que la yegua se tomara un poco de tiempo para despertar,
pero en cuanto la monté salimos galopando de ahí.
A medio día
divisé en el horizonte las líneas cafés del desierto. Pero no llegamos a él
hasta pasadas casi cinco horas, las cuales decidí bajar el ritmo. Una vez estuviéramos
en el desierto sería cuestión de horas para estar de vuelta en Hëdlard.
El resto
del día lo puedo resumir a soledad.
Silencio y
ansiedad.
No sabía
que esperar al regresar.
No había
rey, no había autoridad alguna. ¿Se habían dado cuenta ya? ¿Qué sería de la
ciudad ahora sin las Lundras y su asquerosa ama?
¿Katelle?
Rezaba por que estuviera aún con vida.
Irrumpí en
la ciudad a casi dos horas de que el sol cayera en el horizonte. Hëdlard estaba
particularmente silenciada. La niebla que había bajado de las Korkea, envolvía
toda la ciudad, cada calle, cada puerta, cada ventana, todo.
Las
primeras casas de la ciudad estaban bacías, de entre las puertas no salía
gente. NO escuchaba sus voces ni sus respiraciones. Nada. Algo no estaba bien.
Fui primero al sur de la
ciudad. El lado viejo. Donde apenas unos días seguía en pie la taberna. Me
aterrorizó lo que descubrí, el edificio seguía ahí, igual de fuerte y solido.
Pero de él no emanaba ningún tipo de sonido, no había calor ni vida dentro.
Nada.
Inquieta, seguí
mi camino hacia Palacio por entre las calles de la ciudad. Los cascos de mi
yegua era lo único que se oía. Ni un murmullo, ni un suspiro. Di vuelta hacia
el norte al llegar a la calle principal.
La niebla
no me dejaba ver Palacio, era demasiado espesa, y la noche era demasiado oscura
aún. Pero solo tuve que esperar para dar con la peor de las sorpresas.
Las dos
majestuosas torres de Palacio estaban en ruinas. Muchos vidrios que hacían su
impenetrable cascaron estaban rotos, y los que quedaban habían sido chamuscados
por el fuego que aún brotaba del interior.
Palacio
había sido víctima del mismo fuego. En el aire se podían oler sus alfombras y
sus finas maderas quemadas. El viento rasgaba furiosamente las entrañas del
edificio, arrancándole pedazos de telas, marcos de pinturas, hojas de libros,
lo que pudiera.
Imposible
me es describir lo que esto me causó. Vi mi hogar desbastado. Lo único que me
ataba a Ganesh consumido por las llamas, desaparecido.
Además de
que el escenario era terrible, en mi interior se desataron los más tremendos
sentimientos. Quise arrojarme al piso y llorar, pero para ese instante ya me
encontraba rodeada de más inmortales. Rostros que no conocía, pero que depositarían
toda su esperanza en mí.
Toda la
ciudad estaba de pie, alrededor mío, viendo atónitos lo mismo que yo. Nuestro
Palacio, nuestra casa.
Las caras
de las mujeres llenas de lágrimas de sangre, los hombres con rabia en sus
cuellos apretados y los más jóvenes inquietos por no poder hacer nada. Y a
todos los entendía, en mi cabían todos sus sentimientos y en mis brazos se
desataban sus emociones.
Definitivamente
no me odiaban, sentía cómo me agradecían que no los hubiese dejado solos, verme
resultaba un alivio para ellos, aunque no sabían que estaba igual o peor de
aterrada que ellos. Lo que dio en el punto exacto para derrumbarme, fue las
suplicas de las mujeres. Fueron sus rostros, sus manos sujetándome por las
ropas, tirando de ellas para que las mirase. Pedían entre llantos que les
dijera dónde estaba su rey, imploraban explicaciones. Y los hombres solo
reclamaban el cuerpo del demonio que había ocasionado esto. De Aki.
Oculté a mi
hija entre mi regazo y tomé firmemente las riendas de la yegua, me enderecé y
seguí avanzando entre los inmortales. Tardé varios minutos para poder llegar al
borde de toda esa masa de gente, Bargia se empeñaba en abrirse paso, pero había
veces que tenía que empujar a la muchedumbre con su pecho. Todo para que al
final descubriera algo terrible.
En la isla
de Jalo Veri –donde se encontraba alzado Palacio–, apilados uno sobre otro,
yacían los cuerpos de cientos de Herejes, mucho quemados y deformados por el
fuego. Los cuerpos fueron puestos ahí después de muertos, no había otra
explicación, y por supuesto que no habían sido ellos los que se habían dado
muerte entre sí. Fueron los habitantes de la ciudad. Los inmortales que, al
descubrir la muerte de su rey buscaron hasta debajo de las piedras hasta
encontrar a los culpables, pero no a su rey.
Crucé el
pedazo de lago que separaba a Jalo Veri de tierra firme por el puente de hielo
que aún seguía entre ambas masas. Rodeé la pila de cuerpos; no vi al padre de
Anna, no vi a su hermano, no vi al pequeño niño de la puerta, no reconocí a
nadie, y lo agradezco.
Me limité a
traspasar la decaída puerta de Palacio. Desmontar a mi yegua y la dejarla ahí.
Si Katelle
seguía aquí debería estar en…
–Mi señora.
– me interrumpió alguien de fina voz desde el fondo del piso – Me alegra y
tranquiliza verla. – de la oscuridad emergió una figura delgada, propia de un
joven inmortal de pocas décadas de edad. – Siento mucho la pérdida.
Yo
permanecía callada mientras él hablaba.
–Hemos
revisado ya el edificio, y aparenta ser solo el rey el que falta. Sirvientas y
guardias están a salvo.
–¿Muertos?
–Veinte.
Muchos por el fuego y otros por los Herejes.
–Además de
servidumbre, no encontraron a nadie más. – negó con la cabeza – ¿Ninguna mujer?
–Si,
majestad, – recordó de repente – una vieja inmortal morena.
–¿Dónde…?
–En el piso
de arriba, el único que sigue en pie.
–Retírate.
– agradecí y se fue. Cuando desapareció detrás del montón de cuerpos apilados
me dirigí a las escaleras –obviamente el elevador no serviría–. Subí lo más
rápido que pude y una vez en el piso abrí temerosa la puerta.
La pobre de
Katelle yacía en una camilla; se veía bien, no perecía ni mucho menos. Estaba
envuelta por una delgada sábana blanca que solo dejaba ver de sus hombros hacia
arriba.
Los ojos de
Katelle estallaron de alegría cuando me vieron acercarme. Quiso incorporarse
pero un dolor le impidió hacerlo.
–No, – dije
para impedir que lo volviera a intentar – aquí estoy, tranquila. ¿Cómo estás? –
sonrió con lágrimas en los ojos – Perdóname por no haber llegado antes.
–¿Sybelle?
– desenvolví a mi hija de entre mi regazo y se la entregué en los brazos.
Katelle besó sus labios y la pegó a su pecho. – ¿Dónde habían estado?
–Larga
historia, la sabrás mas tarde. Por ahora, creo que debería preocuparme más por
la ciudad. Es un caos.
–Me imagino. Poco después de que tú y
Ganesh escaparon, Palacio ardió como infierno. No pude salvarme de las llamas,
yo… – tremendamente asustada descubrí su cuerpo y miré petrificada.
Su cuerpo
seguía entero, todas sus partes unidas a él, pero la carne tenía más que un
aspecto horrorizarte. El fuego literalmente la había mordisqueado dejándole
hoyos del tamaño de mi puño color azabache. Aunque el aspecto empeoraba aún más
en su vientre, donde la piel se le levantaba en surcos y grietas impresionantemente
profundas, algo que pensaba imposible.
–Katelle… –
por poco me suelto a llorar.
–Tranquila,
todo lo curará el tiempo.
–Pero es
que mírate.
–Tranquila,
estas viva, ése era mi objetivo.
–Katelle,
debo encontrar el cuerpo de Ganesh.
–¿¡Qué dices?!
– asentí – Ganesh esta…
–Muerto.
–¿Cómo…
–Aki solo
me sacó del lago a mí.
No dijimos
más. Le dejé con mi hija y bajé hasta el lago. Niebla, niebla, solo niebla.
Blanco y frio hielo. Rodeé el lado izquierdo del edificio y lo mismo. Pero a lo lejos algo.
Tendido,
desnudo.
Intenté
decir su nombre, intenté gritarlo y correr. Pero no.
Caminé
lentamente, pues no lo creía. Me acerqué hasta que pude ver con claridad su
cara. Sus ojos, cerrados, no se abrieron ni siquiera cuando le toqué el hombro
con los míos. Cogí su cabeza entre mis brazos y lo cobijé con mis ropas.
Seguía con
vida.
Sentía su
respiración, pero no escuchaba su corazón. Besé sus ojos, sus mejillas, su
boca. El pobre estaba tan frio que seguramente nunca lo sintió.
–Ayuda… –
sollocé– ayuda. – no podía ni gritar. Creo que ese momento mi cuerpo no pudo
estar más débil. El estado en el que encontré a Ganesh fue terrible. Su fuerza
y su ferocidad se reducían a piel blanca y fría. Al fin de cuentas, Aki no solo
me había salvado a mí, también sacó a su hermano. Pero que estúpida había sido,
que estúpida me sentía ahora. – ¡Ayuda! – grité a fin. – ¡Ayuda!
Derramé
pesadas lágrimas de sangre sobre su cabello, pero este apenas se movió.
–¡Ayuda!
Quise
cargar su cuerpo, coloqué mis brazos bajo sus hombros y bajo sus rodillas.
–¡AYUDA!
Casi lo
logré. Apenas separé su cuerpo del hielo, pero ya estaba muy cansada. Tan
espantada. Nadie me escuchaba mis gritos, nadie me ayudaba.
Corrí hacía
la muchedumbre del otro lado del lago. Pedí ayuda y de inmediato asistieron un
par de jóvenes inmortales.
–¿Mi
señora? – preguntó uno de ellos
–Vengan,
por aquí. – volví a correr – Vamos, muévanse.
Ellos se
impresionaron tanto como yo. Pero al menos ellos reaccionaron rápido. Tomaron
el cuerpo y lo metieron rápidamente a Palacio. Subimos hasta donde estaba
Katelle y le depositaron en el suelo al no haber más que una camilla –ocupada
por Katelle–.
En un
rincón del miso cuarto había un montón de cobijas y sabanas. Envolvimos a
Ganesh en ellas y esperamos. Esperamos en silencio. Esperamos pacientes.
Pedí que se
retiraran y nos dejaran solas a mí y Katelle. La respiración de Ganesh fue
haciéndose más y más audible conforme pasaba el tiempo, pero no se movió.
Parecía muerto, o tremendamente dormido, no sé. Era difícil decir lo que
parecía, tal vez y o lo quería ver dormido, o temí que estuviese muerto.
–¿Y ahora
qué? – preguntó Katelle en un murmullo – ¿Qué pasará?
–No lo sé.
–¿Cómo fue
que escapaste?
–No sé si
debamos llamarle así. Es decir, no me escapé literalmente, Aki no me impidió
ir. Fue más bien que Gabrielle se lo pidió tal vez.
–¿Cómo fue?
–Gabrielle
llegó al día siguiente con mi hija y mi yegua. Huí de ahí con ellas.
–Si Aki no
lo hubiese querido bien pudo haber matado a la yegua y forzarte a volver. –
asentí – Algo le hiso cambiar de opinión.
–Sí. –
pensé en lo que había pasado la noche anterior a mi regreso, me acordé de lo
que había hecho, y concluí tal vez que el haberme acostado con él otra vez solo
lo había logrado lastimar tanto que en sus deseos ya no estaba retenerme. Se
dio cuenta de lo mucho que le odiaba, de lo incomodo que resultaba ya para mí
verlo, de que por más que en mi estuviera irme con él y escapar para siempre,
mi corazón y mi amor ahora estaban con Ganesh.
–¿Antaris,
pasó algo? – meneé la cabeza sin levantar los ojos del suelo, temía que se
diera cuenta, que en mis ojos se reflejara aquello.
–Esta no es
una guerra de ejércitos. Aki no tiene más que él mismo ahora, todos sus herejes
fueron masacrados, por eso no hay que temer. Pero Ganesh… si se recupera va a
estar furioso.
–No
esperabas manos, ¿o si?
–No quiero
que muera nadie más. – vi en el rostro de Katelle una expresión de extrañeza,
casi negra por los efectos que el fuego habían causado en su piel – Ni una vida
más, no por mí.
–No lo
entiendo. Lo querías muerto.
–Si, pero,
los herejes fueron masacrados y quemados a las puertas de Palacio. ¡Ellos no
tenían culpa! Defendían a su propia
gente, niños y mujeres, las mismas caras que vi al volver de nuestras mujeres y
niños. ¿No hubieses asesinado también si volvieras a Hëdlard y encontraras una
pila de inmortales inocentes quemados? ¡Matamos niños, exterminamos a una raza
entera! Desde hace siglos que los Herejes se escondían en nuestra ciudad y
nosotros los matamos.
–¿Cómo
puedes decir eso? ¡Casi matan a Ganesh!
–Nosotros
matamos a una mujer inocente, una mujer embarazada.
–¿Qué
esperabas que naciera de eso? Un inmortal y un Hereje, ¿qué diablos sería eso?
Enmudecí.
–Fiura lo
sabía, Ganesh también. Si dejaban a esa creatura nacer quien sabe con qué
hubiera acabado. Las razas no se debían mezclar, y Aki lo hiso, él quería terminar
con todo lo que su padre y su abuelo habían logrado –salvar a los inmortales de
los mortales–. Si Aki llegaba al poder, dejaría que los inmortales bajaran a
tierras más cálidas y se mezclaran con mortales, que nuestra sangre perdiera lo
puro. Imagina, una bola de vulgares mortales con nuestra sangre vagando por el
mundo, alardeando de nuestra velocidad, nuestra belleza y perfección.
–¿Así es
como me ves? – pregunté muy seria. – ¿Me ves como una sucia mortal que alardea
de esta asquerosa inmortalidad? Deberías de envidiar nuestra fragilidad, lo
sencillo que es para los mortales encontrar la muerte. Tú no sabes cuántas
veces he deseado morir, pero me doy cuenta de que no puedo.
“Cuando te conocí parecías muy
interesada en nosotros, ahora te expresas distinto. Te recuerdo que soy tu
reina, y que yo fui mortal antes que esto.
Los ojos
pardos de Katelle se hundieron en los míos, su rostro se tensó y la incomodidad
se hiso en el cuarto.
–No son más
que una raza decadente.
–Decadente
por culpa de algo que siempre estuvo fuera de nuestras manos. Formas de pensar
como las tuyas, como las de Fiura; mentes que siempre vieron menos a los humanos,
a los débiles, a los vulgares y testarudos mortales. Entre nosotros también hay
elites, bellos mortales con poder que no quieren mezclar razas y cometen
genocidios.
“Lastima deberías de darme.
Pena. Pensé por un momento que esa clase de pensamientos nunca hubiese podido
caber en ti, tal nivel de hipocresía era imposible.
“Curarás tus heridas, lejos de
mí, recibirás atenciones y sangre fresca todos los días. Pero en cuanto seas
capaz de caminar de nuevo abandonarás Palacio para siempre. Si tu inmortalidad
te lo permite, no te acerques a mí, no me busques ni me hables, no te acerques
ni a mí ni a mi hija. Nunca.
Katelle
guardó silencio, solo me miraba, indignada tal vez, pero sin nada que debatirle
a su reina. Pronto ordené que desocuparan su camilla y le cambiaran de piso, no
la quería cerca de mí. Ordené también que consiguieran una cama digna del rey y
que ahí lo depositaran.
Junto a él
permanecí, quieta, dormida.
El final
Aún después
de tres lunas de haber encontrado a Ganesh, casi todo Hëdlard seguía en pie,
nervioso. Esperaban en las puertas de Palacio cualquier clase de noticias.
Noticias que de entrada me negué a darles. ¿Qué les diría, que su rey seguía
inconsciente, casi muerto?
Por esa
razón no bajé hasta la tercera noche. Cuando Ganesh abrió los ojos al fin.
Yo estaba
junto a su lecho, envolviendo su cabeza con mis brazos. Se removió en su lugar,
apretó los labios y abrió sus ojos una vez más. Dos pupilas verde líquido se
hundieron en mí, impresionado tal vez de verme.
Confieso
que no estallé en júbilo como cualquiera hubiese esperado, no, solo pegué mis
labios a su frente y agradecí por que siguiera con vida.
–Hola,
amor. – dije en un hilo de voz que solo él pudo escuchar – ¿Cómo te sientes?
No
contestaba.
Alzó su mano
izquierda y tomó la mía para apretarla contra su pecho; su corazón latía
débilmente, casi con dolor. Con su otra mano sujetó mi playera y me jaló hacia
él con una fuerza inesperada de alguien en su condición. Atrajo mi cuello hasta
su boca y seguido de un rugido apretó sus colmillos contra mi piel.
Bebió de mi
un poco, casi nada. Quizás solo quisiera calmar la sed y el dolor de su corazón
por falta de sangre. Cuando terminó solo humedeció sus labios con saliva y besó
la herida, dejó de brotar sangre y me dejó ir.
–Han sido
los peores momentos de mi eternidad.
–¿De qué
hablas? – pregunté–
–Estabas
tan asustada, y yo tan… débil. No tuve oportunidad de salvarte, nadie escuchaba
nuestra muerte, solo perecíamos y ya.
–No fue
así, tranquilo. – acariciaba su cabello, besaba sus labios, todo para hacerlo
olvidar todo aquello.
–Creo que
lo único que me mantuvo con vida fuiste tú. – sentí entre los dedos un par de
gotas, eran sus lágrimas – Tenía miedo de… de perderte. Fui un estúpido, Aki
nunca debió haberte tocado siquiera, yo te fallé.
–Mentira,
no fuiste tú...
–Te puse en
tanto riesgo, a ti y a mi hija. Hubiese merecido la muerte, pero tenía que
recuperarte, y míranos. El que necesitó rescate fui yo. Tú resultaste más
fuerte, tú sola lidiaste con mi hermano y ahora estás conmigo.
–Si, si,
pero ya, eso no importa. No llores, estoy aquí.
–Perdóname.
–No, no…
–Perdóname.
No hubo
cosa más dolorosa que haberlo visto implorando mi perdón, llorar entre mis
brazos y refugiarse en mi pecho como niño sin madre ni padre. Creo que…
No veía la
forma de calmarlo, de convencerlo de que no había pasado nada malo, de que todo
estaba bien. Todo hubiese sido una tremenda mentira.
Su palacio
quemado, su gente suplicando respuestas y ayuda, su hermano quien sabe donde ocultándose
de nuevo de él, un centenar de cadáveres pudriéndose a las puertas de un
edificio en ruinas. Todo junto, sin solución. Ambos necesitaríamos más que
fuerza de voluntad para resolver esto.
Peor aún
para mí, no sabría cómo iría a reaccionar ahora Ganesh. Si optaba por buscar
como perro a Aki y darle muerte no lo podría impedir, no quería. Aunque claro
está, no estaba completamente segura de que eso fuera lo correcto. Si no lo
hacíamos, si no lo encontrábamos y le dábamos un fin a esto… probablemente no descansaríamos
nunca en paz.
Separé mi
pecho de su rostro, lo miré.
Rostro más
demacrado, solo el mío.
Entorno a
lo que alguna vez fueron unos bellos ojos verdes, la carne se había hinchado y
puesto casi morada; sus labios ahora estaban secos y delgados, hedidos hacía el
interior de su boca, no como antes, con un tono casi rojo, hinchados y
carnosos; sus mejillas se penetraban al hueso. Poca vida seguía habiendo en él.
–Lo sé.
Estoy terrible. – dijo.
–Así es. –
sonreí un poco – Pareces… muerto.
–Te amo –
para mi oídos fue como un estallido de música, lo más bello que jamás me había
dicho tan espontáneamente, en estos momentos solo esas palabras me podían
mantener en pie, dispuesta a soportarlo todo. – Si mi hora llegase, si cuando
todo esto termines yo muero, olvida y perdona todo lo que hice.
–¿De qué
hablas?
–Perdona
todo lo malo que hice, todos mis errores, todo lo que te hice sufrir sin
necesidad. – alzó su mano, rechupada, blanca, casi transparente, los huesos detonaban
su mal estado. La puso sobre mi mejilla. – Quiero que… antes de irme, borremos
todo aquello por lo cual me puedas llegar a extrañar.
–¿Cómo,
planeas hacer eso? – era imposible – Es decir, no puedes hacerme olvidar que te
amo, no te puedo olvidar a ti, tenemos una hija.
–Una hija
que no sabemos si es mía o no. – no lo dijo enojado, no había ni gota de
resentimiento en sus palabras, solo sinceridad – Tal vez sería mejor que no lo
fuera.
–Demonios,
Ganesh, ¿por qué carajos me estás diciendo esto? – mis manos temblaban al igual
que todo mi cuerpo mientras hablaba – No me hagas esto.
–Iré a
buscarlo.
–No, tú no.
–Cuando lo
encuentre, alguno de los dos va a regresar a Hëdlard.
–No… no
puedes.
–Si regresa
él… – negué con la cabeza intentando contener el mar de llanto que tenía –
quiero que lo aceptes. Quiero que no pelees más con él; si ha de… quedarse con
el poder él, que así sea.
–¿Qué dices
de mi, de nuestra hija, también ha de quedarse con nosotras?
–Es la
única persona que las cuidaría igual que yo.
–Pero…
–Se quedará
con todo, todo lo que yo sostuve en pie todos estos años, lo sé. Pero no se
quedará nunca con tu amor.
Lloré unos
minutos, me tragaba las lágrimas, pero el sentimiento fue inevitable de
contenerlo. Apretaba la cara, el cuello y el abdomen intentando no soltar las
lágrimas. Gemía por el dolor que en mi corazón atravesaba. No me detenía.
–¡Pero es
que… – intentaba decir – tú no puedes… mírate cómo estas! Hasta yo podría
terminar contigo. Te matará. – cerró los ojos cuando escuchó esas palabras y
asintió muy serio.
–Es…
–No me
puedes dejar así, Sybelle necesita un padre.
–Es…
–Te amo,
Ganesh, tú debes salvarnos a todos nosotros. Todo tu pueblo se pregunta cómo
estas, las mujeres te lloran, los neófitos no hacen más que jurar venganza, hay
un cerro de Herejes quemados abajo y yo…
–¡Es la
única manera de terminar con esto!
Cierto.
Me lo
temía, y era cierto.
Solo si uno
de los dos sobrevive, el otro podría vivir en paz. ¿Pero, dónde quedaba yo? Qué
a caso a Ganesh no le importaba yo, su hija. Si iba así, terminaría muerto, si
iba en tres noches igual, estaba en total desventaja.
Si se iba,
lo tendría que dar por muerto, así de simple.
–Diles a
todos que he muerto. Diles que mi cuerpo no resistió el frio, que morí dormido.
– apretaba sus manos contra mi cara mientras lo decía. – Parto mañana mismo. Ahora
déjame solo con mi hija. Necesito… quiero… que nos perdone. Déjame solo.
Desenvolví
a Sybelle de su regazo y la coloqué entre los brazos de su padre. Tan pronto la
cargó, abandoné el cuarto.
Salí llorando
de ese maldito lugar. Azoté la puerta y no pude llegar más lejos de ahí. Me
derrumbé.
Caí al
suelo, una vez más, cuan larga era. Azoté los puños contra dejando bajo los
mismos pedazos de mármol que estallaron al impacto. ¿Pero es que esto no podía
acabar ya?
El coraje
producido en esos momentos no me llevaría a ninguna parte, lo sabía, pero qué
mejor remedio que dejarlo fluir. Cabo y Ehera habían salido tras de mí, pero no
dejé que se acercasen a mí, los ahuyentaba con gritos y amenazas, si alguna de
aquellas dos bestias se me acervaba en aquellos momentos no dudaría en matarlo.
–Váyanse. –
les gritaba – No me toquen, fuera.
Tenía todo
el cuerpo entumecido, no era capaz de sentir algo que no fuera el frio del
mármol bajo mis rodillas y manos, pegué la frente al piso y continué llorando.
Me tomé
tiempo para tranquilizarme, respirar un poco tal vez. Quería tomar un poco de
conciencia de mi cuerpo ahora. Necesitaba despejar mi mente y eso hice. Hasta
ese momento me di cuenta de lo ridícula e infantil que fui al reaccionar de esa
manera. Pero no pude haber encontrado
otra.
Solo
quedaba cerrarme a todo esto. Fingir que lo entendía, creer que era lo mejor,
que estaba de acuerdo. Permitir que Ganesh se fuera a la noche siguiente, verlo
partir y no llorar. Así como alguna vez fue importante para mi estar cerca de
él, ahora daría lo mismo. Reprimiría la idea de amarlo, no lo negaría, pero
sería algo que no pasaría por mi cabeza nunca más.
Tal vez
incluso si alguien preguntase por él, yo solo diría que… sobre todas las cosas
de su inmortalidad yo era la más importante e todas, y que por eso murió.
¿Esperanzas
de que él volviera? No, ninguna.
No veía razón
por la cual hacerme una ilusión que al final terminaría con de mi vida.
Lo
daría por muerto desde mañana por la
noche cuando partiera. Era lo mejor. Como él me había dicho, en mí, no habría
razones para extrañarlo.
–Incluso es
mejor darlo por muerto, que verlo morir. – susurré.
Me puse en
pie en cuanto pude y bajé a Hëdlard. Bagria esperaba en el recibidor de Palacio
–lo que quedaba de él–, ahí a la yegua no le pegaba en gélido viento ni la
lluvia. Monté en ella, aunque la bestia no tuviese puesta la silla ni las
bridas, solo con los talones la conduje a tierra firme.
Noche tras
noche, la gente había esperado ahí, paciente.
Tan pronto
me vieron aparecer desde la oscura boca del edificio guardaron silencio y
dirigieron todas sus miradas a mí. Permanecí quieta un minuto. Mi mirada
merodeó a todos, miré sus rostros y comencé a pensar en lo que iba a decir. Fue
sencillo mentirles.
–El rey ha
muerto. – no se lo esperaban, definitivamente esa noticia fue la peor que esos
inmortales pudo recibir – Hace unas noches encontramos al rey aún con vida en
el lago, al parecer… no pudo resistir el frio del agua, ni el tiempo en ella.
–¿Cuándo
murió? ¿Quién lo asesinó? – preguntaban muchos
Unas
cuantas lagrimas más salieron de mis ojos. Bagria se movía nerviosa frente a la
masa de vampiros, pero yo procuraba mantenerla en su lugar el mayor tiempo
posible.
–Murió hace
pocos minutos. Nunca recobró conciencia, no pudo decir palabra alguna antes de
morir.
–¿Quién le
mató?
–¡El
asesino no tiene lugar en nuestra memoria, no merece siquiera que su nombre se
sepa! – guardé silencio esperando cualquier tipo de reacción, pero no hubo tal
– Ganesh no tuvo oportunidad de decidir si sería yo quien tomaría poder en
Hëdlard, y en mis intensiones no está aquello. Pero estoy segura que ninguno de
ustedes quisiera a su hermano cerca del poder. – negaban con la cabeza – El
único descendiente directo de Ganesh es mi hija, Sybelle, pero ella aún no
tiene la edad suficiente para tomar decisiones propias. Y quien hubiese podido
ser su tutora esta igualmente muerta. – dije refiriéndome a Fiura – Siendo yo
su madre, me ofrezco a cuidar de ella hasta que tenga edad suficiente para
gobernar.
“Claro
está, esa decisión no puedo tomarla yo sola, si alguien se opone o tiene una
idea mejor, está invitado a decirla. – nadie se movió, creo incluso que la masa
aguantó la respiración, esperando a ese alguien que reclamase –. Bien. Pueden
regresar pues a sus casas.
Me volví a
Palacio, pero antes de entrar en él, un grupo de soldados me interceptó. Siendo
el cabecilla el que hablase por todos.
–Mi señora,
– dijo haciendo una reverencia corta a mí – soy el capitan Rashid – el mismo
capitán que meses antes me había enseñado a montar –, siento mucho lo ocurrido
con el rey. – agaché la cabeza en señal de agradecimiento – Lo único que mis
hombres y yo podemos ofrecer a palacio es nuestra eterna lealtad y apoyo, en lo
que sea. – volvió a hacer una reverencia.
–Agradezco
mucho su lealtad, capitán. Quisiera comenzar desde hoy mismo el
restablecimiento de la ciudad.
–Estamos a
su disposición.
–¿Cuántos
hombres tiene bajo su mando?
–Todo el
ejercito de Palacio, alrededor de quinientos inmortales. Aunque, muchos de
ellos están francos por lo ocurrido y dudo mucho que contemos con ellos. A lo
más contamos con doscientos soldados en este momento.
–Bien,
encárguese de tres cosas, Rashid. – asintió listo para oírme – Quiero que haya
un soldado en cada calle de esta ciudad si es necesario, no quiero disturbios
en ella. Quisiera que la gente sintiera seguridad y orden, más ahora que no
sabemos cuál va a ser su reacción.
“Además
quiero que algunos de sus hombres se encarguen de darle un funeral digno a cada
uno de los cuerpo que se pudren bajo la entrada de Palacio. Quemen sus cuerpos
con sal, y sus cenizas entiérrenlas a la orilla del lago Tumma.
“Y por
último, cuando hayan terminado de eso… limpien de escombros Palacio, todo
vidrio roto o pared dañada derrúmbenla. Quemen todo de nuevo si es preciso, –
decir esas palabras me habían costado mucho – no quiero que la gente sigua
teniendo frente a ellos el recuerdo de su rey muerto. Es lo único que nos mantiene
atados a él.
–Como
ordene. – el general se dio la media vuelta y comenzó a hablar con sus soldados
en voz baja, vi que en pocos minutos ya se habían dividido en dos grupos. Uno
muy grande y otro apenas de veinte soldados; grupo que se encargó de los
cuerpos de los Herejes más tarde.
A partir de
ese día no supe más de mí. No quise imaginar el tiempo que llevaría derrumbar
Palacio, el tiempo que debía trascurrir para que la ciudad retomara un ritmo
normal. Tampoco me importaba mucho.
No supe, ni
vi, cómo Ganesh partió, supe que se fue cuando bajé a la habitación en la que
estaba y solo encontré a mi hija envuelta en sabanas dormida, sin su padre.
Caí en
cuenta entonces que no le volvería ver jamás. Desde ese momento estuve sola, yo
y mi hija, esperando que Aki volviera, pero sin saber lo que haría.
Todo lo que ella…
(Aki)
–Fui un
idiota, Nanna. – le dije mientras ella se preparaba una sopa caliente en el
fogón de su humilde casa. El agua que ahí hervía llenaba todo el lugar del
sonido, relajándome. – Nada de esto hubiera pasado si nunca hubiese escapado de
aquí.
–¿A qué te
refieres, hijo? – Gabrielle no me miraba a los ojos en esos momentos, estaba
ocupada con su comida –.
–Cuando vi
venir a Antaris debí haberla ignorado, sabía que era de mi hermano, no mía.
–No puedes
hacer nada ya.
–Lo sé. –
permanecí callado un rato, pensando, pero luego las ideas fueron difíciles de
contener – Inclusive, si Antaris nunca se hubiese embarazado, mucho se hubiese
podido evitar.
–Nadie es
responsable de eso, más que ella.
–No digas
eso. – le rogué.
–Es verdad,
solamente ella sabe con quién se acuesta y con quien no, y sabía que eran
hermanos, si no lo hubiese querido no lo hubiese hecho.
–No estaría
tan segura de eso.
–¿De qué
hablas, Aki? – dejo lo que estaba haciendo y me volteó a ver, yo estaba
acostado sobre la cama de paja, con los ojos clavados al techo.
–Una noche
antes de que te fueras ocurrió de nuevo.
–¡Te pasa
una vez y vuelves a caer de nuevo! Lo que hiso ella no fue honesto, tiene una
hija y un rey en Hëdlard.
–Rey que no
sabemos si está vivo o muerto. – aclaré.
–Como sea,
tiene una hija.
–Tampoco
estamos seguros de quién es esa creatura.
–Claro que
lo sabemos, es de Ganesh, yo vi nacer a la Sybelle –hiso cierto énfasis en el
nombre, creo que le molestaba q no le llamase por su nombre –, esa niña tiene
los ojos de tu hermano. – al no recibir respuesta de mi parte siguió con sus
labores. Gabrielle permanecía callada, como siempre había sido, solo en este
último año se había inquietado tanto, por lo general, había sido callada,
rebelde, pero sin hacer escándalos.
–¿Qué
pasará ahora?
–No sé,
Aki. No quiero imaginar lo que ocurrirá si tu hermano sigue vivo.
–Si, está
vivo, débil, pero vivo.
–Después de
arrojarse por Palacio hacía un bloque de hielo, no sé de que sea capaz ese
hombre.
Tenía
razón, ni siquiera yo lo hubiese hecho.
–Pero si he
de recomendarte algo, Aki – volvió a quedarse callada, viendo si yo decía algo,
luego continuó –, déjala ya. Si muere o no esa muchacha, déjala, vale más tu
vida que la suya y la de esa bebé.
–¿Qué
dices? – enfurecí
–Lo que has
escuchado, déjala ya. Tendremos suerte si tu hermano sobrevive y se queda en
Hëdlard con ella, si no, ya no es nuestro problema.
_Gabrielle,
hemos perdido ya demasiado por ella, cuando estamos a punto de terminar con
esto, me dices que la olvide. ¿Cómo es eso posible?
–Aprende a
vivir con ello. Cerca o lejos de ella, con o sin ella, debes controlar lo que
sientes y ver por ti mismo. De otra manera ese amor terminará consumiendo las
últimas gotas de sangre en tu corazón.
–Sabes que
nunca voy a dejar de amar a esa creatura…
–Si, lo sé.
Yo no te he dejado de amar, y por lo mismo, no quiero que se sigas dañando.
–Gabrielle,
– me puse de pie y fui hasta aquella anciana que decía seguir enamorada de mí –
han pasado años. Míranos ahora. Es decir, deja lo de Antaris en paz por un
momento y concéntrate en nosotros. Al cabo de los años, dejaste de ser mi nana
para convertirte en mi amiga, luego fuiste mi amante, me odiaste por no corresponderte
y en el último siglo has sido mi madre. No te puedo ver de otra forma, y ahora
que yo he encontrado las únicas dos razones para existir – Antaris y Sybelle –
me pides que las olvide como tú lo hiciste conmigo.
–Así es.
–Pero,
Gabrielle, – la sujeté por los hombros – es algo totalmente distinto. Tu vida
es larga, más que la de cualquier humano en la Tierra, pero nunca tan eterna
como la nuestra. Si yo hubiese correspondido
a ese amor… no hubiese soportado tu muerte, aún cuando esta sea aún
lejana. Entiende que Antaris pudo haber sido y estado conmigo por siempre.
–Pero esa
mujer ya no te ama.
–Ni yo a
ti.
–¡Ya no
estoy peleando por tu amor, Aki! – se
soltó bruscamente de mis manos. – Lucho por tu bien, quiero que seas feliz;
primero hice todo porque lo fueras con Antaris, pero ahora ruego por que sea
lejos de ella.
–No me
pidas eso… –imploré–
–No te lo
pido yo, solo…
–Gabrielle,
no podré.
–Si lo
harás, la dejaste ir después de lo que pasó. Eso fue lo mejor que pudiste haber
hecho. – asentí sin estar totalmente convencido – Ahora, déjala ir para
siempre.
–Gabrielle,
sabes que si algún día salgo de esta cabaña iré sin parar a Hëdlard por ella.
–No, –
decía mientras negaba con la cabeza suavemente y con extrema paciencia – no lo
harás. Sé que eres fuerte, y has superado cosas peores a estas, solo déjalo.
“Ata tus
pies a estas tierras, vuelve a lo que fuimos por casi cien años. Tranquiliza tu
alma y ya después, luego de mucho tiempo de estar en paz, vuelve con ella.
Mírala y calma tu sed de ella. Pero nunca más te le aproximes.
–Creo que… –
no puede decir más, sentí por un momento que la voz se me iba del cuerpo, que
las ganas de este se separaban de la
tierra.
Solo salí
de ahí. Sin avisar, sin siquiera despedirme de Gabrielle. Quizás regresaría,
quizás no.
Solo, yo y mis pasos, me fui
hacía el norte. Lo más lejos, físicamente hablando, de Antaris; pero lo más cercano
a ella de espíritu. Caminé toda la noche y parte del día siguiente hacía Levi.
Tal vez ahí, perdido en los bosques y montañas podría estar en paz. Sin voz
alguna que me atormentara, pero lleno de su recuerdo.
Su cabello era largo, cuando la vi por primera vez; sus ojos
extremadamente azules y sus labios carnosos. Creo que, después de Alka, su rostro
había sido el más inocente y engañoso que había visto en mi vida; y después que
Anna, el ser más perfecto que la vida me arrancó.
Ella alguna vez vino a mí, y me dijo que era hermoso, dijo
que lo había hecho bien y me besó hasta la mañana siguiente.
Se fue de
mí.
No pudo
siquiera desgastar en mi nombre sus ganas de amar –ganas que vi en sus ojos
reflejados el primer día que le vi, aquel lluvioso día en el bosque de Levi.
Eso sí, en ninguna mujer había sentido esa pasión, solo en ella –.
Estaba enamorado de ella, estaba enamorado de ella. Rogué
por qué no se marchara, porque no cerrara las puertas y me dejara fuera. Pero toda
evidencia en contra mía se alzó y ella dejó de amarme.
Triste… triste tal vez sea el final; pero feliz fue mi vida.
Feliz fui los años en los que esas tres mujeres enamoraron mi alma, pero triste
fueron todos lo finales. Y aunque esperanzas nunca me dejó ninguna, siempre
había seguido adelante.
Tal vez lo
lograría esta vez. No sé. Pero mientras, lo mejor sería separarme de todo.
Esconderme, un rato, poco tiempo, escasos días, nada mas.
Las cosas que nunca dije.
–¿Vas a decirme qué paso? – preguntó Anna
con el tono de voz más suave que siempre – ¿Por qué huyes?
–Mi padre… murió.
–¿Qué has dicho? – gritó – ¿Quien ha
sido, quien fue el desgraciado que se atrevió a matar a su rey?
–Su propio hijo.
Anna enmudeció. Sujetó mis manos con fuerza
y como madre, cobijó mi cabeza entre su pecho y repitió mi nombre. Besaba mi
frente e intentaba darme las fuerzas que en ese momento me faltaban tanto para
decirle que…
–¿Cómo pudo hacerle Ganesh eso a tu
padre? ¿Es que nunca le dio todo lo que necesitaba? Tu padre amaba a Ganesh
tanto como a ti. – dentro de mi garganta estalló un grito ahogado de dolor, sus
palabras me habían matado, no había sido
mi hermano el que había matado a mi padre, y cuando supiera la verdad,
me odiaría. – ¿Qué pasa?
Yo negaba cono la cabeza. Intentaba decirle
la verdad, pero el llanto podía más conmigo. Cogía su rostro entre mis mano y
la besaba, pero las palabras no me fluían.
–Ya, tranquilo, sé que te duele que Ganesh
haya hecho eso, pero… – mis músculos se tensaron ante sus palabras, quería que
se callara – no, no, no llores, tranquilizante.
–¡NO! No fue mi hermano quien mató a mi
padre, no fue él. – separé nuestros cuerpos para ver su rostro – Fui yo, Anna,
fui yo…
Sus ojos, abiertos, no me dejaron de ver.
Entendía lo que le decía, pero… no quería creerlo. ¿Cómo yo, el hijo favorito
del rey, lo había podido matar?
–¿Cómo sucedió?
–De la misma manera en que maté a Alka.
–Oh, Aki.
–Dijo cosas que… mis oídos nunca quisieron
escuchar, y enfurecí. Tomé su cuello y mordí repetidas veces, pero al final fue
por falta de sangre que él murió.
“Ganesh me está buscando como loco por
toda la ciudad y está dispuesto a matar a cualquiera que se interponga en su
camino. Eso te incluye a ti y a toda tu familia.
El silencio se hiso en la habitación. Ambos
pensábamos. Pero ella nunc ame culpó. Hasta ese entonces no sabía por qué no se
atrevía a hacerlo, tal vez era por respeto a mi padre, o por miedo a que
también terminase con ella. De cualquier manera, los dos, permanecimos callados,
sujetados de la mano frente a frente.
Lo primero que se me vino a la mente, y se
lo dije, fue entregarme; pero es obvio, ella se negó. Dijo que por más cobarde
que pudiera ser, yo debía vivir. Dijo que si pensábamos todo fríamente sería
posible llegar al otro lado de la ciudad y escapar al norte. Y ese fue el plan.
Solo que al comienzo pensaba que solo iría yo.
Discutimos el plan casi el resto de la noche.
En la taberna no nos molestaron ni una sola vez.
Robaría un caballo de las caballerizas
de la taberna –donde había solo cinco caballos–, cargaría en las dagas, que por fortuna conservaría el resto
de mi vida y nada más.
Luego de robar los caballos, al medio
día saldría de la taberna hacia el norte por las calles más lejanas al palacio
y de ahí, sin parar hasta Levi. Era perfecto. A esa hora del día, pocos
vampiros se atrevían a salir, y la mayoría de los habitantes de Hëdlard no
estarían más que durmiendo, indiferentes que el asesino de su rey escapaba.
–Voy contigo. – dijo entonces rompiendo
cualquier indicio de paz que en mi se hubiese podido crear.
Me le quedé viendo fijamente, esperando
a que todo fuese una mentira, pero sus ojos no lo hacían. ¿Cómo iba a yo a
permitirle eso? ¿No estaría más segura con su familia, aquí, en Hëdlard? Tal
vez, pero eso yo no lo sabía.
–Está bien. – dije – Prepara tus cosas,
yo iré por comida a la cocina para ti. Llevaremos dos caballos. – asintió.
Cuando la noche se hiso mañana, cogimos
las cosas, y sin que ojos nos viesen, fuimos corriendo a las caballerizas de la
taberna. Saqué de sus caballerizas a dos palominos enteros de patas fuertes.
Puse sobre sus grupas los albardones y en sus hocicos las bridas. Até con fuerza
las alforjas y subí a Anna a la espalda del caballo más chico, Dartañan.
Lo menos que quise era hacer un escándalo
por toda la ciudad cono lso cascos de los animales; amarré a sus cascos trapos
sucios asegurándome que el choque se sus herraduras contra la roca fuese casi
desapercibido.
Una vez listos, a mi orden salimos de
ahí a todo galope. Cruzábamos la ciudad entera invisibles a los ojos de los
demás, silenciosos.
Fue cuando íbamos cruzando frente al palacio
cuando escuché cómo un soldado estiraba la cuerda de su arco – solo lo escuché,
no pude ver de dónde provenía –, instantes después lo soltaba, y en seguida mi
caballo se derrumbó muerto. Pude sentir como esa flecha atravesaba por la carne
del animal hasta llegar a su corazón y darle muerte. Salí volando metros
adelante del cuerpo del caballo agonizante. La flecha no había querido matarme,
solo quiso derrumbarme.
Vi cómo poco a poco, Anna se alejaba de mí,
y eso me resultó maravilloso. Una vez derrumbado del caballo no habría manera
de que yo sobreviviera. Pero no, Anna volteó para asegurarse e que siguiera
vivo. Y al no verme a su lado se detuvo a buscarme.
–¡NO! – grité desgarrándome la garganta
– Vete, vete. Déjame aquí, Anna, vete.
–Ponte de pie, Aki, por favor.
–¡Ya vete! – la desesperación e impotencia
no me dejaban pensar, si se quedaba un minuto más la iban a capturar a ella
también y yo no puede hacer nada por
evitarlo. Por más que grité, por más que supliqué, no se fue. Su caballo
también fue derribado, pero a ella tampoco le dispararon. Ganesh nos quería
vivos, a ambos.
–Aki…– susurró al darse cuenta de lo
que había hecho.
Creo que fueron turbios los minutos siguientes, pues recuerdo poco. Yo
me aferré con fuerza a Anna, y ella, llorando, no dejaba de disculparse.
Al cabo de pocos minutos, una docena y
media de soldados armados nos apuntaban con sus feroces arcos –que en ese
entonces aún se usaban–.
Ganesh llegó detrás de ellos.
Se abrió paso entre los soldados, ninguno lo
tocó, solo era su mirada la que le abría paso entre esa densa masa de cuerpos
oscuros. Se aproximó a mí, me miró con odio, asco, tristeza y decepción, pero
no dijo nada. No tenía que decir. Lo único fue que a Anna le rompió un golpe en
cada mejilla, eso si me enfureció, ella no tenía la culpa de nada.
–Sepárenlos. – ordenó.
Intentamos gritar, pero al instante nos
sujetaron fuertemente de los brazos y nos alejaron uno del otro. Anna no era
inmortal, las manos de los soldados no habían más que masacrarle los brazos, la
pobre mujer gritaba de dolor, pero no estoy seguro si era por nosotros o por el
olor físico.
–Llévenlos al palacio. – ordenó de nuevo mi
hermano. – Quiero a Aki conmigo, y a la Hereje encarcelada. Ahora.
Probablemente fue el viaje a palacio
que mas duró para mí. Íbamos a prisa, pero los pensamientos de lo que nos
ocurriría no dejaban de invadir y nublar mi mente.
Llegamos.
Fríos muros, hermosos, pero terriblemente
inquisidores ahora que me encontraba a su lado como un traidor. Mi propio
palacio parecía quererme matar por lo que había hecho, y bien merecido me lo
tenía.
Ganesh permaneció callado, quito cual
estatua, con lo ojos clavado en el techo, como queriendo contener un
sentimiento desbastador que muy probablemente
hubiera hacho que me matara con sus propias manos en ese momento.
–Al parecer no agradeciste nunca todo lo que
nuestros padres te dieron. – dijo repentinamente y sin separar los ojos del
alto techo – Mi madre murió al dar a luz, has querido revelarte más de una vez
contra Hëdlard rompiendo tradiciones y leyes que establecieron los antiguos
reyes, y ahora matas a tu propio padre. ¿Sabas algo? No me interesa saber por
qué lo hiciste, ni el modo. Eso no te exime de ser un traidor, y peor aún,
intentaste huir.
–¿Qué va a pasar con Anna? – interrumpí, no
me interesaba el fin de mi vida ya, sabía que iba a morir, lo único que no
soportaría sería el sufrimiento de Anna.
–¿Escapaba contigo, no es así? –asentí–
Entonces también es traidora.
–Ella no asesinó a nadie, no es culpa suya.
–Lo sé. Es decisión tuya. ¿Qué quieres que
sea de ella?
Qué pregunta tan cruel. No sabía la
respuesta. Tal vez lo más simple hubiera sido decir que la dejara ir, que ella
no tenía la culpa de nada, pero no estaba completamente seguro de querer eso.
¿Qué hubiese querido ella? Morir conmigo como lo había jurado una y mil veces,
o seguir viviendo. Sufrir una muerte junto a mí, o verme morir de lejos.
Permanecer junto a mí hasta la muerte, o separarse. Cualquiera de las dos
elecciones sería egoísta para el otro. ¿Pero, qué hubiese querido ella?
–Deja que ella decida, hermano.
–¡No me llames hermano! – su mano pasó
rozando mi mejilla con sus uñas alcanzando a cortar finamente mi carne, no iba
a morir de eso, pero el dolor si me logró recorrer toda la columna. – Deja a un
lado tu muerte, decide cómo ha de sufrir; si quieres que sufra tu perdida toda
su vida, déjala viva, si no, llévatela a la muerte contigo para que solo
agonice físicamente. ¡Decide!
Respiré profundamente lo más hondo que mis
pulmones me permitieron. Y lo dije.
–Deja que muera conmigo. – sonrió, estiró
sus labios con la crueldad más pura que había visto en él – Solo prométeme una
cosa, déjanos morir al mismo tiempo, juntos.
El desgraciado rió por unos escasos
instantes, supe que no lo iba a hacer.
–Llévenselo. – ordenó. – No lo quiero junto
a la Hereje hasta la ejecución. Vayan preparando todo, los quiero muertos en
media hora.
Lamento quererte tanto hermano
Primero me llevaron a una de las habitaciones pequeñas que estaban al
norte del palacio, donde lo único que había eran grilletes para encadenarme y
unas minúsculas ventanas por donde el aire frio del exterior filtraba. No supe
a dónde llevaron a Anna, en los primero minutos –mientras apenas me llevaban a
esa habitación horrenda– escuché sus gritos. No parecían lastimarla, pero si
estaba muy desesperada y asustada.
Un par de soldados me encadenó las
manos a la pared. Me pusieron de espaldas y atado a una altura donde no podía
estar parado. Habían encadenado mis manos muy al centro de mi espalda y casi a
la mitad de ella, definitivamente la posición más terrible del mundo. Al salir,
golpearon mi estomago sacándome todo el aire y haciendo que callera de rodillas
al piso, pero no lo alcanzaba con las rodillas, quedé colgado. Si el golpe me
había dejado sin aire, la posición en la que había quedado no me permitía
recuperar el aliento. Fue terrible.
No fue media hora la que tuve que
esperar, esperé casi cuatro horas ahí, colgado. Llegó el punto que mis pulmones
se colapsaron, dejé de respirar debido al dolor, sentí el tórax más inflamado y
mis fuerzas nulas. Tal vez moriría aquí – pensé –.
Me quedé dormido, no sé cuando, ni por cuánto
tiempo. Me di cuenta de eso cuando un golpe muy fuerte, proveniente de la
puerta, me despertó.
Era Ganesh.
–Te lo voy a preguntar por última vez. –
dijo al acercarse a mí – ¿Dejas que muera contigo, o la dejas ir?
De mi boca no salió nada. Esperamos un
tiempo y seguí sin hablar. Ganesh entristeció, sus ojos se calvaron en el piso
y suspiró.
–Espero que no te arrepientas de esto,
hermano. – tomó mi cara entre sus manos, la ladeó y besó mi mejilla. –
Perdóname.
Se puedo en pie, dio la orden de que me
llevasen a otra parte y se fue.
Que lugar tan terrible.
Al fondo de esa habitación a la que me
llevaron, estaba Anna. Juro que lo que menos me importó fue la apariencia de la
habitación, en fin, sería la última que vería en mi vida.
Tanto a ella como a mí, nos sujetaban
dos soldados por los brazos impidiendo que nos moviéramos. Ni ella ni yo nos
sosteníamos en pie, teníamos un aspecto terrible, pero eso no importó. Esta
sería la última vez que la vería.
Ganesh ordenó que nos dejasen hablar. Sin soltarnos, los soldados nos
acercaron hasta que solo un suspiro nos separaba.
–Me van a matar ¡Estos
malditos me quieren muerto y me van a matar! – dije – Pero no hables, déjame decir estas últimas
palabras con la tranquilidad de que las estarás escuchando con toda conciencia:
‘Parece que
esta es la última vez que podremos cruzar palaba, inclusive la última ocasión
en la que mis ojos podrán ver dentro de los tuyos con tanto amor y devoción que
te profeso.
‘Miénteme si quieres, pero no
me dejes morir sin oír una vez más que me amas, ¡déjame ver salir de tus labios
esas dos únicas palabras que me mantiene vivo!
‘La parte
más difícil vendrá pronoto; y mientras no pueda liberarme de mi cuerpo seguiré
sintiendo este dolor que me atraviesa por el centro, seguiré pidiendo que yo
sea el único en morir. Tú no lo mereces, Anna.
‘Aunque
debo confesarte: no creo lograrlo. Su fuerza nos supera, son una ciudad entera
y nosotros apenas somos dos, pero si nos matan, nuestra muerte será injusta y
sé que tendremos un ejército luchando por vengarnos. No estamos solos.
‘No, no
llores, aún no es tiempo. Pronto pasará, son solo pocos minutos de dolor, pero
eso no se compara con el alivio que ambos tendremos cuando nuestras almas se
liberen del cuerpo. Encerrados solo podemos sentir placeres terrenales, libres
podremos amar como nadie, tememos porque no conocemos el dolor de la muerte,
pero ya pasará.
‘Si muero
yo primero, no quiero que cierres los ojos cuando muera, de otra manera perderé
refugio en ellos; mírame lanzar el últimos respiró en tu honor, no me dejes
solo y dime que me amas…
Al terminar nos separaron de nuevo. Los
soldados me golpearon una y otra vez en la espalda, dejándome inútil, no pude
defenderme, nada.
Recuerdo ver cómo a Anna la llevaron hasta
el otro lado de la habitación, obligándola a replegarse a la pared. Temerosa,
terriblemente asustada. En sus ojos vi su miedo, algo que jamás conocí en ella.
El soldado le puso la mano en el cuello para
estrangularla, la separó del suelo casi veinte centímetros y ahí la dejó. Anna
gemía, pateaba y le golpeaba, pero nada de eso era siquiera útil. Ella no era
inmortal y su fuerza era nada en comparación con la del soldado.
El soldado sacó algo de entre sus ropas, no
vi que.
Pocos instantes después Anna dejó de
moverse, sus ojos parecían platos, y su boca estaba torcida en una aguda mueca
de dolor. De su nariz brotó sangre.
Sangre.
Viva sangre.
Pero no era de ahí de donde brotaba ese
delicioso aroma, no. Era de su vientre. Era sus sangre, la misma que jamás me
atreví a probar. Sangre viva, casi humana.
El soldado le había encajado una
pequeña daga en el vientre. La sangre empezó a escurrir por sus piernas y gota
a gota impregnó cada rincón de la habitación.
Anna se zafó del soldado, a intentó venir a mí. Tropezó varias veces,
pero nunca dejó de intentarlo. No hasta que llegó.
No supe de donde salió el soldado, pero al
instante que ella llegó a mí, él nos separó bruscamente. La fuerzas las saqué
de no sé donde, me le lancé al solado tratando de morderle el cuello, pero era
una bestia. Me tomó del cuello y azotó mi cabeza contra el mármol del piso.
Giré mis ojos al no poder moverme. Anna me
miraba, quieta, como si nada hubiese pasado. Su mente trataba de decirme algo.
Algo más importante que su propia mente, algo que deseé nunca saber:
“Estaba embarazada”
Esas dos palabras nunca se me olvidaron,
nunca. Fueron las que me dieron las fuerzas para todo, para absolutamente todo.
En ese momento odié más a mi padre, más a mi hermano, más a mi vida.
Si, si era posible que Anna estuviese
embarazada, yo la había embarazado hacía casi un mes, pero nunca lo supe.
– ¡Tú más que nadie sabe lo que acabas de
hacer! Lo he visto en tu mente, mal nacido. – gritaba – ¡Mataste a mi hijo y mi
mujer agoniza debido a tu crueldad! – Pero el hombre no respondió nada, continuó
apuñalando a Anna – Vamos, mátame ahora a mí, cálvame ese puñal que llevas en
las manos, clávalo cuantas veces puedas, clávalo hasta que muera perdiendo
conciencia debido a mi falta de fuerzas. ¡Qué esperas?
Fue simple su forma de matarme. Primero clavó su daga a la mitad de mi brazo
para que prestase atención al dolor, y lo hice. Grité. Pero luego de esa
herida, hiso otra peor, una que atravesó mi piel, desgarró mis músculos y penetró en mis pulmones. Al sacar la daga,
sentí cómo un líquido frio entraba en mis pulmones haciendo que me ahogase con
mi propia sangre.
El soldado se separó de mí, me dejó tendido
en el pis, viendo cómo agonizaba Anna hasta el último momento. ¡Cuánto deseé la
muerte, cuánto oré para que yo muriese antes que ella! Pero nada funcionó.
Anna murió.
Esos habían
sido mis pensamientos en los siguientes días. Creo que fueron dos o tres. Yo y
mis recuerdos habíamos permanecidos ocultos en lo más espeso del bosque de Levi
sin que ser o alma nos molestasen. Pero claro, todo lo bonito se termina un
día. Y esta calma de recordar a la única persona a la que había amado y me
había correspondido tal cual me lo merecía, me mantenía en la mayor paz
posible. Inclusive más que cuando estaba con Antaris. Anna lo fue todo para mí.
Tal vez por
ella todo esto ocurría.
Regresaba
de mi trance cuando olí a mi hermano. Yo estaba confundido, desorbitado y
sediento; mi hermano estaba débil y solo. Olí el olor de su sangre, no de su
carne. Me estaba buscando, pero aún no había dado conmigo. ¿Qué hacía él tan al
norte? ¿Era él, o seguía siendo mi imaginación loca que divagaba en la posibilidad
de que mi hermano no hubiese muerto en el lago?
Para mi
fortuna no. Ganesh seguía vivo y venía por mí.
Dejé que me
viera, y cuando lo hiso dio un minúsculo salto para atrás, sorprendido tal vez.
Vaya, mi
hermano si que estaba acabado. Hubiese podido terminar con él en ese mismo instante
y jamás se hubiese dado cuenta.
El
desgraciado, como siempre, llevaba puesto su ropa fina de color oscuro, zapatos
cómodos y una buen abrigo, aunque en realidad no le hacía falta nada de eso.
Todo en él estaba perfecto, excepto su rostro y sus manos – lo único que se
podía ver –. Toda la piel le tenía pegada a los huesos, ni un poco de color
había en sus mejillas, ni en sus labios. Estaba literalmente estaba muerto por
fuera.
Debo
confesar que él no era el único en desventaja. Mi largo trance y mi falta de
sangre desde hacía ya varias semanas me tenían peor que débil. Me sentía
desorientado, con pocas ganas de hacer caso a cualquier tipo de amenaza –lo que
incluía a mi hermano–. Así que en realidad poco me importó su aparición.
Se aproximó
a donde yo me encontraba. Se detuvo justo frente de mí. Con sus ojerosos ojos
clavados en mí me dijo sin mover los labios:
No he venido aquí a pelear. Asentí. Solo quiero platicar un poco con mi hermano…
–Te
escucho. – dije – Tenemos toda la eternidad para platicar una vez más. Ven,
siéntate conmigo.
Lo conduje
montaña arriba –puesto que me encontraba ya en el corazón del bosque de Levi,
entre numerosas montañas verdes –, y justo donde ya eran pocos los árboles que
estovaban nuestra mirada, me senté con mi hermano.
–Hace
siglos que no venía por aquí. – dijo Ganesh – Desde que Levi se incendió. Nunca
imaginé que un desierto arrasado por las llamas pudiese convertirse con el
tiempo en este paraíso.
–¿De qué
otra forma crees que pude sobrevivir todos estos años solo? – rió entre dientes
– No hay mejor sitio que este. Aquí ves el sol naces y morir tan de prisa que
ni lo notas, la tranquilidad y silencio es tal que es fácil perderse en tus
propios pensamientos.
–Lo sé.
Tardaste casi media hora en darte cuenta de que yo estaba frente a ti.
–¿Tanto
tiempo? – asintió – En mi trance pareció ser fracciones de segundos.
Nos
quedamos en silencio. Creo que ambos queríamos darnos un tiempo de asimilar las
cosas, así como para ver el paisaje esplendido que teníamos a nuestros pies.
Para mi
todavía no era del todo real que estuviera sentado junto a mi hermano,
intentado hablar, calmado sin el deseo de matarlo. Pero en fin, si era o no
realidad, en ese momento poco me importó.
Quizás si
las circunstancias no hubiesen sido tal y como lo eran, en vez de hablar, ya
nos hubiésemos destruido uno al otro. Pero ese no era el plan. Nadie quería más
muertes.
–Te tengo
muy malas noticias. – dijo – Mis soldados se dieron cuenta de lo que ocurría en
Palacio e intervinieron. Desgraciadamente también intervinieron todos los
Herejes, todos están muertos.
–Es una
noticia triste, la muerte siempre ha sido algo que no he podido borrar de mi
camino, me persigue a todas partes. Pero no era mi raza.
–Pensé que
los protegías.
–Lo hacía.
Pero ellos se interponían entre mi ser más querido y yo. Aún así, no festejo ni
lloro su muerte.
–Tal vez te
interese saber entonces que Palacio está en ruinas, se quemó todo.
–Eso si me
entristece.
–Igual a
mí. Una vez más, tendremos que volver a construirlo.
–Ve el lado
bueno, le darás algo en que entretenerse a todos los inmortales. – reímos
juntos – ¿Sabes? Es extraño esto. Nunca pensé volver a hablar contigo después de todo lo ocurrido.
Después de que Anna murió.
–¿Ya no
dices que yo la asesiné?– negué con la cabeza – ¿Por qué no?
–Porque tú
preguntaste antes de condenarla a ella también. Insististe mucho en que ella no
muriera, pero yo no hice caso. – asintió –. Así que en realidad estas exento de
culpa.
–No sé que
me da más coraje. – dije – No sé si me
enfurece más haberme peleado contigo todo este tiempo al grado de casi matarte
o darme cuenta del todo lo que, por nuestra ira, hemos destruido.
“Es decir,
¿no era a caso más fácil esto? ¿Qué nunca pudimos hablar tu y yo, darnos cuenta
de que podemos permanecer juntos, como hermanos?
–No creas
que a mí me causa menos pena que a ti.
Ahí se hiso
un silencio, grande. Escuchamos durante varios minutos el aire correr entre el
largo valle que las Levi formaba hacia el norte. Parecían arrugas de a tierra
que bruscamente se había lanzado una contra la otra intentando matarse, pero
ahora, tan cerca, se habían detenido solo para contemplarse.
Al centro
de mi cuerpo sentí mi alma, y junto a mí, sentí el alma de mi hermano. Era tan
íntimo este momento. En verdad valoraba y agradecía a mi hermano que no hubiese
venido para ocasionar más muertes, sabía el valor que eso requería para él,
estaba consciente de todo el orgullo que tuvo que domar para estar frente a mí.
Pero también conocía su motivo. Antaris.
–¿Cómo la recuerdas? –
Pregunté a mi hermano.
–¿A quién?
–A ella. – dije refiriéndome a
Antaris. – En sus primeros meses de inmortalidad, cuando todavía era mujer.
–¿A qué te refieres al cuando
era mujer?
–Me refiero a que esa bella
inmortal cambió, mucho, y creo que fuimos tú y yo quienes hicimos que esa pura
creatura se tornara en algo distinto, algo frio y a veces siniestro.
–Eso crees… – no reclamaba ni
estaba molesto, solo pensaba. – Hasta el último día en que estuve con ella a mí
me pareció la misma indefensa creatura que yo amé desde el comienzo. Cierto,
algunas cosas la endurecieron, pero esa mujer siguió siendo ella hasta el
último momento. Aún cuando le dije que vendría a verte, ella conservó su majestuosidad hasta que se apartó de mi
vista y salió del salón, entonces azotó sus puños contra el mármol del suelo y
lo rompió. Esa creatura, era apasionada, fuerte, pero ahora se encuentra
destrozada.
–¿Pero, cómo la recuerdas? –
insistí – Dime, ¿Qué es lo qué te viene a la mente cuando dicen su nombre? – Ganesh
casi no lo pensó, incluso por poco me interrumpe.
–Cuando hacíamos el amor. Esa
suavidad inconfundible de su piel, mezclada con un aroma azul; sus manos
tranquilas pero a veces tan apasionadas como lo eran sus candentes labios; sus
largas y blancas piernas alrededor de mi cadera. En ocasiones apoyaba mi peso
sobre una de sus rodillas flexionadas hacia su abdomen y hacía que su otra
pierna la estirase sobre la cama solo para llegar un poco más profundo y provocar
que sintiera un poco más.
“También recuerdo su cabello.
Negro, rizado y muy bello. Sus dedos, largos palillos de madera tan delicados
que me daba miedo quebrarlos cuando le daba la mano. Pero lo más especial, sus
ojos, azules, entre turqueza y azul cielo, hermosos, más que ella inclusive.
Permanecimos un momento en
silencio, razonábamos lo que había dicho y al menos yo trataba de revivir esos
recuerdos para ver que lo que mi hermano había dicho le hiciera justicia.
–¿Y tú? –
inquirió
–Yo… yo no
recuerdo más que su mueca de desprecio al irse de mi lado. – pasó frente a mí
el último instante en que la vi, cuando ella, su hija, sus perros y su yegua se
fueron. No era el mejor recuerdo con el que me podía quedar de ella, pero si el
único, ¿con qué más podría recordarla?
–Por lo que pude ver en la
mente de Antaris cuando bebí de su sangre fue que estuvo contigo hace algunos
días. En realidad pudiste haberla forzado a quedarse contigo, pero no lo
hiciste, ¿por qué?
–Por qué
seguramente permanecería a mi lado, pero no sería lo mismo nunca. Su odio hacia
mí sería demasiado como para conformarse, y sabes bien que ella jamás deja de
luchar. Además, me puse a pensar, cómo sería todo, cobre todo con su hija, esa
niña crecería odiándome, y yo amándola tanto como a su madre.
–Te
entiendo, hermano. – asentí.
–Diem algo,
¿pensaste que… yo te mataría?
–Así es.
Dejé a Antaris con esa idea, pasara lo que pasara, pensé que eso sería lo
mejor. Ilusionarla con una esperanza sería más cruel.
–¿Y ahora
qué vamos a hacer?
Ganesh rió
con melancolía.
–Eso
preguntaste cuando murió papá. – dijo, hiso una pausa muy larga recordando ese
día que arruinó mi vida, y luego continuó. – No lo sé. Creo que volver.
–¿Juntos? –
asintió – No, no creo que sea buena idea. En cuanto te vean aparecer por ahí
conmigo nos van a odiar. Si yo aparezco ahí, no he de decirte cómo me van a
recibir. Si masacraron a caso doscientos Herejes, ¿qué crees que puedan hacer
conmigo?
–Tú nunca
tuviste miedo. – se burló.
–Toda
creatura tiene instinto de supervivencia. Creo que inclusive mi problema no es
tanto Hëdlard, es Antaris. Dime ¿qué crees que haga cuando nos vea a los dos
llegar? – dejé que pensara un poco, era un buena pregunta. – ¿Pensará que esta
alucinando, qué se ha vuelto loca, qué es tal su necesidad de los dos que nos
ha devuelto la vida en su mente? Si se da cuenta de que ambos estamos vivos,
somos reales y venimos como hermanos, ¿no crees a caso que seremos acreedores
de su más profundo odio?
–Creo que
más bien, el cómo regresemos no debería depender de nadie, ni siquiera de Antaris.
– giró su cara para verme a los ojos – Tengo una mujer, tengo una hija, tengo
una ciudad entera, pero también tengo un hermano. Y creo que tu condena la has
pagado ya. La muerte de mi padre la has pagado en vida, y eso es peor que dar
tu vida a cambio.
Hacía tanto
tiempo que los ojos verdes de mi hermano no me habían hablado con tanta
sinceridad. Ni yo mismo sabía de dónde venía mi
propia empatía con él, mi propio amor hacia Ganesh, era todo tan
extraño, empalagoso… Si hubiese podido deshacerme de él lo hubiese hecho. La
frustración que sentía era enorme, quería abrazarlo, quería seguirlo; pero a la
vez me sentía absurdo, tonto y muy infantil por todo lo sucedido.
¿Pero qué
podía hacer? Esa oportunidad no se me había presentado en cien años, y dejarla
ir tal vez sería un error.
¿Qué prefieres Aki, tu felicidad, o tu
honor?
¿Honor?
¿Había algo de honor en retirarse, en dejar las cosas como estaban y vivir una
eternidad lejos de los seres que tanto amabas, de la tierra en donde había
nacido? No.
–No prometo
mantenerte intacto en Hëdlard, pero si con vida, Aki.
–¿En serio
sabes lo que haces, Ganesh? ¿En serio estas dispuesto a alojarme bajo tu techo
cerca de la mujer que amo y tú amas? Deja bajo
tu techo, en la misma ciudad, cerca de tu hija y de tu mujer. ¿En serio
lo permitirás?
–De otra
manera tendría que matarte, y en estas condiciones el muerto sería yo. Y mi
muerte o la tuya, no haría más que dejar a Antaris peor de lo que ya está. Lo
hago por ti y por ella.
Silencio…
Mientras el silencio calla (Antaris)
No sabes lo
difícil que es. Contando esta, ya son caso siete lunas en las que ya no estás.
Apenas hace cinco te di por muerto, y desde entonces no he hecho más que
arrepentirme de todo lo ocurrido. Fueron mis errores como los tuyos los que nos
han separado.
Tal vez si
yo no hubiese sido tan testaruda, necia, aferrada, tú estarías aquí. Pero… la
inmortalidad no me exenta de errores, solo me hace pagarlos eternamente. Y es
el estar en este cuerpo mi condena. Hubiese sido difícil quitarme la vida,
puesto que todas las maneras de matar a un inmortal resultan dolorosas u muy
lentas, pero al menos así esta soledad y miedo se hubiesen ido junto con mi
inmortalidad; pero dime, ¿qué ha de pasar entonces con nuestra hija? No puedo
dejarla a ella a merced de tu hermano. Es Sybelle la única razón por la que aún
me mantengo. Pero a decir verdad, no sé cuanto más pueda yo soportar.
Cada minuto
de sufrimiento deseo con todas mis fuerzas que algo pase que nos fulmine a mí y
a mi hija, que algún desastre nos lleve a la muerte para así estar contigo. En
serio, es difícil llevar esta carga.
El peso de
todo Hëdlard está sobre mis espaldas hasta que Sybelle crezca, yo he de tomar
las decisiones que tú tomabas, y hasta ahora me doy cuenta de que son
demasiadas. No solo debo de ver por la seguridad del pueblo, ni por la sangre
que ellos ingieren, ni dirigir a los soldados –que por cierto quedan pocos
desde tu muerte–, debo estar al pendiente de los escasos juicios que se hacen,
de que lo viejos inmortales no abusen o maten a otros con su increíble fuerza,
de que los jóvenes no pasen más allá de las Korkea, y todo junto es una gran
carga. Entre los soldado incluso debo poner orden, muchos desertaron y muchos
otros no me son leales, me desconocen. Para ellos una reina debería reinar a
lado de su rey, o ni siquiera eso, para
ellos una reina no debe más que preocuparse por darle un heredero al rey y si
tiene suerte sobrevivir.
Entre los
soldados soy menos que sus mujeres, no me miran a los ojos cuando le hablo, y
no por miedo, si no por falta de respeto. Tengo que comunicarle todo al general
para que los convenza a ellos por mí. Es como pedirle a una jauría de perros
ladrones que obedezcan al zorro. En serio es frustrante.
No tengo la
más mínima experiencia. Es solo gracias a algunos inmortales que me asesoran
que he podido, pero aún así no les tengo lo más mínimo de confianza. Todo ellos
me ven como una hembra inferior fácil de manipular, y se impresionan cuando me
cabreo y no dejo que me dominen.
Es mucho el
control sobre mis emociones el que debo de tener, si no, un día de estos voy a
terminar matando a un soldado, o pero, a un inmortal.
Pero debo
aceptar que también tengo mis horas de felicidad, escasas, pero las tengo. Si
no es resolviendo problemas o aprendiendo, paso las horas sentada en las hierva
recién nacida del Bosque Frio con mis perros.
Cabo esta
enorme ya, su cruz me llega casi a media pierna, y su cabeza a mi cadera. Le
gusta jugar conmigo, soy tan rápida como él y su hermana, los tres solemos
cazar juntos en el bosque pequeñas presas que luego sentamos a comer. Ehera es
una hembra hermosa, muy parecida a su madre, un poco más pequeña y delgada que
Cabo, pero muy inteligente y amorosa con Sybelle. Creo que la protege como si
fuera su cría.
Ambas, mi hija
y mi perra, duermen del lado izquierdo de la cama –donde antes tú dormías– y yo
y Cabo del lado derechos, hechos in ovillo para que quepamos todos. El calor de
esos animales me es placentero, es lindo tenerlos de apoyo.
Por las
noches pienso en ti, en serio que no dejo de acordarme. Y por las mañana, antes
de dormir, lo primero que veo al otro lado de la cama, es el recuerdo de tu
espalda lisa marmolada levantarse. No veo tu rostro, no veo tus ojos, solo tu
cabello negro, tus brazos y tus hombros caídos. Cada mañana veo lo mismo, te
veo a ti. Pero al estirar la mano me doy cuenta de que no eres real, que estás
muerto y que nada podrá cambiar eso. Al final, la melancolía regresa y me quedo
dormida, sola como siempre.
Y es al
anochecer, cuando mis ojos se abren a penas, es cuando el dolor más fuerte de
todos me atraviesa. Es cuando despierto de mi letargo con una infinita
esperanza y deseo de oír tu vos, de sentir tus labios, de hacerte mío una y mil
veces hasta que ni sentarme pueda. Pero no. Estas perdido, muerto.
Oh, Ganesh!
Te odio, te odio por haberme dejado aquí, sin ti, sin una razón consistente por
la cual seguir viviendo.
Era obvia la respuesta, parte I
Llevé a mi
hermano de regreso a mi casa, a la choza donde Gabrielle esperaría paciente por
mí. Aquella pobre viejecilla era una cabrona; había vivido apenas treinta y
tres años más que yo y aun no siendo inmortal aún conservaba toda la vitalidad
de una viejecilla de sesenta y ocho años. Cien años de su vida había vivido a
mi lado, cuidando de mí.
Llegamos
ahí casi a la mitad del segundo día de viaje. Nuestras sombras ya se comenzaban
a proyectar a nuestras espaldas debido al sol naciente del este. Tan al norte,
el invierno no había llegado con tanta intensidad como en el sur del lago
Tumma, ahí el agua nunca se congelaba, así que a lo lejos podíamos oír el
oleaje azotar contra las piedras de la orilla.
No noté que
la chimenea de Gabrielle estaba apagada hasta que estuvimos a medio kilómetro
de ella, y me resultó raro. Gabrielle siempre tenía humo saliendo por su
chimenea, si no era porque calentaba agua para sus infusiones, estaba tiñendo
ropa o simplemente calentando carne o hirviendo la carne de un animal que yo
sacaba por ella.
Hice notar
esa anomalía a Ganesh, pero solo respondía que tal vez había salido por alguna
razón, pero que no me preocupara. Seguimos caminando.
El sol
naciente pintaba el cielo de un rojo extraño, color que nunca me había
agradado. En mi corazón algo comenzaba a impedir el flujo de sangre robada,
pero… no supe pronto por qué.
Un viento
proveniente del este arrastró consigo un desagradable olor, el mismo que
despedían los animales al morir pero más fuerte y más putrefacto. Cubrí mi nariz
en seguida con mucho asco, Ganesh no hiso lo mismo que yo, parecía estar más
familiarizado con ese aroma, lo que me irritó un poco. Él se quedó helado,
abrió los ojos y pegó sus brazos al cuerpo. Giramos a vernos y leí su mirada.
Juntos
corrimos a toda velocidad hasta casa de Gabrielle, tardamos segundos en cruzar
esos quinientos metros. Abrió la puerta y pasamos.
Nanna
estaba frente a la única ventana que había en ese lugar, tenía una taza en la
mano que se había caído junto con ella pero debido al tiempo el liquido ya se
había secado casi por completo, solo quedaba un leve fantasma de humedad. De la
boca de Gabrielle había escurrido un líquido amarillo y todo su cuerpo estaba
hinchado como globo.
No quise
saber más de su aspecto, otros líquidos ya había emergido de su cuerpo, pero no
quise fijarme de que lugares. Crucé la casa en dos zancadas y me arrodillé a su
lado, cargué sus manos y me las pequé a las mejillas, estaba fría, totalmente
fría, muerta.
–Lo siento
mucho, hermano. – Dijo Ganesh desde el marco de la puerta, de donde no se había
atrevido a moverse.
Clavé los
ojos en él y noté su sincero dolor, pero a pesar de eso, no puede hablar. El
arrepentimiento me entró, si no hubiese salido hacía casi una semana de su casa
para refugiarme en mi mente, tal vez, ella no estaría muerta. Mi querida
Gabrielle no se merecía esto. No de esta manera.
Me pregunté
una y mil veces que hubiera pasado si hubiese hecho lo que ella me aconsejó.
Pero en esos momentos ya no importaba mucho, mi querida Nanna ya se había
marchado. Y con ella lo único que me hubiese podido entrar en razón para no ir
a Hëdlard.
Había
regresado a su casa para recibir sus concejos –los cuales seguramente
desobedecería–, y recibir sus bendiciones. Pero la que sería ahora acreedora de
oraciones sería ella.
Después de
llorar su muerte unos minutos, busqué alrededor de su cuerpo. Buscando
cualquier indicio de lo que había provocado su muerte. Y la encontré. A poco
menos de un metro de su cabeza yacía una daga. Una fina y hermosa daga, una muy
familiar, la que en el mango llevaba un águila negra. La daga de Ganesh, la
misma daga que mi padre nos había regalado a ambos.
La furia
que le tuve durante cien años volvió de su sueño. Entre mis venas renació y
fluyó como agua, hidratando mi columna y mis brazos.
En un solo
movimiento tomé la daga y me lazó contra él.
–¿¡Cómo te
atreves a traicionarme de esa manera?! – grité – ¡Eres peor que yo!
Un rugido
felino salió de mi garganta y dirigí la daga contra su pecho. Pero mi hermano
me detuvo en el camino, estaba más orientado y consiente que yo así que
definitivamente tenía más ventaja, pero no más fuerza.
Forcejeamos
mucho. Yo empujaba la daga y el hacía todo pro que no la acercara más a su
pecho. Destrozamos gran parte de la diminuta casa en la pelea. Yo no escuchaba
su voz, estaba aturdido, pero eso con el tiempo se me quitó.
–…esa daga
yo se la reglé a Katelle… – decía – … te doy mi palabra que no he sido yo quien
la trajo… – ¿Cómo creerle? – …prueba mi sangre y mira en mis recuerdo y verás
que yo no he sido…
–¡Qué
maravillosa idea! – mi grito ensordeció todo. Al instante clavé mis colmillos
en el reveso de la muñeca. De golpe me entró su sangre y con ella sus recuerdo.
Era una bomba, era muy nítidos y reales. Definitivamente mi hermano era
demasiado fuerte a pesar de su estado físico.
Primero vi
a Antaris. Ganesh la había visto desde un ángulo que sugería que él estaba
acostado. En el rostro e Antaris se reflejaba la angustia y…
Ganesh me
volqueó el acceso a esos recuerdos, solo me dejó verlos de su viaje a Levi. En
ningún momento se detuvo en la casa de Gabrielle, nunca.
Dejé de
bebes su sangre. No podía verlo a los ojos, no después de esto.
–No he sido
yo, hermano. – Tomó suavemente la daga de mi mano y me la quitó lentamente para
después arrojarla al suelo lejos de nosotros. – No he sido yo.
–Entonces…
–Katelle,
no hay duda. Ha de haberme seguido hasta aquí.
–Ella no
conocía a Gabrielle.
–No, pero
estoy seguro de que la mente de la Hereje la detectó y trató de detenerla. Es
la única construcción de Hëdlard a Levi, tuvo que haberse detenido aquí.
–¿Y ahora
que planea?
–No sé
porque lo hiso… – mi hermano no pudo terminar la oración, oculta en el techo
seguía esa asquerosa creatura a la que poco recordaba. La había visto, pero
hacía ya mucho tiempo. Katelle se había ocultado recién habíamos llegado a la
cabaña, el monstro se sostenía son las manos y con los pies del las vigas de
madera de la cabaña. Cuando la descubrimos, Katelle lanzó un rugido demasiado
felino para una inmortal, mostraba los colmillos y nos amenazaba con saltar
desde el techo para hacernos frente.
En la
persecución de Palacio, cuando yo y Ero habíamos subido las escaleras a toda
prisa para robarnos a Antaris, Katelle había luchado conmigo, era una mujer
fuerte, rápida, pero fácil de derrotar.
No noté
hasta instantes después, que la creatura estaba desnuda. No llevaba prenda
alguna, pero su cuerpo no tenía forma definida. Estaba quemada de todas partes,
solo la cara mantenía un poco de características que determinaban su raza. Pero
tanto las piernas, como el tórax y los brazos estaban totalmente carbonizados,
negros y con trozos de piel levantados.
Katelle se
dejó caer. De un golpe sordo, sus pies tocaron el piso y acortó la distancia
ente nosotros con unos simples pasos. Sus ojos eran lo único que el fuego no
había tocado, seguían brillando, pero el resto, era carbón.
–¡A ti te
quería! – masculló su voz quemada – Nadie más que tú es responsable de esto.
No
respondí. Ni siquiera sabía qué era lo que me reclamaba.
–Por tu
culpa…
–¡Por tu
culpa Gabrielle está muerta! – grité al fin.
–Esa
estúpida anciana no merecía menos.
–Katelle… –
dijo Ganesh – basta, lo mejor será que te vayas.
–¡No! –
grité poniéndome entre ellos y la puerta – Ese demonio no se va de aquí vivo.
–Aki…
–Cállate
Ganesh. ¡La deuda no es tuya! – sin decir más me lancé contra Katelle, tenía lo
que los mortales llaman adrenalina hasta el tope, mis pupilas ya ocupaban todo
mi ojo dejándolo completamente negro, cual demonio, haciendo que mi vista fuera
aún mejor.
Katelle
mostraba los colmillos mientras se defendía, tenía la daga en la mano derecha y
amenazaba constantemente con clavármela, pero no lo permitía. Era fuerte,
mucho.
Con forme
pasaban los minutos la creatura gritaba más por el dolor que le producía que mi
piel tocara la suya incinerada; al cabo de los primero cinco minutos, a nuestro
alrededor el piso ya estaba bañado en pequeñas gotas de sangre, aunque no supe si
mía o suya. Ganesh no dejaba de mirarnos, se preocupaba, pero no se por quien.
Tomé su
brazo antes de que clavara la daga en mi vientre y lo giré al grado de casi
dislocarlo y zafarlo del cuerpo. Katelle se deshizo de la daga y me dio un
fuerte puñetazo en la nariz, pero no se rompió el hueso, se rompió el dolor. Un
dolor agudo de esos que te aturden más que lastimarte. Con ambas manos me
sujeté la nariz y detener la hemorragia, fue un instante; instante que Katelle
aprovechó para coger de nuevo la daga y dar su último golpe. Pero no fue a mí.
Golpeó algo
y la respiración de Ganesh paró de la nada, no pude ver que fue. Cual rayo se
escapo por la ventana y comenzó a correr hacia el sur.
–¡Corre,
Ganesh, se escapa! – grité y me dispuse a seguirla mientras le lanzaba una
mirada a mi hermano.
Emergiendo de
entre sus ropas como rosas negras, chorros espantosos de sangre comenzaban a
escurrirle por todo el cuerpo. ¿De dónde venía tal cantidad de sangre?
Mi hermano
no pudo sostenerse en pie, se tambaleó de un lado a otro y luego cayó al suelo.
Con sus manos se aferraba a su cuello como si se aferrara así a la vida.
Katelle
seguía desapareciendo en el horizonte, y mi hermano se estaba muriendo. ¿Qué
hacía? No le debía ya nada a Ganesh, y si Katelle volvía a Hëdlard sería para
matar a Antaris. Era obvia la respuesta.
Era obvia la respuesta, parte II
No sabía
qué diablos hacer primero. La daga con la que Katelle había cortado el cuello
de Ganesh había sido antes bañada en la sangre de Kelpies –sangre que fuera de
su cuerpo es veneno mortal–, y no sabía cuánto tiempo perduraba la sangre en el
metal de la daga, puede que por el mismo tiempo se hubiese desvanecido o algo,
el punto es que esas dagas estaban hachas para matar inmortales ya fuese
desangrados o envenenados.
En uno de
las repisas de Gabrielle había néctar de Aamulla, pero tardé una eternidad en
encontrarlo de entre todos esos diminutos contenedores.
La
respiración forzada de Ganesh aturdía más mi mente. Sentía una presión terrible
por salvarlo, pero no podía dejar que ese mismo nerviosismo se apoderara de mi
razón.
-Aguanta,
aguanta. – le decía.
-No… vete…
Antaris… - mi pobre hermano no balbuceaba siquiera, escupía sangre y se
ahogaba.
-¡Ella
sigue viva y se puede defender! – Ya tenía lista la Aamulla y en instantes se
la estaría vertiendo en la herida.
El líquido
blanquecino de consistencia viscosa cubrió a la perfección la tajada, bastó con
una hebra del néctar para unir la piel.
Poco a poco
la respiración de Ganesh se calmó, dejó de jadear, y pareció volver a la vida.
Pero no hablaba aún.
-Estarás
bien, hermano, lo prometo. – susurré.
Lo puse en
la cama de paja del fondo, ahí reposaría un tiempo en lo que pudiera
recuperarse. Mientras tanto, me encargaría del cuerpo de Gabrielle.
No use
instrumento alguno, no lo necesitaba, usé mis propias manos para cavar una
tumba de buen tamaño a pocos metros de la cabaña de Gabrielle. Era suficiente
para que su cuerpo formara parte de la tierra de nuevo y devolviera su alama al
tiempo.
Como ella
siempre lo quiso, de ella emergería vida. De otra de sus repisas tomé las
semillas de un gran árbol y lo sembré a centímetros de su pecho, de ella se
alimentaría y de ella nacería.
Tardé
tiempo en hacer todo esto, el sol salió y se ocultó de nuevo hasta que
Gabrielle estuvo descansando ya entre la tierra.
Me siento
culpable por no haber llorado ahora su muerte, es duro enterrar a alguien, pero
en ese instante no me afectó tanto como
cuando la había encontrado. Solo me despedí de ella y se acabó. Mi hermano
seguía vivo, y mientras eso siguiera así, él requería más mi atención que mi
querida Nanna.
-¿Cómo te
sientes? – pregunté pasadas unas cuantas horas, Ganesh gimoteó y frunció el
seño, aún no podía hablar. – Te he fallado de nuevo, Ganesh. – la nostalgia que
Gabrielle no había logrado destara en mí, la desató mi hermano, y no dudé en
decir todo eso que sentía en mi – Creo que yo nunca encajé en el papel de
príncipe que todo Hëdlard quería. Ellos necesitaban a un príncipe como tú,
dedicado a su gente, fiel a su padre, con el temperamento controlado; no
rebelde y sumamente volátil cómo yo.
“Tú nunca
supiste qué fue lo que pasó con mi padre esa noche en el Bosque Frio y creo que
tienes derecho a saberlo:
“Según los
cálculos de Anna y míos debíamos casarnos en manos de un par de semanas después
de esa fecha. Tanto sus padres como el mío ya estaban avisados de la boda, y
claramente invitados. La ceremonia la oficiaría él mismo, en las puertas del
Recinto de Plata.
“Papá quiso
hablar conmigo. Me invitó a cazar como siempre lo hacía, cazamos un par de
ciervos machos y un lobo, una gran caza para esos días del comienzo del
invierno. Él habló primero:
“-Aki,
hijo. – Tu sabes, su voz grave y extremadamente suave – Estas a punto de
desposarte con Anna, una chica muy hermosa y de padres buenos. Y no sabes qué
gusto me produce poder presenciar que un hijo mío se case, mi padre no tuvo esa
suerte. Pero va a ser algo que no podré permitir.
“Has de
imagínate entonces, Ganesh, que todo mi mundo se vino abajo. No había razón, no
había justificación. Pero me calmé un poco, era mi padre.
“-Padre… -
balbuceé - ¿Qué dices?
“-Digo que
no te casarás con ella.
“-Padre…
“-Tú no has
visto lo que yo y Fiura hemos visto. En su mirada hemos visto verdad y piedad,
pero detrás de su sonrisa no hemos visto más que tragedia. Hijo, lo Herejes fueron
expulsados de las tierras mortales por todo el mal que ellos traían. Nosotros
los hemos recibido en nuestras tierras por que a nosotros su maldad no nos hace
más que pequeñas molestias. Pero una Hereje en el poder… no hijo. He soportado
cosas tuyas, malas en serio, esas ganas tuyas de permitir el paso a los inmortales
a tierras mortales es un acto de rebeldía que a cualquiera de les castiga, pero
tú eres mi hijo y lo puedo ocultar. Pero es imperdonable quieras casarte con ella.
“-Calla,
padre. – le ordené furioso.
“-Había
pensado en no dejarte a ti el poder y permitir que te casaras, pero… por
derecho puedes reclamar el trono. Así que… no me quedará más que… matarla.
“-Tú te
atreves a ponerle un colmillo encima a Anna, y yo mismo tomo venganza.
“-No puedes
hacer nada en contra mía, hijo.
“Fue lo
último que mi padre dijo. El resto ya lo sabes.
“Hermano,
la muerte de Alka y la de mi padre las ocasioné yo. Pero te juro que nunca las
deseé y toda mi vida me he arrepentido de ellas. Fueron cosas que se me
salieron de control, solo eso.
Ganesh
había estado todo el tiempo atento a lo que yo le decía, asintiendo de vez en
vez para confirmar que me entendía, y solo al final cambio de gestos. Cerró los
ojos y suspiró, no sé que me quiso decir con eso, pero me tranquilizó que en su
rostro no hubiera enojo.
Despertamos
al mismo tiempo a la noche siguiente, yo seguía sentado en la silla y él
recostado en la cama. Pregunté cómo se encontraba esta mañana y sin contestar
se puso de pie.
-¿Estás
listo ya para matar a esa sabandija? – sonreí, tanto él como yo, salimos de la
cabaña sin siquiera ponernos de acuerdo.
Al comienzo
no nos percatamos, fue hasta que habíamos recorrido lo primeros kilómetros que
me di cuenta de lo rápido que íbamos y de lo mucho que podíamos aguantar el
paso del otro. Ambos fuertes, ambos ágiles, ambos juntos solo para salvar a
Antairs.
Al paso que
íbamos y a la velocidad, llegaríamos a medio día y con suerte justo a tiempo
para evitar algo terrible.
Sombras que son idiotas
Probablemente
de no haber estado pensando en Ganesh me hubiera matado.
Al amanecer
me metí a la cama con mis perros. Mientras que Sybelle descansaba acurrucada en
la panza de mi perra, Cabo soñaba algo relacionado con un conejo que se
escapaba –según alcancé a ver en su mente sin despertarlo-. Yo no dejaba de dar
de vueltas en la cama, de un lado al otro, hasta que decidí que quedarme quieta
tal vez funcionaría.
El Palacio
provisional que habían instalado a la orilla de Jalo Veri definitivamente era
más pequeño que el pis entero que en Palacio teníamos anteriormente, a pesar de
eso, el lugar seguía siendo igual de frio y solo.
Se suponía
que a esas alturas de la mañana yo ya estaría totalmente dormida. Pero
afortunadamente no fue así. Escuché la respiración arrastrada de otra persona
en la habitación, claro está, se me heló la sangre. Mi cuello se tensó a punto
de estallas en un gruñido. Pero decidí no moverme, podía no ser más que
imaginación mía.
Volvieron a
respirar en la habitación.
No, era
real. Algo se movió. El sonido de la ropa rozando se hiso presente justo frente
a mis espaldas, del otro lado de la cama, donde mi hija dormía.
Juro que no
me desesperaba tanto no ver a mi atacante como saber que mi hija estaba en
peligro y no poder protegerla aún.
Lo que sea
que estuviera en la habitación se alejó de ese lado de la cama y se acercó a mi
lado. Cabo no notó la presencia de ese inmortal, se movía tan silenciosamente
que ni los agudos sentidos de mis perros lo captaron, solo yo.
Abrí los
ojos. ¿Qué era?
Katelle.
Hacía
apenas unas cuantas semanas la había alejado de mi vida, según yo. Peor creo
que era de esperarse que esa mujer se vengara. Le perdí la pista cinco días
atrás, pero no consideré que fuera algo de importancia, es decir, inmortales
desaparecen días o semanas cuando van de caza, a mí y a Ganesh nos tomaba horas
por que nosotros somos los únicos que podemos cazar presas del Bosque Frio,
mientras que el resto de Hëdlard debe ir a las afueras de la cuidad, subir las
Korkea en busca de un zorro o ir al desierto por un caballo.
La piel de
Katelle no ha mejorado en mucho, sigue quemada y sumamente negra, solo que
ahora el proceso de curación ha hecho que algunas llagas brillen con la luz. En
la cadera se le asoma el hueso, una cosa asquerosa redondeada con un brillo
blanquecino que hace que se me revuelva el estómago. Siento ganas de tocar esa
cosa, pero al instante me imagino el dolor que podría sentir.
Dolor…
Sin
pensarlo ni un segundo más y ni siquiera preguntar, saqué mi brazo de entre las
sábanas y golpeé con extrema fuerza ese hueso asqueroso de la cadera rompiéndolo
por completo.
El alarido
de dolor que escuché fue peor de lo que imaginé. Cabo dio un brinco y se puso
en cuatro patas, tardó una fracción de segundo en despejar su mente y en cuanto
vio a la intrusa se le lanzó al cuello.
Katelle no
paraba de llorar, gritaba y gruñía. El perro apoyaba sus cuatro patas en el
cuerpo, dos en los hombros y dos en lo que quedaba de cardera. No pudo siquiera
imaginar que doloroso sería eso.
Ehera
también se despertó, pero ellas tenía otra tarea, cuidar de mi hija.
En otra circunstancia,
guardias hubieran entrado por la puerta y matado a Katelle. Pero siendo yo nada
más que la madre de una pequeña niña que dice ser hija del difunto rey, no pasa
nada, estoy sola. Y eso no me asusta.
El dolor
que Katelle experimenta es tanto que me implora que la mate. Lo dice dos veces,
tres ya le es imposible, solo me mira fijamente. Ya no grita, Cabo le ha
destrozado la garanta y parte de la cara. De una de sus manos cuelgan pedazos
de carne, el resto es hueso.
-Gracias
por darme la idea de convertir a mis perros en máquinas asesino. – le digo
recordándole cuando me dijo que les diera un poco de mi sangre – Lástima que no
te acordaste que nunc ame dejan sola.
Si, tal vez
ese comentario fuera un poco cruel para el momento, pero era cierto. Aún así,
mi lado piadoso ganó. Busqué la daga que Ganesh me había regalado, no la tenía.
Sacudí la cama por si la había perdido ahí pero nada, no había otro lugar en
donde…
Volteé a ver a Katelle, entre los
girones de ropa algo negro brillaba. ¡Mi daga! Se la quité e inmediatamente se
la clavé en el centro de la frente.
Katelle
para de retorcerse al mismo tiempo que abre los ojos tanto que Cabo deja de
morderla.
-Cabo, - le
dijo al perro y este alza las orejas y me mira – súbete a la cama, no quiero
que toque eso. – el perro se lamió la nariz y dio un brinco a la cama, donde se
echó y esperó como si no hubiera pasado nada.
Llamé desde
la puerta de la habitación a algún soldado, pero no apareció nadie.
Desesperada,
saqué yo misma el cuerpo.
-¿No
quieren venir por él? Bien, ahí se los dejo. – dije enojada – Ahora entiendo
por qué Ganesh los trataba con tanta indiferencia.
Desde el
momento en que había anunciado que yo iba a tomar el poder hasta que mi hija
creciera lo suficiente, todo Hëdlard decidió no hacerme caso hipócritamente. Le
daba órdenes a los soldados y muy pocas veces las acataban al instante o de la
manera en que yo se las pedía, era desesperante. Los que fuero sirvientes de
Palacio renunciaron a sus puestos y muchos inmortales no mostraban el mismo
respeto hacia mí que hacía Ganesh; con él, agachaban la mirada, se hacían a un
lado para que pasara y lo saludaban casi tirándose al piso, en cambio yo no era
más que otra inmortal más.
No culpo a
nadie por eso, pero… me quitaban las ganas de seguir a la cabeza de un reinado
de inmortales.
Afuera, el
sol estaba a punto de llegar a lo más al punto más alto, a pesar de ello, las
sombras en la ciudad eran alargadas y poco calor se producía. Por lo mismo
resultaba ser un día bastante agradable, sin muchos inmortales en la calle y
muy silencioso, inclusive alcanzaba a oír las olas del lago romper contra la
costa de rocas.
Entré por
mi hija y la saqué de la habitación en brazos, estaba tan dormida que ni se dio
cuenta cuando la separé de Ehera.
-Cabo,
Ehera, vengan, rápido. – ambos perros se levantaron de la cama y corrieron
conmigo hasta la puerta mientras meneaban la cola. Se lamían los hocicos y
bajaban las orejas, tal y como hacían cada vez que íbamos de caza. – No,
pequeños, esta vez no iremos al bosque, iremos del otro lado, vamos al
desierto. Con suerte y logremos cazar un caballo de buen tamaño para los
cuatro. – hacía menos de cinco días, Sybelle ya se había podido alimentar sola,
solo habría un poco los labios y los pegaba contra cualquier cosa que tuviera
sangre caliente.
Mi hija no
era un monstruito ciego con diminutos colmillos que chupaba sangre como
sanguijuela, no. Sus facciones habían sufrido un cambio tremendo en sus semanas
de vida. Los ojos los mantenía abiertos casi todo el tiempo, ocupados en investigar todo los que se le
cruzaba. Con las manos no dejaba de acariciar con movimientos torpes el pelo de
Ehera y de vez en cuando jalaba sus orejas – cosa que irritaba a la perra y
hacía que mordiera a Sybelle, pero su piel era tan dura como la mía, y mi hija
solo botaba carcajadas –. Aún no podía caminar, pero no le faltaba,
recurrentemente se quedaba de pie sobre la cama apoyada con una mano en el lomo
de Ehera.
Y no
hablemos de su voz, era divina. Aguda pero muy linda, solo soltaba unos
grititos y risas, no balbuceaba aún,
pero con eso bastaba para encantarse con su voz.
La única
diferencia entre mi hija y un crío mortal, era la velocidad en que crecía.
Definitivamente Sybelle maduraba tres veces más a prisa que los mortales, y todo
por una razón. Mientras son bebes no beben nada de la madre –puesto que es
imposible darles pecho-, tienen que esperar hasta que los colmillos dejen de
ser cartílago para absorber unas pocas gotas de
sangre de lo que sea. En serio resulta maravilloso para mí, que conozco
el desarrollo natural de un crío mortal, ver el desarrollo de mi nueva raza.
Los cuatro
salimos de la habitación improvisada y comenzamos a caminar hacia el este. No
me extrañó saber que uno de los sirvientes que, se suponía, cuidaban de mí por
los días, me seguía de lejos. Lo malo es que solo me hiso enojar eso, cuándo lo
había llamado minutos antes, no había acudido.
-Ni te
molestes en seguirme – Le dije –. No iré lejos y además tienes una tarea que
hacer en mi habitación.
-Pero
señora…
-¡He dicho
que no me siguas! – Ah, se sentía tan mal hablarle así a un sirviente, pero no
había de otras – Ocúpate del cuerpo que dejaron en mi puerta, ahora.
-Si,
señora. – El sirviente se asustó por mi reacción, lo que me hiso sentir peor.
Seguí mi
camino sola con mi hija y mi perros.
No me
molestaré mucho en decir cómo iban mis perros, le encantaba salir de día y
andar sueltos por donde se le antojara.
Llegamos a
las afueras de la ciudad a los pocos minutos, y de ahí seguimos hasta dejar Hëdlard
varios kilómetros atrás y encontrarnos en el desierto del este.
La arena
café claro que había alguna vez odiado ahora me resultaba hermosa.
Esta parte
de Hëdlard era denominada como desierto por la cantidad de arena seca que
había, no por la escases de fauna. En realidad no tenía mucho de desierto, no
hacía tanto calor y había bastante humedad. Crecían algunas plantas bajas y ahí
habitaban principalmente reptiles y dos que tres manadas de caballos. De hecho
encontrar un caballo era raro, sabían que les dábamos caza y era difícil que se
encontraran tan al norte y tan al oeste del desierto. Pero tal vez hoy tendríamos
suerte.
Tal vez ya
había mencionado antes la apariencia de ese desierto, no era arenoso y lleno de
cactus, era seco, sí, y sin vida, pero no plano. Era obvio que ahí hubo antes
numerosas montañas que ahora no medían más de cinco metros cada una, eran muy
bajas y muy redondeadas en las puntas, definitivamente un paisaje muy viejo;
tanto que incluso en los libros que fueron rescatados de la biblioteca de
Ganesh –uno de ellos escrito cuando el abuelo de Ganesh llegó a estas tierras-,
decían que ese desierto era ya muy antiguo y con poca vida.
Mi vista
alcanzaba hasta el fin de la tierra, a mis espaldas estaba la ciudad, a mi
izquierda el camino a Levi, a mi derecha las Korkea, y frente a mí, lugares que
pocos inmortales habían ido y ninguno de ellos redactado en los libros.
Pasaron las
horas, mis perros, mi hija y yo seguíamos corriendo, ya no veía la ciudad a mis
espaldas, ahora estaba a la mitad de la nada.
Ocurrió que
no esperaba encontrarme con nadie, a lo más un caballo, aunque después de la
primera hora mis esperanzas se desvanecieron. Y ojalá me hubiese dado por
vencida y regresado a la ciudad.
Ya cuando
el sol estaba haciendo su recorrido al horizonte oeste, vi a mi izquierda una
sombra delgada y rápida. Me detuve en seco.
-Cabo –
dije, el perro seguía corriendo –.
En cuanto
Cabo y Ehera vieron la sombra que se aproximaba a mí, olisquearon y lamieron el
aire para ver de qué se trataba. Se les erizó el pelo del lomo y de la grupa,
calvaron sus garras al suelo y arrugaron la nariz.
No
distinguía a esa sombra, mi vista aún no era tan buena, solo sabía que era un
hombre, solo eso…
El viento
sopló más fuerte y me trajo su aroma.
-Aki –. Los
perros se echaron acorrer hacia él, dispuestos a darle muerte, pero les ordené
que se detuvieran. - ¡Quietos! – Ehera regresó inmediatamente a mi lado con la
cabeza gacha, bajé a mi hija al suelo, inmediatamente Ehera se hiso un ovillo y
dejó que Sybelle se recargara sobre ella. En cambio Cabo no dejaba de chillar,
golpeaba el piso con las patas delanteras y gruñía, quería que lo dejara matar
a Aki, lo imploraba, peor quería hacerlo yo misma. – No, Cabo, quieto.
Paso a paso
seguí avanzando acortando distancia.